(PDF) Historia de la locura en la época clásica I Michael Foucault (The history of madness) | Alejandra Hoja - Academia.edu
HISTORIA DE LA LOCURA en la época clásica I Michel Foucault Fuente: Biblioteca_IRC http://biblioteca.d2g.com Esta Edición: Proyecto Espartaco (http://www.proyectoespartaco.com) Prim era edición en francés, 1964 Segunda edición en francés, 1972 Prim era edición en español ( FCE, México) , 1967 Segunda reim presión ( FCE, Colom bia) , 1998 Tít ulo original: Hist oire de la folie à l'âge classique D. R. © 1964, Plon, Paris D. R. © 1972, Edit ions Gallim ard, Paris D. R. © 1967, Fondo de Cult ura Económ ica D. R. © 1986, Fondo de Cult ura Económ ica, S. A. de C. V. Avenida de la Universidad 975; 03100, México, D. F. D. R. © 1993, Fondo de Cult ura Económ ica Lt da. Carrera 16 No. 80- 18, Sant afé de Bogot á, D. C. I SBN 958- 9093- 84- I ( Obra com plet a) I SBN 958- 9093- 85- X ( volum en I ) I m preso en Colom bia PRÓLOGO Para est e libro ya viej o debería yo escribir un nuevo prólogo. Mas confieso que la idea m e desagrada, pues, por m ás que yo hiciera, no dej aría de querer j ust ificarlo por lo que era y de reinscribirlo, hast a donde pudiera, en lo que acont ece hoy. Posible o no, hábil o no, eso no sería honrado. Sobre t odo, no sería conform e a com o, en relación a un libro, debe ser la reserva de quien lo ha escrit o. Se produce un libro: acont ecim ient o m inúsculo, pequeño obj et o m anuable. Desde ent onces, es arrast rado a un incesant e j uego de repet iciones; sus " dobles" , a su alrededor y m uy lej os de él, se ponen a pulular; cada lect ura le da, por un inst ant e, un cuerpo im palpable y único; circulan fragm ent os de él m ism o que se hacen pasar por él, que, según se cree, lo cont ienen casi por ent ero y en los cuales finalm ent e, le ocurre que encuent ra refugio; los com ent arios lo desdoblan, ot ros discursos donde finalm ent e debe aparecer él m ism o, confesar lo que se había negado a decir, librarse de lo que ost ent osam ent e sim ulaba ser. La reedición en ot ro m om ent o, en ot ro lugar es t am bién uno de t ales dobles: ni com plet a sim ulación ni com plet a ident idad. Grande es la t ent ación, para quien escribe el libro, de im poner su ley a t oda esa profusión de sim ulacros, de prescribirles una form a, de darles una ident idad, de im ponerles una m arca que dé a t odos ciert o valor const ant e. " Yo soy el aut or: m irad m i rost ro o m i perfil; est o es a lo que deben parecerse t odas esas figuras calcadas que van a circular con m i nom bre; aquellas que se le apart en no valdrán nada; y es por su grado de parecido com o podréis j uzgar del valor de las dem ás. Yo soy el nom bre, la ley, el alm a, el secret o, el equilibrio de t odos esos dobles m íos. “ Así se escribe el prólogo, prim er act o por el cual em pieza a est ablecerse la m onarquía del aut or, declaración de t iranía: m i int ención debe ser vuest ro precept o, plegaréis vuest ra lect ura, vuest ros análisis, vuest ras crít icas, a lo que yo he querido hacer. Com prended bien m i m odest ia: cuando hablo de los lím it es de m i em presa, m i int ención es reducir vuest ra libert ad; y si proclam o m i convicción de no haber est ado a la alt ura de m i t area, es porque no quiero dej aros el privilegio de oponer a m i libro el fant asm a de ot ro, m uy cercano a él, pero m ás bello. Yo soy el m onarca de las cosas que he dicho y ej erzo sobre ellas un im perio em inent e: el de m i int ención y el del sent ido que he deseado darles. Yo quiero que un libro, al m enos del lado de quien lo ha escrit o, no sea m ás que las frases de que est á hecho; que no se desdoble en el prólogo, ese prim er sim ulacro de sí m ism o, que pret ende im poner su ley a t odos los que, en el fut uro, podrían form arse a part ir de él. Quiero que est e obj et o- acont ecim ient o, casi im percept ible ent re t ant os ot ros, se re- copie, se fragm ent e, se repit a, se im it e, se desdoble y finalm ent e desaparezca sin que aquel a quien le t ocó producirlo pueda j am ás reivindicar el derecho de ser su am o, de im poner lo que debe decir, ni de decir lo que debe ser. En sum a, quiero que un libro no se dé a sí m ism o ese est at ut o de t ext o al cual bien sabrán reducirlo la pedagogía y la crít ica; pero que no t enga el desparpaj o de present arse com o discurso: a la vez bat alla y arm a, est rat egia y choque, lucha y t rofeo o herida, coyunt ura y vest igios, cit a irregular y escena respet able. Por eso, a la dem anda que se m e ha hecho de escribir un nuevo prólogo para est e libro reedit ado, sólo he podido responder una cosa: suprim am os el ant iguo. Eso sería lo honrado. No t rat em os de j ust ificar est e viej o libro, ni de re- inscribirlo en el present e; la serie de acont ecim ient os a los cuales concierne y que son su verdadera ley est á lej os de haberse cerrado. En cuant o a novedad, no finj am os descubrirla en él, com o una reserva secret a, com o una riqueza ant es inadvert ida: sólo est á hecha de las cosas que se han dicho acerca de él, y de los acont ecim ient os a que ha sido arrast rado. Me cont ent aré con añadir dos t ext os: uno, ya publicado, en el cual com ent o una frase que dij e un poco a ciegas: " la locura, la falt a de obra" ; el ot ro inédit o en Francia, en el cual t rat o de cont est ar a una not able crít ica de Derrida. —Pero ¡ust ed acaba de hacer un prólogo! —Por lo m enos es breve MlCHEL FOUCAULT PRI MERA PARTE I . " STULTI FERA NAVI S" Al final de la Edad Media, la lepra desaparece del m undo occident al. En las m árgenes de la com unidad, en las puert as de las ciudades, se abren t errenos, com o grandes playas, en los cuales ya no acecha la enferm edad, la cual, sin em bargo, los ha dej ado est ériles e inhabit ables por m ucho t iem po. Durant e siglos, est as ext ensiones pert enecerán a lo inhum ano. Del siglo XI V al XVI I , van a esperar y a solicit ar por m edio de ext raños encant am ient os una nueva encarnación del m al, una m ueca dist int a del m iedo, una m agia renovada de purificación y de exclusión. Desde la Alt a Edad Media, hast a el m ism o fin de las Cruzadas, los leprosarios habían m ult iplicado sobre t oda la superficie de Europa sus ciudades m aldit as. Según Mat eo de París, había hast a 19 m il en t oda la Crist iandad. 1 En t odo caso, hacia 1266, en la época en que Luis VI I I est ableció en Francia el reglam ent o de leprosarios, se hace un censo y son m ás de 2 m il. Hubo 43 leprosarios solam ent e en la diócesis de París: se cont aban ent re ellos Burg- leReine, Corbeil, Saint - Valère, y el siniest ro Cham p- Pourri; est aba t am bién Charent on. Los dos m ás grandes se encont raban en la inm ediat a proxim idad de París y eran Saint - Germ ain y Saint - Lazare: 2 volverem os a encont rar su nom bre en la hist oria de ot ra enferm edad. Después del siglo XV se hace el vacío en t odas part es; Saint - Germ ain, desde el siguient e siglo, se vuelve una correccional para m uchachas; y ant es de que llegue San Vicent e, ya no queda en Saint - Lazare m ás que un solo leproso, " el señor de Langlois, abogado en la cort e civil" . El leprosario de Nancy, que figura ent re los m ás grandes de Europa, cuent a solam ent e con cuat ro enferm os durant e la regencia de María de Médicis. Según las Mém oires de Cat el, exist ían 29 hospit ales en Tolosa hacia el fin de la Edad Media, de los cuales siet e eran leprosarios; pero a principios del siglo XVI I se m encionan t res solam ent e: Saint - Cyprien, ArnaudBernard y Saint - Michel. 3 Se celebra con gust o la desaparición de la lepra: en 1635 los habit ant es de Reim s hacen una procesión solem ne para dar gracias a Dios por haber librado a la ciudad de aquel azot e. 4 Desde hacía ya un siglo, el poder real había em prendido el cont rol y la reorganización de la inm ensa fort una que represent aban los bienes inm uebles de las leproserías; por m edio de una ordenanza del 19 de diciem bre de 1543, Francisco I había ordenado que se hiciera un censo y un invent ario " para rem ediar el gran desorden que exist ía ent onces en los leprosarios" ; a su vez, Enrique I V prescribió en un edict o de 1606 una revisión de cuent as, y afect ó " los dineros que se conseguirían en est a búsqueda al m ant enim ient o de gent iles- hom bres pobres y soldados baldados" . El 24 de oct ubre de 1612 se vuelve a ordenar el m ism o cont rol, pero est a vez se decide que se ut ilicen los ingresos excesivos para dar de com er a los pobres. 5 1 2 3 4 5 Cit ado en Collet , Vie de Saint Vincent de Paul, 1. París, 1818, p. 293. Cf. J. Lebeuf, Hist oire de la ville et de t out le diocèse de Paris, Paris, 1754- 1758. Cit ado en H. M. Fay, Lépreux et cagot s du Sud- Ouest , París, 1910, p. 285. P.- A. Hildenfinger, La Léproserie de Reim s du XI I e au XVI I E siècle, Reim s, 1906, p. 233. Delam are, Trait é de Police, París, 1738, t . I , pp. 637- 639. En realidad, la cuest ión de los leprosarios no se arregló en Francia ant es del fin del siglo XVI I , y la im port ancia económ ica del problem a suscit ó m ás de un conflict o. ¿No exist ían aún, en el año de 1677, 44 leprosarios solam ent e en la provincia del Delfinado?6 El 20 de febrero de 1672, Luis XI V ot orga a las órdenes de San Lázaro y del Mont e Carm elo los bienes de t odas las órdenes hospit alarias y m ilit ares; se les encarga adm inist rar los leprosarios del reino. 7 Unos veint e años m ás t arde se revoca el edict o de 1672 y por una serie de m edidas escalonadas, de m arzo de 1693 a j ulio de 1695, los bienes de los leprosarios deberán afect arse en adelant e a los ot ros hospit ales y est ablecim ient os de asist encia. Los pocos leprosos dispersos aún en las 1200 casas que t odavía exist en, serán reunidos en Saint - Mesm in, cerca de Orleáns. 8 Est as prescripciones se aplican prim eram ent e en París, donde el Parlam ent o t ransfiere los ingresos en cuest ión al Hôpit al Général: el ej em plo es im it ado por las j urisdicciones provinciales; Tolosa afect a los bienes de sus leprosarios al hospit al de los incurables ( 1696) ; los de Beaulieu, en Norm andía, pasan al Hôt el- Dieu de Caen; los de Voley son ot orgados al hospit al de Saint e- Foy. 9 Sólo, con Saint - Mesm in, el recint o de Ganet s, cerca de Burdeos, quedará com o t est im onio. Para un m illón y m edio de habit ant es, exist ían en el siglo XI I , en I nglat erra y Escocia, 220 leprosarios. Pero en el siglo XI V el vacío com ienza a cundir; cuando Ricardo I I I ordena una invest igación acerca del hospit al de Ripon, en 1342, ya no hay ningún leproso, y el rey concede a los pobres los bienes de la fundación. El arzobispo Puisel había fundado a finales del siglo XI I un hospit al, en el cual, en 1434, solam ent e se reservaban dos plazas para leprosos, y eso si se pudiera encont rar alguno. 10 En 1348 el gran leprosario de Saint - Alban t iene solam ent e t res enferm os; el hospit al de Rom m enall, en Kent , es abandonado veint icuat ro años m ás t arde, pues no hay leprosos. En Chat am , el lazaret o de San Bart olom é, est ablecido en 1078, había sido uno de los m ás im port ant es de I nglat erra; durant e el reinado de I sabel no t iene ya sino dos pacient es, y es suprim ido finalm ent e en 1627. 11 El m ism o fenóm eno de desaparición de la lepra ocurre en Alem ania, aunque quizás allí la enferm edad ret roceda con m ayor lent it ud; igualm ent e observam os la conversión de los bienes de los leprosarios ( conversión apresurada por la Reform a, igual que en I nglat erra) en fondos adm inist rados por las ciudades, dest inados a obras de beneficencia y est ablecim ient os hospit alarios; así sucede en Leipzig; en Munich, en Ham burgo. En 1542, los bienes de los leprosarios de Schleswig- Holst ein son t ransferidos a los hospit ales. En St ut t gart , el inform e de un m agist rado, de 1589, indica que desde cincuent a años at rás no exist en leprosos en la casa que les fuera dest inada. En Lipplingen, el leprosario es ocupado rápidam ent e por incurables 6 Valvonnais, Hist oire du Dauphiné, t . I I , p. 171. L. Cibrario, Précis hist orique des ordres religieux de Saint - Lazare et de Saint - Maurice, Lyon, 1860. 8 Rocher, Not ice hist orique sur la m aladrerie de Saint - Hilaire- Saint - Mesm in, Orléans, 1866. 9 J.- A. Ulysse Chevalier, Not ice hist orique sur la m aladrerie de Voley près Rom ans, Rom ans, 1870, p. 61. 10 John Morrisson Hobson, Som e early and lat er Houses of Pit t y, pp. 12- 13. 11 Ch. A. Mercier, Leper Houses and Medieval Hospit als, p. 19. 7 y por locos. 12 Ext raña desaparición es ést a, que no fue lograda, indudablem ent e, por las oscuras práct icas de los m édicos: m ás bien debe de ser result ado espont áneo de la segregación, así com o consecuencia del fin de las Cruzadas, de la rupt ura de los lazos de Europa con Orient e, que era donde se hallaban los focos de infección. La lepra se ret ira, abandonando lugares y rit os que no est aban dest inados a suprim irla, sino a m ant enerla a una dist ancia sagrada, a fij arla en una exalt ación inversa. Lo que durará m ás t iem po que la lepra, y que se m ant endrá en una época en la cual, desde m uchos años at rás, los leprosarios est án vacíos, son los valores y las im ágenes que se habían unido al personaj e del leproso; perm anecerá el sent ido de su exclusión, la im port ancia en el grupo social de est a figura insist ent e y t em ible, a la cual no se puede apart ar sin haber t razado ant es alrededor de ella un círculo sagrado. Aunque se ret ire al leproso del m undo y de la com unidad de la I glesia visible, su exist encia, sin em bargo, siem pre m anifiest a a Dios, puest o que es m arca, a la vez, de la cólera y de la bondad divinas. " Am igo m ío —dice el rit ual de la iglesia de Vienne—, le place a Nuest ro Señor que hayas sido infect ado con est a enferm edad, y t e hace Nuest ro Señor una gran gracia, al querert e cast igar por los m ales que has hecho en est e m undo. " En el m ism o m om ent o en que el sacerdot e y sus asist ent es lo arrast ran fuera de la I glesia gressu ret rogrado, se le asegura al leproso que aún debe at est iguar ant e Dios. " Y aunque seas separado de la I glesia y de la com pañía de los Sant os, sin em bargo, no est ás separado de la gracia de Dios. " Los leprosos de Brueghel asist en de lej os, pero para siem pre, a la ascensión del Calvario, donde t odo un pueblo acom paña a Crist o. Y t est igos hierát icos del m al, logran su salvación en est a m ism a exclusión y gracias a ella: con una ext raña reversibilidad que se opone a la de los m érit os y plegarias, son salvados por la m ano que no les es t endida. El pecador que abandona al leproso en su puert a, le abre las puert as de la salvación. " Por que t engas paciencia en t u enferm edad; pues Nuest ro Señor no t e desprecia por t u enferm edad, ni t e apart a de su com pañía; pues si t ienes paciencia t e salvarás, com o el ladrón que m urió delant e de la casa del nuevo rico y que fue llevado derecho al paraíso. " 13 El abandono le significa salvación; la exclusión es una form a dist int a de com unión. Desaparecida la lepra, olvidado el leproso, o casi, est as est ruct uras perm anecerán. A m enudo en los m ism os lugares, los j uegos de exclusión se repet irán, en form a ext rañam ent e parecida, dos o t res siglos m ás t arde. Los pobres, los vagabundos, los m uchachos de correccional, y las " cabezas alienadas" , t om arán nuevam ent e el papel abandonado por el ladrón, y verem os qué salvación se espera de est a exclusión, t ant o para aquellos que la sufren com o para quienes los excluyen. Con un sent ido com plet am ent e nuevo, y en una cult ura m uy dist int a, las form as subsist irán, esencialm ent e est a form a considerable de separación rigurosa, que es exclusión social, pero reint egración espirit ual. 12 Virchow, Archiv zur Geschicht e des Aussat zes, t . XI X, pp. 71 y 80; t . XX. p. 511. Rit ual de la diócesis de Viena, im preso por orden del arzobispo Gui de Poissieu, hacia 1478. Cit ado por Charret , Hist oire de l'Église de Vienne, p. 752. 13 Pero no nos ant icipem os. El lugar de la lepra fue t om ado por las enferm edades venéreas. De golpe, al t erm inar el siglo XV, suceden a la lepra com o por derecho de herencia. Se las at iende en varios hospit ales de leprosos: en el reinado de Francisco I , se int ent a inicialm ent e aislarlas en el hospit al de la parroquia San Eust aquio, luego en el de San Nicolás, que poco ant es habían servido de leproserías. En dos ocasiones, baj o Carlos VI I I , después en 1559, se les habían dest inado, en Saint - Germ ain- des- Prés, diversas barracas y casuchas ant es ut ilizadas por los leprosos. 14 Pront o son t ant as que debe pensarse en const ruir ot ros edificios " en ciert os lugares espaciosos de nuest ra m encionada ciudad y en ot ros barrios, apart ados de sus vecinos" . 15 Ha nacido una nueva lepra, que ocupa el lugar de la prim era. Mas no sin dificult ades ni conflict os, pues los leprosos m ism os sient en m iedo: les repugna recibir a esos recién llegados al m undo del horror. " Est m irabilis cont agiosa et nim is form idanda infirm it as, quam et iam det est ant ur leprosi et ea infect os secum habit are non perm it t ant . " 16 Pero si bien t ienen derechos de ant igüedad para habit ar esos lugares " segregados" , en cam bio son dem asiado pocos para hacerles valer; los venéreos, por t odas part es, pront o ocupan su lugar. Y sin em bargo no son las enferm edades venéreas las que desem peñarán en el m undo clásico el papel que t enía la lepra en la cult ura m edieval. A pesar de esas prim eras m edidas de exclusión, pront o ocupan un lugar ent re las ot ras enferm edades. De buen o de m al grado se recibe a los venéreos en los hospit ales. El Hôt el- Dieu de París los aloj a; 17 en varias ocasiones se int ent a expulsarlos, pero es inút il: allí perm anecen y se m ezclan con los ot ros enferm os. 18 En Alem ania se les const ruyen casas especiales, no para est ablecer la exclusión, sino para asegurar su t rat am ient o; en Augsburgo los Fúcar fundan dos hospit ales de ese género. La ciudad de Nurem berg nom bra un m édico, quien afirm aba poder " die m alafrant zos vert reiben" . 