Sé que fuiste tú

John Cazale no es un simple actor, sino un mito (trágico) del cine

Sólo cinco películas en su haber, pero qué cinco: El padrino, La conversación, El padrino: Parte II, Tarde de perros y El cazador lo convirtieron en icono de la Edad de Plata hollywoodiense. Y entonces todo acabó de la manera más triste.
john cazale
John Cazale es Fredo Corleone en El padrino.CBS Photo Archive/Getty Images

“Aprendí más sobre actuación con John que con nadie más”, confesó Al Pacino tras la muerte de su amigo y compañero John Cazale (1935-1978), a quien conoció cuando ambos eran jóvenes aspirantes en busca de una oportunidad en la Gran Manzana. “Todo lo que quería hacer era actuar junto a él durante el resto de mi vida”.

Ese mismo día, el New York Times publicó una necrológica que empezaba así: “John Cazale, el actor más conocido probablemente como el hermano mayor y más débil de Al Pacino en la película El padrino y su secuela, murió de cáncer el pasado domingo por la noche en el Sloan Kettering Memorial Hospital. Tenía 42 años”. Más adelante, el Times mencionaba La conversación, también dirigida por Francis Ford Coppola, y Tarde de perros, donde volvió a trabajar con Pacino, pero la última de las cinco películas en las que intervino no se había estrenado aún y, por lo tanto, quedó fuera del obituario. Hablamos de El cazador, ganadora de cinco Oscar y habitualmente mencionada en las listas de las mejores películas jamás rodadas. En total, la filmografía de Cazale, breve al tiempo que insuperable, consta únicamente de obras maestras. Ningún otro ha logrado hacer tanto en tan poco tiempo como el que dispuso. Su rostro es, por tanto, un icono de la Edad de Plata hollywoodiense, si bien nunca ocupó el primer plano, ni se situó en el centro de los focos. Lo suyo era brillar forma inexplicable desde los márgenes.

Cazale se graduó en la Universidad de Boston y comenzó a trabajar en montajes de teatro regionales desde una edad muy temprana, pero sabemos muy poco acerca de su infancia y primera adolescencia. Richard Shepard, director del documental Descubriendo a John Cazale (una de las principales fuentes de información sobre su figura), consiguió hablar con algunos de sus amigos y compañeros de colegio, pero no así con los miembros de una familia que, hasta donde sabemos, constaba de tres hermanos –él era el mediano– nacidos en Revere, Massachusetts. Shepard logra plasmar la impresión de que las prolongadas ausencias de su padre, un vendedor ambulante, generaron una suerte de halo oscuro alrededor del joven John, quintaesencial muchacho triste que muy pronto aprendería a canalizar esa desazón existencial a través de la interpretación. Sin embargo, quienes lo conocieron en el Off-Broadway, donde desembarcó tras cosechar algunos éxitos de crítica en el Charles Playhouse de Boston, lo describen como un tipo esencialmente afable y carismático con “una forma muy agradable de expresarse”, en palabras del propio Pacino.

Ambos se conocieron mientras trabajaban en el departamento de correo de la Standard Oil, cuya sede neoyorquina se ubica en el mismísimo Broadway. Por entonces, Cazale ya había empezado a asistir a las clases de nada menos que Peter Kass, algo así como Vito Corleone para quienes creen en el Método. En 1966, los dos amigos y mensajeros a tiempo parcial obtuvieron el trampolín que estaban esperando cuando Israel Horovitz los fichó para su obra The Indian Wants the Bronx, por la que ganaron un Obie cada uno. De hecho, Horovitz quedó tan absolutamente impresionado por John Cazale que contó con él de inmediato para otra producción, Line, por la que también fue galardonado.

Solía causar esa impresión en los demás. Cuando Coppola aún se encontraba en plena guerra con Paramount por el papel de Michael Corleone (él quería a Pacino, ellos querían a una estrella consagrada), su director de cásting, Fred Ross, asistió a una representación de Line a instancias de su amigo Richard Dreyfuss. “Richard estuvo fenomenal”, recordó Roos después, “pero ahí estaba un tío llamado John Cazale… Fue como: ‘Ese es Fredo, fin de la historia’. Le dije a Francis que había visto a Fredo la noche anterior y que ya no teníamos que buscar más”. Cazale viajó a Los Angeles para hacer una prueba delante del director y el estudio, pero fue una mera formalidad: ni siquiera Paramount, desesperada por meter grandes nombres en el proyecto, puso ninguna pega a que este debutante en el cine encarnase a Fredo Corleone. Mucha gente piensa que fue Al Pacino quien recomendó a su colega para El padrino, pero no fue ni mucho menos así.

