La boda de Paul y Linda McCartney, una relación impropia del rock que solo terminó la muerte

Tanto como Paul como Linda McCartney eran personajes atípicos dentro de los círculos en los que se movían. Su unión, fraguada lentamente, también. Esta es su historia. 
Paul y Linda McCartney fotografiados en Nueva York en 1988.
Paul y Linda McCartney fotografiados en Nueva York en 1988. Brenda Chase

El 12 de marzo de 1969 se casaban, entre lluvia, llantos y abucheos, el último soltero de oro de los Beatles y una fotógrafa a la que habían etiquetado ya como intrigante y malévola. El romance de Paul y Linda McCartney no fue un amor a primera vista, pero su intensidad y duración acabó transformándolo en, quizá, la relación más feliz y completa de la historia del rock. Se gestó a través de varios encuentros en el frenesí que era la vida de los Beatles en los 60. Pero esto no solo se aplicaba al caso del grupo y de Paul; también Linda Eastman llevaba la existencia apasionada e intensa de una hija típica de su época. 

Su primer encuentro ocurrió el 15 de mayo de 1967, en un escenario apropiado: el club Bag O’Nails Club de Londres, durante un concierto del grupo Georgie Fame and the Blue Flames. Paul, estrella de los Beatles junto a  John Lennon, estaba allí con dos amigos, el diseñador de muebles Dudley Edwards y Stash de Rola, hijo del pintor Balthus y entonces novio de Romina Power, hija de Linda Christian y Tyrone Power, futura cantante de éxito junto a su marido Al Bano. En el club se encontraba también la fotógrafa americana Linda Eastman, de 25 años, con sus amigos del grupo Animals, que le estaban enseñando un poco del legendario swinging London. “Paul entró después de que llegáramos y vino y se sentó en la mesa junto a nosotros”, recordaría ella en su libro Linda McCartney’s Sixties. “Fue una de esas situaciones en las que nuestros ojos se encontraron. Cuando estaba a punto de irme, Paul se acercó y me invitó a ir con él a The Speakeasy, que no estaba muy lejos en Margaret Street. Ahí fue donde todos escuchamos Whiter Shade Of Pale por primera vez y nos enamoramos de la canción”. Nada sucedió entre ellos aquella noche; repartidos en coches, volvieron todos a sus casas, y cuando pasaron por Cavendish, como se conocía la mansión de Paul en el número 7 de Cavendish Avenue, Linda confesaría que se quedó “impresionada por todos los Magritte que colgaban de las paredes”. 

Si algo caracterizaba a Linda era la capacidad de saber aprovechar sus oportunidades, y una fotógrafa freelance especializada en bandas de rock no iba a desperdiciar el encuentro con un Beatle. Se presentó ante Brian Epstein, le mostró su –impresionante– portfolio y acto seguido fue invitada a la sesión fotográfica por el lanzamiento del disco Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, que iba a realizarse cuatro días después en la casa del poderoso representante del grupo. Como cuenta Philip Norman en su biografía de McCartney, ella era la única mujer entre los fotógrafos seleccionados, y por si fuera poco, con un blazer a rayas, falda larga y su melena rubia despeinada, llamaba forzosamente la atención entre aquellos profesionales clásicos vestido de una forma mucho menos 60’s. Aun así, o quizá precisamente por ello, Linda  consiguió que el grupo posase para ella haciendo todo lo que les pedía, sobre todo Paul, con el que trabó una animada conversación, y consiguió una invitación a la fiesta posterior. Allí obtuvo el número de teléfono de casa de Paul, pero cuando llamó, el Beatle se encontraba visitando a su padre. El que sí estaba era Stash de Rola, que en ese momento vivía de forma informal en Cavendish, y éste se apresuró a invitarla a la mansión.  Tuvieron un breve encuentro y dos días después Linda regresó a su casa de Nueva York. Ahí quedó la cosa en aquel momento.

Once meses después, el 14 de mayo del 68, durante una estancia del grupo de Nueva York, Paul y Linda se encontraron de nuevo en el hotel Americana. Entre la nube de fotógrafos presentes, Paul creyó reconocer a “una chica esbelta, vestida a la moda, que tenía unos dedos largos y elegantes y unos ojos de párpados caídos y mirada apacible”, como la describe Peter Ames Carlin en su libro sobre McCartney. Justo antes de realizar una entrevista en el programa Tonight de la NBC, con la sorpresiva invitada Tallulah Bankhead, Paul le pidió a Linda su número de teléfono. Ella lo apuntó en el reverso de un cheque, lo único que tenía a mano. Al día siguiente, Paul se decidió a usar el teléfono. La llamó a su casa, le dijo que le encantaría pasar algo de tiempo con ella pero que se iba ya a Londres, pero quizá, aun así, ella quisiese acompañarle en su limusina al menos ese rato de camino al aeropuerto para poder charlar un poco. Linda aceptó, pasaron a recogerla a su apartamento en la calle 83 este con Lexington y ella se acomodó entre Paul McCartney y John Lennon en el asiento de atrás para una primera cita bastante insólita.

