John Cale, el motor experimental de The Velvet Underground: “No me interesa hablar de mi muerte” | Babelia | EL PAÍS
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John Cale, el motor experimental de The Velvet Underground: “No me interesa hablar de mi muerte”

A los 80 años, el cofundador del grupo, convertido en leyenda del rock más vanguardista, regresa con ‘Mercy’, un álbum lleno de colaboraciones con algunos de sus herederos, de Weyes Blood a Animal Collective

El músico John Cale, cofundador de The Velvet Underground junto a Lou Reed, retratado en Los Ángeles a finales de diciembre de 2022.
El músico John Cale, cofundador de The Velvet Underground junto a Lou Reed, retratado en Los Ángeles a finales de diciembre de 2022.CHANTAL ANDERSON (New York Times / ContactoPhoto)

“Todavía estamos aquí”, se congratula John Cale tras haber visto su primer álbum de nuevas canciones en una década retrasado por la pandemia y una reciente gira británica cancelada por razones sanitarias. Con 80 años a cuestas, es lo único que importa. “¡Cierto!”, espeta desde el otro lado de una videoconferencia sin imagen. Su estudio en Los Ángeles está patas arriba, preparado para una sesión fotográfica y la grabación de un vídeo, y prefiere limitarse a hablar sin dejar que lo vean. “¿Qué haces al otro lado de este oscuro túnel?”, se carcajea.

Imagen de 'The Velvet Underground', de Todd Haynes.

El pianista, vocalista, arreglista y productor galés, niño prodigio de conservatorio, que en 1963 viajó becado a Estados Unidos para estudiar junto a ilustres vanguardistas, no solo fue uno de los principales actores en la evolución estilística y temática del rock —fundó con Lou Reed la banda neoyorquina que señaló el futuro de esta música, The Velvet Underground—. También habrá protagonizado una tortuosa carrera en solitario, dubitativa entre la música sinfónica y el rock más histriónico, las artes del cantautor heterodoxo y la brujería electrónica. Sin apenas réditos comerciales, pero de inconmensurable influencia.

“La extrañeza musical de la Velvet antes no existía. Siempre quisimos sonar elegantes y brutales”

En su nueva grabación, Mercy, se respiran las calamidades que moldearon estas últimas canciones durante tiempos inciertos: los inesperados años de Trump y el Brexit, los desmanes climáticos y la pérdida de derechos civiles. Musicalmente tan al día como lo estaba a mediados de los sesenta, cuando salta de la academia en peligro a la más conspicua experimentación, Cale aprovecha la intuición de artistas jóvenes, utilizándolos como espejo de su vejez, distanciándose de cualquier asomo nostálgico o senil conformismo. “Fue un proceso largo, pero la música iba llegando de distintos modos”, explica. “Escribí las canciones hace dos años y medio y ha sido todo muy complicado y al mismo tiempo interesante. Acabé escribiendo dos o tres versiones de los temas y así llegué a comprender cuál era el proceso. Fue muy interesante contar con todos esos artistas, vi las distintas formas en que se expresan y escuché de qué modo enfocaban las canciones”.

Estas elaboradas composiciones, densamente orgánicas, estructuradas sobre cadencias contemporáneas, alucinógenas y herméticas, ahondan en nuestro convulso presente sin miramientos, tampoco derrotismo. Cale canta junto a la nueva diva Weyes Blood en ‘Story of Blood’, conjurando la idea de que solo la solidaridad nos ayudará a salir adelante. “Se trataba de averiguar el mejor modo de plantearnos la canción, porque ella tiene esa voz tan sonora, muy rica”, explica. “No le llevó demasiado tiempo establecer su idea”. El instinto para la colaboración que le caracteriza floreció en 1965 con The Velvet Underground, proyecto del que fue expulsado por Lou Reed tras solo dos elepés, una larga relación de amor y odio que le haría menospreciar aquellos históricos discos como bocetos prometedores que nunca alcanzaron lo imaginado por ambos. Tras la muerte de Reed en 2013, una productiva fricción creativa se extinguía para siempre y Cale se sentía golpeado por la irrealidad de ver partir al compañero. “En la mayoría de las colaboraciones, dos y dos suman siete”, asevera Cale en el largometraje que Todd ­Haynes dedicó a la crucial banda neoyorquina en 2021. “Esa extrañeza musical nuestra no existía antes y siempre mantuvimos un nivel buscando que todo sonase elegante, que sonase brutal. Con la canción ‘Venus in Furs’ comprendí que nuestro rock and roll sonaba como nadie lo había hecho antes”.

