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Carlos Rilova

El correo de la historia

Stefan Zweig y el 2 de mayo de 1808

Por Carlos Rilova Jericó

Este jueves será, otra vez, 2 de mayo. Una fecha señalada para Madrid y, por ende, para toda España. Así pues ese día se volverá a conmemorar, con diversos actos, el motín que otro 2 de mayo -de 1808- abrirá en esa villa y corte una de las peores etapas (para Francia) de las que llamamos “guerras napoleónicas”. La de la denominada “Guerra de Independencia española”. O, para los británicos, “Peninsular War”.

Han corrido los consabidos ríos de tinta sobre el asunto desde hace dos siglos. Distintos correos de la Historia, en distintas ocasiones, de hecho, han contribuido a aumentar ese caudal. Sin embargo, como suele ser habitual en Historia, nunca falta un nuevo dato, una nueva perspectiva que dar sobre ese asunto.

Una de las más curiosas, quizás, es la que aporta uno de los novelistas y ensayistas fundamentales del siglo XX europeo: Stefan Zweig.

Ese dato singular que Zweig nos daba sobre el 2 de mayo de 1808 aparece en la biografía que el genial vienés escribió sobre el ministro de Policía de Napoleón Bonaparte. Aquel llamado “genio tenebroso” que fue Joseph Fouché.

Una obra poco conocida (al parecer) para conocidos politólogos españoles pero a la que, desde finales del año 2023, el público de ese país puede acceder sin excusa pues ha sido vertida en ese idioma al Noveno Arte por uno de los más conocidos dibujantes españoles, Kim (“padre” del inefable Martínez el Facha, estrella de la revista “El Jueves”) que ha convertido esa obra magnífica de Zweig en cómic.

En él, sin embargo, ese curioso dato sobre el 2 de mayo de 1808 ha sido más bien pasado por alto, pues el dibujante ha preferido sintetizar lo que Zweig decía al respecto.

Y es una lástima, porque lo que señalaba Zweig sobre el origen del 2 de mayo en esa biografía de Fouché es un punto de vista que, generalmente, no se contempla con respecto a esos hechos que iban a suponer un punto de inflexión en la Historia de las guerras napoleónicas.

Por lo general siempre se cita en relación a ese motín madrileño, inmortalizado por Goya, la amarga frase que Napoleón dejó caer en los oídos del conde de Las Cases mientras redactaba su famoso “Memorial de Santa Elena”. Es decir: que la guerra -iniciada por ese 2 de mayo- fue una guerra maldita para el emperador, pues en ella se abismaron casi todas sus fuerzas y recursos y, además, se convirtió en una escuela de combate para los británicos, que formaron así el formidable Ejército del que carecían en 1808.

Lo que ya no es tan conocido, y nos recuerda la considerable biografía de Fouché redactada por Zweig, es que Napoleón también habría tenido, al final, muy claro que se había metido en aquella maldita guerra de España por culpa de las pretensiones de algún idiota. El idiota en concreto era, en ese caso, claro está, su hermano José…

Es posible que tal afirmación sostenida por Zweig suene rara en un país donde, como veíamos la semana pasada, todos los males sufridos por el reino en esas guerras napoleónicas recaen sobre Fernando VII y todos los halagos y parabienes se dedican a José I. Algo que, la mayoría de las veces, se sostiene sin razón alguna para cualquier historiador o historiadora más o menos ecuánime.

Así José I, en esa versión de los hechos tan aceptada y tan extendida, aparece como un rey modélico que, por comparación con Fernando VII, sólo parecía querer mejorar la situación de España y había descendido sobre este país como un verdadero ángel de la caridad. Todo desinterés y buena voluntad…

Lo cierto es que José I actuó de forma más bien interesada. Quizás buenas ideas no faltaban al hermano de Bonaparte. Sin duda aplicó algunas al urbanismo de Madrid, por ejemplo. Pero lo cierto es que José I, abogado de profesión, vino a España a, por así decir, hacer negocio como bien insinúa Stefan Zweig.

Las evidencias son palmarias y, una vez más, se entiende mal la buena prensa de José I cuando es notorio que en su huida de Vitoria, tras la famosa batalla que supone un nuevo punto de inflexión en las guerras napoleónicas, dejó tras de él una sustancial parte de sus bagajes repleta de diversos tesoros y obras de Arte español expoliadas.

Algo notorio incluso para el gran público a través de la novela de Pérez Galdós sobre el asunto.

Esos son los hechos. Irrefutables. Y hecho también, parece ser, es lo que recogía Stefan Zweig en su notable biografía de Fouché. Comentaba allí el genial escritor vienés que Napoleón cometió un grave error al poner en el trono de España a su hermano José, pues con ello provocaba gravemente a un país -España- que, hasta ese momento, era uno de sus principales aliados en una Europa derrotada, sí, pero a la espera de una revancha que los británicos alentaban por todos los medios.

Zweig constata, sin ambages, que esa errónea decisión se tomó por las presiones que Jose ejerció sobre Napoleón para que, al igual que al resto de la familia Bonaparte, se le otorgase alguna prebenda coronada… En este caso debía ser el todavía rico reino de España y sus posesiones ultramarinas.

No otra razón, según Zweig, hubo para que España pasase de convertirse, en el esquema político de Bonaparte, de fiel aliado a estado avasallado como todos los demás que habían sido derrotados en un campo de batalla por el emperador corso.

En otras palabras: lo que Zweig subrayaba en su magnífica biografía de Fouché sería que la ciega ambición del hermano mayor de los Bonaparte fue lo que, a partir del 2 de mayo de 1808, desencadenó el peor escenario posible para las altas aspiraciones tanto de Napoleón como del resto de la familia imperial, haciendo estallar aquella maldita guerra de España donde Napoleón se fue desangrando lentamente y se vio obligado a luchar, como recogía Zweig, por idiotas que lo fueron metiendo de embrollo en embrollo.

Cabe decir (aunque Zweig no lo constata), que Napoleón, ya en su exilio definitivo, no tendrá mala opinión de su hermano, si bien consideraba que era un hombre culto pero poco ambicioso para aspirar a ser un gran personaje en la Historia. Al menos así se lo comunicó el emperador a su médico en la isla: Barry O´Meara.

Pero, por lo demás, en hechos contantes y sonantes, Napoleón, como nos recordaba Zweig, lo único que pudo pensar mientras se consumía en aquella isla, es que, en definitiva, las desmedidas ambiciones de su hermano José y sus pretensiones en España lo habían llevado hasta esa roca donde iba a morir en unas amargas circunstancias. Y eso sin que llegase allí ninguna de las rumoreadas expediciones para liberarlo y llevarlo a Estados Unidos que, se suponía, se estaban planeando en el entorno de José en América…

Este jueves, 2 de mayo, sin duda, será una buena ocasión para considerar esos hechos bajo esta perspectiva que Stefan Zweig nos ofrecía en su minuciosa investigación sobre el universo napoleónico a través de la inquietante, pero fascinante, figura de Joseph Fouché.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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