Hay una secuencia en la película que demuestra de lo que este actor de actores era capaz: cuando Michael lo visita en Las Vegas y él lo recibe con un pequeño ejército de prostitutas, sin tener en cuenta que su hermano pequeño no estaba allí para divertirse, sino para hacer negocios. La cantidad de sentimientos (ira, vergüenza, pasmo, humillación) que atraviesan su rostro en cuestión de segundos, unidos al hecho de que Fredo se pase toda la escena con gafas de sol, dan la medida de la impecable sutileza con la que Cazale se enfrentaba siempre a su trabajo. El padrino: Parte II profundiza en la figura trágica de un hombre al que la vida sencillamente no le concedió cartas suficientes para ganar ninguna partida. El momento “Sé que fuiste tú”, impecablemente servido por el dúo Pacino/Cazale, es uno de los más emblemáticos de la cinematografía universal, pero la auténtica hora de la verdad de Fredo llega cuando se resigna a confesar todos sus pecados instantes antes de desaparecer casi por completo en una silla, más fantasma o cáscara vacía ya que ser humano. A Pacino no se le ocurrió mover un músculo durante el clímax emocional de la película, pues sabía que, pese a estar nominalmente protagonizada por Michael y su padre, Parte II es la película de Fredo Corleone. Y gran parte del mérito lo tiene su actor, capaz de compartir plano con varias leyendas de Hollywood y, sin embargo, lograr que tus ojos se vayan inevitablemente hacia él.

¿Qué demonios tenía? Nadie ha sido capaz de ponerlo por palabras. Sidney Lumet se negó a verlo en un principio para Tarde de perros: tanto el guion como la historia real en que se basa estipulaban que Sal, novio del personaje interpretado por Pacino, era un efebo quinceañero con cabello rubio y facciones angelicales. Cazale acababa de cumplir los cuarenta, pero su amigo insistió tanto que Lumet accedió a hacerle un cásting. No hace falta explicar lo que sucedió a continuación: sólo es necesario volver a ver la película para comprender la cantidad de matices casi intangibles, pero potentísimos, con la que John Cazale regó a un Sal que sólo puede ser suyo, pues nos es completamente imposible imaginar a otro en el papel. Lo mismo ocurre con su Stan en La conversación, un personaje aparentemente menor para el que Coppola sabía que necesitaba a alguien capaz de impresionar a los espectadores con un simple gestor (por ejemplo, encogerse de hombros). Tras cerrar ambos trabajos, Cazale volvió temporalmente a las tablas: primero en el Charles Playhouse, hasta donde se llevó a su inseparable Pacino para actuar juntos en una obra de Bertolt Brecht, y más tarde en Central Park.

Fue precisamente en una producción de Medida por medida para Shakespeare in the Park donde conoció a Meryl Streep, quien se convertiría en su pareja hasta el final de su vida. Pacino recuerda quedar con ellos tras las funciones y descubrir cómo su compañero brillaba especialmente cuando se encontraba rodeado de dramaturgos e intérpretes teatrales. Ese era su mundo, aunque Michael Cimino ya había empezado a tentarlo para que volviese al cine en El cazador. Cuando, durante el primer pase con público de un montaje de Agamenón que le hacía especialmente feliz, Cazale se notó muy bajo de fuerzas, todas esas consideraciones pasaron a su segundo plano: fue diagnosticado con un cáncer de pulmón que ya había hecho metástasis hacia sus huesos, por lo que el pronóstico era muy negativo. Dado que deseaba seguir trabajando hasta el último segundo, Cimino, Streep y Robert De Niro removieron cielo y tierra para contar con él en El cazador. El primero reordenó el calendario de rodaje para empezar por sus escenas, la segunda aceptó un papel no muy estimulante para poder estar a su lado y el tercero pagó de su bolsillo la póliza de la aseguradora. Mereció la pena, por supuesto. Todo lo que pudieses hacer por tener a Cazale como secundario en tu película iba siempre a merecer la pena.

Nunca dio entrevistas. Nunca habló de su vida privada, nunca fue conocido en vida por el gran público. Con el paso de las décadas, cinéfilos de todo el mundo lo han ido descubriendo a través de sus personajes en un puñado de clásicos atemporales, algo que probablemente le hubiese gustado. John Cazale vive a través de sus papeles, de su trabajo, de su arte. Todo lo que nos quiso decir está contenido en esas imágenes, pero es imposible imaginar hasta dónde hubiese podido llegar… Podría haber sido el más grande de su generación. No un mito trágico, sino un mito a secas. En lugar de eso, tenemos que conformarnos con volver una y otra vez a Fredo, Sal, Stan y Stosh. Todo está ahí, contenido en pequeñas revelaciones que se van destapando a medida que volvemos a estudiar cada uno de sus matices, una y otra vez, como intentando resolver un enigma.

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