Cada tanto, el show bizz lanza al estrellato a la “perfecta chica americana”, la que ensalza y revalida todos los tópicos habidos y por haber: alta, rubia, de cuerpo atlético, ojos claros y sonrisa magnética. En tanto que valores, los estereotipos están igual de manidos y de repetidos: debe ser dulce, comedida, simpática y entregada; una chica que sirva como espejo y botón de muestra en donde se miren una legión de jóvenes que quieran claudicar a pies juntillas con la corrección. Voilà, ahí la tenemos, debieron exclamar los directores de casting de la serie Valle de Pasiones (The Big Valley, 1965) cuando vieron a una actriz llamada Linda Evanstad.

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Linda Evans en una imagen de promoción de la serie Dinastía.


Linda Evanstad –el tad final cayó a petición de los productores, nació el 18 de noviembre de 1942 en Hartford (Connecticut). Hija de Alba y Arlene Evasntad –una pareja de bailarines, la familia al completo se mudó a North Hollywood (California) cuando la niña tenía seis años. Linda era una chiquilla muy tímida, por lo que tomó clases de interpretación a petición de sus padres para combatir la vergüenza y por eso y con lo aprendido tuvo que dar un paso al frente y buscar algún trabajo con el que ayudar a su madre y hermana tras la muerte de su padre. A Linda Evas no le costó poner un pie en la industria, lo típico: acompañaba a una amiga cuando en la que se fijaron fue en ella. Tuvo un par de apariciones en televisión y de trabajos diferentes hasta que llegó el primer éxito televisivo junto a Barbara Stanwyck en Valle de Pasiones; interpretaban a una madre y una hija en el Oeste Norteamericano, y de aquel western catódico salió una amistad que duró de por vida. En aquel momento murió la madre de Linda, y Barbara se encargó de ofrecer tanto amor, cariño y comprensión como fuera posible para llenar de algún modo el gran vacío que sobrevino a Linda.

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El reparto principal de la serie Dinastía, con Linda Evans y Joan Collins.

Fue entonces también cuando Linda Evans conoció a un director y productor de cine, John Derek. La pareja no tardó en cuajar y formalizó pronto su relación; él venía de un matrimonio fracasado con Ursula Andress, la mítica "chica Bond", y ella sentía que iba a culminar el sueño de toda una vida: en mitad de la veintena, Linda Evans sentía que toda su misión en la vida era ser una esposa abnegada y una amorosa madre solícita con sus muchos hijos. Cuatro años duró la relación, hasta que un rodaje lanzó a John Derek a Grecia. Linda Evans voló a Grecia con la intención de encontrarse con su marido, pero al bajar del avión se encontró con una noticia que le cayó como un mazazo: John Derek, entonces un hombre de 46 años, se había enamorado de una jovencita actriz de 16, Mary Cathleen Collins, quien después fue conocida como Bo (Derek). A Linda se le hundió en mundo bajo sus pies.

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Junto a su amiga Dani Janssen.

De vuelta en Los Ángeles, Evans trató de rehacer su vida junto al magnate inmobiliario Stan Herman, el soltero de oro y playboy por excelencia de la década de los 70 en la costa oeste norteamericana. De nuevo un fiasco de relación y la consiguiente debacle emocional. Para más inri, sus detractores vieron el momento idóneo de hacer leña del árbol caído y se cebaron con Evans, a la que no le quedaba margen de maniobra estando en activo Farrah Fawcett. El "ángel de Charlie" se llevaba todos los papeles para la rubia guapa y simpática; así que Linda Evans se focalizó en filosofías orientales y milenarias tratando de hallar respuestas a todos los interrogantes que le presentaba la vida; pero el gran bombazo de su carrera estaba a punto de llegar.

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Dos estrellas del momento: Richard Chamberlain y Linda Evans en marzo de 1984 en Beverly Hills.

Oil –el título original antes de cambiarlo por Dinasty, era un proyecto con el sello Aaron Spelling, y para el que iban a hacer falta un par de actrices antagonistas: una morena, pérfida y taimada, y su archienemiga, la rubia candorosa y llena de bondad. El papel de mala estaba cubierto por una inglesa de nombre de Joan Collins, el de buena fue para ella. Lo de Dinastía en televisión no tenía precedentes; un verdadero furor en las audiencias. Una serie como un libretto de la era Reagan en USA: dinero a raudales y hombreras infinitas. En aquel momento, los cincuenta años de una mujer eran exactamente eso: cincuenta años, ni uno más ni uno menos; y las actrices hacían gala de una plenitud y madurez esplendorosa y desafiante. The New York Times las bautizó –a Evans y Collins, como las instigadoras del menopausic sex symbols. Aunque en escena se sacaran los ojos vestidas de Nolan Miller en la piel de la mujer y la ex mujer del magnate del petróleo Blake Carrington, Linda Evans (Krystel) y Joan Collins (Alexis) siempre fueron amigas. Nueve años en antena con un valor estético incalculable, fuente inagotable de inspiración para gustos excesivos y epatantes.

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La actriz en un descanso del rodaje de Dinastía.

La serie Dinastía fue una gran revolución para la ficción televisiva durante la década de los 80, la serie trató temas tabú en aquel momento y entronó a Linda Evans como la rubia de oro; por fin en el sitio que siempre le correspondía. Coincidió con el final de la emisión –o quizás fue la consecuencia, pero al terminar la serie empezaron las depresiones y los fuertes dolores de espalda; tras varias intervenciones vino el calvario de la medicación para paliar el dolor y la caída de todo el cabello. Linda Evans tomó distancia de todo lo que envuelve el glamour de Hollywood y se mudó a Washington, donde ahora vive y dirige un portal de estilo de vida sobre cómo envejecer con salud y dignidad. Algo de lo que ella siempre ha hecho gala.