Ian McKellen es de esas figuras incontestables que impone un respeto absoluto. Y no, no es solo porque lo recordemos como Magneto o como Gandalf, el propio McKellen es todavía más imponente que sus personajes. Aunque el gran público lo conoció ya entrado en años a raíz de estos dos icónicos personajes en pleno cambio de siglo, McKellen recibió la Orden del Imperio Británico en 1979 y fue nombrado Caballero en 1991 ¿Por qué? Pues por una carrera en el teatro inglés tan impresionante que lo ha asentado como uno de sus iconos. Hablamos, no por nada, del ganador de 7 Premios Laurence Olivier, los galardones más prestigiosos del escenario inglés. Sin embargo, este actor puro, clásico, de raza, maestro shakesperiano, no ha recibido la misma clase de reconocimientos en el cine.

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20 años después de que Gandalf apareciera en 'El señor de los anillos: La Comunidad del Anillo', no solo sabemos que era un papel y un trabajo merecedor de Oscar, era uno de esos que otorgan más prestigio a quién lo premia que al premiado. Hace dos décadas, los Oscar perdieron su oportunidad de demostrar que no estaban del todo ciegos ante el género fantástico, y la desperdiciaron en forma, eso sí, de histórica nominación. Migajas para una película, un actor y un papel que se merecían mucho más. En el 20º aniversario de la mítica trilogía del mundo de Tolkien que creó Peter Jackson, esta pequeña injusticia nos sirve para rendir su merecido homenaje a Sir Gandalf..., ejem, Sir Ian McKellen.

Ian McKellen, la carrera de un actor de raza

Ian Murray McKellen nació en Burnley, Inglaterra, el 25 de mayo de 1939. Si hacemos cuentas, no hace falta ser historiador para descubrir que los primeros años de vida del futuro actor estuvieron marcados por la II Guerra Mundial y las amenazas de bombardeo nazis sobre Gran Bretaña. Estudió en la Bolton School de las afueras de Manchester y desde ahí se lanzó nada menos que a estudiar interpretación en la Universidad de Cambridge. Sus padres eran de profunda fe cristiana, y lo cierto es que el actor, un icono LGTBI y públicamente gay desde 1988, nunca tuvo que llegar a confesarles su orientación sexual. Su madre murió cuando él tenía 12 años y su padre, que se había vuelto a casar, falleció cuando este tenía 24, así que la confesión le tocó recibirla a una madrastra con la que tenía buena relación y que esta aceptó de buen grado.

El actor británico fue un icono gay a finales de los años ochenta, cuando el colectivo LGTBI+ estaba más estigmatizado que nunca

Desde luego, la importancia de McKellen como icono LGTBI+ a finales de los ochenta, periodo donde el colectivo estaba más estigmatizado que nunca a causa del cine, es parte fundamental de nuestra admiración por su figura, pero su trabajo interpretativo es capaz de brillar solo. Aunque nos gustaría ponernos a hablar de la vida personal de McKellen y sus relaciones, más por su inmensa importancia en el reconocimiento LGTBI+ en la industria que por puro cotilleo (lo prometemos), es momento de hablar de teatro y cine.

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Lo de McKellen y el teatro fue un idilio inmediato, al contrario que su progresiva entrada en la gran pantalla. En 1961, sin todavía haber acabado sus estudios, ya actuaba a tiempo completo en Conventry. Tres años después ya estaba en el West End, el llamado Broadway londinense. Fue el papel protagonista en la obra de Eduardo II (de Christopher Marlowe) el que le dio la fama y el prestigio como primera figura. En 1972 fundó su propia compañía, Actors Company, junto a su amigo Edward Petherbridge. Entre 19774 y 1978 ingresó en la Royal Shakespeare Company, protagonizando 'Romeo y Julieta' o 'Macbeth'. Ambos movimientos lo convirtieron ya, sin lugar a dudas, en una de las figuras del teatro más importantes del país pese a su juventud. En 1979 dio el salto a Broadway con 'Bent', una obra que hablaba sobre la persecución sufrida por los homosexuales a manos de los nazis. Repetiría este papel en Inglaterra en 1990 y también contaría con un pequeño papel en la adaptación al cine de 1997. Aunque todavía no haya ganado el Oscar y la mayoría de sus trabajos y reconocimientos teatrales son en Reino Unido, sí que ha ganado un Tony. Lo logró gracias a su papel como Salieri en la obra 'Amadeus', que comenzó a interpretar en 1980.