19 Y es que ese m al, a diferencia de la lepra, m uy pront o se ha vuelt o cosa m édica, y corresponde exclusivam ent e al m édico. En t odas part es se invent an t rat am ient os; la com pañía de Saint - Cóm e t om a de los árabes el uso del m ercurio; 20 en el Hôt el- Dieu de París se aplica sobre t odo la t riaca. Llega después la gran boga del guayaco, m ás precioso que el oro de Am érica, si hem os de creer a Fracast or en su Syphilidis y a Ulrich von Hut t en. Por doquier se pract ican curas sudoríficas. En sum a, en el curso del siglo XVI el m al venéreo se inst ala en el orden de las enferm edades que requieren t rat am ient o. Sin duda, est á suj et o a t oda clase de j uicios m orales: pero est e horizont e 14 Pignot , Les Origines de l'Hôpit al du Midi, Paris, 1885, pp. 10 y 48. Según un m anuscrit o de los Archives de l'Assist ance publique ( expedient e Pet it es- Maisons; legaj o 4) . 16 Trit hem ius, Chronicon Hisangiense; cit ado por Pot t on en su t raducción de Ulric von Hut t en: Sur la m aladie française et sur les propriét és du bois de gaïac, Lyon, 1865, p. 9. 17 La prim era m ención de enferm edad venérea en Francia se encuent ra en un relat o del Hôt elDieu, cit ado por Brièle, Collect ion de Docum ent s pour servir à l'hist oire des hôpit aux de Paris, París, 1881- 1887, I I I , fasc. 2. 15 18 Cf. proceso verbal de una visit a del Hôt el- Dieu en 1507, cit ado por Pignot , loc. cit ., p. 125. Según R. Goldhahn, Spit al und Arzt von Einst bis Jet zt , p. 110. 20 Bét hencourt le da vent aj a sobre cualquier ot ra m edicación, en su Nouveau carém e de pénit ence et purgat oire d'expiat ion, 1527. 19 m odifica m uy poco la capt ación m édica de la enferm edad. 21 Hecho curioso: baj o la influencia del m undo del int ernam ient o t al com o se ha const it uido en el siglo XVI I , la enferm edad venérea se ha separado, en ciert a m edida, de su cont ext o m édico, y se ha int egrado, al lado de la locura, en un espacio m oral de exclusión. En realidad no es allí donde debe buscarse la verdadera herencia de la lepra, sino en un fenóm eno bast ant e com plej o, y que el m édico t ardará bast ant e en apropiarse. Ese fenóm eno es la locura. Pero será necesario un largo m om ent o de lat encia, casi dos siglos, para que est e nuevo azot e que sucede a la lepra en los m iedos seculares suscit e, com o ella, afanes de separación, de exclusión, de purificación que, sin em bargo, t an evident em ent e le son consust anciales. Ant es de que la locura sea dom inada, a m ediados del siglo XVI I , ant es de que en su favor se hagan resucit ar viej os rit os, había est ado aunada, obst inadam ent e, a t odas las grandes experiencias del Renacim ient o. Es est a presencia, con algunas de sus figuras esenciales, lo que ahora debem os recordar de m anera m uy com pendiosa. Em pecem os por la m ás sencilla de esas figuras, t am bién la m ás sim bólica. Un obj et o nuevo acaba de aparecer en el paisaj e im aginario del Renacim ient o; en breve, ocupará un lugar privilegiado: es la Nef des Fous, la nave de los locos, ext raño barco ebrio que navega por los ríos t ranquilos de Renania y los canales flam encos. El Narrenschiff es evident em ent e una com posición lit eraria inspirada sin duda en el viej o ciclo de los Argonaut as, que ha vuelt o a cobrar j uvent ud y vida ent re los grandes t em as de la m it ología, y al cual se acaba de dar form a inst it ucional en los Est ados de Borgoña. La m oda consist e en com poner est as " naves" cuya t ripulación de héroes im aginarios, de m odelos ét icos o de t ipos sociales se em barca para un gran viaj e sim bólico, que les proporciona, si no la fort una, al m enos la form a de su dest ino o de su verdad. Es así com o Sym phorien Cham pier com pone sucesivam ent e una Nef des princes et des bat ailles de Noblesse en 1502, y después una Nef des Dam es vert ueuses en 1503; hay t am bién una Nef de Sant é, j unt o a la Blauwe Schut e de Jacob van Oest voren de 1413, del Narrenschiff de Brandt ( 1497) y de la obra de Josse Bade, St ult iferae naviculae scaphae fat uarum m ulierum ( 1498) . El cuadro de Bosco, con seguridad, pert enece a est a flot a im aginaria. De t odos est os navíos novelescos o sat íricos, el Narrenschiff es el único que ha t enido exist encia real, ya que sí exist ieron est os barcos, que t ransport aban de una ciudad a ot ra sus cargam ent os insensat os. Los locos de ent onces vivían ordinariam ent e una exist encia errant e. Las ciudades los expulsaban con gust o de su recint o; se les dej aba recorrer los cam pos apart ados, cuando no se les podía confiar a un grupo de m ercaderes o de peregrinos. Est a cost um bre era m uy frecuent e sobre t odo en Alem ania; en Nurem berg, durant e la prim era m it ad del siglo XV, se regist ró la presencia de 62 locos; 31 fueron expulsados; en los cincuent a años siguient es, const an ot ras 21 part idas obligat orias; ahora bien, 21 El libro de Bét hencourt , pese a su t ít ulo, es una rigurosa obra de m edicina. t odas est as cifras se refieren sólo a locos det enidos por las aut oridades m unicipales. 22 Sucedía frecuent em ent e que fueran confiados a barqueros: en Francfort , en 1399, se encargó a unos m arineros que libraran a la ciudad de un loco que se paseaba desnudo; en los prim eros años del siglo XV, un loco crim inal es rem it ido de la m ism a m anera a Maguncia. En ocasiones los m arineros dej an en t ierra, m ucho ant es de lo prom et ido, est os incóm odos pasaj eros; com o ej em plo podem os m encionar a aquel herrero de Francfort , que part ió y regresó dos veces ant es de ser devuelt o definit ivam ent e a Kreuznach. 23 A m enudo, las ciudades de Europa debieron ver llegar est as naves de locos. No es fácil explicar el sent ido exact o de est a cost um bre. Se podría pensar que se t rat a de una m edida general de expulsión m ediant e la cual los m unicipios se deshacen de los locos vagabundos; hipót esis que no bast a para explicar los hechos, puest o que ciert os locos son curados com o t ales, luego de recibidos en los hospit ales, ya ant es de que se const ruyeran para ellos casas especiales; en el Hôt el- Dieu de París hay yacij as reservadas para ellos en los dorm it orios; 24 adem ás, en la m ayor part e de las ciudades de Europa, ha exist ido durant e t oda la Edad Media y el Renacim ient o un lugar de det ención reservado a los insensat os; así, por ej em plo, el Chât elet de Melun 25 o la fam osa Torre de los Locos de Caen; 26 el m ism o obj et o t ienen los innum erables Narrt ürm er de Alem ania, com o las puert as de Lübeck o el Jungpfer de Ham burgo. 27 Los locos, pues, no son siem pre expulsados. Se puede suponer, ent onces, que no se expulsaba sino a los ext raños, y que cada ciudad acept aba encargarse exclusivam ent e de aquellos que se cont aban ent re sus ciudadanos. ¿No se encuent ran, en efect o, en la cont abilidad de ciert as ciudades m edievales, subvenciones dest inadas a los locos, o donaciones hechas en favor de los insensat os? 28 En realidad el problem a no es t an sim ple, pues exist en sit ios de concent ración donde los locos, m ás num erosos que en ot ras part es, no son aut óct onos. En prim er lugar, se m encionan los lugares de peregrinación: Saint Mat hurin de Larchant , Saint - Hildevert de Gournay, Besançon, Gheel; est as peregrinaciones eran organizadas y a veces subvencionadas por los hospit ales o las ciudades. 29 Es posible que las naves de locos que enardecieron t ant o la im aginación del prim er Renacim ient o, hayan sido navíos de peregrinación, navíos alt am ent e sim bólicos, que conducían locos en busca de razón; unos descendían los ríos de Renania, en dirección de Bélgica y de Gheel; ot ros rem ont aban el Rin hacia el Jura y Besançon. Pero hay ot ras ciudades, com o Nurem berg, que no eran, ciert am ent e, sit ios de 22 T. Kirchhoff, Geschicht e der Psychiat rie, Leipzig, 1912. Cf. Kriegk, Heilanst alt en, Geist kranke ins m it t elält erliche Frankfort am Main, 1863. 24 Cf. Cuent as del Hôt el- Dieu, XI X, 190, y XX, 346. Cit ados por Coyecque, L'Hôt el- Dieu de Paris au Moyen Age, Paris, 1889- 1891. Hist oria y Docum ent os, t . I , p. 109. 25 Archives hospit alières de Melun. Fondos de Saint - Jacques, pp. 14- 67. 26 A. Joly, L'I nt ernem ent des fous sous l'Ancien Régim e dans la généralit é de Basse- Norm andie, Caen, 1868. 27 Cf. Eschenburg, Geschicht e unserer I rrenanst alt en, Lübeck, 1844, y Von Hess, Ham burg t opographisch, hist orisch, und polit ik beschreiben, t . I , pp. 344- 45. 28 Por ej em plo, en 1461, Ham burgo da 14 t áleros 85 chelines a una m uj er que debe ocuparse de los locos ( Gernet , Mit t eilungen aus der ält ereren Medizine- Geschicht e Ham burgs, p. 79) . En Lübeck, t est am ent o de ciert o Gerd Sunderberg, por " den arm en dullen Luden" en 1479. ( Cit ado en Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie, Berlin, 1887, p. 320. ) 29 Hast a llega a suceder que se subvencione a los rem plazant es: " Pagado a un hom bre que fue enviado a Saint - Mat hurin de Larchant para hacer la novena de la cit ada herm ana Robine que est aba enferm a y con frenesí. VI I I , s. p." ( Cuent as del Hôt el- Dieu, XXI I I ; Coyecque, loc. cit ., ibid. ) 23 peregrinación, y que reúnen gran núm ero de locos, bast ant es m ás, en t odo caso, que los que podría proporcionar la m ism a ciudad. Est os locos son aloj ados y m ant enidos por el presupuest o de la ciudad, y sin em bargo, no son t rat ados; son pura y sim plem ent e arroj ados a las prisiones. 30 Se puede creer que en ciert as ciudades im port ant es —lugares de paso o de m ercado— los locos eran llevados en núm ero considerable por m arineros y m ercaderes, y que allí se " perdían" , librando así de su presencia a la ciudad de donde venían. Acaso sucedió que est os lugares de " cont raperegrinación" llegaran a confundirse con los sit ios a donde, por el cont rario, los insensat os fueran conducidos a t ít ulo de peregrinos. La preocupación de la curación y de la exclusión se j unt aban; se encerraba dent ro del espacio cerrado del m ilagro. Es posible que el pueblo de Gheel se haya desarrollado de est a m anera, com o un lugar de peregrinación que se vuelve cerrado, t ierra sant a donde la locura aguarda la liberación, pero donde el hom bre crea, siguiendo viej os t em as, un repart o rit ual. Es que la circulación de los locos, el adem án que los expulsa, su part ida y em barco, no t ienen t odo su sent ido en el solo nivel de la ut ilidad social o de la seguridad de los ciudadanos. Hay ot ras significaciones m ás próxim as a los rit os, indudablem ent e; y aun podem os descifrar algunas huellas. Por ej em plo, el acceso a las iglesias est aba prohibido a los locos, 31 aunque el derecho eclesiást ico no les vedaba los sacram ent os. 32 La I glesia no sanciona al sacerdot e que se vuelve loco; pero en Nurem berg, en 1421, un sacerdot e loco es expulsado con especial solem nidad, com o si la im pureza fuera m ult iplicada por el caráct er sagrado del personaj e, y la ciudad t om a de su presupuest o el dinero que debe servir al cura com o viát ico. 33 En ocasiones, algunos locos eran azot ados públicam ent e, y com o una especie de j uego, los ciudadanos los perseguían sim ulando una carrera, y los expulsaban de la ciudad golpeándolos con varas. 34 Señales, t odas ést as, de que la part ida de los locos era uno de t ant os exilios rit uales. Así se com prende m ej or el curioso sent ido que t iene la navegación de los locos y que le da sin duda su prest igio. Por una part e, práct icam ent e posee una eficacia indiscut ible; confiar el loco a los m arineros es evit ar, seguram ent e, que el insensat o m erodee indefinidam ent e baj o los m uros de la ciudad, asegurarse de que irá lej os y volverlo prisionero de su m ism a part ida. Pero a t odo est o, el agua agrega la m asa oscura de sus propios valores; ella lo lleva, 30 En Nurem berg, en el curso de los años 1377- 1378 y 1381- 1397, se cuent an 37 locos colocados en las prisiones, 17 de ellos ext ranj eros llegados de Rat isbona, Weissenburg, Bam berg, Bayreut h, Viena y Hungría. En el período siguient e, t al parece que, por una razón desconocida, Nurem berg haya abandonado su papel de punt o de reunión, y que, por el cont rario, se t enga un cuidado m inucioso de rechazar a los locos que no fueran originarios de la ciudad ( cf. Kirchhoff, loc. cit . ) . 31 Se cast iga con t res días de cárcel a un m uchacho de Nurem berg que había m et ido un loco en una iglesia, 1420. Cf. Kirchhoff, loc. cit . 32 El concilio de Cart ago, en 348, había perm it ido que se diera la com unión a un loco, sin ninguna condición, siem pre que no hubiera que t em er una irreverencia. Sant o Tom ás expresa la m ism a opinión. Cf. Port as, Dict ionnaire des cas de conscience, 1741, t . I , p. 785. 33 Un hom bre que le había robado su capa es cast igado con siet e días de cárcel ( Kirchhoff, loc. cit . ) . 34 Cf. Kriegk. loc. cit . pero hace algo m ás, lo purifica; adem ás, la navegación libra al hom bre a la incert idum bre de su suert e; cada uno queda ent regado a su propio dest ino, pues cada viaj e es, pot encialm ent e, el últ im o. Hacia el ot ro m undo es adonde part e el loco en su loca barquilla; es del ot ro m undo de donde viene cuando desem barca. La navegación del loco es, a la vez, dist ribución rigurosa y t ránsit o absolut o. En ciert o sent ido, no hace m ás que desplegar, a lo largo de una geografía m it ad real y m it ad im aginaria, la sit uación lim inar del loco en el horizont e del cuidado del hom bre m edieval, sit uación sim bolizada y t am bién realizada por el privilegio que se ot orga al loco de est ar encerrado en las puert as de la ciudad; su exclusión debe recluirlo; si no puede ni debe t ener com o prisión m ás que el m ism o um bral, se le ret iene en los lugares de paso. Es puest o en el int erior del ext erior, e inversam ent e. Posición alt am ent e sim bólica, que seguirá siendo suya hast a nuest ros días, con sólo que adm it am os que la fort aleza de ant año se ha convert ido en el cast illo de nuest ra conciencia. El agua y la navegación t ienen por ciert o est e papel. Encerrado en el navío de donde no se puede escapar, el loco es ent regado al río de m il brazos, al m ar de m il cam inos, a esa gran incert idum bre ext erior a t odo. Est á prisionero en m edio de la m ás libre y abiert a de las rut as: est á sólidam ent e encadenado a la encrucij ada infinit a. Es el Pasaj ero por excelencia, o sea, el prisionero del viaj e. No se sabe en qué t ierra desem barcará; t am poco se sabe, cuándo desem barca, de qué t ierra viene. Sólo t iene verdad y pat ria en esa ext ensión infecunda, ent re dos t ierras que no pueden pert enecerle. 35 ¿Es en est e rit ual y en sus valores donde encont ram os el origen del prolongado parent esco im aginario, cuya exist encia podem os com probar sin cesar en la cult ura occident al? ¿O es, inversam ent e, ese parent esco, el que, desde el com ienzo de los t iem pos det erm ina, y luego fij a el rit o del em barco? Una cosa podem os afirm ar, al m enos: el agua y la locura est án unidas desde hace m ucho t iem po en la im aginación del hom bre europeo. Ya Trist án, disfrazado de loco, se había dej ado arroj ar por los barqueros en la cost a de Cornuailles. Y cuando se present a en el cast illo del rey Marco, nadie lo reconoce, nadie sabe de dónde viene. Pero dice dem asiadas cosas ext rañas, fam iliares y lej anas; conoce dem asiado los secret os de lo bien conocido, para no ser de ot ro m undo, m uy próxim o. No viene de la t ierra sólida, de sólidas ciudades, sino m ás bien de la inquiet ud incesant e del m ar, de los cam inos desconocidos que insinúan t ant os ext raños sabores, de esa planicie fant ást ica, revés del m undo. I solda es la prim era en darse cuent a de que aquel loco es hij o del m ar, de que lo han arroj ado allí m arineros insolent es, señal de fut uras desgracias: " ¡Maldit os sean los m arineros que han t raído est e loco! ¡Debieron arroj arlo al m ar! " 36 Muchas veces reaparece el t em a al correr de los t iem pos: en los m íst icos del siglo XV se ha convert ido en el m ot ivo del alm a com o una barquilla abandonada, que navega por un m ar infinit o de deseos, por el cam po est éril de las preocupaciones y de la ignorancia, ent re los falsos reflej os del 35 Esos t em as son ext rañam ent e próxim os al del hij o prohibido y m aldit o, encerrado en un cest o y confiado a las olas, que lo conducen a ot ro m undo, pero para ést e, hay, a cont inuación, un ret orno a la verdad. 36 Trist an e I solda, ed. Bossuat , pp. 219- 222. saber, en pleno cent ro de la sinrazón m undana; navecilla que es presa de la gran locura del m ar, si no sabe echar el ancla sólida, la fe, o desplegar sus velas espirit uales para que el soplo de Dios la conduzca a puert o. 37 A finales del siglo XVI , De Lancre ve en el m ar el origen de la vocación dem oniaca de t odo un pueblo: el inciert o surcar de los navíos, la confianza puest a solam ent e en los ast ros, los secret os t rasm it idos, la lej anía de las m uj eres, la im agen — en fin— de esa vast a planicie, hacen perder al hom bre la fe en Dios y t odos los vínculos firm es que lo at aban a la pat ria; así, se ent rega al Diablo y al océano de sus argucias. 38 En la época clásica es cost um bre explicar la m elancolía inglesa por la influencia de un clim a m arino: el frío, la inest abilidad del t iem po, las got it as m enudas que penet ran en los canales y fibras del cuerpo hum ano, le hacen perder firm eza, lo predisponen a la locura. 