“Nico siempre iba a la suya. Cuando componía una canción, no atendía a opiniones ajenas”

Tras seis décadas en activo, el autor de Paris 1919 acarrea un legado lleno de buscadas contradicciones, pues sabe que solo sorteándolas se avanza en el arte. Introspectivo pero curioso, atento a los fenómenos sociopolíticos, hoy parece haber llegado a una visión humanista que todo lo abarca, como en el tema que titula el álbum, jaspeado por las sonoridades techno de Laurel Halo, o en la esperanzada proclama ‘Not the End of the World’. Un optimismo, el suyo, bien modulado: “No soy de los que caen en declaraciones buenistas. No creo que debamos hablar sobre estas cosas, sino hacerlas, pasar a la acción”. En ‘Time Stands ­Still’, junto al dúo electrónico Sylvan Esso, contemplamos el hundimiento de la antigua Europa. Nadie como Cale, en el ámbito del rock que en los setenta devino lingua franca y gran negocio, repasó la historia del viejo mundo con tanto ahínco, entre romántico y crítico. Por sus canciones desfilaron Helena de Troya y Carlomagno, John Milton y Macbeth, Graham Greene y Pablo Picasso, Brahms y Rimsky-Korsakov.

Este apego por las raíces europeas, que alternó con su amor por los wésterns de Sam Peckin­pah o el teatro de Sam Shepard, no le impidió estar siempre en vanguardia, desde que interpretaba al piano piezas de John Cage que duraban todo un día o emitía zumbidos infinitos con su viola eléctrica junto al gurú La Monte Young. ¿Qué alimentará esta perenne ambición creativa: curiosidad, inquietud o ansia de conocimiento? “Lo último”, contesta. “De qué manera pueden cambiar las cosas y el modo en que puedes usar a otros artistas para plasmar tus ideas musicales. Todos los que mencionas tenían su propio estilo a la hora de aproximarse a la música. Había muchas clases distintas de música y yo me dejé llevar por todo ello. Para tocar con otros artistas y de distintas maneras, debes echar tu cautela al viento, enfrentarte a lo que tienes ante ti”.

“Ojalá hubiera grabado con Bowie, pero los dos íbamos dando tumbos en la oscuridad”

Más acorde con su edad es el recuerdo de aquellos que ya no están. “No me interesa escribir sobre mi propia mortalidad”, dice cuando se le pregunta sobre ello. “¡Pasa tú primero…!”, zanja. Pero hay en Mercy canciones dedicadas a la malograda, irrepetible Nico, ‘Moonstruck (Nico’s Song)’, y a David Bowie. “Pienso que ella era imparable, insistía en ir a la suya”, cuenta sobre la modelo que se convirtió en singular icono del rock tras su breve estancia en el grupo. “La relación con Jim Morrison influyó en su vida como poeta. Y esa actitud fue incrementándose. Cuando componía una canción, no atendía a opiniones ajenas. Te diviertes mucho con esa clase de personalidades. No siempre escuchaba mis consejos, pero el modo en que vivía su vida resultaba excitante”. En el caso de Bowie, ‘Night Crawling’ regresa a los días en que ambos devoraban las efervescentes noches de Manhattan. Antes de un concierto, Bowie le pidió a Cale que le enseñase a tocar la viola. Quisieron grabar juntos, pero solo lograron dejar constancia de un boceto de canción. “Ojalá hubiésemos podido hacer algo más…”, se lamenta. “Pero, una vez empezó la fiesta, ya no paramos. Creo que, en realidad, ambos íbamos dando tumbos en la oscuridad”.

