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Los ocultos amores de Katharine Hepburn, la única actriz que ganó 4 Oscars

Altiva, independiente, enérgica y sofisticada, Katharine Hepburn todavía hoy es la actriz que más Oscars ha ganado.

Altiva, independiente, enérgica y sofisticada, Katharine Hepburn todavía hoy es la actriz que más Oscars ha ganado.
Katharine Hepburn. | Cordon Press

El domingo 25 de abril, ya madrugada en España, se entregan los Óscar, que en la presente edición ya se sabe que estarán exentos de todo "glamour", sin las alfombras rojas de siempre: el coronavirus es el culpable de que la fiesta por excelencia del cine mundial se vea relegada a una ceremonia gris. La historia de las estatuillas del "tío Óscar", como la bautizara la pariente de quien los diseñó según reza una vieja leyenda, nos recuerda que la única mujer que ha ganado en cuatro ocasiones el preciado trofeo fue Katharine Hepburn, mujer de armas tomar. Las películas a las que se hizo acreedora fueron: Gloria de un día (1933), Adivina quién viene esta noche (1967), El león en invierno (1968) y En el estanque dorado.(1981).

Fue siempre una dama altiva, independiente, enérgica, que solía interpretar papeles de mujeres sofisticadas, que nunca se doblegaba a la fuerza de los hombres. Las muy activas feministas del presente la hubieran nombrado, de conocerla, su presidenta perpetua. Hacía muy bien de solterona.

En su vida privada Katharine Hepburn impuso más o menos parecida actitud que en muchas de sus películas. Sólo se casó una vez y salió escaldada, cuando contaba veintiún años y el novio, veintinueve: un hombre de negocios llamado Ludlow Ogden, a quien obligó a alterar su apellido, pues el verdadero no era de su agrado. Pues según las costumbres norteamericanas, debía llevarlo detrás de su nombre. Parece una broma, mas la anécdota es real. Duraron seis años, hasta 1934. Ella pidió el divorcio porque se aburría en casa y quería triunfar como actriz. Logró esa ambición, aunque su carrera entre el teatro y el cine no le deparó siempre éxitos y transcurrió oscilante. El director con quien mejor se llevó fue Georges Cukor, un hombre de gran sensibilidad, homosexual, que está considerado en la historia de Hollywood como quien rodó las más deslumbrantes comedias femeninas. Nadie le superó en el tratamiento de las grandes estrellas. Y Katharine figuró como su actriz fetiche: juntos protagonizaron diez películas. Si ella era la heroína de aquellas historias, él podía considerarse asimismo protagonista de las mismas, aunque al otro lado de la cámara.

Y si citamos sus tres galanes de oro fueron por este orden: Cary Grant, y sin duda también ya ambos maduros, Spencer Tracy, y finalmente pero recordándolo sólo en La reina de África, Humphrey Bogart. Con los citados en primer término, sucesivamente, La fiera de mi niña y La costilla de Adán. No hemos de olvidar otros títulos también inolvidables, caso de Historias de Filadelfia, donde a Grant se unió James Stewart en un personaje no muy habitual en su filmografía. Y en La mujer del año asimismo resultó ser una vez más una pareja ideal de Tracy.

Lo curioso es que, en sus comienzos, corría la especie en los viejos estudios de la RKO que habían contratado a una jovencita, con muchas ínfulas y cara de caballo. Reconozcamos que el físico de Katharine Hepburn, aún hablando en sus años juveniles, cuando comenzó en el cine en 1928, no era el clásico de una belleza convencional. Lo que sí guardaba era un infinito talento, para la comedia sobre todo y, cuando le llegó la hora, también el drama.

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Katharine Hepburn y Spencer Tracy | Cordon Press

Como su carácter era irascible si se le llevaba la contraria no pudo aceptar que el todopoderoso productor David O. Selznick se negara a dar su visto bueno para que fuera la protagonista de Lo que el viento se llevó al no encontrarle atractivo sexual alguno: "No puedo imaginarme – le dijo – que Rhett Butler (Clark Gable) te persiga durante doce años". La rabia de Katharine le duró largo tiempo. Pero mister Selznick no se había equivocado.

