Ludwig van Beethoven. Biografía

Ludwig van Beethoven

A las cinco de la tarde del 26 marzo de 1827 se levant� en Viena un fuerte viento que momentos despu�s se transformar�a en una impetuosa tormenta. En la penumbra de su alcoba, un hombre consumido por la agon�a est� a punto de exhalar su �ltimo suspiro. Un intenso rel�mpago ilumina por unos segundos el lecho de muerte. Aunque no ha podido escuchar el trueno que resuena a continuaci�n, el hombre se despierta sobresaltado, mira fijamente al infinito con sus ojos �gneos, levanta la mano derecha con el pu�o cerrado en un �ltimo gesto entre amenazador y suplicante y cae hacia atr�s sin vida. Un peque�o reloj en forma de pir�mide, regalo de la duquesa Christiane Lichnowsky, se detiene en ese mismo instante. Ludwig van Beethoven, uno de los m�s grandes compositores de todos los tiempos, se ha despedido del mundo con un adem�n caracter�stico, dejando tras de s� una existencia marcada por la soledad, las enfermedades y la miseria, y una obra que, sin duda alguna, merece el calificativo de genial.


Ludwig van Beethoven

Nacido en Bonn en 1770, Ludwig van Beethoven creci� en el Palatinado, sometido a los usos y costumbres cortesanos propios de los estados alemanes; desde all� saludar�a la Revoluci�n Francesa y luego el advenimiento de Napole�n como el gran reformador y liberador de la Europa feudal, para acabar contemplando desilusionado la consolidaci�n del Imperio franc�s. Su obra arras� como un hurac�n las convenciones musicales clasicistas de su �poca y tendi� un puente directo, m�s all� del romanticismo posterior, con Brahms y Wagner, e incluso con m�sicos del siglo XX como Bart�k, Berg y Schönberg. Su personalidad configur� uno de los prototipos del artista rom�ntico defensor de la fraternidad y la libertad, apasionado y tr�gico.

La familia Beethoven era originaria de Flandes, lo que no era un hecho extraordinario entre los servidores de la provinciana corte de Bonn en el Palatinado. Ludwig, el abuelo del compositor, en cuya memoria se le impuso su nombre, se hab�a instalado en 1733 en Bonn, ciudad en la que lleg� a ser un respetado maestro de capilla de la corte del elector. Dentro del r�gido sistema social de su tiempo, Johann, su hijo, tambi�n fue educado para su ingreso en la capilla palatina. El padre de Beethoven, sin embargo, no destac� precisamente por sus dotes musicales, sino m�s bien por su alcoholismo; a su muerte, en 1792, se ironiz� con crueldad en la corte sobre el descenso de ingresos fiscales por consumo de bebidas en la ciudad.

Johann se cas� con Mar�a Magdalena Keverich en 1767, y tras un primer hijo tambi�n llamado Ludwig, que muri� poco despu�s de nacer, naci� el 16 de diciembre de 1770 el que habr�a de ser compositor. A Ludwig siguieron otros dos ni�os, a los que pusieron los nombres de Caspar Anton Karl y Nikolauss Johann. A la muerte del abuelo, aut�ntico tutor de la familia (Ludwig contaba entonces tres a�os de edad), la situaci�n moral y econ�mica del matrimonio se deterior� r�pidamente. El dinero escase�; los ni�os andaban mal nutridos y no era infrecuente que fueran golpeados por el padre; la madre iba consumi�ndose, hasta el extremo de que, al morir en 1787 a los cuarenta a�os, su aspecto era el de una anciana.


