Críticas de El testamento de Orfeo (1960) - FilmAffinity
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El testamento de Orfeo

Fantástico. Drama Un poeta ve que se acerca la hora de su muerte y decide hacer balance de su vida y de su obra. Entre sueños de inmortalidad y ansias de renacimiento, irá desfilando una serie de surrealistas personajes,que darán lugar a un preciso análisis de la inspiración, las fobias y las obsesiones del artista. (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
15 de octubre de 2006
27 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cosas que hacen que “El testamento de Orfeo” sea un filme CURIOSO:

- Porque recoge el legado de la interesante “Orfeo” y se introduce en un mundo surrealista habitado por sus personajes y todo aquello que produjo la obra (o toda obra).
- Porque nuevamente Jean Cocteau realiza y perfecciona sus trucos visuales heredados de Méliès.
- Porque realiza una interesante definición de película: “Una película es una fuente
de petrificación del pensamiento. Una película resucita situaciones muertas. Una película permite dar apariencia de realidad... a lo irreal.”


Cosas que impiden que “El testamento de Orfeo” sea FASCINANTE (en mi modesta opinión):

- Todos aquellos momentos en los que el surrealismo y la paja mental de Cocteau se convierte en un devenir de sucesos lamentables y ridículos.

Top de las tres sublimes rayadas que incitan a la risa:

Top 1: Momento gay con dos tipos semidesnudos disfrazados de guepardo o bicho sin especificar.
Top 2: Los amantes intelectuales y la maquina de comer autógrafos.
Top 3: Momento Manolete con invitados especiales como Picasso o Lucía Bosé.

Si estos tres momentos (entre otros) te han parecido de una profundidad intelectual magnífica, entonces y sólo entonces podrás afirmar que “El testamento de Orfeo” es un filme FASCINANTE al cien por cien. Para el resto simplemente se nos antojará CURIOSO.
Maldito Bastardo
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3 de octubre de 2013
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El testamento de Orfeo es la última película del cineasta Jean Cocteau. Aunque digo cineasta, seguramente el preferiría el término poeta (además fue un célebre dramaturgo y cultivó la pintura, de hecho en el film podemos ver de pasada una pintura suya), y sin duda su testamento cinematográfico es una obra que respira poesía en todos sus aspectos. De hecho, sólo como relato poético puede degustarse con todos los sentidos, pues la película rehúye a cualquier convencionalismo narrativo y temporal (hay un momento del film en que un personaje pregunta qué hora es y el otro le contesta que no hay hora).

La película es un discurso emocional que involucra toda la obra y conocimientos del artista de su universo más recóndito hacia fuera, es decir, hacia el receptor o espectador de la obra. Hemos de recordar que la figura mítica de Orfeo fue tratada en más ocasiones por Cocteau, llegando a elaborar una trilogía, puesto a que a esta película se le unen La sangre de un poeta (1930) y Orfeo (1952). En el propio final de la película, oímos la voz del propio director hablando sobre algunos de los motivos que le impulsaron a cerrar el mito órfico.

Y digo testamento (lo digo yo y el propio artista en el título de la película) porque la obra está concebida como un repaso a la trayectoria del director francés, en la que se sirve de diferentes alusiones tanto a sus propias obras como a ideología suya o referencias artísticas de diversa procedencia. La película es un sueño y un viaje onírico y surrealista (con un tono muy diferente al que otros directores como Buñuel han plasmado sus visiones en el cine). Se ordena en diversos fragmentos en los que Cocteau mismo aparece interpretándose él mismo.

Como sueño, muchos de los fragmentos no tienen conexión entre ellos, mientras que en otros si podemos ver un hilo, aunque sea ocasiones en los que sea tan vago y lejano como las conexiones que aparecen en los sueños de cualquiera de nosotros. Se pueden destacar sin duda varios momentos del film. Uno de ellos es el tribunal, un momento clave en la película y que resume muy bien la esencia de la película. En ella, nuestro personaje es interrogado por un peculiar tribunal acerca de la relación entre el artista y la humanidad. Cocteau elabora unos preciosos diálogos en los que se recoge su ideología. Cocteau refleja parte de la ideología romántica, poniendo de relieve la figura del artista como un ente capaz de bailar entre dos mundos, aunque el director también afirma que esta posibilidad se vuelve en su contra, moviéndose siempre entre las sombras y la realidad, fijándose en el aspecto creativo más romántico posible. También se destaca la importancia de la obra creada (en la película aparece un personaje que forma parte de una película anterior de Cocteau) que llega a cobrar una dimensión propia en la que el artista ya no puede conseguir ejercer un control absoluto.

Además cuando en este tribunal aparece un profesor de ciencias que había aparecido en la primera parte de la película, se manifiesta la dicotomía entre los dos mundos que parecen irreconciliables. El artista creador y humanista por una parte, y el hombre lógico por otra. Evidentemente la balanza se inclina a favor del poeta, básicamente porque este sí es capaz de ver otras cosas que los demás no pueden.

La película centra su iconografía principal en dos aspectos: El ya citado de las propias autorreferencial del artista por una parte, y por la otra una revisión actualizada de diversos mitos clásicos. ¿Podría ser de hecho, que todo lo que le sucede al protagonista está relacionado con el episodio más mítico de Orfeo, el célebre personaje griego, que desciende a los infiernos en busca de su amada Eurídice? Sin captar muchas de las inclusiones que Cocteau hace a la mitología clásica, no ya los guiños que hace en múltiples ocasiones, como es final en el que aparece Edipo y la Esfinge mencionadas, sino gran parte de la trama principal, la película no se disfruta a un alto nivel. En este sentido, el testamento de Orfeo no es una película digerible para todos, y puede quedarse estancada en muchos estómagos.