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McKellen debutó en el cine en el año 1966 con pequeños papeles y no fue hasta 1981, con 'Sacerdote del amor', cuando debutó como protagonista en un largometraje. A lo largo de la década de los ochenta, el actor ha asegurado que fue cuando comenzó a sentirse más y más cómodo trabajando en la gran pantalla. Sin embargo, su explosión internacional no sucedió hasta los años noventa.

Tras varios papeles secundarios, su gran salto al reconocimiento internacional no fue hasta su interpretación de James Whale, director de 'Frankenstein', en la película 'Dioses y monstruos'. Esta cinta le valió su primera nominación al Oscar, directamente en la categoría de Actor Principal, en 1998. Tras ello, no tardaría en adentrarse en un apasionante rodaje en Nueva Zelanda, con gorro, bastón y barba. De Gandalf hablaremos más adelante, pero ya os decimos que supuso su segunda y, por ahora, última nominación a los Oscar.

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'X-Men: La decisión final' (2006), 'Dioses y monstruos' (1998' y 'ESDLA: La comunidad del anillo' (2001)
Tras la muerte de Richard Harris, a Ian McKellen le ofrecieron el papel de Dumbledore, pero lo rechazó por las similitudes con Gandalf

También llegó su rol como Magneto en las películas de la cronología original de X-Men. Quizás sea por lo ideal que parece para el papel, pero no, no fue él quien encarnó también a Dumbledore aunque muchos se confundan. Tras la muerte de Richard Harris, leyenda que lo encarnó en las dos primeras películas, lo cierto es que a McKellen le ofrecieron el papel antes que a Michael Gambon, pero lo rechazó por sus similitudes con Gandalf, y por no solapar universos como el mago de barba blanca en ambos de manera simultánea. Aunque lo cierto es que los grandes directores del cine de autor no han llamado como locos a su puerta todavía, en 2006 recibió el Oso de Oro honorífico en el Festival de Berlín y en 2009 el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián. De nuevo, honores que prestigian más a los premiadores que al premiado.

Gandalf, mucho más que un mago

Podemos decir que la trilogía de 'El señor de los anillos' es una de esas pocas adaptaciones magistrales de una obra maestra. Cuando algo es tan rico y magistral como la obra de Tolkien, es inevitable ver cientos de maravillas que se pierden o se dejan en el traspaso del libro a la pantalla, de las letras a las imágenes. Y no, no hablamos de capítulos narrativos, si no de atmósfera y sensaciones.

Aunque la atmósfera y los icónicos personajes de las películas de Peter Jackson están indudablemente logrados, todo el que se haya leído los libros echará en falta cierta magia que aportan las descripciones en cuanto a las sensaciones que transmiten los personajes y los entornos. Jackson y su diseño de producción logran que nos emocione ver Moria, Minas Tirith o los Bosques de Lothlorien, que sintamos la presencia y el espíritu noble de Trancos, o la majestuosidad de Galadriel. Pero, repetimos, no en la misma medida que en los libros. Es imposible, porque aunque una imagen vale más que mil palabras, nuestros ojos no se pueden fijar en segundos en los detalles que una descripción de lo cercano a lo invisible, plenamente detallada, puede lograr.

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Sin embargo, y aquí volvemos a Ian McKellen, hay una excepción. El personaje que mejor se convierte en visible desde lo invisible, que mejor traslada el carácter y la magia de Tolkien en los libros a imágenes, es el de Gandalf, un personaje tremendamente complicado y complejo, que se nos presenta como un sabio brujo bastante simple. Eso es, al fin y al cabo, lo que es a ojos de los hobbits, poco más que el extranjero de los fuegos artificiales, viejo amigo del raro Bilbo. Parece sabio, y lo es, pero poco más que por su avanzada edad y sus viajes por el mundo.

