La huella de Pearl Harbor en el imaginario y la cultura estadounidense

La huella de Pearl Harbor en el imaginario y la cultura estadounidense

El ataque japonés a la base de Pearl Harbor en diciembre de 1941 no sólo dejó una huella indeleble en la identidad de los estadounidenses, su trascendencia histórica la convirtió en un tema recurrente en el ámbito de la producción cultural, destacando por encima del resto el mundo del cine 

La huella de Pearl Harbor en el imaginario y la cultura estadounidense (Tomás Moreno)
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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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Cuando el comandante Fuchida ordenó el despliegue de sus aviones para atacar la flota estadounidense atracada en Pearl Harbor, comenzó a dibujarse un nuevo orden mundial. Eran las 7:48 del 7 de diciembre de 1941 y con ese ritual de la operativa militar culminaba el plan trazado por el país del sol naciente para facilitar sus aspiraciones expansionistas en el Pacífico.

La huella de Pearl Harbor en el imaginario y la cultura estadounidense

Mujeres bomberos durante un ejercicio de entrenamiento en el Astillero Naval de Pearl Harbor, alrededor de 1941. Foto: Getty.

En aquella mañana de invierno en la que vio atacado su propio suelo, el pueblo estadounidense tomo conciencia de su destino histórico como primera potencia mundial y superó esa vocación aislacionista que le había llevado a no intervenir hasta entonces en la Segunda Guerra Mundial; un conflicto que adquirió por completo esa dimensión global cuando a las hostilidades en Europa y el norte de África se sumaron las inauguradas con ese ataque en la isla hawaiana de Oahu de la mano del pacto que vinculaba a Japón con la Alemania nazi y la Italia fascista.

Lastrada por las devastadoras consecuencias de la guerra fratricida que padeció entre 1861 y 1865, y sin terminar de resolver los efectos de la Crisis de 1929, la sociedad estadounidense se conjuró en un instante para superar sus recelos y reunirse en torno a un solo ideal: vengar la infame agresión nipona y asumir un papel de liderazgo global que acabaría trascendiendo del empeño militar.

Crac del 29 en Wall Street

Una multitud de personas se reúnen en Wall Street, Nueva York, el Jueves Negro, día en el que comenzó el Crac del 29. Foto: Getty.

Mucho se ha escrito y no menos debatido sobre las circunstancias en las que se produjo aquel ataque: desde quienes piensan que no cabía esperarlo bajo ningún concepto, hasta los que afirman que llegó con la plena aquiescencia del gobierno estadounidense para facilitar el camino hacia el encumbramiento de aquel país; razón por la que los tres portaviones afincados en Pearl Harbor no se encontraban allí en el momento de la incursión japonesa y por lo tanto quedaban disponibles para la guerra que estaba por venir, conscientes de que constituían el activo esencial de un nuevo tipo de conflicto por mar en el que los acorazados no jugarían un papel tan protagonista.

Conmoción total

De lo que no cabe duda es de que aquel Tora! Tora! Tora! con el que Fuchida transmitió el famoso mensaje de éxito al almirante Yamamoto, fue también el paradigma de una falsa victoria que despertó a los EE.UU. de un letargo geopolítico. Hasta el punto de que solo un voto en el Congreso, el de Jeannette Rankin, se opuso a la entrada en el conflicto y de que solo una reducidísima minoría del pueblo estadounidense se mantuvo fiel a la corriente de neutralidad que dominaba ampliamente la opinión pública hasta entonces mientras el lobby político opuesto a la intervención quedó disuelto aquel mismo día. En palabras atribuidas al almirante Yamamoto tras el ataque, aquel gigante dormido que acababa de despertar adquirió una nueva identidad convencido de que su proyección estratégica pasaba por el dominio de los mares.

'Remember Pearl Harbor', la reacción inmediata de EE.UU. al ataque japonés

La congresista Jeannette Rankin recibe la bandera que ondeó en la Cámara de Representantes durante la aprobación de la enmienda al sufragio femenino en 1919. Foto: Getty.