Claro que en la vida de los Beatles todo era insólito y no tenía apenas precedentes. El grupo musical más famoso del mundo, había revolucionado la juventud de los 60 y estaba evolucionando al mismo tiempo en el que lo hacían sus coetáneos, la música y la sociedad entera. En aquel año 68 Brian Epstein ya habían muerto, los Beatles habían vuelto de su viaje a la India con el Maharishi y John Lennon estaba a punto de dejar a su esposa Cynthia por Yoko Ono. También era un momento fructífero y de eclosión en lo artístico, pero la crisis –que pronto sería permanente– ya había hecho mella en el grupo, y su fin pronto se precipitaría. La vida personal de Paul era, por decirlo de alguna manera, complicadita. Tenía una relación desde hacía cinco años con la actriz Jane Asher (para la que había compuesto, entre otras canciones, Yesterday), e incluso estaban prometidos, pero al estilo típico de las estrellas, le era infiel de forma muy, muy habitual. No solo se trataba de polvos de una noche durante las giras, sino que tenía incluso una suerte de novia secreta, Maggie McGivern, modelo y vendedora de una tienda de antigüedades de cuya vida entraba y salía cuando le apetecía. Había conocido a Maggie en el 66, cuando ella trabajaba como niñera para el hijo de Marianne Faithfull; después de varios encuentros en los que hablaron sobre sus sentimientos y sus ganas de romper sus relaciones respectivas, terminaron liándose en secreto incluso para Marianne y John Dunbar. “Yo siempre me preguntaba si volvería a tener noticias suyas… pero él siempre mandaba a Neill Aspinall a buscarme”, recordaría Maggie sobre esa suerte de romance clandestino para Jane pero obviamente conocido por el círculo interno de los Beatles. 

Un mes después de aquella charla en la limusina de camino al aeropuerto, Paul tuvo que pasar varios días en Los Ángeles, y el 20 de junio llamó a Linda para invitarla a que le visitase allí. El panorama era una muestra más de cómo era su vida: instalado en un bungalow del hotel Beverly Hills, aquello estaba lleno de mujeres, algunas sus amantes esporádicas y otras deseando serlo, como la actriz Peggy Lipton, con la que se había liado con anterioridad (y que años después se casaría con Quincy Jones), o Winona Williams, que también apuntaría entre sus conquistas a Jimi Hendrix y David Bowie. Linda aceptó la invitación, pero no quiso que Paul le pagase el avión, sino que se presentó en Los Ángeles por sus propios medios, con una bolsita de marihuana en ristre, fumando un porro, muy sonriente. Paul sintió vergüenza de aquella especie de harén que se había montado, y se apresuró a explicarle que todas las mujeres estaban allí no por él, sino por sus acompañantes. Uno de ellos era Tony Bramwell, vicepresidente de la compañía Apple, que fue testigo del momento: “Paul se apartó de aquel circo que le rodeaba y se llevó a Linda a un costado. Yo los miraba desde el otro lado de la habitación y de pronto vi que ocurría algo. Delante de mis ojos se enamoraron. Era como el rayo que mencionan los sicilianos, el flechazo del que los franceses hablan entre susurros, esa sensación que solo notarás una vez en la vida”. Luego fueron al Whiskey a Go go, otro local emblemático de Los Ángeles, y aquella noche fue la primera vez que tuvieron relaciones sexuales. El resultado fue tan inspirador que Paul compuso allí mismo para ella la canción Blackbird.

Pero después de aquel encuentro en Los Ángeles, cada uno volvió a su vida; ella a Nueva York, y él a Londres. Allí, él se lio con la aspirante a estrella Francie Schwartz, sin haber roto todavía su relación con Jane Asher. En cualquier caso, le quedaban dos telediarios, porque Jane regresó por sorpresa de un viaje y al entrar en su casa de Cavendish se encontró a Paul en la cama con Francie (del mismo modo Cynthia Lennon se había encontrado a su marido en su casa con Yoko Ono; Cynthia contó que Paul fue el único del entorno de los Beatles que fue a visitarla tras la ruptura). Pocos días después, durante una entrevista en la BBC, Jane anunció que ya no estaban juntos. Paul sintió una mezcla de pena y alivio. En aquel momento los propios John y Yoko se instalaron en su casa de Cavendish, como Francie, pero él también seguía liándose con groupies, a las que a veces trataba de forma cruel y despectiva. Incluso se fue con Maggie McGivern a Cerdeña, sin estar del todo decidido a dar otro paso o a romper su relación. No dejaba de pensar en “lo lejos que había llegado y lo poco que eso significaba”.  Se sentía perdido, solo y vacío. 

Paul McCartney y Jane Asher en 1968. 

© Rue des Archives/AGIP / Cordon Press

Entonces empezó a hablar por teléfono con Linda, a encontrarla fascinante e interesantísima. Pero, acostumbrado a estar rodeado de situaciones locas y de gente que buscaba aprovecharse de su fama o simplemente querían explotar la leyenda de los Beatles, le preguntó a su abogado en Estados Unidos, Nat Weiss, si todo lo que le contaba Linda sobre su fascinante vida era cierto. 

