JESÚS: NI DIOS
NI HOMBRE
El Argumento a favor de un Jesús Mítico
Earl Doherty
Traducción de Ricardo Mena
Copyright Earl Doherty © 2019
Copyright de la traducción Ricardo Mena © 2019
Copyright del diseño de la portada David Mejías © 2019
All rights reserved.
ISBN-13: 978-1979138017
ISBN-10: 197913801X
A Julian
por su apoyo y ánimo y
por un título rompedoramente bueno
SUMARIO
Prefacio
7
Sobre las Traducciones / Glosario y Abreviaturas
10
LAS DOCE PIEZAS DEL PUZLE DE JESÚS
11
INTRODUCCIÓN
13
I. LA TRADICIÓN DE JERUSALÉN
25
PARTE UNA: Predicando un Hijo Divino
Capítulo 1: Un Cristo Celestial 27
Capítulo 2: Una Conspiración de Silencio 37
Capítulo 3: Una Sed por lo Irracional 47
Capítulo 4: Apóstoles y Ministerios 53
Capítulo 5: Expectativas Apocalípticas 63
PARTE DOS: Una Vida en Eclipse
Capítulo 6: Desde Belén a Jerusalén 69
Capítulo 7: La Historia de la Pasión 83
PARTE TRES: El Evangelio del Hijo
Capítulo 8: La Palabra de Dios en el Libro Sagrado
Capítulo 9: El Hijo Intermediario 103
95
PARTE CUATRO: Un Mundo Mítico y de Dioses Salvadores
Capítulo 10: ¿Quién Crucificó a Jesús?
109
Capítulo 11: Los Cultos Mistéricos
137
Capítulo 12: Concibiendo el Mundo Mítico
153
Capítulo 13: Bailando con Katie Sarka bajo la Luna
165
Capítulo 14: Pablo y el «Hombre Celestial» 185
PARTE CINCO: Vistas por la Ventana en las Escrituras
Capítulo 15: ¿«Nacido de Mujer»?
201
Capítulo 16: Un Sacrificio en el Cielo
217
Capítulo 17: El Cuándo del Sacrificio de Cristo 253
PARTE SEIS: Una Desordenada Diversidad
Capítulo 18: El Nacimiento del Movimiento
269
Capítulo 19: La Comunidad Juanista 283
Capítulo 20: El Fenómeno Gnóstico 287
Capítulo 21: Ignacio en el Umbral 297
II. LA TRADICIÓN GALILEA
307
PARTE SIETE: Predicando el Reino de Dios
Capítulo 22: La Naturaleza y Existencia de Q 309
Capítulo 23: Excavando las Raíces de Q 325
Capítulo 24: El Evangelio de Tomás y Q 353
PARTE OCHO: Un Emergente Fundador
Capítulo 25: Introduciendo a Jesús en Q 363
Capítulo 26: Desarrollos Sectarios en Q 377
Capítulo 27: Marcos y Q: El Origen de los Evangelios
III. UN CRISTIANISMO COMPUESTO
385
401
PARTE NUEVE: La Evolución de Jesús de Nazaret
Capítulo 28: Los Evangelios como Midrash y Simbolismo 403
Capítulo 29: Un Cuento desde las Escrituras 433
PARTE DIEZ: El Siglo II
Capítulo 30: La Reelaboración de la Historia Cristiana
Capítulo 31: Jesús en los Apologetas Cristianos 469
455
IV. LAS PRUEBAS EXTERNAS
PARTE ONCE: Los Testigos No Cristianos de Jesús
Capítulo 32: Jesús Entre Paganos y Judíos 495
Capítulo 33: Flavio Josefo 523
Capítulo 34: Un Trío Romano: Tácito, Suetonio, Plinio 571
Capítulo 35: Un Trío Menor: Talo, Flegón, Mara 623
APÉNDICES
1. Dos Interpolaciones en las Epístolas del NT 637
2. Una Conversación entre Pablo y algunos Nuevos Conversos 642
3. Jesús y los Dioses Salvadores: La Cuestión de los Paralelismos 644
4. Fechando Hebreos y la Autenticidad del Epílogo 648
5. ¿La Gallina del Evangelio o el Huevo Epistolar? 653
6. Los Evangelios en el Evangelio de la Verdad Valentiniano 656
7. El Redentor en la Gnóstica Paráfrasis de Sem 658
8. La Ausencia de un Jesús Histórico en la Didaché 660
9. La Fecha de Minucio Félix 664
10. El Rechazo de Minucio Félix al Hombre Crucificado 666
11. El Curioso Caso de la Apología de Arístides 670
12. La Cuestión del Trifón y el Rechazo a un Histórico Jesús 674
13. Juan el Bautista en Josefo: ¿Una Interpolación? 677
14. Robert Eisler y el Retrato de Jesús 679
NOTAS 691
BIBLIOGRAFÍA 751
ÍNDICE ONOMÁSTICO 761
EARL DOHERTY
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
PREFACIO
Durante la temporada 2007 de la serie de televisión Bones, su inteligente heroína, una antropóloga forense además de detective de homicidios, la Dra. Temperance Brennan, hizo
una referencia al fundador del cristianismo con este comentario de pasada: «Cristo, si existió...». Un comentario similar se escuchó después en el episodio, ambos hablados tangencialmente durante discusiones entre los personajes, científicos forenses del Smithsonian
Institute, al intentar resolver el crimen más reciente de unos huesos desenterrados. Esto
ocurría en una cadena de televisión norteamericana principal en horario de máxima audiencia. Cuántos telespectadores lo pillaron, o cuál fue su reacción, no queda registrado,
pero bien puede haber sido la primera vez que alguno de aquellos espectadores hubiera escuchado una idea tan radical emitida en un programa de entretenimiento popular transmitido a los hogares norteamericanos a continuación de la hora de la cena.
Cuando The Jesus Puzzle se publicó en 1999, la teoría de que ningún Jesús histórico existió jamás era aún vista de forma general como una idea marginal. Aunque una pequeña minoría de estudiosos había defendido una conclusión semejante durante casi dos siglos, había
conseguido poca tracción entre el público o en los estudios del Nuevo Testamento. Hoy, una
década más tarde, la idea está comenzando a asomar la cabeza tímidamente en algunas partes del panorama de la corriente principal de investigación. Aun así, esto ya ha sido sobrepasado por un creciente segmento del gran público, especialmente entre aquellos conectados a Internet, donde la presentación y el debate en las páginas web y en grupos de discusión han intrigado cada vez más e incluso convencido a muchos sobre la idea.
El advenimiento de Internet ha introducido un elemento «laico» de investigación sin
precedentes en el campo de estudio. La vastamente acelerada diseminación e intercambio de
ideas, la fácil disponibilidad de antiguos textos y obras de investigación modernas a tan solo
un clic de distancia, la ausencia de presión entre colegas y de límites a la permanencia académica, ha significado que el estudio sobre los orígenes cristianos está llevando a cabo un
salto espectacular por parte de un mucho más amplio electorado que el del mundo académico tradicional. Mientras este último ha estado siempre centrado en los departamentos de
religión de las universidades, el campo de estudio está ahora abierto a estudiosos «amateur»
totalmente dedicados, estos últimos siendo un término técnico para aquellos que llevan a cabo estudios de forma particular y fuera del organigrama educativo oficial.
La actual búsqueda del «Jesús histórico» por parte de la corriente crítica mayoritaria de
investigación tiene aún que llegar a un resultado seguro o consensuado. El acuerdo sobre lo
que Jesús dijo o hizo, o si fue un maestro de sabiduría judía, o un profeta apocalíptico, un
revolucionario, un sabio estilo cínico, o cualquiera de entre un número de otras personificaciones, está tan lejos de ser alcanzado como en cualquier otra fase previa en el perenne
intento de separar al glorificado Jesús de la fe del elusivo Jesús de la historia. Queda por ver
cuán pronto el mundo académico tradicional superará su reticencia a la hora de decidirse a
dar el salto hacia el territorio final e inexplorado del Nuevo Testamento. Se ha conocido en
Internet como «el miticismo de Jesús»: la teoría de que ningún Jesús histórico merecedor
de tal nombre existió, que el cristianismo comenzó con una creencia en una figura espiritual,
mítica, que los Evangelios son esencialmente alegoría y ficción, y que ninguna identificable
persona reside en la raíz de la tradición de predicación galilea.
Existe un reproche regularmente lanzado a los defensores del miticismo de Jesús. Este
EARL DOHERTY
consiste en la afirmación —que es un mito de por sí— de que la corriente principal de investigación (tanto por parte del exégeta del Nuevo Testamento como del historiador en general)
ha desacreditado hace mucho tiempo la teoría de que Jesús nunca existió, y continúa haciéndolo. No es defendida más ampliamente esta teoría, mantienen ellos, porque las pruebas
en contrario son abrumadoras, y estas pruebas se han ofrecido una y otra vez. Es sorprendente de cuánta aceptación disfruta esta fantasía, considerando la poca base que hay para
ella. Yo recomiendo el artículo de tres partes en mi página web «Alleged Scholarly Refutations of Jesus Mythicism», una refutación a un siglo de estudios —bastante pocos en número, en libros y partes de libros— que buscan refutar el argumento a favor del miticismo.
Véase este enlace: www.jesuspuzzle.com/jesuspuzzle/CritiquesRefut1.htm.
A principios del siglo XX hubo un número de intentos por contrarrestar la fuerte corriente del miticismo de Jesús por aquel tiempo, pero los estudios en ambos lados de aquel debate han quedado hace tiempo anticuados. No ha habido en tiempos recientes ninguna obra
publicada de envergadura dedicada a desacreditar la teoría mítica de Jesús. Esto por sí mismo es de vital importancia, dado que se han hecho significativos avances en la investigación
del Nuevo Testamento en el último cuarto de siglo, tales como la nueva percepción sobre el
alto contenido midrash en los Evangelios, avances en los estudios gnósticos basados en los
documentos de Nag Hammadi, nuevas intuiciones sobre las capas y la evolución del documento Q, etc. El argumento a favor del miticismo de Jesús ha mantenido el paso con estos
avances y se ha fortalecido con ello, pero prácticamente nada de esto ha sido respondido por
los defensores del histórico Jesús. Cuando investigadores modernos han comentado algo
sobre el miticismo de Jesús (en partes de libros o en artículos dedicados a otros aspectos del
estudio del Nuevo Testamento), ha sido generalmente de forma superficial, repitiendo viejas
objeciones que han sido atendidas hace mucho tiempo por los defensores del miticismo, lo
cual demuestra un entendimiento inadecuado sobre la profundidad y el carácter del argumento. Han sido los apologetas amateur de Internet, normalmente impulsados por la fe,
quienes se han adentrado en este vacío y ofrecido artículos en páginas web intentando refutar la posición del mítico Jesús. Estos han sido refutados por los miticistas, incluyendo numerosos artículos de mi autoría.
La obra original The Jesus Puzzle ha tenido un impacto substancial, y es generalmente
considerada como la publicación líder y la más persuasiva en años recientes en defensa de la
teoría del Jesús mítico. Es citada de forma regular, defendida y atacada. Este impacto se ha
logrado en conjunción con la página web The Jesus Puzzle que precedió al libro en unos pocos años. El fin primario tanto de la página web como del libro era alcanzar al público «laico» de mente abierta y solo de forma secundaria invitar a su consideración o desafío al mundo académico oficial —algo que hasta el momento no se ha ofrecido—. Con esta nueva y expandida edición de mi obra, espero apelar tanto a un público académico perteneciente a la
principal corriente de pensamiento como al público en general.
En parte porque mi intención es mantener el libro original en circulación como una versión más simple del argumento, le he dado a esta versión expandida un nuevo título. Quizás
una apología a favor de la extensión del nuevo libro deba ofrecerse, pero durante años he
sido apremiado por muchos a hacer una nueva versión de The Jesus Puzzle tan exhaustiva
como fuera posible. Empero, la estructura del libro sigue siendo la misma, con muchos
pasajes en común, y he seguido evitando un tono y enfoque marcadamente académicos. Como antes, inserto la mayoría de las fuentes citadas dentro del texto mismo. Prefiero utilizar
notas finales para añadir normalmente un breve material, en gran medida secundario pero
siempre informativo sobre las cuestiones que se discuten, para con ello evitar sobrecargar el
texto principal —aunque recomiendo que las notas no sean pasadas por alto—.
Los Apéndices sirven al mismo propósito, pero más como extendidos excursos. El deta-
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
llado Índice Onomástico incluye importantes palabras clave, y las referencias escriturales
están incluidas en él. Como en el libro original, hay marcadores sobre discusiones más extendidas en forma de direcciones electrónicas a artículos en la página web The Jesus Puzzle.
(Si hubiera de cambiar la dirección de esa página en el futuro, el lector puede buscar «The
Jesus Puzzle»). Mi deuda con los estudios tradicionales sobre el Nuevo Testamento sigue
siendo inmensa, mientras que con respecto a otros investigadores que trabajan fuera de los
confines de la principal corriente de pensamiento esta se ha ido aumentando con los años, e
intentaré declarar mi deuda cuando la deuda sea debida. Como podía esperarse, The Jesus
Puzzle, el libro y la página web, han sido desafiados sobre la base de mi percibida falta de
apropiadas o suficientes credenciales, y de mi no participación en el mundo académico
oficial. Pero un buen argumento y una buena prueba deben ser capaces de ser considerados
en sí mismos y de ser evaluados según sus méritos propios. Por otra parte, es natural querer
tener alguna idea sobre el grado de competencia al considerar la obra de un autor en cualquier campo de estudio, de modo que terminaré aquí con una nota personal que faltaba en
el libro original. Mi educación formal consistió en una licenciatura cum laude en Historia
Antigua y Lenguas Clásicas (griego y latín, el griego consistiendo esencialmente en cualquier
investigación acerca del Nuevo Testamento). Desgraciadamente, me vi forzado a suspender
mi Máster debido a razones de salud y no lo retomé. Después de un número de años en los
que estuve desempeñando otra ocupación más ardua, retomé mis estudios particulares sobre los orígenes del cristianismo y disciplinas relacionadas. Tras un período de 14 años, creé
la página web The Jesus Puzzle y poco después el libro The Jesus Puzzle, al poco tiempo seguido por una segunda publicación, Challenging the Verdict: A Cross-Examination of Lee
Strobelʼs «The Case for Christ».
Para aquellos, profanos y académicos, que demanden más, solo puedo decirles que lo
siento. Para el resto de mentes abiertas e inquisitivas, les ofrezco la obra misma, confiando
en el poder de las observaciones y los argumentos que en ella se hacen, así como en la lucidez de su presentación. Ninguna prueba matemática hay disponible, ninguna demostración
de laboratorio. Todo lo que podemos alcanzar es un juicio en cuanto al resultado de su probabilidad, aunque quizás semejante cosa puede llegar a resultar casi definitiva. En el campo
de estudio de la historia esto es todo lo que tenemos. En el área de la religión, un poco más
se necesita primero: la temporal relajación de la creencia establecida, para con ello ofrecer a
las pruebas y a su racional interpretación una oportunidad de ser aceptadas por sí mismas.
Si la probabilidad se alcanzara acerca de que el Jesús de Nazaret del Evangelio es un personaje ficticio o simbólico, el mundo no llegará a su fin. Solo necesita meramente cambiar, y
normalmente se le ha dado muy bien hacer eso mismo.
Earl Doherty.
Septiembre 2009.
Nota del Autor de 2018: Después de que el presente libro se enviara a la imprenta en
2009, el conocido estudioso del Nuevo Testamento Bart Ehrman llevó a cabo una réplica al
argumento miticista en un libro, titulado Did Jesus Exist?, publicado en 2012. Este libro había sido largamente esperado por los historicistas, pero incluso ellos quedaron casi de forma
universal decepcionados por la débil y a menudo falaz calidad de su argumentación. El libro
mostraba un pobre entendimiento del caso miticista, y expresaba un patente prejuicio ad
hominem contra los estudiosos miticistas en general. Yo respondí el mismo año con una
completa réplica en un e-book a la venta en Amazon: The End of an Illusion: How Bart
Ehrman’s «Did Jesus Exist?» Has Laid the Case for an Historical Jesus to Rest.
EARL DOHERTY
Sobre las Traducciones
Hay muchas traducciones disponibles del Nuevo Testamento. En este libro, no he seguido
ninguna en particular, dado que todas ellas ocasionalmente ofrecen las preconcepciones del
Evangelio en su traducción de las epístolas, y porque partes de una traducción dada son, en
mi opinión, más exactas y efectivas que otras partes. Algunas veces he combinado las características de más de una traducción en una cita dada, y ocasionalmente incluyo un elemento
mío propio, normalmente con el fin de ofrecer el griego original más literal, por mor de la
claridad y para eliminar preconcepciones. Para la mayoría de las citas bíblicas he indicado la
traducción o traducciones utilizadas, incluyendo las mías. Abreviaturas de traducciones:
NEB (New English Bible); NASB (New American Standard Bible); NIV (New International
Version); RSV (Revised Standard Version); NAB (New American Bible); KJV (King James
Version); TNT (The Translator’s New Testament). He tomado más a menudo de la NEB, con
su estilo moderno informal que puede sacar a la luz la claridad del sentido.
Glosario y Abreviaturas
La información más explicativa se ofrece en el texto y las notas
Apócrifos: escritos («ocultos») no considerados como sagrados, excluidos del canon de las
escrituras. Muchos se incluyen en Biblias a continuación de los textos canónicos.
Cristología: estudio o enseñanza sobre la naturaleza de Jesús/Cristo.
Diáspora: comunidades judías desperdigadas a lo largo del imperio romano, como una entidad colectiva, tanto en un sentido geográfico como cultural.
Exégeta/exégesis: uno que interpreta el significado de un texto bíblico/el proceso de hacer eso mismo.
Kerigma: «proclamación» sobre Jesús por los primeros apóstoles cristianos.
LXX: abreviatura para Septuaginta, traducción griega precristiana de las escrituras hebreas.
Parusía: la «presencia», el advenimiento glorioso de Cristo al Fin de los tiempos.
Perícopa: breve pasaje de uno o más versículos que comprenden una clara unidad.
Redacción: la edición de un documento o fuente, de acuerdo a los intereses del editor.
Soteriología: teorías/enseñanzas sobre la redención, conferidas normalmente por un salvador.
Referencias al Nuevo Testamento: p. ej., Gálatas 3:23-25 = capítulo 3, versículos 23 a 25.
Las abreviaturas de los títulos de un documento se utilizan solo entre paréntesis.
s = «y siguientes»: significa un número no especificado de páginas después de la referenciada; p. = página; n. = nota; cap. = capítulo; v. = versículo; ca. = circa («alrededor de», en
referencia a una fecha); lit. = literalmente. En las Notas solo: s. = siglo; f. = fallecido.
op. cit. = en referencias dentro de paréntesis a obras publicadas, esto significa «el título del
libro de este autor citado en la última referencia a ese autor»; passim (en referencias bibliográficas) = aquí y allí, en diferentes lugares.
Paréntesis: en una cita, los paréntesis significan una paráfrasis o clarificación, y las llaves
significan los comentarios insertos por el que escribe estas líneas.
Las Notas finales están numeradas de forma consecutiva.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
LAS DOCE PIEZAS
DEL PUZLE DE JESÚS
Esta lista es un repaso sumario solamente
y no sigue el plan del libro.
[1] Jesús de Nazaret y la historia del Evangelio no se pueden encontrar en los escritos cristianos anteriores a los Evangelios, el primero de los cuales (Marcos) fue compuesto solo
hacia el final del primer siglo de la Era Común (EC).
[2] No existe ninguna referencia no cristiana sobre Jesús antes del siglo II. Las dos referencias en Flavio Josefo (finales del siglo I) no son fiables y pueden ser rechazadas en su integridad como inserciones cristianas posteriores.
[3] Las primeras epístolas, como las de Pablo o Hebreos, hablan de su Cristo Jesús (Mesías
Salvador) como un ser espiritual y celestial, uno revelado por Dios a través de las escrituras,
y no lo equiparan a un hombre histórico reciente. Pablo es parte de un nuevo movimiento de
salvación actuando a través de la revelación desde el Espíritu.
[4] Pablo y otros de los primeros escritores sitúan la muerte y resurrección de su Cristo en el
mundo mítico/sobrenatural basado en la cosmología platónica y semítica, y derivan su información sobre esos eventos, así como sobre otras características de su Cristo celestial, de
las escrituras.
[5] Los antiguos veían el universo como finito y multiestratificado: la materia abajo, el espíritu arriba. El mundo más alto de los cielos era considerado como el superior, la genuina
realidad, donde los procesos espirituales y las contrapartidas celestiales a las cosas terrenales eran localizadas. El Cristo de Pablo opera dentro de este sistema.
[6] Los «cultos mistéricos» paganos de la época adoraban deidades salvadoras que habían
realizado actos salvíficos. Bajo la influencia del platonismo, estos actos llegaron a ser interpretados por los cultos como teniendo lugar en el mundo sobrenatural/mítico, no en la tierra o en la historia. El Cristo paulino era considerado de forma similar como uno que padeció la muerte y resurrección en el reino celestial. Esta nueva creencia de Cristo también
compartía otros conceptos mitológicos corrientes en el mundo antiguo.
[7] El más prominente concepto filosófico-religioso de la época era «el Hijo Intermediario»:
una emanación del Dios transcendente final que servía de canal espiritual entre Dios y la humanidad. Tales conceptos intermediarios como el Logos griego y la Sabiduría personificada
judía fueron modelos para Pablo y su Cristo e Hijo celestial, quien asumió un rol sacrificial
adicional bajo la inspiración de las escrituras.
EARL DOHERTY
[8] Todos los Evangelios derivan su historia básica de Jesús de Nazaret a partir de una fuente: el Evangelio de Marcos, el primero que se compuso. Posteriores evangelistas reelaboraron a Marcos según sus intereses y añadieron nuevo material. Ninguno de los evangelistas
muestra ninguna preocupación por crear una historia genuina. Hechos de los Apóstoles entendido como una descripción sobre los comienzos del movimiento apostólico cristiano es
históricamente poco fiable, una pieza del siglo II que fabrica una leyenda.
[9] Los Evangelios no fueron escritos como descripciones históricas, sino que ofrecen una
representación simbólica de una secta galilea que predica la venida del reino de Dios, combinada con una historia ficticia sobre la pasión localizada en la tierra, probablemente con la
intención de alegorizar la muerte y resurrección celestial de Cristo en el reino sobrenatural.
Se construyen a través del proceso de «midrash», un método judío de reelaboración de viejos pasajes y cuentos bíblicos para reflejar nuevas creencias. La historia del juicio y crucifixión de Jesús es un pastiche de versículos de las escrituras, y no tiene nada que ver con la
«historia recordada».
[10] «Q» es una perdida colección de sentencias extraída de Mateo y Lucas, y no hacía ninguna referencia a la muerte y resurrección, o al rol soteriológico de su Jesús. Se puede mostrar que no tenía ninguna figura como Jesús en sus raíces, algunas de las cuales eran en última instancia no judías. La comunidad de Q predicaba la inminente llegada del reino de Dios
y el advenimiento del celestial Hijo del Hombre como un juez de los últimos tiempos, y sus
tradiciones fueron eventualmente asignadas a un fundador inventado que fue combinado en
el Evangelio de Marcos con el espiritual Cristo Jesús del tipo paulino. El argumento a favor
de la existencia de Q es muy superior a cualquier otra explicación alternativa para el material común en Mateo y Lucas.
[11] La inicial variedad de sectas y creencias en un espiritual Cristo celestial e Hijo de Dios,
algunas con un rol revelador, otras con uno sacrificial, muestra que este amplio movimiento
comenzó en muchos lugares diferentes, una multiplicidad de desarrollos en gran medida
independientes y espontáneos que estaba basada en las escrituras judías y en otras expresiones religiosas de la época, no en respuesta a un solo individuo o a un solo punto de origen.
[12] Bien adentrado el siglo II, muchos documentos cristianos carecen de (o rechazan) la
noción de un ser humano fallecido como un elemento de su fe. El tipo de creencia en Cristo
que luego se convirtió en ortodoxia se desarrolló solo durante el transcurso del siglo II, para
eventualmente alcanzar el dominio hacia su final. Solo gradualmente el Jesús de Nazaret retratado en los Evangelios logró ser aceptado como histórico y la «historia de su vida» como
real.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
INTRODUCCIÓN
Érase una vez alguien que escribió una historia sobre un hombre que fue Dios.
No sabemos quién fue ese alguien, o dónde escribió su historia. No estamos ni siquiera
seguros de cuándo la escribió, pero sí que sabemos que muchas décadas habían pasado tras
los supuestos eventos de los que hablaba. Generaciones posteriores dieron a este narrador el
nombre de «Marcos», pero si ese fue su nombre real, solo fue una coincidencia.