Casa natal de Beethoven, hoy convertida en museo

Parece ser que Johann se percat� pronto de las dotes musicales de Ludwig y se aplic� a educarlo con f�rrea disciplina como concertista, con la idea de convertirlo en un ni�o prodigio mimado por la fortuna, a la manera del primer Mozart. En 1778 el ni�o tocaba el clave en p�blico y llam� la atenci�n del anciano organista Van den Eeden, que se ofreci� a darle clases gratuitamente. Un a�o m�s tarde, Johann decidi� encargar la formaci�n musical de Ludwig a su compa�ero de bebida Tobias Pfeiffer, m�sico mucho mejor dotado y no mal profesor, pese a su anarqu�a alcoh�lica que, ocasionalmente, impon�a clases nocturnas al ni�o cuando se olvidaba de darlas durante el d�a.

Infancia y formaci�n

Los testimonios de estos a�os trazan un sombr�o retrato del ni�o, hosco, abandonado y resentido, hasta que en su destino se cruz� Christian Neefe, un m�sico llegado a Bonn en 1779, quien tom� a su cargo no s�lo su educaci�n musical, sino tambi�n su formaci�n integral. Diez a�os m�s tarde, el joven Beethoven le escribi�: �Si alguna vez me convierto en un gran hombre, a ti te corresponder� una parte del honor�. A Neefe se debe, en cualquier caso, la nota publicada en el Cramer Magazine en marzo de 1783, en la que se daba noticia del virtuosismo interpretativo de Beethoven, superando �con habilidad y con fuerza� las dificultades de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, y de la publicaci�n en Mannheim de las nueve Variaciones sobre una marcha de Dressler, que constituyeron sin duda alguna su primera composici�n.

En junio de 1784 Maximilian Franz, el nuevo elector de Colonia (que habr�a de ser el �ltimo), nombr� a Ludwig, que entonces contaba catorce a�os de edad, segundo organista de la corte, con un salario de ciento cincuenta guldens. El muchacho, por aquel entonces, ten�a un aire severo, complexi�n latina (algunos autores la califican de �espa�ola� y recuerdan que este tipo de f�sico apareci� en Flandes con la dominaci�n espa�ola) y ojos oscuros y voluntariosos; a lo largo de su vida, algunos los vieron negros, y otros gris verdosos, siendo casi seguro que su tonalidad vari� con la edad o con sus estados de �nimo.

Amarga habr�a sido la vida del joven Ludwig en Bonn, sobre todo tras la muerte de su madre en 1787, si no hubiera encontrado un c�rculo de excelentes amigos que se reun�an en la hospitalaria casa de los Breuning: Stefan y Eleonore von Breuning, a la que se sinti� unido con una apasionada amistad, Gerhard Wegeler, su futuro marido y bi�grafo de Beethoven, y el pastor Amenda. Ludwig compart�a con los j�venes Von Breuning sus estudios de los cl�sicos y, a la vez, les daba lecciones de m�sica. Hab�an corrido ya por Bonn (y tal vez este hecho le abriera las puertas de los Breuning) las alabanzas que Mozart hab�a dispensado al joven int�rprete con ocasi�n de su visita a Viena en la primavera de 1787. Cuenta la an�cdota que Mozart no crey� en las dotes improvisadoras del joven hasta que Ludwig le pidi� a Mozart que eligiera �l mismo un tema. Quiz� Beethoven recordar�a esa escena cuando, muchos a�os m�s tarde, otro muchacho, Liszt, solicit� tocar en su presencia en espera de su aprobaci�n y aliento.

Estos a�os de formaci�n con Neefe y los j�venes Von Breuning fueron de extrema importancia porque conectaron a Beethoven con la sensibilidad liberal de una �poca convulsionada por los sucesos revolucionarios franceses, y dieron al joven armas sociales con las que tratar de t� a t�, en Bonn y, sobre todo, en Viena, a la nobleza ilustrada. Pese a sus arranques de mal humor y car�cter adusto, Beethoven siempre encontr�, a lo largo de su vida, amigos fieles, mecenas e incluso amores entre los componentes de la nobleza austriaca, cosa que el m�s amable Mozart a duras penas consigui�.

