Dirección: Jacques Martineau
Reparto: Frédéric Gorny, Jacques Bonnaffé, Laurent Arcaro, Mathieu Demy, Valérie Bonneton, Virginie Ledoyen
Título en V.O: Jeanne et le garçon formidable
Nacionalidad: Francia Año: 1998 Duración: 98 Género: Drama Color o en B/N: Color Guión: Jacques Martineau Fotografía: Matthieu Poirot-Delpech Música: Philippe Miller
Sinopsis: Jeanne (Virginie Ledoyen) es una atractiva joven que vive la vida deprisa y a la que no le faltan novios. Cuando conoce a Olivier (Mathieu Demy), un joven seropositivo, comprende que es la persona que ella siempre ha estado buscando. Al enterarse de que le queda poco tiempo de vida, Olivier desaparece dejando a Jeanne sola y angustiada.

Crítica

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Parece que Jacques Demy ha vuelto a las andadas. Desde un cielo que debe de tener el aspecto de un musical de Vincente Minnelli (o de Dennis Potter), ha inspirado a Lars von Trier y a los franceses Olivier Ducastel y Jacques Martineau, o la versión gala de Stanley Donen y Gene Kelly, en su intento, superado con creces, de democratizar el género. Democratizar politizándolo: del mismo modo que Demy se atrevía a coreografiar una revuelta obrera en Una habitación en la ciudad, este dúo dinámico le pone música y letra a la tragedia del sida sin caer nunca en la demagogia profiláctica. En ese sentido, la película está más cerca de la etérea luminosidad de Las señoritas de Rochefort que de la tristeza crepuscular de Los paraguas de Cherburgo: no se trata, pues, de llorar por lo que se ha perdido, sino de celebrar lo que se ha ganado.Jeanne es el pretérito imperfecto de la célebre Lola demyniana. O una mezcla entre Lola y su pretendiente Roland: enamorados de la luz y de la vida, libertarios y románticos, buscan el amor ideal debajo de las piedras. Jeanne lo encuentra en el metro y se llama Olivier (Mathieu Demy, hijo de Jacques y Agnès Varda). La felicidad del amor adolescente, de los desayunos en pareja, de los besos sin horario, deja de sonar dulce para sonar amarga: Olivier es seropositivo. No es necesario añadir que este cuento de aprendizaje terminará como el rosario de la aurora, pero, detrás de la melancolía melómana de este magnífico ejercicio de estilo, lo único que nos queda es la sensación de que Jeanne, como nosotros viendo la película, ha crecido. Lo decía la Lola de Demy: en el cine todo ha de resultar bonito. Y, ciertamente, la función de todo artista (y Ducastel y Martineau lo son) es hacer que la vida parezca, aunque sea solo por un instante, algo hermoso y útil, una canción francesa que escucharíamos una y otra vez.Para los que hayan visto cien veces Los paraguas de Cherburgo. Lo mejor: la excelsa virgen suicida Ledoyen. Lo peor: que haya tardado dos años en estrenarse.