En 1988, Cale reconocía su incapacidad a la hora de quedarse en una sola música. “Nunca subestimé lo que podía hacer el rock and roll, en realidad se volvió excesivo”, dijo en aquella ocasión. “Es la forma en que se escribieron las canciones. Siempre había algo que aprender, y se vuelve aburrido tras un tiempo, no puedes seguir educando a la gente. Y resultó que yo me relajaba más musicando a Dylan Thomas que cuando componía rock and roll. Lo cual es un poco absurdo”. En otros pasajes de Mercy aflora su tajante sentido del humor. En ‘The Legal Status of Ice’, donde le acompaña Fat White Family, imagina lo que ocurrirá en las aguas territoriales con el deshielo de los polos. En ‘Marilyn Monroe’s Legs (Beauty Elsewhere)’ afila sus dotes surrealistas, y, junto a Animal Collective, reconoce en ‘Everlasting Days’ que arrepentirnos de los errores cometidos solo lleva a un constante desengaño. Cale comenzó el proyecto sin saber adónde le llevaría y admite que el resultado final no guarda relación con aquella idea inicial.

“Yo me relajaba más musicando a Dylan Thomas que cuando componía ‘rock and roll”

“En cada esquina iban apareciendo cosas que lo hacían interesante y todavía inacabado”, confiesa. “Y ahí es donde aparecieron todos esos otros artistas. Con ellos siempre había espacio para pequeños cambios, y a veces no tan pequeños. Todo ello cambió el tono de la música. En algunos casos solo debes dejar que el artista interprete. Todos ellos tenían sus propias ideas”. ¿Resulta rejuvenecedor o simplemente inspirador trabajar con quienes podrían ser sus nietos? “Ambas cosas”, responde. “Son las visiones que tienen otras personas de lo que estás haciendo, y siempre llegas a una perspectiva totalmente distinta de lo que has hecho. Te arriesgas y tratas de utilizar la imaginación de la otra persona y recreas la canción. Ahora es distinto, presto más atención a las ideas de los demás. No es que esté más abierto; se trata de ver cómo tu imaginación te ayuda a crear”.

Un compositor con siete vidas

John Cale recuerda su infancia en Gales como un cuento navideño de Dylan Thomas, a quien adaptaría sinfónicamente en Words for the Dying (1989). La felicidad de ver a su madre dirigiendo un hogar lleno de música no le ha abandonado. “Escuchábamos la BBC”, cuenta. “Mamá me enseñó a tocar el piano. Era muy agradable, un buen lugar donde aprender”. Otros recuerdos se han difuminado: un padre inglés que trabajaba en las minas, marginado en casa por no hablar galés, o los abusos por parte de un clérigo en la iglesia de Crynant, donde había nacido en 1942. No es difícil conectar estas realidades con una obra vivida entre extremos. Así, mientras que Cale ve en el clásico Paris 1919 (1973) “un ejemplo de cómo expresar algo horrible del modo más bonito posible” —ciudad y año remiten al Tratado de Versalles que dio fin a la Primera Guerra Mundial y cuyo rigor fue usado como coartada por el nazismo—, en otros de sus trabajos se imponen la rabia o la desesperanza.

En Fear (1974), por ejemplo, álbum corroído por la paranoia del adicto al alcohol y la cocaína —al ser padre, en los años ochenta, apostaría por una vida saludable—, o en Music for a New Society (1982), terrible panorámica de un mundo inhóspito y condenado a la involución que hoy se antoja profética. Cale revisitó aquellos temas en 2016 en M:FANS, álbum que se inicia con un preludio fantasmagórico: la voz de su madre hablándole en galés. Más sereno se muestra en la docena de bandas sonoras compuestas principalmente para el cine europeo. Filmes franceses de Olivier Assayas, Philippe Garrel o Patricia Mazuy y un largometraje español, en el que se interpreta a sí mismo además de aportar la música, Antártida (1995), de Manuel Huerga.

Y no deben olvidarse sus labores de producción en discos icónicos, como Horses (1975), de Patti Smith, y otros entre los que se cuentan el debut de The Stooges, grabaciones de su amiga Nico o los Modern Lovers de Jonathan Richman, además de elepés de Squeeze, Siouxsie & The Banshees, Happy Mondays o Los Ronaldos. Por último, sus colaboraciones con Terry Riley, Brian Eno, Lou Reed —el homenaje a su mentor Andy Warhol de Songs for Drella (1990)— o Bob Neuwirth confirman lo que ejemplifica Mercy. Siempre fue un artista que, por inseguridad en su potencial comercial o deseo de compartir puntos de vista, buscó dialogar con sus compañeros de viaje. En el arte, como en la esquizofrenia, nunca estamos solos.

Portada del disco 'Mercy', John Cale

Mercy 

John Cale 
Double Six /Domino
(Music As Usual)

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