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La vida interior de Martin Frost

La vida interior de Martin Frost

The Inner Life of Martin Frost
  • Público apropiado: Adultos
  • Valoración moral: Con inconvenientes
  • Año: 2008
  • Dirección: Paul Auster
Dirección: Paul Auster
Intérpretes: David Thewlis, Irène Jacob, Michael Imperioli, Sophie Auster.
Guión: Paul Auster
Música: Laurent Petitgand
Fotografía: Christophe Beaucarne
Distribuye en Cine: Altafilms
Duración: 94 min.
Género: Drama

La musa 

    Esta película de Paul Auster recuerda a los esbozos y borradores de los grandes maestros, o a los escritos inéditos, inacabados, del novelista, que se publican de modo póstumo. Rara vez presentan la genialidad de las grandes realizaciones –piénsese en las muchas obras póstumas que le han salido a J.R.R. Tolkien, el autor de “El Señor de los Anillos”–, y es lógico, pues por alguna razón su autor no las había entregado para su publicación. 

    La vida interior de Martin Frost nace de la novela de Paul Auster “El libro de las ilusiones”. Allí el protagonista descubría las películas geniales de Hector Mann, un cineasta cómico de la época muda; a medida que investigaba en su obra, llegaba a conocer una película que se distanciaba mucho en tono del resto de su producción, “La vida interior de Martin Frost”. Y es esta película imaginaria la que Auster se ha propuesto convertir en realidad fílmica. 

    Estamos ante una película pequeña, con tan sólo cuatro personajes. Martin Frost (David Thewlis) acaba de publicar su última novela, y como es su costumbre, ha decidido retirarse al campo, lejos del mundanal ruido. Le ha prestado su casa un matrimonio amigo, y allí espera encontrar paz y tranquilidad. Pero una mañana se despierta con una mujer en su cama. 

    La sorpresa de ambos es mayúscula. La desconocida se presenta como Claire (Irène Jacob), sobrina de los dueños del lugar, que tenía llaves de la casa y que ignoraba que hubiera un invitado. Martin se siente molesto, pero ella le asegura que no le molestará; ella está escribiendo su tesis en filosofía sobre Berkeley, y también necesita aislamiento y concentración. Así que comienza la convivencia, que termina en pasión amorosa. El misterio surge cuando una llamada telefónica revela que Claire no es quien dice ser. 

    Quiere ser ésta una exploración sobre la inspiración y la creación artísticas, y los sacrificios que conllevan. Hay detalles bonitos sobre el afecto manifestado en cosas pequeñas, la delicia de una vida sencilla y hasta cierto punto, contemplativa, y las consecuencias del amor. 

    La intencionalidad simbólica permite variadas lecturas, se puede sacar punta a lo que ven nuestros ojos. La declaración de que es más importante el amor que la obra de arte –ésta debería ser de algún modo una declaración de amor, o no sería tal obra de arte– es valiente, más en un artista reconocido como Auster. 

    Pero dicho esto, el film no deja de transmitir la sensación de un trabajo menor, donde su autor da vueltas sin avanzar a lo que ha dicho y hecho otras veces. Es como si ante una casa ya existente hubiera decidido remozar el tejado, o pintar las paredes de los pasillos. Hay buenos hallazgos, como la imagen de la rueda. 

    Y la idea de “la musa encarnada”, con la que son tocados los aspirantes a escritores, propicia también la entrada en escena de los personajes de Michael Imperioli (un fontanero, que escribe en sus ratos libres novelas horribles, y que tiene cierta conexión con el personaje de Harvey Keitel en Smoke, como el de Thewlis la tiene con el de William Hurt en ese mismo film) y Sophie Auster. 

    La presencia de la hija del director es algo caprichosa, parece que nos haya querido mostrar lo guapa que es y lo bien que canta. Recuerda a la decisión de Francis Ford Coppola de fichar para El padrino III a su hija Sofia, algo que le valió la acusación de nepotismo, y que frenó algo la carrera cinematográfica de Sofia Coppola, ahora sí, definitivamente catapultada. Esperemos que no le pase lo mismo a Sophie. (decine21 / almudí)