Deslenguada, rebelde, rara, conflictiva, loca, viciosa… pocas actrices han tenido que soportar sobre sus hombros la losa de una temprana y maliciosa leyenda que siempre ha sido objeto de escarnio y burla. Y no por falsa, que quizás es más que cierta y justificada esta fama de niña mala y casi absurda, pero sí que seguro no era más hiperbólica que la de cualquiera de sus contemporáneas a las que se les ha permitido la redención, el perdón y la siempre onanista conmiserización. “No tengo muchos amigos en Hollywood”, decía en una entrevista para el El País hace unos años cuando llegaba a Madrid a pinchar como DJ en una fiesta a mayor gloria de un vodka Premium, que también es verdad que ella lo pone fácil... Pero quizás tampoco tanga amigos en ningún sitio. Buscar documentación sobre esta actriz es toparse, más allá de con la ineludible sucesión de títulos, míticos en sus comienzos y olvidables los últimos veinte años, con una sucesión de lugares comunes y gracietas con las que despertar la risa del lector, como si Juliette hubiera nacido para divertirnos con su ridiculez y su falta de prejuicios para mostrarse tal y como es, véase: tonta o una chalada neurótica. Algo así como Lindshay Lohan, pero con mucho mucho más pedigree. Quizás, y eso la hace más grande, es que esta actriz de ojos extraordinariamente vivarachos, casi como si estuvieran idos, nunca ha buscado nada. Ni la redención, ni el perdón, ni la siempre onanista conmiserización. Quizás es que Juliette se sabe por encima de esas gilipolleces y ese sentimiento, el de dar pena, se la trae floja porque no puede ser más lastimero y patético. Quizás es que Juliette, candidata al Oscar con 17 años, prefiere hacer lo que quiere, como quiere y que los demás opinen y digan lo que les apetezca, aunque sea patética. Porque al final, una cosa es cierta, por muy delirada que sea, su nombre va unido a algunos de los mejores títulos de la década de los 90, que también es cierto que a grunge, no la gana nadie, y sin haber cumplido la mayoría de edad, ya era musa de Scorsese, Woody Allen y Tarantino, capaz de robarle el plano al mismísimo Robert De Niro sin decir ni mu. Eso sí, ser como es le ha costado caro. Le costó su carrera. O quizás no. Podría haberle costado su libertad. Hoy cumple 45 años y queriéndolo o sin querer, está desbordada de trabajo, quizás porque es la imagen del lado oscuro, de la eterna lolita pasada de alcohol y rayas, de la niña mala avejentada y errática, de la diletante sin oficio ni beneficio, del sexo duro y el alma desvalida.

Escena de El cabo del miedopinterest
A cape of fear


“La gente siempre me identifica con cosas más tétricas pero no me importa. Me gusta ir de mujer barbuda por la vida”, relataba la protagonista de El cabo del miedo, la película que la convirtió en mito de la seducción casi infantil, de una sexualidad pecaminosa y viciada y, sobre todo, del peligro. Cuentan que el de Toro Salvaje se machacó en el gimnasio hasta llegar a un 3% de grasa corporal, que se desvió los dientes para dar verosimilitud a su personaje criminal y asesino gastándose después casi 20.000 pavos para volvérselos a colocar y que aprendió el acento del sur en las cárceles de Luisiana hasta conseguir erizar el vello del espinazo con el siseo de sus labios. De nada le sirvió porque, un primer plano casi estrábico de Juliette, dinamitó todos sus esfuerzos interpretativos del Actor Studio y físicos del Virgin. Sus labios gruesos, sus bracketts, su pelo tieso y su mirada casi ratonil hicieron olvidable todo lo demás. De Niro le dio a lamer su pulgar y ella se convirtió en leyenda. Pocas escenas encierran tanto deseo y tanto terror y tanta culpabilidad en la Historia del cine. Era salvaje. Era transgresor. Era inclasificable. Era un animal frente a la cámara. Era Juliette Lewis.