Lo era. Linda Eastman, nueve meses mayor que Paul, venía de una familia judía –no practicante– muy acomodada gracias al trabajo de su padre como abogado de la industria musical. Criada entre Scarsdale, la casa de veraneo en los Hamptons y un apartamento en la Quinta avenida de Nueva York, Linda había sido una niña soñadora y amante de los caballos. Poco brillante en los estudios, para decepción de su exigente padre se fue a estudiar a la universidad de Tucson, Arizona, con su novio de entonces, una especie de mezcla de intelectual y aventurero llamado Mel See. Entonces, en 1962, la madre de Linda murió en el famoso accidente de American Airlines, el  mismo vuelo en el que moría en la ficción el padre de Pete Campbell en Mad Men. Tremendamente afectada por la pérdida y quizá como acto de afirmación de la vida, Linda se quedó embarazada, se casó con Mel y poco después nació su hija, Heather. En aquella época en Tucson, Linda parecía la típica mujer satisfecha de primeros de los 60: le gustaba salir a galopar, criaba a su hija, posaba ante el periódico de la universidad cocinando pastel de carne para su marido y vestía y actuaba de forma convencional, lo que la burguesía acomodada esperaba de una mujer joven. No tanto así su marido; Mel, antropólogo, investigador y viajero, se veía a sí mismo como un Hemingway joven, y no dudó en pasarse un año en África explorando lo desconocido. A su regreso, de forma unilateral, Linda había decidido romper su matrimonio y regresar a Nueva York con Heather, lo que supuso una auténtica sorpresa para Mel. Linda no habló mucho nunca sobre los motivos del divorcio, oficializado en 1965, explicando simplemente que “Crecí. Mi vida empezó otra vez con un nuevo sentimiento de libertad”. Para ganarse la vida en la ciudad sin depender del dinero de su padre, Linda se buscó un trabajo como recepcionista en la muy pija revista Town and country, que cubría las necesidades de la clase social a la que ella en el fondo pertenecía. Aunque sus intereses eran otros: como a tantas mujeres de los 60, el underground, la música y la escena nocturna se convirtieron en parte de su persona. Linda salía a menudo por clubes, aunque todos los testimonios afirman que siempre se ocupó bien de Heather, que dormía en el mejor dormitorio de su minúsculo apartamento. Por aquella época conoció al fotógrafo David Dalton, que se convertiría en su mentor profesional, amante durante una época y amigo. Interesada en el medio, Linda continuó aprendiendo la fotografía con la que había empezado a familiarizarse en la universidad. Un día, Dalton la invitó a fotografiar al que sería su primer grupo, los Animals.  Aquello acabó, según Peter Ames Carlin, en una “sesión individual e íntima con el cantante, Eric Burdon”. 

Linda se dio cuenta de que la fotografía no era solo una pasión, sino que le daba acceso al tipo de vida que deseaba llegar. En aquel momento, en 1966, los Rolling Stones llegaron a Nueva York, y rechazados por todos los hoteles por sus destructivos hábitos, terminaron hospedados  en un barco, el Sea Panther. Linda, como recepcionista de Town and country, abrió la carta en la que el mánager del grupo invitaba a la publicación a fotografiar a los músicos. Ni corta ni perezosa, se guardó la invitación y se presentó allí cámara en ristre haciéndose pasar por la fotógrafa oficial de la revista. Funcionó. El grupo posó para ella con una solicitud que no solían mostrar ante otros fotógrafos, y se ve que causó tan grata impresión, no solo profesional, que la invitaron a la fiesta posterior en el barco. Mick Jagger incluso le pidió su número de teléfono, lo que se concretó en un breve encuentro sexual. Después de tan satisfactoria experiencia, Linda dejó el trabajo en la revista y se estableció como fotógrafa profesional. Terminaría admitiendo que era “demasiado vaga” como para aprender las reglas canónicas del medio, pero como escribe Philip Norman, tenía lo más buscado en aquel momento y medio: acceso a las bandas de rock. No solo eso, sino que estaba imbuida de la intuición para captar el momento y saber cuándo apretar la cámara. Life o Rolling Stone lo sabían y por eso compraban su trabajo. Caía bien, gustaba y se ganaba la colaboración de los músicos más reacios o perezosos ante la promoción. Esto le granjeó la animadversión de muchos, que la acusaban de ser poco más que una groupie con ínfulas artísticas. Lo que en los fotógrafos hombres de su época era un comportamiento habitual, liarse con las retratadas, a ella al parecer la convertía en una trepa poco profesional. Además de con Mick Jagger, tuvo affaires con Jim Morrison o con Warren Beatty. Una amiga suya comentaría sardónica sobre este encuentro “recuerdo lo impresionada que quedé con su talento para insinuarse cuando la vi sentada delante de él con una minifalda y las piernas totalmente abiertas durante al menos seis carretes de Ektachrome. Warren terminó haciéndome salir de su suite y se quedó allí con Linda dos días”. Pero desde luego, no era eso lo que buscaban los que la contrataban para retratar a Janis Joplin, a BB King o Aretha Franklin. Para cuando Paul McCartney volvió a fijar sus ojos en ella, Linda se había convertido en la primera mujer en fotografiar una portada de la revista Rolling Stone, con su retrato de Eric Clapton

Por muy acostumbrada que estuviese a conocer a las estrellas de modo íntimo, Linda se sintió un poco impresionada por el soltero de oro de los Beatles. Según el abogado Nat Weiss, la primera vez que coincidieron en un avión, poco después del primer encuentro  con Paul en la primavera del 67,  ella “se pasó toda la travesía del Atlántico diciéndome que se iba a casar con él”. Aún así, y ya después de haberse enrollado, cuando en septiembre del 68 un Paul un poco de bajón se decidió a pedirle a Linda que fuera a verle a Londres, ella mostró reticencias. “Tenía miedo de formar parte de su harén”. Su amigo y ex amante David le dijo “¿pero cómo no vas a ir? ¡Es Paul McCartney!”. Así que naturalmente Linda cogió un avión y se presentó en Cavendish. El estado de la vivienda era una traslación de la situación de su dueño: estaba sucia, desordenada, los aparatos electrónicos no funcionaban y en la nevera no había más que una botella de leche agria y una cuña de queso dura como el esparto. No era una perspectiva muy halagüeña, pero ahí estaba también Paul, que era uno de los hombres más talentosos, perseguidos e idolatrados del mundo. Aquella noche él volvió a cantarle Blackbird, el tema que había compuesto en su encuentro anterior, y ya nunca se separaron. Paul se enamoró locamente de ella, y así evocaría ese sentimiento: “Dios mío. Esto es diferente de cualquier cosa que me haya pasado antes. Esto es más que un disco de éxito. Es más que el oro. Es más que cualquier cosa”. 

