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La película que ya habló de la cultura de la violación hace 50 años: ‘Not a pretty picture’

La valiente y devastadora ópera prima de Martha Coolidge basada en su violación sigue tan vigente como entonces. La distribuidora Atalante acaba de reestrenarla en los cines españoles

Not a Pretty Picture’
Un fotograma de 'Not a pretty picture'.JANUS FILMS

“Basada en sucesos ocurridos en la vida de la directora. La actriz que hace de Martha también fue violada en el instituto. Los nombres y los lugares se han cambiado”, se explica al comienzo de Not a Pretty Picture (1976), la valiente y demoledora ópera prima de la cineasta estadounidense Martha Coolidge (directora de la comedia romántica de culto La chica del valle o de capítulos de populares series americanas como Sexo en Nueva York o CSI: Las Vegas), restaurada en 2022 por la Academy Film Archive y la Film Foundation, seleccionada por la también directora Céline Sciamma para la sección Retrospectiva de la Berlinale de 2023, y que ahora la distribuidora Atalante acaba de reestrenar en los cines españoles.

En 1962, cuando era una estudiante de internado de 16 años, Martha Coolidge, a quien la crítica de cine Elsa Fernández-Santos entrevistó recientemente para este periódico, fue violada por un compañero de clase mayor que ella que la invitó a ir una fiesta junto a otros amigos. Fue ya en la universidad, con 20 años, cuando empezó a ir a terapia y supo identificar que lo que había sufrido era una violación. “No salí con nadie durante dos años. Al año siguiente fui a otro centro. Recuerdo que tuve un par de citas y me las pasé llorando”, dice Coolidge en un momento de la película. 12 años más tarde, aquel hecho daría lugar al que sería su primer largometraje, una mezcla de ficción y documental en el que la directora se enfrenta, analiza y reflexiona acerca de esta agresión sexual vivida en carne propia y trata de recrear las circunstancias en las que se desarrolló con un grupo de actores en un loft de Nueva York.

Fotograma de la película 'Not a pretty picture'.
Fotograma de la película 'Not a pretty picture'.JANUS FILMS

Casi 50 años después de su estreno, Not a Pretty Picture no solo sigue siendo una película pionera en la representación cinematográfica de la cultura del abuso y la violación y el sentido del consentimiento (que también), sino una obra que dialoga de forma asombra y escalofriante con el presente. ¿Soy yo la que me metí en esa situación? ¿De alguna manera provoqué que me violaran? ¿Tengo parte de responsabilidad en lo que sucedió? ¿Haber tenido ciertas fantasías me hace culpable? ¿Podría haberlo evitado? ¿Quizá la intención del tío no era hacerme daño y yo hice algo que llevó a ello? ¿Cuáles han sido las consecuencias de lo que pasó? ¿Por qué me ha pasado esto? Estas son algunas preguntas que se plantean en las conversaciones entre la directora y los dos protagonistas –Michele Manenti, quien también sufrió una violación cuando era adolescente y Jim Carrington, quien trata de entender y por momentos justificar el comportamiento de su personaje– y que probablemente se siguen planteando en la actualidad muchas otras víctimas de violencia sexual.

En el loft neoyorquino donde se recrea la violación, Coolidge crea el espacio para la puesta en escena de los hechos desde la reflexión y el debate con el reparto de la película, dando voz y libertad a los diferentes puntos de vista de los actores y los personajes que interpretan. “Se me ocurre que, igual que me presté voluntariamente a esta película, igual de voluntariamente me busqué que un hombre abusara de mí de esta manera”, empieza revelando Manenti cuando trata de explicar a Coolidge su motivación para hacer la película. “La única pregunta que creo que podrías hacerte es si podrías haber hecho algo para evitarlo”, dice Carrington pensando que de ese modo las ayuda, o: “Sé de muchos casos, de cuando estaba en la universidad, en los que a una mujer técnicamente la violaban porque no estaba dando su consentimiento. Se suponía que era algo mutuo, pero… Y no había necesariamente mala intención por parte del tío, era solo que en ese momento lo necesitaba y creía que lo que hacía estaba bien”. Es en esa conversación que surge entre ellos a lo largo de la película donde reside uno de sus aspectos más interesantes, lo que termina convirtiéndose en un revelador espejo de lo que somos como sociedad, de la turbadora dinámica de poder inherente a la violencia sexual, de cómo nos enfrentamos a los abusos en función del lugar desde el que los vivimos.

Martha Coolidge en 1991.
Martha Coolidge en 1991.Everett Collection / CORDON PRESS

La eterna culpabilización de la víctima, la dificultad de entender el porqué de un abuso, de convivir con ello a pesar de haber pasado página, cómo se ha construido socialmente ese sentimiento de culpa y vergüenza, la falsa imagen del agresor sexual, cómo a menudo el agresor es alguien normal y corriente, aparentemente inofensivo, del entorno y de la confianza de la víctima, que puede tener varias caras en función del contexto y de quienes estén a su lado, la distancia entre la fantasía y la realidad, entre los marcos en los que sucede un hecho imaginado y otro real, el sentido de consentir, lo arraigada y extendida que está la cultura de violación en la sociedad, el silencio cómplice de los que saben y deciden mirar para otro lado. Todo eso se refleja en una película en la que la violencia emerge de frases que siguen estando hoy tan normalizadas como “¿Qué haces aquí si no quieres besarme?” y que a ojos de muchos trasladan la responsabilidad del abuso a la víctima.

“Y aquí estoy, con 28 años y medio, y nunca he tenido una relación seria con un hombre. A veces me pregunto… Quizá sea para protegerme. En parte puede ser por protección. Es decir, creo que haría falta algo increíble, algo especial, que seguramente no exista, para que pudiera confiarme, porque… Porque me da mucho miedo”, termina confesando Martha Coolidge en una desgarradora secuencia. Y es posiblemente ahí donde esté lo más desolador de la película, en ver cómo un abuso o una violación marca para siempre la vida de la víctima (aunque consiga “pasar página”, hay una herida y un miedo que no se va), en la constatación de que a pesar del paso del tiempo las cosas no han cambiado tanto como a veces pueda parecer, que a pesar de los necesarios avances logrados seguimos sin tener respuestas suficientes para hacer frente a la cultura de la violación.

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