La convulsión que experimentó la sociedad americana aquel domingo forjó la voluntad de un pueblo decidido ahora a salir de sus fronteras y galvanizó un sentimiento de revancha y de conquista como el que sesenta y cinco años antes le decidió a completar la ocupación de las tierras de los oriundos de aquella tierra tras la batalla de Little Big Horn. Por todo el país se popularizó un grito en el que se condensaba el espíritu reinante por aquellos días: ¡Recuerda Pearl Harbor! Tres palabras que resumían un anhelo escrito en infinidad de proclamas y pronunciado en cualquier conversación para dejar patente la irrenunciable vocación compartida de una ciudadanía que exigía venganza y reparación.

Desde entonces, Hawái, Oahu y el mismísimo Pearl Harbor ocuparon el lugar central de las aspiraciones de un pueblo que pronto se recuperó del espanto para afrontar una apuesta colectiva en defensa de su patria allí donde hiciera falta y conscientes de que solo en esas fronteras se defiende la integridad territorial y política de su país. Desde aquel día, la maquinaría bélica de los Estados Unidos se constituyó en la punta de lanza de una sociedad capaz de asumir cualquier medida que les condujera a la victoria y que, en última instancia, desembocó en el Proyecto Manhattan mediante el que se produjeron las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki que años después pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial.

Pearl Harbor en el cine

Como en la derrota de Custer en aquel lejano 1876, y salvando todas las distancias, el desastre militar se hizo presente en las más diversas manifestaciones de la vida cotidiana y de la producción informativa y cultural, señalando ahora al pueblo nipón como un enemigo a batir también en casa; lo que se tradujo, por ejemplo, en que los villanos de antes, criminales de cualquier especie, fueran sustituidos por malvados de ojos rasgados que amenazaban la seguridad ciudadana. Así, y de igual manera que el western se recreaba en los fundamentos de aquella nación, las cintas sobre Pearl Harbor, continuadas en un sinfín de producciones bélicas, hicieron lo propio con el creciente papel de los Estados Unidos de América en la Segunda Guerra Mundial y su progresiva posición dominante en el contexto mundial.

La repercusión del ataque japonés en el cine se manifestó en la producción documental y en la de ficción, y desde entonces se ha desplegado por todo el orbe a lomos de la poderosa industria cinematográfica estadounidense, ese Caballo de Troya mediante el que se infiltran sus valores en cualquier rincón del mundo.

Pronto aparecieron las primeras producciones, aunque la cinta que abrió una larga serie de obras llegó de la mano del mítico John Ford, quien en 1943 llevó a las pantallas un documental que formó parte de su servicio militar y en el que bajo el título de El siete de diciembre da cuenta de los pormenores del ataque a Pearl Harbor. Exactamente diez años después, Fred Zinnemann firmó De aquí a la eternidad, extraordinaria película premiada con ocho Óscar que atesora una de las escenas más icónicas de la historia del séptimo arte: el beso bañado por las olas entre Burt Lancaster y Deborah Kerr, y en la que se revela el ataque nipón como radicalmente transformador para la vida de sus protagonistas

Beso Deborah Kerr y Burt Lancaster en De aquí a la eternidad

El icónico beso entre las olas protagonizado por Deborah Kerr y Burt Lancaster en De aquí a la eternidad (1953). Foto: AGE.

Pero, probablemente, la película que mejor retrate lo sucedido aquel siete de diciembre de 1941 sea Tora! Tora! Tora! Rodada en 1970 bajo la dirección de Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, la obra desarrolla las operaciones militares desde la óptica de ambos bandos bajo el título de aquel mensaje críptico que trasladó el comandante de la aviación nipona a sus superiores. Un trabajo de magnífica factura y altamente eficaz para entender el hecho histórico, sus circunstancias y protagonistas bajo un prisma de imparcialidad verdaderamente admirable y que llegó a contar en sus inicios con la participación como codirector del gran Akira Kurosawa.

Incluso en la ciencia ficción se introduce el ataque a Pearl Harbor de la mano de El final de la cuenta atrás (1980), que narra el salto en el tiempo de un portaaviones estadounidense que se planta en Pearl Harbor el día anterior del ataque y pone a su tripulación en el brete de intervenir o no ante la inminencia del desastre. 