Beethoven ten�a sin duda el don de establecer contactos con el yo m�s profundo de sus interlocutores; aun as�, sorprende la fidelidad de sus relaciones en la �lite, especialmente si se considera que no estaban habituadas a un lenguaje igualitario, cuando no zumb�n o despectivo, por parte de sus siervos, los m�sicos. Forzosamente la personalidad de Beethoven deb�a subyugar, incluso al margen de la genialidad y grandeza de sus creaciones. As�, su amistad con el conde Waldstein fue decisiva para establecer los contactos imprescindibles que le permitieron instalarse en Viena, centro indiscutible del arte musical y esc�nico, en noviembre de 1792.

En Viena

El avance de las tropas francesas sobre Bonn y la estabilidad del joven Beethoven en Viena convirtieron lo que ten�a que ser un viaje de estudios bajo la tutela musical de Haydn en una estancia definitiva. All�, al poco de llegar, recibi� la entusiasta protecci�n del pr�ncipe Lichnowsky, quien lo hosped� en su casa, y recibi� lecciones de Johann Schenck, del te�rico de la composici�n Albrechtsberger y del maestro dram�tico Antonio Salieri.

Sus �xitos como improvisador y pianista eran notables, y su carrera como compositor parec�a asegurada econ�micamente con su trabajo de virtuoso. Porque, entretanto, el joven Beethoven compon�a infatigablemente: fue �ste, de 1793 a 1802, su per�odo clasicista, bajo la ben�fica influencia de la obra de Haydn y de Mozart, en el que dio a luz sus primeros conciertos para piano, las cinco primeras sonatas para viol�n y las dos para violoncelo, varios tr�os y cuartetos para cuerda, el lied Adelaide y su primera sinfon�a, entre otras composiciones de esta �poca. Su clasicismo no ocultaba, sin embargo, una inequ�voca personalidad que se pon�a de manifiesto en el clima melanc�lico, casi doloroso, de sus movimientos lento y adagio, reveladores de una fuerza moral y ps�quica que se manifestaba por vez primera en las composiciones musicales del siglo.


Beethoven hacia 1804

Su fama precoz como compositor de conciertos y graciosas sonatas, y sobre todo su reputaci�n como pianista original y virtuoso le abrieron las puertas de las casas m�s nobles. La alta sociedad lo acogi� con la condescendencia de quien olvida generosamente el origen peque�o burgu�s de su invitado, su aspecto desali�ado y sus modales asociales. Porque era evidente que Beethoven no encajaba en aquellos c�rculos exclusivos; era un lobo entre ovejas. Seguro de su propio valor, consciente de su genio y poseedor de un car�cter explosivo y obstinado, despreciaba las normas sociales, las leyes de la cortes�a y los gestos delicados, que juzgaba hip�critas y cursis. Siempre atrevido, se mezclaba en las conversaciones �ntimas, estallaba en ruidosas carcajadas, contaba chistes de dudoso gusto y ofend�a con sus col�ricas reacciones a los distinguidos presentes. Y no se comportaba de tal manera por no saber hacerlo de otro modo: se trataba de algo deliberado. Pretend�a demostrar con toda claridad que jam�s iba a admitir ning�n patr�n por encima de �l, que el dinero no pod�a convertirlo en un ser d�cil y que nunca se resignar�a a asumir el papel que sus mecenas le reservaban: el de simple s�bdito palaciego.

En este rebelde prop�sito se mantuvo inflexible a lo largo de toda su vida. No es extra�o que tal actitud despertase las cr�ticas de quienes, aun reconociendo sinceramente que estaban ante un compositor de inmenso talento, lo tacharon de mis�ntropo, megal�mano y ego�sta. Muchos se distanciaron de �l y hubo quien lleg� a retirarle el saludo y a negarle la entrada a sus salones, sin sospechar que Beethoven era la primera v�ctima de su car�cter y sufr�a en silencio tales muestras de desafecto.

