Una familia idílica construida sobre el adulterio: la fascinante historia de Joanne Woodward, mucho más que el "filete" de Paul Newman

Cuando él empezaba ella ya había recogido un Oscar; fue premiada en Cannes y la suya fue la primera estrella del Paseo de la Fama, pero prefirió dar un paso atrás y dejar que él fuese el astro más rutilante de la pareja. 

Joanne Woodward en los años 50.

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"¿Para qué buscar una hamburguesa si tengo un filete en casa?". La célebre frase con la que Paul Newman trataba de explicar el éxito de su matrimonio ha pasado a ser un símbolo de romanticismo a pesar de su dudoso gusto y es una de las citas más repetidas a la hora de hablar del protagonista de El buscavidas, pero ¿quién era exactamente ese filete?

La loncha delgada de carne magra o de pescado limpio de raspas, según la RAE, era Joanne Woodward, galardonada con un Oscar de cuatro nominaciones, tres Globos de Oro, tres Emmy, un Bafta y un premio de interpretación en Cannes, y la estrella que tuvo el honor de inaugurar el Paseo de la Fama de Hollywood. A pesar de ello, la actriz que hoy cumple 91 años se ha colado en la historia del cine casi como una mera prueba de que un hombre –por guapo que sea– puede ser fiel.

Joanne Woodward siempre supo que quería ser actriz, algo que le venía dado desde el nombre. Su madre, cinéfila entregada, la llamó así por Joan Crawford –aunque su estrella favorita es Bette Davis– y cuando tenía nueve años la llevó hasta Alabama para asistir al estreno de Lo que el viento se llevó y la sentó en el regazo de Lawrence Olivier, de quien la pequeña se había enamorado platónicamente tras ver Cumbres Borrascosas.

Su madre se implicó activamente en la afición de Joanne que de la escuela de teatro de su Greanville natal pasó a la escuela de drama de la Universidad de Louisiana y de ahí a producciones teatrales de mayor fuste que la llevaron a Nueva York donde repartía su tiempo entre el Actors Studio y los despachos de agentes.

En uno de esos despachos se produjo el encuentro que cambiaría su vida y no fue con un autor teatral o un productor, fue con un muchacho que a primera visto le resultó disgusting. Así definió Woodward su primera impresión sobre Paul Newman en una divertida entrevista en Today. Agotada por el calor se refugió en la oficina de su agente y ahí se lo encontró. Mientras ella estaba sudorosa y cansada, él brillaba “como un anuncio de refresco helado”, enfundado en un traje mil rayas, con esos ojos azules que no tardarían en conquistar el mundo, un pelo frondoso y ni una gota de sudor. Más que caer fascinada, sintió rabia de aquella perfección que consideró irritante. "Eso es asqueroso". Para ella, en aquel momento Newman era "solo una cara bonita".

Él, sin embargo, se quedó embelesado: "Era moderna e independiente, mientras que yo era tímido y un poco conservador”. Así lo recoge Shawn Levy en Paul Newman: La biografía. Sobre todo ella era muy distinta a todas las mujeres que conocía, especialmente a la suya. Porque cuando se quedó prendado de aquella rubia de Georgia ya había una señora Newman, una que le esperaba en casa con sus dos hijos pequeños.

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Al contrario que Woodward, Newman nunca pensó en dedicarse en serio a la actuación. Tampoco tenía ningún otro objetivo claro, le habían expulsado de la universidad por un incidente relacionado con el abuso de alcohol y había permanecido tres años en el ejército. A la vuelta su presente y su futuro pasaban por hacerse cargo de la tienda de material deportivo de su familia en Ohio, pero el teatro universitario le había metido el gusanillo de la actuación en el cuerpo y quiso probar suerte antes de languidecer en el negocio familiar. Precisamente en una compañía de teatro local había conocido a Jackie Witte, rubia, alta y también con ínfulas de actriz. Ella tenía 19 años, cinco años menos que él, y todavía estaba en la universidad; jóvenes, guapos y sin demasiadas preocupaciones, se mudaron a Illinois para trabajar en una compañía teatral y se casaron.

Ambos sobrevivían alternando distintos trabajos con su pasión teatral hasta que llegó el primer bebé y Paul volvió al negocio familiar, mucho más estable que la vida en el vodevil. Pero ya había decidido su futuro y quiso darse una oportunidad más: metió a su familia en el coche y se fue a la Escuela de Teatro de Yale. Si no podría ser actor al menos podría ser profesor de teatro.