Las primeras en advertir que aquella americana rubia y desgarbada estaba pasando mucho tiempo en la casa fueron, por supuesto, las fans del músico, que acampaban de forma perpetua en Cavendish. Y, por supuesto la odiaron, por no ser tan guapa ni tan moderna como se suponía que debía de ser una de las chicas de los Beatles. Igual que Yoko se volvió el vórtice de las iras por las fans de John Lennon, Linda lo hizo para las de Paul, que la acusaron de manejarle como a un pelele. Aunque la recepción de Eastman en el círculo Beatle fue mucho mejor que la de Yoko Ono. Al fin y al cabo, el grupo ya la conocía, y todos supieron ver que le ayudaba a dar estabilidad a la locura que era su vida. Además, la gente las comparaba, y claro, Linda, educada, discreta y en absoluto altiva, salía ganando, sobre todo porque Paul, no como John, no se empeñaba es que estuviese en medio de las sesiones de grabación en las que antes solo estaban invitados ellos cuatro y los técnicos. Ella estaba cómoda en un segundo plano, disparando la cámara de forma ocasional, como se aprecia por ejemplo en Los Beatles Get back). Con Linda a su lado, Paul se contagió de su forma relajada de ver la vida. Abandonó del todo sus escarceos sexuales con otras mujeres y se sintió relajado. En una ocasión, volvió agotado tras una jornada de trabajo a casa, y se disculpó por su agotamiento. Linda respondió, tranquila, “no te preocupes. Está permitido”. “Recuerdo haber pensado, ¡maldita sea! Eso fue alucinante. Nunca había estado con nadie que pensara así... estaba claro que estaba permitido estar cansado”, se dejó crecer la barba, aparecía más gordo y ya no se preocupaba tanto por su ropa ni por su imagen. Philip Norman lo resume con un “significaba que él era feliz”.

Paul y Linda en abril de 1970.

©2003 Credit:Topham Picturepoint

Pronto Paul y Linda volaron a Nueva York para recoger a Heather, de entonces seis años. Alargaron unos días su estancia en la ciudad, en los que él logró desapercibido gracias a la tupida barba que se había dejado crecer, lo que le permitió algo que ya era excepcional: caminar por la calle sin que nadie le asaltase. Paul y Heather congeniaron, y a él le encantó la vertiente materna de ella: “Fue una de las cosas que me impresionó de ella: se dedicaba en serio a cuidar de su hija. Todo parecía muy organizado… de una manera ligeramente alborotada”. Por su parte, él se entregó desde el principio a la niña, y confirmó su deseo de ser padre. Enseguida decidieron que Linda dejase de tomar la píldora.

Pero mientras una historia de amor se fortalecía, otra agonizaba. Era la que tenía como protagonistas a los Beatles y especialmente a John y Paul, amigos íntimos desde la adolescencia y durante tantos años personas imprescindibles en la vida del otro. Metidos en un embrollo legal y económico del que ninguno parecía saber salir, Paul quería que se encargasen de los asuntos legales del grupo el padre y el hermano de Linda, que eran abogados y tenían experiencia en la industria musical. Pero John primero y luego George y Ringo, apostaron por Allen Klein, pese a que Mick Jagger les advirtió de que era un liante. Esto terminó derivando en una suerte de guerra abierta en la que ya no se hablaba tanto de canciones sino más bien de royalties, repartos de beneficios y renovación de contratos. 

En estas circunstancias, Linda se quedó embarazada y Paul y ella decidieron casarse. Pese a que estaban muy enamorados, su relación no era tan idílica como parecía, y estaba sazonada por peleas y broncas. La noche antes de casarse tuvieron una discusión tan fuerte que pensaron en anular la boda. Paul se presentó en casa de Maggie McGivern en un estado tan calamitoso que no podía ni hablar. “No hacía más que abrazarme”, contaría ella. “Después de una hora, más o menos, simplemente se marchó. Miré por la ventana y lo vi caminando por la calle y, por alguna razón, supe que jamás volvería a verlo”. 

Al día siguiente, 12 de marzo de 1969, en el registro de Marylebone, se produjo una escena típica de las apariciones públicas de los Beatles: un montón de fans llorando, desmayos y empujones, prensa captando tanto a ellos como a las adolescentes que chillaban y una situación entre surrealista y rutinaria. Bajo la lluvia, Paul se presentó con una camisa rosa y corbata amarilla; Linda lucía un abrigo amarillo y sostenía en las manos ¡un cachorro de gato! Ambos cogían de la mano a la pequeña y seria Heather. Ninguno de los otros Beatles apareció por allí ni por la misa posterior celebrada en St. Johns Wood. Cuando regresaron a Cavendish, las sempiternas fans recibieron a Linda con abucheos y escupitajos. Paul salió casi a suplicar que se calmasen: “Mirad, chicas, en algún momento tenía que casarme”. Ocho días después, John Lennon se casaba con Yoko Ono en Gibraltar, de forma totalmente distinta, señalando jactancioso que no quería que su boda fuese un circo, como la de Paul y Linda. 

