LA FUNCIÓN POR HACER: El arte y la vida

O la vida y el arte, porque en La función por hacer ambas se confunden, se mezclan, cuesta distinguirlas y la amalgama que de unirlas sale da como resultado una obra que 10 años después de concebirse, y de empezar a representarse, sigue funcionando y provocando escalofríos en quienes asisten a ella desde el patio de butacas.

La función por hacer es una versión libre de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, escrita por Miguel del Arco, también director de la función, junto con Aitor Tejada.

Cuando la obra da comienzo, dos personajes entran en escena. Una pareja, un chico y una chica, que disfruta de su recién estrenado amor con pasión y lujuria, y entre una y otra un caballete los espera para que él descubra el cuadro que ha hecho con ella como inspiración para el mismo.

Pero en medio de tantos besos y tantas dulces palabras llega el colapso: el cuadro no es, ni remotamente, lo que ella habría esperado encontrar en él, y primero llegan las palabras amables que ocultan el desengaño, para después emerger el torrente de estupefacción y desagrado que ebulle bajo la cortesía.

Y en esas está la pareja, a punto de pasar a las manos, cuando otros gritos hacen callar a los suyos. Cuatro personajes, uno de ellos con un bebé en brazos, acechan desde el patio de butacas. Uno de ellos pregunta por el autor de la obra que acaban de detener, y lo hace para que sea él quien les dé voz, porque necesitan que su historia sea contada, que por cierto, y a criterio de quien lo pide, asegura que es mucho más interesante que la que estaba teniendo lugar hasta entonces en el escenario.

Atónita, la pareja les pide a todos que se marchen, que les dejen seguir, pero los recién llegados insisten en que son personajes reales a los que su autor ha abandonado y que tienen que dar a conocer su historia, así que se la van a contar a ellos para que a su vez, la hagan llegar al público.

Uno de los carteles
Uno de los carteles de LA FUNCIÓN POR HACER

Lo que vemos, como espectadores, desde que llegan los nuevos personajes a la escena, que se moverán por todo el patio de butacas, rompiendo por completo la cuarta pared, es una lucha interna entre dos fuerzas artísticas, la que era y la que ahora es, la que se detiene y la que va cobrando fuerza, la que se representa y la que se vive.

Es apasionante esta reflexión. La del arte frente a la realidad, que a lo mejor no es tal porque si el arte quiere reflejar la realidad, ésta deja de ser real, porque solo sería una representación de la misma aunque nosotros asumamos que es todo lo real que dicha representación permite trasladar al escenario.

Entonces, ¿qué es más real? ¿Lo que sabemos que es real o lo que dejó de ser real porque ya pasó pero que, al no querer que se olvide, se recuerda continuamente por medio del acercamiento más real posible a esa realidad?

Lo que es real está claro que solo es una cosa: lo que ocurre una primera vez. Pero  si se olvida tal y como fue dejará de serlo, podrá ser tan real como mentira, nadie podrá probar ni una ni otra.

También es importantísima la idea que plantea la obra, a nivel actoral, de hasta qué punto se es justo con algo si la representación no es exacta. Este detalle me fascina. Hay un momento en que la pareja inicial recrea otro especialmente sensible en los hechos que la familia que entra pretende exponer.

Ellos cuentan cómo fue y dejan que los actores, en cuyas manos va a estar la historia a partir de ahora, lo representen. Es evidente que en la obra que vemos, tras haber asistido a la narración inicial, en el turno de los actores el tono va a cambiar para marcar la diferencia entre presentación y representación, y quienes han dictado la ruta dejan claro que lo que ven en escena en nada se parece a lo que vivieron.

Lo cuentan de una manera muy divertida porque otra cosa no, pero La función por hacer, a pesar del drama del que nos va a hacer partícipes, está llena de humor, negro y blanco, y este momento es uno de esos con los que vamos a reírnos. Pero en medio de tanta corrección de quienes no se ven reflejados en lo que acaba de ocurrir en las tablas, uno se pregunta, como espectador, hasta qué punto llega a ver en otras obras la realidad de lo que el arte pretende transmitir sin que el autor, a veces incluso fallecido, pueda corregir absolutamente nada.

Cartel de LA FUNCIÓN POR HACER
Cartel de LA FUNCIÓN POR HACER

La función por hacer es una de las maravillas que nos ha presentado, a lo largo de estos 10 años, el teatro Pavón Kamikaze de Madrid. Comenzó su andadura en el hall del Lara, como ya le ocurriera a La Llamada, de los Javis. Y de ahí al estrellato más absoluto, a la leyenda, a la que los 7 premios Max han contribuido con creces a crear.

La función por hacer es una de las joyas del Kamikaze, teatro que a pesar de sus dificultades se ha convertido en un referente de la calidad en su programación. Han conseguido que cualquier obra, y cuando digo cualquier obra me refiero exactamente a todas las que se representan tras su taquilla, sean excepcionales. Y para muestras recientes sus soberbios montajes de Jauría y Port Arthur.

Ahora, el reparto original de La función por hacer se reúne de nuevo para celebrar que el texto sigue funcionando como el primer día, para dejar claro que si hoy es absorbente y fascinante, hace una década debió ser apoteósico. Debió romper moldes y conseguir que su título se asociara con un antes y un después en la historia del teatro.

Israel Elejalde, el intérprete que reclama a un autor y que luego llevará gran parte del peso de la obra, está exultante. El momento en el que explica por qué un personaje es más real que una persona es tan apabullante que uno desde su butaca también le da razón.

Tiene todo el sentido, aunque nos duela, porque un espectador que escucha y reflexiona, y por lo tanto evoluciona, no es tan distinto de un actor que interpreta previa escucha y reflexión. Y también evolución. En ese caso el actor, y por el efecto de la rotura de la cuarta pared, el espectador, son lo mismo, y el personaje les habla a ambos, y les pregunta a los dos, aunque solo pueda contestar el actor.

Teresa Hurtado de Ory nos estremece con su relato, con esa construcción de mujer que aspira a todo y que no puede tener nada, de mujer enamorada y feliz a escondidas que lucha en vano por lo que considera suyo y que sabe que no lo es. La fuerza de la que hace gala en el escenario pide a gritos más oportunidades para esta intérprete que lleva años siendo espléndida sin que el estrellato, que tanto merece, se lo confirme.

Y Raúl Prieto es un huracán. Su personaje secundario aparece y desaparece pero siempre lo tenemos presente. Es un torbellino de emociones, lo mismo nos hace reír que nos hiela el alma. No se puede estar mejor. Este año lo veremos en la gran pantalla en Madre, la esperada película de Rodrigo Sorogoyen, con quien ya trabajó en Que Dios nos perdone. El cine no debería perderle la pista. El teatro ya lo tiene bien presente, y no es para menos.

La función por hacer es una obra de autor, de autores, pero también lo es de actores. Y de actores excelentes con una capacidad escénica brutal. Y todo junto conforma un espectáculo que por su punto de partida, sus aciertos y sus logros, es un auténtico hito. Aunque ahora baje su telón seguro que vuelve a subirlo en menos de lo que imaginamos. Cuando algo es muy bueno no nos cansamos de verlo. Es más, lo necesitamos.

Silvia García Jerez

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