La condesa Tardowska, una mujer fatal por quien los hombres morían... y mataban - Archivo ABC
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La condesa Tardowska, una mujer fatal por quien los hombres morían... y mataban

Fue condenada por instigar a uno de sus amantes a asesinar a otro de ellos con la complicidad de un tercero

La condesa María Tarnowska+ info
La condesa María Tarnowska
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Bella, distinguida y coqueta, la condesa Tarnowska había mandado que le hicieran un elegante vestido Imperio, negro y guarnecido de encajes blancos, para presentarse ante el Jurado de Venecia. Acaparar las miradas era un arma que siempre le había funcionado para lograr sus propósitos. En esta ocasión, sin embargo, tuvo que plegarse a las peticiones de sus abogados defensores y presentarse ante los jueces vestida con sencillez. Debía contrarrestar esa imagen de «mujer fatal» de sádicos gustos sexuales, seductora y manipuladora, si quería librarse de la cárcel.

A María Nikolaevna O'Rourke, condesa de Tarnowska, se le acusaba de haber instigado a uno de sus amantes, Nicolás Naumoff, a asesinar a otro de ellos, el conde Kamarowsky, con la complicidad de un tercero con quien también mantenía relaciones, el abogado ruso Prilukoff, y con la colaboración de su fiel doncella, Emma Perrier.

El conde Kamarowsky+ info
El conde Kamarowsky

No había prueba alguna de que ella estuviera detrás de aquel asesinato. Solo las declaraciones de Naumoff y Prilukoff... y un turbio pasado que ABC resumía así el 6 de marzo de 1910: «Casada a los diecisiete años con el conde Tarnowska, siembra a su alrededor constantemente, como si la acompañase un hado fatídico, la pasión y el luto. Su cuñado se enamoró de ella y, comprendiendo lo imposible de su amor, se suicidó; un conde Tolstoi rompió por ella un brillante porvenir; el conde Stael murió en duelo; el conde Borjensky murió a manos del marido burlado, quien se decidió después a pedir el divorcio. La condesa eligió entonces por abogado a Prilukoff, que, sugestionado por la belleza de su nueva cliente, abandonó por ella a su mujer y a sus hijos. Ya entonces era amante de la Tarnowska el conde Kamarowski, en casa del cual la conoció Naumoff, que la llamaba confidencialmente "su sirena de ojos verdes"».

Durante un año, «la bella eslava sostenía con normalidad el trato con sus tres amigos. Prilukoff habitaba en los mismos hoteles que la Tarnowska y Kamarowsky, y Naumoff, a quien se hacía creer en los celos violentos del principal protector, seguía a su amada, cambiando de hoteles y de nombre de vez en cuando», según las crónicas.

Hasta el 3 de septiembre de 1907, día del crimen. El conde Kamarowsky se encontraba en su residencia en Venecia cuando vio a Naumoff, a quien creía su amigo, y se dirigió a saludarle. «Sin decir nada me disparó seis tiros de revólver, de algunos de los que pude librarme cubriéndome con el brazo izquierdo y huyendo. En mi alcoba caí en el suelo y Naumoff se echó sobre mí», narró la víctima a su médico antes de morir.

«Querido, ¿por qué me quieres matar, qué te he hecho?», le preguntó extrañado Kamarovsky a Naumoff, quien respondió: «No os debéis casar con la condesa Tarnowska».

«Está bien -le replicó el conde- pero no piensas en que tengo un hijo de ocho años, que no tiene madre y le vas a privar del padre». Entonces, según la declaración del médico ante los jueces, Naumoff rompió a llorar y le pidió perdón. Éste le dijo: «Querido, qué haces? ¡Huye! Envíame un médico!».

El abogado Prilukoff+ info
El abogado Prilukoff

La condesa Tarnowska había impulsado a Naumoff a matar al conde con la promesa de casarse con él, pero su plan era otro, según Prilukow. A él le había hecho la misma promesa, instándole a seguir a Naumoff para delatarle en el momento de cometer el crimen. «No debo ocultar que varias veces estuve decidido a matar por mi propia mano a Kamarowsky. Tan irresistible influjo ejercía sobre mí la condesa», admitió el abogado, que detalló en su declaración las extrañas fantasías que le gustaba practicar a la Tarnowska.

Tatuajes y dolor

Se complacía en estrujar entre sus dedos los cigarrillos encendidos y tanto a Prilukowcomo a Naumow les hacía una especie de tatuaje en los brazos, bordándoles con un alfiler sus iniciales en la piel y vertiendo sobre las heridas agua de Colonia. «Yo no sé—declaró Prilukow—si lo hacía por desinfectar las picaduras ó por aumentar el dolor. Algunas veces me dijo que le producía placer inmenso el verme sufrir».