39 Haciendo a un lado una inm ensa lit erat ura que va de Ofelia a la Lorelei, cit em os solam ent e los grandes análisis, sem iant ropológicos, sem icosm ológicos, de Heinrot h, en los cuales lo locura es com o una m anifest ación, en el hom bre, de un elem ent o oscuro y acuát ico, som brío desorden, caos en m ovim ient o, germ en y m uert e de t odas las cosas, que se opone a la est abilidad lum inosa y adult a del espírit u. 40 Pero si la navegación de los locos est á en relación, para la im aginación occident al, con t ant os m ot ivos inm em oriales, ¿por qué hacia el siglo XV aparece t an bruscam ent e la form ulación del t em a en la lit erat ura y en la iconografía? ¿Por qué de pront o est a siluet a de la Nave de los Locos, con su t ripulación de insensat os, invade los países m ás conocidos? ¿Por qué, de la ant igua unión del agua y la locura, nace un día, un día preciso, est e barco? Es que la barca sim boliza t oda una inquiet ud, surgida repent inam ent e en el horizont e de la cult ura europea a fines de la Edad Media. La locura y el loco llegan a ser personaj es im port ant es, en su am bigüedad: am enaza y cosa ridícula, vert iginosa sinrazón del m undo y ridiculez m enuda de los hom bres. En prim er lugar, una serie de cuent os y de fábulas. Su origen, sin duda, es m uy lej ano. Pero al final de la Edad Media, dichos relat os se ext ienden en form a considerable: es una larga serie de " locuras" que, aunque est igm at izan vicios y defect os, com o sucedía en el pasado, los refieren t odos no ya al orgullo ni a la falt a de caridad, ni t am poco al olvido de las virt udes crist ianas, sino a una especie de gran sinrazón, de la cual nadie es precisam ent e culpable, pero que arrast ra a t odos los hom bres, secret am ent e com placient es. 41 La denuncia de la locura llega a ser la form a general de la crít ica. En las farsas y sot ies, el personaj e del Loco, del Necio, del Bobo, adquiere m ucha im port ancia. 42 No est á ya sim plem ent e al m argen, siluet a ridícula y fam iliar: 43 ocupa el 37 Cf. ent re ot ros Tauber, Predigt er, XLI . 38 De Lancre, De l'I nconst ance des m auvais anges, París, 1612. 30 G. Cheyne, The English Malady, Londres, 1733. 39 40 Habría que añadir que el " lunat ism o" no es aj eno a ese t em a. La Luna, cuya influencia sobre la locura durant e siglos se ha adm it ido, es el m ás acuát ico de los cuerpos celest es. E1 parent esco de la locura con el Sol y el fuego es de aparición m ucho m ás t ardía ( Nerval, Niet zsche, Art aud) . 41 Cf., por ej em plo, Des six m anières de fols; m s. Arsenal 2767. 42 En la Sot t ie de Folle Balance, cuat ro personaj es est án " locos" : el gent ilhom bre, el m ercader, el labrador ( es decir, t oda la sociedad) y la propia Folie Balance. 43 Tam bién es el caso en la Moralit é nouvelle des enfant s de m aint enant , o en la Moralit é cent ro del t eat ro, com o poseedor de la verdad, represent ando el papel com plem ent ario e inverso del que represent a la locura en los cuent os y en las sát iras. Si la locura arrast ra a los hom bres a una ceguera que los pierde, el loco, al cont rario, recuerda a cada uno su verdad; en la com edia, donde cada personaj e engaña a los ot ros y se engaña a sí m ism o, el loco represent a la com edia de segundo grado, el engaño del engaño; dice, con su lenguaj e de necio, sin aire de razón, las palabras razonables que dan un desenlace cóm ico a la obra. Explica el am or a los enam orados, 44 la verdad de la vida a los j óvenes, 45 la m ediocre realidad de las cosas a los orgullosos, a los insolent es y a los m ent irosos. 46 Hast a las viej as fiest as de locos, t an apreciadas en Flandes y en el nort e de Europa, ocupan su sit io en el t eat ro y t ransform an en crít ica social y m oral lo que hubo en ellos de parodia religiosa espont ánea. En la lit erat ura sabia la locura t am bién act úa en el cent ro m ism o de la razón y de la verdad. Ella em barca indiferent em ent e a t odos los hom bres en su navío insensat o y los resuelve a lanzarse a una odisea en com ún. ( Blauwe Schut e de Van Oest voren, el Narrenschiff de Brant . ) De ella conj ura Murner el reino m aléfico en su Narrenbeschwörung. Aparece unida al am or en la sát ira de Corroz Cont re Fol Am our, y en el diálogo de Louise Labé, Débat de Folie et d'Am our, discut en am bos para saber cuál de los dos es el prim ero, cuál de los dos hace posible al ot ro, y es la locura la que conduce al am or a su guisa. La locura t iene t am bién sus j uegos académ icos; es obj et o de discursos, ella m ism a los pronuncia; cuando se la denuncia, se defiende, y reivindica una posición m ás cercana a la felicidad y a la verdad que la razón, m ás cercana a la razón que la m ism a razón. Wim pfeling redact a el Monopolium Philosophorum , 47 y Judocus Gallus el Monopolium et Societ as, vulgo des Licht schiffs. 48 En fin, en el cent ro de est os graves j uegos, los grandes t ext os de los hum anist as: Flayder y Erasm o. 49 Frent e a est os m anej os y a su incansable dialéct ica, frent e a est os discursos indefinidam ent e reanudados y exam inados, encont ram os una larga genealogía de im ágenes, desde las de Jerónim o Bosco —la " Cura de la locura" y la " Nave de los locos" — hast a Brueghel y su " Dulle Gret e" ; y el grabado t ranscribe lo que el t eat ro y la lit erat ura habían ya expuest o: los t em as ent ret ej idos de la Fiest a y la Danza de los Locos. 50 Así podem os ver cuán ciert o es que, desde el siglo XV, el rost ro de la locura ha perseguido la im aginación del hom bre occident al. Una sucesión de fechas habla por sí m ism a: la Danza Macabra del cem ent erio de los I nocent es dat a sin duda de los prim eros años del siglo XV; 51 la de la nouvelle de Charit é, en que el loco es uno de los doce personaj es. 44 Com o en la Farce de Tout Mesnage, en que el loco se hace pasar por m édico para curar a una cam arera enferm a de am or. 45 En la Farce des cris de Paris, el loco int erviene en la discusión de dos j óvenes para decirles qué es el m at rim onio. 46 E1 necio, en la Farce du Gaudisseur, dice la verdad cada vez que el " gaudisseur" ( j act ancioso) se j act a. Heidelberg, 1480. 48 Est rasburgo, 1489. Esos discursos repit en, con seriedad, los serm ones y discursos chuscos que se pronuncian en el t eat ro, com o el Serm on j oyeux et de grande value à t ous les fous pour leur m ont rer à sages devenir. 47 49 50 Moria Rediviva, 1527; Égloge de la folie, 1509. Cf., por ej em plo, una fiest a de locos reproducida en Bast elaer ( Les Est am pes de Brueghel, Bruselas, 1908) ; o la Nasent anz que puede verse en Geisberg, Deut sche Holzst h, p. 262. 51 Según el Journal d'un Bourgeois de Paris: " El año 1424 se efect uó la danza m acabra el día de los I nocent es" , cit ado en E. Mâle, L'Art religieux de la fin du Moyen Age, p. 363. Chaise- Dieu debió de ser com puest a alrededor de 1460, y en 1485 Guyot Marchand publica su Danse Macabre. Est os sesent a años, seguram ent e, vieron el t riunfo de est a im aginería burlona, relat iva a la m uert e. En 1492 Brant escribe el Narrenschiff; cinco años m ás t arde es t raducido al lat ín; en los últ im os años del siglo, Bosco com pone su " Nave de los locos" . El Elogio de la locura es de 1509. El orden de sucesión es claro. Hast a la segunda m it ad del siglo XV, o un poco m ás, reina sólo el t em a de la m uert e. El fin del hom bre y el fin de los t iem pos aparecen baj o los rasgos de la pest e y de las guerras. Lo que pende sobre la exist encia hum ana es est a consum ación y est e orden al cual ninguno escapa. La presencia que am enaza desde el int erior m ism o del m undo, es una presencia descarnada. Pero en los últ im os años del siglo, est a gran inquiet ud gira sobre sí m ism a; burlarse de la locura, en vez de ocuparse de la m uert e seria. Del descubrim ient o de est a necesidad, que reducía fat alm ent e el hom bre a nada, se pasa a la cont em plación despect iva de esa nada que es la exist encia m ism a. El horror delant e de los lím it es absolut os de la m uert e, se int erioriza en una ironía cont inua; se le desarm a por adelant ado; se le vuelve risible; dándole una form a cot idiana y dom est icada, renovándolo a cada inst ant e en el espect áculo de la vida, disem inándolo en los vicios, en los defect os y en los aspect os ridículos de cada uno. El aniquilam ient o de la m uert e no es nada, puest o que ya era t odo, puest o que la vida m ism a no es m ás que fat uidad, vanas palabras, ruido de cascabeles. Ya est á vacía la cabeza que se volverá calavera. En la locura se encuent ra ya la m uert e. 52 Pero es t am bién su presencia vencida, esquivada en est os adem anes de t odos los días que, al anunciar que ya reina, indican que su presa será una t rist e conquist a. Lo que la m uert e desenm ascara, no era sino m áscara, y nada m ás; para descubrir el rict us del esquelet o ha bast ado levant ar algo que no era ni verdad ni belleza, sino solam ent e un rost ro de yeso y oropel. Es la m ism a sonrisa la de la m áscara vana y la del cadáver. Pero lo que hay en la risa del loco es que se ríe por adelant ado de la risa de la m uert e; y el insensat o, al presagiar lo m acabro, lo ha desarm ado. Los grit os de Margot la Folie vencen, en pleno Renacim ient o, al " Triunfo de la Muert e" , que se cant aba a fines de la Edad Media en los m uros de los cem ent erios. La sust it ución del t em a de la m uert e por el de la locura no señala una rupt ura sino m ás bien una t orsión en el int erior de la m ism a inquiet ud. Se t rat a aún de la nada de la exist encia, pero est a nada no es ya considerada com o un t érm ino ext erno y final, a la vez am enaza y conclusión. Es sent ida desde el int erior com o la form a cont inua y const ant e de la exist encia. En t ant o que en ot ro t iem po la locura de los hom bres consist ía en no ver que el t érm ino de la vida se aproxim aba, m ient ras que ant iguam ent e había que at raerlos a la prudencia m ediant e el espect áculo de la m uert e, ahora la prudencia consist irá en denunciar la locura por doquier, en enseñar a los hum anos que no son ya m ás que m uert os, y que si el t érm ino est á próxim o es porque la locura, convert ida en universal, se confundirá con la m uert e. Est o es lo que profet iza Eust aquio Descham ps: 52 En est e sent ido, la experiencia de la locura est á en rigurosa cont inuidad con la de la lepra. El rit ual de exclusión del leproso m ost raba que ést e, vivo, era la presencia m ism a de la m uert e. Son cobardes, débiles y blandos, viej os, codiciosos y m al hablados. No veo m ás que locas y locos; el fin se aproxim a en verdad, pues t odo est á m al. 53 Los elem ent os est án ahora invert idos. Ya no es el fin de los t iem pos y del m undo lo que ret rospect ivam ent e m ost rará que los hom bres est aban locos al no preocuparse de ello; es el ascenso de la locura, su sorda invasión, la que indica que el m undo est á próxim o a su últ im a cat ást rofe, que la dem encia hum ana llam a y hace necesaria. Ese nexo de la locura y de la nada est á anudado t an fuert em ent e en el siglo XV que subsist irá largo t iem po, y aún se le encont rará en el cent ro de la experiencia clásica de la locura. 54 Con sus diversas form as —plást icas o lit erarias— est a experiencia de la insensat ez parece t ener una ext raña coherencia. La pint ura y el t ext o nos envían del uno al ot ro cont inuam ent e; en ést e com ent ario, en aquélla, ilust ración. La Narrent anz es un solo y m ism o t em a que se encuent ra y se vuelve a encont rar en fiest as populares, en represent aciones t eat rales, en los grabados; t oda la últ im a part e del Elogio de la locura est á const ruida sobre el m odelo de una larga danza de locos, donde cada profesión y cada est ado desfilan para int egrar la gran ronda de la sinrazón. Es probable que en la " Tent ación" de Lisboa un buen núm ero de fauces de la fauna fant ást ica que se ve en la t ela provengan de las m áscaras t radicionales; algunas, acaso, hayan sido t om adas del Malleus. 55 En cuant o a la fam osa " Nave de los locos" , ¿no es acaso una t raducción direct a del Narrenschiff de Brant , del cual lleva el t ít ulo, y de cual parece ilust rar de m anera m uy precisa el cant o XXVI I , consagrado a su vez a est igm at izar los pot at ores et edaces? Hast a se ha llegado a suponer que el cuadro de Bosco era part e de t oda una serie de pint uras, que ilust raban los cant os principales del poem a de Brant . 56 En realidad, no hay que dej arse engañar por lo que hay de est rict o en la cont inuidad de los t em as, ni suponer m ás de lo que dice la hist oria. 57 Es probable que no se pueda hacer sobre est e t em a un análisis com o el que ha realizado Em ile Mâle sobre épocas ant eriores, principalm ent e respect o al t em a de la m uert e. Ent re el verbo y la im agen, ent re aquello que pint a el lenguaj e y lo que dice la plást ica, la bella unidad em pieza a separarse; una sola e igual significación no les es inm ediat am ent e com ún. Y si es verdad que la I m agen t iene aún la vocación de decir, de t rasm it ir algo que es consust ancial al lenguaj e, es preciso reconocer que ya no dice las m ism as cosas, y que gracias a sus valores plást icos propios, la pint ura se adent ra en una experiencia que se 53 Eust ache Descham ps, Œuvres, ed. Saint - Hilaire de Raym ond, t . I , p. 203. Cf. infra, Segunda Part e, cap. I I I . 55 Aunque la Tent ación de Lisboa no es una de las últ im as obras de Bosch com o lo cree Baldass, ciert am ent e si es post erior al Malleus Maleficarum que dat a de 1487. 56 Es la t esis de Desm ont s en " Dos prim it ivos holandeses en el Museo del Louvre" , Gazet t e des Beaux- Art s, 1919, p. 1. 57 Com o lo hace Desm ont s a propósit o de Bosch y de Brant ; si es verdad que el cuadro fue pint ado pocos años después de la publicación del libro, el cual t uvo inm ediat am ent e un t riunfo considerable, nada prueba que Bosch haya querido ilust rar el Narrenschiff, y a fort iori t odo el Narrenschiff. 54 apart ará cada vez m ás del lenguaj e, sea la que sea la ident idad superficial del t em a. La palabra y la im agen ilust ran aun la m ism a fábula de la locura en el m ism o m undo m oral; pero siguen ya dos direcciones diferent es, que indican, en una hendidura apenas percept ible, lo que se convert irá en la gran línea de separación en la experiencia occident al de la locura. La aparición de la locura en el horizont e del Renacim ient o se percibe prim eram ent e ent re las ruinas del sim bolism o gót ico; es com o si en est e m undo, cuya red de significaciones espirit uales era t an t upida, com enzara a em brollarse, perm it iera la aparición de figuras cuyo sent ido no se ent rega sino baj o las especies de la insensat ez. Las form as gót icas subsist en aún por un t iem po, pero poco a poco se vuelven silenciosas, cesan de decir, de recordar y de enseñar, y sólo m anifiest an algo indescript ible para el lenguaj e, pero fam iliar a la vist a, que es su propia presencia fant ást ica. Liberada de la sabiduría y del t ext o que la ordenaba, la im agen com ienza a gravit ar alrededor de su propia locura. Paradój icam ent e, est a liberación viene de la abundancia de significaciones, de una m ult iplicación del sent ido, por sí m ism a, que crea ent re las cosas relaciones t an num erosas, t an ent ret ej idas, t an ricas, que no pueden ya ser descifradas m ás que en el esot erism o del saber; las cosas, por su part e, est án sobrecargadas de at ribut os, de indicios, de alusiones, y t erm inan por perder su propia faz. El sent ido no se lee ya en una percepción inm ediat a, la figura cesa de hablar de sí m ism a; ent re el saber que la anim a y la form a a la cual se t raspone se ha creado un vacío. Aquélla queda libre para el onirism o. Un libro da t est im onio de est a proliferación de sent idos al t erm inar el m undo gót ico; es el Speculum hum anae salvat ionis 58 que, adem ás de las correspondencias est ablecidas por la t radición pat ríst ica, est ablece t odo un sim bolism o ent re el Ant iguo y el Nuevo Test am ent o, sim bolism o que no es del orden de la profecía, sino que se refiere a la equivalencia im aginaria. La Pasión de Crist o no est á solam ent e prefigurada por el sacrificio de Abraham ; t odos los suplicios y los sueños innum erables que ést os engendran, est án en relación con la Pasión. Tubal, el herrero, y la rueda de I saías, ocupan su lugar alrededor de la cruz, int egrando, fuera de t odas las lecciones del sacrificio, el cuadro fant ást ico del encarnizam ient o, de los cuerpos t ort urados y del dolor. He aquí la im agen sobrecargada de sent idos suplem ent arios, obligada a revelarlos. Y el sueño, lo insensat o, lo irrazonable, pueden deslizarse a ést e exceso de sent ido. Las figuras sim bólicas se t ransform an fácilm ent e en siluet as de pesadilla. Com o ej em plo podem os m encionar aquella viej a im agen de la sabiduría, t an a m enudo expresada, en los grabados alem anes, por un páj aro de cuello largo cuyos pensam ient os, al subir lent am ent e del corazón a la cabeza, t ienen t iem po de ser pesados y reflexionados; 59 los valores de est e sím bolo se adensan por el hecho de est ar dem asiado acent uados: el largo cam ino de reflexión llega a ser, en la im agen, el alam bique de un saber sut il, que dest ila las quint aesencias. El cuello del Gut enm esch se alarga indefinidam ent e para expresar m ej or, adem ás de la sabiduría, t odas las m ediaciones reales del saber; y el hom bre sim bólico llega a ser un páj aro fant ást ico cuyo cuello 58 Cf. Em ile Mâle, loc. cit ., pp. 234- 237. Cf. C. - V. Langlois, La Connaissance de la nat ure et du m onde au Moyen Age, París, 1911, p. 243. 59 desm esurado se repliega m il veces sobre él m ism o, un ser sin sent ido, colocado ent re el anim al y la cosa, m ás próxim o a los prest igios propios de la im agen que al rigor de un sent ido. Est a sim bólica sabiduría es prisionera de las locuras del sueño. Exist e una conversión fundam ent al del m undo de las im ágenes: el const reñim ient o de un sent ido m ult iplicado lo libera del orden de las form as. Se insert an t ant as significaciones diversas baj o la superficie de la im agen, que ést a t erm ina por no ofrecer al espect ador m ás que un rost ro enigm át ico. Su poder no es ya de enseñanza sino de fascinación. Es caract eríst ica la evolución del grylle, fam oso t em a, fam iliar desde la Edad Media, que encont ram os en los salt erios ingleses, en Chart res y en Bourges. Enseñaba ent onces que el hom bre que vivía para sat isfacer sus deseos, t ransform aba su alm a en prisionera de la best ia; aquellos rost ros grot escos, en el vient re de los m onst ruos, pert enecían al m undo de la gran m et áfora plat ónica, y sirven para dem ost rar el envilecim ient o del espírit u en la locura del pecado. Pero he aquí que en el siglo XV, el grylle, im agen de la locura hum ana, llega a ser una de las figuras privilegiadas de las innum erables " Tent aciones" . La t ranquilidad del erem it a no se ve t urbada por los obj et os del deseo; son form as dem ent es, que encierran un secret o, que han surgido de un sueño y perm anecen en la superficie de un m undo, silenciosas y furt ivas. En la " Tent ación" de Lisboa, enfrent e de San Ant onio est á sent ada una de est as figuras nacidas de la locura, de su soledad, de su penit encia, de sus privaciones; una débil sonrisa ilum ina ese rost ro sin cuerpo, pura presencia de la inquiet ud que aparece com o una m ueca ágil. Ahora bien, est a siluet a de pesadilla es a la vez suj et o y obj et o de la t ent ación; es ella la que fascina la m irada del ascet a; am bos perm anecen prisioneros de una especie de int errogación especular, indefinidam ent e sin respuest a, en un silencio habit ado solam ent e por el horm igueo inm undo que los rodea. 