La vida vale más (1965), de Sydney Pollack

Un universitario trabaja como voluntario en un teléfono de ayuda a personas con problemas. Una noche llama una mujer diciendo que acaba de tomarse un puñado de pastillas porque desea morir. A partir de ese momento, Alan tendrá que hablar con ella y escuchar la triste historia que la ha empujado al suicidio, al tiempo que la policía intenta rastrear la llamada.

Debut en cine de Sydney Pollack tras una breve y más que correcta carrera en televisión, en la que dirigió a dos de las grandes estrellas del momento, Sidney Poitier y Anne Bancroft (que entonces ya habían hecho él Fugitivos y Los lirios del valle y ella El milagro de Anna Sullivan y Siete mujeres). El reto interpretativo al que se enfrentan es sensacional, pues cada uno está a un lado del teléfono sin compartir una sola escena en la pantalla y, sin embargo, la intimidad a la que llegan es total, uniéndoles el deseo de ella de morir y el de él de salvarle la vida. Así es cómo este drama sobre el suicidio está narrado en clave de thriller, pues al tiempo que Alan intenta mantenerla en línea como sea, ella irá contando los acontecimientos de los últimos días mientras, a contrarreloj, tratan de localizarla.

Sorprende muchísimo, al empezar la película, ver que en la sede de esa especie de teléfono para la esperanza hay un cartel que dice “Cada dos minutos un americano intenta suicidarse”. Y es que esa pandemia lleva hundiendo sus garras generación tras generación en el mundo occidental. Por eso el film, con su blanco y negro expresionista y televisivo, a lo Stanley Kramer, y su puesta en escena teatral y en ocasiones minimalista, sigue siendo poderosamente actual, porque lo que cuenta -la desesperación, el temor ante la muerte y el deseo de salvar cualquier vida- son temas universales, que no responden a ninguna moda pasajera.

Se trata de una película espléndida que llama poderosamente la atención y que, lejos de ser pesimista y oscura, abre una puerta a la esperanza.