Los hombres que construyeron el imperio

Las legiones: un ejército al servicio de Roma

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Masada. En el año 73 d.C., una legión puso sitio al que fue el último reducto de los rebeldes judíos. Una gran rampa construida en la ladera de la colina (a la derecha de la imagen) permitió ocupar la ciudadela.

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Les advirtió que combatiesen hombro con hombro y que, tras lanzar los venablos, continuasen la matanza y el degüello, cubriéndose con los escudos, sin acordarse del botín, pues ganada la victoria había de ser todo suyo. Seguía a las palabras del capitán tal ardor en la gente, y estaban tan apercibidos y dispuestos a disparar los venablos aquellos soldados veteranos de tanta experiencia militar, que Suetonio, seguro de tener buen éxito, dio la señal de la batalla». 

Así arengaba un general romano a sus soldados durante la campaña contra los rebeldes de Britania, en el año 60 d.C., según recogía el historiador Tácito. Escenas como ésta fueron una constante en la historia de Roma. La imparable expansión de la ciudad fue posible gracias a su ejército, y si el Imperio romano pudo mantenerse durante tantos siglos fue gracias a la múltiple actividad de los destacamentos que defendían las fronteras, invadían territorios enemigos, reprimían revueltas, designaban nuevos emperadores... 

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La clave de este poderío militar romano se basó no tanto en el número de hombres o su equipamiento, sino en su disciplina. Así lo afirmaba Flavio Vegecio Renato, autor de un Compendio de técnica militar del siglo IV d.C.: «La fortaleza peculiar de los romanos consistió siempre en la excelente organización de sus legiones». 

El elemento fundamental de la organización militar romana era, en efecto, la legión, unidad de infantería integrada por los «soldados legionarios», milites legionarii. En el siglo IV a.C., a comienzos de la República, los romanos aplicaron en su ejército el rígido modelo de la falange, universal por aquel entonces en toda el área mediterránea. Sin embargo, pronto lo sustituyeron por un sistema articulado en manípulos, unidades tácticas de 200 hombres que permitían gran flexibilidad y movilidad. El sistema manipular demostró su superioridad respecto a la falange macedonia en el momento de la conquista de Grecia por los romanos, a mediados del siglo II a.C. 

Un ejército de pobres 

Sin embargo, fue Cayo Mario quien a comienzos del siglo I a.C. llevó a su perfección el modelo de ejército romano, con la introducción de una nueva unidad operativa: la cohorte. Tras la reforma que llevó a cabo, cada legión, con un total de 4.800 soldados de infantería, quedó dividida en diez cohortes, que a su vez estaban formadas por seis centurias cada una.

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A la hora de entablar combate, las diez cohortes formaban en tres líneas (triplex acies) constituyendo un muro prácticamente infranqueable; un «muro de hierro», según Vegecio. Pero, a la vez, las cohortes podían funcionar como entidades autónomas, lo que daba a la legión una gran movilidad y capacidad de adaptación a las más variadas situaciones. 

Grande Ludovisi sarcophagus(1)

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El relieve del sarcófago Ludovisi muestra infantes y caballeros romanos aplastando a guerreros bárbaros. Siglo III d.C. Palacio Altemps, Roma.

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La clave de la supremacía de la legión romana residía en que sus integrantes, los «soldados legionarios», no eran mercenarios, cosa habitual en los ejércitos a los que tuvo que enfrentarse, sino ciudadanos. Desde el principio el ejército romano fue un ejército «cívico», el pueblo en armas. Ser llamado a filas era uno de los derechos de un ciudadano (como votar o ser candidato a los cargos públicos), aunque no estaba generalizado a todos, sino restringido a aquellos inscritos en las «clases» de propietarios. 

Los ciudadanos que carecían de bienes –llamados proletarios porque aportaban al Estado tan sólo su «prole» (sus hijos)– estaban excluidos, por considerar que no tenían nada propio que defender, y sólo eran llamados a filas en casos de extrema necesidad, cuando se organizaban levas generales llamadas tumultus. 

CLAUDIUS   RIC I 33   831177

CLAUDIUS RIC I 33 831177

En época de Claudio, el Imperio alcanzó la máxima extensión desde Augusto. Arriba, áureo que conmemora la conquista de Britania por las tropas romanas en 43 d.C.

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Mario cambió esta norma consuetudinaria al abrir el reclutamiento a todos los ciudadanos, introduciendo el voluntariado y el ejército profesional y permanente. Para ello adujo que el número de ciudadanos propietarios, muy reducido a causa de que Roma había vivido casi todo el siglo II a.C. en estado de guerra prácticamente permanente, no bastaba para cubrir el cupo que necesitaba en la guerra contra el rey númida Yugurta. El cambio fue radical. La obligatoriedad del servicio militar se mantuvo, en teoría, para todos los ciudadanos de los 17 a los 60 años, pero en la práctica se enrolaban sólo los que antes eran excluidos. Y así se mantuvo de entonces en adelante. Se ha hablado con razón de «esos ejércitos de pobres» como los verdaderos constructores del Imperio. 