Gandalf es el personaje que mejor se convierte en visible desde lo invisible, que mejor traslada el carácter y la magia de Tolkien

Pero sabemos, o sentimos, que Gandalf es mucho más que eso. Y lo sabemos antes incluso de que luche contra el Balrog y vuelva como Gandalf el Blanco. Conocido como Mithrandir, Incánus, Tharkun u Olorin, dicen que Tolkien se inspiró en el dios nórdico Odín, que adoptaba el papel de viajero anciano cuando se movía entre los hombres, para crearlo. Miembro de los Astari y poseedor nada menos que de uno de los tres anillos de los elfos (aunque esto no se dice en las películas, es una de las razones por las que abandona la Tierra Media junto a Galadriel y Elrond, que tienen los otros dos), Gandalf es algo así como un semidiós en la Tierra Media. Ya como Blanco, él es el opuesto luminosos del Señor de los Espectros negros, la cara de su cruz, el caballero de la luz contra la oscuridad.

Sin embargo, volviendo al traslado del texto a las imágenes, es difícil expresar todo ese poder en pantalla. Al fin y al cabo, Gandalf no habla de su edad, su papel en el mundo o sus poderes. Así, a primera vista, solo utiliza la espada y su bastón para luchar y es capaz de hacer salir un poco de luz de una vara. Además, no lo hemos olvidado, se comunica con las águilas. Y entonces, ¿por qué un poco de luz de un bastón, unos cuantos conjuros en élfico bastante poco impresionantes y ciertas 'batallitas' propias de un anciano nos imponen tanto como lo hacen en los libros? Por Ian McKellen, por supuesto.

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'El señor de los anillos: El retorno del rey' (2003)

Como ningún otro personaje y actor de la trilogía (sin desmerecer a ninguno), McKellen supo dotar a su Gandalf de todo aquello que el personaje debía exudar. Lo llenó de cercanía y bondad, porque a Gandalf le gustaba relacionarse más que a ninguno de los suyos con los habitantes de la Tierra Media; supo medir cada palabra, cada consejo, cada acertijo, con la precisión de quién dice lo justo y necesario, aunque sepa más, mucho más. McKellen supo darle ese carisma de anciano despistado a Gandalf sin que perdiese ese toque de saberlo todo, de tener ojos hasta en la espalda, de poder, de importancia. En Rivendel, Lothlorien o Moria, frente a las apabullantes presencias de Aragorn, Elrond o Galadriel, McKellen se permitía agrandar su presencia, dejándonos claro, aunque sea en el subconsciente, que él no era menos que nadie en aquel universo, aunque se empequeñeciera humildemente entre las risas de los hobbits.

Como ningún otro personaje y actor de la trilogía, McKellen supo dotar a su Gandalf de todo aquello que el personaje debía exudar

Mucho más que sus acciones o que cualquier descripción en forma de voz en off o diálogo, el propio trabajo de Ian McKellen, su presencia, serenidad, forma de hablar, de advertir, aconsejar, abroncar o reír, supo llenar los huecos que la adaptación tenía forzosamente que dejar fuera del personaje en los libros. Supo, en definitiva, llevar a Gandalf a la gran pantalla de manera inmejorable.

El Oscar que debió ser para el cine fantástico

En los Oscars del año 2002 la película que triunfó fue 'Una mente maravillosa'. La cinta de Ron Howard no solo se llevó el de Mejor Película, también el de Mejor Director, guion adaptado y Actriz de Reparto para Jennifer Connelly. Denzel Washington le quitó el Oscar a Russell Crowe con 'Training Day'. Por su parte, 'La Comunidad del Anillo' partía con 13 nominaciones y se llevó 4 premios: Banda sonora, Fotografía, Maquillaje y peluquería y Efectos visuales.