60 El grylle ya no recuerda al hom bre, baj o una form a sat írica, su vocación espirit ual, olvidada en la locura del deseo. Ahora es la locura convert ida en Tent ación; t odo lo que hay de im posible, de fant ást ico, de inhum ano, t odo lo que indica la presencia insensat a de algo que va cont ra la nat uraleza, presencia inm ensa que horm iguea sobre la faz de la Tierra, t odo eso, precisam ent e, le da su ext raño poder. La libert ad de sus sueños —que en ocasiones, es horrible—, los fant asm as de su locura t ienen, para el hom bre del siglo XV, m ayor poder de at racción que la deseable realidad de la carne. ¿Cuál es, pues, el poder de fascinación, que en est a época se ej erce a t ravés de las im ágenes de la locura? En prim er lugar, el hom bre descubre, en esas figuras fant ást icas, uno de los secret os y una vocación de su nat uraleza. En el pensam ient o m edieval, las legiones de anim ales, a las que había dado Adán nom bre para siem pre, represent aban sim bólicam ent e los valores de la hum anidad. 61 Pero al principio del Renacim ient o las relaciones con la anim alidad se inviert en; la best ia se libera; escapa del m undo de la leyenda y de la ilust ración m oral para adquirir algo fant ást ico, que le es propio. Y por una sorprendent e inversión, va a ser 60 Es posible que Jerónim o Bosch haya hecho su aut orret rat o en el rost ro de " la cabeza con piernas" que est á en el cent ro de la Tent ación de Lisboa. ( Cf. Brion, Jérôm e Bosch, p. 40. ) 61 A m ediados del siglo XV, el Livre des Tournois de René d'Anj ou const it uye aún t odo un best iario m oral. ahora el anim al, el que acechará al hom bre, se apoderará de él, y le revelará su propia verdad. Los anim ales im posibles, surgidos de una loca im aginación, se han vuelt o la secret a nat uraleza del hom bre; y cuando, el últ im o día, el hom bre pecador aparece en su horrible desnudez, se da uno cuent a de que t iene la form a m onst ruosa de un anim al delirant e: son esos gat os cuyos cuerpos de sapos se m ezclan en el " I nfierno" de Thierry Bout s con la desnudez de los condenados; son, según los im agina St efan Lochner, insect os alados con cabeza de gat os, esfinges con élit ros de escarabaj o, páj aros con alas inquiet as y ávidas, com o m anos; es el gran anim al rapaz, con dedos nudosos, que aparece en la " Tent ación" de Grünewald. La anim alidad ha escapado de la dom est icación de los valores y sím bolos hum anos; es ahora ella la que fascina al hom bre por su desorden, su furor, su riqueza en m onst ruosas im posibilidades, es ella la que revela la rabia oscura, la locura infecunda que exist e en el corazón de los hom bres. En el polo opuest o a est a nat uraleza de t inieblas, la locura fascina porque es saber. Es saber, ant e t odo, porque t odas esas figuras absurdas son en realidad los elem ent os de un conocim ient o difícil, cerrado y esot érico. Est as form as ext rañas se colocan, t odas, en el espacio del gran secret o, y el San Ant onio que es t ent ado por ellas no est á som et ido a la violencia del deseo, sino al aguij ón, m ucho m ás insidioso, de la curiosidad; es t ent ado por ese saber, t an próxim o y t an lej ano, que se le ofrece y lo esquiva al m ism o t iem po, por la sonrisa del grylle; el m ovim ient o de ret roceso del sant o no indica m ás que su negat iva de franquear los lím it es perm it idos del saber; sabe ya —y ésa es su t ent ación— lo que Cardano dirá m ás t arde: " La Sabiduría, com o las ot ras m at erias preciosas, debe ser arrancada a las ent rañas de la Tierra. " 62 Est e saber, t an t em ible e inaccesible, lo posee el Loco en su inocent e bobería. En t ant o que el hom bre razonable y prudent e no percibe sino figuras fragm ent arias —por lo m ism o m ás inquiet ant es— el Loco abarca t odo en una esfera int act a: est a bola de crist al, que para t odos nosot ros est á vacía, est á, a sus oj os, llena de un espeso e invisible saber, Brueghel se burla del inválido que int ent a penet rar en la esfera de crist al; 63 es est a burbuj a irisada del saber la que se balancea, sin rom perse j am ás —lint erna irrisoria, pero infinit am ent e preciosa—, en el ext rem o de la pért iga que lleva al hom bro Margot la Folie. Es ella t am bién la que aparece en el reverso del " Jardín de las Delicias" . Ot ro sím bolo del saber, el árbol ( el árbol prohibido, el árbol de la inm ort alidad prom et ida y del pecado) , ant año plant ado en el corazón del Paraíso Terrenal, ha sido arrancado y es ahora el m ást il del navío de los locos, com o puede verse en el grabado que ilust ra las St ult iferae naviculae de Josse Bade; es él sin duda el que se balancea encim a de la " Nave de los locos" de Bosco. ¿Qué anuncia el saber de los locos? Puest o que es el saber prohibido, sin duda predice a la vez el reino de Sat án y el fin del m undo; la últ im a felicidad es el suprem o cast igo; la om nipot encia sobre la Tierra y la caída infernal. La " Nave de los locos" se desliza por un paisaj e delicioso, donde t odo se ofrece al deseo, una especie de Paraíso renovado, puest o que el hom bre no conoce ya ni el sufrim ient o ni la necesidad; y sin em bargo, no ha recobrado la inocencia. Est a 62 63 J. Cardan, Ma vie, t rad. Dayré, p. 170. En los Proverbes flam ands. falsa felicidad const it uye el t riunfo diabólico del Ant icrist o, y es el Fin, próxim o ya. Es ciert o que los sueños del Apocalipsis no son una novedad en el siglo XV; pero son m uy diferent es de los sueños de ant año. La iconografía dulcem ent e caprichosa del siglo XI V, donde los cast illos est án caídos com o si fueran dados, donde la Best ia es siem pre el Dragón t radicional, m ant enido a dist ancia por la Virgen, donde —en una palabra— el orden de Dios y su próxim a vict oria son siem pre visibles, es sust it uida por una visión del m undo donde t oda sabiduría est á aniquilada. Es el gran sabbat de la nat uraleza; las m ont añas se derrum ban y se vuelven planicies, la t ierra vom it a los m uert os, y los huesos asom an sobre las t um bas; las est rellas caen, la t ierra se incendia, t oda vida se seca y m uere. 64 El fin no t iene valor de t ránsit o o prom esa; es la llegada de una noche que devora la viej a razón del m undo. Es suficient e m irar a los caballeros del Apocalipsis, de Durero, enviado por Dios m ism o: no son los ángeles del Triunfo y de la reconciliación, ni los heraldos de la j ust icia serena; son los guerreros desm elenados de la loca venganza. El m undo zozobra en el Furor universal. La vict oria no es ni de Dios ni del Diablo; es de la Locura. Por t odos lados, la locura fascina al hom bre. Las im ágenes fant ást icas que hace nacer no son apariencias fugit ivas que desaparecen rápidam ent e de la superficie de las cosas. Por una ext raña paradoj a, lo que nace en el m ás singular de los delirios, se hallaba ya escondido, com o un secret o, com o una verdad inaccesible, en las ent rañas del m undo. Cuando el hom bre despliega la arbit rariedad de su locura, encuent ra la oscura necesidad del m undo; el anim al que acecha en sus pesadillas, en sus noches de privación, es su propia nat uraleza, la que descubrirá la despiadada verdad del infierno; las im ágenes vanas de la ciega bobería form an el gran saber del m undo; y ya, en est e desorden, en est e universo enloquecido, se adivina lo que será la crueldad del final. En m uchas im ágenes el Renacim ient o ha expresado lo que present ía de las am enazas y de los secret os del m undo, y es est o sin duda lo que les da esa gravedad, lo que dot a a su fant asía de coherencia t an grande. En la m ism a época los t em as lit erarios, filosóficos y m orales referent es a la locura son de dist int a especie. La Edad Media había colocado la locura en la j erarquía de los vicios. Desde el siglo XI I I es corrient e verla figurar ent re los m alos soldados de la Psicom aquia. 65 Form a part e, t ant o en París com o en Am iens, de las t ropas m alvadas y de las doce dualidades que se repart en la soberanía del alm a hum ana: Fe e I dolat ría, Esperanza y Desesperación, Caridad y Avaricia, Cast idad y Luj uria, Prudencia y Locura, Paciencia y Cólera, Dulzura y Dureza, Concordia y Discordia, Obediencia y Rebelión, Perseverancia e I nconst ancia. En el Renacim ient o, la Locura abandona ese sit io m odest o y pasa a ocupar el prim ero. Mient ras que, en la obra de Hugues de Saint - Vict or, el árbol genealógico de los Vicios, el del Viej o Adán, t enía por raíz el orgullo, 66 ahora es la Locura la que conduce el 64 En el siglo XV vuelve a ent rar en vigor el viej o t ext o de Bède, y la descripción de 15 signos. Debe not arse que la Locura no aparecía ni en la Psychom achie de Prudencio ni en el Ant iclaudianus de Alain de Lille, ni en Hugues de Saint - Vict or. Su presencia const ant e, ¿dat ará t an sólo del siglo XI I I ? 66 Hugues de Saint - Vict or, De fruct ibus carnis et spirit us. Pat rol, CLXXVI , col. 997. 65 alegre coro de las debilidades hum anas. I ndiscut ido corifeo, ella las guía, las arrast ra y las nom bra. " Reconocedlas aquí, en el grupo de m is com pañeras... Ést a del ceño fruncido, es Filaut ía ( el Am or Propio) . Ésa que ves reír con los oj os y aplaudir con las m anos, es Colacia ( la Adulación) . Aquella que parece est ar m edio dorm ida es Let ea ( el Olvido) . Aquella que se apoya sobre los codos y cruza las m anos es Misoponía ( la Pereza) . Aquella que est á coronada de rosas y ungida con perfum es es Hedoné ( la Volupt uosidad) . Aquella cuyos oj os vagan sin det enerse es Anoia ( el At urdim ient o) . Aquella, ent rada en carnes, con t ez florida, es Trifé ( la Molicie) . Y he aquí, ent re est as j óvenes, dos dioses: el de la Buena Com ida y el del Sueño Profundo. " 67 Es un privilegio absolut o de la locura el reinar sobre t odo aquello que hay de m alo en el hom bre. Y por lo t ant o reina t am bién sobre t odo el bien que puede hacer: sobre la am bición, que hace a los polít icos hábiles; sobre la avaricia que aum ent a las riquezas; sobre la indiscret a curiosidad que anim a a filósofos y sabios. Louise Labé lo repit e después de Erasm o; y Mercurio im plora a los dioses por ella: " No dej éis que se pierda est a bella Dam a, que os ha dado t ant o cont ent o. " 68 Pero est e nuevo reino t iene poco en com ún con el reino oscuro del cual hablábam os hace poco, que ligaba a la locura a las grandes pot encias t rágicas del m undo. Es ciert o que la locura at rae, pero ya no fascina. Gobierna t odo lo que es fácil, alegre y ligero en el m undo. Hace que los hom bres " se diviert an y se regocij en" ; al igual que a los dioses, ha dado " Genio, Juvent ud, Baco, Sileno y est e am able guardián de los j ardines" . 69 En ella t odo es superficie brillant e: no hay enigm as reservados. Sin duda, la locura t iene algo que ver con los ext raños cam inos del saber. El prim er cant o del poem a de Brant est á consagrado a los libros y a los sabios; y en el grabado que ilust ra est e pasaj e, en la edición lat ina de 1497, vem os al Maest ro, com o en un t rono, en su cát edra at est ada de libros; det rás del birret e de doct or, lleva el capuchón de los locos, adornado con cascabeles. Erasm o reserva en su ronda de locos un am plio espacio a los hom bres del saber: después de los Gram át icos, los Poet as, los Rect ores y los Escrit ores; después los Jurisconsult os; después de ellos vienen los " Filósofos, respet ables por la barba y la t oga" ; y al final, el t ropel apresurado e innum erable de los Teólogos. 70 Pero si el saber es t an im port ant e en el reino de la locura, no es porque ést a conserve aquellos secret os; es, al cont rario, el cast igo de una ciencia inút il y desordenada. Si es la verdad del conocim ient o, es porque ést e es irrisorio, ya que en vez de basarse en el gran Libro de la experiencia, se pierde en el polvo de los libros y de las discusiones ociosas; la ciencia cae en la locura por el m ism o exceso de las falsas ciencias. O Vos doct ores, qui grandia nom ina fert is respicit e ant iquos pat ris, j urisque perit os. 67 68 69 70 Erasm o, Éloge de la folie, 9, t rad. P. de Nolhac, p. 19. Louise Labé, Débat de folie et d'am our, Lyon, 1566, p. 98. I bid., pp. 98- 99. Erasm o, loc. cit ., 49- 55. Non in candidulis pensebant dogm at a libris, art e sed ingenua sit ibundum pect us alebant . 71 Conform e al t em a, por m ucho t iem po fam iliar a la sát ira popular, la locura aparece aquí com o el cast igo cóm ico del saber y de su presunción ignorant e. Es que, de una m anera general, la locura no se encuent ra unida al m undo y a sus fuerzas subt erráneas, sino m ás bien al hom bre, a sus debilidades, a sus sueños y a sus ilusiones. Todo lo que t enía la locura de oscura m anifest ación cósm ica en Bosco, ha desaparecido en Erasm o; la locura ya no acecha al hom bre desde los cuat ro punt os cardinales; se insinúa en él o, m ás bien, const it uye una relación sut il que el hom bre m ant iene consigo m ism o. La personificación m it ológica de la Locura no es, en Erasm o, m ás que un art ificio lit erario. En realidad, no exist en m ás que locuras, form as hum anas de la locura: " Cuent o t ant as est at uas com o hom bres exist en" ; 72 bast e con echar una oj eada sobre las ciudades m ás prudent es y m ej or gobernadas: " Abundan allí t ant as form as de locura, y cada día hace surgir t ant as nuevas, que m il Dem ócrit os no serían suficient es para burlarse de ellas. " 73 No hay locura m ás que en cada uno de los hom bres, porque es el hom bre quien la const it uye m erced al afect o que se t iene a sí m ism o. La " Filaut ía" es la prim era figura alegórica que la locura arrast ra a su danza; est o sucede porque la una y la ot ra est án ligadas por una relación privilegiada; el apego a sí m ism o es la prim era señal de la locura; y es t al apego el que hace que el hom bre acept e com o verdad el error, com o realidad la m ent ira, com o belleza y j ust icia, la violencia y la fealdad. " Ést e, m ás feo que un m ono, se ve herm oso com o Nireo; ése se j uzga un Euclides por las t res líneas que t raza con el com pás; aquel ot ro cree cant ar com o Herm ógenes, cuando parece un asno frent e a una lira, y su voz es t an desapacible com o la del gallo picando a la gallina. " 74 De est a adhesión im aginaria a sí m ism o nace la locura, igual que un espej ism o. El sím bolo de la locura será en adelant e el espej o que, sin reflej ar nada real, reflej ará secret am ent e, para quien se m ire en él, el sueño de su presunción. La locura no t iene t ant o que ver con la verdad y con el m undo, com o con el hom bre y con la verdad de sí m ism o, que él sabe percibir. Desem boca, pues, en un universo ent eram ent e m oral. El Mal no es cast igo o fin de los t iem pos, sino solam ent e falt a y defect o. Cient o dieciséis de los cant os del poem a de Brant est án consagrados a hacer el ret rat o de los pasaj eros insensat os de la Nave: son avaros, delat ores, borrachos; son aquellos que se ent regan a la orgía y al desorden; aquellos que int erpret an m al las Escrit uras; los que pract ican el adult erio. Locher, el t raduct or, de Brant , indica en su prefacio en lat ín el proyect o y sent ido de la obra; se t rat a de m ost rar quae m ala quae bona sint ; quid vit ia; quo virt us, quo ferat error; se fust iga, por la m aldad que revelan, a im pios, superbos, avaros, luxuriosos, lascivos, delicat os, iracundos, gulosos, edaces, invidos, veneficos, 71 72 73 74 Brant , St ult ifera Navis, t rad. lat ina de 1497, fo 11. Erasm o, loc. cit ., 47, p. 101. I bid., 48, p. 102. I bid., op. cit ., 42, p. 89. fidefrasos... 75 —en una palabra, a t odo lo que el hom bre ha podido invent ar respect o a irregularidades de su propia conduct a. En el dom inio de la expresión lit eraria y filosófica, la experiencia de la locura, en el siglo XV, t om a sobre t odo el aire de una sát ira m oral. Nada recuerda esas grandes am enazas de invasión que host igaban la im aginación de los pint ores. Al cont rario, se procura elim inarla; de ella no se habla. Erasm o apart a la m irada de esa dem encia " que las Furias desencadenan desde los I nfiernos, cuant a vez azuzan sus serpient es" . No es de esas form as insensat as de las que ha querido hacer el elogio sino de la " dulce ilusión" que libera el alm a " de sus penosos cuidados y la ent rega a las diversas form as de volupt uosidad" . 76 Est e m undo calm ado es dom est icado fácilm ent e; despliega sin m ist erio sus ingenuos prest igios ant e los oj os del sabio, y ést e guarda siem pre, gracias a la risa, las debidas dist ancias. Mient ras que Bosco, Brueghel y Durero eran espect adores t erriblem ent e t errest res, im plicados en aquella locura que veían m anar alrededor de ellos, Erasm o la percibe desde bast ant e lej os, est á fuera de peligro; la observa desde lo alt o de su Olim po, y si cant a sus alabanzas es porque puede reír con la risa inext inguible de los dioses. Pues es un espect áculo divino la locura de los hom bres. " En resum en, si pudierais observar desde la Luna, com o en ot ros t iem pos Menipo, las agit aciones innum erables de la Tierra, pensaríais ver un enj am bre de m oscas o m oscardones que se bat en ent re ellos, que luchan y se ponen t ram pas, se roban, j uegan, brincan, caen y m ueren; no podríais im aginar cuánt as dificult ades, qué t ragedias produce un anim alillo t an m inúsculo, dest inado a perecer en breve" . 