De mayor alcance y menor fidelidad a los hechos históricos que las anteriores, aunque de excepcional fotografía y efectos especiales, es la película directamente titulada Pearl Harbor. Filmada en 2001 sobre la base de una historia de amor a tres envuelta en el ataque japonés a la base hawaiana, nos ha dejado impactantes escenas como la que sigue la trayectoria de la bomba que acabó con el acorazado Arizona tras atravesar su cubierta y alcanzar el depósito de municiones para sumergir en el fondo de aquel puerto a 1.117 de sus tripulantes. 

Reparto de la película Pearl Harbor en la presentación de la cinta en mayo de 2001. Al fondo, el monumento USS Arizona Memorial (Pearl Harbor, Hawái). Foto: Getty.

Reparto de la película Pearl Harbor en la presentación de la cinta en mayo de 2001. Al fondo, el monumento USS Arizona Memorial (Pearl Harbor, Hawái). Foto: Getty.Getty Images

Un film del que ahora se cumplen veinte años y que muestra el primer bombardeo sobre Tokio que encabezó el comandante Doolittle el 18 de abril de 1942; una operación que señaló el camino de la victoria y llevó la moral del pueblo americano allá donde el esfuerzo bélico la necesitaba. 

Aquel primer bombardeo estadounidense sobre territorio japonés durante la Segunda Guerra Mundial reúne la épica necesaria como para nutrir de optimismo la conciencia de un pueblo agredido y humillado ante un ataque traidor, porque los pilotos de aquellos dieciséis bombarderos intervinientes en la incursión hicieron mucho más que arrojar sus bombas sobre suelo japonés: sabedores de que el combustible no garantizaba su vuelta al portaviones Hornet del que partieron, no dudaron en aceptar la misión y cumplirla hasta sus últimas consecuencias, que a algunos les llevó a aterrizar en China o en la Unión Soviética y a otros a ser fusilados a manos del Ejército nipón.

En cualquier caso, la influencia de Pearl Harbor en el cine trascendió del propio hecho histórico y se constituyó en una referencia continua de la filmografía estadounidense para otras cintas como La batalla de Midway, que reproduce el enfrentamiento en el que la fuerza naval japonesa, invicta hasta ese momento, resultó mortalmente herida. Dirigida por Jack Smight en 1976, cuenta con un elenco de actores de primer orden: Charlton Heston, Henry Fonda, James Coburn, Glenn Ford, Toshirō Mifune, Robert Mitchum..., y subraya la trascendencia de aquellos años de conflicto en el Pacífico.

A estas y a otras películas de esta enjundia se han venido sumando multitud de producciones relacionadas directa o indirecta con el ataque japonés a Pearl Harbor. Entre las primeras, bien puede citarse Primera victoria (1965), en la que Otto Preminger dirige a figuras de la talla de John Wayne y Kirk Douglas. Hechos históricos y actores icónicos se unen para mostrar la respuesta de una unidad de la Marina estadounidense a la incursión japonesa del 7 de septiembre de 1941. Entre las segundas, podrían identificarse una multitud de obras que en su inmensa mayoría se extienden más allá de los noventa minutos que duró el ataque japonés y que como todas las anteriores deberían recordarnos que en menos de lo que dura una película en el cine puede cambiar el curso de una guerra y hasta del mundo.

El impacto en el cómic, las caricaturas y los videojuegos

También en el mundo del cómic se adentró la catástrofe de Pearl Harbor. El nuevo género, que gozaba de una creciente popularidad gracias a las aventuras de los superhéroes, se mimetizó con el contexto de la época y sumó entre sus argumentos la lucha contra las potencias del Eje. Gracias a su formato de fácil lectura se convirtió también en un producto muy apreciado por la tropa, que a su regreso a casa se trajo el gusto por un producto que extiende su éxito hasta nuestros días.

