Lola Álvarez Bravo, la retratista del modernismo cotidiano | Cultura | EL PAÍS
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Lola Álvarez Bravo, la retratista del modernismo cotidiano

Considerada la primera fotógrafa mexicana y figura del renacimiento cultural del país, trabajó como reportera gráfica, profesional documental comercial y fue artista plástica

Lola Álvarez Bravo. "Autorretrato"
Lola Álvarez Bravo. "Autorretrato"

Aunque no tuviera clara su vocación, Lola Álvarez Bravo supo desde pequeña que no trabajaría en cualquier cosa, algo que después recordaría a través del siguiente pensamiento de su infancia: “Desde chica, con mi padre, pensé que yo tenía que hacer algo que no fuera común y corriente aunque me educaron muy mal, me educaron para todo lo inútil, porque lo que más odié en mi vida es que me ordenaran y limitaran mi libertad”.

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Casi a escondidas, observando en silencio, Lola se interesó por la fotografía con un vecino que acabó convirtiéndose en su marido, Manuel Álvarez Bravo. Fue su asistente y después montaron juntos un taller. Cuando tuvo cámara propia y tuvo que completar un trabajo fotográfico de su marido en una revista por la enfermedad de este, surgió la capacidad creativa y artística de quien después sería considerada la pionera de la fotografía mexicana y artífice del renacimiento cultural del país.

Lola emprendió una carrera independiente que duró casi medio siglo, un tiempo en el que fotografió una amplia variedad de temas: imágenes documentales de la vida cotidiana en pueblos de México y de las calles de las ciudades o retratos de grandes líderes y personajes populares, de esculturas prehispánicas y de arquitectura. De esta forma se convirtió en una fotógrafa modernista de lo cotidiano, además de experimentar con el fotomontaje e incluso con el cine.

Unos suben y otros bajan (1940), de Lola Álvarez Bravo
Unos suben y otros bajan (1940), de Lola Álvarez Bravo

Dolores Martínez de Anda, conocida como Lola Álvarez Bravo al tomar los apellidos de su marido, nació en Lagos de Moreno (México) el 3 de abril de 1903. Su familia tenía dinero y vivía desahogada, pero no fue precisamente el dinero lo que rompió la armonía. Sus padres se separaron cuando era muy pequeña y su madre murió poco después. Junto con su hermano y su padre se fue a vivir a la capital del país, Ciudad de México.

Cuando Lola Álvarez tenía 13 años su padre también murió de manera repentina y junto con su hermano Miguel fueron acogidos por unos tíos suyos. Estudió en colegios religiosos como el Sagrado Corazón, el Colegio Francés y, posteriormente, fue internada con las monjas teresianas, donde permaneció solo dos años. En su nueva vivienda tuvo como vecino a Manuel Álvarez Bravo, un año mayor que ella y al que conocía porque era amigo de su hermano.

En ese momento se empezó a interesar por la fotografía, casi sin querer, observando, sin preguntar y a escondidas. Este interés se convirtió luego en amor por Manuel Álvarez, aunque él nunca le puso las cosas fáciles, ni como maestro de fotografía ni como novio. Se casaron en 1925 y se trasladaron a vivir a Oaxaca, donde él había conseguido una plaza de contador del gobierno federal. Fue allí donde instalaron su primer cuarto oscuro de revelado en la cocina de su vivienda, y donde ella se acercó a la fotografía de una manera más completa.

En 1927 el matrimonio regresó a Ciudad de México, donde nació su primer hijo, y donde decidieron abrir una galería de arte en su propia casa pintando las paredes de blanco. Paso a paso fueron asumiendo nuevos proyectos y tres años después instalaron el Taller de Fotografía Álvarez Bravo, en el que trabajaron ambos mano a mano, y más tarde con otros amigos, llegando a formar un cineclub.

Cuando una amiga de Manuel, Tina Modotti, fue deportada, el matrimonio Álvarez Bravo le compró dos de sus cámaras fotográficas ante la necesidad que tenía de dinero. Una de ellas, la Graflex, fue para Lola, que empezó a sentirse fotógrafa. Poco después, en 1931, Manuel cayó gravemente enfermo y Lola tuvo que sacar adelante el trabajo que él hacía en la revista Mexican Folkways. Fue así como, de manera acelerada y en parte autodidacta, completó su formación y se dedicó a la fotografía de manera profesional y para siempre.

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Las diferencias en el matrimonio, sin embargo, lo abocaron a la separación en 1934, pero ella siempre conservó los apellidos de Manuel, con los que ganó fama y prestigio. De hecho, no se divorciaron hasta 1949. Sintiéndose ya del todo independiente, Lola trabajó como maestra de arte en una escuela primaria y poco después consiguió un puesto en el Departamento de Educación para catalogar fotografías. Allí conoció al ministro de Educación y le pidieron que lo fotografiara.

Gracias a esas casualidades pudo mostrar sus fotografías a algunas personas influyentes, que le consiguieron un trabajo a mediados de la década de 1930 como fotógrafa jefe en la revista El Maestro Rural, dirigida a jóvenes docentes que estaban siendo contratados por la Administración.

En esos años, su amistad con las artistas como Frida Kahlo y María Izquierdo se afianzó y realizaba trabajos con ellas y para ellas. Su primera exposición de arte en solitario fue en 1944, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, a la que siguieron múltiples exhibiciones individuales y grupales. Lola Álvarez empezó a fotografiar escuelas, fábricas, granjas, orfanatos, estaciones de bomberos y hospitales en todo México para acompañar los artículos de la revista.

Sin embargo, Álvarez Bravo comenzó a ser más conocida por las fotografías que tomó en la década de 1940 de su amiga cercana, Frida Kahlo. Con una gran iniciativa personal y una gran capacidad de trabajo, Lola asumió la dirección de Fotografía en el Instituto Nacional de Bellas Artes, abrió una galería de arte en 1951 y se convirtió en la primera persona en exhibir el trabajo de Frida Kahlo en Ciudad de México.

'Model', 1947 de Lola Álvarez Bravo
'Model', 1947 de Lola Álvarez Bravo

Lola nunca fue una fotógrafa de estudio al uso, sino que deambulaba con su cámara buscando momentos conmovedores y composiciones deslumbrantes. Su trabajo equilibró siempre el interés en las cualidades formales de la luz y la sombra con la necesidad de capturar la vida tal como sucedía.

Álvarez Bravo continuó tomando fotografías, realizando exposiciones y comprometiéndose con proyectos personales y hasta entonces impensables, hasta que quedó ciega a los 86 años.

En una declaración al final de su vida resumió por qué sus fotografías son importantes: “Si mis fotografías tienen algún significado es que representan un México que alguna vez existió”.

Lola Álvarez falleció el 31 de julio de 1993, a los 90 años a causa de un infarto, en Ciudad de México, pero su legado como documentalista de su país y su gente, con una perspectiva humanista y a la vez modernista, permanece vivo en la retina de todos gracias a las numerosas exposiciones que realizó.

Sus imágenes documentan la industrialización del país, que ocurrió después de la Revolución Mexicana, así como los efectos de la tecnología del siglo XX. Lola Álvarez fue la primera mujer fotógrafa en exhibir su trabajo en el Salón de la Plástica Mexicana en 1953 y fue aceptada como miembro de esta institución.

El archivo completo del trabajo de Lola Álvarez Bravo se encuentra en la actualidad en el Centro de Fotografía Creativa (CCP) de la Universidad de Arizona, en Tucson, que lo adquirió en 1996.

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