Durante estos �a�os felices�, Beethoven llevaba en Viena una vida de libertad, soledad y bohemia, aut�ntica prefiguraci�n de la imagen t�pica que, a partir de �l, la sociedad rom�ntica y postrom�ntica se forjar�a del �genio�. Esta felicidad, sin embargo, empez� a verse amenazada muy pronto, ya en 1794, por los tenues s�ntomas de una sordera que, de momento, no parec�a poner en peligro su carrera de concertista. Como causa los bi�grafos discutieron la hip�tesis de la s�filis, enfermedad muy com�n entre los j�venes que frecuentaban los prost�bulos de Viena, y que, en cualquier caso, dar�a nueva luz al enigma de la renuncia de Beethoven, al parecer dolorosa, a contraer matrimonio. La gran crisis moral de Beethoven no estall�, sin embargo, hasta 1802.

La crisis

En 1801 y 1802 la progresi�n de su sordera, que Beethoven se empe�aba en ocultar para proteger su carrera de int�rprete, fue tal que el doctor Schmidt le orden� un retiro campestre en Heiligenstadt, un hermoso paraje con vistas al Danubio y los C�rpatos. Ello supuso un alejamiento de su alumna, la jovenc�sima condesa Giulietta Guicciardi, de la que estaba profundamente enamorado y por la que parec�a ser correspondido. Obviamente, Beethoven no san� y la constataci�n de su enfermedad le sumi�, como es l�gico que ocurriera en un m�sico, en la m�s profunda de las depresiones.

En una carta dirigida a su amigo Wegener en 1802, Beethoven hab�a escrito: "Ahora bien, este demonio envidioso, mi mala salud, me ha jugado una mala pasada, pues mi o�do desde hace tres a�os ha ido debilit�ndose m�s y m�s, y dicen que la primera causa de esta dolencia est� en mi vientre, siempre delicado y aquejado de constantes diarreas. Muchas veces he maldecido mi existencia. Durante este invierno me sent� verdaderamente miserable; tuve unos c�licos terribles y volv� a caer en mi anterior estado. Escucho zumbidos y silbidos d�a y noche. Puedo asegurar que paso mi vida de modo miserable. Hace casi dos a�os que no voy a reuni�n alguna porque no me es posible confesar a la gente que estoy volvi�ndome sordo. Si ejerciese cualquier otra profesi�n, la cosa ser�a todav�a pasable, pero en mi caso �sta es una circunstancia terrible; mis enemigos, cuyo n�mero no es peque�o, �qu� dir�an si supieran que no puedo o�r?"

Para colmo, Giulietta, la destinataria de la sonata Claro de luna, concert� su boda con el conde Gallenberg. La historia, que se repetir�a a�os despu�s con Josephine von Brunswick, debiera haber hecho comprender al orgulloso artista que la aristocracia pod�a aceptarle como enamorado e incluso como amante de sus mujeres, pero no como marido. El caso es que el m�sico crey� acabada su carrera y su vida y, acaso acariciando ideas de un suicidio a lo Werther, la famosa novela de juventud de Goethe, se despidi� de sus hermanos en un texto ciertamente pat�tico y grandioso que, de hecho, parec�a m�s bien dirigido a sus contempor�neos y a la humanidad toda: el llamado Testamento de Heiligenstadt.