Otros escritores le siguieron, y alargaron el cuento del primero. Tomaron prestado mucho
de lo que aquel había escrito, lo reelaboraron a su propia manera y pusieron algún material
adicional. Otro medio siglo después, casi todo el mundo que seguía la religión de aquellos
cuentistas aceptaron su obra como una descripción de eventos históricos reales y de un histórico hombre real. Y así lo hizo la gente que vino luego, durante casi dos mil años.
Hace unos dos siglos, estos «Evangelios» comenzaron a ser objeto de algún examen investigador. No solo se vio que estaban en contradicción unos con otros sobre importantes
materias, sino que finalmente se cayó en la cuenta de que habían sido concebidos y acabados de maneras, y con motivaciones, que sugerían que no eran fiables como descripciones
históricas. Sus fantásticas y acríticas dimensiones, como los milagros y la participación de
Dios y lo sobrenatural, los situaban fuera del género de la historia escrita tal y como nosotros la conocemos. Ese proceso de examen crítico ha continuado hasta hoy, con resultados
que han socavado los mismos cimientos de la fe cristiana.
Recientemente, un investigador comenzó su libro sobre el Jesús de la historia, el hombre
real y la trayectoria personal que se suponía que estaban detrás de estas descripciones no
históricas, con esta frase:
Una mañana de primavera alrededor del año 30 EC ¹, tres hombres fueron ejecutados
por las autoridades romanas en Judea... (E.P. Sanders, The Historical Figure of Jesus,
p. 1).
Pero ¿se va a cuestionar incluso esta declaración? ¿Es incluso este elemento de «los datos
irreductibles» una parte del cuento escrito por el cuentista que escribió el primer Evangelio?
¿Tenía aquel tercer hombre crucificado por los romanos en una colina en Judea, junto con
los dos salteadores de caminos, alguna existencia histórica en absoluto? La historia contada
en el Evangelio de Marcos comienza primero a aparecer hacia finales del siglo I EC. Aun así,
el hecho curioso es que cuando investigamos sobre esa historia en todos los documentos
cristianos no evangélicos escritos antes de aquella época, esta no se puede encontrar en ninguna parte. Falta incluso en muchos documentos producidos después de aquel periodo, algunos extendiéndose hasta la segunda mitad del siglo II. Si tuviéramos que apoyarnos en las
cartas de los primeros cristianos, como Pablo y los que escribieron la mayoría de las epístolas del Nuevo Testamento, nos veríamos en la difícil tesitura de encontrar algo parecido a
los detalles de la historia del Evangelio. Si no inferimos asociaciones evangelistas en lo que
Pablo y otros dicen sobre su Cristo Jesús, no podemos decir siquiera que esta figura, el objeto de su adoración, fue un hombre que había vivido recientemente en Palestina y había sido ejecutado por las autoridades romanas con la asistencia de una organización judía hostil.
¿Puede esto ser porque ellos no están de hecho hablando de semejante figura? ¿Puede ser
que si nos quitamos esas gafas coloreadas por los Evangelios al leer a los primeros escritores
cristianos, encontraríamos que todos ellos, Pablo especialmente, nos han estado contando
EARL DOHERTY
en claros e inequívocos términos exactamente lo que los primeros cristianos creían, y qué
era realmente el Cristo al que todos adoraban? Obtener un comprensible cuadro del primitivo movimiento cristiano, del cual los escritos de Pablo son los más importantes testigos
supervivientes, requiere que uno profundice en el pensamiento de la época, tanto entre los
judíos como entre los gentiles: la filosofía, las ideas sobre el universo y los tipos de mitos en
los que aquella gente creía. El cristianismo, como toda otra expresión humana, fue un producto de su tiempo y no surgió en aislamiento del pensamiento del mundo que lo rodeaba.
El cristianismo era también por naturaleza una secta, en el sentido de que adoptó y defendió
nuevas ideas que entraron en conflicto con el entorno en el que la secta creció. De este modo, su desarrollo debe ser entendido en el contexto de cómo las sectas se comportan e interactúan con el mundo que las rodea.
Como parte de esta descripción de los tiempos, uno necesita ser consciente del cruce de
influencias que tuvo lugar entre el judaísmo y la sociedad grecorromana dentro de la cual vivía. Incluso mientras se esforzaba por evitar la integración, la cultura judía, más diversa de
lo que finalmente llegó a ser bajo los rabinos, absorbió una gran cantidad de cosas de su más
amplio entorno, especialmente durante la diáspora, aquellos enclaves judíos distribuidos todo a lo largo del imperio romano y más allá en Oriente. Ni fue el proceso una calle con un
solo sentido. El monoteísmo judío y su ética fueron abrazados por un gran número de gentiles que ingresaban en las sinagogas judías y en los grupos sectarios según diferentes grados
de conversión. Una de las características del primer cristianismo fue la atracción de creyentes gentiles que adoptaron ideas y prácticas judías, considerándose al final como los nuevos
herederos de la promesa del Dios judío. Este cruce de mutuas influencias dio lugar a una
nueva fe que fue un híbrido entre ambas culturas, y un producto que moldearía el futuro del
mundo de Occidente. Con todo ello, utilizar el término «cristianismo» o una frase como «el
movimiento cristiano» es fundamentalmente engañoso. Implica que el fenómeno siendo estudiado era una sola entidad, algo unificado, que comenzó en una localización particular a
partir de un identificable conjunto de circunstancias y eventos. También implica —así lo
quiere la tradición cristiana— que todo ello fue puesto en movimiento por una específica figura histórica, Jesús el Cristo, y por las acciones de aquellos que reaccionaron a él. Pero un
escenario como ese evolucionó solo más tarde. En realidad, el «cristianismo» en sus comienzos fue mucho más difuso. Estaba hecho de numerosas facetas inconexas dentro de la
filosofía religiosa y la cultura de la época, facetas que carecían de cualquier tipo común o figura de origen. Solo a causa de un extraordinario conjunto de circunstancias llegaron todas
aquellas facetas a unirse para producir el cuadro de los orígenes cristianos que el mundo ha
visto durante tanto tiempo. El punto focal de esa unión fue el primer Evangelio, el Evangelio
de Marcos, que creó la figura de Jesús de Nazaret y le hizo la personificación de todas las
precedentes facetas. Una vez ese giro en la carretera se tomó (una buena estimación es que
tuvo lugar en un tiempo alrededor del año 90, para lo cual se proporcionará la prueba), la
situación entonces creada impactó gradualmente sobre las diferentes expresiones del más
amplio movimiento hasta que finalmente todos los que se hacían llamar creyentes en el
«Cristo» pensaron que su fe había comenzado con un hombre real que había vivido en un
tiempo reciente en la historia y había dado lugar a todas las variadas creencias y prácticas
que compartían. Este libro continuará utilizando las palabras «cristiano» y «cristianismo»,
pero en ese periodo inicial antes de que los Evangelios les ofrecieran un nuevo significado,
tales términos se referirán a la gran variedad de grupos, una mezcla de judíos y gentiles, que
creían en un Cristo o Hijo de Dios que fue un divino Salvador, pero que todavía no se pensaba que había estado en la tierra.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
Dos tradiciones
Con esta visión de conjunto en mente, las piezas básicas del «Puzle de Jesús» se pueden exponer. La historia del Evangelio es una amalgama de dos principales y separados elementos
—el matrimonio, si se prefiere, de dos padres diferentes—. Esta fue una «pareja» que nunca
se había asociado directamente, que no habían sido siquiera conscientes uno de la existencia
del otro hasta que aquellas extraordinarias circunstancias surgieron que llevaron a «Marcos» a combinarlas en su Evangelio.
El primer padre fue un movimiento predicador judío centrado en Galilea, aunque parece
haberse extendido más allá de esa región. Los profetas itinerantes de esta expresión de nueva «contracultura» anunciaban la venida del reino de Dios y anticipaban el advenimiento de
una figura celestial llamada Hijo de Dios la cual juzgaría el mundo. Ellos instaban al arrepentimiento, enseñaban ética y defendían una nueva sociedad; defendían la práctica de milagros, y se granjearon la hostilidad de las autoridades religiosas.
Algunas de las tradiciones² de este movimiento vinieron de diferentes fuentes, de modo
que aglutinaban múltiples facetas propias. Ningún Jesús, divino o humano, se presentó originalmente sobre la escena, aunque luego en su evolución un determinado segmento de esta
secta del reino (que también desarrolló el documento Q) vio por sí mismo a una figura fundadora que alimentó la creación del Jesús del Evangelio. Antes de esta entrada en el Evangelio de Marcos, no obstante, este inventado fundador no fue relacionado con ninguna
muerte ni resurrección, con ningún evento en Jerusalén. Por aplicar un concepto utilizado
en la investigación moderna, este lado del puzle, esta mitad del compuesto cuadro del eventual cristianismo, será llamada la «Tradición Galilea».
El segundo padre no fue localizado así. Aun cuando este lado del puzle será referido con
otro concepto con algún uso en los estudios de investigación, la «Tradición de Jerusalén», y
aun cuando Jerusalén fue un centro importante para esta mitad del cuadro cristiano, en realidad esta tradición también estaba compuesta de muchas hebras. Vino a la vida en numerosos lugares a lo largo de la mitad oriental del imperio romano, construida sobre una base judía pero combinando tradiciones judías y paganas y conceptos religiosos. Fue dirigida por
apóstoles que podían vagar muy lejos para entregar su mensaje de salvación y establecer
congregaciones de creyentes.
Ese mensaje era sobre un Hijo celestial y una emanación de Dios que era tanto un intermediario entre Dios y el mundo, como una figura Salvadora. Hasta cierto punto el mensaje
estaba inspirado en la expectactiva tradicional sobre un Mesías; él era una nueva «versión»
de esa idea, habiendo sido transformado de una figura humana en una celestial. Él se llamaba de forma variada Jesús, o Yeshua (que significa «Yahvé Salva», en hebreo), el Cristo
(griego para el hebreo «Mashiach», o Mesías, que significa «El Ungido»), y el Hijo. En algunos círculos, se le refería por el término filosófico griego «Logos». Algunos consideraban a
este nuevo Hijo espiritual de Dios como un Revelador que ofrecía el conocimiento salvífico
de Dios; otros como uno que había sufrido una muerte y resurrección sacrificial. Todo tipo
de apóstoles como Pablo viajaban predicando este ser divino y a menudo no se ponían de
acuerdo entre ellos sobre lo que él era; de hecho, podían llegar a arremeter unos contra
otros sin más, como se ve en las cartas de Pablo.
Este Hijo y Salvador no era identificado con un reciente ser humano o un hombre situado
en un escenario terrenal, mucho menos conferido un ministerio de enseñanza y realización
de milagros en Galilea. En su lugar, él era una deidad celestial que había hecho su labor redentora en la dimensión sobrenatural, en los niveles espirituales del universo por encima de
la tierra. Él poseía una fuerte semejanza con dos importantes expresiones de la época. Una
era una idea filosófica que podemos llamar «el Hijo intermediario», una emanación espi-
EARL DOHERTY
ritual de Dios y un canal espiritual entre él y la humanidad; este era el concepto filosóficoreligioso dominante de la época helenística ³. La segunda semejanza la tenía con un amplio
espectro de dioses salvadores paganos hallados en los «misterios», la forma dominante de
religión popular en este periodo, remontándose hasta raíces antiguas. Como el Cristo de Pablo, estos dioses salvadores se pensaba que realizaban actos en el mundo mítico, actos que
ofrecían la santidad y la salvación a sus creyentes. Estos cultos tenían mitos y rituales muy
similares a los del movimiento cristiano.
Como la gente que predicaba el reino de Dios en Galilea, los apóstoles que propagaban su
fe en un Hijo de Dios redentor, y las comunidades a lo largo del imperio que se formaron en
respuesta a ellos, veían un inminente final o transformación del mundo. Llegaría con el advenimiento del Hijo del cielo. Tales grupos eran pues sectarios en naturaleza, y también se
granjearon la hostilidad de la sociedad de su entorno. Incluso más que el movimiento galileo, y en parte porque estaba tan ampliamente difundida, la fe en el Hijo de Dios estaba descoordinada, sin una autoridad con un gobierno central o un conjunto de doctrinas.
Estructura del Libro
Dado que estos dos aspectos del cristianismo originalmente no tenían nada que ver uno con
el otro, deben ser examinados por separado. Este libro se estructura en cuatro partes. Las
primeras dos se centran en estas dos Tradiciones, la tercera con su artificial unión en los
Evangelios y cómo esa amalgama cambió el curso de la historia cristiana. Una cuarta parte
se dedicará a la cuestión de los testigos no cristianos de Jesús.
La primera parte examinará la Tradición de Jerusalén. (Este término se utiliza en los estudios especializados porque la descripción del Evangelio ha formado la creencia de que la
muerte y resurrección del Cristo que Pablo predicó fueron terrenales, localizadas en Jerusalén). El registro de este movimiento del Hijo de Dios reside en las epístolas del Nuevo Testamento y otras cartas y documentos del cristianismo primitivo. En el canon cristiano —la
colección de escritos luego seleccionada por la Iglesia como autorizada e inspirada por la divinidad— las epístolas han sido anexadas a los cuatro Evangelios y a Hechos de los Apóstoles como si todas ellas se refiriesen a la misma figura de Jesús, como si ellas siguieran a los
Evangelios y a Hechos en alguna secuencia natural. Pero este «Nuevo Testamento» ⁴ se formó solo hacia el final del siglo II. La mayoría de las epístolas, que venían desde todo el mundo cristiano, fueron escritas antes que los Evangelios, y muestran su desconocimiento de
aquellos Evangelios o de su contenido. Lo mismo ocurre prácticamente con todas las que
fueron escritas después.
Por tanto, la primera parte del libro examinará el movimiento del Hijo de Dios del cual
Pablo formó parte, cuáles fueron sus ideas y de dónde venían, tal y como se revela por los
mismos documentos y por el más amplio cuadro de la época. E inspeccionará con algún detalle el vacío que existe en estos documentos sobre cualquier cosa que tenga que ver con el
Jesús del Evangelio y su historia.
La segunda parte del libro examinará la Tradición Galilea. Este movimiento del reino de
Dios operando en Galilea y más allá produjo la mayoría de las tradiciones que acabaron en
los Evangelios como parte del ministerio de su ficticio Jesús: sobre el conflicto con las autoridades, las curaciones y milagros, una nueva ética para el reino, sobre el inminente Fin del
mundo y el advenimiento del Hijo del Hombre. La prueba sobre esta parte galilea del puzle
reside en su mayoría en los Evangelios mismos, específicamente los tres Evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas. «Sinóptico» significa de forma literal «vistos juntos», en referencia al hecho de que estos tres Evangelios tienen tanta similitud en su material que pueden ser comparados unos al lado de los otros. «Son similares en plan, contenidos, orden y
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
palabras. Lo más impresionante son los acuerdos verbales, que son casi totales en algunos
pasajes» (Harperʼs Bible Dictionary, p. 1009).
El enfoque inicial será sobre un documento antiguo que no ha llegado hasta nosotros pero que los investigadores modernos han reconstruido a partir de determinadas partes comunes de Mateo y Lucas. Ellos lo llaman «Q» (por el alemán Quelle, que significa «fuente»).
Es a partir de esta otra perdida colección de sentencias y anécdotas, más antigua que cualquiera de los Evangelios, junto con un recientemente descubierto documento fuera del Nuevo Testamento —otra colección de sentencias atribuidas a Jesús conocida como el Evangelio de Tomás— que los críticos e investigadores modernos han compuesto su imagen de
un «genuino Jesús», una imagen que yo argumentaré que es infundada. (La mayor parte de
un capítulo se dedicará a apoyar la teoría de la existencia de Q, algo que no es aceptado en
todos los círculos de investigación).
A partir de la Tradición Galilea creció el Evangelio de Marcos. Su imagen del ministerio
de Jesús se basa en el movimiento predicador del reino representado por Q (incluso cuando
Marcos no parece haber poseído una copia del documento Q mismo que fue utilizado por
Mateo y Lucas). Pero en un golpe audaz e innovador, el autor incorporó a su Evangelio la
idea del Salvador celestial que había muerto y resucitado de entre los muertos según el movimiento del Hijo de Dios. Este espiritual Salvador sacrificial Marcos lo identificó con el
predicador galileo, y situó esta dimensión de su historia en Jerusalén, en forma de un juicio
dirigido por el gobernador romano Poncio Pilatos, una crucifixión en el Calvario y una resurrección desde una tumba cercana.
La tercera parte del libro, «Un Cristianismo Compuesto», examinará cómo fue construido el Evangelio de Marcos, su carácter alegórico, cómo fue seguido y extendido por otros
Evangelios, y cómo las nuevas ideas que todos ellos contienen gradualmente se divulgaron
hasta que el personaje central de Marcos, Jesús de Nazaret, vino a ser considerado como el
originador histórico del movimiento entero. La parte final del libro estudiará a los testigos
no cristianos de Jesús, como se encuentran —o no se encuentran— en los escritos paganos y
judíos de la época, con detalladas observaciones sobre el historiador judío Josefo, los historiadores romanos Tácito y Suetonio, y otros historiadores y escritores de los dos primeros siglos.
Un Relato Minoritario
No hay ninguna duda que, fuera de los centros de teología, el cristianismo moderno y sus
perspectivas sobre Jesús se basan en los Evangelios del Nuevo Testamento, mientras Hechos de los Apóstoles ofrece la imagen popular de cómo el movimiento de la fe cristiana comenzó y se propagó. Mucho de lo que se presenta en las epístolas del Nuevo Testamento es
en su mayoría ignorado o mal entendido; incluso los teólogos y estudiosos bíblicos se esfuerzan por entender mucho de lo que alguien como Pablo dice. Fuera del canon del Nuevo
Testamento hay muchos documentos que son el producto del movimiento cristiano durante
los dos primeros siglos EC, casi todos ellos siendo totalmente extraños para la gran mayoría
de cristianos. La mayoría de ellos están agrupados, por ejemplo, en The Apostolic Fathers,
Vols. 1 & 2, de la Loeb Classic Library (traducción de Kirsopp Lake), o el más popular Early
Christian Writings de Penguin Classics (traducción de Maxwell Staniforth): obras tales como la epístola 1 Clemente, las cartas de Ignacio de Antioquía, la Didaché, el Pastor de Hermas, o la Epístola de Bernabé. Aquí también debemos añadir numerosas obras apologéticas
del siglo II, así como un número de Evangelios no canónicos que han sobrevivido solo en
fragmentos pero que a menudo tratan la historia de Jesús de una forma diferente a los cuatro canónicos.
EARL DOHERTY
Más remotos aún son muchos documentos que presentan aparentes elementos o ecos
cristianos, pero que le sorprenden a uno como si habitaran diferentes mundos, quizás mundos judíos sectarios. Muchos documentos en la colección conocida como The Old Testament
Pseudepigrapha (edición de James H. Charlesworth) tienen dudosas conexiones con el cristianismo, tales como las partes de 1 Enoc conocidas como las «Similitudes», las Odas de Salomón, la Ascensión de Isaías, aun cuando los estudiosos algunas veces juzgan que son, al
menos en parte, productos cristianos. Más allá de estos, gracias al hallazgo desenterrado recientemente en Nag Hammadi en Egipto, tenemos una extensa colección de documentos
gnósticos, productos de un claro pero multifacético estilo de fe durante aquellos primeros siglos que tuvo una relación llena de altibajos con lo que llegó a ser el cristianismo ortodoxo.
Algunos de sus pensamientos sobre el mundo tienen suficiente parentesco con este último
como para que se le llame «gnosticismo cristiano», aunque las muchas anomalías en cuanto
a teología y en cuanto a la figura de Jesús forzaron al movimiento en su integridad a la categoría de «herejía».
La conclusión que ha de hacerse es que los Evangelios y Hechos forman solo una pequeña parte de los registros del cristianismo primitivo. Ellos reflejan solo una categoría de pensamiento, solo un testimonio entre los muchos que tenía aquel amplio movimiento; y este
principio se aplica incluso dentro del diverso catálogo del Nuevo Testamento mismo. No hay
en absoluto, como veremos, una uniformidad de contenido que pueda encontrarse a ninguna escala. Cuando uno se da cuenta después que incluso las colecciones de Marcos, Mateo, Lucas y Juan no pueden considerarse como cuatro independientes descripciones corroborativas, sino que más bien constituyen una cadena de dependencia literaria y de expansión del que se escribió primero, con Hechos como un satélite adjunto a uno de los escritores posteriores en la cadena, entonces el peso y el tamaño de la categoría de nuestro
«Evangelio» se contrae aún más cuando se lo yuxtapone junto al completo horizonte del
paisaje del cristianismo primitivo.
Y aun así, se ha permitido que el cuadro creado por esta subcategoría minoritaria de autores domine el resto de la escena. Su sombra ha sido tan magnificada que cubre casi todo el
resto; sus ideas determinan la interpretación de todo el resto de los registros. Los investigadores y creyentes por igual miran el mundo del cristianismo primitivo a través del prisma de
un estrecho puñado de escritos endogámicos, y esto ha distorsionado todo lo que ven. El dominio que ese pequeño grupo de documentos logró conseguir podría ser comparado con el
éxito evolutivo de un solo organismo o especie dentro de la rebosante corriente de la vida,
un dominio que emergió a la prominencia a causa de una ventaja o atractivo inherente, para
eventualmente superar o cruzarse con sus familiares y rivales creando con ello una nueva
entidad dominada por sus propias características particulares.
El Big Bang
De los Evangelios y Hechos derivamos íntegramente la idea de que Jesús murió en el Calvario y luego resucitó de su tumba a las afueras de Jerusalén una mañana de Pascua, resucitando él mismo en carne y hueso sobre la tierra para pasar un tiempo con sus discípulos
antes de ascender al Cielo. Se defiende a menudo que solo a causa de tal evento —o a la percepción de que tal evento había tenido lugar— se podría uno explicar la explosiva génesis y
propagación del movimiento cristiano. «¡Algo debe haber ocurrido!», dicen. Se requeriría
algún combustible de ignición para encender el fervor y la empresa de los seguidores de Jesús que llevaron su fe en él a lo largo de la mitad del imperio en unas pocas décadas, para
capturar la alianza y dedicación de forasteros como Pablo, para ganarse los corazones y
mentes de incontables conversos, judíos y gentiles por igual, quienes inmediatamente for-
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
maron comunidades cristianas y una Iglesia que se expandiría de forma sostenida hasta que
se apoderó del imperio mismo.
Semejante afirmación solo es posible porque nos encontramos tan dominados por el escenario del Evangelio y la distorsión que el cristianismo primitivo creó, de modo que somos
incapaces de visualizar una alternativa. No logramos reconocer la mucho más amplia y más
compleja imagen revelada por los registros no canónicos, los cuales pueden explicar cómo el
movimiento se creó y desarrolló sin la necesidad del «Big Bang» creado por los Evangelios y
Hechos. Ese erróneo y circular proceso de razonamiento ha estado operando desde el tiempo del historiador de la Iglesia Eusebio a comienzos del siglo IV.
En su obra titulada Theophania, Eusebio reconoce que la historia del Evangelio, que representa el mensaje de la fe predicado por los apóstoles originales, no es creíble; de hecho,
es ridícula. ¿Cómo, se pregunta, pueden afirmar que un hombre «no fue otra cosa que la Palabra (Logos) de Dios», que realizó milagros y demostró tal poder, pero que con todo ello
pudo luego «sufrir el reproche y la infamia, y al final la pena de muerte vergonzosa en la
cruz», para luego decir que «le vieron tras Su muerte», y que «Él resucitó de entre los muertos?». Nadie, dice Eusebio, teniendo algún intelecto, ni siquiera uno que fuera analfabeto,
aceptaría ninguna parte de esa historia, ni sus demandas de alianza, especialmente cuando
ello también implica un rechazo a la sabiduría y las prácticas ancestrales propias. Sin embargo, Eusebio la aceptó, la abrazó. ¿Por qué? Porque él podía dar testimonio (así lo pensaba) de la marcha de la nueva fe y la Iglesia a lo largo de la historia, para llegar a la cima del
poder en su propio tiempo. Para la mente de Eusebio, esto no habría sido posible a no ser
que el mensaje de muerte y resurrección originalmente predicados por los apóstoles fuera
de hecho verdad. Semejante exitosa historia no podría haber ocurrido sin Dios y sin la verdad detrás de esa historia⁵.