Cary Grant y ella se llevaban estupendamente, o eso nos pareció siempre al verlos tan conjuntados en sus comedias. Por otra parte, a Cary le iban más los hombres, aunque se casara en cinco ocasiones. Era muy amigo de otro productor, el misterioso y atrabiliario Howard Hughes, quien solía acostarse con algunas de sus estrellas. Y Cary le presentó a Katharine. En seguida congeniaron. Hughes, multimillonario, desplegó todas sus artes seductoras y conquistó a la Hepburn en seguida, con la que convivió un par de años.

El siguiente varón que le propuso casarse fue su propio agente, Leland Hayward. Mas Katharine le contestó que no, lo mismo que escuchó su anterior amante, Hughes. Ella no quería comprometerse con nadie mediante el consabido papeleo: deseaba seguir siendo libre, enamorándose de quien quisiera y durante el tiempo que le viniese en gana. No quería tampoco tener hijos. Y no fue madre. En la década de los años 30 ya empezó a murmurarse que era lesbiana, asunto del que nos ocuparemos más adelante. Porque llegado 1941 conoció a un hombre que había de convertirse en el gran amor de su vida, sólo que en unas circunstancias especiales: era el gran actor Spencer Tracy, siete años menor que ella, o eso se dijo, puesto que Katherine siempre ha traído de cabeza a los historiadores, con respecto a su edad, hasta que en 1991 se publicó su autobiografía, quedando despejada su edad.

La primera vez que se encontraron frente a frente, ella le dijo a modo de saludo: "Me parece que soy demasiado alta para usted". A lo que Spencer, sin mover un músculo de su rostro, le respondió: "No se preocupe, señorita Hepburn, que yo sabré ponerla a mi altura".

Spencer Tracy y Katharine Hepburn formaron una de las parejas más admiradas de Hollywood. Protagonizaron comedias risueñas pero siempre con peleas de por medio, que se resolvían por supuesto civilizadamente, triunfando el amor entre ellos. Si Tracy, en los argumentos, podía hacer valer su machismo de entonces, la década de los 40 a los 60, Hepburn se enfrentaba resueltamente a él con toda clase de recursos y razones. Naturalmente los matrimonios que llenaban los cines para contemplar aquellas películas podían verse identificados con esos personajes de ficción, tras pasárselo bien desde el patio de butacas.

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Katharine Hepburn | Cordon Press

Fuera de los estudios cinematográficos, Spencer y Katharine prolongaban sus relaciones, aunque de manera tan discreta que sus millones de admiradores tardarían años en saber que eran amantes. Desde luego cada uno con casa propia. ¿Dónde se veían? Si rodaban películas fuera de Los Ángeles no había problemas, pues se hospedaban en los mismos hoteles. En cualquier caso siempre tenían a mano su nidito de amor. Spencer Tracy estaba casado con Louise, era católico, y no se le pasó jamás por la imaginación separarse y llegar al divorcio para regularizar sus relaciones extramatrimoniales con Katharine Hepburn. Así continuaron, unidos y separados si eso puede entenderse, a lo largo de veintitantos años, hasta que él murió, en brazos de ella.

Spencer estaba alcoholizado. Un hijo suyo, sordomudo, lo llevó a la depresión, al no conseguir que se resolviera su estado. Le dio por beber. Su mujer se hartó y llevaron una vida cada uno por su lado, en dormitorios distintos, aunque nunca llegaron, insistimos, a decirse adiós. Fue Katharine Hepburn quien realmente ejerció de esposa de Spencer Tracy, en las condiciones antedichas. Ella lo cuidaba. Era un hombre torturado, por lo de su hijo y por su situación sentimental. Katharine decidió retirarse un largo tiempo de sus actividades artísticas en el cine y el teatro para permanecer a su lado, pendiente de que tomara las medicinas que le recetaban, ayudándolo en su alimentación diaria y en aprenderse los guiones de cine cuando ya iba perdiendo la memoria. Cinco fueron los años de dedicación absoluta a su gran amor. Hasta que llegado el 10 de junio de 1967 Spencer Tracy expiró entre los brazos de su adorada Katharine, que lloraba desconsoladamente. Lo que no hizo fue asistir al funeral, por respeto a la familia del genial actor. "Fueron veintisiete años de gozo absoluto los que hemos vivido juntos", dijo ella.