No intent� el suicidio, sino que regres� en un estado de total postraci�n y desali�o a Viena, donde reanud� sus clases particulares. La salvaci�n moral vino de su fortaleza de esp�ritu, de su arte, pero tambi�n del ben�fico influjo de sus dos alumnas, las hermanas Josephine y Therese von Brunswick, enamoradas a la vez de �l. Parece ser que la tensi�n emocional del �tr�o� lleg� a un estado l�mite en el verano de 1804, con la ruptura entre las dos hermanas y la clara oposici�n familiar a una boda. Therese, quien se mantuvo fiel toda su vida en sus sentimientos por el genio, lamentar�a a�os m�s tarde su participaci�n en el alejamiento de Ludwig y Josephine: �Hab�an nacido el uno para el otro, y, si se hubiesen unido, los dos vivir�an todav�a�. La reconciliaci�n tuvo lugar al a�o siguiente, y fue entonces Therese la hermana idolatrada por Ludwig. Pero ahora era el m�sico el que no se decid�a a dar un paso definitivo y, en 1808, pese a que le hab�a dedicado la Sonata, Op. 78, Therese abandon� toda esperanza de vida en com�n y se consagr� a la creaci�n y tutela de orfanatos en Hungr�a. Muri�, canonesa conventual, a los ochenta y seis a�os.


Ludwig van Beethoven (óleo de
Willibrord Joseph Mähler, 1815)

La mayor�a de cr�ticos, aun respetando la unidad org�nica de la obra de Beethoven, coinciden en se�alar este per�odo, de 1802 a 1815, como el de su madurez. T�cnicamente consigui� de la orquesta unos recursos insospechados sin modificar la composici�n tradicional de los instrumentos y revolucion� la escritura pian�stica, am�n de ir transformando poco a poco el dualismo arm�nico de la sonata en caja de resonancia del contrapunto. Pero, desde un punto de vista program�tico, el per�odo de madurez de Beethoven se caracteriz� por su empe�o de superaci�n tit�nica del dolor personal en belleza o, lo que es lo mismo, por su consagraci�n del artista como h�roe tr�gico dispuesto a enfrentarse y dome�ar el destino.

Obras maestras de este per�odo son, entre otras, el Concierto para viol�n y orquesta en re mayor, Op. 61 y el Concierto para piano n�mero 4, las oberturas de Egmont y Coriolano, las sonatas A Kreatzer, Aurora y Appassionata, la �pera Fidelio y la Misa en do mayor, Op 86. Menci�n especial merecen sus sinfon�as, que tanto pudieron desconcertar a sus primeros oyentes y en las que, sin embargo, su genio consigui� crear la sensaci�n de un organismo musical, vivo y natural, ya conocido por la memoria de quienes a ellas se acercan por primera vez.

La tercera sinfon�a estaba, en un principio, dedicada a Napole�n por sus ideales revolucionarios; la dedicatoria fue suprimida por Beethoven cuando tuvo noticia de su coronaci�n como emperador. ��As� pues -clam�-, tambi�n �l es un ser humano ordinario? �Tambi�n �l pisotear� ahora los derechos del hombre?�. El drama del h�roe convertido en tit�n lleg� a su cumbre en la quinta sinfon�a, dramatismo que se apacigua con la expresi�n de la naturaleza en la sexta, en la mayor alegr�a de la s�ptima y en la serenidad de la octava, ambas de 1812.

La gran crisis fue superada y se transmut� en la grandiosidad de su arte. Su situaci�n econ�mica, adem�s, estaba asegurada gracias a las rentas concedidas desde 1809 por sus admiradores el archiduque Rudolf, el duque Lobkowitz y su amigo Kinsky o la condesa Erd�dy. Pese a su car�cter adusto, imprevisible y misantr�pico, ya no ocultaba su sordera como algo vergonzante, y su vida sentimental, acaso sin llegar a las profundidades espirituales de su amor por Josephine y Therese, era rica en relaciones: Therese Maltati, Amalie Sebald y Bettina Brentano pasaron por su vida amorosa, siendo esta �ltima quien propici� el encuentro de Beethoven con su �dolo Goethe.

La relaci�n fue decepcionante: el compositor reproch� a Goethe su insensibilidad musical, y el poeta censur� las formas descorteses de Beethoven. Es famosa en este sentido una an�cdota, verdadera o no, que habr�a tenido lugar en verano de 1812: mientras se hallaba paseando por el parque de Treplitz en compa��a de Goethe, vio venir por el mismo camino a la emperatriz acompa�ada de su s�quito; el escritor, cort�s ante todo, se apart� para dejar paso a la gran dama, pero Beethoven, saludando apenas y levantando dign�simamente su barbilla, dio en atravesar por su mitad el distinguido grupo sin prestar atenci�n a los saludos que amablemente se le dirig�an.