Juliette Lewis y Brad Pitt en los Oscarspinterest
Juliette Lewis Oscars//Getty Images


A lo mejor el problema de Juliette es que nunca se tomó en serio. Con El cabo del miedo lograría su primera –y única- candidatura a los Oscar y a los Globos de oro. Finalmente, Lewis no se llevaría a casa ninguno de los premios, sino que aquel 1992 fue el año de Mercedes Ruehl -¿quién?- por El rey pescador. Pero la alfombra roja fue para siempre suya aquel 92 aunque con un título más que discutible y con unas connotaciones que le acompañarían para siempre: El de peor vestida. “Sólo una loca podía ir así”, se publicó. ¿Cómo algo tan circunstancial, frívolo y aparentemente insignificante puede marcarte para siempre? Solo hay que repetirlo varias veces et voilà, ni McQueen, Dior o Chanel lo remediaron en décadas. Lewis aparecía ante las cámaras de todo el mundo cogida del brazo de su novio, Brad Pitt, -que ni siquiera su fachón impidió el desastre-, con un vestido de spandex y el pelo trenzado como si fuera una mujer swahili -con alopecia- y su cráneo parecía un campo arado y en barbecho. “Nadie entendió mi sentido del humor. De ahí mi peinado. Ése es mi humor. He hablado de este tema en varias clases de interpretación para motivar a los alumnos. Porque la cultura de Hollywood puede ser muy fea y superficial. Yo recuerdo los Oscar como una experiencia salvaje. A los 19 años, candidata. Algo fuera de mi comprensión porque aunque mi padre era actor mi relación con el cine era práctica, nada que ver con el mundo de las estrellas. Pero la gente me describió como una drogadicta antes incluso de que lo fuera”.

Juliette Lewis junto a su padrepinterest
Juliette Lewis and father, Geoffrey Lewis//Getty Images


Exacto. Para Juliette niña el cine era algo tan familiar como para el hijo de un fontanero las tuberías y los desatascadores. Su padre era Geoffrey Lewis, un habitual en las cintas de Clint Eastwood, de quien heredó esos ojos abiertos y de tan soñadores, casi lunáticos, y su madre, Glennis Batley, una artista gráfica contratada también en una mayor de la ciudad del Cine. Ser actriz era algo casi natural, ni siquiera fruto de la predestinación, que sería demasiado fatuo denominarlo así. A los 7 años ya intervenía en capitulares y a los 12 tenía serie propia, Home Fires. “Mis padres me dieron mucha libertad. Jamás me dijeron: ‘vas a ser doctora o abogada cuando seas mayor. Serás lo que quieras’”. Y también hizo lo que quiso. Cuando tenía 2 años, la pareja se rompió y cuando tenía 14, consideró emanciparse. “’Cariño, qué te gustaría hacer?’, me dijo mi padre. Y yo le contesté. ‘Quiero irme de casa. Vivir sola’”. Y se compró una casa de dos pisos en las montañas de Hollywood con sus propios ahorros. Era una niña con la cuenta corriente de un bróker de bolsa. “’Una noche, con una amiga, cogimos el coche de su padre para ir a pasear por la ciudad. Teníamos 13 años. No sabíamos que había que echarle gasolina... Y nos quedamos tiradas en Rodeo Drive. Le pedí al mecánico que no le contara nada a mi padre y le di 1000 dólares para que tuviera la boca cerrada. Pero, cuando llegamos, papá estaba en la puerta de mi casa. ¿Cómo no se iba a dar cuenta de lo que había pasado si íbamos jugando encima de la grúa?”.

Robert De Niro en El cabo del miedopinterest
A cape of fear


De Niro sería su gran valedor para conseguir el papel de Danielle Bowden en El cabo del miedo. Aunque Reese Witherspoon, Jennifer Connelly y sobre todo, Drew Barrymore tuvieron la oportunidad de arrebatárselo. Ahora son íntimas, pero Drew señaló que deseaba aquel papel más que a nada, pero que fue el peor casting de su carrera: "actué mal y fue el desastre más grande de mi vida". Pero De Niro estaba fascinado por aquellos labios a lo Mick Jagger, tan carnosos como viperinos, porque ya entonces Lewis era un torbellino capaz de darle réplica sin temblarle el pulso y de conducir ebria con quince años y acumular multas de tráfico como si fueran cromos. Tenía claro que aquella niña era de otra naturaleza o que en su naturaleza estaba eso de ser un bicho raro acostumbrado a romper moldes y que su falta de corrección, lejos de ser un defecto, era lo más arrolladoramente atractivo. Y tampoco le fue difícil convencer a Scorsese de que era la adecuada para el papel. La simbiosis entre Marty y De Niro estaba a prueba de bomba después de seis filmes juntos desde Mean streets (1973) pasando por Taxi driver (1976), New York, New York (1977), Toro salvaje (1980), El rey de la comedia (1982) y la recién terminada Uno de los nuestros (1990).