Paul y Linda McCartney el día de su boda, 12 de marzo de 1969 en LondresC. Maher/GettyImages

Aquellos fueron los últimos meses de los Beatles. Para el lanzamiento de Abbey Road realizaron la mítica sesión de fotos de la portada el 8 de agosto del 69, con Paul descalzo y con el paso cambiado con respecto a sus compañeros. El 22 de agosto realizaron su última sesión juntos; en desacuerdos comerciales, emocionales y artísticos, el fin del grupo era algo inminente. Pero el día 28, Linda dio a luz a su hija, a la que llamaron Mary por la madre de Paul, fallecida años atrás. “Fue la primera vez que vi magia de verdad ante mis ojos”, diría él emocionado. En aquel momento, con una mentalidad muy de su época, Paul decidió adoptar a Heather, y Mel, el padre de la niña, a la que apenas había visto desde su divorcio por la fría relación que tenía con Linda, lo permitió, porque pensó que “tendría una vida mejor siendo una McCartney”. Las consecuencias de esa suerte de abandono y confusión se dejaron notar en Heather. De todos los hijos que tendrían, ella fue la que peor llevó el paso a la adolescencia y la madurez.

Paul y Linda con sus hijas Heather y Mary.

Puede que no diese pie a una rima y cliché tan efectivo como  “la culpa de todo fue de Yoko Ono”, pero muchos cargaron las tintas también sobre Linda por el fin de los Beatles. En el muro de Cavendish aparecían a menudo pintadas insultantes, y en una ocasión, las fans le arrojaron un helado de chocolate a la cara. Cuando Paul salió hecho un basilisco preguntando quién le había tirado un helado de chocolate a Linda, una de las fans puntualizó arrogante “en realidad era una mousse de chocolate”. 

No ayudaba a esta situación el estado de ánimo de Paul, decididamente de duelo por el fin del grupo. Decidió retirarse con Linda, sus hijas y sus perros una buena temporada a una granja que había comprado en Escocia, en Kintyre. Desapareció de la escena pública y en aquel momento surgió una de las leyendas más fascinantes y persistentes de la cultura pop: la de que Paul McCartney estaba muerto. Aunque los rumores sobre que alguno de los Beatles había muerto circulaban de forma periódica sin aparente explicación, aquello fue mucho más fuerte y simbólico. Su origen se ha rastreado hasta un artículo inventado por un estudiante de la universidad de Drake, en Iowa. Según esta versión, Paul había muerto en 1966 en un accidente de tráfico, pero para no perjudicar al grupo, había sido sustituido por un doble llamado William Campbell. La gracia estaba en que los discos desde entonces estaban salpicados de pistas e insinuaciones sobre la realidad. Muy pronto todo el planeta estuvo poniendo los discos al revés en busca de mensajes desde el más allá –hay que tener en cuenta que con los asesinatos de la familia Manson y el Helter Skelter que habían pintado con la sangre de las víctimas, el esoterismo de los 60 vinculado a los Bealtes estaba más fuerte que nunca-. La portada de Abbey Road se leyó como una confesión indiscutible de que Paul estaba muerto. Al final, frente al aluvión de artículos en todo tipo de prensa sobre la rocambolesca historia, la revista Life logró localizar al (todavía) Beatle en Escocia, y le sacó en su portada del 7 de noviembre, con un aspecto decididamente rupestre, abrazando a su esposa y sus hijas, con el titular “Paul sigue entre nosotros”.

Es cierto que simbólicamente, la relación entre el rumor de la muerte de Paul, el fin del grupo y el fin de los años 60 era demasiado jugosa para dejarla escapar. Él fue el primero del que se publicaron las noticias de que dejaba los Beatles, aunque él mismo objetaría que ya antes lo habían intentado dejar George o John, pero que estas huidas no se habían concretado. La ironía era que el hombre que más había hecho por mantener al grupo unido, su mayor embajador y relaciones públicas, aparecía ahora como el judas. Y Linda, como la intrigante en la sombra. El verano de 1970 Paul lo pasó muy hundido, pasándose de su consumo habitual de porros a la heroína, aunque la había probado esnifada ya en alguna ocasión y conocía los problemas que le estaba dando a Yoko y John. Linda dice que aquel período fue “increíblemente terrorífico”. Sus ganancias estaban bloqueadas por una demanda legal, por lo que vivían los ahorros de Linda. En esas circunstancias, Paul se refugió en lo que mejor sabía hacer: música. Compuso para su esposa Maybe I’m amazed, una entregada carta de amor. Y pronto empezó a rondarle por la cabeza montar otro grupo. De nuevo, vida y trabajo se mezclaban de forma indisoluble. Linda dio a luz a otra niña, Stella. El parto se complicó y tuvieron que practicarle una cesárea. Aliviado porque todo hubiese salido bien, Paul creyó oír el sonido de alas de ángeles: de ahí Wings, el nombre de su grupo. 

