Toda una vida en un año (2020), de Mitja Okorn

El joven Daryn atraviesa su último año de instituto con el objetivo de entrar en la Universidad de Harvard. Su vida ordenada, estricta, ha sido siempre trazada por su padre y él se aviene a sus planes obedientemente, sin grandes reservas. Sin embargo, cuando una noche conoce a Isabelle y se enamora, sus prioridades empiezan a tambalearse. Y más si cabe cuando descubre que a ella le queda tan sólo un año de vida debido a que padece un cáncer terminal.

Casi puede decirse que las historias lacrimógenas de amor juvenil con enfermos graves se han convertido en un género cinematográfico en sí mismo, sobre todo los últimos años, ahí están Bajo la misma estrella, Ahora y siempre, A dos metros de ti, El amor lo es todo, todo, Restless, etc. Se trata de historias que tienen una gran aceptación entre el público juvenil, pero que generalmente abusan mucho del sentimentalismo facilón. Algo así le ocurre a Toda una vida en un año, pues responde a todos los tópicos que puedan pensarse para pergeñar este tipo de exacerbados dramas románticos: El flechazo, el rechazo por parte del/la enfermo/a, la aceptación del amor a fondo perdido, la crisis, el poco entendimiento de los padres, etc. Si además lo acompañamos con algunas canciones, con el cumplimiento de los sueños, el enfado contra el “universo” (¡abrase visto una tontería más grande!), con amigos políticamente correctos, etc., entonces el cóctel está servido.

Puede salvarse en este film su buena intención, su tono positivo y una acertada crítica a la educación autoritaria de tantos padres que ahogan a sus hijos cuando intentan esculpirlos a su voluntad, proyectando en ellos sus traumas y sus frustraciones, aunque con eso intenten labrarles un futuro mejor. La dirección de Mitja Okorn no especialmente original y entre el reparto destaca Cara Delevingne, en detrimento de un Jaden Smith que se antoja poca cosa.