L'immensità (2022), de Emanuele Crialese

La Roma de los años 70. Una familia, el matrimonio, Clara y Felice, y tres hijos, Adri, de 12 años, y Gino y Diana, más pequeños. Se han mudado a un piso que está cerca de una zona en construcción, con chabolas donde viven gitanos. La pareja tiene problemas. Ella es ama de casa, y él prototipo de hombre que casi siempre está fuera de casa, poco sensible a las tareas del hogar, bruto con su esposa y finalmente infiel. Por otro lado Adri, a la que gusta vestir de chico y que le llamen Andrea, asegura que su padre es un extraterrestre, y que algo hay en ella equivocado cuando sus padres la hicieron. Los seguimos en sus fiestas familiares, el verano y la Navidad, y el momento en que estalla la crisis conyugal.

Emanuele Crialese coescribe y dirige una cinta nostálgica, de recuerdos de una época muy concreta, que el espectador que haya vivido esos años reconocerá, desde las emisiones televisivas en blanco y negro con los programas de variedades, a las fotografías polaroid, pasando por los niños y las niñas separados en los colegios, o los juegos infantiles en que los críos escapan a la mirada escrutadora de los adultos para vivir su particular aventura y ganarse un cachete. Además se juega con la imaginación, muy viva, de Adri, incluso con un inesperado número musical, que arranca en la capilla del colegio, en que pasamos del color al blanco y negro, con canciones y coreografía que incluye desplazamiento de bancos.

Crialese se atreve a plantear problemas como los de las familias en que el cabeza de familia varón impone su voluntad, y no hace cargo de sus equivocaciones, sino que echa balones fuera, grita, o pide a su esposa que “no montes una escena”. Y aún más delicado, el de esa niña que se siente más a gusto con el rol de niño, y que no deshace el equívoco con otra niña, Sara, con la que lo pasa muy bien. Lo hace con cierta sensibilidad, sin pretender dar lecciones de identidad sexual, lo que es de agradecer. También pisa “terreno minado” con la idea de Adri robando unas hostias consagradas del sagrario de la capilla de su escuela, para consumirlas luego ella como si fuera el sacerdote que se da la comunión a él mismo. Para un creyente no se trata para nada de una escena cómoda, ni tampoco se acaba de entender la reacción –o mejor, no-reacción– de la madre, cuando se lo cuenta.

Los niños se muestran muy naturales, no suena a impostado su comportamiento. Y está estupenda Penélope Cruz, transmutada en una Sophia Loren española muy convincente. Más incómodo es el papel que le toca interpretar a Vincenzo Amato, pero sabe crear una distancia sobre él, evitando convertirlo en caricatura grotesca.