77 La locura ya no es la rareza fam iliar del m undo; es solam ent e un espect áculo m uy conocido para el espect ador ext raño; no es ya una im agen del cosm os, sino el rasgo caract eríst ico del aevum . Tal puede ser, apresuradam ent e reconst ruido, el esquem a de la oposición ent re una experiencia cósm ica de la locura en la proxim idad de esas form as fascinant es, y una experiencia crít ica de est a m ism a locura, en la dist ancia insalvable de la ironía. I ndudablem ent e, en su vida real, est a oposición no fue ni t an m arcada ni t an aparent e. Durant e largo t iem po aún, los hilos est uvieron ent recruzados, los int ercam bios fueron incesant es. El t em a del fin del m undo, de la gran violencia final, no es ext raño a la experiencia crít ica de la locura t al com o est á form ulada en la lit erat ura. Ronsard evoca aquellos t iem pos últ im os que se debat en en el gran vacío de la Razón: Al cielo ya volaron j ust icias y razones. ¡Ay! usurpan sus t ronos el hurt o, la venganza, el odio, los rencores, la sangre, la m at anza. 78 Hacia el fin del poem a de Brant , se dedica t odo un capít ulo al t em a apocalípt ico del Ant icrist o: una inm ensa t em pest ad se lleva la nave de los locos en carrera 75 76 77 78 Brant , St ult ifera Navis. Prologos Jacobi Locher, ed. 1497, I X. Erasm o, loc. cit ., 38, p. 77. I bid., op. cit ., 38, p. 77. Ronsard, Discours des Misères de ce t em ps. insensat a, que se ident ifica con la cat ást rofe de los m undos. 79 Y, a la inversa, no pocas figuras de la ret órica m oral son ilust radas, de m anera m uy direct a, ent re las im ágenes cósm icas de la locura: no olvidem os al fam oso m édico del Bosco, m ás loco aún que aquel a quien pret ende curar: t oda su falsa ciencia no ha hecho apenas ot ra cosa que acum ular sobre él las peores m anías de una locura que t odos pueden ver, salvo él m ism o. Para sus cont em poráneos y para las generaciones que van a seguirlos, las obras del Bosco ofrecen una lección de m oral: t odas esas figuras que nacen del m undo, ¿no revelan, igualm ent e, a los m onst ruos del corazón? " La diferencia que exist e ent re las pint uras de est e hom bre y las de ot ros consist e en que los dem ás t rat an m ás a m enudo de pint ar al hom bre t al com o se m uest ra al ext erior, pero sólo ést e ha t enido la audacia de pint arlos t al com o son en el int erior. " Y en est a sabiduría denunciadora, en est a ironía inquiet a, piensa el m ism o com ent ador de principios del siglo XVI I , puede verse el sím bolo claram ent e expresado, en casi t odos los cuadros del Bosco, por la doble figura de la llam a ( luz del pensam ient o que vela) , y del búho, cuya ext raña m irada fij a " se eleva en la calm a y el silencio de la noche, consum iendo m ás aceit e que vino" . 80 Pese a t ant as int erferencias aún visibles, la separación ya est á hecha; ent re las dos form as de experiencia de la locura no dej ará de aum ent ar la dist ancia. Las figuras de la visión cósm ica y los m ovim ient os de la reflexión m oral, el elem ent o t rágico y el elem ent o crít ico, en adelant e irán separándose cada vez, abriendo en la unidad profunda de la locura una brecha que nunca volverá a colm arse. Por un lado, habrá una Nave de los locos, cargada de rost ros gest iculant es, que se hunde poco a poco en la noche del m undo, ent re paisaj es que hablan de la ext raña alquim ia de los conocim ient os, de las sordas am enazas de la best ialidad, y del fin de los t iem pos. Por el ot ro lado, habrá una Nave de los locos que form e para los sabios la Odisea ej em plar y didáct ica de los defect os hum anos. De un lado el Bosco, Brueghel, Thierry Bout s, Durero, y t odo el silencio de las im ágenes. Es en el espacio de la pura visión donde la locura despliega sus poderes. Fant asm as y am enazas, apariencias puras del sueño y dest ino secret o del m undo. La locura t iene allí una fuerza prim it iva de revelación: revelación de que lo onírico es real, de que la t enue superficie de la ilusión se abre sobre una profundidad irrecusable, y de que el cint ilar inst ant áneo de la im agen dej a al m undo presa de figuras inquiet ant es que se et ernizan en sus noches; y revelación inversa pero no m enos dolorosa, que t oda la realidad del m undo será reabsorbida un día por la I m agen fant ást ica, en ese m om ent o sit uado ent re el ser y la nada: el delirio de la dest rucción pura; el m undo no exist e ya, pero el silencio y la noche aún no acaban de cerrarse sobre él; vacila en un últ im o resplandor, en el ext rem o del desorden que precede al orden m onót ono de lo consum ado. En est a im agen inm ediat am ent e suprim ida es donde viene a perderse la verdad del m undo. Toda est a t ram a de la apariencia y del secret o, de la im agen inm ediat a y del enigm a reservado se despliega, en la pint ura del 79 Brant , loc. cit ., cant o CXVI I , sobre t odo los versos 21- 22, y 57 ss., que t ienen referencias precisas al Apocalipsis, versículos 13 y 20. 80 José de Sigüenza, Tercera part e de la Hist oria de la Orden de San Jerónim o, 1605, p. 837. Cit ado en Tolnay, Hieronim us Bosch. Apéndice, p. 76. siglo XV, com o la t rágica locura del m undo. Del ot ro lado, con Brant , con Erasm o, con t oda la t radición hum anist a, la locura queda at rapada en el universo del discurso. Allí se refina, se hace m ás sut il, y asim ism o se desarm a. Cam bia de escala; nace en el corazón de los hom bres, arregla y desarregla su conduct a; y aunque gobierna las ciudades, la quiet a verdad de las cosas, la gran nat uraleza la ignora. Desaparece pront o cuando aparece lo esencial, que es vida y m uert e, j ust icia y verdad. Acaso t odo hom bre est é som et ido a ella, pero su reinado siem pre será m ezquino y relat ivo; pues la locura m ost rará su m ediocre verdad a la m irada del sabio. Para él, la locura será un obj et o, y de la peor m anera, pues será el obj et o de su risa. Por eso m ism o, los laureles que se t ej en para ella la encadenan. Y así fuese m ás sabia que t oda ciencia, debería inclinarse ant e la sabiduría, puest o que ella es locura. No puede t ener la últ im a palabra, no es nunca la últ im a palabra de la verdad y del m undo; el discurso por el cual se j ust ifica sólo proviene de una conciencia crit ica del hom bre. Est e enfrent am ient o de la conciencia crít ica y de la experiencia t rágica anim a t odo lo que ha podido ser conocido de la locura y form ulado sobre ella a principios del Renacim ient o. 81 Em pero, se esfum ará pront o, y est a gran est ruct ura, t an clara aún, t an bien delineada a principios del siglo XVI habrá desaparecido, o casi, m enos de cien años después. Desaparecer no es precisam ent e el t érm ino que conviene para designar con t oda precisión lo que ha ocurrido. Se t rat a, ant es bien, de un privilegio cada vez m ás m arcado que el Renacim ient o ha concedido a uno de los elem ent os del sist em a: el que hacía de la locura una experiencia en el cam po del idiom a, una experiencia en que el hom bre afront aba su verdad m oral, las reglas propias de su nat uraleza y de su verdad. En sum a, la conciencia crít ica de la locura se ha encont rado cada vez m ás en relieve, m ient ras sus figuras t rágicas ent raban progresivam ent e en la som bra. Ést as pront o serán absolut am ent e esquivadas. Ant es de que pase m ucho t iem po, cost ará t rabaj o descubrir sus huellas; t an sólo algunas páginas de Sade y la obra de Goya ofrecen t est im onio de que est a desaparición no es un hundim ient o, sino que, oscuram ent e, est a experiencia t rágica subsist e en las noches del pensam ient o y de los sueños, y que en el siglo XVI no se t rat ó de una dest rucción radical sino t an sólo de una ocult ación. La experiencia t rágica y cósm ica de la locura se ha encont rado disfrazada por los privilegios exclusivos de una conciencia crít ica. Por ello la experiencia clásica, y a t ravés de ella la experiencia m oderna de la locura, no puede ser considerada com o una figura t ot al, que así llegaría finalm ent e a su verdad posit iva; es una figura fragm ent aria la que falazm ent e se present a com o exhaust iva; es un conj unt o desequilibrado por t odo lo que le falt a, es decir, por t odo lo que ocult a. Baj o la conciencia crít ica de la locura y sus form as filosóficas o cient íficas, m orales o m édicas, no ha dej ado de velar una sorda conciencia t rágica. Es est o lo que han revelado las últ im as palabras de Niet zsche, las últ im as 81 Most rarem os en ot ro est udio cóm o la experiencia de lo dem oniaco y la reducción que de él se hizo del siglo XVI al siglo XVI I I no debe int erpret arse com o una vict oria de las t eorías hum anit arias y m édicas sobre el ant iguo universo salvaj e de las superst iciones, sino com o la ret om a, en una experiencia crít ica, de las form as que ant año habían llevado las am enazas del desgarram ient o del m undo. visiones de Van Gogh. Es ella, sin duda, la que, en el punt o m ás ext rem o de su cam ino, ha em pezado a present ir Freud; son esos grandes desgarram ient os los que él ha querido sim bolizar por la lucha m it ológica de la libido y del inst int o de m uert e. Es ella, en fin, est a conciencia, la que ha venido a expresarse en la obra de Art aud, en est a obra que debería plant ear al pensam ient o del siglo xx, si ést e le prest ara at ención, la m ás urgent e de las pregunt as, y la que m enos perm it e al invest igador escapar del vért igo, en est a obra que no ha dej ado de proclam ar que nuest ra cult ura había perdido su m edio t rágico desde el día en que rechazó lej os de sí a la gran locura solar del m undo, los desgarram ient os en que se consum a sin cesar la " vida y m uert e de Sat án el Fuego" . Son est os descubrim ient os ext rem os, ellos solos, los que nos perm it en en nuest ra época j uzgar finalm ent e que la experiencia de la locura que se ext iende desde el siglo XVI hast a hoy debe su figura part icular y el origen de su sent ido a est a ausencia, a est a noche y a t odo lo que la llena. La bella rect it ud que conduce al pensam ient o racional hast a el análisis de la locura com o enferm edad m ent al debe ser reint erpret ada en una dim ensión vert ical; parece ent onces que baj o cada una de sus form as ocult a de m anera m ás com plet a, y t am bién m ás peligrosa, est a experiencia t rágica, a la que sin em bargo no ha logrado reducir del t odo. En el punt o últ im o del freno, era necesaria la explosión, a la que asist im os desde Niet zsche. Pero: ¿cóm o se const it uyeron en el siglo XVI los privilegios de la reflexión crít ica? ¿Cóm o se encuent ra la experiencia de la locura finalm ent e confiscada por ellos, de t al m anera que en el um bral de la época clásica t odas las im ágenes t rágicas evocadas en la época precedent e se han disipado en la som bra? Aquel m ovim ient o que hacía decir a Art aud: " Con una realidad que t enía sus leyes, sobrehum anas quizá, pero nat urales, ha rot o el Renacim ient o del siglo XVI ; y el Hum anism o del Renacim ient o no fue un engrandecim ient o, sino una dism inución del hom bre" , 82 ese m ovim ient o, ¿cóm o se ha t erm inado? Resum am os brevem ent e lo que es indispensable en est a evolución para com prender la experiencia que el clasicism o hizo de la locura. 1º La locura se conviert e en una form a relat iva de la razón, o ant es bien locura y razón ent ran en una relación perpet uam ent e reversible que hace que t oda locura t enga su razón, la cual la j uzga y la dom ina, y t oda razón su locura, en la cual se encuent ra su verdad irrisoria. Cada una es m edida de la ot ra, y en ese m ovim ient o de referencia recíproca am bas se recusan, pero se funden la una por la ot ra. El viej o t em a crist iano de que el m undo es locura a los oj os de Dios se rej uvenece en el siglo XVI , en est a dialéct ica cerrada de la reciprocidad. El hom bre cree que ve claro, y que él es la m edida j ust a de las cosas; el conocim ient o que t iene del m undo, que cree t ener, lo confirm a en su com placencia: " Si dirigim os la m irada hacia abaj o, en pleno día, o si cont em plam os a nuest ro alrededor, aquí y allá, nos parece que nuest ra m irada es la m ás aguda que podam os concebir" ; pero si volvem os los oj os hacia el 82 Vie et m ort de Sat an le Feu, París, 1949, p. 17. m ism o sol, nos vem os obligados a confesar que nuest ra com prensión de las cosas t errest res no es m ás que " pura t ardanza y ent orpecim ient o cuando se t rat a de ir hast a el sol" . Est a conversión, casi plat ónica, hacia el sol del ser, no descubre, sin em bargo, con la verdad el fundam ent o de las apariencias; solam ent e revela el abism o de nuest ra propia sinrazón: " Si em pezam os a elevar nuest ros pensam ient os a Dios... aquello que nos encant aba baj o el t ít ulo de sabiduría sólo nos parecerá locura, y aquello que t enía una bella apariencia de virt ud no result ará ser m ás que debilidad. " 83 Subir por el espírit u hacia Dios y sondear el abism o insensat o donde hem os caído no es m ás que una sola y m ism a cosa; en la experiencia de Calvino la locura es la m edida propia del hom bre cuando se la com para con la desm esurada razón de Dios. El espírit u del hom bre, en su finit ud, no es t ant o un chispazo de la gran luz com o un fragm ent o de som bra. A su int eligencia lim it ada no se ha abiert o la verdad parcial y t ransit oria de la apariencia; su locura sólo descubre el anverso de las cosas, su lado noct urno, la cont radicción inm ediat a de su verdad. Al elevarse hast a Dios, el hom bre no sólo debe sobrepasarse, sino arrancarse a su flaqueza esencial, dom inar de un salt o la oposición ent re las cosas del m undo y su esencia divina, pues lo que se t ransparent a de la verdad en la apariencia no es su reflej o, sino una cruel cont radicción: " Todas las cosas t ienen dos caras —dice Sebast ián Franck— porque Dios ha resuelt o oponerse al m undo, dej ar a ést e la apariencia y t om ar para sí la verdad y la esencia de las cosas... Por ello, cada cosa es lo cont rario de lo que parece ser en el m undo: un Sileno invert ido. " 84 El abism o de locura en que han caído los hom bres es t al que la apariencia de verdad que allí se encuent ra dada es su rigurosa cont radicción. Pero hay m ás aún: est a cont radicción ent re apariencia y verdad ya se encuent ra present e en el int erior m ism o de la apariencia; pues si la apariencia fuera coherent e consigo m ism a, sería al m enos una alusión a la verdad y com o su form a vacía. Es en las cosas m ism as donde se debe descubrir esa inversión, inversión que desde ent onces carecerá de dirección única y de t érm ino preest ablecido; no de la apariencia hacia la verdad, sino de la apariencia hacia est a ot ra que la niega, luego nuevam ent e hacia lo que refut a est a negación y reniega de ella, de t al suert e que el m ovim ient o no puede ser det enido j am ás, y que desde ant es de aquella gran conversión que exigían Calvino o Franck, Erasm o se sabe det enido por las m il conversiones m enores que le prescribe la apariencia a su propio nivel: el Sileno invert ido no es el sím bolo de la verdad que nos ha ret irado Dios; es m ucho m ás y m ucho m enos: el sím bolo, a ras de t ierra, de las cosas m ism as, est a im plicación de los cont rarios que nos ocult a, para siem pre acaso, el cam ino rect o y único hacia la verdad. Cada cosa " m uest ra dos caras. La cara ext erior m uest ra la m uert e; cont ém plese el int erior: allí est á la vida, o viceversa. La belleza encubre la fealdad, la riqueza la indigencia, la infam ia la gloria, el saber la ignorancia. En sum a, abrid el Sileno, encont raréis allí lo cont rario de lo que m uest ra" . 85 Nada que no est é hundido en la cont radicción inm ediat a, nada que no incit e al hom bre a adherirse a su propia locura; m edido por la verdad de las 83 84 85 Calvino, I nst it ut ion chrét ienne, libro I , cap. 1º , ed. J.- D. Benoît , pp. 51- 52. Sébast ien Franck, Paradoxes, ed. Ziegler, pp. 57 y 91. 85 Erasm o, loc. cit ., XXI X, p. 53. esencias y de Dios, t odo el orden hum ano no es m ás que locura. 86 Y t am bién es locura, en est e orden, el m ovim ient o por el cual se int ent a arrancarse de él para t ener acceso a Dios. En el siglo XVI , m ás que en ninguna época, la Epíst ola a los Corint ios brilla con un prest igio incom parable: " Com o si est uviera loco hablo. " Locura era est a renuncia al m undo, locura el abandono t ot al a la volunt ad oscura de Dios, locura est a búsqueda de la que se desconoce el fin, t ant os viej os t em as caros a los m íst icos. Ya Tauler evocaba ese abandono de las locuras del m undo pero que se ofrecía, por ello m ism o, a locuras m ás som brías y m ás desoladoras: " La navecilla es llevada m ar adent ro, y com o el hom bre se encuent ra en est e est ado de abandono, ent onces afloran en él t odas las angust ias y t odas las t ent aciones, y t odas las im ágenes, y la m iseria... " 87 La m ism a experiencia com ent a Nicolás de Cusa: " Cuando el hom bre abandona lo sensible, su alm a se vuelve com o dem ent e. " En m archa hacia Dios, el hom bre est á m ás abiert o que nunca a la locura, y ese puert o de la verdad hacia el cual finalm ent e lo em puj a la gracia, ¿qué es para él, si no un abism o de sinrazón? La sabiduría de Dios, cuando se puede percibir su resplandor, no es una razón velada largo t iem po, sino una profundidad sin m edida. En ella, el secret o guarda t odas sus dim ensiones de secret o, la cont radicción no dej a de cont radecirse siem pre, baj o el signo de est a gran cont radicción, deseosa de que el cent ro m ism o de la sabiduría sea el vért igo de t oda dem encia. " Señor, t u consej o es un abism o dem asiado profundo. " 88 Y lo que Erasm o había ent revist o de lej os, al decir secam ent e que Dios ha ocult ado aun a los sabios el m ist erio de la salvación, salvando así al m undo por la locura m ism a, 89 Nicolás de Cusa lo había dicho ext ensam ent e en el m ovim ient o de sus ideas, perdiendo su débil razón hum ana, que no es sino locura, en la gran locura abism al de la sabiduría de Dios: " Ninguna expresión verbal puede expresarla, ningún act o del ent endim ient o puede hacerla com prender, ninguna m edida puede m edirla, ninguna realización realizarla, ningún t érm ino t erm inarla, ninguna proporción proporcionarla, ninguna com paración com pararla, ninguna figura figurarla, ninguna form a inform arla... I nexpresable m ediant e ninguna expresión verbal, se pueden concebir frases de ese género al infinit o, pues ninguna concepción puede concebir est a Sabiduría por la cual, en la cual y de la cual proceden t odas las cosas. " 90 El gran círculo se ha cerrado. En relación con la Sabiduría, la razón del hom bre no era m ás que locura; en relación con la endeble sabiduría de los hom bres, la Razón de Dios es arrebat ada por el m ovim ient o esencial de la Locura. Medido en la grande escala, t odo no es m ás que Locura; m edido en la pequeña escala, el Todo m ism o es locura. Es decir, nunca hay locura m ás que por referencia a una razón, pero t oda la verdad de ést a consist e en hacer brot ar por un inst ant e una locura que ella rechaza, para perderse a su vez en una locura que 86 El plat onism o del Renacim ient o, sobre t odo a part ir del siglo XVI , es un plat onism o de la ironía y de la crít ica. 87 Tauler, Predigt er, XU. Cit ado en Gandillac, Valeur du t em ps ans la pédagogie spirit uelle de Tauler, p. 62. 