Alquilaron un piso y mientras ella cuidaba del pequeño Scott y realizaba trabajos puntuales como modelo, él compaginaba su búsqueda de papeles con la venta de enciclopedias puerta a puerta –seguro que pocas se cerraron en sus narices–. Otras puertas, esta vez las de Broadway, no tardaron en abrirse para él.

Una de sus primeras oportunidades llegó con Picnic, la historia de un forastero que pone patas arriba a una pequeña localidad sureña, especialmente a sus mujeres. El director no le vio las hechuras atléticas del galán protagonista Hal Carter y lo relegó a un papel menor, pero cuando el actor principal tuvo que abandonar la producción se quedó con el papel de sudoroso vagabundo de apabullante magnetismo sexual que hacía rendirse a todas las mujeres. También aquella rubia sureña que había conocido en la oficina de su agente y que ahora era una de las suplentes de la obra.

Joanne Woodward y Paul Newman.

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Cuando Joanne fue capaz de mirar más allá de su rostro de deidad griega vio que detrás de aquel tipo tan perfecto que le había resultado disgusting había un hombre franco y divertido y con la misma pasión que ella por la interpretación. La admiración era recíproca y cada vez querían pasar más tiempo juntos.

Tras Scott había llegado Susan y con dos hijos en casa Jackie había olvidado sus veleidades artísticas, pero para Paul eran el centro de su vida y cuando el telón bajaba quería continuar la fiesta con actores, escritores, directores y sobre todo, con Joannne. "Su naturaleza es tímida y retraída, mientras que la de Paul es gregaria. Le gustan las reuniones tardías de escritores y actores, como a Joanne. Paul y Joanne eran dos personas muy atractivas con un profundo interés mutuo y un evidente sentimiento de compañía. Pero rara vez veías allí a Jackie", confesaba un amigo de la pareja al biógrafo de Newman.

Jackie sospechaba, Paul negaba y Joanne esperaba. Como la atriz recordaba años después: "Paul y yo éramos buenos amigos antes de ser amantes. Nos gustamos mucho. Podríamos hablar entre nosotros, podríamos decirnos cualquier cosa sin temor al ridículo o al rechazo. Había confianza." Pero mientras su relación se consolidaba llegaba el tercer hijo de Paul y Jackie, Stephanie.

En un giro impredecible, Joanne se fue a vivir con el escritor Gore Vidal e incluso corrían rumores sobre un posible compromiso, algo que hizo que toda la comunidad artística alzase las cejas, ya que la homosexualidad de Vidal no era ningún secreto. Tampoco lo era para algunos que, aunque adoraba a Joanne, por quien el guionista de Ben-Hur sentía amor carnal era por Newman. Algunos lo interpretaron como una manera de presionar a Paul para que se divorciase de una vez –tal vez no era el hombre más adecuado para provocar los celos del actor–, pero anteriormente ya lo había hecho con compañeros de trabajo como Marlon Brando o el actor y guionista James Costigan.

Joanne Woodward recogiendo el Oscar en 1958.

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A mediados de los años cincuenta la carrera de Newman avanzaba tan rápido como su libro de familia y cuando quiso darse cuenta estaba enseñando las pantorrillas en El cáliz de plata, un peplum para el olvido que consideraba la peor película de su carrera. No tuvo que esperar mucho para redimirse: un papel pensado para su compañero del Actors Studio James Dean acabó en sus manos. La muerte del rebelde sin causa había dejado pendientes un montón de proyectos que pretendían sacar rédito a su aire de joven desafiante y Newman podía ser su sucesor. Con su papel de boxeador Rocky Graziano en Marcado por el odio deslumbró a los que pensaban que sólo era una cara bonita. Los críticos empezaron a ver lo mismo que Joanne: tras aquel cuerpo cincelado había un actor al que tener en cuenta.