Decidido a mantener a su esposa a su lado durante el proceso creativo y en las giras, Paul instó a Linda a convertirse en teclista de los Wings, pese a sus nulos conocimientos musicales más allá de como aficionada. Linda era muy consciente de sus limitaciones, pero, en palabras de sus biógrafos, “amaba a Paul y deseaba estar con él”. Se convirtió en la forma de que aquel matrimonio funcionase. Junto a otros tres músicos, se convirtieron en una familia errante que giraba por el mundo dando conciertos, con sus hijas pequeñas y un séquito que intentaba ser sencillo e imprescindible. Funcionó. Fue algo curativo y exitoso a nivel profesional y familiar. Con el tiempo, las tornas se fueron cambiando, y la percepción pública de Linda, que había sido vista como una catástrofe, acabó virando hacia el cariño y el respeto. Incluso el resentido John acabó firmando una suerte de tregua con Paul, y Yoko le pidió ayuda cuando quiso perdonar a su marido y acabar con lo que él llamaría como “el fin de semana perdido”.  Fue Paul el que le dijo a John que Yoko estaba dispuesta a volver con él, que tendría que cortejarla y enviarle flores, pero que debía hacerlo porque se amaban y lo suyo merecía la pena. 

Paul y Linda promocionando Wings. 

Courtesy Everett Collection

Frente a las vidas excéntricas y a medias entre la performance y la realidad que llevaban Yoko y John, Paul y Linda se preciaban de ser lo más normales posible… para ser estrellas de rock (el asesinato de John Lennon golpearía a Paul, su ex mejor amigo, en lo más hondo). Sus hijos –Heather, Mary,  Stella y James– iban a colegios públicos en Sussex, y ellos se preciaban de no malcriarlos. Podrían habérselo permitido, pero en vez de un gran servicio doméstico, solo tenían una asistenta, Rose. En sus paredes colgaban cuadros de Matisse o Magritte, pero no los discos de oro o premios del espectáculo. Fumaban porros con frecuencia, como tantos de su generación, y en alguna ocasión fueron detenidos en aeropuertos por posesión de marihuana. Escándalos en cualquier caso muy nimios comparados con los de otras estrellas de su calibre. El hecho de mayor relevancia en la imagen pública de Linda fue su vegetarianismo, al que “convirtió” a Paul en el 75. Eso y su activismo a favor de los derechos de los animales le daba en principio un aire un tanto snob, antipático, aunque con el paso de los años fue mudando la opinión pública y convirtiéndose en una de sus grandes virtudes. Junto a sus amigas la guionista Carla Lane y Chrissie Hynde, de los Pretenders, montaban campañas de recaudación de fondos contra la vivisección, el abuso animal, el consumo de carne… de su vegetarianismo surgió la idea de que Linda escribiese un libro de cocina vegetariana que, desde luego, estaba imbuido del espíritu de su época. Usaba muchos sucedáneos de carne terriblemente industriales, preparaba recetas “que daban el pego”, como  falso pollo o falsas salchichas, y el resultado no era nada refinado, sino más bien al estilo inglés tradicional que le gustaba a Paul, con bien de mantequilla y nata. Pero el libro fue tan revolucionario que se convirtió en un bestseller, la volvió una voz para el movimiento y les dio la idea de crear una compañía de alimentos con recetas vegetarianas envasadas para supermercados. Aquel negocio convirtió a Linda en millonaria por derecho propio; en el 95 salió junto a su marido en Los Simpson como ejemplo de pareja vegetariana.   

Paul y Linda presentando un libro de recetas vegetarianas escrito por ella en 1992. 

ARNAL

Para entonces, sus hijos ya eran adultos. Mary era fotógrafa pero prefería trabajar en la sombra, lejos de los grandes encargos, y organizar el archivo de su madre; Stella, apasionada de la moda desde niña, terminó de estudiar en Saint Martins en el 95. Su desfile de graduación pasó a ser algo legendario, con toda la colección vendida a tiendas en un instante y un montón de caras famosas sobre la pasarla y entre el público. Fue el inicio de una rutilante carrera como diseñadora en la que relanzó Chloé antes de sacar su propia marca. James, el más joven, acabaría dedicándose a la música, sacando un disco en 2010, aunque con muchísimo, pero que muchísimo, menor éxito que su padre.  Por su parte, la mayor, Heather, fue la que peor llevó en apariencia crecer con el escrutinio constante de las cámaras. A los 25 años sufrió una fuerte crisis personal, y fue ingresada en una clínica psiquiátrica para tratar su depresión. En 1988, durante unas vacaciones en la casa que tenía la familia en Arizona, llamada Tanque verde, les comunicó que quería ir a ver a su padre biológico, Mel See. Él la recibió encantado de la vida, y la llevó con ella a una de sus expediciones de aventura, a vivir con los pueblos huicholes y tarahumaras de América Central. Heather contaría que por primera vez en su vida se sintió liberada, viviendo con gente que no la reconocía por ser hija o no hija de nadie. Con el paso de los años, Heather se convirtió en alfarera, dedicada a la cerámica y el diseño. A Paul siempre se refirió como “mi verdadero papá”. Por su parte, Mel See apareció muerto de un disparo en la cabeza en su casa de Arizona en el año 2000. Aunque se especuló con que podría tratarse de un caso de asesinato, se impuso la versión del suicidio, que rimaba además con el final de su idolatrado Hemingway y con su compleja vida personal. 

Todo parecía ir bien para los McCartney, cuando en diciembre del 95 le detectaron a Linda un cáncer de mama, la misma enfermedad que se había llevado a la madre de Paul cuando solo tenía 40 años. Durante dos años, Linda se sometió a distintos tratamientos, pero el tumor no remitió. Después, Paul se reprocharía no haberle sido del todo sincero con la gravedad de su enfermedad, pero a juzgar de lo que vivieron sus amigas, Linda era muy consciente de que no había solución. Cuando su estado empeoró y ya no podía seguir recibiendo tratamiento, eligieron un sitio para descansar, en realidad morir, que fuese tranquilo y a salvo de la prensa. El lugar seleccionado fue la casa familiar de Tanque Verde, en Arizona, donde había pasado los años de su primer matrimonio. Se despidió de sus amigas Chrissie Hynde y Carla Lane de forma muy sutil. A Chrissie no la abrazó, como hacía siempre, echándose atrás en el último momento para mirarla fijamente. A Carla le dijo al despedirse un inusual “Te quiero, Carla”. 