Spielberg y Scorsesepinterest
Spielberg y Scorsese//Getty Images


Quién no tenía muy claro si dirigir o no la cinta era Scorsese. Porque en un principio iba a ser su íntimo Steven Spielberg quien se iba a poner al frente de este remake de una película de suspense considerada menor dirigida en el 62 por J. Lee Thompson, con Gregory Peck y Robert Mitchum como protagonistas. Pero el judío le ofreció la oportunidad. “Marty, este proyecto tiene el potencial de un éxito comercial”, le vendió. “Si sale bien, será tuyo el control sobre tus siguientes películas”. “Eso sí”, bromeó el de ET, “únicamente te lo pasaré si la familia sobrevive al final”. Scorsese hizo lo propio con su amigo. Recién terminado el rodaje de su obra maestra sobre la mafia neoyorquina, Uno de los nuestros, a Scorsese le regalaban la posibilidad de filmar un ambicioso proyecto basado en la novela de Thomas Keneally, titulada El arca de Schindler... Así que, a cambio, y sabiendo lo que el tema excitaba a su amigo, le ofreció el cambalache. La Lista de Schindler le proporcionó a Spielberg en 1993 su primer Oscar como director y, por fin, el favor de la crítica, y a Scorsese, que ya tenía ganada a la crítica, El cabo del miedo le abrió un mundo nuevo: el comercial. Sólo que a aquella historia avejentada y de genéro sobre un abogado y su familia acechado de muerte por un psicópata al que defendió una vez y quien culpa no haber hecho lo suficiente y en consecuencia de haberle obligado a cumplir catorce años de cárcel por violar a una joven, le ofrecía una trama poco profunda. Pero eso fue hasta que encontró el tono: un cruce entre la asfixiante La noche del cazador, Charles Laughton, y el espíritu de Hitchcock. No sólo en lo formal, de hecho, encargaría los títulos de crédito a Saul Bass (Psicosis) y la BSO la ensamblaría Elmer Bernstein a partir del original de Bernard Herrman, el compositor habitual del británico, sino también en el concepto. Se alejó de de la eterna dicotomía entre la bondad y la maldad del original para plantear en su versión un complejo un mosaico de alto calado moral y profundos claroscuros. En su Cabo del miedo, todos los personajes estarían tan embarrados con culpabilidades, traiciones, mentiras y perversiones que al espectador le sería difícil calificar de víctimas y de verdugo a quien en un principio se presentan como tales. La decadencia moral de todos sería su común denominador y los secretos y las mentiras, sus patentes de corso.

El cabo del miedo posterpinterest
A cape of fear
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A cape of fear


Y para conseguirlo, no sólo contó con un Nick Nolte en estado de gracia vestido de traje y corbata, una Jessica Lange de elegancia paroxista o de un Robert de NIro dedicado en cuerpo y alma a ser el psicópata perfecto ejercitándose hasta la extenuación para ser la personificación de la perversión, la venganza, la obsesión enfermiza, la angustia y el infierno. Juliette Lewis se hizo con la imagen más memorable de la película y con la síntesis de aquella intención de Scorsese que la actriz reprodujo con una sonrisa inocente, infantiloide, insensata y obscena.

