1980: El Rey y el Ruiseñor (Le roi et l’oiseau)

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Le roi et l'oiseauamazon

Paul Grimault.
EL REY Y EL RUISEÑOR (LE ROI ET L’OISEAU).
10/10 – EL OLIMPO

Categoría: Película.
Guion: Jacques Prévert y Paul Grimault.
Año: 1980.
País: Francia.
Género: Aventura, Fantasía.
Técnica: 2D.
Estudio: Les Gémeaux, Les Films Paul Grimault.
Idioma: Francés.
Característica: Imaginativo, Amor, Autoritarismo, Robots, Poético, Steampunk.
Duración: 1h 23min.
Clasificación por edades: Todas las edades.
Streaming: Filmin.

En la historia de la animación abundan los proyectos de largometraje descartados en la fase de desarrollo -le pasa hasta a la todopoderosa Disney-, abandonados por falta de financiación o, peor aún, comercializados inacabados sin el consentimiento de sus autores. De este último caso existe un ejemplo paradigmático: El ladrón de Bagdad (1993), dirigida por Richard Williams pero cuya versión conocida no autorizó. La de Le roi et l’oiseau, en cambio, es una historia con final feliz, tanto como el bello desenlace del film en cuestión. Eso sí, hubo que superar numerosos obstáculos, igual que en las mejores películas de aventuras.

En 1936, Paul Grimault fundó el estudio de animación Les Gémeaux junto a su mejor amigo, André Sarrut. Tras unos primeros años dedicados al ámbito publicitario, produjo cortometrajes de ficción del primero, entre ellos el premiado Le Petit Soldat (1947), creado con la colaboración del poeta Jacques Prévert. Esa obra mostró la posibilidad de realizar una animación francesa que no copiara el modelo de Disney y, además, que estuviese impregnada de una sensibilidad poética con atractivo para público de todas las edades.

Poco antes del estreno del corto en cuestión, sus dos artífices, Grimault y Prévert, con la complicidad de Sarrut y de varios inversores, emprendieron la creación de un largometraje, que debía ser el primero de Francia. La afirmación es, sin embargo, inexacta, porque existe el precedente de El cuento del zorro (1930), dirigida por el maestro ruso Wladyslaw Starewic junto a su hija Irene Starewicz. Sí podía ser en cambio el primero realizado con dibujo a mano, pues el de los Starewic fue animado con stop motion. Misma técnica empleada por el segundo largometraje francés, Alice au pays des merveilles (1949), dirigido por Lou Bunin, Dallas Bower y Marc Maurette.

El proyecto se alargó tanto que ni siquiera consiguió ser el primero de animación con acetados de Francia, dado que se le adelantó el hoy relativamente olvidado Pepito el valiente (1950), dirigido por Jean Image. Y ahí comienzan los problemas de esta producción. Por lo visto, Paul Grimault era tan exigente y perfeccionista con el equipo de animadores que el presupuesto, ya de por sí considerable para una película de animación europea, se disparó. Además, el plazo impuesto por los inversores, no más de tres años, había sido ya superado.

Llegados a este punto hay versiones contradictorias. Hay quien asegura que el perfeccionismo de Grimault hacía inviable su finalización -podía llegar a desechar un año de trabajo, según afirmó el dibujante Pierre Nicolas-, de ahí que fuera apartado del estudio en 1950 por su socio, Sarrut, quien trató de comercializarlo en 1953 con tal de evitar su bancarrota. Para otros, fue una traición de Sarrut, al que no le importó estrenar una versión inacabada a pesar de la oposición de Grimault y Prévert. Es posible que la verdad esté en un punto intermedio.

La cuestión es que en 1953 llegó a las salas francesas una película titulada La Bergère et le Ramoneur (La pastora y el deshollinador), cuya duración de 63 minutos ya parecía anunciar que se trataba de un proyecto inacabado. Otra cosa es que, a pesar de que Paul Grimault no supervisó el montaje final ni la conclusión de varias escenas, el material existente fuese de tal calidad que se presentó con el aval del Gran Premio del jurado del Festival de Venecia de 1952. Más de un millón de espectadores acudieron a verla, cifra estimable pero insuficiente para recuperar los costes. Les Gémeaux tuvo que cerrar.

En 1967, Grimault compra los derechos del negativo pero, para su disgusto, comprueba que la mayor parte de su trabajo se ha perdido. “Nadie sabe qué fue de los dibujos, los celuloides, los trescientos y algo decorados, los planos suprimidos durante el montaje, las grabaciones de imagen y sonido que me hubieran permitido restablecer la versión original”, escribió en su libro Traits de mémoire (1991). Si quería recuperar el film tal y como lo concibió, debía rehacer numerosas escenas, es decir, encontrar financiación.

