La defensa de Bastogne por los paracaidistas

La batalla de las Ardenas, el fracaso del último contraataque de Hitler

Durante el invierno de 1944-1945 los alemanes lanzaron una gran ofensiva para frenar el avance aliado en Europa, que fracasó por la superioridad numérica de los aliados y la falta de combustible.

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Soldados americanos del 290º regimiento se protegen en pozos de tirador cerca del pueblo de Amonines durante la Batalla de las Ardenas.

Cordon Press

Tras el desembarco de Normandía los aliados avanzaron rápidamente, liberando París con ayuda de la resistencia francesa y capturando Bélgica a los alemanes. Desde allí se intentó tomar Holanda con un ataque combinado del ejército y los paracaidistas en la operación Market Garden en septiembre, la cual terminó en un sonado fracaso que supuso grandes pérdidas a británicos y norteamericanos. 

Escaso de efectivos y creyendo que los nazis estaban ya prácticamente derrotados, Eisenhower decidió dar un respiro a sus tropas en diciembre, mientras esperaba la llegada de refuerzos con los que continuar el avance. Pero lo que nadie sospechaba era que Hitler había planeado lanzar un gran contraataque aprovechando que sus enemigos se encontraban debilitados.

La última ofensiva

La ofensiva pretendía retomar gran parte del territorio perdido en Bélgica y el sur de Holanda, mediante un ataque por sorpresa en la débilmente defendida región de las Ardenas, por donde ya habían entrado los alemanes en 1940 durante la conquista de Francia.

Con todo primero era necesario engañar a los aliados sobre los movimientos de tropas nazis, de manera que se mandaron mensajes falsos a sabiendas de que serían interceptados por el enemigo, los cuales creyeron que en las Ardenas solo había 4 divisiones en vez de las 25 dispuestas al asalto. 

cp panther

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Montados en un tanque Panther, un grupo de alemanes avanzan hacia las líneas aliadas en las Ardenas.

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La fecha elegida para el ataque fue el 16 de diciembre, cuando se preveía contar con la cobertura de una tormenta de nieve que mantendría en el suelo a la muy superior fuerza aérea enemiga. Como paso previo se infiltraron además grupos de nazis angloparlantes, vestidos con uniformes británicos y americanos, cuya misión era apoderarse de los puentes y difundir información falsa sobre cuando empezara el ataque.

Sin un bombardeo preliminar que alertara al enemigo, medio millón de soldados alemanes cruzaron el Rur dispersando a las menguadas unidades del frente con panzers y artillería. Superados en número, británicos, franceses y americanos se retiraron en desorden por las carreteras que conducían al mar, y parecía que se volvería a repetir el desastre de Dunkerque.

La defensa de Bastoña

Pese a haber sido cogido por sorpresa Eisenhower supo estar a la altura de las circunstancias, y sin perder la calma ordenó a sus fuerzas concentrarse en la ciudad de Bastoña, el cruce de caminos más importante de las Ardenas. Al defender esa posición obligaría a los alemanes a moverse lentamente por carreteras secundarias, lo que le permitiría traer a otras unidades de todo el frente a bordo de sus camiones de transporte.

Bundesarchiv Bild 183 J28589, Kriegsgefangene amerikanische Soldaten

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Un grupo de prisioneros americanos capturados por los nazis en la primera fase de la batalla.

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Las únicas divisiones disponibles eran la 82 y 101 aerotransportadas, que sin apenas municiones ni comida fueron lanzadas contra el avance alemán. Por suerte para los aliados, estos veteranos del día D conocían bien su oficio, de modo que excavaron un anillo de pozos de tirador y trincheras alrededor de la ciudad contra el que se estrelló la ofensiva, que al no poderles vencer rodeó Bastoña y prosiguió su avance.

Aislados totalmente del resto del ejército, los americanos resistieron sin ropa de abrigo en los helados bosques, sometidos a un duro bombardeo y a los constantes ataques de la aviación alemana, que emprendió el vuelo en cuanto amainó la tormenta el día 21. Con los cielos despejados Eisenhower retomó la iniciativa, disputando el control del espacio aéreo a los alemanes y empleando los mismos aviones C-47 que usaban los paracaidistas para lanzar sobre ellos cientos de toneladas de suministros, sin los que la defensa habría sido imposible.

cp sumin

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Los planeadores C-47 también aterrizaron en Bastoña pese al fuego enemigo, entregando comida, municiones,  medicinas y hasta jeeps.

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Firmemente atrincherados, los americanos establecieron numerosos hospitales de campaña y almacenes en Bastoña, reservando los proyectiles de su artillería para poner fuera de combate a los pocos panzers destinados al asedio. Según pasaban los días los ataques alemanes se limitaron a unas pocas incursiones diarias, y confiando en el aprovisionamiento aéreo el general McAuliffe se negó a rendirse, respondiendo a los alemanes con un grosero “pelotas”.

Eisenhower contraataca

La mejora del tiempo a partir del día 23 permitió a Eisenhower hacer frente a la ofensiva con bombardeos sobre el frente y las líneas de suministro, lo que combinado con la llegada de divisiones desde otros puntos del frente detuvo el avance alemán cerca del río Mosa. Otro factor decisivo en la derrota nazi fue la falta de combustible, pues aunque contaban con formidables Tiger y Panther sus tripulaciones los abandonaron cuando se quedaron secos.

Gradualmente, los aliados se impusieron en los combates y empezaron a reconquistar el terreno perdido. El general Patton recibió la misión de acudir en socorro de Bastoña con sus tanques, y tras una serie de duras batallas logró romper el cerco, liberando a los paracaidistas el 26 de diciembre.

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Un escuadrón de tanques Sherman de la 7ª división de Patton en los alrededores de Bastogne. Pese a tener menos blindaje y peor armamento que ciertos tanques enemigos, estos vehículos lograron mantenerse en combate gracias a las reservas de combustible aliadas.

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La Wehrmacht intentó restablecer la situación el 1 de enero con un ataque combinado de la Luftwaffe y el ejército de tierra en todo el frente; pero la primera perdió 227 aparatos en un fútil intento de destruir las bases aéreas enemigas, y el segundo fue rechazado con firmeza por la infantería aliada. 

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Soldado alemán con una cinta de munición de ametralladora a cuestas fotografiado durante la batalla.

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Con el fracaso de este asalto final se derrotó a la última ofensiva alemana de la guerra, y los nazis fueron empujados de vuelta al Rur, regresando a sus posiciones de partida el 25 del mismo mes. Este fracaso costó a Hitler 15.000 muertos y 600 carros de combate, bajas que además eran irreemplazables, así que lo que cuando los aliados retomaron su avance nada les pudo parar. En marzo cruzaron el Rin, y tras la caída de Berlín y el suicido del dictador nazi, Alemania se rindió el 8 de mayo.