88 Calvino, Serm on I I sur l'Épît re aux Êphésiens; en Calvino. Text es choisis, por Gagnebin y K. Bart h, p. 73. 89 Erasm o, loc. cit ., 65, p. 173. 90 Nicolás de Cusa, El profano; en Œuvres choisies, por M. de Gandillac, p. 220. la disipa. En un sent ido la locura no es nada: la locura de los hom bres, nada ant e la razón suprem a, única que cont iene al ser; y el abism o de la locura fundam ent al, nada puest o que no es t al m ás que para la frágil razón de los hom bres. Pero la razón no es nada, pues aquella en cuyo nom bre se denuncia la locura hum ana se revela, cuando finalm ent e se llega a ella, com o un m ero vest igio donde debe callarse la razón. Así, baj o la influencia principal del pensam ient o crist iano, queda conj urado el gran peligro que el siglo XV había vist o crecer. La locura no es una pot encia sorda que hace est allar el m undo y revela fant ást icos prest igios; en el crepúsculo de los t iem pos, no revela las violencias de la best ialidad ni la gran lucha del Saber y la Prohibición. Ha sido arrast rada por el ciclo indefinido que la vincula con la razón; am bas se afirm an y se niegan la una por la ot ra. La locura ya no t iene exist encia absolut a en la noche del m undo: sólo exist e por relat ividad a la razón, que pierde la una por la ot ra, al salvar la una con la ot ra. 2º La locura se conviert e en una de las form as m ism as de la razón. Se int egra a ella, const it uyendo sea una de sus form as secret as, sea uno de los m om ent os de su m anifest ación, sea una form a paradój ica en la cual puede t om ar conciencia de sí m ism a. De t odas m aneras, la locura no conserva sent ido y valor m ás que en el cam po m ism o de la razón. " La presunción es nuest ra enferm edad nat ural y original. La m ás calam it osa y frágil de t odas las criat uras es el hom bre, y la m ás orgullosa. Se sient e y se ve aloj ado por aquí por el cieno y las heces del m undo, at ado y clavado a la part e peor, m ás m uert a y corrom pida del universo, el últ im o albergue del aloj am ient o, el m ás alej ado de la bóveda celest e, con los anim ales de peor condición de los t res, y va plant ándose, con su im aginación, por encim a del círculo de la luna, y poniendo el cielo a sus pies. Por la variedad de est a m ism a im aginación, él iguala a Dios. " 91 Tal es la peor locura del hom bre: no reconocer la m iseria en que est á encerrado, la flaqueza que le im pide acceder a la verdad y al bien; no saber qué part e de la locura es la suya. Rechazar est a sinrazón que es el signo m ism o de su est ado, es privarse para siem pre de ut ilizar razonablem ent e su razón. Pues, si el hom bre t iene una razón, es j ust am ent e en la acept ación de ese círculo cont inuo de la sabiduría y de la locura, en la clara conciencia de su reciprocidad y de su im posible separación. La verdadera razón no est á libre de t odo com prom iso con la locura; por el cont rario, debe seguir los cam inos que ést a le señala: " ¡Aproxim aos un poco, hij as de Júpit er! Voy a dem ost rar que a est a sabiduría perfect a, a la que se llam a ciudadela de la felicidad, no hay ot ro acceso que la locura. " 92 Pero est e sendero, aun cuando no conduce a ninguna sabiduría final, aun cuando la ciudadela que prom et e no es sino un espej ism o y una locura renovada, ese sendero, sin em bargo, es en sí m ism o el sendero de la sabiduría, si se le sigue a sabiendas de que, j ust am ent e, es el de la locura. El espect áculo vano, el escándalo frívolo, ese est ruendo de sonidos y colores causant e de que el m undo no sea nunca m ás que el m undo de la locura, debe ser acept ado, debe 91 92 Mont aigne, Essais, lib. I I , cap. XI I , ed. Garnier, t . I I , p. 188. Erasm o, loc. cit ., 30, p. 57. ser recibido por el hom bre, pero con la clara conciencia de su fat uidad, de esa fat uidad que es t ant o del espect ador com o del espect áculo. No se le debe prest ar el oído at ent o que se prest a a la verdad, sino la at ención ligera, m ezcla de ironía y de com placencia, de facilidad y de saber secret o que no se dej a engañar, que de ordinario se prest a a los espect áculos de feria: no el oído " que os sirve para oír las prédicas sacras, sino el que se prest a en la feria a los charlat anes, los bufones y los payasos, o la orej a de burro que nuest ro rey Midas exhibió ant e el dios Pan" . 93 Allí, en ese inm ediat o colorido y ruidoso, en est a acept ación fácil que es un rechazo im percept ible, se alcanza, m ás seguram ent e que en las largas búsquedas de la verdad ocult a, la esencia m ism a de la sabiduría. Subrept iciam ent e, por el recibim ient o m ism o que le hace, la razón invist e a la locura, la cierne, t om a conciencia de ella y puede sit uarla. ¿Dónde sit uarla, por ciert o, si no en la razón m ism a, com o una de sus form as y quizás uno de sus recursos? Sin duda, ent re form as de la razón y form as de la locura son grandes las sim ilit udes. E inquiet ant es: ¿cóm o dist inguir, en una acción sabia que ha sido com et ida por un loco, y en la m ás insensat a de las locuras, que es obra de un hom bre ordinariam ent e sabio y com edido? " La sabiduría y la locura —dice Charron— son vecinas cercanas. No hay m ás que una m edia vuelt a de la una a la ot ra. Eso se ve en las acciones de los hom bres insensat os. " 94 Pero est e parecido, aun si ha de confundir a las gent es razonables, sirve a la razón m ism a. Y al arrebat ar en su m ovim ient o a las m ayores violencias de la locura, la razón llega, así, a sus fines m ás alt os. Visit ando a Tasso en su delirio, Mont aigne sient e aún m ás despecho que com pasión; pero, en el fondo, m ás adm iración que t odo. Despecho, sin duda, al ver que la razón, allí donde puede alcanzar sus cum bres, est á infinit am ent e cerca de la locura m ás profunda: " ¿Quién no sabe cuán im percept ible es la vecindad ent re la locura con las gallardas elevaciones de un espírit u libre, y los efect os de una virt ud suprem a y ext raordinaria?" Pero hay allí obj et o de una adm iración paradój ica. Un signo es que, de est a m ism a locura, la razón obt uviera sus recursos m ás ext raños. Si Tasso, " uno de los poet as it alianos m ás j uiciosos, ingeniosos y form ados al aire libre de est a poesía pura y ant igua que j am ás hayan sido" , se encuent ra ahora en " est ado t an lam ent able, sobreviviéndose a sí m ism o" , ¿no lo debe a " est a su vivacidad asesina, a est a claridad que lo ha cegado, a est a aprehensión exact a y t ierna de la razón que le ha hecho perder la razón? ¿A la curiosa y laboriosa búsqueda de las ciencias que lo ha llevado al em brut ecim ient o? ¿A est a rara apt it ud para los ej ercicios del alm a, que lo ha dej ado sin ej ercicio y sin alm a?" 95 Si la locura viene a sancionar el esfuerzo de la razón, es porque ya form aba part e de ese esfuerzo: la vivacidad de las im ágenes, la violencia de la pasión, est e gran ret iro del espírit u en sí m ism o, t an caract eríst icos de la locura, son los inst rum ent os m ás peligrosos de la razón, por ser los m ás agudos. No hay ninguna razón fuert e que no deba arriesgarse en la locura para llegar al t érm ino de su obra, " no hay espírit u grande sin m ezcla de locura. En est e sent ido, los sabios y los poet as 93 94 95 I bid., 2, p. 9. Charron, De la sagesse, lib. 1º , cap. XV, ed. Am aury Duval, 1827, t . I , p. 130. Mont aigne, loc. cit ., p. 256. m ás audaces han aprobado la locura y el salirse de quicio de vez en cuando" . 96 La locura es un m om ent o duro pero esencial en la labor de la razón; a t ravés de ella, y aun en sus vict orias aparent es, la razón se m anifiest a y t riunfa. La locura sólo era, para ella, su fuerza viva y secret a. 97 Poco a poco, la locura se encuent ra desarm ada, y al m ism o t iem po desplazada; invest ida por la razón, es com o recibida y plant ada en ella. Tal fue, pues, el papel am biguo de est e pensam ient o escépt ico, digam os, ant es bien, de est a razón t an vivam ent e conscient e de las form as que la lim it an y de las fuerzas que la cont radicen; descubre a la locura com o una de sus propias figuras, lo que es una m anera de conj urar t odo lo que puede ser un poder ext erior, host ilidad irreduct ible, signo de t rascendencia, pero al m ism o t iem po coloca a la locura en el cent ro de su propio t rabaj o, designándola com o un m om ent o esencial de su propia nat uraleza. Y m ás allá de Mont aigne y de Charron, pero en ese m ovim ient o de inserción de la locura en la nat uraleza m ism a de la razón, se ve dibuj arse la curva de la reflexión de Pascal: " Los hom bres son t an necesariam ent e locos que sería est ar loco de alguna ot ra m anera el no est ar loco. " 98 Reflexión en la cual se recibe y se re- t om a t odo el largo t rabaj o que com ienza con Erasm o: descubrim ient o de una locura inm anent e a la razón; luego, a part ir de allí, desdoblam ient o: por una part e, una " locura loca" que rechaza a est a locura propia de la razón y que, al rechazarla, la re- dobla, y en est e redoblam ient o cae en la m ás sim ple, la m ás cerrada, la m ás inm ediat a de las locuras; por ot ra part e una " locura sabia" que recibe a la locura de la razón, la escucha, reconoce sus derechos de ciudadana, y se dej a penet rar por sus fuerzas vivas; pero al hacerlo se prot ege m ás realm ent e de la locura que la obst inación de un rechazo siem pre vencido de ant em ano. Y es que ahora la verdad de la locura no es m ás que una y sola cosa con la vict oria de la razón, y su definit ivo vencim ient o: pues la verdad de la locura es ser int erior a la razón, ser una figura suya, una fuerza y com o una necesidad m om ent ánea para asegurarse m ej or de sí m ism a. Tal vez est é allí el secret o de su presencia m últ iple en la lit erat ura de fines del siglo XVI y principios del XVI I , un art e que, en su esfuerzo por dom inar est a razón que se busca a sí m ism a, reconoce la presencia de la locura, de su locura, la rodea y le pone sit io, para finalm ent e t riunfar sobre ella. Juegos de una época barroca. Pero aquí, com o en el pensam ient o, se realiza t odo un t rabaj o que acarreará la confiscación de la experiencia t rágica de la locura por una conciencia crít ica. Pero dej em os por el inst ant e est e fenóm eno y valorem os en su indiferencia esas figuras que podem os encont rar t ant o en Don Quij ot e com o en las novelas de Scudéry, en El rey Lear y en el t eat ro de Rot rou o de Trist an L'Herm it e. Com encem os por la m ás im port ant e, que es t am bién la m ás durable, la que volverem os a encont rar en el siglo XVI I I con las m ism as form as, aunque un 96 97 98 Charron, foc. cit ., p. 130. Cf. con el m ism o espírit u Saint - Évrem oud, Sir Polit ik would be ( act o V, esc. ii) . Pensées, ed. Brunschvicg, nº 414. poco desdibuj adas, 99 la locura por ident ificación novelesca. De una vez por t odas, Cervant es había dibuj ado sus caract eríst icas. Pero el t em a es repet ido incansablem ent e: adapt aciones direct as ( el Dan Quichot t e de Guérin de Bouscal es represent ado en 1639; dos años m ás t arde lo es Le Gouvernem ent de Sancho Pança) , reint erpret aciones de un episodio part icular ( Les Folies de Cardenio, de Pichou, son una variación de la anécdot a del " caballero andraj oso" de la Sierra Morena) , o de una m anera m ás indirect a, sát iras de las novelas fant ást icas ( com o en la Fausse Clélie de Subligny, en el int erior m ism o del relat o, en el episodio de Julie d'Arviane) . Del aut or al lect or las quim eras se t rasm it en, pero aquello que era fant asía por una part e, se conviert e en fant asm a por la ot ra; la ast ucia del escrit or es acept ada con t ant o candor com o im agen de lo real. En apariencia, nos encont ram os solam ent e ant e una crít ica fácil de las novelas de im aginación; pero un poco por debaj o, hay t oda una inquiet ud sobre las relaciones que exist en, en la obra de art e, ent re la realidad y la im aginación, y acaso t am bién sobre la t urbia com unicación que hay ent re la invención fant ást ica y las fascinaciones del delirio. " Es a las im aginaciones desordenadas a las que debem os la invención de las art es; el Capricho de los Pint ores, de los Poet as y de los Músicos no es m ás que un nom bre civilm ent e dulcificado para expresar su Locura. " 100 Locura donde son puest os en t ela de j uicio los valores de ot ro t iem po, de ot ro art e, de una m oral, pero donde se reflej an t am bién, m ezcladas y ent urbiadas, ext rañam ent e com prom et idas las unas con las ot ras en una quim era com ún, t odas las form as, aun las m ás dist ant es, de la im aginación hum ana. Muy próxim a a est a prim era, est á la locura de la vana presunción. No es con un m odelo lit erario con quien el loco se ident ifica; es consigo m ism o, por m edio de una adhesión im aginaria que le perm it e at ribuirse t odas las cualidades, t odas las virt udes o poderes de que él est á desprovist o. Es un heredero de la viej a Filaut ía de Erasm o. Pobre, es rico; feo, se m ira herm oso; con grillet es en los pies, se cree Dios, sin em bargo. Así era el licenciado Osuna, que se creía Nept uno; 101 es el dest ino ridículo de los 7 personaj es de los Visionnaires, 102 de Chat eaufort en el Pédant j oué, de M. de Richesource en Sir Polit ik. I nnum erable locura, que t iene t ant os rost ros com o caract eres, am biciones e ilusiones hay en el m undo. I nclusive en sus ext rem os, es la m ano ext rem osa de las locuras; es, en el corazón de cada hom bre, la relación im aginaria que sost iene consigo m ism o. En ella se engendran los defect os m ás com unes. Denunciarla es el prim ero y últ im o sent ido de t oda crít ica m oral. Tam bién al m undo m oral pert enece la locura del j ust o cast igo. Es ella quien cast iga, por m edio de t rast ornos del espírit u, los t rast ornos del corazón; pero t iene t am bién ot ros poderes: el cast igo que inflige se desdobla por sí m ism o, en la m edida en que, cast igándose, revela la verdad. La j ust icia de est a locura 99 La idea es m uy frecuent e en el siglo XVI I I , sobre t odo después de Rousseau, de que la lect ura de las novelas o los espect áculos t eat rales vuelven loco. Cf. infra, Segunda Part e, cap. I V. 100 Saint - Évrem ond, Sir Polit ik would be, act o V, esc. I I . 101 Cervant es, Don Quij ot e, Segunda Part e, cap. 1º . 102 En Los visionarios, se ve a un capit án cobarde que se cree Aquiles, a un poet a am puloso, a un ignorant e aficionado a los versos, a un rico im aginario, a una m uchacha que se cree am ada por t odos, a una pedant e que cree poder represent arlo t odo en com edia, y finalm ent e a ot ra que se cree una heroína de novela. t iene la caract eríst ica de ser verídica. Verídica, puest o que ya el culpable experim ent a, en el vano t orbellino de sus fant asm as, lo que será en la et ernidad el dolor de su cast igo: Erast o, en Mélit e, ya se ve perseguido por las Eum énides y condenado por Minos. Verídica, igualm ent e, porque el crim en escondido a los oj os de t odos se hace pat ent e en la noche de est e ext raño cast igo; la locura, con sus palabras insensat as, que no se pueden dom inar, ent rega su propio sent ido, y dice, en sus quim eras, su secret a verdad; sus grit os hablan en vez de su conciencia. Así, el delirio de Lady Macbet h revela " a quienes no deberían saberlo" , las palabras que durant e m ucho t iem po ha m urm urado solam ent e a " sordas alm ohadas" . 103 En fin, el últ im o t ipo de locura, que es la pasión desesperada. El am or engañado en su exceso, engañado sobre t odo por la fat alidad de la m uert e, no t iene ot ra salida que la dem encia. En t ant o que había un obj et o, el loco am or era m ás am or que locura; dej ado solo, se prolonga en el vacío del delirio. ¿Cast igo de una pasión dem asiado abandonada a su propia violencia? Sin duda; pero est e cast igo es t am bién un calm ant e; ext iende, sobre la irreparable ausencia, la piedad de las presencias im aginarias; encuent ra en la paradoj a de la alegría inocent e, o en el heroísm o de las em presas insensat as, la form a que se borra. Si el cast igo conduce a la m uert e, es a una m uert e donde aquellos que se am an no serán j am ás separados. Es la últ im a canción de Ofelia; es el delirio de Arist o en la Locura del sabio; pero es sobre t odo la am arga y dulce dem encia del Rey Lear. En la obra de Shakespeare, encont ram os las locuras em parent adas con la m uert e y con el hom icidio; en la de Cervant es, las form as que se ordenan hacia la presunción y t odas las com placencias de lo im aginario. Pero son elevados m odelos, y sus im it adores los m oderan y desarm an. Sin duda son ellos t est igos, el español y el inglés, m ás bien de la locura t rágica, nacida en el siglo XV, que de la experiencia crít ica y m oral de la Sinrazón que se desarrolla, con t odo, en su propia época. Por encim a de los t iem pos, vuelven a encont rar un sent ido que se halla a punt o de desaparecer, sent ido cuya cont inuidad ya no persist irá m ás que en la noche. Sin em bargo, com parando su obra, y lo que ella sost iene, con las significaciones que encont ram os en la obra de sus cont em poráneos o im it adores, es com o se podrá descifrar lo que sucede, a principios del siglo XVI I , en la experiencia lit eraria de la locura. En la obra de Shakespeare y de Cervant es, la locura ocupa siem pre un lugar ext rem o, ya que no t iene recursos. Nada puede devolverla a la verdad y a la razón. Solam ent e da al desgarram ient o, que precede a la m uert e. La locura, en sus vanas palabras, no es vanidad; el vacío que la invade es " un m al que se halla m ucho m ás allá de m i práct ica" , com o dice el m édico hablando de Lady Macbet h; es ya la plenit ud de la m uert e: una locura que no necesit a m édico, sino la m isericordia divina solam ent e. 104 El suave gozo, que al final encuent ra Ofelia, no es conciliable con ninguna felicidad; su cant o insensat o est á t an cerca de lo esencial com o el " grit o de m uj er" que anuncia por los corredores 103 104 Macbet h, act o V, esc. I . I bid., act o V. esc. I . del cast illo de Macbet h que " la reina ha m uert o" . 