Mientras él se enfrentaba al papel más físico de su incipiente carrera, Joanne se decantaba por los papeles de carácter y tras llamar la atención en unos cuantas series de televisión recibió un contrato de cinco años por parte de la Fox (a pesar de que lo primero que su mandamás Daryl F. Zanuck dijo de ella fue "No tits, no talent, no looks, and no tail. (Sin tetas, sin talento, sin imagen y sin culo.)". Allí acabó protagonizando junto a Robert Wagner Bésame antes de morir, la adaptación de la novela negra de Ira Levin. En ella Woodward interpretaba a una embarazada asesinada por su novio y la sola inclusión de la palabra “embarazo” en el trailer causó más ruido que la propia película, pero su extraordinaria interpretación no pasó desapercibida. Cuando Nunnally Johnson, guionista de Las uvas de la ira, quiso contar la historia real de una mujer con trastorno de personalidad múltiple surgieron los nombres de Judy Garland y Susan Hayward, pero el papel acabó en manos de Woodward.

La película fue un éxito y su interpretación le proporcionó su primera nominación al Oscar y marcó la senda que seguirían sus mejores papeles: mujeres complejas y personajes poco complacientes. Y en plena ebullición de su estrellato llegó la primera de las 13 películas en las que trabajaría con Paul, El largo y cálido verano. De nuevo les unía un sudoroso forastero que revoluciona a una familia, especialmente a su hija mayor, el papel interpretado por Woodward, esa clase de personaje aburrido, frío y racional que en la mayoría de las ficciones tiene como único objetivo darse cuenta de que todo lo que necesita en la vida es un buen meneo o el amor verdadero, pero también con meneo.

La tensión sexual entre ambos se percibió tanto por los espectadores como por sus compañeros. "Parecían tener una comprensión tan total el uno del otro", declaró Angela Lansbury. Pero había algo más, había risas y complicidad. Ella mismo ha dicho: ""La sensualidad se debilita después de un tiempo y la belleza se desvanece, pero ¿estar casado con un hombre que te hace reír todos los días? Ah, eso sí que es un verdadero placer". Hacer reír es importante, sí, pero seguro que tener ojos de lapislázuli y unos abdominales como las Rocosas ayuda bastante a que te encuentren gracioso.

A pesar de que su romance ya había trascendido al set de rodaje e incluso vivían juntos, Jackie no lo dejaba irse. Consideraba que tenía derecho a una parte de ese futuro prometedor que todos auguraban para Newman. Se habían casado menos de ocho años antes; tenía tres hijos menores de siete años y había rodado por un sinfín de pequeños puebluchos mientras su marido perseguía su sueño –y sus excesos con el alcohol cuando los sueños no se dejaban atrapar–. Ahora además él la engañaba, ¿tenía que dejarle irse de rositas?

Pero no era negociable, Paul no estaba teniendo una aventura, había encontrado al amor de su vida. "Eran muy jóvenes cuando se casaron", declaró un amigo de Newman y Jackie. "Simplemente crecieron para ser dos personas diferentes". Y así se decidió a irse, independientemente de cómo lo tomara Jackie, independientemente de lo que significara para los niños. Entre Paul y su hijo mayor Scott se abrió una brecha dolororosísima y su muerte por sobredosis en 1978 fue el mayor drama vivido por el actor.

Joanne, que era amiga de Jackie –vale, ya, quién lo diría–, no tenía ningún dominio de la situación, todo estaba en manos de Jackie, pero no podía dejar de verse como una rompehogares. ¿Qué habrían dicho de ella hoy TMZ y ese sanedrín abierto 24 horas que es Twitter? ¿Seguiría su historia pareciendo tan romántica y un ejemplo sa seuir? Es difícil saberlo.

Durante el rodaje de El largo y calido verano Paul y Joanne se comportaban como una pareja. Incluso se compraron una gran cama de matrimonio, tan ostentosa que Paul afirmaba que provenía de un burdel. Cuando trascendió que Joanne se había quedado embarazada, Jackie, incapaz de aguantar más humillaciones, cedió. Paul y Joanne se casaron en Las Vegas el 29 de marzo de 1958. Apenas dos meses después, él contempló arrobado como ella recibía el Oscar a la mejor actriz de manos de John Wayne, había derrotado a Liz Taylor, Lana Turner, Anna Magnani y Deborah Kerr. Palabas mayores.

Se convirtieron en la pareja de moda. Ella había hecho la interpretación del año y cuando en 1960 se inauguró el Paseo de la Fama la primera estrella fue la suya. Él mientras tanto ganaba en Cannes por su papel en El largo y cálido verano y rodaba La gata sobre el tejado de zinc poniendo en marcha una de las carreras más completas de la historia de Hollywood.

