Black Box (2021), de Yann Gozlan

Cuando un avión se estrella en los Alpes, en la alta Saboya, con más de trescientas personas a bordo, la BEA (Oficina de Investigación y Análisis para la Seguridad de la Aviación Civil) entra en ebullición y empieza a indagar sobre los hechos. Mathieu Vasseur es un joven y brillante analista que asumirá el mando de la investigación tras la ausencia de su jefe. Especializado en acústica, Mathieu es un experto en la escucha de las cajas negras y se dedicará al caso en cuerpo y alma. Y pronto detectará algunas anomalías que harán avanzar su investigación.

Notable película francesa dirigida con inmejorable pulso narrativo por Yann Gozlan (El hombre perfecto) y con una intrigante trama sobre la información oculta en las cajas negras de los aviones siniestrados, lo cual es un tema suficientemente original y poco conocido como para suscitar interés. A través del protagonista oímos electricidad estática en las grabaciones, interferencias, sonido ambiente, ruidos extraños del motor, algo que al oído no preparado podría sonar a cuestiones de mínimo interés, pero cuya importancia en la trama muestra el grado de sofisticación al que pueden llegar las audiciones profesionales. Esto hace que la cosa atraiga, más cuando el tono adoptado por Gozlan es propio del thriller, casi como de cine negro, sólo que aquí el investigador de raza es un empleado de una empresa de aviones y no el detective duro o el policía de turno. Aunque al final, vaya, se trata de saber si estamos ante el mismo juego en el que los poderosos o las grandes corporaciones sin escrúpulos pinchan y cortan el bacalao a expensas de la gente de a pie.

Pero Black Box (es totalmente incomprensible que no se haya traducido el título por “Caja negra”) presenta sobre todo a un soberbio personaje principal, un rey de la función que atrapa. Mathieu es un hombre concienzudo y perfeccionista en su trabajo, un cerebrito propenso a obsesionarse en la búsqueda de anomalías en las grabaciones, lo que le lleva, quizá de modo arbitrario, a crear conjeturas y explicaciones a veces conspirativas que son mal vistas por sus jefes. Por supuesto es un trabajador muy competente, eso nadie lo duda, pero con él los límites entre lo que se oye y lo que se cree oír podría desdibujarse. El guión escrito por Nicolas Bouvet-Levrard y el propio Gozlan aprovecha de modo magistral esta faceta del protagonista, de modo que se transmite eficazmente al espectador la ambigüedad sobre su estado mental, sobre si los traumas, la ansiedad y la obsesión han convertido a Mathieu en un hombre fuera de sus cabales.

Quizá el metraje sea algo exagerado, pero narrativamente estamos ante una película modélica (la presentación, el accidente, la desaparición, las sospechas, etc.) que se despliega siempre con interés y que se apoya en una ambientación opresiva, que compagina los tonos azulados, fríos, con un sonido ambiente denso y exagerado, que aprovecha las subjetivas percepciones auditivas del protagonista, un excepcional Pierre Niney (Frantz), que vuelve a trabajar con Gozlan tras la citada El hombre perfecto. El actor francés encarna perfectamente al investigador entregado a su trabajo, agobiado e incomprendido, cuya obsesión ralla en la rareza. Le secundan magníficamente los secundarios Lou de Laâge y los más veteranos André Dussollier y Olivier Rabourdin.