105 Sin duda, la m uert e de Don Quij ot e sucede en paisaj e apacible, recobradas en el últ im o inst ant e la razón y la verdad. De golpe, la locura del caballero ha adquirido conciencia de sí m ism a, y ant e sus propios oj os se conviert e en t ont ería. Pero est a brusca sabiduría de su locura, ¿no es una nueva locura que acaba de penet rarle en la cabeza? Equívoco indefinidam ent e reversible que no puede ser decidido definit ivam ent e m ás que por la m uert e. La locura disipada se t iene que confundir con la inm inencia del fin; e inclusive una de las señales por las cuales conj et uraron que el enferm o se m oría, era el que hubiese vuelt o t an fácilm ent e de la locura a la razón. Pero ni siquiera la m uert e t rae la paz: la locura t riunfará aún, verdad irrisoriam ent e et erna, por encim a del fin de una vida, que sin em bargo se había liberado de la locura, en est e m ism o fin. I rónicam ent e la vida insensat a del caballero lo persigue, y lo inm ort aliza su dem encia; la locura es la vida im perecedera de la m uert e: Yace aquí el Hidalgo fuert e que a t ant o ext rem o llegó de valient e, que se adviert e que la m uert e no t riunfó de su vida con su m uert e. 106 Pero m uy pront o, la locura abandona esas regiones últ im as donde Cervant es y Shakespeare la sit uaron; en la lit erat ura de principios del siglo XVI I , ocupa, de preferencia, un lugar int erm edio; es m ás bien nudo que desenlace, m ás la peripecia que la inm inencia últ im a. Desaloj ada en la econom ía de las est ruct uras novelescas y dram át icas, perm it e la m anifest ación de la verdad y el regreso apacible de la razón. La locura no es ya considerada en su realidad t rágica, en el desgarram ient o absolut o, que la abre a ot ro m undo; se la considera solam ent e en el aspect o irónico de sus ilusiones. No es un cast igo real, sino im agen de un cast igo, y así falsa apariencia; no puede est ar ligada m ás que a la apariencia de un crim en o a la ilusión de una m uert e. Si Arist e, en la Folie du Sage, se vuelve loco ant e la not icia de la m uert e de su hij a, es porque ést a realm ent e no ha m uert o; cuando Erast o, en Mélit e, se ve perseguido por las Eum énides y arrast rado ant e Minos, es por un doble crim en que hubiera podido com et er, que hubiera querido com et er, pero en realidad no ha causado ninguna m uert e real. La locura es despoj ada de su seriedad dram át ica: no es cast igo ni desesperación, sino en las dim ensiones del error. Su función dram át ica no subsist e sino en la m edida en que se t rat a de un falso dram a: form a quim érica, donde no se t rat a m ás que de falt as supuest as, hom icidios ilusorios, desaparición de seres que volverán a ser encont rados. Sin em bargo, est a ausencia de gravedad no le im pide ser esencial, m ás esencial aún de lo que ya era, pues si colm a la ilusión, es gracias a ella com o se consigue derrot ar a la ilusión. En la locura, donde lo encierra su error, el personaj e com ienza involunt ariam ent e a desenredar la t ram a. Acusándose, 105 106 I bid., act o V, esc. v. Cervant es, Don Quij ot e, Segunda Part e, cap. LXXI V. dice, a pesar suyo, la verdad. En Mélit e, por ej em plo, t oda la ast ucia que el héroe ha acum ulado para engañar a los ot ros, se vuelve cont ra él, y él es la prim era víct im a, creyendo ser culpable de la m uert e de su rival y de su am ant e. Pero, en su delirio, se reprocha el haber invent ado t oda una correspondencia am orosa; la verdad se hace pat ent e en y por la locura que, provocada por la ilusión de un desenlace, desenlaza en realidad, ella sola, el em brollo verdadero, del cual es a la vez efect o y causa. Dicho de ot ra m anera, la locura es la falsa sanción de un final falso, pero por su propia virt ud, hace surgir el verdadero problem a, que puede ent onces ser verdaderam ent e conducido a su t érm ino. Ocult a baj o el error el secret o t rabaj o de la verdad. La locura de la que habla el aut or del Ospit al des Fous desem peña est e papel am biguo y cent ral, en el caso de la parej a de enam orados que, por escapar de sus perseguidores, se fingen locos y se esconden ent re los insensat os; en una crisis de dem encia sim ulada, la chica, disfrazada de m uchacho, finge ser una m uchacha —lo que es realm ent e—, diciendo así, por la neut ralización recíproca de dos engaños, la verdad que finalm ent e t riunfará. La locura es la form a m ás pura y t ot al de qui pro quo; t om a lo falso por verdadero, la m uert e por la vida, el hom bre por la m uj er, la enam orada por la Erinia y la víct im a por Minos. Es t am bién la form a m ás rigurosam ent e necesaria del qui pro quo en la econom ía dram át ica, ya que no t iene necesidad de ningún elem ent o ext erior para acceder al desenlace verdadero. Le es suficient e llevar su ilusión hast a la verdad. Así, la locura es, en el cent ro m ism o de la est ruct ura, en su cent ro m ecánico, a la vez fingida conclusión plena de ocult o recom enzar, e iniciación a lo que aparecerá com o reconciliación de la razón y la verdad. Ella indica el punt o hacia el cual converge, aparent em ent e, el dest ino t rágico de los personaj es, y a part ir del cual surgen realm ent e las líneas que conducen a la felicidad recuperada. En la locura se est ablece el equilibrio; pero lo ocult a baj o la nube de la ilusión, baj o el desorden fingido; el rigor de la arquit ect ura se disim ula baj o el m anej o hábil de est as violencias desordenadas. Est a brusca vivacidad, est e azar de los adem anes y palabras, est e vient o de locura que, de un golpe, em puj a a los personaj es, rom pe las líneas y las act it udes, arruga los decorados —cuando los hilos est án m ás apret ados—, es el t ipo m ism o de art ificio barroco. La locura es el gran engañabobos de las est ruct uras t ragicóm icas de la lit erat ura preclásica. 107 Scudéry lo sabía bien, él que al desear hacer, en su Com edie des Com édiens, el t eat ro del t eat ro, sit úa a su pieza, desde el principio, en el j uego de las ilusiones de la locura. Una part e de los cóm icos debe represent ar el papel de espect adores, y los ot ros el de los act ores. Es preciso pues, por una part e, t om ar el decorado por realidad, la represent ación por la vida, m ient ras que 107 Habría que hacer un est udio est ruct ural de las relaciones ent re el sueño y la locura en el t eat ro del siglo XVI I . Su parent esco desde hacía t iem po era un t em a filosófico y m edico ( cf. Segunda Part e. cap. I I I ) ; sin em bargo, el sueño parece un poco m ás t ardío, com o elem ent o esencial de la est ruct ura dram át ica. En t odo caso, su sent ido es ot ro, puest o que la realidad que lo habit a no es la de la reconciliación, sino de la consum ación t rágica. Su engaño no es a la perspect iva verdadera del dram a, y no induce al error, com o la locura que, en la ironía de su desorden aparent e, indica una falsa conclusión. realm ent e se est á represent ando en un decorado real; por ot ra part e, es necesario fingir que se im it a y se represent a al act or, cuando se es en la realidad, sencillam ent e, un act or que est á represent ando. Es un j uego doble en el cual cada elem ent o est á desdoblado a su vez, form ando asi ese int ercam bio renovado ent re lo real y lo ilusorio que const it uye, en sí, el sent ido dram át ico de la locura. " No sé —debe decir Mondory, en el prólogo de la pieza de Scudéry— qué ext ravagancia es ést a de m is com pañeros, pero es t an grande, que m e veo forzado a creer que algún encant am ient o les ha arrebat ado la razón, y lo que m e parece peor es que t rat an de hacérm ela perder, y a vosot ros t am bién. Quieren persuadirm e de que no est oy en un t eat ro, de que aquí est á la ciudad de Lyon, que aquello es una host ería y aquél un j uego de pelot a, donde unos cóm icos que no som os nosot ros —y los cuales som os, sin em bargo— represent an una past orela. " 108 A t ravés de est a ext ravagancia, el t eat ro desarrolla su verdad, que es la de ser ilusión. Eso es, en est rict o sent ido, la locura. Nace la experiencia clásica de la locura. La gran am enaza que aparece en el horizont e del siglo XV se at enúa; los poderes inquiet ant es que habit aban en la pint ura de Bosco han perdido su violencia. Subsist en form as, ahora t ransparent es y dóciles, int egrando un cort ej o, el inevit able cort ej o de la razón. La locura ha dej ado de ser, en los confines del m undo, del hom bre y de la m uert e, una figura escat ológica; se ha disipado la noche, en la cual t enía ella los oj os fij os, la noche en la cual nacían las form as de lo im posible. El olvido cae sobre ese m undo que surcaba la libre esclavit ud de su nave: ya no irá de un m ás acá del m undo a un m ás allá, en su t ránsit o ext raño; no será ya nunca ese lím it e absolut o y fugit ivo. Ahora ha at racado ent re las cosas y la gent e. Ret enida y m ant enida, ya no es barca, sino hospit al. Apenas ha t ranscurrido m ás de un siglo desde el auge de las barquillas locas, cuando se ve aparecer el t em a lit erario del " Hospit al de Locos" . Allí, cada cabeza vacía, ret enida y ordenada según la verdadera razón de los hom bres, dice, con el ej em plo, la cont radicción y la ironía, el lenguaj e desdoblado de la Sabiduría: " ... Hospit al de los Locos incurables donde son exhibidas t odas las locuras y enferm edades del espírit u, t ant o de los hom bres com o de las m uj eres, obra t an út il com o recreat iva, y necesaria para la adquisición de la verdadera sabiduría. " 109 Cada form a de locura encuent ra allí su lugar, sus insignias y su dios prot ect or: la locura frenét ica y necia, sim bolizada por un t ont o subido en una silla, se agit a baj o la m irada de Minerva; los som bríos m elancólicos que recorren el cam po, lobos ávidos y solit arios, t ienen por dios a Júpit er, m aest ro en las m et am orfosis anim ales; después vienen los " locos borrachos" , los " locos desprovist os de m em oria y de ent endim ient o" , los " locos adorm ecidos y m edio m uert os" , los " locos at olondrados, con la cabeza vacía" ... Todo est e m undo de desorden, perfect am ent e ordenado, hace por t urno el Elogio de la razón. En est e " Hospit al" , el encierro ya ha desplazado al em barco. 108 G. de Scudéry, La com édie des com édiens, París, 1635. Gazoni, L'Ospedale de' passi incurabili, Ferrara, 1586. Traducido y arreglado por F. de Clavier ( París, 1620) . Cf. Beys, L'Ospit al des Fous ( 1635) , ret om ado y m odificado en 1653 con el t ít ulo de Los ilust res locos. 109 A pesar de est ar dom inada, la locura conserva t odas las apariencias de su reino. Es ahora una part e de las m edidas de la razón y del t rabaj o de la verdad. Juega en la superficie de las cosas y en el cent elleo del día, en t odos los j uegos de apariencia, act úa en el equívoco que exist e ent re la realidad y la ilusión, sobre t oda esa t ram a indefinida, siem pre reanudada, siem pre rot a, que une y separa a la vez la verdad y lo aparent e. Ella esconde y m anifiest a, dice la verdad y dice la m ent ira, es som bra y es luz. Espej ea; una figura cent ral e indulgent e, ya precaria en est a edad barroca. No nos ext rañem os de encont rar a la locura t an a m enudo en las ficciones de la novela y el t eat ro. No nos asom brem os de verla m erodear realm ent e por las calles. Mil veces François Collet et se encont ró allí con ella: En la avenida veo al orat e que va, seguido por rapaces,... ... Tam bién adm iro al pobre ser: ¿qué puede el pobre diablo hacer ant e las t urbas harapient as? Las vi cant ar sucias canciones en m iserables callej ones... La locura dibuj a una siluet a bast ant e fam iliar en el paisaj e social. Se obt iene un nuevo y un vivísim o placer de las viej as cofradías de t ont os, de sus fiest as, sus reuniones y sus discursos. La gent e se apasiona a favor o en cont ra de Nicolás Joubert , m ej or conocido por el nom bre de D'Angoulevent , que se dice Príncipe de los Tont os, t ít ulo que le es discut ido por Valent i " el Conde" y Jacques Resneau: libelos, procesos, alegat os; el abogado de Nicolás declara y cert ifica que ést e es " una cabeza hueca, una sandía vacía, huérfana de sent ido com ún, una caña, un cerebro desarreglado, sin un resort e ni una rueda buena en la cabeza" . 110 Bluet d'Arbères, que se hace llam ar Conde de Aut orización, es un prot egido de los Créqui, de los Lesdiguières, de los Bouillon, de los Nem ours: publica, en 1602, o hacen publicar com o si fueran de él, sus obras, en las cuales adviert e al lect or que " no sabe leer ni escribir, y que j am ás ha aprendido" , pero que est á anim ado " por la inspiración de Dios y de los Ángeles" . 111112 Pierre Dupuis, del que habla Régnier en su sext a sát ira, 113 es, según Brascam bille, un " archiloco en t oga" ; 114 él m ism o, en su Rem ont rance sur le réveil de Maît re Guillaum e, declara que t iene " el espírit u elevado hast a la ant ecám ara de t ercer grado de la luna" . Y t ant os ot ros personaj es que aparecen en la decim ocuart a sát ira de Régnier. Est e m undo de principios del siglo XVI I es ext rañam ent e hospit alario para la locura. Ella est á allí, en m edio de las cosas y de los hom bres, signo irónico que 110 François Collet et , Le Tracas de Paris, 1665. Cf. Peleus, La Deffence du Prince des Sot s ( s. c. ni d. ) ; Plaidoyer sur la Principaut é des Sot s, 1608. I gualm ent e: Surprise et fust igat ion d'Angoulevent par l'archiprét re des poispillés, 1603. Guirlande et réponse d'Angoulevent . 112 I nt it ulat ion et Recueil de t out es les œuvres que [ sic] Bernard de Bluet d'Arbères, com t e de perm ission, 2 vols., 1601- 1602. 113 Régnier, Sat ire VI , v. 72. 114 Brascam bille ( Paradoj as 1622, p. 45) . Cf. ot ra indicación en Desm arin, Défense du poèm e épique, p. 73. 115 Régnier, Sat ire XI V, vv. 7- 10. 111 confunde las señales de lo quim érico y lo verdadero, que guarda apenas el recuerdo de las grandes am enazas t rágicas —vida m ás t urbia que inquiet ant e; agit ación irrisoria en la sociedad, m ovilidad de la razón. Pero nuevas exigencias est án naciendo: " He t om ado cien veces la lint erna en la m ano, buscando en pleno m ediodía. " 115 115 Régnier, Sat ire XI V, vv. 7- 10. I I . EL GRAN ENCI ERRO Com pelle int rare. La locura, cuya voz el Renacim ient o ha liberado, y cuya violencia dom ina, va a ser reducida al silencio por la época clásica, m ediant e un ext raño golpe de fuerza. En el cam ino de la duda, Descart es encuent ra la locura al lado del sueño y de t odas las form as de error. Est a posibilidad de est ar loco, ¿no am enaza con desposeerlo de su propio cuerpo, com o el m undo ext erior puede ocult arse en el error o la conciencia dorm irse en el sueño? " ¿Cóm o podría yo negar que est as m anos y est e cuerpo son m íos, si no, acaso, com parándom e a ciert os insensat os cuyo cerebro est á de t al m odo pert urbado y ofuscado por los vapores negros de la bilis que const ant em ent e aseguran ser reyes cuando son m uy pobres, est ar vest idos de oro y púrpura cuando est án desnudos, o cuando im aginan ser cánt aros o t ener un cuerpo de vidrio?" 116 Pero Descart es no evit a el peligro de la locura com o evade la event ualidad del sueño o del error. Por engañosos que sean los sent idos, en efect o, sólo pueden alt erar " las cosas poco sensibles y bast ant e alej adas" ; la fuerza de sus ilusiones siem pre dej a un residuo de verdad, " que yo est oy aquí, ant e la chim enea, vest ido con m i bat a" . 117 En cuant o al sueño, puede —com o la im aginación de los pint ores— represent ar " sirenas o sát iros por m edio de figuras grot escas y ext raordinarias" ; pero no puede crear ni com poner por sí m ism o esas cosas " m ás sencillas y m ás universales" cuya disposición hace posibles las im ágenes fant ást icas: " De ese género de cosas es la nat uraleza corporal en general y su ext ensión" . Ést as son t an poco fingidas que aseguran a los sueños su verosim ilit ud: m arcas inevit ables de una verdad que el sueño no llega a com prom et er. Ni el sueño poblado de im ágenes, ni la clara conciencia de que los sent idos se equivocan pueden llevar la duela al punt o ext rem o de su universalidad: adm it am os que los oj os nos engañan, " supongam os ahora que est am os dorm idos" , la verdad no se deslizará ent era hacia la noche. Para la locura, las cosas son dist int as; si sus peligros no com prom et en el avance ni lo esencial de la verdad, no es porque t al cosa, ni aun el pensam ient o de un loco, no pueda ser falsa, sino porque yo, que pienso, no puedo est ar loco. Cuando yo creo t ener un cuerpo, ¿est oy seguro de sost ener una verdad m ás firm e que quien im agina t ener un cuerpo de vidrio? Seguram ent e, pues " son locos, y yo no sería m enos ext ravagant e si m e guiara por su ej em plo" . No es la perm anencia de una verdad la que asegura al pensam ient o cont ra la locura, com o le perm it iría librarse de un error o salir de un sueño; es una im posibilidad de est ar loco, esencial no al obj et o del pensam ient o, sino al suj et o pensant e. Puede suponerse que se est á soñando, e ident ificarse con el suj et o soñant e para encont rar " alguna razón de dudar" : la verdad aparece aún, com o condición de posibilidad del sueño. En cam bio, no se puede suponer, ni aun con el pensam ient o, que se est á loco, pues la locura 116 117 Descart es, Médit at ions, I , Œuvres, ed. Pléiade, p. 268. I bid. j ust am ent e es condición de im posibilidad del pensam ient o: " Yo no sería m enos ext ravagant e... " 118 En la econom ía de la duda, hay un desequilibrio fundam ent al ent re locura, por una part e, sueño y error, por la ot ra. Su sit uación es dist int a en relación con la verdad y con quien la busca; sueños o ilusiones son superados en la est ruct ura m ism a de la verdad; pero la locura queda excluida por el suj et o que duda. Com o pront o quedará excluido que él no piensa y que no exist e. Ciert a decisión se ha t om ado desde los Ensayos. Cuando Mont aigne se encont ró con Tasso, nada le aseguraba que t odo pensam ient o no era rondado por la sinrazón. ¿Y el pueblo? ¿El " pobre pueblo víct im a de esas locuras" ? El hom bre de ideas, ¿est á al abrigo de esas ext ravagancias? Él m ism o " es, al m enos, igualm ent e last im oso" . Y ¿qué razón podría hacerle j uez de la locura? " La razón m e ha dicho que condenar resuelt am ent e una cosa por falsa e im posible es aprovechar la vent aj a de t ener en la cabeza los lím it es de la volunt ad de Dios y de la pot encia de nuest ra m adre Nat uraleza, y por t ant o no hay en el m undo locura m ás not able que hacerles volver a la m edida de nuest ra capacidad y suficiencia. " 119 Ent re t odas las ot ras form as de la ilusión, la locura sigue uno de los cam inos de la duda m ás frecuent ados aún en el siglo XVI . No siem pre se est á seguro de no soñar, nunca se est á ciert o de no est ar loco: " ¿No recordam os cuánt as cont radicciones hem os sent ido en nuest ro j uicio?" 