Desde entonces, Katharine Hepburn renunció al amor con cualquier otro hombre. Pero, y aquí viene su otra historia, a su lado siempre tuvo desde tiempo antes de conocer a Tracy, a una joven que estaba rendida ante ella y la visitaba a menudo en su casa, donde la actriz no solía recibir visitas, salvo de tarde en tarde. Aquella mujer se llamaba Laura Harding. Si Katharine procuró en toda su existencia llevar cautamente sus relaciones amorosas, es fácil de comprender que la que mantuvo con la mencionada Laura fuera todavía más secreta. Como quiera que no concedía entrevistas, era difícil que en la prensa aparecieran detalles de ese amor oscuro. Sus biógrafos lo soslayan en algunos libros, otros lo intuyen pero al menos nosotros no hemos leído que alguno de ellos lo asegure. Se tiene desde luego el testimonio de la columnista Liz Smith, que en 2017 afirmaba rotundamente que Katharine Hepburn era lesbiana. O si precisamos más, bisexual, acordándonos de que fue amante de algunos hombres.

Cuanto acabamos de señalar no es, por supuesto, crítica alguna a sus opciones sexuales. La verdad es que llevó siempre una vida un tanto extraña, fuera de los platós cinematográficos: no iba a fiestas, cócteles, presentaciones, estrenos; se negaba a asistir a la ceremonia de los Óscar, aunque estuviera nominada. Se recluía en su apartamento, o en la casa de campo de Connecticut, adonde se retiraba muchos fines de semana, con su ama de llaves, el preciso servicio… y en compañía de la tal Laura Harding. Se negaba a firmar autógrafos. Y en alguna ocasión, cuando algunos informadores se acercaban a ella interesándose por su vida, ella se recreaba a lo mejor con esta o parecida respuesta: "Sí, tengo cinco hijos, a saber, tres blancos y dos negros". No es extraño que los periodistas le adjudicaran desde tiempo atrás el mote de "Katharine la arrogante". Vestía desde muy joven ropa más propia de chicos; de las primeras actrices de Hollywood que se atrevió a ir con pantalones y con el pelo cortado "a lo garçon", como siguiendo la moda francesa. Lo cierto es que no practicaba tendencia alguna: ella misma procuraba ir a su gusto, con sandalias, ropa cómoda. Muy deportista, jugaba sobre todo al tenis y al golf. Y muy de mañana tomaba baños fríos, asegurando que así mantenía una piel tersa todo el tiempo.

A España, que uno sepa, sólo vino una vez, a rodar Las troyanas. Le buscaron un hotel en Madrid, pero como el rodaje sucedía en la provincia de Guadalajara, en Sigüenza, ella prefirió que la alojaran lo más cerca posible, en una casa en el pueblo contiguo, Atienza. Iba por las calles, fuera del rodaje, con unos raídos pantalones que habían pertenecido a Spencer Tracy, como refería mi amigo Enrique Herreros en uno de sus amenos libros, "A mi manera".

Ya había ganado tres Óscars, como citábamos al principio, cuando ganaría el cuarto en 1981 por su interpretación junto a Henry Fonda en la película "En el estanque dorado". ¡Qué gran pareja, qué ternura derrocharon!. La idea y producción de ese filme fue una idea en la que se empeñó, hasta lograrlo, Jane Fonda.

Tenía suficiente dinero como para no preocuparse de su futuro. Y como tampoco era derrochona, su patrimonio no estaba en peligro. Le siguieron ofreciendo guiones y libretos hasta siendo ella de avanzada edad. Su despedida del cine sucedió contando ochenta y siete años. Por segunda vez en su vida no era la protagonista, un personaje sin tanta trascendencia, como en ella fue siempre habitual, en Love Affair, tercera versión de "Tú y yo" cuyo reparto estuvo encabezado por Warren Beatty y su mujer, Annette Bening. Warren, que era también el productor, tuvo que hacerle varias visitas, telefonearla un montón de veces, llevarle el guión hasta que por su tesón, Katharine accedió a ese contrato. Fue su testamento artístico. Se fue de este mundo el 29 de junio de 2003. Había dicho a su reducido círculo íntimo: "No le temo a la muerte. Debe ser maravilloso descansar para siempre en un largo sueño".

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