En los periódicos, se decía que quienes habían conocido y tratado a la procesada reconocían, como era evidente, «la versatilidad de su corazón», pero no alcanzaban a comprender qué ganaba ella con el crimen puesto que Kamarowsky le había prometido dejarle su fortuna y, a la vista de sus idas y venidas y sus amantes, la libertad que gozaba viviendo con él era absoluta. Hasta que se supo que la víctima había firmado un cuantioso seguro a favor de la condesa pocos días antes del crimen y había insistido en que el dinero se pagara igual aun cuando la muerte del conde fuera violenta.

Seducido por la promesa de casarse con ella y obedeciendo ciegamente sus instrucciones, Prilukoff contrató a dos detectives para que siguieran paso a paso a Naumoff hasta el momento del crimen y en cuanto éste se llevó a cabo se apresuró a telegrafiar a la condesa. Después, según dijo sin cuidarse de Naumoff, huyó a Viena, donde fue detenido.

Tarnowska no emprendió el viaje a Venecia en cuanto le comunicaron la muerte de Kamarowsky, sino que fingió ignorar todo lo sucedido y dirigió un telegrama al propio Kamarowsky, según ella misma reconoció en el juicio, que se celebró tres años después de los hechos.

Durante este tiempo, la condesa estuvo recluida de forma provisional en la cárcel de la Gindecca, en Venecia, en una celda de pago, donde gozaba de toda la libertad posible, menos la de salir y recibir. «Su padre, o su marido, esto se ignora, la envía todos los meses la respetable cantidad de 700 francos. Una pequeña parte de este dinero lo invierte en su mantenimiento y en el pago de la celda; el resto lo emplea en satisfacer sus refinamientos de mujer elegante coqueta: ropas blancas, finas y recamadas, perfumería—ella no gasta menos de 100 francos al mes en este capricho— y libros y revistas. Todos los días recibe por correo los grandes periódicos mundanos de Francia, de Italia, de Rusia, de Inglaterra, y libros de los autores modernos más en moda. María Tarnowska consagra a la lectura y a escribir su correspondencia todo el tiempo que la dejan libre los minuciosos cuidados de su toilette, tan completa como refinada», describía este periódico.

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El 14 de marzo de 1910, la condesa declaró por fin en el juicio y sus palabras, que eran esperadas con gran interés, no defraudaron. La procesada, que comenzó hablando «muy despacio, pálida y con aparente acento de sinceridad», hizo un minucioso repaso de su vida desde su matrimonio, apenas terminados sus estudios, a pesar de la oposición de las dos familias al enlace. Contó cómo recién casada su marido la llevó por balnearios y grandes capitales, donde los hombres la cortejaban sin que a su marido le preocupara. Que éste, llevaba una vida licenciosa y desordenada, que no detuvo ni con el nacimiento de sus dos hijos y que terminaron separándose. Afirmó que jamás excitó los celos entre sus amantes y rechazó que algunos se hubieran suicidado por no ver correspondido su amor por ella.

La condesa Tarnowska acusó a Prilukoff de haber sido el verdadero instigador del asesinato de Kamarovsky, pero en el careo con Naumoff éste mantuvo con firmeza que había sido ella quien le había inducido a cometer el crimen y que para tal fin le había dado instrucciones concretas y un plano de la casa que habitaba Kamarowsky en Venecia.

La sentencia que puso fin al asunto Kamarowsky condenó a la condesa Tarnowska a ocho años y cuatro meses de reclusión, a Nicolás Naumoff, a ocho años y un mes de cárcel, y a Prilukow, a diez años de prisión. El día en que fue publicado el fallo en Venecia, «la Tarnowska exclamó al pasar cerca de Naumoff:

—Nicolás; ¿me perdonará alguna vez el mal que le hice?

Y Nicolás Naumoff repuso.

—Yo la perdono de buen grado, María; ¿pero usted hará lo mismo conmigo, porque declaré toda la verdad?»

Los carabinieri pusieron rápidamente fin a esta escena antes de que la condesa pudiese hablarle de nuevo a Naumoff, pero minutos después, cuando Naumoff pasó por delante de los calabozos donde había sido conducida María Tarnowska, ésta reconocidó su voz y, mostrando su mano por entre la reja, le dijo: «Nicolás, ¿quiere usted besar mi mano en señal de recíproco perdón?».

Y Naumoff «se precipitó sobre la pequeña mano blanca y depositó en ella un largo beso», antes de salir del Palacio de Justicia, «abatido por sus propios remordimientos», según las crónicas de la época. La condesa mantenía intacta su fascinadora influencia.

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