Hasta la última época, en que el ejército pasó a estar integrado por mercenarios bárbaros, se mantendría la condición de ser ciudadano romano para ser reclutado como «soldado legionario». Pero al ir ampliándose la ciudadanía –primero a toda Italia, luego a muchas poblaciones de las provincias y, finalmente, a comienzos del siglo III d.C., a todo el territorio imperial– se acabaron los problemas para poner en pie las legiones necesarias. Esta casi ilimitada disponibilidad de hombres ya fue utilizada como arma psicológica por César, quien juzgaba «que era de gran importancia para infundir respeto a los galos, incluso en el futuro, hacerles ver que los recursos de Italia eran tan grandes que, si sufría alguna pérdida en la guerra, no sólo podía repararla pronto, sino acrecentar sus fuerzas». 

Fieles a sus generales 

Pero la revolución de Mario tuvo consecuencias muy negativas desde el punto de vista político. La lealtad del soldado cambió de signo. El patriotismo, «que convirtió a las legiones de la República en tropas casi invencibles» (como escribía Gibbon), fue sustituido por la fidelidad al general al mando (imperator), y por el vínculo casi religioso del soldado con la unidad a que pertenecía y cuyas enseñas había jurado defender al enrolarse. Ésa fue la causa de que la República acabara en medio de enfrentamientos entre generales hasta convertirse en la dictadura militar que conocemos con el nombre de régimen imperial. 

Relief historique dit Relief des Prétoriens MBALyon

Relief historique dit Relief des Prétoriens MBALyon

Los guardias pretorianos protegían a los generales de la legión en sus cuarteles (praetorium), y luego se convirtieron en guardia de élite de los emperadores. Relieve del siglo I d.C. Museo del Louvre, París.

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A partir de las reformas de Mario, ser inscrito como «soldado legionario» fue una salida profesional muy buscada por aquellos que aparte de la ciudadanía romana no tenían nada más. Era el caso, sobre todo, de los campesinos sin tierras. A consecuencia de las continuas guerras de los siglos anteriores, el pequeño campesinado de Italia se había visto diezmado y había perdido sus propiedades por no poder competir con el latifundismo rampante que se había impuesto en Italia.

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Como escribió el historiador Salustio: «El pueblo estaba agobiado por el servicio militar y por la pobreza. Los jefes militares compartían los botines con unos pocos. Mientras, los padres y los hijos pequeños de los soldados eran arrojados de sus propiedades por los vecinos más poderosos». 

Por otra parte, los jóvenes campesinos estaban considerados como los mejores candidatos al ejército. Vegecio lo tenía claro: «No hay duda de que los campesinos son los más capacitados para empuñar las armas». Y daba las siguientes razones: «Desde su infancia han estado expuestos a toda clase de climas y han sido criados para el trabajo más duro. Están acostumbrados a toda clase de fatigas y preparados, en cierta medida, para la vida militar por su continuo empleo en labores agrícolas, en manejar la azada, cavando zanjas y llevando cargas, soportando el sol y el polvo. Sus comidas suelen ser rústicas y moderadas; deben estar acostumbrados a descansar ora al aire libre, ora en tiendas». No es de extrañar que dieran el mayor contingente de reclutas. También eran bien vistos los habitantes de las ciudades que tuvieran oficios rudos y especialmente útiles, como herreros, carpinteros o canteros. 

Computer reconstruction of Kastell Aalen, the largest cavalry fort (castellum) along the limes occupied by the Ala II Flavia Miliaria Pia Fidelis, Raetian Limes, Germany

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Reconstrucción del fuerte Romano de Kastell Aalen, en Ostalbkreis (Alemania).

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En todo caso, se prefería a los que tuvieran «una mirada despierta, la cabeza erguida, un pecho ancho, hombros musculosos y fuertes, dedos largos, brazos fuertes, cintura pequeña, y piernas y pies tan nervudos como flexibles. Cuando tales señas se encuentren en un recluta, una estatura pequeña puede dispensarse, pues resulta mucho más importante que un soldado sea fuerte antes que alto».

En una ocasión, César comenta cómo los galos se mofaban de la poca estatura (brevitas) de sus legionarios. Tras ser seleccionados se les hacía prestar juramento (sacramentum). Era una ceremonia solemne y colectiva presidida por el águila dorada que Mario había establecido como enseña de la legión. Sólo entonces accedían al estatus de soldado raso (gregarius), y recibían el uniforme y el armamento. 

Incentivos y recompensas 

El joven legionario se enrolaba por un período de 25 años, y lo normal era que se reenganchase hasta la edad de jubilación (60 años), si sobrevivía. Entonces era licenciado (emérito) y recibía una compensación en tierras o en metálico. Mérida debe su nombre romano, Emerita Augusta, a que allí estableció Augusto a los veteranos licenciados tras las guerras cántabras. La paga del legionario era escasa, pero se veía aumentada por la participación en botines y la venta de prisioneros o por los repartos de dinero en la celebración de triunfos de los generales (bajo la República) o las coronaciones de los emperadores. Según Vegecio, la mitad de esos ingresos se guardaban en una bolsa común de cada cohorte, custodiada por los portaestandartes. Esto permitía a los legionarios acumular unos ahorros, dado que al ser mantenidos por el Estado sus gastos eran mínimos. 

