José Ortega y Gasset es la primera inteligencia española del siglo XX. Está considerado como el filósofo más destacado de la pasada centuria. Fue también un periodista excepcional. Manejó el idioma de forma prodigiosa. No creo que haya un escritor en el siglo XX de tan alta calidad literaria. A pesar de los zarandeos padecidos a derecha y a izquierda a cargo de políticos e intelectuales sectarios, Ortega y Gasset permanece y las nuevas generaciones lo leen y se rinden ante su pensamiento y su escritura.

Victoria Ocampo, en una época de preterición femenina, fue una escritora sagaz, de abrumadora vida intelectual, capaz del diálogo y del debate con Ortega ante el que se esfuerza por no ceder ni en cultura ni en profundidad intelectual.

La correspondencia entre ambos personajes desde 1917 a 1941, con una adenda fugaz de 1951, constituye una delicia para el buen gusto literario y para el interés humano. Marta Campoamor ha ordenado las cartas. Como no quiero dejar tácito el mérito de esta escritora, afirmo que su trabajo ha convertido la correspondencia entre Ortega y Ocampo en un libro memorable, que tendrá continuidad en las cartas conservadas entre la escritora argentina y Soledad Ortega, la hija de Ortega a la que tuve la suerte de conocer, igual que a sus dos hermanos: Miguel, miembro, por cierto, del Consejo Privado de Juan III, y a José, que me editó en la editorial Revista de Occidente dos de mis libros: El grito de Oriente y La Negritud.

El hijo de Soledad, el nieto de Ortega, José Varela, ha publicado un libro sobre España, que compite en importancia con España, un enigma histórico, de Sánchez Albornoz, y con España en su historia, de Américo Castro, el relevante escritor al que, por cierto, desdeña injustamente Victoria Ocampo en una de sus cartas.

Alfonso XIII, Primo de Rivera, la II República, la dictadura franquista, la guerra incivil española y la mundial desfilan por la correspondencia entre Ortega y Ocampo en la que se habla de los intelectuales destacados en aquella época convulsa y abrasadora. Con un esnobismo incalificable, la argentina Ocampo escribe sus cartas en francés; Ortega, naturalmente, en español.

No se arrepentirá el lector al tomarse con calma y con tiempo la lectura de esta correspondencia que descarna la vida del siglo XX

Ambos desnudan el alma. “Me duele la angustia –dice ella– estoy enferma de angustia. Y destrozada”. Y él, enfermo también y desencantado, se lamenta de todo en su exilio en París. Salvó la vida gracias a Besteiro que le aconsejó marcharse, porque el Estado republicano había decidido asesinarle como hizo con Melquiades Álvarez y con tantos otros destacados intelectuales.

Necesitaría diez artículos como este para resumir lo que he espigado en el libro, con reflexiones deslumbrantes del uno y de la otra, sobre Malraux, Maritain, Keyserling, María de Maeztu, Yebes, Drieu, Marañón, Debussy, Stravinski, Eduardo Mallea, Gómez de la Serna, Morente, Heidegger, Sartre, Bertrand Russell, Tagore, Cocteau, Gide, Falla, Picasso, Lorca, Gabriela Mistral y tantos otros.

Y alusiones a Leticia Dúrcal, con la que mantuve hace ya demasiados años conversaciones sobre Ortega, al que ella conoció a fondo y que colmó mi vanidad al escribirme de su puño y letra cuando Don Juan Carlos entró en Palacio en 1975 como Rey. “Recuerdo lo que dijiste en un discurso hace 15 años: Yo estoy seguro de que dentro de muy poco tiempo volveremos a escuchar, sobre las losas cargadas de historia del Palacio Real de Madrid, los pasos amigos del Monarca que llega”. Fue durante una cena en el hotel Fénix a la que asistieron 400 personas y en la que envié al dictador a Yuste.

Un libro, en fin, Cartas (Biblos), entre José Ortega y Gasset y Victoria Ocampo, con prólogos de Aras, Negri, Salas y Verdi, que no decepcionará a nadie. Navegar por él significa adentrarse en una de las épocas más efervescentes, devastadoras y atrayentes de la historia del mundo. No se arrepentirá el lector al tomarse con calma y con tiempo la lectura de esta correspondencia que descarna la vida del siglo XX y que palpita entre las tinieblas del pensamiento humano.