Por otra parte, también resultan destacables diversas escenas en las que simplemente se recrea una estética que cautiva por su intrigante atmósfera. El hombre vestido de caballo (que se interpreta a su vez como un símbolo de mal augurio y que así lo reconoce nuestro personaje principal) o las diferentes escenas que suceden en el trayecto final del viaje revelan un trabajo de composición muy planificado (cada personaje tiene un sentido y no hay una posición aleatoria de personajes dentro del espacio en el que actúan).

Por otra parte, personajes ilustres como Picasso, Roger Vadim, Yul Brynner, Charles Aznavour forma parte del reparto, y están escogidos por ser precisamente amigos del director, para poder formar así parte del testamento final de Cocteau.

http://neokunst.wordpress.com/2013/10/03/el-testamento-de-orfeo/
Kyrios
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12 de marzo de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mito de Orfeo sirve como vestido a la propuesta artística personal de un autor talentoso y multidisciplinario. Las aventuras que los protagonistas viven en los mundos paralelos, a los que se accede a través de los espejos, son paseos atribulados por las galerías y tramoyas del imaginario del “Poeta”, cuya filosofía se expresa con lucidez, en virtuosa danza con la del espectador, que aprueba, critica o rechaza, pero jamás fuera del marco estético magistral
Nicolás Damián Visceglio
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7 de abril de 2008
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El testamento de Orfeo es un viaje a otro mundo que es parte de este mundo... es un film surrealista in tremen, el acabado es buenisimo, los efectos son muy ingenuos pero de gran calidad. En si, la historia es muy solida, me recuerda a "Sueños" de Kurosawa (respetando las distancias) pero con el toque artistico característico de Cocteau.
Fran_fran
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20 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le testament d’Orphée (El testamento de Orfeo) es una película de Jean Cocteau realizada en 1959, con música de Georges Auric, Martial Solal y Jacques Météhen, y fotografía de Roland Pontoizeau. Cuando un cineasta gira la mirada hacia atrás, le suele venir a la memoria personajes paradigmáticos que de alguna manera definen la intención del realizador, en este caso, como carta de presentación al testamento anunciado, no puede dejar de citar mediante la retrospectiva por medio del inserto, a tres personajes irremediablemente ligados a la visión orfiana que del mito hace Jean Cocteau: La princesa Muerte (Maria Casares), Heurtebise (Françoise Périer) y Cégeste (Édouard Dermit).

Entre el orden narrativo y el caos atemporal existe la rebeldía de Cocteau que toma a su antojo la utilización del espacio-tiempo como elemento necesario para contar, idealizar o redimir a personajes introducidos en la historia órfica que justifican sus apariciones para dar credibilidad a la narrativa cinematográfica del director como es el caso del Profesor (Henri Crémieux), el Interno (Daniel Gélin) y el colegial Dargelos (Jean-Pierre Léaud), tres personajes interconectados en el tiempo sobre los que se reflejan algunas de las acciones del poeta para alcanzar un estado actualizado y contemporáneo de sí mismo con todas las consecuencias dejándonos a las puertas de lo que significarían los movimientos culturales en los años 60.

Como en sus anteriores films órficos Cocteau, a pesar de su divulgada rebeldía atemporal, procura mantener una estructura narrativa interna aglutinando recordadas escenas iniciales tocando temas como el sobresalto ante lo inanimado cobrando vida en La sangre de un poeta, los sucesivos decesos en Orfeo, y la recuperación del poeta después de haberle visitado la muerte en la película que nos ocupa, llevándonos a un segundo estadio, tratado por igual en las tres películas como la comunicación del tránsito y la inmortalidad con experiencias oníricas, junto al sacrificio para alcanzar el objetivo deseado, y la visión que sobre el presente y el futuro hace el cineasta sin tener la más mínima preocupación por la cronología y el orden temporal. Para finalizar este recorrido órfico, Cocteau trata con el juego y la muerte en La sangre de un poeta, el acto de envejecer por medio de los espejos en Orfeo y el transito surrealista que le lleva desde la condena a vivir impuesta hasta la virtual acción de Cégeste en un acto de recuperación en El Testamento de Orfeo.

No podemos dejar de citar las intervenciones de los amigos del cineasta que, excepto la aparición de Yul Brynner como ujier del inframundo, o Jean Marais como Edipo, entre otros personajes, las demás apariciones, a modo de brevísimos cameos presenciales como Luis Miguel Dominguín, Pablo Picasso, Jacqueline Roque, Françoise Sagan, Dora Mar, o Lucía Bosé, entre un amplio elenco de secundarios, no pasan de tener una acción simbólica en lo que podría ser una procesión adornada con la dolorosa saeta, el tétrico redoblar de los tambores en la muerte y resurrección del poeta velado por nobles nómadas entre ruinas arquitectónicas que no van más allá de simbolizar el paso del tiempo influenciado por la destrucción proveniente de la acción humana junto al poder devastador de la naturaleza reflejando a la perfección el significado último que el realizador ejemplifica como su propio devenir durante su vida creativa dejándonos para la posteridad quien, para él, es el verdadero protagonista de su película; a los demás, siempre nos quedará una trilogía órfica atrevida en el concepto, admirable en la realización, y atemporal en el mensaje del poeta Jean Cocteau.
avanti
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