Lo que Eusebio y otros no han podido comprender, no obstante, es que la historia del
Evangelio a la que él apela nunca ocurrió. Los apóstoles originales del movimiento cristiano
no predicaron un mensaje semejante relacionado con sus propias vidas recientes y a un
hombre real que ellos hubieran conocido. La marcha de la religión de Eusebio siguió caminos mucho más arduos y más tortuosos de los que la historia del Evangelio indicaría. Esa
historia necesitó tiempo para desarrollarse, para ser aceptada como una descripción histórica; llegó a ser una proyección retrospectiva sobre un malentendido y desconectado pasado.
Nadie la predicó nunca repentinamente, y nadie la aceptó de esa manera. Uno no necesita
preocuparse por el así llamado «criterio del desconcierto», tan popular en la metodología
del Nuevo Testamento, el cual, aplicado aquí, mantiene que dado que nadie inventaría ese
embarazoso y escandaloso escenario como el del líder de un movimiento siendo ejecutado
como un criminal común, debe realmente haber ocurrido de esa manera.
Antes bien, esa idea de alguna manera entró a hurtadillas por la puerta de atrás en la
mente de la gente (aunque no sin alguna resistencia), su vía preparada por anteriores formas de fe en las que una figura divina se sometió a la muerte bajo diferentes condiciones, de
hecho en un mundo muy diferente. Esta última simplemente necesitó una determinada cantidad de retoque —una modernización que comenzó como simbolismo pero que muchos, como Ignacio, encontrarían deseable y para nada embarazosa, especialmente cuando todo había sido claramente explicado en las escrituras—. Las fuentes en las escrituras que habían sido vistas revelando actos de salvación en el mundo espiritual han sido convertidas en las
fuentes de una historia que ahora migraba al mundo físico, con aquellos actos de salvación
ahora realizados en la tierra. El nuevo atractivo de este producto evolucionado no solo fue
convincente, sino que también fue políticamente ventajoso. Como tal, ofrece un clásico
ejemplo de la idea de «meme» de Richard Dawkins, una idea que actúa como una forma de
vida en sí misma, experimentando una continua propagación de mente en mente, similar a
EARL DOHERTY
la transmisión de genes biológica.
Ese atractivo cuento del Evangelio que se ha convertido en uno de los memes más robustos del mundo ha acechado tras nuestra comprensión de la realidad histórica a cada paso,
así como creado problemas aparentemente insolubles para el intérprete tradicional del Nuevo Testamento. ¿Por qué hay tal dramática e irreconciliable variedad de expresiones y creencias cristianas desde el mismísimo comienzo del movimiento? ¿Por qué toda señal del Big
Bang mismo, por no decir del advenimiento de Jesús a la tierra en carne y hueso, falta en los
registros no canónicos? ¿Por qué el Pablo de las epístolas contradice al Pablo de Hechos en
áreas clave? Y otras tantas así. Los defensores de la ortodoxia a menudo basan sus argumentos en suposiciones inspiradas en el Evangelio que no tienen una base concreta en los
registros, tales como la desgastada afirmación de que todos (o casi todos) los apóstoles murieron por su fe, la cual, por tanto, difícilmente podría haber sido una mentira o estar basada
en algo que ellos sabían que nunca ocurrió; hasta que uno se da cuenta de que el «hecho» de
este martirio universal no está confirmado en ningún sitio salvo en la tradición posterior de
la Iglesia, donde se inventó junto con tantas otras cosas. Hasta que seamos capaces de poner
a los Evangelios y a Hechos en su perspectiva apropiada y dejemos de permitirles que sumerjan y oscurezcan una más clara visión de lo que el cristianismo primitivo supuso, qué
factores lo causaron, y cómo evolucionó durante sus primeros ciento cincuenta años, el
mundo occidental continuará viviendo y perpetuando una fantasía.
Parte del logro de esa perspectiva apropiada se está consiguiendo desde dentro de los
Evangelios mismos, pues el proceso investigador de deconstrucción revela cada vez más que
están compuestos de cualquier cosa salvo de material histórico. Irónicamente, ellos puede
que nunca hayan tenido la intención de representar una historia literal, como varios indicadores demuestran, aunque si sus autores pensaron que la figura alrededor de la cual montaban sus historias había sido realmente histórica, o si él simplemente servía a fines simbólicos, no está del todo claro. Con todo ello, incluso frente a una confianza a favor de los
Evangelios como historia que no hace sino evaporarse, la corriente moderna de pensamiento todavía continúa declarando su tradicional —y en gran medida no examinada— certeza de
que una figura histórica está detrás de aquellas narrativas claramente no históricas.
Salir de los Evangelios y Hechos y adentrarnos en las epístolas del Nuevo Testamento y
otros documentos no canónicos, alcanzando esa perspectiva apropiada a la que me refería,
también debe ser posible, pero requerirá dejar a un lado las suposiciones del Evangelio y estudiar esos escritos bajo su propia luz. Allí se encontrará una vasta visión nueva, un mundo
diferente al artificial que se les ha impuesto; revolucionará nuestra imagen de la religión antigua y las raíces del cristianismo. Las piezas de ese cuadro han estado siempre a plena vista,
y algunas han sido hace tiempo reconocidas, pero la tiranía de los Evangelios las han obligado a entrar en patrones falsos y equivocados.
El caso miticista, y el mío en particular, ha sido regularmente acusado de dependencia
con el argumento del silencio, un enfoque sobre lo que no se encuentra en las epístolas en
cuanto a la historia del Evangelio y su personaje Jesús de Nazaret se refiere. Pero esto es
una tergiversación, pues esa acusación recalca solo la mitad de la situación. Mi propio argumento ha expuesto un igual, si no principal, énfasis en lo que se encuentra en las epístolas,
en la información real presentada por Pablo y otros primeros escritores al describir el movimiento de su fe y el objeto de su adoración. Yo con frecuencia respondo que los textos presentan silencios tanto positivos como negativos. Ambos implican un vacío en la historia del
Evangelio y su personaje; pero estos últimos son los más reveladores, pues nos presentan un
cuadro coherente y concreto de la religión de Pablo, uno que es autosuficiente, que excluye o
no deja espacio para esa historia y ese personaje, o de hecho para ningún ser humano en absoluto. La cuestión sobre la que reina el silencio no está allí porque no se la necesita. Es más
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
que superflua; es una intrusión que deforma el cuadro que se nos presenta. Esto va cualitativamente más allá del simple argumento del silencio.
Cuando la nueva vista presentada en las epístolas, en el místico Pastor de Hermas y en
las poéticas Odas de Salomón, en la religión del Logos de los apologetas del siglo II, en la visionaria Ascensión de Isaías y en los fantasmas de la cosmología gnóstica; cuando todo esto
es liberado de su subyugación a los Evangelios y se reconoce como una desordenada diversidad de fes y sistemas de salvación rodeados por un gran mar turbulento como puede ser llamada la creencia del primitivo Cristo/Hijo, y cuando ese grupo de creencias se relaciona con
el cuadro más amplio de antiguos dioses muertos y resucitados y otras mitologías salvíficas,
filosofía platónica de mundo dual, cultos mistéricos helenísticos e imaginaciones apocalípticas judías, entonces la comprensión de nuestro pasado religioso finalmente será enfocada,
y nos deslumbrará. También traerá consigo grandes cambios.
Primer Siglo versus Pensamiento Moderno
Uno de los problemas tanto al defender el cristianismo histórico como al desacreditar sus
mentiras reside en las vastas diferencias entre la mentalidad del siglo I frente a las del siglo
XX o XXI. Mucho de la doctrina original y el aspecto de la creencia cristiana dependía de
formas de entender el mundo que hace mucho tiempo que han sido abandonadas. Una estructura falsamente percibida del universo, la existencia de demonios, el principio del sacrificio con sangre de animales tan endémico del ritual de la antigüedad y la comunicación
con dioses, junto con una serie de otras primitivas ideas, están en el corazón de la nueva (y
no tan nueva) religión, y la mayor parte si no todo ha sido arrojado a la papelera de las ideas
obsoletas en todas y cada una de las áreas de la vida y el conocimiento moderno excepto de
la religión. Si la Biblia va a retener alguna integridad o relevancia, el cristiano de hoy es
esencialmente forzado a creer en un Cielo e Infierno literales, en fuerzas angelicales y
demoníacas, que la Deidad requería un terrible sacrificio de sangre de su propio Hijo en carne y hueso para así perdonar los pecados de la humanidad. Estudiosos conservadores deben
defender la plausibilidad de lo sobrenatural y los milagros contra la naturaleza. Cuando los
modernos racionalistas apelaron a la ciencia y a la racionalidad para rechazar tales cosas,
una barrera protectora se monta para defender aquellos elementos indispensables. El dogma interfiere inevitablemente con la resolución de lo que debería ser tratado como una cuestión puramente histórica.
También nos vemos entorpecidos en esa resolución por diferencias fundamentales entre
los antiguos modos de pensar y los modernos. Nuestra propia edad de la Ilustración recientemente conseguida ha generado un enfoque en la literalidad y en la razón; pensamos (y lo
hacemos correctamente) que el logro de cualquier «verdad» debe pasar por un proceso científico objetivo, y que cualquier afirmación de conocimiento debe implicar un buen grado de
conocimiento literal. El mito antiguo ya no puede servir al objetivo primario que una vez tuvo. El ambiente de la humanidad, las formas de funcionar de la mente humana, los descubrimientos como el sistema del genoma, tales cosas no pueden ser entendidas o manipuladas a través de expresiones míticas; necesitamos su exposición literal. La historia primitiva
del mundo no puede ser entendida y enseñada a través de mitos del Génesis; necesitamos
destapar su evolución y artefactos literales. La poesía puede enriquecer nuestra experiencia
y nuestra respuesta al mundo, pero sin conocimiento literal nos acercamos poco a comprenderlo y controlarlo. Mucho de la visión antigua de las cosas era determinado por el mito porque eso era esencialmente todo lo que tenían. Incluso si era estimulado por la memoria y la
intuición racial subconsciente, en ausencia de conocimiento objetivo y juicio científico, el
mito podía llevar en descenso hacia el camino de la ignorancia y la distorsión de la realidad.
EARL DOHERTY
Irónicamente, el mito fue a menudo tomado literalmente, con resultados contraproducentes
y peligrosos.
Por tanto, necesitamos ser cautos a la hora de traer la literalidad y la racionalidad modernas a los registros de la antigüedad, de imponer nuestros propios patrones sobre lo que significan, sobre lo que decidimos que pudo haber sido creído o no creído por los primitivos
cristianos. Su verdad se alcanzó por medio de un «conocimiento» del mundo que ya no es
sostenible, implicando anomalías que nosotros ya no aceptaríamos —a no ser que seamos
forzados a hacerlo por las demandas de la religión—. No podemos juzgar su uso del lenguaje
por nuestro propio uso del lenguaje. No podemos determinar lo que constituía la creencia
original cristiana de acuerdo a lo que nosotros hoy seríamos convencidos a aceptar. El mítico Cristo celestial de Pablo no debe ser rechazado simplemente porque nosotros lo rechazaríamos.
Fundadores Simbólicos
Mientras muchos factores se dieron en la creación del Jesús del Evangelio, un importante
principio general reside en la base de su comprensión. El cuadro del Evangelio se centra en
su principal personaje, Jesús de Nazaret. Es él quien pronuncia las nuevas enseñanzas, él
quien realiza los milagros. Es él quien entra en controversia con la autoridad religiosa que
no aprueba las cosas que él está diciendo y haciendo. A juzgar por la tradición ortodoxa, fue
Jesús mismo quien fue la fuente de todas las nuevas ideas y reformas que barrieron la escena religiosa de aquel tiempo, en Palestina y más allá. Fue él quien había desatado una nueva
anticipación del reino de Dios en la tierra. Esta visión continúa disfrutando de apoyo por
parte de muchos modernos expertos, aunque los más literales de ellos han rebajado considerablemente el catálogo de dichos y hechos reales que están dispuestos a atribuirle.
Pero existe otra forma de ver este cuadro, y de comprender cómo la figura artificial de Jesús emergió en primer lugar. Es una tendencia humana natural explicar el desarrollo de
ideas progresistas, nuevas tecnologías, mejores sistemas sociales y políticos, como el producto de individuos excepcionales, idealizados precursores, algunas veces incluso como procediendo de divinidades. La realidad es típicamente muy otra. La sociedad en su conjunto o
un grupo dentro de ella produce la innovación o el impulso en una nueva dirección. Puede
haber una tendencia «en el aire», un conjunto de sutiles procesos teniendo lugar con el
tiempo. Eventualmente, estos desarrollos llegan a serle adjudicados en la mente popular o
sectaria a una famosa figura en su pasado, o personificada en una personalidad por entero
ficticia. La historia está llena de inventados fundadores de movimientos religiosos, sociales y
nacionales, tales como el Lao-Tse del taoísmo, Licurgo de Esparta, o Guillermo Tell al tiempo de la fundación de la Confederación Suiza. Hoy se acepta generalmente que esta gente, u
otros como ellos, nunca vivieron. Una famosa figura cuya existencia ha sido recientemente
puesta en duda es la del filósofo chino Confucio ⁶.
Esto significa que mucho de lo que se ha atribuido a Jesús, las piezas que entraron en el
cuadro del Evangelio, son realmente descriptivas de las comunidades que residieron en las
raíces de aquellos Evangelios. Estas cosas representaban las experiencias de sus líderes y
predicadores, de los soldados de a pie que llevaban a cabo las actividades de la secta. Fue la
comunidad sectaria misma la que estuvo en conflicto con la autoridad de su entorno.
La idea de una inminente llegada del reino de Dios fue una de las fuerzas directrices de la
época. Grupos como el que produjo el documento Q se habían formado para predicarlo.
Fueron sus profetas los que realizaron los percibidos milagros, un fenómeno que era una esperada e indispensable señal de la llegada del reino. El nuevo movimiento, en sus diversas
manifestaciones, produjo la innovadora ética, tomando en algunos casos de fuentes prece-
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
dentes y externas. De hecho, el deseo de semejante reforma, en un intento por corregir las
injusticias de la época, fue uno de los principales impulsos de esta actividad en primer lugar.
Mucho del humano Jesús, el catálogo de lo que dice o hace, es simplemente la personificación de todas estas tendencias y personalidades. Al mismo tiempo, debido a que la tendencia de imputar ideas y prácticas a un individuo imaginado e idealizado había tenido lugar, en el caso de ambas Tradiciones, dentro de una mentalidad sectaria, otros factores fueron impulsando la creación de Jesús. Las demandas de la vida sectaria y sus luchas con el
mundo exterior hacen la adquisición de semejante innovador y fundador, especialmente uno
de heroicas o divinas proporciones, algo de inmensa ventaja. Los dichos y actos atribuidos a
este fundador se hacen más autorizados; pueden ganar más respeto de las autoridades. Los
miembros de la secta son inspirados a un mayor respeto y deseo de seguir a sus líderes. Este
desarrollo de una glorificada o ficticia figura fundadora es una ocurrencia relativamente común entre las sectas y religiones a lo largo de la historia y alrededor del mundo, y echaremos una mirada a algunos de los factores en el comportamiento de las sectas que habrían
contribuido a la aparición de una figura fundadora para la comunidad de Q y a un Jesús de
Nazaret para el Evangelio de Marcos.
Y para aquellos que puedan desear alegar, como las modernas tendencias de pensamiento hacen cada vez más, que en la base de algunos de estos procesos un ser humano real
sí que existió, incluso si él no fue o nunca afirmó ser el Hijo de Dios, simplemente les digo:
esperen hasta que todas las piezas del puzle hayan sido examinadas. Encontrarán que no
pueden ser reunidas de semejante manera.
EARL DOHERTY
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
I. LA TRADICIÓN DE JERUSALÉN
Los estudiosos modernos han comenzado a ver la gran división entre el mundo de los Evangelios y el mundo de las epístolas. Muchos hoy postulan que lo que ocurrió en respuesta al
ministerio de Jesús en Galilea quedó separado de lo que ocurrió en respuesta a su muerte en
Jerusalén, dado que las dos «Tradiciones» parecen haber tenido tan poco en común. Los documentos que supuestamente registran a Jesús predicando en las ciudades y en el campo de
su provincia de origen —el documento Q trasplantado en Mateo y Lucas, y el Evangelio de
Tomás— no dicen nada de que él fuera a Jerusalén ni dicen nada de lo que le ocurrió cuando
llegó allí. No hay ninguna referencia a una muerte y resurrección, ni se ve a la figura de Jesús en el documento Q en un papel de Salvador. Al otro lado de la separación, el mensaje o
«kerygma» de apóstoles como Pablo que viajaron por el imperio predicando un Hijo de
Dios no tiene nada que decir acerca de un ministerio en Galilea. Las epístolas no atribuyen
enseñanza alguna, ningún milagro, ninguna misión a los apóstoles, ningún detalle biográfico sobre el Cristo Jesús del que hablan. Estas se centran por entero en la relación del creyente con el celestial Hijo y en su redentora muerte y resurrección sacrificial. Esta última
nunca se situaba en un histórico lugar terrenal.
Un paso final necesita darse. Esos dos lados de la gran división deben ser separados por
completo, y ser considerados como unidos artificialmente por primera vez en el Evangelio
de Marcos. Ese nuevo cuadro de los orígenes cristianos queda reflejado en la primera de las
tres divisiones de este libro.
Esta primera división, la Tradición de Jerusalén, mirará de cerca el mundo de las epístolas, incluyendo otros documentos de los primitivos registros cristianos que son una parte
de ese mundo también. La Parte Una, «Predicando un Hijo Divino» (Capítulos 1 a 5) expondrá las características generales de la fe del Hijo de Dios: cómo apóstoles como Pablo
describieron a su Cristo Jesús y su papel en la salvación, qué enseñaban sobre ética y la llegada del Fin del mundo, cómo el movimiento apostólico mismo funcionaba. La historia de
fondo y el espíritu de los tiempos que dieron lugar a la nueva fe comenzarán a emerger.
Además del cuadro autosuficiente por parte de escritores como Pablo sobre lo que el movimiento y su fe constituían, una parte integral de este cuadro será una demostración de lo
que no contiene. Dado que los elementos de la Tradición Galilea después asignados a un terrenal Jesús, sus enseñanzas, realización de milagros y profecía apocalíptica, han sido erróneamente combinados en los Evangelios con el Hijo de Dios de Pablo, se necesita mostrar
que la predicación del Hijo tal y como se encuentra en las epístolas no tiene estas cosas —en
algunos casos, las excluye—. El silencio sobre el ministerio general de Jesús y sobre Jesús
como la fuente de las enseñanzas será considerado en determinados lugares en la Parte Una,
mientras el silencio sobre los detalles de la historia de la muerte y resurrección de Jesús en
la historia del Evangelio, o en verdad sobre algunos detalles biográficos sobre un Jesús
humano, será presentada en la Parte Dos, «Una Vida en Eclipse» (Capítulos 6 y 7).
La Parte Tres, «El Evangelio del Hijo», profundiza en las fuentes de la visión de Pablo sobre el Cristo celestial. El Capítulo 8 abrirá las páginas de las escrituras judías, aquellas escrituras sagradas más o menos equivalentes con el Viejo Testamento cristiano, para revelar
dónde tomó Pablo sus ideas sobre la crucifixión y la resurrección, junto con mucho más. El
Capítulo 9 descubre el extendido concepto «Hijo intermediario» en el pensamiento de la
EARL DOHERTY
época, la idea de una emanación espiritual de Dios que servía como un canal de contacto entre la Deidad y la humanidad, que los filósofos se esforzaron tanto en formular y comprender.
La Parte Cuatro, «Un Mundo Mítico y de Dioses Salvadores» (Capítulos 10 a 14), se
adentra en el universo multiestratificado de los antiguos. Examinará su visión de que una
vasta e invisible dimensión existe encima de la tierra, donde todo tipo de procedimientos sobrenaturales tienen lugar entre dioses y espíritus. Aquí ocurren los procesos de salvación,
las actividades de los dioses salvadores grecorromanos y otras mitologías paganas y judías
sobre figuras divinas. Aquí es donde Pablo y los primitivos cristianos situaron a su Cristo Jesús y sus actos redentores de muerte y resurrección. Miraremos de cerca el lenguaje utilizado por los escritores de epístolas, términos como «carne» y «cuerpo» en aplicación para los
procesos celestiales, y la idea del «hombre celestial». Bajo esta luz, la Parte Cinco, «Vistas
por la Ventana en las Escrituras» (Capítulos 15 a 17), examinará de cerca pasajes clave en las
epístolas, tales como «nacido de mujer» y el sacrificio celestial en la Epístola a los Hebreos.
Finalmente, con el funcionamiento del movimiento del Hijo de Dios presentado, la Parte
Seis, «Una Desordenada Diversidad» (Capítulos 18 a 21), llevará a cabo un amplio repaso
del panorama del cristianismo primitivo, incluyendo el gnosticismo, y ofrecerá una nueva
escena de la natividad para el nacimiento del cristianismo. Las variadas expresiones de la
Tradición de Jerusalén halladas a lo largo del imperio revelarán la extensión de la diversidad cristiana y la carencia de un común fundador y punto de origen. Dejaremos entonces
el movimiento del Hijo de Dios cuando este alcanza el punto en el que se encuentra en el
umbral de incorporar a un Cristo histórico, y procederemos con Galilea donde el lado humano de lo que llegó a convertirse en el Jesús del Evangelio había cobrado forma.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
PARTE UNA
PREDICANDO UN HIJO DIVINO
CAPÍTULO 1
UN CRISTO CELESTIAL
Las epístolas del Nuevo Testamento son descritas a menudo como «escritos ocasionales».
Es decir, cada una fue escrita en una ocasión particular para lidiar con una situación específica afrontada por el escritor. Algunos de estos escritores, como es el caso de Pablo, no habrían escrito sus epístolas ellos mismos; las dictaban a un compañero escribano o a un profesional.
Una carta semejante puede escribirse corriendo durante la noche o pulirse antes de que
fuera enviada a su destino; en algunos casos, se puede tomar una determinada cantidad de
interés. Por otra parte, unas pocas epístolas del Nuevo Testamento, como la Epístola a los
Hebreos, no son claramente asuntos hechos en el momento, sino pequeños tratados atentamente construidos. En el corpus paulino, uno puede sugerir que las que forman Romanos y
Efesios pertenecen a esta categoría, posiblemente otras epístolas; algunas, como la 2 Corintios, se sospecha que son compilaciones posteriores de anteriores cartas o partes de cartas
separadas. Finalmente, en ocasiones la epístola, notablemente 1 Juan, muestra la revisión
en el tiempo, una «estratificación» de otras partes e inserciones en otras anteriores. ¿Qué
puede uno esperar encontrar razonablemente en semejante colección variada de escritos?
Primero y principal, estos escritores están, dentro de las situaciones de las que hablan
sus cartas, discutiendo su fe, una que se centra en la figura que ellos adoran. Puede que no
estén intentando presentar una declaración exhaustiva de esa fe y esa figura —aunque puede
discutirse que la de Hebreos lo hace, y hasta cierto punto la de Romanos—. No obstante, debemos razonablemente esperar que de esta colección de correspondencia del primitivo cristianismo (a la que uno podría añadir el Apocalipsis) emergerían básicas doctrinas definidas
y un origen del movimiento cristiano, incluso uno solo por partes. Aun así, ¿qué es lo que
emerge de hecho?
De una parte, importantes fundamentos de doctrina y tradición, que casi dos milenios de
tradición cristiana nos llevarían a esperar, faltan por completo. Aquellos inquietos por proteger la tradición ponen el énfasis en el aspecto «ocasional» de los escritos, como si esto debiera excusarlos de contener cualquier información básica como esta. Por otra parte, los escritores de epístolas parecen estar diciendo cosas sobre doctrina y tradición que presentan
un cuadro muy diferente del que una tradición nos ha dado.
Pablo comenzó su conocida carrera como un perseguidor de la fe del Hijo de Dios, actuando en representación de las autoridades judías. «Cuán brutalmente perseguí a la Iglesia
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de Dios», dice en Gálatas (1:13). Tras su conversión, un evento sobre el cual revela muy poco
salvo que fue una llamada «de Dios», él formó parte de esa fe. Después de un tiempo, tuvo
contacto en Jerusalén con un grupo de «hermanos» y apóstoles que incluían a unos determinados hombres llamados Pedro y Jacobo, «quienes eran apóstoles antes de mí» (1:17). En
1 Corintios 15:11-12, dice que «esto es todo lo que todos nosotros proclamamos […] que Cristo resucitó de entre los muertos». Todos son parte de la misma Tradición de Jerusalén, proclamando la salvación a través de la creencia en un Cristo muerto y resucitado, una divinidad que no es identificada con un reciente hombre histórico.
