(Este artículo, salta a la vista, contiene spoilers del final del thriller de Netflix Hogar. )

Dices tú de crisis de identidad. Lo del personaje de Javier Muñoz (Javier Gutiérrez) en Hogar es la crisis de identidad elevada a la enésima potencia. Pero esa es solo la superficie de la historia que nos cuentan Álex y David Pastor. Hogar nos planta delante de las narices a un psicópata, eso está claro. Hogar es, obviamente, un thriller que, para variar, cambia el punto de vista de la narración (no nos cuenta la historia desde el pellejo de las víctimas, sino desde los ojos vidriosos del verdugo, vamos que esto no es La mano que mece la cuna), pero también abre un delicioso debate sobre los derechos y deberes del ser humano. Los que tiene, los que debe y puede exigir y los que cree que merece. (Ten paciencia, que en un momento nos ponemos con lo del grifo.) ¿Qué es exactamente lo que necesitamos realmente para aurorrealizarnos como seres humanos? Esto es lo que nos plantea la película más allá del thriller en el que el criminal se sale con la suya. ¿Nuestra carrera personal? ¿Nuestras posesiones? ¿El éxito profesional? ¿El éxito de nuestra pareja? ¿El éxito (social, académico) de nuestros hijos? "Para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar derechos a sus anhelos personales y abusos a los derechos de los demás", escribía G. K. Chesterton allá por los años 20 del siglo pasado en el Illustrated London News. Javier cree que tiene derecho a una vida que considera que le han arrebatado, que hay una vida que merece y que no tiene. Y, por tanto, tiene que conseguirla. Una vida en la que, fíjate, no hay amor por ningún lado, no hay respeto por ningún lado. Y esto es lo que plantea la película. Y ahí es donde encaja el grifo.

Al final de la película, Javier ha conseguido todo lo que él cree que merece: el trabajo (el despacho más grande de todo el edificio, la cuenta más importante, gracias a su nuevo suegro, el coche de empresa, la atención, la sumisión del resto de socios de la agencia de publicidad), la mujer florero (Lara, el personaje al que da vida Bruna Cusí, cobra sentido únicamente en la medida en que es un complemento perfecto, porque, oye, necesita una mujer, que no huele a lejía, que es su máxima preocupación; aunque aquí lo importante es de quién es hija), la hija pluscuamperfecta (que no tiene problemas en el colegio, que hace deporte, que es la reina de las extraescolares), y la casa perfecta. Maldita sea, pero si es la casa del anuncio que le hizo famoso, ese del eslogan la vida que mereces de los electrodomésticos frigismart (¿inteligencia frígida?). Lleva una vida de derechos, sin deberes. Lleva un vida con presente, pero sin pasado. Pero en la cocina, el grifo gotea. Porque todas las cosas que son materiales, gotean. El amor verdadero, la familia que se apoya, la autoconfianza real en uno mismo, la solidaridad, no gotean. O están o no están, pero no gotean. Un grifo de diseño sí. Porque al montarlo puede que haya un problema con la junta. Por eso gotea al final de la película: lo que ha conseguido Javier, sencillamente, gotea.

Javier Gutiérrez, protagonista de Hogar.
Netflix

Javier cree que tiene derecho a un grifo, a una casa grande. Pero, ¿son estos verdaderos derechos? Los derechos, al final, son demandas morales de individuos reconocidos por la sociedad. Mientras que los deberes son deudas morales u obligaciones de individuos reconocidos por la sociedad. Además, todo derecho conlleva una obligación. Cuando un individuo tiene un derecho, otros individuso tienen la obligación moral de respetarlo, y él mismo tiene la obligación moral de usarlo para el bien común. Como Javier Muñoz no tiene moral, no hay realmente derechos ni obligaciones. Sus derechos son ilusiones. Tomás (Mario Casas), sin embargo, sí es moral. Alcohólico rehabilitado lucha por sus derechos y sabe cuáles son sus deberes, para con la sociedad y para con la familia. Tiene el deber de corregir sus errores. Es un personaje roto que se ha recompuesto. El problema es que elige el piso equivocado. Un piso al que sí tiene derecho.

Mario Casas, protagonista de Hogar.
Netflix

La película, además, juega de forma inteligente con el primer derecho de los individuos que no es otro que el derecho a vivir. Javier le priva a Tomás el derecho a vivir. Como también juega de forma magistral con el derecho que tenemos los seres humanos a ser libres. Javier, en lugar de aprenderlo desde un prisma moral, vaya, lo aprende desde el prisma de la autoyuda, que es marketing, que es publicidad, aplicada a la escala de valores de los seres humanos. Vamos, un lugar en el que no hay que reflejarse. Fíjate que lo que aprende Javier en ese trimestre gris en el centro municipal es que la autorrealización es el mayor bien, que se realiza por la voluntad de una persona. Un individuo debe ser libre de ejercer su voluntad, no debe ser coaccionado por nadie. Pero este derecho sin deberes no vale para nada.

A ver, que el grifo se puede ver también como la rata del final de Infiltrados, como la metáfora perfecta de Javier que es un ser humano que gotea, pero eso tiene menos recorrido. Y también puede verse como un final abierto, siendo especialmente imaginativos. Porque hay dos preguntas que tú te has hecho, al igual que nosotros.

¿Muere al final el jardinero después de la explosión?

Si Damián (el personaje que borda David Ramírez) hubiera tenido que morir, habría muerto en la explosión. Que tiene quemaduras de tercer grado en plan Anakin está claro. ¿Puede haber sobrevivido y dar guerra más adelante en la vida de Javier Muñoz? Pues puede. También puede ocurrir que la Policía haya descubierto todo lo que se traía entre manos y además de entrar por la puerta grande del hospital, haya entrado por la puerta grande en un institución penitenciaria. No hay forma de saberlo, pero la posibilidad queda abierta. Sobre todo es el único testigo que puede apoyar a...

¿Le denuncia al final su ex mujer Marga a la Policía?

La aparición de Marga (Ruth Díaz) en el nuevo despacho de Javier tiene una doble intención. Por un lado, nos quieren mostrar en quién se ha convertido Javier ahora: alguien sin escrúpulos, cuyo comportamiento (reprobable) no fue aislado, un hombre sin pasado. Por si alguien tenía dudas de que era un psicópata. La película juega con nosotros. Al principio de la película, en el primer acto, podemos llegar a simpatizar con su personaje, pero nos va perdiendo con sus decisiones. Por otro lado, la película quiere sembrar una duda sobre la fragilidad de esa nueva vida que se ha construido (una vida, una estabilidad que gotea como el grifo), que es la fragilidad de cualquier proyecto vital basado exclusivamente en aspectos materiales. Hay una prueba que demuestra su culpabilidad. Y Marga siempre podría jugar esa baza.