Enfrentamiento en la cumbre.
Por José Ramón González.
Hace algo más de veinte años, concretamente fue en febrero de 2002, que se publicó uno de esos discos cuya llamativa propuesta prometía ofrecer jugosos resultados o amenazar con todo lo contrario, puesto que el proyecto ―palabra que incluían en el nombre del ídem― unía las voces y los talentos de Glenn Hughes y Joe Lynn Turner; ahí es nada. Lo difícil no era elucubrar acerca de los resultados de la conjunción de esas dos voces míticas, que como digo podían llegar a ser excelentes o catastróficos, sino a quién se le había ocurrido imaginar un espacio musical en el que encajasen los egos de tamañas figuras de la historia del rock. Dos planetas que podían armonizar o colisionar, como esos círculos a los que llamábamos «conjuntos» que cruzaban sus líneas en las clases de Matemáticas del colegio creando un espacio común. Y eso que de enfrentarse a otros egos los dos tenían experiencia: tanto uno como el otro habían pasado por la trituradora de Ritchie Blackmore, Hughes había estado con Tony Iommi y Turner tuvo que superar su terapia tras compartir escenario con Yngwie Malmsteen. Y ahora llega alguien y se le ocurre juntarlos. Así terminó la cosa… Aunque antes de la explosión de egos nos dejaron dos discos más que gozosos y un directo con canciones de las carreras de ambos. Además nos ofrecieron la oportunidad de verlos en la gira del primer álbum, una experiencia para no perdérsela.
Lo más razonable para que el proyecto llegara a cuajar era preparar un terreno lo suficientemente extenso para que ambos pudiesen explayarse a sus anchas sin temor a estrellarse. Se cuenta que los dos cantantes ya habían intentado hacer algo juntos a finales de los años ochenta y que tenían una más que buena relación. Vale, pero a comienzos del siglo XXI, ni Turner ni Hughes pasaban por su mejor momento, al menos en lo que se refiere a popularidad. La unión de sus nombres en la portada de un disco podía repercutir positivamente en la atención que recibieran. No es fácil ni habitual ver una combinación de dos vocalistas de primera línea juntos.
Hasta el más despistado se puede imaginar que el festival de gritos, agudos y voces superpuestas está garantizado, aunque quizás el aficionado no tuviese todas las garantías de que hubiera buenas canciones, pero las hay. En este pantagruélico festín de la interpretación vocal hay una colección de composiciones que son el abono imprescindible para el lucimiento de sus protagonistas, y que tiene como referencia el sonido Deep Purple/Rainbow con el que casi inevitablemente los asociamos. Podría decirse que es un álbum comercial de calidad, y una gozada para los aficionados al rock de los setenta y ochenta. Y cómo no, era imprescindible para que la propuesta funcionase a la perfección, contar con algún émulo de Blackmore, o algo parecido, papel que desempeña solventemente JJ Marsh, responsable asimismo de la composición de la mayoría de las canciones del disco junto a Hughes y Turner. Sin embargo, quien me parece que desempeña una labor valiosísima para elevar la apariencia ―y la profundidad― del proyecto es Vince Dicola, quien se encarga de los teclados aportando ese barniz setentero impagable con un juego riquísimo de Hammond, piano y sintetizadores.
Mantener las aguas mansas era primordial; cuidar y calmar los egos, fundamental; por lo que se reserva cada uno de los titulares del álbum una canción para interpretar en solitario: «Mistery of the heart» a cargo de Joe Lynn Turner es rama del mismo tronco que «Stone cold», como «Endlessly» o «Can’t let you go», que el cantante clava, como era de esperar; por su parte Glenn Hughes interpreta «Heaven’s missing an angel» en la que cuenta con John Sykes a la guitarra haciendo unas líneas a lo «Is this love», además de ser corresponsable de la composición. En el resto de las canciones los cantantes se reparten los versos o estrofas, dependiendo, y tan amigos. Y si uno da un grito, el otro da otro, y si no los dos a la vez. Y sorprendentemente funciona, se aprecia complicidad y divertimento. Sobre todo lo último, especialmente para el oyente, invitado de lujo en primera fila a una exhibición de excesos impagable e irrepetible en unas canciones que, escuchadas veinte años después, siguen manteniendo el mismo atractivo e interés, gracias también a una buena producción en la que los instrumentos disfrutan de su necesario espacio, con un sonido de la batería de Shane Gaalaas muy logrado. A pesar de que posiblemente ―que nos perdone Joe― la personalidad de Hughes es tal que logra apoderarse del conjunto en varios momentos.
No dan oportunidad al despiste desde el arranque con «Devil’s road», más Rainbow que la bandera del orgullo gay, una rockerísima «You can’t stop rock n’ roll» ―con solo de guitarra de Paul Gilbert―, y una velocísima y muy Deep Purple «Missed your name» ― gran acierto del álbum― cuyo estribillo se clava a martillazos de voces armonizadas, en la que la complicidad se percibe de forma muy especial. Me gusta en particular la composición que cierra el disco, «On the ledge», menos inmediata pero con mucho jugo a lo largo de sus siete minutos.
Glenn Hughes y Joe Lynn Turner consiguieron mantener una entente cordial durante un par de años, convivir rozándose lo justo y aparentando una complicidad que, si bien seguro que existió en un primer momento, desapareció poco después. Turner terminó quejándose de que el ego de Hughes se comía todo lo que tenía cerca como un agujero negro. No hay abono que ayude a terreno alguno a tolerar tanto ego junto. Pero qué bien nos lo hicieron pasar.
HUGHES TURNER PROJECT:
GLENN HUGHES: Cantante y bajo
JOE LYNN TURNER: Cantante
JJ MARSH: Guitarra
VINCE DICOLA: Teclados
SHANE GAALAAS: Batería