En Arizona, rodeada de su familia, Linda salió a pasear a caballo, lo que amaba desde que era niña, hasta que se quedó sin fuerzas, el día 15 de abril. Dos días después, el 17 de abril de 1998, a los 56 años, rodeada de sus cuatro hijos y con su marido abrazándola, Linda murió. “Cada uno de ellos pudo decirle lo mucho que la querían”, recordaría Paul. “Al final yo le dije: “Estás montada en un hermoso corcel appaloosa. Hace un precioso día de primavera y vamos a cabalgar por el bosque. Los jacintos crecen por todas partes y el cielo es azul claro…” Apenas llegué al final de la frase cuando ella cerró los ojos y se alejó deslizándose con suavidad”. 

La confirmación de la muerte llegó en forma de un emocionado comunicado por el viudo, roto de dolor, que se refería a ella como “mi novia”. “Linda ha sido, y sigue siendo, el amor de mi vida, y los dos últimos años que hemos pasado luchando contra su enfermedad  han sido una pesadilla. Jamás lo superaremos, pero creo que acabaremos por aceptarlo. Te quiero, Linda. Paul”. Los tabloides hablaron de eutanasia por el secretismo con el lugar de la muerte de Linda, pues no quería hacerse público que la familia poseía una casa en Arizona. La teoría fue rechazada con violencia por sus allegados. Se produjo un aumento en el número de mamografías, y se sucedieron los actos de dolor y respeto por todo el mundo. Aquella joven bohemia y desgarbada tan odiada por las fans de Paul había acabado siendo el ejemplo de felicidad conyugal; el camino de Paul, de joven inconformista que cambió el mundo, a marido y padre de familia, ahora golpeado por la muerte, le hacía receptor de las simpatías de todo el planeta.

Pero la vida continuaba, para bien o para mal, y Paul no pasó mucho tiempo como viudo inconsolable. En el 99, durante los premios Pride of Britain otorgados por el Daily Mirror, conoció a Heather Mills, una atractiva celebridad de 31 años dueña de una biografía como sacada de una novela de Dickens que ella misma se había encargado de contar en un libro. Superviviente de una infancia llena de abusos, con padres ausentes, presenciando escenas de violencia doméstica, viviendo en residencias de menores, en la calle y robando en ocasiones, Heather aseguraba que fue descubierta a los 18 años por un cazatalentos, Alfie Karmal, que la ayudó a iniciar una carrera de modelo. Acabarían teniendo un breve matrimonio. En el 93, de la forma más dramática y absurda, una moto de la policía la atropelló en Londres amputándole el pie izquierdo. Por la infección posterior, tuvieron que amputarle la pierna por encima de la rodilla. Otra persona se hubiera hundido en sus circunstancias, pero ella aprovechó para vender su historia en prensa y hacerse famosa de verdad. Reconvertida en filántropa, se metió en la lucha contra las minas antipersona desde antes de que la princesa Diana la hiciese una causa popular, montó campañas contra el hambre durante la guerra de los Balcanes, visitó niños a los que estaban poniendo prótesis como la suya, y fue encumbrada por medios y público como un ejemplo de superación ante la adversidad. Heather exhibía una seguridad en sí misma arrolladora, tanto en su fe para cambiar el mundo como en su atractivo físico. Presumía de que todos los hombres que la conocían querían casarse con ella a los pocos días, y no parecía ser del todo una exageración. 

Estaba a punto de casarse con el antropólogo y director Chris Terrill cuando, una semana antes de la ceremonia, la boda se canceló. Después se supo que era porque había iniciado una relación con Paul McCartney en el verano del 99. Unos meses después, ya en el 2000, se dejaron ver en público, y se casaron en junio de 2002. Sin acuerdo prenupcial. Heather Mills pasó a ser mirada con suspicacia. Convertida antes en una heroína, de pronto esos mismos tabloides que la habían encumbrado disfrutaron indagando un poco más en su trayectoria con escandalosas revelaciones. Descubrieron que la carrera de modelo tan bien pagada que supuestamente llevaba antes del accidente en realidad se correspondía con trabajos en catálogos de ropa interior y fotos eróticas, cuando no pornográficas. Se dijo también que había sido invitada habitual a fiestas organizadas por Adnan Kashoggi, lo que era una forma discreta de sugerir que había trabajado como scort. Que Heather se convirtiese tras su matrimonio en activista por los derechos de los animales y el vegetarianismo parecía una referencia demasiado obvia y de mal gusto a la memoria de Linda. Los hijos de Paul, por su parte, sentían que esa relación era una falta de respeto a la memoria de su madre y empezaron a sospechar que Heather Mills podía ser una arribista, una trepa que buscaba aprovecharse de su multimillonario padre en un momento muy vulnerable. “Solo me falta una pierna. Sigo teniendo corazón”, declaraba ella ante los medios. Paul, que nunca había dejado de ser un músico en activo y bastante exitoso, se convertía a destiempo en el artista más rico del Reino Unido gracias a una ola de nostalgia y la reedición de los discos de los Beatles, que les llevaron a ser de nuevo número 1 en pleno cambio de siglo. Esto se manifestaba en los generosos regalos de Paul a su pareja, que le permitieron adquirir millonarias propiedades. En 2003 la pareja dio la bienvenida a una nueva hija, Beatrice. De igual modo que a Linda la habían acusado de manejar a Paul como una marioneta, lo mismo se repetía ahora con las apariciones del músico en todo tipo de programas televisivos, algunos considerados indignos, como ¿Quién quiere ser millonario? Según esta visión, Paul aparecía como un señor que estaba chocheando y era débil ante una arribista peligrosa que iba a por su dinero y su fama. 