El incidente de Treplitz

En t�rminos generales, y pese a sus fracasados proyectos matrimoniales, el per�odo fue extraordinariamente fruct�fero, incluso en el terreno social y econ�mico. As�, Beethoven tuvo ocasi�n de dirigir una composici�n de �circunstancias�, Victoria de Wellington, ante los pr�ncipes y soberanos europeos llegados a la capital de Austria para acordar el nuevo orden europeo que habr�a de regular la sucesi�n napole�nica y contrarrestar el peligro de toda revoluci�n liberal en Europa. Los m�s reputados compositores e int�rpretes de Viena actuaron como humildes ejecutantes, en homenaje a Beethoven, en aquel concierto de �xito apote�sico.

El genio, sin embargo, no se priv� de menospreciar p�blicamente su propia composici�n, repleta de sonidos onomatop�yicos de ca�onazos y descargas de fusiler�a, tild�ndola de bagatela patri�tica. El Congreso de Viena marc� en 1813 el fin de la gloria mundana del compositor, pues s�lo dos a�os m�s tarde habr�a de derrumbarse el fr�gil edificio de su estabilidad. Ello ocurrir�a en el terreno m�s inesperado, el familiar, y concretamente en el �mbito de sus relaciones, de facto paternofiliales, con su sobrino Karl: si el genio hab�a rehuido el matrimonio para mejor poder consagrarse al arte, de poco habr�a de servirle tal renuncia en los �ltimos y dolorosos a�os de su vida.

El final

En 1815 muri� su hermano Karl, dejando un testamento de instrucciones algo contradictorias sobre la tutela del hijo: �ste, en principio, quedaba en manos de Beethoven, quien no podr�a alejar al hijo de Johanna, la madre. Beethoven entreg� de inmediato por su sobrino Karl todo el afecto de su paternidad frustrada y se embarc� en continuos procesos contra su cu�ada, cuya conducta, a sus ojos disoluta, la incapacitaba para educar al ni�o. Hasta 1819 no volvi� a embarcarse en ninguna composici�n ambiciosa. Las relaciones con Karl eran, adem�s, todo un infierno dom�stico y judicial, cuyos puntos culminantes fueron la escapada del joven en 1818 para reunirse con su madre o su posterior elecci�n de la carrera militar, llevando una vida ciertamente escandalosa que le condujo en 1826 al previsible intento de suicidio por deudas de juego. Para Beethoven, el incidente colm� su amargura y su p�blica deshonra.

Desde 1814 dej� de ser capaz de mantener un simple di�logo, por lo que empez� a llevar siempre consigo un "libro de conversaci�n" en el que hac�a anotar a sus interlocutores cuanto quer�an decirle. Pero este paliativo no satisfac�a a un hombre temperamental como �l y jam�s dej� de escrutar con desconfianza los labios de los dem�s intentando averiguar lo que no hab�an escrito en su peque�o cuaderno. Su rostro se hizo cada vez m�s sombr�o y sus accesos de c�lera comenzaron a ser insoportables. Al mismo tiempo, Beethoven parec�a dejarse llevar por la pendiente de un caos dom�stico que horrorizaba a sus amigos y visitantes. Incapaz de controlar sus ataques de ira por motivos a veces insignificantes, desped�a constantemente a sus sirvientes y cambiaba sin raz�n una y otra vez de domicilio, hasta llegar a vivir pr�cticamente solo y en un estado de dejadez alarmante.