Pero aunque esta secta de Jerusalén alrededor de Pedro y Jacobo fue una fuerza importante en la fe del Hijo de Dios y tuvo una considerable influencia que se extendió a Siria y
algunas veces más lejos, no fue de ningún modo una autoridad central para todos los apóstoles que trabajaban en el mismo campo, o para todas las muchas comunidades cristianas
que punteaban el imperio oriental en el tiempo de Pablo. Ni estaba, como se indicó antes,
Jerusalén considerada como el único punto de origen para el movimiento.
También debe ser recalcado que la naturaleza del Hijo divino siendo predicado podía ser
muy diferente de uno a otro apóstol o grupo, de uno a otro documento. Mientras Pablo y la
secta de Jerusalén ofrecían un Hijo y Cristo que había muerto por el pecado y resucitado de
entre los muertos, algunos de los rivales de Pablo en el mismo campo rechazaban a un
muerto y resucitado Cristo. Ellos proclamaban a un Cristo que era un Hijo Revelador, un
transmisor de la sabiduría y el conocimiento de Dios, una forma de salvación diferente. Un
encontronazo semejante lo vemos en la defensa de Pablo sobre «la sabiduría de Dios»
(queriendo decir la suya propia) en 1 Corintios 1 y 2. Y existían otras variaciones. Aquí, en su
mayor parte, nos centraremos en el Hijo sacrificial encontrado en Pablo y en la mayoría de
las epístolas del Nuevo Testamento, con una ojeada a las versiones no sacrificiales conforme
avanzamos. Fueron el Hijo y Cristo que Pablo predicó los que eventualmente definieron la
teología del cristianismo tal cual la conocemos.
Los Registros Documentales
En esa parte del Nuevo Testamento que sigue a los Evangelios y a Hechos de los Apóstoles,
hay 22 documentos. La mayoría no fueron escritos por los autores cuyos nombres llevan.
Entre las trece epístolas asignadas a Pablo, los estudios expertos y los análisis por computadora han juzgado que solo siete son genuinas suyas: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses, y Filemón ⁷. A 2 Corintios generalmente se la juzga como una edición conjunta de al menos dos cartas separadas, y 1 Corintios puede también contener empalmes y labor editorial. Colosenses, Efesios y 2 Tesalonicenses fueron probablemente escritas en una década o dos después de la muerte de Pablo (que presumiblemente tuvo lugar
en los años 60, aunque con la falta de fiabilidad de Hechos, la datación no puede asegurarse) por seguidores o miembros de sus congregaciones. Sus autores utilizaron el nombre
de Pablo para con ello dar a sus cartas mayor autoridad. Las tres epístolas Pastorales (1 y 2
Timoteo y Tito) también llevan el nombre de Pablo, pero presentan un cuadro sobre un
periodo posterior y se asignan a principios del siglo II, normalmente a los años 110-130.
La Epístola a los Hebreos es anónima. De aquellas con los nombres de Pedro, Santiago
(otro nombre para Jacobo el Justo, considerado como el autor), Juan y Judas, ninguna hoy
se juzga como auténtica. Es decir, no fueron escritas por aquellos legendarios seguidores de
Jesús. Estas epístolas también pueden originalmente haber sido anónimas, o haber decidido
quitar sus atribuciones; nuevos nombres se añadieron, posiblemente al tiempo en que las
epístolas eran reunidas y un canon estaba siendo formado (véase el Capítulo 30). El término
para esta costumbre de adoptar el nombre de una famosa figura del pasado para dar mayor
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
autoridad a un escrito propio es «pseudónimo». (Un término menos amable es «falsificación»).
Fechar muchos de estos documentos es notoriamente difícil, y amplios márgenes se permiten. La investigación tradicional ha tendido a fechar Hebreos y Santiago al comienzo
—normalmente antes de la guerra judeo-romana de los años 66-70—. 1 Pedro y los tres Juanes vienen quizás en los años 80 o 90. 2 Pedro tiende a ser fechado más tarde, 100-130; esto
fuerza a que Judas sea fechado antes, dado que algunos de sus pasajes han sido insertados
en 2 Pedro. Finalmente, el Apocalipsis, aparentemente escrito por un profeta llamado Juan
pero al que ya no se le identifica con el apóstol del Evangelio de ese nombre, se sitúa más a
menudo hacia la mitad de los años 90. Mientras algunos han ofrecido fechas más radicales
para un determinado número de estos documentos, los intervalos para las fechas estándares
defendidos por los estudios tradicionales son en su mayor parte defendibles; de vez en cuando argumentaré a su favor a lo largo del curso de este libro. Tomados en su conjunto, entonces, la mayor parte del corpus de las epístolas precede a los Evangelios; prácticamente
todas ellas preceden a la más amplia diseminación de los Evangelios tal y como se percibe
en los registros.
Conforme avanzamos, algunos primitivos escritos cristianos que no terminaron en el
Nuevo Testamento serán estudiados: la epístola 1 Clemente, las cartas de Ignacio, el «manual de la Iglesia» llamado Didaché, el Pastor de Hermas, y las epístolas de Bernabé y Policarpo, así como algunos documentos judíos y grecorromanos que arrojarán luz sobre el cuadro. Detalles y fechas sobre ellos serán discutidos en esos momentos.
Todos estos documentos del Nuevo Testamento, así como casi todos los no canónicos de
los dos primeros siglos, fueron escritos en griego, el idioma internacional de la época.
Una Ecuación Desaparecida
De modo que comencemos. De los registros sobre lo que las epístolas del Nuevo Testamento
no vienen a decir nada, vamos a estudiar una pieza del puzle que puede llamarse «La Ecuación Desaparecida».
Esos 22 documentos en la parte final del Nuevo Testamento contienen casi 100 000 palabras. Estas son el producto de alrededor de una docena de escritores diferentes, Pablo siendo el más prominente. En ellas, uno encuentra alrededor de 500 referencias al objeto de la
fe de todos estos escritores: «Jesús» o «Cristo» o una combinación de estos nombres, o «el
Hijo», junto a unos pocos sobre «el Señor» queriendo decir Cristo.
Incluso si estos escritos son «ocasionales» —y algunos de ellos son más que eso— ¿es
plausible que en toda esta discusión y defensa de su fe, en ningún sitio a nadie, por elección,
por accidente o necesidad, se le ocurriera utilizar unas palabras que identificaran al Hijo divino y Cristo del que están hablando con su reciente encarnación: tanto si esta sea la del
hombre Jesús de Nazaret conocido por nosotros por los Evangelios, nacido de María y
muerto bajo Pilatos, o algún otro «genuino Jesús» desenterrado por la moderna crítica experta? Tan sorprendente como tal silencio pueda parecer, una ecuación tal como «Jesús de
Nazaret fue el Hijo de Dios y Mesías» falta en la correspondencia del cristianismo primitivo.
No se habla del Jesús de las epístolas como de un hombre que hubiera vivido recientemente.
Hay dos pasajes en las epístolas que presentan aparentes excepciones a lo que se acaba
de decir, más un tercero del que puede afirmarse que entra en esa categoría, y serán atendidos inmediatamente para así no comprometer el argumento. Uno es 1 Tesalonicenses 2:1516. Después de una declaración de que los cristianos tesalonicenses han sido maltratados
por sus propios compatriotas justo como los cristianos en Judea han sido perseguidos por
sus propios judíos, leemos este comentario adicional sobre estos judíos:
EARL DOHERTY
[…] ¹⁵ los cuales mataron al Señor Jesús y a los profetas y nos expulsaron, los judíos
que no atienden a la voluntad de Dios y los enemigos de sus compatriotas, ¹⁶ impidiéndonos predicar a los gentiles y llevarles a la salvación. Todo este tiempo han estado
recibiendo la medida completa de su culpa, y ahora la retribución les ha alcanzado a
todos y para bien (NEB).
La última frase parecería ser una obvia alusión a la destrucción de Jerusalén, que ocurrió
después de la muerte de Pablo y muchos años después de que 1 Tesalonicenses fuera escrito.
Los sentimientos en esos dos versículos son también muy poco característicos de Pablo, tanto por su lenguaje como por sus sentimientos hacia sus compatriotas judíos como se expresa
en otros lugares de sus cartas. Por estas razones, muchos expertos han juzgado estos versículos como una interpolación, algo insertado en el texto en una fecha posterior. Esto, dicho sea de paso, es solo un pasaje en el íntegro corpus de las epístolas del Nuevo Testamento
en el que se asigna a los judíos alguna responsabilidad por la muerte de la figura de Cristo.
(Véase el Apéndice 1 para una completa discusión de la cuestión sobre la autenticidad de este pasaje).
La segunda aparente excepción está en 1 Timoteo 6:13, una referencia de pasada a Cristo
haciendo una «confesión» ante Poncio Pilatos. Aunque no es un caso tan claro, algunos comentaristas entienden que esta referencia no cuadra bien con su contexto; en consecuencia,
uno se puede preguntar si formaba parte de la carta original. En cualquier caso, dado que
esta epístola viene de las primeras décadas del siglo II, la referencia a Pilatos, si es parte de
la carta original, puede reflejar la opinión nuevamente desarrollada de que Jesús había vivido en el tiempo de Pilatos y fue ejecutado por el gobernador romano. (Véase la segunda
parte del Apéndice 1 para una detallada discusión sobre este pasaje; véase también la nota
77).
El tercer pasaje de esta categoría es la única escena que refleja un parecido con una escena del Evangelio en todas las cartas de Pablo: 1 Corintios 11:23-26. Aquí Pablo atribuye
palabras a Jesús en la que él llama «la Cena del Señor», palabras que identifican el pan y el
vino de esa «cena» con el cuerpo y la sangre de Cristo. ¿Pero está Pablo recordando un
evento histórico aquí? Se pueden hacer numerosos argumentos de que este no es el caso,
que Pablo está en su lugar describiendo algo que está en el reino del mito, similar a la comida sagrada de los mitos hallada en muchos cultos griegos de dioses salvadores, tales como el
de Mitra. De hecho, la frase inicial del pasaje apunta a la recepción de esta información por
parte de Pablo a través de la revelación, no a través de una descripción de otros que fueron
supuestamente participantes en semejante evento. Este es un importante pasaje, y será discutido con mayor detalle en numerosos puntos posteriores. Por ahora, el pasaje no tiene que
ser considerado como una necesaria referencia a un histórico Jesús que había vivido en la
tierra en la misma época que Pablo.
Por tanto, nos quedamos con un corpus íntegro de correspondencia cristiana primitiva
que no da ninguna indicación de que el divino Cristo al que estos escritores buscan por la
salvación sea identificado con el hombre Jesús de Nazaret a quien los Evangelios sitúan a
comienzos del siglo I —o, de hecho, con cualquier otro hombre en su pasado reciente—.
Es importante entender que las muchas referencias en las epístolas a la «muerte» o «resurrección» de Cristo, en sí mismas, no tienen que ser referencias a eventos físicos en la tierra o en la historia. Estas, junto con un puñado de términos que suenan «humanos», pueden
formar parte del mito del Hijo; pueden relacionarse con las actividades de esta divinidad en
el reino sobrenatural. A pesar de toda esta discordante anomalía desde nuestra moderna
visión, sin mencionar los siglos de tradición sobre un terrenal Jesús, esta es una visión que
habría sido perfectamente entendida en el pensamiento filosófico y mítico de la época. Fue,
de hecho, una visión compartida por un completo grupo de cultos paganos de salvación,
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
cada uno de los cuales tenía su propio dios salvador que había realizado actos en el mundo
mítico. Como el Cristo de Pablo, los dioses salvadores como Atis y Osiris habían sido asesinados; como el Cristo de Pablo, Osiris había sido enterrado (tras ser desmembrado); como
Cristo al tercer día, Adonis y Dionisios habían resucitado de entre los muertos. Se alegará
que en los cultos todas estas cosas no habrían sido consideradas como históricas; hay pruebas que indican que eran vistas como habiendo tenido lugar en el mundo platónico del mito
y la realidad superior, un mundo que hay que estudiar en detalle en la Parte Cuatro.
Un Punto de Partida en el Cielo
Para obtener un enfoque más claro sobre nuestra ecuación desaparecida, veamos un pasaje
de Hechos de los Apóstoles, un documento del Nuevo Testamento que muchos estudiosos
ahora fechan en el siglo II y que ya no es considerado como históricamente fiable (véase el
Capítulo 30). En Hechos 2:22-36, el autor pone un discurso en boca de Pedro. Aquí Pedro
dice: «Pueblo de Israel, escuchadme. Yo hablo de Jesús de Nazaret, un hombre acreditado
por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y señales». Él continúa contando sobre este
Jesús, concluyendo con estas palabras: «Dios ha hecho a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, tanto Señor como Cristo».
Esta habría sido sin duda la forma más natural e inevitable en que la discusión y predicación cristiana habría procedido. El movimiento había supuestamente comenzado como una
respuesta a un hombre humano. Este hombre había tenido tal profundo efecto sobre la gente que ellos lo abandonaron todo en la vida para predicarle; a causa de este hombre ellos habían abandonado, incluso traicionado, mucho de lo que se consideraba sagrado en su herencia judía. Él debía haber estado en el centro de sus mentes. Y así Hechos parecería indicarlo. En discurso tras discurso, los apóstoles cristianos comienzan con el hombre Jesús y
hacen claras afirmaciones de hecho y declaraciones de fe sobre él.
¿Pero qué encontramos en las cartas de Pablo y en otros escritores primitivos? Ellos comienzan con el Cristo divino, la figura del Hijo en el cielo, y realizan sus afirmaciones de fe
sobre él. Y no hay ninguna ecuación con un hombre histórico, un maestro humano y profeta
que había recientemente fallecido. Pablo cree en un Hijo de Dios, no que alguien fue el Hijo
de Dios. Aquí está Pablo haciendo un resumen encapsulado del evangelio de la salvación que
predicaba a los corintios:
[…] que Cristo murió por nuestros pecados de acuerdo con las escrituras; que él fue
enterrado; que resucitó al tercer día de acuerdo con las escrituras (1 Cor. 15:3-4).
¿No falta algo aquí? Si Pablo llega a un pueblo y comienza a predicar en la plaza del mercado o en la sinagoga de la localidad, ¿habrían sus oyentes, a partir de esto, sabido que el
Cristo del que está hablando fue un hombre que había sufrido esta muerte y resurrección
solo un par de décadas antes en una colina y desde una tumba justo a las afueras de Jerusalén? ¿No sería una parte esencial de su evangelio la identidad de la encarnación humana
de este Hijo de Dios y Cristo —o incluso el hecho de la encarnación misma—? Pero quizás
Pablo dejó fuera tales preliminares cuando citaba su evangelio encapsulado. ¿Qué decir de
su «definición» del Padre y el Hijo en 1 Corintios 8:6?
Para nosotros hay un Dios, el Padre, del que todo viene […] y hay un solo Hijo, Jesús
Cristo, a través del cual todas las cosas vienen a ser y nosotros por él (NEB).
Este es un lenguaje muy reminiscente de la filosofía griega. Pero parecería que una descripción fundamental del Hijo no incluye el hecho de que fue encarnado en la persona de un
Jesús humano, el hombre a través del cual se presume que la información sobre el Hijo se
EARL DOHERTY
derivaba. Semejante idea Pablo nunca la menciona.
A lo largo de sus cartas, Pablo tiene mucho que decir sobre la fe. Fe en Jesús como la vía
a la vida eterna. Fe en que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos. (Incluso la muerte de Jesús, a juzgar por algunos pasajes, parece ser una cuestión de fe). Fe en que Dios ha
revelado su gran misterio sobre Cristo a apóstoles como él. Pero él deja fuera la que es indudablemente la más importante fe de todas, la que viene primero, sin la cual ninguna de las
otras puede actuar. Pablo ignora el requerimiento de que uno debe tener fe en que el hombre Jesús de Nazaret había sido la encarnación de lo divino, el Hijo redentor del que está
predicando.
Algunas de las epístolas contienen descripciones del Hijo que son bastante fantásticas.
Aquí hay parte de una en Colosenses 1:15-20:
Él es la imagen del Dios invisible; suya es la primacía sobre todas las cosas creadas.
En él todo en el cielo y en la tierra fue creado […] En él, el completo ser de Dios, por la
propia elección de Dios, vino a habitar. Por él Dios escogió reconciliar el íntegro universo a sí mismo... (NEB).
Embriagador asunto, y relacionado muy de cerca con tendencias filosóficas de pensamiento más amplias que serán examinadas. Cristo no solo es el reflejo de Dios, él es el agente a través del cual todos los cielos y la tierra han sido creados. ¡Él mantiene unido el universo entero! A pesar de eso, el escritor no menciona en ningún sitio de sus cartas que este
colosal poder haya estado sobre la tierra en la persona de Jesús de Nazaret. ¿No sería semejante extraña elevación de un criminal crucificado hasta tan cósmicos niveles de divinidad
un importante punto en la declaración de fe de una persona? ¿Por qué nunca se ofrece alguna justificación o defensa en algún escritor de epístolas sobre semejante salto sin precedentes, al convertir a un mero hombre en parte de la Deidad? El autor de la epístola a los Hebreos también se vuelve dramático sobre el Hijo:
[…] a quien él (Dios) ha hecho heredero de su completo universo, y por quien él ha
creado todos los órdenes de la existencia: el Hijo que es la refulgencia del esplendor
de Dios y el sello del mismo ser de Dios, quien sostiene el universo por la palabra de
su poder (1:2-3).
Aunque este autor dedica unos doce capítulos a detallar las actividades redentoras del
Hijo en un santuario celestial, él nunca le identifica con el hombre Jesús de Nazaret o con
cualquier otro ser humano; ni presenta él un sacrificio en el Calvario. Aunque puede citar las
palabras del Hijo en las escrituras, la «voz» a través de la cual Dios ha hablado a la presente
época, él nunca ofrece a sus lectores un solo dicho atribuido al predicador galileo en los
Evangelios. Estos y otros pasajes similares en las epístolas ilustran la orientación del pensamiento del cristianismo primitivo. Ellos comienzan con el divino Cristo y detallan sus actividades. Ellos no comienzan con el hombre humano e identifican a su divino Cristo con él, lo
cual es el enfoque que vemos en Hechos.
Jesús protagonista estelar en el Drama Mitológico
Esta preliminar inmersión en la visión del Hijo en el cristianismo primitivo presenta un cuadro que los estudiosos hace mucho que han encontrado confuso. Las epístolas dan a Jesús
un papel exclusivamente espiritual y mitológico ⁸, mientras ignoran el hecho o la identidad
de esta supuesta encarnación, el hombre cuya labor en la tierra se presume que lo había comenzado todo. Así es como lo pone un investigador (Herman Ridderbos, Paul and Jesus, p.
3):
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
Nadie que examine los Evangelios, y después lea las epístolas de Pablo puede escapar
a la impresión de que se está moviendo en dos esferas diferentes […] Cuando Pablo escribe sobre Jesús como el Cristo, los trazos históricos y humanos parecen ser oscuros,
y Cristo parece tener significación solo como un ser divino transcendente.
Pero la pregunta que los estudiosos del Nuevo Testamento nunca se han hecho es la más
natural de todas: ¿supóngase que Pablo no dio tal salto? Si todo lo que encontramos en la
presentación de Cristo por Pablo es este ser transcendente divino cuyas actividades no son
nunca relacionadas con la historia o una localización terrenal, ¿hay alguna justificación para
asumir que el Cristo de Pablo surgió de Jesús de Nazaret, de la figura humana que aparece
por primera vez solo en los Evangelios que fueron escritos algún tiempo después de Pablo?
Aquellos que derivan su visión de Jesús de los Evangelios podrían sorprenderse al comprender la altamente elevada naturaleza del Jesús predicado por los cristianos primitivos. Él
es parte de la Deidad misma. Su naturaleza es integral con la del Padre. Y a él se le han dado
todos los títulos previamente reservados solo a Dios.
Este Jesús es preexistente: es decir, él existió antes del tiempo con el Padre, antes de la
creación misma del mundo. De hecho, es a través de él que el mundo ha sido creado, y él es
la fuerza de energía a través de la cual se mantiene el funcionamiento del universo. Él también sirve como el agente redentor de Dios en el plan divino de salvación, reconciliando a un
extrañado universo con Dios (Colosenses 1:20). Él es la fuerza unificadora del íntegro cosmos (Efesios 1:10). Él ha subyugado a los espíritus demoníacos que pueblan el mundo y acosan a la humanidad, y a él le ha sido conferido el señorío sobre todos los poderes terrenales
y sobrenaturales.
Esta supuesta elevación de un hombre humano es muy sorprendente. En la medida en
que están familiarizados con esas ideas, los cristianos han tenido casi 2000 años para acostumbrarse a tales exaltadas ideas. Pero nosotros perdemos de vista el hecho de que si el cuadro ortodoxo es correcto, alguien o algún grupo un día decidió aplicar todas estas ideas a un
ser humano por primera vez y de hecho salió a predicarlas.
¿Es posible concebir unas circunstancias en las que los seguidores de un hombre semejante, un humilde predicador cuyos actos —los críticos están ahora de acuerdo— no podrían
posiblemente haber coincidido con los de la historia del Evangelio, le habrían elevado a semejante cósmico nivel? Aun cuando los hombres, como los emperadores romanos, podían
ser llamados divinos e «hijos de Dios», el grado de elevación de Jesús no habría tenido
prácticamente precedentes en la historia de la religión ⁹.
Es especialmente inconcebible entre los judíos, quienes tenían una obsesión en contra de
que se asociara a algún humano con Dios. Él no podía ser representado ni siquiera mediante
la sugerencia de una figura humana. Los judíos a miles habían desnudado sus cuellos ante
las espadas de Pilatos simplemente para protestar contra el hecho de que se metieran figuras humanas que mostraban los estandartes militares romanos dentro de la ciudad de Jerusalén. La idea de que un hombre fue una parte literal de Dios habría sido encajada por casi
cualquier judío con horror y apoplejía¹⁰.
Con todo ello, tenemos que creer no solo que los judíos fueron llevados a identificar a un
criminal crucificado con el antiguo Dios de Abraham, sino también que viajaron por el imperio y prácticamente de la noche a la mañana convirtieron a inmensos números de otros
judíos a la misma escandalosa —y por completo blasfema— proposición. Un puñado de años
después de la supuesta muerte de Jesús, tenemos constancia de comunidades cristianas en
muchas de las grandes ciudades del imperio, todas al parecer habiendo aceptado que un
hombre al que nunca habían conocido o del que en la mayoría de los casos ni siquiera habían oído hablar antes, crucificado como un político rebelde en una colina a las afueras de
Jerusalén, había resucitado de entre los muertos y fue de hecho el Hijo de Dios y redentor de
EARL DOHERTY
los pecados del mundo.
Dado que muchas de las comunidades cristianas en las que Pablo trabajaba existieron
antes de que él llegara a ellas, y dado que sus cartas no apoyan el cuadro que Hechos describe sobre una extensa actividad misionera por parte del grupo de Jerusalén alrededor de
Pedro y Jacobo, la historia no registra quién llevó a cabo esta asombrosa proeza. Además, se
hizo aparentemente sin ninguna necesidad de justificación. No hay un murmullo en ninguna
carta paulina, ni en ninguna otra epístola, sobre una necesidad cristiana de defender una
extravagante doctrina como esa. Nadie parece desafiar la predicación cristiana sobre esta
base, pues la cuestión nunca es discutida. Incluso en 1 Corintios 1:18-24, donde Pablo defiende la «sabiduría de Dios» (el mensaje que él está predicando) contra la «sabiduría del
mundo», él no proporciona ninguna defensa de la elevación de Jesús de Nazaret a la divinidad. Él puede admitir que para los griegos y judíos la doctrina de la cruz —es decir, la idea
de un Mesías crucificado— es una «locura» y «un escollo». Pero esto no tiene nada que ver
con convertir a un hombre en Dios, un ejemplo de locura que él nunca discute o defiende, y
un escollo que ningún judío tradicional podría haber eludido. Que sus oponentes, y las autoridades judías en general, no le desafiaran en esta posición cristiana fundamental, forzándole a ofrecer alguna justificación, es inconcebible.
Los investigadores han postulado tradicionalmente esta rápida aplicación a Jesús de todos los conceptos filosóficos y mitológicos del momento. Pero ellos no están seguros quién
lo hizo, o por qué. Era difícilmente el producto de ese círculo de simples pescadores a quienes los Evangelios sitúan alrededor de Jesús, hombres que probablemente habrían sido poco capaces de leer, mucho menos de entender conceptos filosóficos como el Logos griego o la
personificada Sabiduría judía y de decidir que el Maestro de las enseñanzas que ellos seguían era la exacta personificación de estos conceptos. Investigadores más recientes, como
Burton Mack (A Myth of Innocence, p. 96s; Who Wrote the New Testament?, p. 75s) han
sugerido que los círculos gentiles en lugares como Antioquía en Siria fueron responsables
con el tiempo de aplicar las comunes interpretaciones filosóficas sobre la actuación de la
Deidad a través de Jesús de Nazaret, y que Pablo fue convertido a uno de estos «cultos del
Cristo». Pero este escenario se choca con problemas. Tales grupos, estando distantes de los
lugares del ministerio de Jesús y formados tras su muerte, no habrían tenido contacto con el
hombre mismo. Uno tiene que preguntarse cómo alguien, gentil o judío, habría sido impulsado a crear un producto cósmico semejante a partir de alguien a quien nunca había visto.
