Cultura

La La Land: por qué odio una de las películas más aclamadas de la historia

La historia de La La Land es la historia de una infamia (o de una película que nadie entendió). La La Land es más oscura y perversa de lo que parece. Yo también sufro el "Síndrome La La land".
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Imagen: 'La La Land' (Damien Chazelle, 2016)

Este artículo sobre La La Land se publicó originalmente en octubre de 2018, pero se ha actualizado con fecha de septiembre de 2020 con motivo de su estreno en televisión. 

Para mí, ver 'La La Land' fue como cuando llegas a una fiesta y todo el mundo ya va borracho. No entendí nada, claro. Es una experiencia que va de la mano de una confesión: odio La La Land. No sé si odio la película o en realidad odio el fenómeno, pero me parece la gran infamia de Hollywood del siglo XXI. Damien Chazelle, director del querido musical, vuelve esta semana a la gran pantalla con First Man: El primer hombre, sobre la llegada de los estadounidenses a la Luna, con Ryan Gosling como Neil Armstrong. Pero esta vez no me la cuela. Y es que yo soy más de Moonlight. Mucho más. Era más de Moonlight desde antes de aquella polémica noche en los Oscar, cuando Warren Beatty y Faye Dunaway pronunciaron por error el título de la cinta que todo el mundo esperaba oír. Por suerte, todo quedó en un susto. Lo que para muchos fue un robo para mí fue un premio de ley. Justicia poética.

Puedes imaginar la de enfrentamientos que me ha costado esta lucha. Puedes pensar también que es la historia del típico hater que llega tarde a la sensación de turno, o que le da la espalda cuando se convierte en mainstream. Pero estarías equivocado: vi La La Land en las primeras semanas de su debut, pero ya le había dado tiempo a criar fama, y no me bajé del carro porque nunca me llegué a subir. Y tampoco me bajo de la burra de que La La Land no es para tanto. Es una película normalita, como mucho amable. Correcta. Pero sí reconozco que parte de la culpa fue mía, por no haber sabido relativizar el boom en aquel enero de 2017, por haberme fiado de todos a los que les flipó y haber esperado asistir al mejor musical de la historia. Temí que me sucediera lo mismo con Call Me By Your Name y estaba en el cine en la misma tarde del estreno. Por suerte, no se repitió. Porque Call Me By Your Name es buena.

¿Dónde está el espectáculo? ¿Y los fuegos artificiales?

Puedo enumerar varias cosas que no me gustan de La La Land, para que veas que esto no es una pataleta de fan insatisfecho, sino de gafapasta con argumentos. En primer lugar, el apartado musical, que en un musical debería ser sobresaliente. Es que hasta El gran showman tiene mejores números y canciones que La La Land. La primera escena, la del atasco, esa tan comentada por todos los fans, es (de nuevo) normalita. Como mucho simpática. Confieso que me emocionaron el baile al atardecer, la secuencia del Observatorio, y el final, por supuesto, porque si no es de no tener corazón. Pero, ¿dónde está el espectáculo? ¿Y los fuegos artificiales? La La Land es un musical triste, y creo que eso sí tiene mucho sentido. Es como un tributo a una ciudad en decadencia (no lo digo yo, parece que lo dice Chazelle), la Meca del Cine y de los sueños que están por cumplir. Porque nunca se cumplirán.

La ciudad donde los sueños se cumplen. O no.

Imagen: 'La La Land' (Damien Chazelle, 2016)

Otro problema es su pareja protagonista. Mia y Sebastian son las dos personas con menos química de Los Ángeles, y no hablemos de la historia del cine. Puede que esto fuera un augurio de la película, una trampa de Chazelle o, simplemente que sus actores no estaban en su mejor momento, por mucho que los lalalanders se empeñen. Sebastian es tan inexpresivo como suele serlo Ryan Gosling, una estrella improbable cuyo mejor papel (para mí el driver de Driver) consistía en mostrar rostro de contención todo el rato. Lo de ella es diferente; Mia es más carismática, tiene una canción muy guay, pero Emma Stone estaba tan desesperada por llevarse el Oscar que terminó cayéndome mal. Vale, esto es de nuevo culpa mía, estoy intentando solventarlo con Maniac. Pero lo que más odio de Mia y Sebastian es lo pusilánimes e interesados que son. Quizá me recuerdan a mí, y es precisamente eso lo que odio.

El musical crepuscular de los millennials

Creo que lo que menos me gusta de La La Land está íntimamente ligado a lo que más me gusta, y es una sensación inquietante. Creo que nadie entendió La La Land, al menos los que la tomaron como una historia de amor cuando en realidad es todo lo contrario, una historia de frustración, de mediocridad que se refugia en el romance, y eso es lo que más me fascina de la película. Cómo nos la coló Damien Chazelle. Nuestra compañera Desirée de Fez lo explicaba a la perfección hace casi dos años, en el artículo La La Land es más oscura y perversa de lo que parece'. Y así es. La La Land es, como ya apuntábamos antes, un musical crepuscular, un musical decadente sobre personas que ven imposible cumplir sus sueños. Mia y Sebastian no se quieren, y si lo hacen es solo hasta que comprenden que el amor no es compatible con la felicidad que están buscando.

Para mí, La La Land es el caso de estudio de un fenómeno que se comió su película, un musical mediocre sobre la mediocridad, y sobre esto último no sabría decir si es deliberado o no, si es trabajo de Chazelle o puro azar. Sea como sea, quién puede culpar a todos los que se enamoraron de ella y se engañaron con ella. Al fin y al cabo, está contando su historia, está contando nuestra historia. Para mí, La La Land es por encima de todo una fábula retorcida y tramposa sobre la generación millennial, sobre jóvenes frustrados por sus propios sueños que se refugian en cuentos de amor. Puede que lo que realmente odie no sea La La Land, sino que a su alrededor se creara una sensación romántica cuando es una película cruel, casi siniestra. Tal vez lo que odio de La La Land es verme reconocido en sus protagonistas, y que los demás no fueran capaces de sentir en ella la bofetada de realidad que fue para mí.

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