La base de la alimentación de los legionarios era la ración de trigo que cada dos semanas se les entregaba, y que debían transportar consigo para molerla y cocerla en forma de gachas o tortas. Naturalmente, no sólo de pan vivía el legionario: se les proporcionaba también tocino, queso, huevos, carne y pescado, vino... Los legionarios también podían ir acompañados por mujeres. Aunque hasta el siglo II d.C. el matrimonio «legal» les estuvo vedado, en la práctica era habitual que en las estancias largas en un territorio se hiciera la vista gorda con las «parejas de hecho» y las familias que de ellas resultaban. En las cercanías de los acuartelamientos estables se formaban, así, auténticos poblados, germen en muchos casos de ciudades, como fue el caso de León, sede de la Legio VII. 

Praeneste   Nile Mosaic   Section 13 color

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Este detalle del mosaico Barberini, en Palestrina, muestra un grupo de legionarios de guarnición en Egipto. Puede apreciarse el color de su vestimenta y armamento.

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Otros alicientes para los legionarios eran las recompensas por actos heroicos en forma de brazaletes, collares, medallas y coronas (la corona cívica, por salvar la vida de un compañero; la corona mural, por ser el primero en escalar un parapeto). También podían obtenerse ascensos hasta el grado de centurión. Pero, como contrapartida, la legión se caracterizaba por estar sometida a un régimen disciplinario muy severo. 

En territorio enemigo, la mayor parte del tiempo las legiones estaban acuarteladas (durante todo el invierno), o desplazándose en busca del mejor lugar y de la mejor ocasión para encontrarse con el enemigo. Estos encuentros eran muy breves, pues solían resolverse en lo que duraba la luz de una jornada. En un día de marcha normal, las legiones avanzaban de promedio unos 30 kilómetros, el doble si era «a marchas forzadas». La celeridad en los desplazamientos fue una de las tácticas más eficaces de César: en una ocasión llegó a recorrer 75 kilómetros en 24 horas. 

Una máquina de conquista 

En estas ocasiones, los legionarios iban sin la carga habitual. En circunstancias normales llevaban a cuestas, colgado de un palo al hombro, un grueso petate con la ración quincenal de trigo, herramientas varias (pico y pala, hoz, hacha), un cesto y estacas para la fortificación del campamento, un caldero y un cazo. Fue otra de las medidas introducidas por Mario para aligerar los convoyes. Entre petate y armamento rondaban los 40 kilos de carga. De ahí surgió el mote de «mulos de Mario» que se dio a los legionarios. 

Housesteads Roman Fort aerial W

Housesteads Roman Fort aerial W

Fuerte de Housesteads. E´ste era uno de los catorce fuertes y ochenta fortines que jalonaban el muro de Adriano, la frontera que separaba la Britania romana de las tribus pictas escocesas.

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El contenido del petate ya sugiere la variedad de trabajos que ocupaba a los legionarios, además de la lucha. Entre sus tareas se contaba fortificar el campamento tras cada día de marcha, según un trazado cuadriculado, siempre igual, y cavar una trinchera alrededor ( que incluía un foso y un parapeto con empalizada); hacer calzadas y túneles; talar árboles para obtener madera con la que construir puentes, embarcaciones, cuarteles (campamentos de invierno) o grandes armas de asedio; recoger trigo para los soldados, o forraje para los caballos y los mulos que tiraban de las armas y de los carros. Así avanzaba el ejército, legiones y convoyes alternados, con la caballería y las tropas ligeras auxiliares abriendo y cerrando la marcha. 

Para desarrollar actividades tan diversas y además tener pleno dominio de las tácticas de lucha se requería un perfecto estado de forma, y éste sólo era posible gracias a un férreo y constante entrenamiento. La instrucción ocupaba todo el tiempo de las largas estancias en los campamentos de invierno y era diaria en plena campaña. Al fin y al cabo, las palabras «ejército» y «ejercicio» tienen la misma raíz. Este duro entrenamiento hacía que, según escribía César, los soldados legionarios «entrenados (exercitati) en anteriores combates podían prescribirse ellos mismos lo que convenía hacer y eran capaces de dirigirse por su propia iniciativa no menos acertadamente que si fueran dirigidos por otros». 

Roman legion at attack

Roman legion at attack

Recreación de una unidad legionaria por parte del grupo de reconstrucción histórica Legio XV, Austria.

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Esta «profesionalidad» explica lo que comenta Gibbon a propósito de las campañas de Adriano y Antonino Pío en Germania, en el siglo II d.C.: «El terror que provocaban los ejércitos romanos añadía peso y dignidad a la moderación de los emperadores. Mantenían la paz gracias a la preparación constante de la guerra y, al mismo tiempo que la justicia regulaba su conducta, anunciaban a las naciones de sus confines que estaban tan poco dispuestos a soportar una afrenta como a cometerla».