Por ello resulta paradójico la escasa representatividad de las referencias al ataque a Pearl Harbor en este formato, que apenas encontró encaje en ediciones conmemorativas para recordar a los caídos, entre ellas el especial Remember Pearl Harbor, de 1942. En cualquier caso, resulta imprescindible traer a estas páginas el trabajo publicado en noviembre de 1941, donde un resuelto Tío Sam se emplea frente a la Alemania nazi en una ficticia incursión a la base naval que un mes después sería el objetivo de las fuerzas aeronavales japonesas.

Cartel Tío Sam

Cartel en el que el Tío Sam arenga a los ciudadanos estadounidenses hacia la victoria en la guerra (Frederick Little Packe, principios de los años 40). Foto: Getty.Getty Images

Hasta el cómic español, que aquí llamábamos tebeo, llegó el ataque japonés; y así, una edición de la famosa serie de Hazañas bélicas se dedicó a lo sucedido en Pearl Harbor, recogiendo una premonitoria aseveración en su portada: “Quien a hierro mata…”

También las caricaturas que comenzaban a poblar las páginas de entretenimiento de los estadounidenses fueron a la guerra para interpretarla desde su particular hacer y llevar a lo cotidiano la lucha en el frente: desde el popular Pluto que ya en 1943 se vistió de soldado a Popeye, héroe de la Marina, o a Porky, quien tras el ataque a Pearl Harbor era la cara visible de una trascendental campaña recaudatoria de fondos para cubrir el enorme gasto militar de la contienda. En todo caso, fue Bugs Bunny quien se desplazó al Pacífico en los años del conflicto a luchar contra las tropas japonesas, aunque lo excesivo de los mensajes antijaponeses y la ridiculización étnica llevaran a que la cinta fuera retirada una vez finalizada la contienda mundial.

Y hasta hoy nos ha llegado aquel “día de la infamia” en forma de videojuegos que recrean lo sucedido. Entre ellos Pearl Harbor: Hora Zero (2001), la serie Medal of Honor o, también, Héroes del Pacífico (2005), donde el jugador asume el papel de un piloto de combate.

De Pearl Harbor al 11-S

Sin ninguna duda, el ataque a Pearl Harbor supone uno de los hechos trascendentales de la Segunda Guerra Mundial y constituye un fenómeno incorporado a lo más profundo de la identidad y la cultura estadounidense, además de haber impulsado decididamente al país hacia su papel dominante en el mapa mundial. Finalizado el conflicto, Estados Unidos ocupó una posición central sobre la base de una visión talasocrática del mundo y Japón se transformó en uno de los países más abiertamente pacifistas después de tres milenios de conquistas y guerras resueltas a su favor.

La conciencia colectiva estadounidense pasó así a entender que solo en los confines del mundo conocido se libraba la batalla por su seguridad y, como en Little Big Horn o en Pearl Harbor, tras el 11-S se repitió ese mismo patrón. Una vez más, la cultura del país se alimentó de nuevos enemigos coyunturales y los cómics se llenaron de nuevos rostros y nombres que representaban a quienes ahora desde otros frentes amenazaban la convivencia y la manera de vivir del país.

Ataque terrorista a las Torres Gemelas el 11S

Ataque terrorista contra las Torres Gemelas del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Foto: Getty.

Ahora que el mundo gravita fundamentalmente en torno al océano Pacífico, como antes lo hizo alrededor del Atlántico y aún antes tuvo su mismo centro en las aguas del mar Mediterráneo, no puede olvidarse que el ataque a Pearl Harbor forma parte de esa secuencia de acontecimientos capitales que han contribuido en las últimas décadas a polarizar la atención en un nuevo entorno geopolítico donde las potencias emergentes bañan otras costas. Un mundo en el que símbolos como el Monumento Nacional de Pearl Harbor, levantado en 1962 sobre los restos hundidos del acorazado Arizona, alimentan cada día la identidad de un país y nos recuerdan los desastres de la guerra. Y, también, que hay días que lo cambian todo cuando las mujeres y los hombres de un pueblo se reconocen en el espejo que representa el alma compartida por la comunidad a la que pertenecen y deciden afrontar un destino común e irrenunciable.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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