No existe ninguna duda de que lo que pretendidamente se hizo de Jesús debe mucho a las
ideas (griegas) helenísticas, pero estas ideas ni los mismos gentiles las habían aplicado jamás a una persona histórica. De este modo, podemos juzgar que el salto habría sido, por sí
mismo, tan chocante y sin precendentes para ellos como lo habría sido para la mayoría de
judíos.
Además, tal propuesta se funda en una consideración muy importante. A juzgar por la
cronología que él elabora en Gálatas 1 y 2, la conversión de Pablo tuvo que haber tenido lugar algún tiempo entre el 32 y el 36, solo unos pocos años tras la presunta muerte de Jesús.
Puesto que Pablo no inventó el culto del Cristo (él perseguía a tales grupos, y existen elementos prepaulinos en sus cartas que son el producto de otros grupos), este existía en
aquella época —incluso en Judea misma—. Y dado que lo que tenemos de Pablo claramente
indica que el grupo de Jerusalén pensaba como él sobre la cuestión de la divinidad de Jesús
—sugerencias en contrario al margen ¹¹— debe de haber estado proliferando incluso en Jerusalén. ¿Quién, entonces, en el mismísimo corazón de Israel, había convertido a Jesús en una
deidad cósmica y le había atribuido mitologías helenísticas prácticamente tan pronto como
él estaba en su tumba? ¿Se tragó simplemente Pablo, nacido y educado como judío, como él
nos dice, la proposición por completo blasfema sin un murmullo de indigestión? Existen nu-
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
merosos lugares en sus cartas donde Pablo habla de sus desafíos personales, sus luchas con
sus propios demonios. ¿Podemos pensar que él nunca habría mencionado la lucha que de
seguro le acuciaba sobre su aceptación del crucificado hombre Jesús como la exaltada deidad que él predica, el mismísimo hombre cuyos seguidores él había perseguido antes? ¿Permitieron él y tantos otros judíos que los gentiles —dondequiera que hubieran estado— les
persuadieran a traicionar los más queridos principios de su herencia judía y convertir a un
ser humano en Dios?
Además, la pregunta necesitaría aún contestarse: ¿Por qué? ¿Qué habría llevado a Pablo,
o a los gentiles al norte de Siria, a tomar a un simple predicador a quien conocían solo por
reputación, y convertirle en una deidad cósmica —sin tener en cuenta cuáles eran las implicaciones de sus ideas helenísticas—? El atractivo no podría haber estado en su mensaje y carisma como maestro, dado que inmediatamente le quitaron esa piel y la descartaron. Si Pablo no tenía ningún interés en el maestro y sus enseñanzas, ningún interés en el hacedor de
milagros o profeta apocalíptico, ¿de qué interés era este Jesús para él como candidato a redentor divino? Tanto Mack como Robert Funk hablan de que el punto de partida del culto
paulino fue el hecho de la «noble muerte» de Jesús, pero las nobles muertes son lo bastante
comunes en la historia, incluyendo la historia judía, y nunca antes o desde entonces han llevado las mismas a la divinización a tan exaltada escala. El hecho simple de una reputada noble muerte difícilmente habría persuadido a un judío educado y observante como Pablo afirma ser, a contravenir los más sagrados preceptos de su herencia y a asociar a este particular
hombre, uno que nunca había conocido, con Dios.
De hecho, la presentación de la crucifixión de Jesús por parte del culto no encaja con el
escenario de la «noble muerte». Esta última es de forma clásica la de un guerrero o maestro
que muere por su país, sus seguidores, sus enseñanzas. Estas cosas se enfocan en una vida,
una causa; en el judaísmo, es de forma invariable a causa de la Ley. Pero esto es precisamente lo que falta en el culto del Cristo paulino, que no tiene nada que ver con la vida de Jesús,
sus enseñanzas o seguidores. Morir por el pecado no está en la misma categoría, especialmente cuando se lo sitúa en el reino del espíritu; este es un concepto místico, espiritual ¹².
No se puede negar que los registros del cristianismo primitivo nos muestran a un Jesús
que es presentado exclusivamente en términos mitológicos y transcendentes, sin ninguna
referencia a una trayectoria humana o a enseñanzas o actos terrenales (un silencio que ahora será investigado en detalle). Pero si un grupo va a elevar a su maestro a la divinidad y a
aplicarle cada concepto filosófico del momento, ¿por qué al mismo tiempo le despojan de todo lo que tenga que ver con la vida humana que había vivido, la vida que supuestamente había generado su respuesta a él en primer lugar? ¿Por qué crearían afirmaciones mitológicas,
himnos y credos sobre él que no contenían ni una sola referencia a una presencia e identidad terrenales?
Si, como la mayor parte de los investigadores tiende a afirmar, el recubrimiento mitológico —la divinidad, la preexistencia, la fuerza unificadora sobre un dividido universo, la relevancia redentora— es una «interpretación» del hombre Jesús de Nazaret, ¿cómo tenemos
que entender esto cuando el objeto de la interpretación no se menciona nunca? Dado que
los escritores mismos de las epístolas no nos dan ningún indicio de que están «interpretando» a un hombre humano, ¿no son los estudiosos culpables de «inferir» de los documentos
cosas que ellos desean ver en ellos, antes que lo que los documentos realmente dicen?
¿No tendría más sentido ver que los más tempranos registros presentan una creencia en
una entidad espiritual que era una versión de los predominantes mitos y modelos de pensamiento de la época, algo sobre lo que se colocó una ropa histórica?
EARL DOHERTY
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
CAPÍTULO 2
UNA CONSPIRACIÓN DE SILENCIO
Si no tuviéramos ningún otro documento salvo las epístolas del Nuevo Testamento, probablemente consideraríamos al Hijo de Dios predicado por apóstoles como Pablo como un ser
divino como todos los otros dioses de la época, o de hecho de cualquier época: confinado en
la dimensión sobrenatural y comunicando visiones y otras manifestaciones espirituales a
creyentes y portavoces por inspiración. Esta es la forma en que se entendía que los dioses
interactuaban con el mundo desde tiempo inmemorial. El Cristo de Pablo no habría sido diferente y no más difícil de comprender.
Pero si, sobre la base de los registros posteriores del Evangelio, se afirma que Pablo y sus
colegas están hablando de un hombre humano que estuvo recientemente sobre la tierra y
puso la nueva fe en movimiento, ¿cómo va uno a explicar su silencio sobre semejante hombre y su vida? Podríamos, de forma irónica, sugerir que este silencio es tan profundo que solo podría ser explicado como una conspiración deliberada y universal.
El Argumento del Silencio
¿Qué conclusiones pueden sacarse del silencio? ¿Es el «argumento del silencio» válido? Eso
depende de determinados factores. Necesitamos preguntarnos: ¿cuán poderoso habría sido
el tema para el escritor? ¿Invita lo que está diciendo a una natural e inevitable referencia al
tema, bien de pasada o bien como una parte integral de su argumento? Si, por ejemplo, un
escritor cristiano está demandando un determinado tipo de acción de sus lectores, y el fundador del movimiento era conocido por haber enseñado esa misma cosa, esto debería casi
garantizar que el escritor citaría al fundador, o mencionaría que él lo ha enseñado así, para
dar peso y persuasión a su argumento. En otras palabras, cuantas más razones tengamos de
esperar que algo sea mencionado y, sin embargo, no lo es, más estamos legitimados a concluir del silencio que el tema no era conocido por el escritor.
Si ese extraño e inesperado silencio se extiende a muchos escritores diferentes y a muchos documentos, en verdad a todos los escritores y documentos disponibles de ese periodo;
si se extiende a una multitud de elementos sobre la cuestión, más grande llega a ser la fuerza
probatoria de ese silencio. Si el silencio cubre todos y cada uno de los elementos, las conclusiones por sacar son convincentes.
Hagamos una analogía. Si los descendientes de un hombre afirman que el hombre ganó
una vez la lotería y a pesar de eso no hay un registro contemporáneo de semejante éxito,
ningún ingreso de grandes sumas en sus extractos bancarios, ninguna mención a la lotería
en sus diarios y cartas o en las cartas de sus hermanos e hijos, ninguna memoria de un derroche de dinero; si en su lecho de muerte él le dijo a alguien que nunca fue afortunado en
su vida, tendríamos buenas razones para utilizar el argumento del silencio para decir que la
afirmación debe ser falsa, que él nunca había ganado una lotería. (Si sus descendientes afirman que sus propias vidas son un resultado de aquella lotería conseguida, seríamos llevados
a decir que están equivocados).
Pero ¿qué pasaría si pudiéramos ir más allá y llegar a ver que la forma en que los escrito-
EARL DOHERTY
res hablan de ciertas cosas prácticamente excluye cualquier lugar o papel para el sujeto en
cuestión? En otras palabras, no solo tenemos un silencio negativo, tenemos llenándolo, ocupando su espacio, un cuadro positivo que es suficiente en sí mismo, un cuadro que por su
misma naturaleza excluye las cosas sobre las que calla. En ese caso, la lógica nos obligaría a
postular que el sujeto, en las mentes de estos escritores y según su experiencia, no pudo haber existido.
Si los registros del cristianismo primitivo nos presentan un cuadro positivo semejante, y
tal convincente e inexplicable vacío sobre el Jesús del Evangelio, ¿cuán probable es, en vista
de esta moneda de dos caras, que semejante hombre del que los Evangelios hablan, incluso
reducido a fundamentos humanos, pudo realmente haber vivido?
Jesús en Eclipse
El movimiento cristiano comenzó con Jesús el maestro. O así los modernos estudiosos nos
dicen ahora. Incluso cuando no hay documentos primitivos existentes que ofrezcan esta información, un «auténtico» Jesús, afirman ellos, puede ser excavado de las posteriores pruebas —a pesar de las dificultades que esta búsqueda de dos siglos de duración (y sumando) ha
demostrado ser—. Esas pruebas se verán a su debido momento. Aquí necesitamos examinar
las pruebas que sí que tenemos del periodo primitivo (no incluye a los Evangelios) y ver si es
posible reconciliarlas con una afirmación semejante.
Mientras algunos estudios mantienen que Pablo sí que tenía un interés en el histórico Jesús y lo predicó, nosotros comenzaremos con la opinión tradicional, que reconoce que él parece no haber hecho ninguna de las dos cosas. Las razones ofrecidas para explicar el silencio
de Pablo sobre el Jesús humano son muchas: él no tenía ningún interés en el hombre y su
trayectoria, no podía utilizar ningún aspecto de la vida terrenal de Jesús en su teología cósmica sobre el resucitado Cristo, estaba compitiendo con los apóstoles de Jerusalén y de este
modo escogió minimizar las ventajas de las que ellos disfrutaban como seguidores de Jesús
en la tierra, etc. Sin considerar la credibilidad de semejantes explicaciones —que serán consideradas conforme avancemos—, otros factores pueden ofrecerse que deberían haber operado a la hora de contrarrestar esta deliberada forma de ignorar al ser humano por gente como Pablo.
Una razón es que él no pudo haberse salido con la suya en sus actividades misioneras. Si
Pablo estuvo predicando un hombre que era Dios, sus oyentes y conversos habrían demandado conocer algo sobre la vida de este hombre, sus dichos y hechos. Tanto si a él le gustara
como si no, Pablo habría tenido que hacer un esfuerzo por aprender una determinada cantidad de información sobre la vida de Jesús. Esto se habría convertido en uno de los temas de
discusión entre él mismo y sus congregaciones, cuyos detalles ciertamente habrían surgido
en sus cartas. Ninguna lo hace. (Véase el Apéndice 2 para una hipotética conversación entre
Pablo y un grupo de nuevos conversos, que ilustra la imposibilidad de que Pablo pudiera haber ignorado la vida terrenal de Jesús en su misión predicadora).
Si la elevación de un hombre al estatus de Dios fuera una parte de la nueva fe, el desafío
por parte de las autoridades judías habría requerido un conocimiento y promoción del hombre mismo y su trayectoria para intentar defender semejante ofensiva elevación. La necesidad de apelar a la suprema naturaleza de sus enseñanzas, sus inusuales milagros, sus habilidades proféticas, sin mencionar los detalles de su expiatoria muerte y las circunstancias de
su resurrección, habría sido inevitable. Si un apóstol como Pablo estuviera buscando convencer a potenciales conversos a que le creyeran —antes que echarle fuera del pueblo embreado y emplumado— cuando él afirmase que un hombre crucificado allá en Judea fue en
realidad el Hijo de Dios y había renacido de su tumba, sería absolutamente necesario que él
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
presentara al hombre: su carácter, sus palabras, sus actos.
Primero de todo, no existen pruebas de que fuera posible para Pablo el haber adquirido
semejantes detalles sobre la vida de Jesús, pues en Gálatas 1 y 2 él nos cuenta que durante el
curso de los 17 años tras su conversión, él se preocupó de ir a Jerusalén exactamente una
vez, durante una visita de dos semanas. Todo lo que hizo en aquel tiempo, así lo dice él
(1:18), fue «llegar a conocer a Pedro» y ver a Jacobo. ¿Le dieron ellos un curso acelerado sobre sus recuerdos de la vida y ministerio de Jesús? Pablo no da ningún indicio de tal cosa, y
nunca se transmiten detalles a sus lectores.
He hecho hincapié en la necesidad que Pablo habría tenido que encarar para defender la
elevación cristiana de un mortal a la divinidad, especialmente bajo la luz de las sensibilidades judías. Ninguna defensa se ofrece jamás. Con oyentes gentiles, la situación habría sido
bastante diferente. La elevación de un ser humano a semejante estatus cósmico habría sido,
en el mundo grecorromano, también sin precedentes y habría requerido que se la defendiese, pero no porque los paganos se habrían ofendido. Antes al contrario. Ellos tenían una vieja fascinación por la figura heroica conocida como el «hombre divino» (theios anēr), un extraordinario gobernador o filósofo cuya carrera demostraba superior sabiduría, cualidades
sobrehumanas (incluyendo la realización de milagros) y un parentesco con los dioses. El Jesús de Nazaret del Evangelio habría encajado muy bien en esta categoría. En cualquier misión a los gentiles, el Jesús humano y sus hazañas habrían sido un tremendo activo. Esto hace del silencio total de Pablo sobre la carrera de Jesús, sus milagros e innovadoras enseñanzas, algo muy inexplicable.
El cristianismo estaba también en competencia con los cultos mistéricos grecorromanos.
La mayoría de los dioses salvadores de estos últimos (Osiris, Isis, Atis, Mitra, etc.) conferían
beneficios similares a aquellos que disfrutaban los devotos de Cristo. Un muy importante
beneficio era la protección contra los hostiles espíritus demoníacos que se creía por judíos y
paganos por igual que se extendían por la misma atmósfera del mundo, acosando y agobiando la vida de la gente, responsables de la enfermedad y la desgracia.
A pesar de eso, los escritores de Colosenses y Efesios, quienes tienen un especial interés
en estas materias, no aciertan a señalar que, al contrario que otras deidades salvadoras,
Cristo había sido encarnado recientemente en carne y hueso. Él había experimentado y contrarrestado tales demónicas fuerzas de primera mano, sobre la tierra. Él había demostrado
su poder sobre los espíritus a través de sus curaciones, exorcizándolos de la gente enferma.
Este es uno de los propósitos para los que tales milagros servían en los Evangelios. En su
ministerio, los Evangelios retratan a Jesús (junto con muy diferentes trazos de carácter) como mostrando compasión, tolerancia, generosidad, todas esas cosas de las que los hombres
y mujeres están sedientos al confrontar un mundo hostil e indiferente. Es simplemente impensable que, si estas tradiciones existieron, Pablo o cualquier otra persona hubiera ignorado o perdido el interés en todas estas ventajas ofrecidas por la vida del humano Jesús al presentar a sus oyentes, gentiles o judíos, el agente cristiano de la salvación ¹³.
Con todo ello, cada aspecto de esa vida, para los círculos en los que Pablo se movía, parece haber quedado en un eclipse total.
Buscando al Rabino Judío
¿Exactamente cómo de oscura es esa sombra? ¿Puede algún brillo de luz ser descubierto?
¿Qué es lo que Jesús enseñó? El Jesus Seminar¹⁴ rechazó como inauténticos unos tres
cuartos de los dichos que se le atribuyen en los registros cristianos. Incluso el famoso mandamiento «ama a tu prójimo» que los cristianos han siempre considerado como una pieza
central de las enseñanzas de Jesús —incluso si él está conscientemente citando el bíblico li-
EARL DOHERTY
bro del Levítico—, fue juzgado como no muy probable. ¿Qué es lo que las epístolas del Nuevo Testamento tienen que decir?
A lo largo de este libro, en el curso del examen del silencio en las epístolas sobre la vida y
enseñanzas de Jesús, observaremos todos los elementos del Evangelio, sin discriminación.
Esto incluirá aquellos sobre los que la crítica experta ha arrojado la sombra de la duda, o incluso totalmente rechazado —tales como los dichos apocalípticos o la existencia de Judas—.
Aquellos que consideran elementos como estos como siendo antihistóricos pueden no considerar el silencio sobre ellos en los escritores de las epístolas como una prueba convincente
de que ningún Jesús existió. Pero si ninguno de los dichos y hechos de Jesús hallados en los
Evangelios le son atribuidos en las epístolas y otros documentos primitivos, esto indicará
que (a) los Evangelios no pueden garantizar el ofrecer datos históricos fiables, y por lo tanto
(b) la base fundamental para la historicidad de Jesús —a saber, los Evangelios, dado que él
no aparece en ningún otro sitio en los primitivos registros existentes— ha sido seriamente
socavada.
Si, por añadidura, ningunas enseñanzas terrenales ni ningunos detalles biográficos de
ningún tipo se pueden hallar, estamos legitimados a interpretar esto como una poderosa
prueba de que los escritores de las epístolas no conocían nada de estas cosas, y de que el movimiento de la fe no está basado en la carrera de un hombre humano reciente.
Por otra parte, la vasta mayoría de cristianos aún cree que la mayor parte del cuadro del
Evangelio es fiable, incluyendo el hecho de que Jesús enseñó sobre el amor. Si él lo hizo, nos
enfrentamos a una situación confusa en relación con pasajes como Santiago 2:8: «Si tú estás
cumpliendo la soberana ley establecida en las escrituras, “Ama a tu prójimo como a ti
mismo”, eso está bien». Aquí el escritor no llama la atención sobre el énfasis de Jesús en
este mandamiento. Por dos veces Pablo se expresa de forma similar justo como Jesús se dice
que lo ha hecho, y habla de la completa Ley siendo «resumida» en la regla de doble cara de
amar a Dios y amar a nuestro prójimo (Romanos 13:9 y Gálatas 5:14). Pero él no parece tener idea alguna de que está imitando ningún sermón de Jesús. De hecho, en 1 Tesalonicenses 4:9 él hace la siguiente sorprendente declaración a sus lectores: «Vosotros habéis sido enseñados por Dios a amaros los unos a los otros» (énfasis mío).
«Bienaventurados los pobres de espíritu, pues de ellos será el reino del cielo». Estas memorables líneas abren el más famoso sermón de Jesús, como se presenta en el Evangelio de
Mateo. A pesar de eso, el escritor de Santiago puede decir (2:5), sin ninguna atribución a Jesús: «Escuchad, amigos míos. ¿No ha escogido Dios a los que son pobres ante los ojos del
mundo para que sean ricos en la fe y hereden el reino?». Uno pensaría que él desearía utilizar las propias palabras de Jesús (unas que el Jesus Seminar ha juzgado que no son probablemente auténticas) para dar a su argumento más fuerza sobre sus oyentes.
No menos famoso es el dicho de Jesús de «amad a vuestros enemigos». «Vuélvele la otra
mejilla», dice Mateo 5:39. Estos son dichos que el Seminar juzgó como muy probablemente
auténticos. Aun así, 1 Pedro (3:9) puede instar a sus lectores: «No devolváis mal por mal, ni
insulto por insulto; más bien, vengaos bendiciendo». ¿Cómo pudo este escritor dejar de llamar la atención sobre la propia enseñanza de Jesús aquí —o ser ignorante de ella—?
Pablo en Romanos 14:13 dice, «Dejemos de juzgarnos unos a otros». 1 Juan 3:21-22 declara, «podremos acercanos a Dios sin miedo. Recibiremos de él cualquier cosa que le pidamos». «Humillaos ante Dios y él os ensalzará», aconseja Santiago 4:10. Aquí resuenan ecos
de las enseñanzas del Jesús del Evangelio, pero ni uno de estos escritores señala a Jesús como su fuente. Tales ejemplos pueden multiplicarse por docenas.
¿Cómo han tratado los expertos todo este silencio en las epístolas sobre la enseñanza de
Jesús? Los comentarios son testigos de confusas observaciones como las de Helmut Koester
en Ancient Christian Gospels (p. 68): «Es sorprendente que no se haga un llamamiento [en
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
1 Timoteo] a la autoridad de Jesús». Graham Stanton (Gospel Truth, p. 130-1) habla de
«alusiones» a las enseñanzas de Jesús en Pablo, pero admite que en estas «es difícil estar seguro de que la frase o la sentencia vengan de Jesús, antes que de una fuente judía o griega
[…] La falta de Pablo en referirse con más frecuencia y con mayor extensión a las acciones y
a la enseñanza de Jesús es desconcertante […] En determinados lugares en sus escritos Pablo ignora referirse a un dicho de Jesús en el preciso momento en que podría muy bien haber remachado su argumento al hacer eso».
Compendios formales de máximas éticas que tienen una fuerte semejanza con las enseñanzas del Jesús del Evangelio, tales como las instrucciones de las «Dos Vías» halladas en la
Didaché y en la Epístola de Bernabé, o las directivas en Romanos 12 y 13, nunca son identificadas como viniendo de Jesús. La inevitable conclusión debe ser que tales éticas vienen de
otras fuentes o fueron parte de un general grupo de material ético de la época, y fueron solo
atribuidas luego a un histórico Jesús.
Las cartas de Pablo contienen debates sobre la necesidad de aplicar la práctica judía a las
sectas cristianas. ¿Iban a ser las estrictas regulaciones dietéticas instadas por los fariseos,
con sus obsesivas preocupaciones sobre la pureza de ciertas comidas, aún de aplicación? Esta era una cuestión candente en el movimiento de la nueva fe. Pablo en Romanos 14:14 declara: «Estoy convencido, apoyado por completo en el Señor Jesús, de que nada es impuro
en sí mismo» (NASB). Si alguna vez hubo un momento en que uno podría esperar que Pablo
aprovechase la declarada posición del propio Jesús como apoyo, este sería. Su silencio solo
puede indicar que él en verdad ignora tales tradiciones como las de Marcos 7:14-23 donde
Jesús acusa a los fariseos de hipocresía y dice a la multitud: «¹⁵ No hay nada fuera del hombre que al entrar en él pueda contaminarlo». El evangelista cierra su argumento al concluir
(7:19): «Con esto declaró limpios todos los alimentos».
La ignorancia de Pablo es compartida por el escritor de 1 Timoteo que no logra obtener el
apoyo de Jesús cuando afirma, en una discusión sobre alimentos, que (4:4) «todo lo que
Dios ha creado es bueno». La Epístola de Bernabé del siglo II dedica un capítulo entero a
desacreditar las restricciones dietéticas judías, pero ni siquiera aquí se refiere un escritor
cristiano que conoce las tradiciones judías de arriba abajo a las palabras de Jesús en el
Evangelio sobre la cuestión.
El tema sobre la comida era solo una parte de esa disputa central que en el tiempo de Pablo amenazaba con desgarrar el incipiente movimiento. Como secta dentro del judaísmo,
¿iba a ser requerida la observancia de la Ley mosaica (los mandamientos contenidos en el
Pentateuco, los primeros cinco libros de la biblia hebrea) en todos sus detalles por el cristianismo, especialmente por sus gentiles conversos que podían ser menos que entusiastas —si
eran varones— ante las necesidades de la circuncisión? Pablo sabía que el éxito del nuevo
movimiento en el mundo de los gentiles dependía de esta cuestión, y aquí él trazó una línea
en la arena. La Ley judía/mosaica, declaró él, había sido reemplazada.