Los rumores sobre crisis en su matrimonio y sobre la mala relación de Heather con los hijos de Paul –sobre todo con Stella, que era, claro, la más famosa– se vieron confirmados cuando la pareja anunció su ruptura en 2006. Lo que pocos podían predecir era que aquello llegaría envuelto en un escándalo de tales características. La demanda de divorcio de Paul la acusaba de ser grosera con el personal y servicio, y negarse a mantener relaciones sexuales con él. Heather se presentó en la casa de Cavendish para llevarse sus pertenencias personales, descubriendo con estupor que habían cambiado la cerradura. Mientras obligaba a uno de sus guardaespaldas a saltar la tapia, aparecieron la policía y la prensa. Las fotos de ella indignada ante la puerta eran solo un anticipo de lo que vendría. Acabaron filtrándose en prensa –algunos dijeron que de forma totalmente intencionada– unos documentos preparados por los abogados de ella donde daban su versión de los hechos. En ellos, acusaba a McCartney de haberla maltratado físicamente, de ser controlador y posesivo y de consumir drogas ilegales y alcohol. Relataba varias ocasiones en las que él la había empujado o golpeado, y contaba que en una ocasión incluso había intentado asfixiarla. También declaraba que había sido un padre egoísta con Beatrice, que se había negado a que ella la amamantase porque “esos pechos son míos” y “no quiero llenarme la boca de leche materna”. También se había mostrado cruel y despótico con su minusvalía física, dificultando su recuperación tras una operación y despreciando su pierna ortopédica. Durante el escándalo posterior, se publicó que Heather había contado que había descubierto que Paul también había maltratado a Linda durante su matrimonio. Aquello pareció demasiado para la opinión pública, que si ya despreciaba o sospechaba de Heather, pasó a odiarla sin ambages. Que concursase en Dancing with the stars pese a su pierna ortopédica ya no parecía un gesto de superación y un ejemplo a seguir, sino una frivolidad que mostraba sus ansias de seguir siendo famosa y aprovechar el tirón (aunque donó la mitad de los 100.000 dólares ganados a una organización en pro de los derechos de los animales). 

Paul McCartney y Heather Mills con su hija Beatrice en 2006. 

©MATRIX/BAUER-GRIFFIN.COM / Cordon Press

Heather pasó a ser una especie de celebridad trash muy del estilo del Reino Unido, lo que la convertía en el saco de chistes y comentarios malévolos habituales de la prensa amarilla. Ella contraatacó en una entrevista en televisión declarando haber pasado por un calvario ante los medios peor que el de la madre de Madeleine McCann. En Hello!, acusaba a Paul de ser un tacaño con el dinero, y en otro programa aseguraba que Stella intentaba, por celos, romper su matrimonio cada semana. Mientras, fotografiaron a Paul besando a Nancy Shevell, una ejecutiva de Nueva York, antigua amiga de Linda, a la que conocía por la familia Eastman. Esta relación acabó zanjando los rumores que vinculaban al ex Beatle con celebridades como Elle McPherson o Reneé Zellweger, con las que se le había visto con aire acaramelado o simplemente cómplice.  En el juicio por el divorcio, Heather reclamaba 50 millones de libras. El juez accedió a que tuviesen la custodia compartida de Beatrice y fijó entre la manutención y las propiedades que ya estaban a su nombre, unos 23 millones de libras para la ya ex esposa de McCartney. Heather ha continuado siendo un personaje de relevancia mediática que reaparece como el Guadiana, ya sea por sus exitosos negocios o su aparición en el escándalo de las escuchas ilegales de los tabloides británicos. En lo que todo el mundo pareció haberse puesto de acuerdo es en que sus acusaciones a su marido fueron falsas. El propio juez la había definido en la sentencia como “no fiable” y “la peor enemiga de sí misma”; el resto de la gente parecía querer seguir viviendo en un mundo en el que Paul McCartney no era un villano. 

En 2011 llegó una tercera esposa para Paul. El 9 de octubre de ese año se casó con Nancy Shevell en el mismo ayuntamiento de Marylebone en el que lo había hecho con Linda. Como muestra de que esta vez sí, los hijos respaldaban del todo la decisión de su padre, Mary sacaba las fotos de la ceremonia y Stella vestía a la novia. Dueña de su propio dinero, la imagen impecable de Nancy contrasta con la del anterior matrimonio. Como en los tiempos con Linda, todo parece armonía y felicidad, diez años después de su boda. Paul sigue trabajando como músico, recibiendo premios, haciendo giras –cuando las circunstancias lo permiten- y siendo un icono vivo y en activo de la música y la cultura pop. En un lugar destacado de su imaginario sigue estando Linda McCartney, cuyo legado sus hijos y él se esfuerzan en mantener vivo. “Es la mejor persona que conozco”, dice él sobre la que fue su esposa. “Lo sigue siendo”.