El desastre econ�mico se sum� casi necesariamente al dom�stico pese a los esfuerzos de sus protectores, incapaces de que el genio reordenara su vida y administrara sus recursos. El testimonio de visitantes de toda Europa, y muy especialmente de Inglaterra, es, en este sentido, coincidente. El propio Rossini qued� espantado ante las condiciones de incomodidad, rayana en la miseria, del compositor. Honesto es se�alar, sin embargo, que siempre que Beethoven solicit� una ayuda o dispendio de sus protectores, austriacos e ingleses, �stos fueron generosos.


Retrato de Beethoven realizado en 1823
por Ferdinand Georg Waldmüller

En la producci�n de este per�odo 1815-1826, comparativamente m�s escasa, Beethoven se desvincul� de todas las tradiciones musicales, como si sus quebrantos y frustraciones, y su poco envidiable vida de anacoreta desastrado le hubieran dado fuerzas para ser audaz y abordar las mayores dificultades t�cnicas de la composici�n, paralelamente a la expresi�n de un universo progresivamente depurado. Si en su segundo per�odo Beethoven expres� espiritualmente el mundo material, en este tercero lo que expres� fue el �xtasis y consuelo del espiritual. Es el caso de composiciones como la Sonata para piano en mi mayor, Op. 109, en bemol mayor, Op. 110, y en do menor, Op. 111, pero, sobre todo, de la Missa solemnis, de 1823, y de la novena sinfon�a, de 1824, con su imperecedero movimiento coral con letra de la Oda a la alegr�a de Schiller.

La Missa solemnis pudo maravillar por su monumentalidad, especialmente en la fuga, y por su muy subjetiva interpretaci�n musical del texto lit�rgico; pero la apoteosis lleg� con la interpretaci�n de la novena sinfon�a, que aquel 7 de mayo de 1824 cerraba el concierto iniciado con fragmentos de la Missa solemnis. Beethoven, completamente sordo, dirigi� orquesta y coros en aquel hist�rico concierto organizado en su honor por sus viejos amigos. Acabado el �ltimo movimiento, la cantante Unger, comprendiendo que el compositor se hab�a olvidado de la presencia de un p�blico delirante de entusiasmo al que no pod�a o�r, le oblig� con suavidad a ponerse de cara a la platea.

El a�o siguiente todav�a Beethoven afront� composiciones ambiciosas, como los innovadores Cuartetos para cuerda, Op. 130 y 132, pero en 1826 el esc�ndalo de su sobrino Karl le sumi� en la postraci�n, agravada por una neumon�a contra�da en diciembre. Sobrevivi�, pero arrastr� los cuatro meses siguientes una doloros�sima dolencia que los m�dicos calificaron de hidropes�a (le torturaban con incisiones de dudosa asepsia) y que un diagn�stico actual tal vez habr�a calificado de cirrosis hep�tica.

Ning�n familiar le visit� en su lecho de enfermo; s�lo amigos como Stephan von Breuning, Schubert y el doctor Malfatti, entre otros. La tarde del 26 de marzo se desencaden� una gran tormenta, y el moribundo, seg�n testimonia H�ttenbrenner, abri� los ojos y alz� un pu�o despu�s de un vivo rel�mpago, para dejarlo caer a continuaci�n, ya muerto. Sobre su escritorio se encontr� la partitura de Fidelio, el retrato de Therese von Brunswick, la miniatura de Giulietta Guicciardi y, en un caj�n secreto, la carta de la an�nima �Amada Inmortal�.

Tres d�as m�s tarde se celebr� el multitudinario entierro, al que asistieron, de luto y con rosas blancas, todos los m�sicos y poetas de Viena. Johann Nepomuk Hummel y Rodolphe Kreutzer, entre otros compositores, portaron a hombros el f�retro. Schubert se encontraba entre los portadores de antorchas. El cortejo fue acompa�ado por cantores que entonaban los Equali compuestos por Beethoven para el d�a de Todos los Santos, en arreglo coral para la ocasi�n. En 1888 los restos fueron trasladados al cementerio central de Viena.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].