LLEGÓ en tren hasta la estación de Atxuri con su nombre ya revoloteando por los mentideros del fútbol. Y en aquel primer paseo, bordeando la ría, todo le parecía oscuro y sucio hasta que, ¡zas!, a la vuelta de la esquina, se quedó boquiabierto con la contemplación del rascacielos de Bailén y el Teatro Arriaga. Esa esquina le produjo el primer asombro de los miles que sintió en Bilbao. Décadas después, el rascacielos le sigue pareciendo algo insólito. Fue un asombro de su juventud.

El caserío Makatza –donde la posesión de un balón era todo un privilegio...–, ubicado en la plaza del pueblo de Zarautz, era el escenario. Allí había nacido, el 1 de marzo de 1943, el joven José Ángel. Era, ya para entonces, la casa solariega de los Iribar.

Nació el día del Ángel de la Guardia, lo que hizo que le llamasen así. El nombre previsto era el de su abuelo, José Benito. “Menos mal”, dijo alguna vez. “Aunque a mi abuelo le quería mucho, de verdad. Jajaja”.

Hubo un día en el que mientras el joven José Ángel acarreaba hierba junto a su aita llegó Salvador Etxabe, un futbolista del pueblo que había fichado por los de San Mamés pero que jugaba cedido en el Basconia –por entonces en Segunda–, y que fue a verles. Los verdinegros buscaban portero. José Angel tenía 18 años. Su padre le miró y, como el propio Iribar ha recordado más de una vez, “me dijo que dejara las bobadas y siguiera descargando hierba”. Y es que era el único hijo varón del caserío. Ya había probado con la Real Sociedad, pero desestimaron su contratación. “En aquel momento me vi más tornero que nunca”, ha comentado El Txopo en alguna ocasión. La verdad es que había construido ya una pieza y el maestro tornero le había sentenciado: “Mira a ver si puedes hacerte portero”, le dijo. El padre era tradicionalista y la madre nacionalista y toda la familia, en casa, era eskaldun. Un día aita le puso ante el director de La Salle para inscribirle. Le advirtieron de que había problemas por lo de cantar en euskera y contestó: “Ya lo sé, por eso traigo a mi hijo y quiero que esté aquí, sé que quieren echarte”, le respondió. Ya el euskera aparecía en el horizonte. Las cartas a la novia, la radio y el uso cotidiano le enriquecieron la lengua.

Aquel fue el escenario, en el mes de julio de 1961, en el que se vivió un cónclave en la familia. En la reunión en la que se decidió que José Ángel podría fichar por el Basconia hubo fuego cruzado. Las mujeres de la saga se oponían porque José Ángel era el primogénito,encargado de seguir adelante con las tareas del caserío. Su aita también estaba en contra. Tenía a favor a su ama y a sus hermanas. Al final ganó el fútbol y el joven Iribar viajó por primera vez a Bizkaia, meses después de que la Real le hiciera una prueba y descartara su fichaje. Días después se vivió la escena del rascacielos.

Hizo una prueba con el Basconia lesionado. No estuvo bien pero a Piru Gainza le gustó. Luego, Etxabe, que había sido portero del Basconia, le vio atrapar un balón elevado con los brazos estirados y dijo: “¡Parece un chopo!”. Y ahí nació el apodo de leyenda.

Ya es Iribar, y llega a la selección española, con la histórica final ante la URSS. De aquel partido se llevó el título, la camiseta de Yashin –no se atrevió a pedirla y lo hizo en su nombre un campañero, Paquito, y años después visitaría su tumba en Moscú...– y una prima para comprarse el Simca 1000 con el que se fue de viaje de novios a la isla de La Toja, allá en Galicia. Allí le conocían puesto que había parado al Ourense... ¡cuatro penaltis!

Ocurrió el 30 de junio de 1966, cuando el Athletic disputó en el Bernabéu la final de la Copa ante el Zaragoza de los cinco magníficos. Santos, Villa, Lapetra, Marcelino y Canario y el Athletic sin tres de sus defensas titulares: Orue, Etxeberria y Txutxi Aranguren. Tanto paró pese al 2-0 de la derrota que la afición del Athletic empezó a cantarle el “Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo. Como Iribar, no hay ninguno”. Dicen que la canción había nacido en los Sanfermines anteriores, con El Viti. ¿Música? A El Txopo le gustaba Extraños en la noche, de Frank Sinatra. Se había aficionado al cantante y a la canción en el Mundial de 1966. Fito ha declarado alguna vez que le gustaría componer una canción a Iribar. En aquella época los porteros todavía no usaban guantes. Iribar empezó a usarlos con agua. Se obsesionó con unos que había visto a Gordon Banks, verdes y muy ajustados. Y no paró hasta comprarlos.

La Nochevieja de 1972 el Athletic perdió 3-1 contra el Burgos. El de Zarautz no se encontraba bien. El 21 de enero jugó contra el Málaga y ¡zas!, cayó enfermo. Los médicos del Athletic le visitan a su domicilio. Termina en una ambulancia rumbo al hospital de Basurto. El diagnóstico, fiebres tifoideas, las mismas que habían matado a Rafael Moreno Pichichi, curiosamente un 1 de marzo. Bilbao realizó rogativas y procesiones a la amatxu de Begoña, algo que también propugnaron los jesuitas. Bilbao temblaba.

La ikurriña. Su primer contacto público con ella no fue en Atotxa. Jugó la Pequeña Copa del Mundo en Venezuela y allí les esperaban con una ikurriña (en el grupo se encontraba Iñaki Anasagasti...) pese a que estaban vigilados por la policía secreta. Les digeron que no visitasen las Euskal Etxea pero Iribar se saltó la prohibición. Había un pariente de su mujer por allí y se tiró un tiempo contando sus historias.

La otra, la célebre, la confeccionó la hermana de Uranga, un jugador de la Real. Se la ofrecieron una hora y media antes del partido. Lo consultaron y vieron que había cierta sensibilidad. Ese día se hacía un homenaje a Gaztelu. Uranga, que estaba lesionado, la cogió y se puso en la grada. Cuando aparecieron, saltó, se la dio y salieron los capitanes con ella. Hubo una reacción de la gente impresionante. Poco tiempo después se legalizó la ikurriña.

Paso por la política

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En 1978 formó parte de la mesa nacional de Herri Batasuna cuando le ofrecieron llevar el deporte dentro de Cultura. Iba a colegios con Santi Brouard para que los niños no se acercaran a la droga e hicieran deporte. El GAL asesinó a Santi e Iribar acabó marchándose de la política, que tanto le había tocado el corazón con el fusilamiento de Txiki (era paisano de Zarautz...) y Otaegui.

A su partido homenaje acudió la Real de forma altruista. Con lo recaudado hizo un diccionario de euskera, castellano y francés sobre términos deportivos, porque no había nada al respecto. Como sobró algo de dinero, se hicieron también tres ikuskas, cortometrajes de veinte minutos, de fútbol, remo y montaña. Una empresa de alimentos no le salió como quería y hoy es imagen viva del Athletic, leyenda pura y un hombre querido.