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Sin embargo, en esa edición había una excepción que no se repitió ni en las 6 nominaciones con 2 premios de 'Las dos torres', ni en las 11 nominaciones con 11 premios de 'El retorno del Rey'. Ian McKellen fue el único actor de todo el reparto nominado por su labor interpretativa a lo largo de la trilogía. Y lo logró solo con la primera parte, con Gandalf el Gris. Podríamos echar espumarajos por la boca mientras reclamamos más nominaciones para otros miembros del reparto, especialmente secundarias, o pensar en cómo es posible que, si les impresionó el Gandalf el Gris de 'La comunidad del anillo', no les llamase igualmente la atención el Blanco de 'El retorno del Rey' o, sobre todo, 'Las dos Torres'. Pero, de nuevo, volvamos a este pequeño logro, uno de esos que refleja prejuicios e injusticias por todos lados. Visto el panorama, lo raro no es que Ian McKellen no ganase ese año, mereciéndolo como el que más, es que su nominación ya fue lograr un imposible.

Ian McKellen fue el único actor de todo el reparto nominado por su labor interpretativa a lo largo de la trilogía

Ese mismo año 2001, también estaban nominados como Mejor Actor de Reparto 'Ethan Hawke por 'Training Day, Ben Kingsley por 'Sexy Beast', Jon Voight por 'Ali' y, el que se llevó la estatuilla a casa, Jim Broadbent por 'Iris'. Los premios, por definición, nunca son "justos", pero parece evidente decir que si ese año el Oscar hubiese ido a parar a Ian McKellen, justicia y premios hubiesen acercado un poco más sus antónimas posturas. McKellen no ganó ningún Oscar por Gandalf, pero solo esa pequeña nominación tiene más valor que vitrinas enteras llenas de dorados premios. Fue la grieta de una Academia que se resistió como pudo al tifón en forma de fantasía que arrasaría el cine a partir de ese año, con 'El señor de los anillos' y 'Harry Potter'; y que le sigue arrasando a día de hoy con Marvel.

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'El señor de los anillos: La comunidad del anillo' (2001)

Nos gustaría decir que McKellen y su Gandalf fue la prueba de que la Academia de Hollywood apreciaba las interpretaciones fantásticas más allá de Joker, pero no fue así. Y qué más da... Nos gustaría pensar en un Gandalf diciéndole esa noche a los Oscar eso de "insensatos", pero mejor los dejamos con esta otra:

No he vencido al fuego y a la muerte para intercambiar falacias con un gusano sarnoso
preview for Las mejores frases de Gandalf en 'El señor de los anillos'
Headshot of Rafael Sánchez Casademont
Rafael Sánchez Casademont

Rafael es experto en cine, series y videojuegos. Lo suyo es el cine clásico y de autor, aunque no se pierda una de Marvel o el éxito del momento en Netflix por deformación profesional. También tiene su lado friki, como prueba su especialización en el anime, el k-pop y todo lo relacionado con la cultura asiática.

Por generación, a veces le toca escribir de éxitos musicales del momento, desde Bizarrap hasta Blackpink. Incluso tiene su lado erótico, pero limitado, lamentablemente, a seleccionarnos lo mejor de series y películas eróticas. Pero no se limita ahí, ya que también le gusta escribir de gastronomía, viajes, humor y memes.

Tras 5 años escribiendo en Fotogramas y Esquire lo cierto es que ya ha hecho un poco de todo, desde entrevistas a estrellas internacionales hasta presentaciones de móviles o catas de aceite, insectos y, sí, con suerte, vino. 

Se formó en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Murcia. Después siguió en la Universidad Carlos III de Madrid con un Máster en Investigación en Medios de Comunicación. Además de comenzar un doctorado sobre la representación sexual en el cine de autor (que nunca acabó), también estudió un Master en crítica de cine, tanto en la ECAM como en la Escuela de Escritores. Antes, se curtió escribiendo en el blog Cinealacarbonara, siguió en medios como Amanecemetropolis, Culturamas o Revista Magnolia, y le dedicó todos sus esfuerzos a Revista Mutaciones desde su fundación. 

Llegó a Hearst en 2018 años y logró hacerse un hueco en las redacciones de Fotogramas y Esquire, con las que sigue escribiendo de todo lo que le gusta y le mandan (a menudo coincide). Su buen o mal gusto (según se mire) le llevó también a meterse en el mundo de la gastronomía y los videojuegos. Vamos, que le gusta entretenerse.