¿Y qué tenía que decir Jesús en este tema crucial? La cuestión nunca se planteó por Pablo
o sus oponentes. El decreto puesto en boca de Jesús en Mateo 5:18 y Lucas 16:17, de que ni
una letra o tilde de la Ley puede perder su fuerza, viene de Q. Esto habría destruido la posición de Pablo; a pesar de eso, nadie lo menciona.
Pero sin considerar si Jesús realmente dijo algo sobre un importante tema como la continuada aplicabilidad de la Ley, se puede declarar con confianza que no le habría llevado mucho tiempo a una u otra parte en el debate decir que él lo hizo. Si el fundador del movimiento ha sido un dinámico y respetado maestro, habría sido inevitable, cuando disputas
como esta surgieran, que pronunciamientos sobre tales materias hubieran sido inventados o
puestos en su boca. (Esto es exactamente lo que encontramos en abundancia una vez el Jesús del Evangelio entró en el cuadro; los críticos modernos se ven forzados a rechazar la ma-
EARL DOHERTY
yoría de los dichos del Evangelio como no auténticos). A pesar de eso, las epístolas del Nuevo Testamento no ofrecen ninguna pista sobre tales cosas.
Todo este silencio no impide que los estudiosos declaren que pueden detectar «ecos» de
las enseñanzas de Jesús en Pablo —incluso si él nunca atribuye tales cosas a un Jesús predicador—. Apelar a estas «alusiones» es parte integrante de la afirmación de que Pablo conocía a un histórico Jesús, tenía un interés en sus enseñanzas y en su persona, y que el hombre
de hecho figuraba en su mensaje apostólico. Para examinar esta afirmación tenemos que dirigirnos al argumento ensayado por Paul Rhodes Eddy y Gregory Boyd en su libro de 2007
The Jesus Legend, quizás la obra apologética más importante de reciente memoria y una
que seriamente lidia con los elementos del punto de vista miticista. Veremos después algunos de sus argumentos en relación a que Pablo conoció los eventos sobre la vida y muerte de
Jesús; aquí nos enfocaremos en su supuesto conocimiento de las enseñanzas de Jesús.
Palabras del Señor
Como hacen otros muchos, Eddy y Boyd buscan refutar la observación de que Pablo nunca
cita la enseñanza de Jesús al apelar primero a las así llamadas «palabras del Señor». Por
cuatro veces Pablo habla de la información que ha recibido «del Señor». 1 Tesalonicenses 4:
16-17 es un oráculo apocalíptico sobre lo que le ocurrirá a los cristianos vivos y muertos al
tiempo del advenimiento del Señor, pronto esperado. No tiene ningún paralelismo específico en los Evangelios. 1 Corintios 7:10-11 y 9:14 se presentan por Pablo como «reglas» del
Señor sobre la práctica de la comunidad, la primera que los esposos y esposas no deben divorciarse, la segunda que los apóstoles que proclaman el mensaje del evangelio deben ser
remunerados por su trabajo. Ambos tienen paralelismos en los Evangelios, aunque sus palabras son distintas.
¿Está Pablo ofreciendo estas cosas como pronunciamientos del Jesús terrenal, palabras
que él conocía por otros que habían escuchado las propias instrucciones de Jesús? Más bien,
una línea de la corriente principal de investigación dice que estos pasajes reflejan un fenómeno común en el movimiento predicador del cristianismo primitivo. Profetas como Pablo
se inspiraban a través de visiones, a través de un estudio de las escrituras, a través de la interpretación de la glosolalia (hablar en lenguas). Ellos hacen pronunciamientos que vienen,
como se imaginan, directamente del Cristo espiritual en el cielo. Pablo está pasando a sus
lectores directivas y promesas que él ha recibido a través de la revelación ¹⁵. (Si esto va a ser
considerado como el origen del cuarto pasaje en esta categoría, la «descripción de las palabras de Jesús en la “Cena del Señor”» en 1 Corintios 11:23s, será examinado luego).
El hecho es que, el propio lenguaje de Pablo señala a un origen celestial para sus «palabras del Señor». Considérese lo que dice unos pocos versículos después de su directiva contra el divorcio, en 1 Corintios 7:25:
En cuanto a las personas solteras (célibes entre los hombres) no tengo ningún
mandato del Señor, pero doy mi opinión como quien por la misericordia del Señor es
digno de confianza (NASB).
La frase en primera persona indica una general categoría de cosas que Pablo está acostumbrado a poseer por sí mismo, no como una parte del más amplio conocimiento de la comunidad o herencia de la tradición. Al ofrecer su propia opinión, su valor se basa por entero
en su sentido personal de valía y confianza ante los ojos de Dios.
En otros dos pasajes, el canal es claramente entre el Señor y Pablo directamente. Eddy y
Boyd (p. 203) admiten que en 1 Corintios 14:37 «parece que Pablo está transmitiendo una
regla revelada que él creía que recibió del Cristo resucitado»:
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
Cualquiera que afirme ser un profeta, o tener poderes espirituales, debe reconocer
que lo que os estoy escribiendo es una orden del Señor.
Y que Pablo piensa que escucha la voz de Jesús directamente se ve en 2 Corintios 12:8-9
y Gálatas 1:12:
Tres veces le rogué al Señor que me lo quitara (un dolor corporal), pero su respuesta
fue: «Mi gracia es todo lo que necesitas; el poder logra su completa resistencia en la
debilidad».
Yo recibí (mi evangelio) por la revelación de Jesús Cristo (NIV).
Cuando venimos a darnos cuenta de que hay una referencia específica en otras obras del
cristianismo primitivo sobre la revelación directa del Cristo espiritual a sus creyentes terrenales —al comienzo del Apocalipsis, en Hebreos 2:3-4, en el prólogo de 1 Juan—, no hay
ninguna razón para negar el mismo fenómeno en Pablo.
Ascender para Encontrarse con el Señor
La apocalíptica venida de Jesús en 1 Tesalonicenses 4:15-17 es otra «palabra del Señor» que
Eddy y Boyd afirman que se basa en la enseñanza profética de Jesús en la tierra. Pero las
«claras imágenes apocalípticas» que Pablo utiliza, mientras se hallan en los Evangelios,
también se encuentran en otros lugares; cosas como el sonar de trompetas, descensos sobre
las nubes con ángeles, la reunión de los electos, forman parte de una forma de hablar común
de la época tanto en las escrituras (tales como Daniel) como en los escritores sectarios (como el Apocalipsis de Sofonías). No hay ninguna necesidad de postular la dependencia paulina de Jesús aquí ni en otros lugares similares.
Eddy y Boyd muchas veces apelan a palabras y frases idénticas entre Pablo y la registrada
tradición de Jesús en los Evangelios, como el «salid a recibirle» (eis apantesin) tanto de 1
Tesalonicenses 4:17 como de Mateo 25:6, esta última en referencia a la parábola escatológica de las diez vírgenes. No obstante, eso requeriría una extraordinaria convergencia de
«tradición»: dos palabras utilizadas por Pablo con dos palabras supuestamente preservadas
durante medio siglo en la transmisión oral entre una parábola de Jesús (incluso si fuese auténtica, que no es probable) y su «registro» (únicamente) en el Evangelio de Mateo. Estos
son intentos forzados en extremo. De hecho, Eddy y Boyd —debido a la necesidad de explicar por qué cosas como las palabras de Jesús de Pablo en su Cena del Señor difieren de las
palabras en el Evangelio— contradicen aquí su anterior criterio de que «lo apropiado en una
cultura oralmente dominante […] [son] primariamente “cosas”, no necesariamente “palabras”, [las que] son recordadas» (op. cit., p. 218).
Alusiones y Ecos
De estos pocos ejemplos de los que se afirma que son una atribución específica, Eddy y Boyd
continúan presentando (p. 226-8) una extensa lista de «claros paralelismos» entre el corpus
paulino y la tradición de Jesús representada en los Evangelios, los así llamados «ecos» de
las enseñanzas de Jesús que se hacen sonar sin atribución: del «debemos bendecir a los que
nos hacen mal y amar a nuestros enemigos» a «la fe puede mover montañas» pasando por
«eventos cataclísmicos precederán a la segunda venida». Para ellos, esto significa que
Pablo no era de ninguna manera inconsciente de la tradición oral de Jesús. Al contrario, su pensamiento parece estar impregnado en ella.
Y aun así, esta opinión está seriamente comprometida por un número de cosas. La pri-
EARL DOHERTY
mera es que demasiado a menudo el «paralelismo» en las epístolas ha sido identificado como derivado de las escrituras, no de la tradición oral. En Gálatas 3:10s, son las escrituras las
que son citadas para realizar comentarios sobre la muerte de Jesús. En 1 Timoteo 5:18,
aquellos que trabajan predicando tienen que ser pagados, no porque Jesús dijo (como se
alega en 1 Corintios 9:14) que aquellos que lo hacen deben vivir del evangelio, sino porque
«Las escrituras dicen: “El trabajador tiene derecho a su paga”». Identificar esto último con
Lucas 10:7 es imprudente, dado que un escritor próximo al comienzo del siglo II no es probable que identifique el Evangelio de Lucas como escrituras, si es que siquiera supo de ese
evangelio o había sido siquiera escrito para entonces. La epístola de Santiago, un compendio
de enseñanzas a la manera de Jesús sin una sola atribución a él, más de una vez identifica
una fuente como procedente de las escrituras (2:8; 4:6). ¿Vamos a creer que numerosos escritores desean citar las escrituras como su fuente en algunos casos (incluso cuando una enseñanza correspondiente supuestamente existía en la tradición de Jesús), pero nunca citan a
Jesús en tantos otros casos en los que él se alega ser la fuente?
Eddy y Boyd también intentan un dudoso método para explicar el fallo de Pablo en citar
específicamente a Jesús como la fuente de sus alusiones. Ellos alegan que justo como el pensamiento de Pablo parece estar impregnado en la tradición oral de Jesús, podemos presumir
nosotros que «lo mismo es verdad de las congregaciones a las que él escribía» (p. 228). En
otras palabras, todo el mundo sabía ya que todos estos ecos eran del mismo Jesús, de modo
que no había ninguna necesidad para que nadie especificara que él era la fuente. Esto era
parte de la «tradicional referencialidad» del mundo antiguo mediante la cual lo que realmente se dice es solo una pequeña parte del amplio campo de comprensión y de respuesta
que existe detrás. Pero parece extraño que la parte «no dicha» tenga que ver de forma consistente con la fuente en Jesús. Raramente parece implicar fuentes en la biblia hebrea, pues
estas se dan por todos lados, aunque podamos presumir que el público de Pablo habría
estado más familiarizado con semejante comprensión bíblica detrás de las palabras, lo cual
habría hecho innecesario reproducirlas y citarlas. Solo es en relación con «la manera elíptica
en que Pablo utiliza la tradición de Jesús (en la cual él sin duda estaba empapado)» que esta
«zona comunicativa es común».
En cualquier caso, ¿estamos justificados a pensar que el público de Pablo estaba en verdad «empapado» en las tradiciones de Jesús —solo dos décadas después de la muerte del
hombre, y en cada comunidad a lo largo de la mitad del imperio a la que Pablo, y otros, están escribiendo—? Además, ¿justo cómo llegaron a estar empapadas en la tradición de Jesús aquellas congregaciones si nadie la citó nunca como tal? ¿No sugiere el hecho mismo de
la continuada existencia de los debates sobre importantes cuestiones que deberían haber sido resueltas por las enseñanzas de Jesús que los grupos eran cualquier cosa menos grupos
familiarizados al completo con aquellas enseñanzas? Cuando se observan desde tales ángulos, los argumentos de Eddy y Boyd —y de los expertos a los que ellos apelan— simplemente
se vienen abajo. Ellos también ignoran la adicional consideración de que la cita de Jesús
mismo añadiría un elemento emocional y persuasivo a lo que se está diciendo (precisamente
a causa de su familiaridad), justo lo que se ha hecho desde que los Evangelios se diseminaron y la «tradición de Jesús» en ellos llegó a hacerse familiar a los creyentes cristianos.
El «Silencio» en Hechos
Eddy y Boyd no son los primeros que señalan a Hechos como un ejemplo de escritura cristiana que no depende de las enseñanzas de Jesús en cuanto a ciertos temas se refiere, incluso cuando es innegable que el autor debería haber escuchado aquellas enseñanzas, especialmente si él también escribió el Evangelio de Lucas, este mismo un abundante repositorio
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
de tradiciones de Jesús. En relación con esta última consideración, no es de ningún modo
seguro que los dos documentos sean del mismo autor, como veremos; pero esto queda fuera
de esta cuestión, dado que si Hechos fue escrito bien entrado el siglo II por un escritor eclesiástico, como muchos ahora postulan, su autor habría estado familiarizado con Lucas —de
hecho, él habría llevado a cabo una determinada cantidad de redacción sobre este al mismo
tiempo— y es probable que estuviera familiarizado con otros Evangelios también. Pero el
problema con este argumento es que las circunstancias son por completo diferentes.
Pablo y otros escritores de epístolas estaban viviendo actualmente las cuestiones que debatían, lo que habría hecho del llamamiento a las enseñanzas de Jesús algo fácilmente aplicable. Hechos no lo hace. Antes bien, está relatando una supuesta historia. Esas cuestiones
ya no están activas; se presume que han sido zanjadas. La cuestión entonces se convierte en
por qué el autor no retrató aquellos temas como habiendo sido resueltos en el pasado mediante un llamamiento a las enseñanzas de Jesús. Es difícilmente relevante señalar la falta
de atractivo de aquellas enseñanzas al tiempo de la escritura de Hechos.
Existen dos cuestiones de este tipo en Hechos, quizás las dos más importantes en aquellos primeros días del movimiento cristiano. La primera es relatada en 10:9-16. Allí Pedro
recibe una visión de animales que se le ha ordenado matar y comer; cuando él objeta que no
puede comer lo que es profano e impuro, le dice una voz en la visión que nada que Dios ha
creado es profano. Ninguna enseñanza de Jesús a este efecto queda registrada como habiendo sido citada. En el capítulo 15, Hechos cuenta sobre la conferencia de los apóstoles y
ancianos en Jerusalén acerca de lo que los gentiles conversos estaban obligados a hacer con
respecto a la Ley de Moisés. Pablo argumenta que la onerosa carga de la Ley no debe ser
puesta sobre los hombros gentiles, y la asamblea, apelando a las escrituras, acepta una lista
de obligaciones mínimas menos estrictas. Ningún registro se ofrece de que hubiera alguna
mención a las opiniones de Jesús sobre la cuestión de la Ley, mucho menos sobre su muy
estricta especificación de que la Ley debía observarse en todos sus aspectos, como en Mateo
5:18.
Si el autor de Hechos está reflejando anteriores tradiciones o tomando de fuentes, entonces está relatando cómo tales cuestiones habían sido resueltas. De hecho, ya sabemos por
varias epístolas primitivas que semejantes disputas implicaban apelaciones a las escrituras y
a la revelación a través del Espíritu; aquellas eran las dos bases sobre las cuales temas clave
habían sido previamente debatidos, sin apelar para nada a Jesús mismo. El escritor de Hechos, relatando aquel recuerdo, parece no estar haciendo otra cosa que retratar la historia
como realmente fue. Si él no hubiera estado tomando de recuerdos preservados y de tradiciones sobre apelaciones a las escrituras y a la revelación, entonces él podría haber retratado
tales temas como habiendo sido resueltos de acuerdo a lo que puede haberse convertido en
la práctica de su propio tiempo (mitad del siglo II), a saber, una apelación a las enseñanzas
de Jesús expuestas en los Evangelios. Pero él no lo hace. De este modo, él parecería estar
confirmando que los primitivos tiempos no disponían de enseñanzas autorizadas de Jesús
para decidir esas disputas, lo cual es la conclusión que hemos estado sacando a partir del
gran vacío en los registros no evangélicos sobre la no apelación a semejantes enseñanzas.
La extensión de cualquier práctica de llamamiento al Jesús del Evangelio al tiempo de la
escritura de Hechos no puede determinarse, dado que son tan pocos los documentos que
acaso mencionan los Evangelios en absoluto. En la epístola 2 Clemente (realmente un sermón), que ha sido imprecisamente fechada hacia la mitad del siglo, existen muchas apelaciones a los dichos de Jesús (pero ningún elemento biográfico). Aun así, una fuente evangélica específica nunca se identifica, y la atribución es mixta. A veces es «las escrituras también dicen», como en la frase de «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (2 Clemente 2:4; cf. Marcos 2:17). En 2 Clemente 3:2 se apela a Cristo como diciendo, «Al que me
EARL DOHERTY
confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre» (cf. Mateo
10:32), pero entonces (3:5) Cristo «también dice» un versículo de Isaías, refiriendo el fenómeno que examinaremos sobre el hecho de que Cristo al hablar lo haga citando las escrituras. Unos pocos dichos se asemejan a los del Evangelio de Tomás, y al referirse (8:5) al
«Señor dice en el evangelio», el escritor puede estar utilizando como una de sus fuentes una
colección de dichos atribuidos a la figura de Jesús. Esa colección, sin embargo, no refleja
ninguna fuente canónica, pues el dicho «¿Qué merecimiento es el vuestro si amáis a los que
os aman?, pero sí es un merecimiento vuestro si amáis a quienes os aborrecen» (13:4; cf.
Lucas 6:32) es algo que «Dios dice». En 2 Clemente parece que vemos un cambio de un
Cristo espiritual hablando a través de la revelación a uno que «se hizo carne» (9:5) y habló
en la tierra.
Por tanto, hemos concluido que Pablo (junto con otros escritores primitivos de epístolas)
no siente a Jesús como un reciente maestro de ética. Antes bien, Cristo es una presencia divina en las comunidades cristianas, confiriendo la revelación y la dirección, un canal hacia
Dios y hacia el conocimiento de verdades espirituales. Cristo ha tomado su residencia en los
creyentes cristianos mismos. Es la voz de este Hijo espiritual la que los cristianos escuchan,
no las transmitidas palabras de un fallecido rabino. Como veremos, sus propias palabras
pueden leerse en las escrituras, la forma que Dios tiene de revelar nuevas verdades a la humanidad.
Todo esto es el mundo de Pablo. Dios y el Cristo celestial han estado trabajando a través
del Espíritu Santo sobre hombres como él mismo, y sobre creyentes que responden a ellos
por la fe. El siguiente capítulo estudiará cómo Pablo y otros escritores describen esta acción
del Espíritu, y cómo ellos han aprendido sobre el Hijo.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
CAPÍTULO 3
UNA SED POR LO IRRACIONAL
En el 334 AEC, cuando Alejandro Magno lideraba su ejército de macedonios desde Grecia
hacia Asia, se encontró con el antiguo imperio de los persas y a un incluso más antiguo mundo oriental con profundas raíces sociales y religiosas. Diez años después, cuando alcanzó Babilonia tras un camino de conquistas que se extendió tan lejos como la India, el imperio persa estaba en ruinas y ese mundo antiguo estaba ya siendo inundado por los griegos: colonias
griegas, ideas griegas, cultura griega. La nueva clase dominante formó una capa que nunca
se integró completamente con las poblaciones indígenas, pero la mezcla inevitablemente
produjo una nueva cultura. Predominantemente griego, empapado de la aún vital vieja sangre, el mundo del Mediterráneo oriental se embarcó en la época helenística. Su espíritu duró
incluso hasta la era de la imperial Roma, cuya propia cultura continuó tomando prestado
considerablemente del oriente griego.
La visión grandiosa de Alejandro de un mundo unificado para Oriente y Occidente fracasó, pues a la edad de 33 años en el 323, debilitado por las heridas y el agotamiento, murió de
fiebre en Babilonia tras una bacanal. Sus generales lucharon por los expolios y el desordenado imperio de corta vida se disolvió. Las regiones más al este casi inmediatamente se perdieron, pero el resto se solidificó en tres y eventualmente en cuatro reinos. La guerra entre
ellos fue constante; zonas frecuentemente cambiaban de manos entre un reino y otro. Las
viejas cohesiones sociales se desmoronaron ante la nueva e inestable situación política. La
forma templo-estado del nacionalismo oriental dio paso a una modelada en la ciudad-estado
griega, pero sin su anterior democracia universal (de hombres). Un vasto número de gente
se sintió perdida y privada de su ciudadanía. Muchos habían sido desplazados, y no había
nada a lo que regresar que resultara familiar. Ese mundo antiguo era ahora, de forma desconcertante, multicultural. El individuo estaba solo.
Transcendiendo el Mundo
Anteriormente, la religión había estado unida al Estado, como una expresión de los intereses del Estado. La gente tomaba parte en ella como miembros de un conjunto más grande.
Pero en la época helenística, el enfoque de la religión cambió a uno de preocupaciones personales. Con el mundo a su alrededor aún inestable y fragmentado, la gente sintió una gran
sed por comprender ese mundo y cómo hacerle frente. Pero incluso más aún, por cómo poder transcenderlo.
En vez de emprender la filosofía por amor a la pura verdad y para promover la salud del
Estado, como Platón y Aristóteles se habían entregado a ella en gran parte, los movimientos
filosóficos estaban ahora diseñados para ayudar a los individuos a encontrar su lugar en un
problemático mundo y para darles tranquilidad de espíritu. Los más importantes fueron los
estoicos, epicúreos y platónicos. Estos y otros sistemas tenían como central interés la naturaleza de la Deidad y cómo debía uno relacionarse con ella (o ignorarla), junto con la cuestión del comportamiento apropiado y beneficioso. Solo en el estoicismo hubo un significativo enfoque por tomar parte de forma activa en la vida pública; en cuanto al resto, el princi-
EARL DOHERTY
pal objetivo era alcanzar la libertad y la autosuficiencia del mundo.
Tales doctrinas eran predicadas por filósofos ambulantes. Eran un tipo de «clero popular», que ofrecía tranquilidad espiritual —aunque normalmente exigían sus honorarios—.
Algunos tuvieron una inmensa influencia sobre un amplio público, como fue el caso del filósofo estoico Epicteto, quien enseñó que el universo estaba gobernado por una Providencia
benevolente y sabia, y que todos los hombres son hermanos (en el sexista lenguaje de la época).
Pero el consejo filosófico no era la única cosa a la que la gente tenía acceso. Dioses sanadores, astrólogos, magos con sus pociones y hechizos, ayudaban a enfrentarse con las fuerzas maléficas del mundo, y no solo las humanas. La convicción de que espíritus invisibles y
las fuerzas del hado también estaban trabajando contra ellos se añadía a la angustia de la
gente. Los demonios se pensaba que llenaban la misma atmósfera de la tierra y se pensaba
que causaban la mayoría de las desgracias, desde los accidentes personales a la enfermedad
y los desastres naturales. Incluso tentaban al creyente a que abandonara su fe.
Como los dioses salvadores de los cultos mistéricos, el Cristo Jesús ofrecía la liberación
de estas fuerzas maléficas, pues el sacrificado dios de los cristianos se decía que había sometido todos los poderes sobrenaturales del universo a su control.
Algunos de los nuevos sistemas filosóficos griegos no querían tener nada que ver con tales supersticiones. El estoicismo y el epicureísmo comenzaron como esencialmente filosofías
racionalistas. Aspiraban a vivir la vida de acuerdo con la Naturaleza o algún principio racional mediante el cual el mundo observable pudiera ser entendido o al menos sobrellevado.
Opiniones sobre la Deidad se incluyeron en esta perspectiva «natural». Pero durante el primer siglo AEC un fundamental cambio tuvo lugar, y coincidió con el resurgimiento del platonismo que había estado, hasta cierto punto, eclipsado durante un par de siglos. En esta
nueva perspectiva, dice John Dillon (The Middle Platonists, p. 192), «el supremo objetivo de
la vida humana es la Semejanza con Dios, no la Conformidad con la Naturaleza». El platonismo medio, que pronto llegó a dominar el pensamiento filosófico de la época del cristianismo primitivo, fue fundamentalmente religioso e incluso místico. A. J. Festugière (Personal Religion Among the Greeks, p. 51) lo describe como personificando un deseo de escapar: «¡Ay! Dejar esta tierra, volar al cielo, ser como los Dioses y compartir su dicha».
Este fue el gran deseo religioso de la época: el someterse a la transformación, el transportarse uno mismo a un nuevo mundo, una vida inmortal, la unión con lo divino en un universo metamorfoseado. La nueva palabra de moda era «salvación». Los caminos para alcanzarla se convirtieron en la preocupación central de una proliferación de escuelas y cultos, tanto
helenísticos como judíos.