El mundo decidió enterrar el nombre de Jackie Witte y convirtió la historia de Newman y Woodward en el romance aspiracional para todas las parejas de actores de la meca del cine. Sbre un adulterio contruyeron una familia idílica. Joanne había perdido al bebé que probablemente engendraron en aquella cama comprada en Nueva Orleans, pero no tardó en quedarse embarazada de nuevo y prefirió dar un paso atrás en una trayectoria que parecía imparable. Tras un par de años dedicada a sus hijos su retorno tuvo un perfil bajo y encadenó una serie de fracasos que la hicieron replantearse su carrera. Al igual que había sucedido con Newman y Dean ella también había tenido que sustituir a un mito. En Rosas perdidas recogió el papel que había sido escrito para Marilyn Monroe, pero el resultado no fue el mismo que el de Paul, era difícl imaginar a dos mujeres más opuestas.

Fue el primer trabajo de Newman tras las cámaras el que la devolvió a la primera fila. Gracias a Raquel, Raquel, un drama psicológico en blanco y negro que narraba la historia de una maestra soltera con una madre dominante que se replantea su vida ("necesita un meneo" variedad arty), consiguió su segunda nominación al Oscar.

Despuntando como director y triunfando como actor, Newman se había situado ya en la cima de Hollywood y había formado junto a Robert Redford la pareja de oro de la industria. Pero pocos meses después de regalarle a Joanne uno de sus mejores papeles, el idílico mundo que había construido con ella estuvo a punto de venirse abajo. Durante el rodaje de la mítica Dos hombres y un destino mantuvo un romance con la periodista Nancy Bacon –lo que dio pie a bromas como que no le gustaban las hamburguesas, pero sí el bacon–. Según la propia Bacon que lo contó todo, el romance había durado más de un año, Robert Redford les había cubierto y la historia se terminó porque él estaba siempre borracho y no podía hacer el amor. No tuvo buenas palabras para Newman al que describió como "una canalla desconsiderado y alcohólico"– o sea, disgusting–. En contra de lo esperable, la familia al completo se fue de vacaciones y volvió con su amor renovado. "Ser la señora de Paul Newman tiene su lado bueno y su lado malo, y puesto que seguimos estando juntos, lo lógico es pensar que hay más bueno que malo", declaró Woodward a la revista Good Housekeeping. Jackie Witte podría haberle dado un cursillo sobre eso.

Paul Newman, Joanne Woodward y sus hijas Lissy y Clea Newman en 1974.

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La continuidad de su matrimonio tuvo un beneficio a corto plazo, su siguiente colaboración con Paul, otro de esos papeles descarnados en los que tanto se lucía, esta vez la madre patética y abusiva de El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, le hizo ganar el premio de interpretación en Cannes y la volvió a poner en el mapa. Un par de años después llegaría su tercera nominación al Oscar por Deseos de verano, sueños de invierno y todavía reibiría una cuarta en los noventa, gracias a Mr. & Mrs. Bridge dirigida por James Ivory y la que volvería a formar pareja con Paul.

A finales de los setenta Woodward volvió a la televisión donde cosechó cuatro nominaciones a los Globos de Oro (ganó uno) y nueve a los Emmy (ganó tres) y poco a poco fue limitando su carrera cinematográfica a papeles de menor importancia, como la voz en off de La edad de la inocencia o un breve papel en Philadelphia. Todo ello sin descuidar su gran pasión, el teatro que nunca abandonó y donde interpreteó y dirigió. La última colaboración de Woodward con su esposo antes de que este falleciese en 2008 fue en la miniserie Empire Falls.

Tras casarse con Newman su carrera sufrió un parón del que nunca se recuperó, pero su vida sentimental sigue siendo un ejemplo, sobre todo para los que igrnoran la existencia de Jackie Witte y el abundante legado fotográfico que deja constancia de su ídilicia convivencia un lugar feliz donde refugiarse en los días sin esperanza. "Mi bisabuela me dijo una vez que nunca me casara con un hombre con quien no estuviera segura de poder desayunar todos los días durante 50 años", le dijo a su biógrafo en Joanne Woodward: Her Life and Career y ella como buena mujer sureña sabía cómo honrar a sus antepasados. Y también cómo caer y volver a levantarse.

Artículo pulicado originalmente en Vanity Fair el 26 de febrero de 2020 y actualizado.

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