Le Week-End | Crítica | Película

Le Week-End

La incompletitud y la consistencia Por Christian G. Carlos

El año 1931, un joven de 25 años nacido en Brno – de la actual República Checa, entonces Imperio austrohúngaro- llamado Kurt Gödel demostró dos célebres teoremas de lógica matemática llamados “Teoremas de la incompletitud de Gödel”. Dos teoremas que fueron altamente celebrados por los avances que permitía en la lógica matemática. El primero de esos dos teoremas defendía que no hay teoría matemática capaz de ser consistente y completa a la vez. Profundizaba en la cuestión afirmando que los axiomas de esa teoría deben contradecirse entre sí si de estos se espera que puedan probarse. De una forma algo bruta, nada sofisticada, podemos generar la creencia de que no es posible acercarse a lo cierto sin contradicción, ni acercarse a lo completo con consistencia. De una forma algo bruta, nada sofisticada, podemos generar la creencia de que no es posible acercarse a lo cierto sin contradicción, ni acercarse a lo completo con consistencia.

Nick Burrows es profesor universitario de filosofía universitario, y el protagonista de Le Week-End junto a su esposa Meg Burrows, profesora de inglés en una de las escuelas de Birmingham, donde viven juntos tras 30 años de matrimonio. Para celebrar este trigésimo aniversario, ella planea un viaje a París, ciudad del amor, con la intención de recuperar algo de lo que una vez fuera pasión o amor por su marido. Ella, sin duda, está preocupada por lo completo. Vacía como se siente por una vida rutinaria, este viaje se presenta como una oportunidad. Ante la pantalla aparece jovial, activa, con mucha fuerza. Y a la vez, muy poco preocupada por lo que sucede en ella. Lo que está en la pantalla es su marido, pues tantísimos son los planos en los que podemos verle juntos. Son mínimos los que nos muestran a una parte del matrimonio sin la otra. Meg Burrows busca lo completo fuera de la pantalla, es decir: fuera de su matrimonio. De ahí esas miradas fuera de campo que tan bien la describen y la dotan de esa personalidad soñadora, irreductible. A vueltas indomable.

Por su parte, el filósofo que terminó de profesor universitario renunciando a todo su talento y posibilidades de éxito, es un Nick Burrows que desde el principio se muestra preocupado por lo consistente. El dinero del taxi, el dinero del hotel, todo son amenazas que pueden hacerle perder esa vida tranquila y consistente. Una vida acomodada que, si es incompleta, no importa. Se ha resignado a eso, todo lo contrario que su mujer. Además de por sus actitudes pasivas, sus movimientos fatigados y el poco ímpetu general, su resignación se puede remarcar también por la ausencia de esa mirada fuera de campo. Cuando la hay, pocas veces, es una mirada aterrada, con miedo y desconfianza. Sin duda, muy diferente a la mirada soñadora, de anhelo o de ilusión, con la que Meg Burrows afronta lo que hay fuera de campo. Dos miradas y dos maneras contradictorias, para una lucha de intereses que se llevará a los límites del amor y de la pasión.

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¿Quién será el conciliador en esta batalla? ¿Quién negociará con ellos? Roger Michell, quien desde detrás de las cámaras se encargará de buscar el punto de encuentro entre lo completo, lo incompleto, lo consistente y lo inconsistente.

Una de las formas sutiles de remarcar lo incompleto,  es hacerlo entrar en contradicción entre su discurso de guión y su lenguaje cinematográfico. Mientras que en el guión se pretende abarcar un todo, un completo, sus escenas son sesgadas, partidas e incompletas. La acción en ella se interrumpe, temas quedan pendientes o abiertos. No de una manera clara, no es algo que se quiera marcar con claridad. Quizás, incluso, puede que no sea como un recurso consciente y buscado. Pero existe, con mucha sutileza o con plena inconsciencia. Son varias las escenas en que el conflicto se queda a medias. Como por ejemplo, conversaciones  por teléfono que quedan suspendidas, colgadas y no resueltas.

Así, Le Week-End se mueve entre caminos ambiciosos y aún por conquistar, por descubrir. Ante intereses que entran en contradicción pero destinados a un punto de encuentro.

Esos axiomas que, como defendía Gödel, debían entrar en conflicto para poder ser demostrados o probados. Lo que hace Michell es convertir los axiomas en dos personajes contradictorios, situándolos en diferentes situaciones –que podrían ser diferentes enunciados- donde permite a los axiomas-personajes mostrar y descubrir su naturaleza, descubrir su auténtico con la intención de que ello finalmente se permita el encuentro, la tolerancia de uno y otro o incluso de algo más. Es entonces cuando lo consistente y lo completo son compatibles. Quizás hasta verdaderos y demostrables, pero sin saberlo, sin conocer si se ha perdido la consistencia o se ha ganado lo completo. Y ante el no conocer, ante el no saber qué, nada mejor que bailar.

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