Superiores e Inferiores Mundos
Es en gran medida a Platón (quien absorbió las anteriores ideas de la religión mistérica conocida como orfismo) y a la corriente del posterior pensamiento «platónico» que él puso en
movimiento, a quien le debemos este sentido de alienación del mundo y la necesidad de ir
más allá de él. En el platonismo, hay una clara separación entre el mundo superior de realidades espirituales últimas (encima de la tierra), donde las cosas eran perfectas e inmutables, y el mundo terrenal de la materia y los sentidos del cual los humanos eran una parte.
Como un imperfecto reflejo del superior, compuesto de cosas que estaban cambiando y eran
perecederas, este mundo inferior era decididamente «inferior». Los seres humanos poseían
una parte de la superior realidad en aquella parte de ellos mismos llamada el «alma». Había
existido antes del nacimiento y había sido una parte del mundo espiritual. Ahora estaba
atrapada en cuerpos de materia, pero finalmente alcanzaría la liberación y se reuniría con lo
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
divino. El alma era inmortal. A través del alma, el ser humano estaba destinado a unirse a
una vida más grande.
De esta manera, las ideas cristianas podían mostrar un respetable linaje para su división
entre el alma y el cuerpo, entre el mundo inferior y el superior, entre este mundo y el otro
futuro —ninguna parte de lo cual tenía su base en ninguna prueba observable—. Para el
tiempo en que llegamos a Pablo, el racionalismo griego como es representado en los estoicos
está siendo abiertamente criticado. Es «la sabiduría del mundo» la que Dios ha revelado (a
través de apóstoles como Pablo) ser una tontería.
Ni era la razón humana ya el camino para alcanzar la nueva sabiduría. Esto también era
una estupidez e incluso sensible a la influencia maléfica. La necesidad de salvación no podía
estar basada en algo tan mundano como el poder de la mente humana para razonar. En un
sentido, la gente buscaba la salvación de las limitaciones y las debilidades del ser humano,
de vivir en un mundo demasiado humano. Los medios para esa salvación deben por tanto
residir fuera de ellos mismos, tenían que ser parte de algo de la cosa a la que aspiraban. El
conocimiento de la salvación y las formas de lograrla solo podían venir de Dios, a través de
la fe en que él estaba ofreciendo estas cosas.
La gente llegó a convencerse de que estaban recibiendo una revelación directa de la Deidad, a través de visiones y ascensiones al Cielo en sueños, a través del inspirado conocimiento de las cosas divinas, a través de llamadas personales a predicar. Dios estaba actuando en
el mundo, y uno solo necesita sintonizar con él. La certeza de que no podía venir de la razón
humana sino a través de la fe.
El cristianismo y otras sectas apocalípticas judías, además de las actividades de proselitismo del pensamiento mayoritario judío, numerosos cultos de salvación paganos, todos tenían a sus apóstoles vagabundeando por los caminos del imperio, ofreciendo señales de redención y de la futura exaltación para el individuo creyente. Hacia las décadas de mitad del
primer siglo, el mundo helenístico, en frase de John Dillon (op. cit., p. 396), tenía «una
desordenada masa de sectas y cultos de salvación», operando en un medio cultural más amplio de escuelas éticas y filosóficas solo un poco menos emocionalmente conducidas. El que
entra en ese escenario es el primer testigo del movimiento cristiano, uno que nos dejó con
los primeros registros existentes sobre la creencia en un nuevo Salvador y sistema de salvación: el ambulante apóstol Pablo.
El Espíritu de Dios
Cuando Pablo entra en esa escena, ¿de dónde viene? ¿Ha sido inspirado por la carrera del
hombre al que él supuestamente predica? ¿Se ve él mismo como continuando la labor de Jesús? ¿Es parte de un movimiento que ubica sus doctrinas y autoridad de origen hasta el Hijo
de Dios en la tierra?
No hay ningún rastro de semejante cosa, ni en Pablo ni en ningún otro escritor de epístolas. En su lugar, Pablo es impulsado por la inspiración, y esa inspiración viene a través del
Espíritu de Dios. Él nos dice esto una y otra vez:
Todo es cosa de Dios. Dios nos puso su marca […] al enviar el Espíritu a habitar en
nuestros corazones (2 Corintios 1:21-22, NEB).
Hablamos de estos dones de Dios en palabras que encontramos para nosotros no por
nuestra sabiduría humana sino por el Espíritu (1 Corintios 2:13, NEB).
¿Se originó la palabra de Dios con vosotros? ¿Sois vosotros la única gente a la que llegó? Si alguien afirma estar inspirado o ser un profeta, déjesele reconocer que lo que
escribo tiene la autoridad de Dios (1 Corintios 14:36-37, NEB).
EARL DOHERTY
En otros lugares, los mismos sentimientos se pueden ver. El escritor de 1 Pedro 1:12 le dice a sus lectores: «Los predicadores os trajeron el evangelio con el poder del Espíritu Santo
enviado del cielo». Este es un movimiento predicador comenzado e inspirado por Dios, por
la revelación a través del Espíritu. No hay ni una palabra perdida sobre ningún papel para
un Jesús humano, sobre un comienzo en la trayectoria de un reciente hombre histórico.
2 Corintios 5:5 debe asombrarnos: «Dios nos ha formado para la vida inmortal, y como
una garantía de esto él ha enviado al Espíritu». ¿Cómo puede Pablo no haber dicho que para
darnos la vida eterna, Dios ha enviado a Jesús? Dios, a través de la vía del Espíritu, es el único agente en todo lo que se ha revelado, la única fuente. Es él quien ha ofrecido la gracia, suyos son los dones. Romanos 1:2 habla del «evangelio de Dios», 3:24 de «los actos de redención de Dios». Es Dios «quien comenzó la buena labor», como se declara en Filipenses 1:6.
Hebreos 13:7 se refiere a los apóstoles «que primero os comunicaron la palabra de Dios».
Muchos otros escritores ignoran la centralidad del papel y las acciones de Jesús. Tan tarde como 1 Timoteo, el escritor habla (1:11) del «evangelio que cuenta sobre la gloria de Dios
a quien es bendito». Silencios como estos resuenan todo a lo largo de la correspondencia del
cristianismo primitivo, con un impacto acumulativo que no se puede ignorar.
Revelando el Secreto del Hijo de Dios
¿Qué es lo que el Espíritu de Dios, a través de la revelación, ha impartido a hombres como
Pablo? Al referirse a su experiencia de conversión, Pablo cuenta en Gálatas:
Dios escogió revelar su Hijo en mí [a mí y a través mía: NEB], para que yo pudiera
predicarle entre los gentiles (1:16).
Pablo está predicando que él es el médium de la revelación de Dios; es a través de él que
el mundo está aprendiendo sobre el Hijo, el nuevamente descubierto medio de salvación para judíos y gentiles por igual. (Por supuesto, hubo otros además de Pablo que estaban predicando esa revelación, pero Pablo sitúa el enfoque sobre sí mismo siempre que puede, y él
bien podría haber sido el apóstol líder de su época).
La pieza central de la revelación de Dios es Cristo mismo: la existencia del Hijo y el papel
que él ha jugado en el plan de salvación de Dios. Tales cosas no se basan en los registros históricos, o en la interpretación de un hombre reciente. Estas son parte del misterio divino, un
secreto escondido con Dios que ahora ha sido revelado.
Al defender la doctrina cristiana en los primeros capítulos de 1 Corintios, Pablo dice:
«Hablamos de la secreta sabiduría de Dios, una sabiduría que ha sido escondida y que Dios
diseñó para nuestra gloria antes de que el tiempo comenzara». ¿Cuándo y cómo fue ese secreto revelado? En Romanos 16:25-6, Pablo (o un editor posterior) proclama su evangelio
[…] sobre Jesús Cristo, de acuerdo con la revelación del misterio guardado en silencio
durante largo tiempo pero ahora revelado, y dado a conocer a través de los escritos
proféticos según los mandatos de Dios... (mi traducción).
El secreto de Dios ha sido ignorado a lo largo de las largas edades de la historia. Ha sido
descubierto por primera vez a través del evangelio de aquellos como Pablo, cuya fuente está
en las escrituras. En Colosenses 2:2, Pseudo-Pablo dice sobre los habitantes de Laodicea que
están aprendiendo «el misterio de Dios, a saber, Cristo, en quien están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y el conocimiento».
Antes en esa carta (1:26), el escritor declara que el misterio «guardado en secreto durante
los siglos y las generaciones está ahora al descubierto […] que Cristo está en vosotros, la esperanza de vuestra gloria». Un pasaje en Efesios (3:5) contiene todos los elementos del nue-
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
vo drama: «El misterio sobre Cristo [con sus mismos efectos para los gentiles] que en anteriores generaciones no fue dado a conocer a la raza humana, ahora se ha revelado a devotos apóstoles y profetas a través del Espíritu».
Ningún espacio se ha dejado en ninguno de estos pasajes para la vida y obra de Jesús durante el proceso de la revelación. Todo es enviado desde el Espíritu a «devotos» apóstoles
como Pablo, un secreto revelado después de haber sido escondido a lo largo de la historia
con Dios en el cielo. En los dos últimos pasajes de Colosenses y Efesios acabados de citar, el
«secreto» de Cristo incluye un elemento más reducido (Cristo en ti, los gentiles como copartícipes de la promesa), y hay algunos que han argumentado que Jesús mismo puede que no
haya sido considerado como habiendo enseñado estos puntos en particular. Pero ¿es que escritor tras escritor va a hablar de todo lo que tiene que ver con la revelación de los secretos
de Dios que rodean a Cristo y nunca expresar el pensamiento de que el Hijo en la tierra fue
el primero y el principal revelador de semejantes cosas? Un Cristo interior y una salvación
libre de la Ley para los gentiles son ciertamente enfoques de Pablo, probablemente hasta un
punto no visto en ningún otro apóstol de su época, pero estos son un desarrollo a partir del
fundamental secreto de Cristo el Hijo que él y otros han extraído de las escrituras. Ellos son
parte subordinada del mensaje completo que Pablo está comunicando.
Véase en Tito 1:3, hablando como Pablo:
Sí, es la vida eterna lo que Dios, que no puede mentir, prometió hace muchos siglos, y
ahora a su debido tiempo ha declarado abiertamente él mismo en la proclamación que
me fue confiada a mí por orden de Dios nuestro Salvador (NEB).
No hay ninguna grieta en esta fachada donde Jesús pudiera poner un pie. En el pasado
residen las promesas de Dios sobre la vida eterna, y la primera acción sobre esas promesas
es la presente revelación por Dios a apóstoles como Pablo que han salido a entregar el mensaje. La propia proclamación de Jesús de la vida eterna, o cualquier cosa que hubiera proclamado, se había evaporado con el viento. Aquí tenemos un importante ejemplo de la misma
exclusión de un Jesús humano e histórico.
El Lenguaje de la Revelación
Cristo ha sido revelado a la presente época. Los verbos utilizados para describir este evento
expresan el lenguaje del descubrimiento, de la revelación. Nadie dice que Cristo «vino a la
tierra» o «vivió una vida». Los traductores a veces ofrecen el sentido de la encarnación al
leer en estas palabras la idea del Evangelio sobre la vida de Jesús en la tierra, pero tales sentidos son innecesarios. La NEB da una aceptable traducción de 1 Pedro 1:20:
Él (Cristo) estaba predestinado antes de la fundación del mundo, y en este último periodo de tiempo él se hizo manifiesto [o, fue revelado] por vuestra causa.
El manifestar o revelar es el significado predominante del verbo griego «phaneroō». Significa «traer a la luz, desplegar, hacer conocido», hacer evidente para los sentidos o a la percepción mental cosas previamente escondidas o desconocidas. En un contexto religioso se
refiere a un dios (o Dios) que ofrece pruebas de su presencia, u ofrece conocimiento sobre sí
mismo (véase 2 Corintios 2:14) como en una experiencia religiosa. Ocasionalmente se referirá a una aparición dramática, como una manifestación posterior a una resurrección (en
el final interpolado al Evangelio de Marcos, 16:12) o a su advenimiento al Fin de los tiempos
(Colosenses 3:4; 1 Pedro 5:4). Sería difícil hacer que este verbo abarcara la idea de la encarnación y el vivir una vida.
Esta imagen en pasajes como el de 1 Pedro es una imagen de que Dios está revelando a
EARL DOHERTY
Cristo al mundo en estos últimos tiempos. Esto también encaja con todo lo que Pablo viene
a decir sobre el tema, aunque Pablo prefiere apokaluptō («descubrir, revelar», como en el
caso de «apocalíptico»). Este verbo tampoco puede fácilmente aplicarse a la encarnación.
En Romanos 3:21, Pablo habla de la justicia de Dios como siendo «traída a la luz», utilizando phaneroō. Él continúa diciendo que Dios ha «presentado» o «expuesto» a Cristo y su
acto expiatorio (3:25), utilizando el verbo protithēmi. Finalmente, las epístolas Pastorales
utilizan la palabra epiphaneia, «apariencia», que en la literatura helenística se refiere a la
manifestación de la presencia de un dios, sin ningún sentido de encarnación.
Que un completo grupo de escritores cristianos utilizara de forma consistente este tipo de
lenguaje para hablar de la encarnación de Cristo en el momento presente, sin ninguna referencia más explícita a una vida en la tierra, es curioso en el menor de los casos. Los dos pasajes en las epístolas que parecen constituir una directa referencia a características humanas de Cristo (Romanos 1:3 y Gálatas 4:4) serán considerados en detalle más tarde.
Pero Pablo, inspirado por la revelación de Dios, ha descubierto algo más que la existencia
del Hijo. Él y el círculo en el que se mueve han aprendido, como parte del nuevamente descubierto secreto de Dios, que este Hijo ha soportado un sacrificio —en el superior reino espiritual— y que determinados beneficios están ahora disponibles para el creyente. Dios, a través del acto sacrificial de Jesús, realizado en un tiempo y lugar sin especificar, ha guardado
los medios de redención en una cuenta de banco celestial, por así decir, y esa cuenta está
ahora abierta para que se saque dinero. Tales fondos de ahorro están disponibles a través de
la fe y el rito del bautismo. La naturaleza del sacrificio de Jesús y la resurrección de entre los
muertos que le siguió serán determinadas en la Parte Cuatro, junto con el mítico reino en
donde todo tuvo lugar.
Pero ahora regresemos al cuadro del movimiento apostólico que estuvo predicando estas
cosas.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
CAPÍTULO 4
APÓSTOLES Y MINISTERIOS
Si Jesús hubiera llevado a cabo un ministerio de reciente memoria, en el tiempo de la vida
de Pablo, el recuerdo de ese ministerio sin duda habría presidido en la consciencia cristiana.
En el rudo y revuelto mundo del proselitismo religioso, el apelar a las propias palabras y
acciones de Jesús, la necesidad de afirmar una descendencia directa hasta el mismo Jesús
para conferir autoridad y confianza a cada apóstol al predicar el Cristo, habría sido una inevitable e indispensable señal del primitivo movimiento misionero. Habría habido también
una apelación a los apóstoles que habían sido escogidos por Jesús y escuchado las palabras
que él dijo. Si demasiado tiempo hubiera pasado, esa apelación habría sido hecha a aquellos
a quienes tales seguidores habían elegido e impartido la doctrina apropiada por su parte.
Conforme el cristianismo se acercaba al segundo siglo de su existencia, estas ideas comenzaron a aparecer en el amplio registro escrito y son conocidas como la «tradición apostólica».
Pescadores de Hombres
Aun así, el hecho sorprendente es que tal cuadro falta por completo en todas las pruebas no
canónicas de los casi primeros cien años. Esas pruebas contienen un vacío sobre el mismísimo concepto de los seguidores de un terrenal Jesús.
Si un terrenal Jesús hubiera escogido seguidores personales —llamados en los Evangelios
y Hechos «discípulos»— uno no lo sabría de Pablo o de cualquier otro escritor primitivo. La
palabra «discípulo(s)» nunca aparece en los documentos del Nuevo Testamento fuera de los
Evangelios y Hechos, incluso cuando muchos de estos supuestos seguidores aún estarían vivos para el tiempo de Pablo, rebosando de memorias e historias de sus experiencias con el
Maestro mismo. Sobre tales cosas las epístolas guardan silencio.
En contraste, la palabra «apóstol» significa «mensajero», y las epístolas están saturadas
de esa idea. Se refiere a aquellos que son «mandados» a entregar un mensaje predicador,
normalmente por Dios. Esta era una época cuando muchos creían que estaban siendo llamados por una deidad u otra a salir al mundo y ofrecer un mensaje de salvación. En los Evangelios, el término se refiere a aquellos escogidos y enviados por Jesús, y llegó a ser estrechamente aplicado a un grupo conocido como los Doce, aunque estos podían ser también llamados, al servir junto a Jesús durante su ministerio, como los «doce discípulos». Estrictamente hablando, cuando estos «discípulos» salieron a predicar, tanto durante como después
de la vida de Jesús, ellos se convirtieron en «apóstoles». (Véase Mateo 10:1-2).
Con todo ello, Pablo no nos da ningún indicio de que esta selección de discípulos y apóstoles por Jesús fuera un factor en el mundo en el que él se movía. En 1 Corintios 12:28, dice
que en la iglesia, Dios ha nombrado apóstoles, profetas y maestros. En Gálatas 1 y 2, él llama
al grupo de Jerusalén «aquellos que fueron apóstoles antes de mí», sin sugerir que hubiera
ninguna diferencia en la cualidad de sus respectivos apostolados. En 2:8 él declara que Dios
ha hecho a Pedro un apóstol para los judíos justo como él ha hecho a Pablo un apóstol para
los gentiles¹⁶. (Cada apóstol se consideraba a sí mismo como «llamado», y cualquiera que
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hubiera sido un seguidor de Jesús no podría haber evitado considerarse como siendo llamado por él).
Pero la disputa más importante con la que Pablo tiene que tratar es la amenaza sobre su
propia legitimidad. Como las cartas de Gálatas y Corintios muestran, Pablo y su evangelio
estaban siendo impugnados por otros. Su competencia, su fiabilidad están siendo denigradas por rivales. ¿Y cuál es el estándar de legitimidad para Pablo? En 1 Corintios 9:1 él pregunta quejosamente, «¿No soy yo un apóstol? ¿No vi yo a Jesús nuestro Señor?». La afirmación de Pablo de que él también ha «visto al Señor» implica que su tipo de visión —que nadie disputaría fue enteramente visionaria— es del mismo tipo que la de los apóstoles con los
que él se está comparando. Si no fuera así, su apelación a su propia visión de que el Señor le
ha situado a él mismo legítimamente dentro de sus filas carecería de base. Pero esos otros
apóstoles incluyen a Pedro y el grupo de Jerusalén. Por tanto, la conclusión debe ser que estos hombres también conocían al Señor solo por este tipo de «visión», a saber, la visionaria.
En una defensa muy emocional de su apostolado, Pablo se compara a sí mismo con unos rivales sin nombre que están compitiendo por los afectos de los Corintios:
¿Alguien está convencido, en verdad, de que pertenece a Cristo? Que lo piense de nuevo, y reflexione que nosotros pertenecemos a Cristo tanto como él (2 Corintios 10:7,
NEB).
El tema de una conexión con un Jesús terrenal no se ve por ninguna parte. Ni tampoco
sale a la superficie en argumentos como el siguiente:
Yo soy tan capaz como esos superapóstoles, incluso si soy un don nadie. Las marcas
del verdadero apóstol estaban allí, en la labor que hice entre vosotros, la cual demandó una constante paciencia, y fue sostenida por señales, maravillas y milagros (2 Corintios 12:11-12, NEB).
«¿Son ellos sirvientes de Cristo?», pregunta Pablo en 11:23. También lo es él, declara, y
continúa con una lista de los sufrimientos y reveses que ha soportado en servicio del evangelio. Pablo apela solamente a la fortaleza y fiabilidad de sus propias revelaciones. Él ha estado en contacto directo con el cielo. Él es un apóstol que debe su evangelio directamente a
Dios, dice¹⁷, no a algún otro hombre que le enseñó los resultados de sus propias revelaciones (Gálatas 1:11-12).
El cuadro que obtenemos de Pablo es el de un movimiento desorganizado y descoordinado de apóstoles ambulantes que viajan predicando un Hijo divino. Los rivales se acusan
unos a otros de no estar llevando la doctrina apropiada, de no estar cualificados, pero ninguno apela a Jesús como autoridad, nadie traza el origen de nada, mucho menos la legitimidad, a través de los canales que llegan hasta él. Este es un terreno de juego nivelado. ¿De
dónde ha venido esa «doctrina apropiada»? En 2 Corintios 11:4, Pablo se defiende contra los
apóstoles que han hecho molestas incursiones en su congregación en Corinto:
Si alguien viene y proclama a otro Jesús, no al Jesús a quien nosotros proclamamos, o
si vosotros recibís un espíritu diferente del Espíritu que ya se os ha dado, o un evangelio diferente del evangelio que vosotros ya habéis aceptado, sois capaces de aceptarlo (NEB).
La enseñanza de estos rivales, así como la suya, no se deriva de un Jesús humano. Es el
producto de una percibida revelación. Viene a través del «Espíritu» que todos afirman haber
recibido de Dios. El espíritu afirmado por sus rivales dice Pablo que es diferente e inferior al
suyo, tanto es así que él los condena como «falsos apóstoles, retorcidos en sus prácticas, enmascarándose como apóstoles de Cristo […] (quienes) hallarán el fin que sus actos mere-
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
cen» (11:13-15).
Semejante lenguaje nos debería indicar que estos apóstoles no son un grupo alrededor de
Pedro y Jacobo (algunos especialistas, como C. K. Barrett, reconocen esto), pues Pablo jamás podría haber hablado de ellos con semejante desprecio y absoluto rechazo. En otros lugares, su trato con Pedro y los otros es normalmente cortés, aunque a veces incómodo (él expresa exasperación hacia ellos en Gálatas 2:6), y a lo largo de su carrera él se dedica a emprender una recaudación financiera de las comunidades gentiles en representación de la
Iglesia en Jerusalén.
De sus rivales en Corinto, Pablo se ve forzado a permitir, a regañadientes, que son, según
algún estándar objetivo que los corintios aceptan, «sirvientes de Cristo». Ni parecen tener
estos ninguna conexión con los apóstoles de Jerusalén. Todo esto confirma un cuadro del
cristianismo primitivo como un movimiento variado y amorfo de grupos e individuos, inspirados por la revelación, que no debían ninguna lealtad a una autoridad central, careciendo
de un punto unificado de origen o conjunto de doctrinas. Cada apóstol proclamaba su propia
versión del Cristo espiritual a cualquiera que escuchase ¹⁸.
«Los Doce»
Pablo aplica el término «apóstol» a un amplio conjunto de misioneros cristianos, desde él
mismo y Bernabé y un surtido grupo de otros colegas, hasta rivales que él condena con virulencia. Como se comentó antes, es solo con los Evangelios, escritos medio siglo o más tarde
tras la supuesta muerte de Jesús, que encontramos el término circunscrito a un selecto grupo de hombres personalmente escogidos por Jesús. Algunos especialistas, como Rudolf
Bultmann (Theology of the New Testament I, p. 37), han rechazado tajantemente la historicidad de los Doce como un círculo interno que acompañara a Jesús en su ministerio.
¿Ofrece alguna prueba Pablo sobre los «doce» apóstoles tal y como los Evangelios los
presentan? El término aparece una vez, cuando él hace una lista de aquellos que han tenido
visiones del Cristo:
[…] él fue visto por Cefás, y luego por los Doce […] luego fue visto por Jacobo y luego
por todos los apóstoles (1 Corintios 15:5-7).
A partir de esto, uno puede llegar a concluir que Pedro (Cefás) no es un miembro de los
Doce y que el grupo conocido como «los apóstoles» es más grande que los Doce y puede no
incluirlos. Lo que este cuerpo realmente constituía en el tiempo de Pablo no está claro. La
descripción de Pablo en Gálatas (1:18-19) de su primera visita a Jerusalén tras su conversión
no hace ninguna mención a ellos como grupo, y los únicos nombres de apóstoles de Jerusalén que él menciona alguna vez en sus cartas son Pedro, Juan y Jacobo, el último siendo la
cabeza de la Iglesia de Jerusalén, no el Jacobo de los doce (hijo de Zebedeo) en la tradición
del Evangelio¹⁹.
Tradición Apostólica
Cuando finalmente se desarrolló en el siglo II, el concepto de tradición apostólica cumplió
con importantes necesidades para el creciente movimiento cristiano. Después de que el Jesús de Nazaret del Evangelio fuera considerado una figura histórica, las congregaciones cristianas sintieron la necesidad de un canal de regreso hasta él, una garantía de que las doctrinas en las que creían eran correctas y habían sido instauradas por Jesús mismo. El punto
de contacto al otro extremo de ese canal llegó a ser un grupo selecto de seguidores que Jesús
había llamado a ser testigos de sus enseñanzas, muerte y resurrección. Algunos estaban ba-
EARL DOHERTY
sados en legendarios apóstoles del periodo primitivo. Un conducto fiable de aquellos originales testigos hubo de crearse, una supuestamente ininterrumpida cadena de enseñanza y
autoridad que se extendía desde los primeros apóstoles a la posterior Iglesia. Cada grupo
cristiano, ortodoxo o herético, eventualmente tuvo su propia cadena que descendía hasta
uno de aquellos originales apóstoles, considerados como los fundadores de su propia comunidad y que servían como garantía de su corrección doctrinal.