Escena de El cabo del miedopinterest
A cape of fear


La escena la rodaron sin que Lewis lo supiera. Como demostraría después, Lewis poseía un talento poco habitual, era una rara avis 3-60 como diría Paquita Salas, con una capacidad para sorprender y asumir la sorpresa asombrosa y una versatilidad que le permite moverse entre la comedia y el drama con una solvencia casi inexplicable, tan fácil como le resulta ser la más bella de la pantalla unas veces y su antónimo otras tantas o más. Y esa verdad querían que se plasmara en la pantalla para, después, traspasarla. Y que también sabían que a Juliette se le había metido el miedo de la historia en el cuerpo y necesita dormir durante el rodaje con una pistola bajo la almohada.
Así que se planteó desde la improvisación. Scorsese usaría solo dos cámaras, apuntando a cada uno de los actores. De Niro y la niña. Se hicieron tres tomas. La primera de ellas fue la que finalmente se incluyó en la película. Lewis no sabía que De Niro le iba a meter el pulgar en la boca antes de besarla. Solo contaba con un aviso: De Niro iba a hacer algo. “Fue muy intenso. Estábamos casi pegados el uno al otro y yo estoy mirando a Robert DeNiro fijamente. Él, como su persoanje, intenta meterle el pulgar en la boca y ella, yo, me aparto. Él insiste y por fin ella, yo, se lo permitimos. Después de hacerlo, la gente no paraba de hablar de la sexualidad de la escena, de la sexualidad que despedía yo para aquella edad, pero yo nunca lo vi de aquella manera”, le contó a Chuck Palahniuk, el de El club de la lucha. Pero el mundo, sí. Y pocos recuerdan nada más. Hollywood posó su ojo sobre ella y durante casi una década fue su hija, díscola, sí, pero predilecta y rentable. Era la antiestrella por excelencia. La voz, discordante, más atractiva de todos sus cachorros. La más fiera. Conquistaría a Woody Allen en Maridos y mujeres, que reflejaba la relación de Allen con Soon-Yi, la hija adoptiva de su esposa de ese entonces, Mia Farrow. Protagonizó Asesinos natos, con Woody Harrelson quien, en la ficción, la obligó a cometer crímenes y parecía que disfrutaba en realidad. Tuvo un novio criminal en ‘Kalifornia’; enamoró al policía interpretado por Gary Oldman en Al filo del abismo; fue prostituta en Diarios de un rebelde cuando ese rebelde era Di Caprio y volvió a la inocencia en Quien ama a Gilbert grape, también con Leo y en Abierto al amanecer de manos de su factum factorum, Robert Rodriguez. Lo hizo todo y estuvo con los mejores.

Juliete Lewis en conciertopinterest
Juliette Lewis in concert//Getty Images


Y además, fue la primera novia del rompecorazones Brad Pitt mucho antes de la existencia de Jennifer Aniston y qué decir de Angelina Jolie. De Di Carpio, Adam Sandler y le atribuyen Woody Harrelson y Johnny Depp, no era mayor de edad cuando fue candidata al oscar. Era muy joven y de aquello casi ni se acuerda “no me percataba de la importancia del premio. En esa época estaba muy enamorada (de Brad Pitt) y esa era mi prioridad”. Y que fue un tiempo en que, pese en la discreción de sus relaciones, se volcó en los excesos con la actitud de una rockera que hace surfing sobre su fans, abandonada a su suerte y, como resultado, tuvo que ingresar en una clínica de rehabilitación para tratar su adicción a las drogas pero Hollywood nunca se lo perdonaría. “No comulgo con la maquinaria de Hollywood, que trata a los actores como si estuvieran en el escaparate de una tienda de animales domésticos. Encuentro que la cultura hollywoodense es opresiva. Yo no soy parte del sistema. Felizmente descubrí otra forma de expresión a través de la música, aunque siempre he querido actuar. Lo que me interesa es el lado artístico. No me interesa el dinero. Los productores se inclinan por lo seguro, por lo que vende. Yo nunca he caído en eso”.

Juliette Lewis en Agostopinterest
Agost


Porque aunque sanara de sus adicciones a los 22, -de la mano de la Cienciología, vamos a dejarlo ahí-, un logró en el que pocos en su mundo pueden decir lo mismo, nadie le perdonó ese afán deambular por los márgenes o quizás por decir lo que pensaba en todo momento. “Nunca he sido una muñeca dócil y sumisa. Y a medida que me hago mayor, tengo menos tontería, me preocupa menos mi propia mierda y lo que quiero es dejar huella en la cultura y en las mujeres. Por eso puse en marcha el grupo. Porque representa mi espíritu, complejo, vital y libre. Mi propia voz”. Y quizás por eso, convertida poco a poco en la amiga poco recomendable de la protagonista en películas de escasa envergadura, Juliette fue alejándose de la pantalla para dedicarse a su otra afición, la música aunque por ese carácter diletante, tampoco fuera tomada muy en serio. Ni con sus distintas formaciones ni en solitario en donde emuló a sus admirados Keith Richards, Iggy Pop y Janis Joplin y sus plumas.

Juliete Lewis en conciertopinterest
Juliette Lewis in concert//Getty Images


Hoy, por fin, vestida de Galliano y descubierta –y revindicada- por la televisión, la Lewis puede decir que es reclamo de calidad en las producciones en las que participa y donde se la rifan (Camping, Ma, Anthem, Dreamland, A milliom little pieces, Black roads, Graves… esto solo en 2018) sigue sin perder ese halo de niña malcriada de pechos de onceañera aunque su rostro tampoco ha olvidado el tute que se ha dado. Y no, no hay botox que valgan. Ella sigue siendo una mujer que no admite reglas.

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Juliette Lewis Oscars//Getty Images