Le costó encontrarla: solo lo logró a mediados de los 70. Retomó la colaboración con Jacques Prévert, pero el poeta murió poco después tras un largo periodo de enfermedad. Al menos, según afirmó Grimault, fue él quien pensó entonces su asombroso final. De La Bergère et le Ramoneur pudo rescatar 40 minutos. Los otros 43 fueron creados en esta segunda parte de la producción. Por suerte, el director recordaba la paleta de colores empleada originalmente, así que evitó fallos de continuidad. Eso sí, hubo que contar con otros actores para las interpretaciones de voz y hasta con nuevos animadores. Al menos sirvió como escuela para destacados artistas de la animación francesa, como Jacques Colombat, Philippe Leclerc y Jean-François Laguionie.

En 1979 estuvo finalmente terminada la versión que nos ocupa, una obra maestra titulada Le roi et l’oiseau (el rey y el pájaro) para evitar confusiones con la de 1952. Antes de su llegada a las salas, obtuvo el primero de sus reconocimientos: el premio Louis-Delluc al mejor film francés del año, único de animación que lo ha logrado. Gracias a sus múltiples reestrenos durante décadas, ha superado los dos millones de espectadores en Francia, así que, definitivamente, la de este proyecto es una historia con final feliz. En el resto del mundo no es tan popular, pero tiene asegurado su estatus de clásico del cine universal, así que es constantemente descubierto por cinéfilos, sean o no aficionados a la animación.

Lo que logró Paul Grimault tras las dos fases del proyecto es una de las obras cumbre del cine, de modo que, por supuesto, es uno de los hitos de la animación. La riqueza de su estética, que impresiona aún hoy, la poética de su argumento -gracias, en parte, a la participación de Jacques Prévert-, la maestría con la que está narrada y el virtuosismo de la animación convierten esta cinta en una de las más personales adaptaciones de un relato de Hans Christian Andersen. Es una película de atractivo intergeneracional que, no obstante, por sus cuestiones sociales y políticas, como la crítica del totalitarismo, será mejor apreciada por espectadores adultos.

Jordi Sánchez-Navarro, en su excelente libro La imaginación tangible (2020), incluye Le roi et l’oiseau en su lista de 50 películas esenciales de la historia de la animación. Del film escribe: “cuenta con un portentoso diseño escenográfico, con formas arquitectónicas barroquizantes -que en algunos momentos evocan los espacios imposibles de la obra de Escher y en otros las Carceri d’invenzione de Piranesi-, perspectivas que remiten a la obra de Giorgio de Chirico, elementos maquinales que se dirían heredados de la tradición de los autómatas del siglo XVIII y hasta un juliovernesco robot gigante precursor del steampunk, que en 1980 estaba por llegar”.

Ese es uno de los muchos aciertos de esta obra en la que maravilla casi cada aspecto. El diseño de los personajes, de los caricaturescos (el rey y el pájaro a los que alude el título) o a los preciosistas (la romántica pareja la pastora y el deshollinador); los muchos ingenios con los que el déspota monarca se mueve por sus posesiones y las controla, incluyendo multitud de trampillas y tronos móviles; la animación de índole casi prodigiosa… Además, abundan las ideas brillantes, como el peculiar baile de uno de los súbditos para evitar caer por una trampilla, los fuegos artificiales que dibujan el rostro del rey o, por supuesto, su poético desenlace.

Por otra parte, quizá fuese por su concepción a lo largo de más de tres décadas, pero la película posee una rara cualidad atemporal. Desarrolla una estética retro-futurista que, sin saberlo, dificultaría fechar su creación. Quizá también por eso le está sentando tan bien el paso del tiempo y no ha envejecido nada. Lo mismo ocurre con su banda sonora, que combina pasajes de vanguardia con fragmentos percusivos que remiten a los orígenes de la música.

Finalmente, Le roi et l’oiseau es clave porque contribuyó decisivamente a crear un camino personal para una de las más interesantes escenas de animación contemporáneas, la francesa. Si Kirikú y la bruja (1998) fue determinante, sobre todo, para su proliferación industrial, la que nos ocupa fue capital en su desarrollo artístico. Es posible, por ejemplo, que la idea de los diseños idénticos para los personajes que realizan la misma función -aquí los policías- inspirara a Sylvain Chomet para los guardaespaldas de Bienvenidos a Belleville (2003).

Claro que la influencia de esta obra va mucho más allá del cine de animación francés. Isao Takahata aseguró haber elegido la profesión de animador tras ver la cinta de Grimault -en su versión titulada La Bergère et le Ramoneur, todo sea dicho-. Studio Ghibli inauguró su prestigiosa colección Ghibli Museum Library con esta película -ya en su versión final-. Si seguimos con el estudio japonés, no es muy aventurado afirmar que los robots de Hayao Miyazaki en El castillo en el cielo (1986) pudieron inspirarse en el robot de Grimault. Hasta es posible que el autómata inspirase también al de Brad Bird en El gigante de hierro (1999).

Reseña Panorama
Puntuación
10
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2 Comentarios

  1. Una maravilla, un verdadero disfrute para una niña de casi 6 años y para su abuela de casi 68. Qué divertido ver al ridículo reyezuelo déspota, qué deliciosa la historia de la pastora y el deshollinador.Los animales, soberbios y la escenografía que tanto recuerda, en efecto, a De Chirico, magnífica. La película es una joya!

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