Que esta tradición apostólica faltase antes puede verse en numerosos documentos. El capítulo 11 de la Didaché contiene instrucciones a la comunidad sobre cómo juzgar la legitimidad de los apóstoles ambulantes, tanto sobre su enseñanza como sobre sus carismáticas
actividades. A pesar de eso, ninguna parte de esta regla se basa en el principio de la tradición apostólica; no existe la cuestión de derivar la autoridad o lo correcto hasta Jesús o al
menos hasta los primeros apóstoles. En Hebreos 13:7, el autor dice a sus lectores: «Acuérdense de sus líderes, aquellos que primero os anunciaron el mensaje de Dios». No solo no
están esos líderes localizados en una línea que deriva hasta unos primeros apóstoles, tampoco el mensaje es de Jesús, sino de Dios a través de la revelación. Aun así, el verdaderamente
llamativo silencio se encuentra en 1 Juan 4:1:
No crean en cualquier espíritu [i.e., declaración profética], amigos míos; pongan a
prueba a los espíritus, para ver si vienen de Dios, pues entre aquellos que han ido por
el mundo hay muchos profetas falsamente inspirados (NEB).
¿Cuál es la prueba que determina si un apóstol cristiano está hablando la verdad? Esta
epístola fue escrita probablemente en la última década del siglo I. Uno pensaría que para
este tiempo semejantes cristianos poseerían un cuerpo de material considerado como procedente de Jesús mismo, transmitido a ellos durante décadas a través de un canal de apóstoles
y líderes autorizados. Pero semejante idea no se encuentra por ningún lado en las epístolas
de Juan. No hay siquiera el más básico concepto sobre una enseñanza transmitida de generación en generación, surgiendo de un pasado apostólico. En su lugar, como en Pablo, la
verdadera doctrina viene directamente a través de la revelación de Dios, inspirada por el
Espíritu Santo, aunque algunos «espíritus» son falsos y vienen del demonio. (Aquí estos son
denominados el «Anticristo», la primera aparición de este término en la literatura cristiana).
Pues Yo Recibí lo que Os he Transmitido
¿Se refiere Pablo a la tradición apostólica al recibir información sobre Jesús de otros? El
verbo griego «paralambanō» se utiliza en tres pasajes clave en sus cartas. Significa «recibir», «tomar el relevo» de algo transmitido a uno mismo, normalmente relacionado con una
información o instrucción. Sin embargo, era un verbo también utilizado en los misterios
griegos y en experiencias religiosas de forma general, para referirse a la recepción de una
revelación de un dios²⁰. Pablo mismo la aplica en ambos sentidos en un pasaje crucial en
Gálatas 1:11-12:
Pues ni lo recibí [i.e., el evangelio que Pablo predica] de (ningún) hombre, ni se me
enseñó, sino [se sobrentiende: lo recibí] a través de la revelación de Jesús Cristo
(NASB).
En esta sola frase, Pablo utiliza paralambanō en ambos sentidos: recibiendo algo de
otros hombres, y recibiendo algo por revelación. En el segundo pensamiento, el verbo se sobrentiende, pero no puede ser otra cosa que el verbo «recibí» utilizado previamente; el
verbo «enseñó» estaría en contradicción con la idea de la revelación.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
Aquí Pablo hace una declaración clara y apasionada de que el evangelio que él predica
sobre Cristo le ha venido a él a través de la revelación personal, no a través de canales humanos, no de otros apóstoles. Los detalles de ese evangelio no se mencionan aquí, pero ¿a qué
se está refiriendo? La interpretación normalmente esgrimida es la de asignar a este pasaje
un «evangelio» más limitado del que él bosqueja en 1 Corintios 15:3-4. ¿Pero es esto defendible?
En el capítulo con que comienza Gálatas, Pablo la emprende contra otros apóstoles, o
gente dentro de la comunidad gálata, que han llegado por detrás de Pablo y han llevado a
otros miembros a seguir un «evangelio diferente». Aquí él no clarifica cuál era la diferencia,
o qué aspecto de su mensaje estaba siendo impugnado, pero él lanza una maldición sobre
cualquiera, incluso si fuera un ángel del cielo, que predicara un evangelio en desacuerdo con
el suyo. Mientras esto parecería abarcar serias dimensiones sobre su enseñanza, si no sobre
su integridad, luego en la carta él deja claro que el tema central estaba relacionado con esta
ocasión (5:2-3; 6-12):
Yo os digo que si os dejáis circuncidar, Cristo no será de ningún valor para vosotros
[…] cualquier hombre que reciba la circuncisión está obligado a cumplir la ley al completo […] Son aquellos que quieren hacer una buena muestra en la carne, para así evitar ser perseguidos por la cruz de Cristo, los que están intentando obligaros a ser circundidados.
En el capítulo 1, por tanto, es muy posible que Pablo se haya encolerizado con aquellos
que están demandando la necesidad de la circuncisión sobre los varones de la comunidad
gálata, aunque tales «judaizantes», a los que se menciona en otros lugares de las epístolas,
eran normalmente conocidos por demandar la adopción (o el restablecimiento) de otras tradiciones judías también. Pero tras su inicial explosión (1:6-9), Pablo amplía el ámbito de su
argumento en un intento por justificar el valor de su evangelio en general y de su propia integridad al formularlo, dando a sus lectores algo sobre su histórico pasado, primero como
perseguidor de la fe y luego como un converso y apóstol. Él no está ganándose la simpatía de
nadie, dice, sino buscando solo la aprobación de Dios, al servir a Cristo.
De este modo, cuando él hace su declaración en 1:11-12 de que el evangelio que los gálatas le escucharon predicar no fue «recibido» de ningún hombre, ni le fue enseñado, sino
antes bien recibido a través de una revelación de (o por) Jesús Cristo, él no debe ya ser considerado como que está hablando solo del tema de la circuncisión. El «evangelio que me escuchasteis predicar» abarcaría mucho más que su política de que los gentiles están exentos
de ese aspecto de la Ley. Él está defendiendo el tema específico entre manos al defender la
integridad de su evangelio en su completitud, como uno que vino directamente del cielo y no
de otros hombres. Pablo difícilmente estaría diciendo que el evangelio que los gálatas le escucharon predicar sobre la libertad de no ser circuncidados es algo que recibió del cielo,
mientras el resto del contenido de su evangelio había sido de hecho recibido de unos hombres. Él no haría semejante genérica declaración si no intentase que se aplicase a la integridad de su mensaje predicador, el cual incluye su teología sobre la muerte y resurrección de
Cristo y su derivación de las escrituras. Sin considerar el específico debate que está teniendo
lugar en Galacia, Pablo está ahora defendiendo y publicitando la fuente de su evangelio en
su conjunto. Él está orgulloso de su revelación personal venida del cielo y lo dice bastante
claro²¹.
De hecho, nadie estaba probablemente impugnando a Pablo en el tema de la libertad
frente a la circuncisión y la Ley ni acusándole de no obtener su predicación sobre ese punto
de nadie más, especialmente de Pedro y Jacobo. Por tanto, no habría ninguna necesidad para Pablo de defenderse tan inamoviblemente sobre una acusación inexistente. Su declara-
EARL DOHERTY
ción claramente se aplica a su íntegro evangelio. En cuanto tal, Gálatas 1:11-12 debe determinar cómo leemos la declaración que él hace en 1 Corintios 15:3-4:
Pues os comunico […] lo que yo también recibí, que Cristo murió por nuestros pecados de acuerdo con las escrituras; y que él fue enterrado; y que él resucitó al tercer día,
de acuerdo con las escrituras (NASB).
Aquí tenemos una declaración del fundamental evangelio de Pablo sobre el Cristo. En
Gálatas 1:11-12 él ha declarado que no recibió su evangelio de ningún hombre, sino a través
de la revelación. A no ser que asumamos que él se está contradiciendo claramente a sí mismo, la lógica dicta que el «recibió» de Pablo en 1 Corintios 15:3 debe significar «recibió a
través de la revelación». ¿Y de dónde ha derivado Pablo su información sobre la muerte y resurrección de Cristo? Él nos lo dice por dos veces en 1 Corintios 15:3-4: «de acuerdo con las
escrituras» (kata tas graphas). Mientras los especialistas han tomado esto siempre como
que significa «en cumplimiento de las escrituras» —a pesar del hecho de que tal idea nunca
la discute Pablo— la preposición griega kata puede también referirse al significado detrás de
la frase «como aprendemos de las escrituras»²².
Puede objetarse que Pablo estaría haciendo una declaración falsa aquí al implicar (como
parece que hace en Gálatas 1:16 también) que fue él quien «descubrió» a Cristo y sus redentores actos en las escrituras, dado que otros habían sido apóstoles antes que él y estaban
presumiblemente (como él dice en 15:11) enseñando la misma cosa. Pero no podemos poner
demasiado énfasis en la fidelidad de Pablo sobre la meticulosa exactitud. Él está defendiendo su argumento frente a impugnaciones. Mientras él fue una parte del amplio movimiento
que imaginaba que Dios había revelado a su Hijo y su papel en la salvación, él se esfuerza
por enfocarse en sí mismo como la principal y superior expresión de ese movimiento y su interpretación de las escrituras —básicamente el que las había entendido correctamente—.
Hasta cierto punto, él puede haber estado justificado, habiendo conseguido una sofisticación
sobre la revelación de Dios que nadie más había logrado. La supervivencia de su nombre y
obra donde otros muchos apóstoles del Cristo acabaron en el olvido indicaría eso mismo.
Si Cristo muriendo por el pecado y resucitando de entre los muertos es un evangelio revelado, extraído de las escrituras, parecería que tanto la muerte como la resurrección son artículos de fe, no testimonios históricos. Pablo no es probable que declarase que conoce estas
cosas a través de la revelación si eran un conocimiento común sobre eventos históricos
transmitidos por tradición oral.
Se afirma algunas veces que «él fue enterrado» debe ser una pieza extraída de los datos
históricos, dado que él no habría encontrado ninguna indicación sobre tales cosas en las escrituras, ni podemos nosotros identificar ningún candidato para ello como podemos para las
otras dos piezas (Isaías 53 y Oseas 6:2); de hecho, él no comenta la fuente sobre ello. Pero
Pablo podría muy bien haberla incluido para sus propios fines. Aparte del hecho de que «entierro» es una relación razonable por postular entre la muerte y la resurrección tres días más
tarde (incluso en los mitos, como en el de Osiris), ello encajaría perfectamente con el cuadro
de Pablo sobre los efectos místicos del bautismo, como él lo hace constar en Romanos 6:
Por el bautismo somos enterrados con él, y estamos muertos, para que así, como Cristo resucitó de entre los muertos en el esplendor del Padre, también nosotros podamos
poner nuestros pies sobre el nuevo camino de la vida.
Como veremos, el proceso de salvación funcionaba a través de experiencias paralelas entre el dios salvador y el iniciado. Pablo podía pensar en un entierro de Cristo complementando a un entierro del creyente (ambos siendo una simbólica idea mística más que una literal), cada uno ocurriendo antes de ascender a una nueva vida.
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
Por tanto, tenemos toda la razón para interpretar el «recibido» de 1 Corintios 15:3 como
una recepción a través de la revelación y no por una transmisión de la tradición. Eddy y
Boyd (op. cit., p. 215) mantienen que «Pablo en ocasiones reconoce que estaba transmitiendo enseñanzas que había recibido de otros», pero los pasajes que ofrecen no logran sostener eso; de hecho, las traducciones al uso están esencialmente asumiendo eso. Podemos mirar unas pocas:
1 Corintios 11:2: «Os elogio por acordaros de mí en todo, y por conservar las enseñanzas [en una nota al pie: o, tradiciones (paradoseis)], tal como yo os las transmití»
(paredōka).
La palabra «paradosis» significa algo que es transferido, entregado. Pero mientras se usa
comúnmente como término técnico para una enseñanza o tradición que ha sido repetidamente transmitida a través de intermediarios (como en la tradición rabínica), no tiene por
qué implicar esto (véase la nota 20). Puede ser una enseñanza que es «transmitida» por su
fuente; no necesita haber tenido una fase previa de transmisión. En el versículo anteriormente citado, Pablo puede simplemente estar diciendo que los corintios se han adherido a
las enseñanzas que él previamente les entregó, algo que viene de él, con su fuente en algunos casos viniendo directamente del Señor. Este último significado queda claro en otro pasaje al que apelan Eddy y Boyd:
1 Tesalonicenses 4:2: «Pues sabéis qué instrucciones os dimos por la autoridad del Señor Jesús» [lit. a través del Señor Jesús].
Esto no está transmitido por la tradición, es la propia instrucción de Pablo recibida del
Señor y transmitida a los tesalonicenses por la autoridad del Señor. Ninguna fuente previa
está implicada aquí (a no ser que uno la infiera en el pasaje). En 2 Tesalonicenses 3:6, el
autor que escribe en nombre de Pablo ordena a sus lectores, «vivid de acuerdo con la enseñanza (paradosin) que recibisteis de nosotros», queriendo decir Pablo. A Greek-English
Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature (informalmente, «el
léxico de Bauer», que es la forma en que a partir de ahora será citado en este libro) señala
que esta «paradosis» se refiere a «la enseñanza de Pablo»; sin duda, el escritor no ofrece
ningún indicio de que perteneciera a nadie más.
Eddy y Boyd apelan, por supuesto, a 1 Corintios 15:3 también. Pero es una cuestión sencilla el que uno pruebe su argumento al inferirlo en el texto, mientras se ignora una comprensión alternativa y más directa que no lo haría. Ellos también han inferido frases simples
como «Acaso no sabéis que» con la implicación de que el público «sabe» esto por unas
transmitidas tradiciones de Jesús, antes que por impartidas enseñanzas propias de Pablo ²³.
Esta, de hecho, es la más simple comprensión de 1 Corintios 15:3:
Pues yo os transmití [paredōka, de la palabra paradidōmi, «dar, transmitir»] como
de la mayor importancia lo que yo mismo también recibí... [parelabon, de paralambanō, que aquí significa «recibí» por revelación].
Pablo está repitiendo (véase el versículo 1: «Quiero recordarles el evangelio que les prediqué») la enseñanza que él derivó de las escrituras que él les había dado previamente.
Recibiendo un Mito a través de la Revelación
Esto nos permite interpretrar el tercer pasaje importante en el cual Pablo utiliza el verbo
paralambanō. No se puede negar que esto es crucial para el argumento de la teoría del mito
de Jesús, y es esa tercera «aparente excepción» a la Ecuación Desaparecida mencionada en
EARL DOHERTY
el capítulo 1 la que parece ser la única escena evangélica en todas las cartas de Pablo. 1 Corintios 11:23-26 comienza:
Pues yo recibí [el verbo paralambanō] del Señor lo que os he transmitido a vosotros,
que el Señor Jesús, la noche que fue traicionado, tomó el pan, y cuando hubo dado
gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo, que os doy...» (mi traducción).
Dado que paralambanō ha significado en otro sitio «recibí a través de la revelación» y
puesto que Pablo habla generalmente de su doctrina como viniendo de este canal —y dado
que las palabras claramente dicen eso—, este pasaje debe significar que Pablo ha recibido
esta información a través de una revelación directa del Señor Jesús mismo.
Pero aquí también, si él quiere decir que esta información vino a él a través de la revelación, no es probable que se esté refiriendo a un evento histórico. A los ojos de los corintios,
sería absurdo que Pablo dijera que lo obtuvo del Señor si la Cena y las palabras habladas allí
fueron un incidente histórico bien conocido por los cristianos. La mayoría de los estudiosos,
sin embargo, aún insisten en ver esto como una tradición transmitida, al parecer por apóstoles como Pedro que estuvieron en el supuesto evento²⁴.
Eddy y Boyd (op. cit., p. 219-20) se esfuerzan particularmente por desacreditar la interpretación «por directa revelación». Ellos declaran que Pablo en ningún otro sitio afirma
adquirir la información sobre eventos históricos del pasado a través de la revelación. Primero de todo, nuestro análisis ha mostrado la fuerte posibilidad de que es precisamente lo que
él ha hecho en cuanto a los «eventos» de su evangelio en 1 Corintios 15:3-4; él los ha derivado de las escrituras. Además, la Epístola de Bernabé hace examente eso, como veremos en
el Capítulo 30. Pero mientras Bernabé habla de lo que fue revelado por las escrituras como
siendo «pasados eventos históricos», asumir lo mismo por parte de Pablo cuando él no afirma esto es suponer la cuestión; Pablo puede estar recibiendo un conocimiento del Señor
sobre un evento sobrenatural. Eddy y Boyd intentan hacer que las palabras impliquen que
son los corintios los que están «recibiendo del Señor» la enseñanza que Pablo les está dando
sobre la «Última Cena» (Pablo la llama la «Cena del Señor», que, como veremos, encaja mejor en la categoría mítica). Ellos afirman que las palabras descritas por Pablo representan
una «forma verbal completamente fijada» y sugieren compararlas con las de Lucas. Pero
ellos sin duda son conscientes de que las de Lucas no coinciden con las de Pablo. Las palabras comunes son:
1 Corintios 11:23: (Habladas sobre el pan) «Este es mi cuerpo, (por vosotros; haced
esto en conmemoración mía)» [él luego continúa describiendo las palabras habladas
sobre la copa].
Lucas 22:19: «Este es mi cuerpo».
No podemos citar más palabras en Lucas, porque lo que sigue —sobre «por vosotros»,
conmemoración, y la copa— no se halla en algunos manuscritos, y hay un consenso general
entre la corriente de pensamiento principal de que las partes adicionales son secundarias,
añadidas por un editor posterior al situar el texto de Lucas en sintonía con descripciones
más completas, tomando de otros Evangelios y quizás incluso de Pablo. (Las lecturas más
cortas se consideran más originales que las expandidas; la NEB consigna todo el material
extra [versículos 19b-20] a una nota a pie de página). Dado que Lucas en el versículo previo
18 ya ha hablado de la copa —aunque no dándole ningún sentido sacrificial— la repetición
de la copa en el versículo 20 se demuestra como una adición posterior. En cuanto a la sola
frase en común entre Pablo y Mateo, es tan breve y básica que ninguna dependencia puede
ser asumida con confianza. Marcos y Mateo contienen la básica frase «Este es mi cuerpo»
pero les falta «por vosotros»; e incluso en esa primera frase, el orden de las palabras de Pa-
JESÚS: NI DIOS NI HOMBRE
blo (al menos como ha llegado hasta nosotros) es ligeramente diferente. Los sinópticos tienen la frase en común porque Mateo y Lucas la han tomado de Marcos. Juan ignora la instauración de la eucaristía por completo, como hace Hechos.
Por tanto, no hay ninguna poderosa razón para considerar las palabras de Pablo como
representando una fórmula establecida que él ha derivado de la tradición. Veremos en la
siguiente Parte que no existen, de hecho, testigos sobre la existencia de una eucaristía sacramental establecida por Jesús en ningún escrito cristiano del primer siglo fuera de los Evangelios —de hecho, falta de forma sorprendente en unos pocos lugares—, haciendo muy posible que la escena entera sea la invención de Pablo, inspirada por «el Señor».
Si Pablo conoce esta «cena» no a través de una información humana sino por revelación
personal, esto evita que la escena completa tenga la necesidad de haber tenido lugar en la
historia. Puede ser asignada al reino del mito, donde similares escenas en los cultos mistéricos tenían lugar. El pasaje de la cena del Señor en 1 Corintios será vuelto a examinar cuando miremos algunas de sus características durante el examen del mito antiguo y las sagradas
comidas de los misterios.
El Ministerio de Gloria de Pablo
Cuando Pablo habla de su labor como apóstol, no hay ningún significado que diga que él se
considera a sí mismo como construyendo sobre la obra de Jesús. Es Pablo quien ha recibido
de Dios «el ministerio de la reconciliación» (2 Corintios 5:18-19); es él a quien Dios ha capacitado «para dispensar su nueva alianza» (2 Corintios 3:5). La indiferencia de Pablo por el
propio ministerio de reconciliación y dispensación de una nueva alianza por parte de Jesús
es de lo más asombroso. Él continúa ofreciendo un paralelismo con el esplendor de Moisés
al otorgar la vieja alianza (2 Corintios 3:7-11). Típicamente, no es el reciente ministerio de
Jesús al que él apunta, sino al esplendor de su propio ministerio a través del Espíritu.
El papel de Jesús sobre la tierra parece haber sido olvidado. «Todo es la labor de Dios»,
dice Pablo a los corintios, «él ha puesto su sello sobre nosotros» (2 Corintios 1:21-22). Es
«por el propio acto de Dios» (Gálatas 4:7) que los gentiles son herederos de la promesa.
Ningún acto de Jesús consta como prueba. «Todo lo que puede ser conocido sobre Dios por
los hombres […] Dios mismo se los ha revelado» (Romanos 1:19). Pero ¿qué ha estado
haciendo Jesús en la tierra si no revelando a Dios? ¿No han sido los atributos de Dios visibles en él?
Ni tampoco Jesús juega un papel en la respuesta del creyente. Es Dios quien llama a los
corintios «a compartir la vida con su Hijo» (1 Corintios 1:9), Dios quien «apela» a ellos a
través de Pablo (2 Corintios 5:20). Los cristianos de Tesalónica han sido «llamados a la
santidad» no por Jesús sino por Dios (1 Tesalonicenses 4:8), y si se niegan a obedecer las
reglas de Pablo, se niegan a obedecer a Dios, «quien les da su Espíritu Santo».
El vacío que Pablo revela sobre el ministerio de Jesús no es más evidente que en Romanos 10. Aquí está discutiendo la «culpa» de los judíos por no responder al mensaje sobre el
Cristo, incluso cuando ellos tuvieron todas las oportunidades para hacerlo. Pero ¿qué abarcaba esa oportunidad?
¿Cómo van (los judíos) a confiar en uno [i.e., Cristo] del que no han oído hablar?
¿Y cómo pueden creer en uno de quien (hou) no han escuchado?
¿Y cómo pueden escuchar sin alguien que les predique (10:14, NIV)?
Pablo habla de la oportunidad de los judíos de escuchar sobre Jesús de apóstoles como él
mismo. Pero ¿qué hay de la oportunidad que tuvieron de escuchar el mensaje de la persona
misma de Jesús? Pues al menos algunos de ellos habían sido testigos de su ministerio terre-
EARL DOHERTY
nal. ¿Cómo puede Pablo dejar de señalar el rechazo de sus compatriotas al Hijo de Dios en
carne y hueso?
C. K. Barrett (Epistle to the Romans, p. 189) intenta meter a Jesús en el cuadro. En el segundo versículo citado arriba, «hou ouk ēkousan» es traducido casi de forma universal por
«de quienes no han oído», incluido por el léxico de Bauer. Barrett insiste en que debe entenderse como «escuchar a alguien directamente», en este caso a Cristo «bien en su propia persona, o bien en la persona de sus predicadores». Aparte de quererlo tener en ambos sentidos, Barrett no logra ver que forzar a Jesús dentro de la combinación destruye el buen argumento creado por Pablo, uno que se enfoca enteramente en la respuesta al mensaje apostólico. Barrett no solo nos está mostrando lo que deberíamos correctamente esperar encontrar
ahí; también está permitiendo que lo que no puede creer que esté ausente anule lo que claramente no está ahí en las palabras de Pablo.
Después, Pablo contrasta a los judíos con los gentiles que han aceptado el mensaje del
evangelio. Pero él pasa por alto el obvio punto de contacto: que mientras los judíos habían
rechazado el mensaje incluso cuando fue entregado por Jesús mismo, los gentiles lo han
aceptado de segunda mano, de unos como Pablo.
Pablo continúa en Romanos 11 por revelar otro silencio extraordinario. Como parte de su
crítica al fallo de los judíos por responder a apóstoles como él mismo, se refiere a las palabras de Elías en 1 Reyes: «Señor, han matado a tus profetas». Esta idea de que las autoridades judías tenían un viejo hábito de matar a los profetas enviados por dios era popular
entre los círculos sectarios judíos, aunque estaba apoyada sobre una base histórica pobre.
Pero es un silencio significativo el que Pablo no añada a este supuesto recuento la definitiva
atrocidad de matar al Hijo de Dios mismo.
Desunt caetera...