120 Ahora bien, est a cert idum bre ha sido adquirida por Descart es, quien la conserva sólidam ent e: la locura ya no puede t ocarlo. Sería una ext ravagancia suponer que se es ext ravagant e; com o experiencia de pensam ient o, la locura se im plica a sí m ism a, y por lo t ant o se excluye del proyect o. Así, el peligro de la locura ha desaparecido del ej ercicio m ism o de la Razón. Ést a se halla fort ificada en una plena posesión de sí m ism a, en que no puede encont rar ot ras t ram pas que el error, ot ros riesgos que la ilusión. La duda de Descart es libera los sent idos de encant am ient os, at raviesa los paisaj es del sueño, guiada siem pre por la luz de las cosas ciert as; pero él dest ierra la locura en nom bre del que duda, y que ya no puede desvariar, com o no puede dej ar de pensar y dej ar de ser. Por ello m ism o se m odifica la problem át ica de la locura, la de Mont aigne. De m anera casi im percept ible, sin duda, pero decisiva. Allí la t enem os, colocada en una com arca de exclusión de donde no será liberada m ás que parcialm ent e en la Fenom enología del Espírit u. La No- Razón del siglo XVI form aba una especie de peligro abiert o, cuyas am enazas podían siem pre, al m enos en derecho, com prom et er las relaciones de la subj et ividad y de la verdad. El encam inam ient o de la duda cart esiana parece t est im oniar que en el siglo XVI I el peligro se halla conj urado y que la locura est á fuera del dom inio de pert enencia en que el suj et o conserva sus derechos a la verdad: ese dom inio que, para el pensam ient o clásico, es la razón m ism a. En adelant e, la locura est á exiliada. Si el hom bre puede siem pre est ar loco, el pensam ient o, com o ej ercicio de la soberanía de un suj et o que se considera con el deber de percibir lo ciert o, no puede ser insensat o. Se ha t razado una línea divisoria, que pront o 118 119 120 I bid. Mont aigne, Essais, libro 1º , cap. XXVI , ed. Garnier, pp. 231- 232. I bid., p. 236. hará im posible la experiencia, t an fam iliar en el Renacim ient o, de una Razón irrazonable, de una razonable Sinrazón. Ent re Mont aigne y Descart es ha ocurrido un acont ecim ient o: algo que concierne al advenim ient o de una rat io. Pero la hist oria de una rat io com o la del m undo occident al est á lej os de haberse agot ado en el progreso de un " racionalism o" ; est á hecha, en part e igualm ent e grande aunque m ás secret a, por ese m ovim ient o por el cual la sinrazón se ha int ernado en nuest ro suelo, para allí desaparecer, sin duda, pero t am bién para enraizarse. Y es est e ot ro aspect o del acont ecim ient o clásico el que ahora habrá que m anifest ar. Más de un signo lo delat a, y no t odos se derivan de una experiencia filosófica ni de los desarrollos del saber. Aquel del que deseam os hablar pert enece a una superficie cult ural bast ant e ext ensa. Una serie de dat os lo señala con t oda precisión y, con ellos, t odo un conj unt o de inst it uciones. Se sabe bien que en el siglo XVI I se han creado grandes int ernados; en cam bio, no es t an sabido que m ás de uno de cada cien habit ant es de París, ha est ado encerrado allí, así fuera por unos m eses. Se sabe bien que el poder absolut o ha hecho uso de let t res de cachet y de m edidas arbit rarias de det ención; se conoce m enos cuál era la conciencia j urídica que podía alent ar sem ej ant es práct icas. Desde Pinel, Tuke y Wagnit z. se sabe que los locos, durant e un siglo y m edio, han sufrido el régim en de est os int ernados, hast a el día en que se les descubrió en las salas del Hospit al General, o en los calabozos de las casas de fuerza; se hallará que est aban m ezclados con la población de las Workhouses o Zucht häusern. Pero casi nunca se preciso claram ent e cuál era su est at ut o, ni qué sent ido t enía est a vecindad, que parecía asignar una m ism a pat ria a los pobres, a los desocupados, a los m ozos de correccional y a los insensat os. Ent re los m uros de los int ernados es donde Pinel y la psiquiat ría del siglo XI X volverán a encont rar a los locos; es allí —no lo olvidem os— donde los dej arán, no sin gloriarse de haberlos liberado. Desde la m it ad del siglo XVI I , la locura ha est ado ligada a la t ierra de los int ernados, y al adem án que indicaba que era aquél su sit io nat ural. Tom em os los hechos en su form ulación m ás sencilla, ya que el int ernam ient o de los alienados es la est ruct ura m ás visible en la experiencia clásica de la locura, y ya que será la piedra de escándalo cuando est a experiencia llegue a desaparecer en la cult ura europea. " Yo los he vist o desnudos, cubiert os de harapos, no t eniendo m ás que paj a para librarse de la fría hum edad del em pedrado en que est án t endidos. Los he vist o m al alim ent ados, privados de aire que respirar, de agua para calm ar su sed y de las cosas m ás necesarias de la vida. Los he vist o ent regados a aut ént icos carceleros, abandonados a su brut al vigilancia. Los he vist o en recint os est rechos, sucios, infect os, sin aire, sin luz, encerrados en ant ros donde no se encerraría a los anim ales feroces que el luj o de los gobiernos m ant iene con grandes gast os en las capit ales. " 121 Una fecha puede servir de guía: 1656, decret o de fundación, en París, del 121 Esquirol, Des ét ablissem ent s consacrés aux aliénés en France ( 1818) en Des m aladies m ent ales, Paris, 1838, t . I I , p. 134. Hôpit al Général. A prim era vist a, se t rat a solam ent e de una reform a, o apenas de una reorganización adm inist rat iva. Diversos est ablecim ient os ya exist ent es son agrupados baj o una adm inist ración única: ent re ellos, la Salpêt rière, reconst ruida en el reinado ant erior para usarla com o arsenal; 122 Bicêt re, que Luis XI I I había querido ot orgar a la com andancia de San Luis, para hacer allí una casa de ret iro dest inada a los inválidos del ej ercit o. 123 " La Casa y el Hospit al, t ant o de la grande y pequeña Piedad com o del Refugio, en el barrio de Saint - Vict or; la casa y el hospit al de Escipión, la casa de la Jabonería, con t odos los lugares, plazas, j ardines, casas y const rucciones que de ella dependan. " 124 Todos son afect ados ahora al servicio de los pobres de París " de t odos los sexos, lugares y edades, de cualquier calidad y nacim ient o, y en cualquier est ado en que se encuent ren, válidos o inválidos, enferm os o convalecient es, curables o incurables" . 125 Se t rat a de acoger, hospedar y alim ent ar a aquellos que se present en por sí m ism os, o aquellos que sean enviados allí por la aut oridad real o j udicial; es preciso t am bién vigilar la subsist encia, el cuidado, el orden general de aquellos que no han podido encont rar lugar, aunque podrían o m erecerían est ar. Est os cuidados se confían a direct ores nom brados de por vida, que ej ercen sus poderes no solam ent e en las const rucciones del hospit al, sino en t oda la ciudad de París, sobre aquellos individuos que caen baj o su j urisdicción. " Tienen t odo poder de aut oridad, de dirección, de adm inist ración, de com ercio, de policía, de j urisdicción, de corrección y de sanción, sobre t odos los pobres de París, t ant o dent ro com o fuera del Hôpit al Général. " 126 Los direct ores nom bran adem ás un m edico cuyos honorarios son de m il libras anuales; reside en la Piedad, pero debe visit ar cada una de las casas del hospit al dos veces por sem ana. Desde luego, un hecho est á claro el Hôpit al Général no es un est ablecim ient o m édico. Es m ás bien una est ruct ura sem ij urídica, una especie de ent idad adm inist rat iva, que al lado de los poderes de ant em ano const it uidos y fuera de los t ribunales, decide, j uzga y ej ecut a. " Para ese efect o los direct ores t endrán est acas y argollas de suplicio, prisiones y m azm orras, en el dicho hospit al y lugares que de él dependan, com o ellos lo j uzguen convenient e, sin que se puedan apelar las ordenanzas que serán redact adas por los direct ores para el int erior del dicho hospit al; en cuant o a aquellas que dict en para el ext erior, serán ej ecut adas según su form a y t enor, no obst ant e que exist an cualesquiera oposiciones o apelaciones hechas o por hacer, y sin perj uicio de ellas, y no obst ant e t odas las defensas y parcialidades, las órdenes no serán diferidas. " 127 Soberanía casi absolut a, j urisdicción sin apelación, derecho de ej ecución cont ra el cual nada puede hacerse valer; el Hôpit al Général es un ext raño poder que el rey est ablece ent re la policía y la j ust icia, en los lím it es de la ley: es el t ercer orden de la represión. Los alienados que Pinel encont rará en Bicêt re y en la Salpêt rière, pert enecen a est e m undo. 122 Cf. Louis Boucher, La Salpêt rière, París, 1883. Cf. Paul Bru, Hist oire de Bicêt re, Paris, 1890. 124 Edición de 1656, art . I V. Cf. Apéndice. Más t arde, se añadieron el Espírit u Sant o y los Niños encont rados, y se ret iró la Jabonería. 125 Art . XI . 126 Art . XI I I . 127 Art . XI I . 123 En su funcionam ient o, o en su obj et o, el Hôpit al Général no t iene relación con ninguna idea m édica. Es una inst ancia del orden, del orden m onárquico y burgués que se organiza en Francia en est a m ism a época. Est á direct am ent e ent roncado con el poder real, que lo ha colocado baj o la sola aut oridad del gobierno civil; la Gran Lim osnería del Reino, que era ant iguam ent e, en la polít ica de asist encia, la m ediación eclesiást ica y espirit ual, se encuent ra bruscam ent e fuera de la organización. " Ent endiéndose que som os conservadores y prot ect ores del dicho Hôpit al Général, por ser de nuest ra fundación real; sin em bargo, no depende de m anera alguna de la Gran Lim osnería, ni de ninguno de nuest ros grandes oficiales, pues deseam os que est é t ot alm ent e exent o de la superioridad, visit a y j urisdicción de los oficiales de la Reform ación general y de los de la Gran Lim osnería, y de t odos los ot ros, a los cuales prohibim os t odo conocim ient o y j urisdicción de cualquier m odo y m anera que ést a pudiera ej ercerse. " 128 El origen del proyect o había est ado en el Parlam ent o, 129 y los dos prim eros j efes de dirección que habían sido designados fueron el prim er president e del Parlam ent o y el procurador general. Pero rápidam ent e son sust it uidos por el arzobispo de París, el president e del Tribunal de Hacienda, el president e del Tribunal de Cuent as, el t enient e de policía y el Prebost e de los m ercaderes. Desde ent onces, la " Gran Asam blea" no t iene m ás que un papel deliberat ivo. La adm inist ración real y las verdaderas responsabilidades son confiadas a gerent es que se reclut an por coopt ación. Son ést os los verdaderos gobernadores, los delegados del poder real y de la fort una burguesa frent e al m undo de la m iseria. La Revolución ha podido dar de ellos est e t est im onio: " Escogidos ent re lo m ej or de la burguesía... sirvieron en la adm inist ración desint eresadam ent e y con int enciones puras. " 130 Est a est ruct ura, propia del orden m onárquico y burgués, cont em poránea del absolut ism o, ext iende pront o su red sobre t oda Francia. Un edict o del rey, del 16 de j unio de 1676, prescribe el est ablecim ient o de " un Hôpit al Général en cada una de las ciudades de su reino" . Result ó que la m edida había sido previst a por las aut oridades locales. La burguesía de Lyon había organizado ya, en 1612, un est ablecim ient o de caridad que funcionaba de una m anera análoga. 131 El arzobispo de Tours se sient e orgulloso de poder declarar el 10 de j ulio de 1676 que su " ciudad m et ropolit ana ha felizm ent e previst o las piadosas int enciones del Rey, al erigir est e Hôpit al Général, llam ado de la Caridad, aun ant es que el de París, con un orden que ha servido de m odelo a t odos aquellos que se han est ablecido después, dent ro y fuera del Reino" . 132 La Caridad de Tours, en efect o, había sido fundada en 1656 y el rey le había donado 4 m il libras de rent a. Por t oda Francia se abren hospit ales generales: en la víspera de la Revolución, exist en en 32 ciudades provincianas. 133 128 Art . VI . El proyect o present ado a Ana de Aust ria est aba firm ado por Pom ponne de Bellièvre. 130 I nform e de La Rochefoucauld Liancourt en nom bre del Com it é de m endicidad de la Asam blea const it uyent e ( Procés- verbaux de l'Assem blée nat ionale, t . XXI ) . 131 Cf. St at ut s et règlem ent s de l'hôpit al général de la Charit é et Aum ône générale de Lyon, 1742. 132 Ordonnances de Monseigneur l'archevêque de Tours, Tours, 1681. Cf. Mercier. Le Monde m édical de Tourainé sous la Révolut ion. 133 Aix, Albi, Angers, Arles, Blois, Cam brai, Clerm ont , Dij on, Le Havre, Le Mans, Lille, Lim oges, 129 Aunque ha sido deliberadam ent e m ant enida apart e de la organización de los hospit ales generales —por com plicidad indudable del poder real y de la burguesía—, 134 la I glesia, sin em bargo, no es aj ena a est e m ovim ient o. Reform a sus inst it uciones hospit alarias y redist ribuye los bienes de sus fundaciones; incluso crea congregaciones que se proponen fines análogos a los del Hôpit al Général. Vicent e de Paúl reorganiza Saint - Lazare, el m ás im port ant e de los ant iguos leprosarios de París; el 7 de enero de 1632, celebra en nom bre de los Congregacionist as de la Misión un cont rat o con el " priorat o" de Saint - Lazare; se deben recibir allí ahora " las personas det enidas por orden de Su Maj est ad" . La orden de los Buenos Hij os abre hospit ales de est e género en el nort e de Francia. Los Herm anos de San Juan de Dios, llam ados a Francia en 1602, fundan prim ero la Caridad de París en el barrio de Saint - Germ ain, y después Charent on, donde se inst alan el 10 de m ayo de 1645. 135 No lej os de París, son ellos m ism os los que dirigen la Caridad de Senlis, abiert a el 27 de oct ubre de 1670. 136 Algunos años ant es, la duquesa de Bouillon les había donado las const rucciones y beneficios del leprosario fundado en el siglo XI V por Thibaut de Cham pagne en Chât eau- Thierry. 137 Adm inist ran t am bién las Caridades de Saint - Yon, de Pont orson, de Cadillac, de Rom ans. 138 En 1699, los lazarist as fundan en Marsella el est ablecim ient o que se iba a convert ir en el Hospit al de Saint - Pierre. Después, en el siglo XVI I I , se inauguran los hospit ales de Arm ent ières ( 1712) , Maréville ( 1714) , el Bon Sauveur de Caen ( 1735) ; Saint - Meins de Rennes se abre poco t iem po ant es de la Revolución ( 1780) . Singulares inst it uciones, cuyo sent ido y est at ut o a m enudo son difíciles de definir. Ha podido verse que m uchas aún son m ant enidas por órdenes religiosas; sin em bargo, a veces encont ram os especies de asociaciones laicas que im it an la vida y la vest im ent a de las congregaciones, pero sin form ar part e de ellas. 139 En las provincias, el obispo es m iem bro de derecho de la Oficina general; pero el clero est á lej os de const it uir la m ayoría; la gest ión es, sobre t odo, burguesa. 140 Y sin em bargo, en cada una de esas casas se lleva una vida casi convent ual, llena de lect uras, oficios, plegarias, m edit aciones: " Se reza en com ún, m añana y t arde, en los dorm it orios; y a dist int as horas de la j ornada Lyon, Mâcon, Mart igues, Mont pellier, Moulins, Nant es, Nîm es, Orléans, Pau, Poit iers, Reim s, Rouen, Saint es, Saum ur, Sedan, Est rasburgo, Saint - Servan, Saint - Nicolas ( Nancy) , Toulouse, Tours. Cf. Esquirol, loc. cit ., t . I I , p. 157 134 La cart a past oral del arzobispo de Tours ant es cit ada m uest ra que la I glesia se resist e a est a exclusión y reivindica el honor de haber inspirado t odo el m ovim ient o y de haber propuest o sus prim eros m odelos. 135 Cf. Esquirol, Mém oire hist orique et st at ist ique sur la Maison royale de Charent on, loc. cit ., t . II. 136 Hélène Bonnafous- Sérieux, La Charit é de Senlis, Paris, 1936. 137 R. Tardif, La Charit é de Chât eau- Thierry, París, 1939. 138 El hospit al de Rom ans fue const ruido con los m at eriales de dem olición de la leprosería de Voley. Cf. J.- A. Ulysse Chevalier, Not ice hist orique sur la m aladrerie de Voley près Rom ans, Rom ans, 1870, p. 62; y piezas j ust ificant es, nº 64. 139 Es el caso de la Salpêt rière, en que las " herm anas" deben reclut arse ent re las m uchachas o viudas j óvenes, sin hij os, y sin ocupaciones. 140 En Orléans, la oficina com prende al " señor obispo, al t enient e general, a 15 personas, a saber: 3 eclesiást icos y 12 habit ant es principales, t ant o oficiales com o buenos burgueses y com erciant es" . Règlem ent s et st at ut s de l'hôpit al général d'Orléans, 1692, pp. 8- 9. se hacen ej ercicios de piedad, plegarias y lect uras espirit uales. " 141 Más aún: desem peñando un papel a la vez de ayuda y de represión, esos hospicios est án dest inados a socorrer a los pobres, pero casi t odos cont ienen celdas de det ención y alas donde se encierra a los pensionados cuya pensión pagan el rey o la fam ilia: " No se recibirá a cualquiera y baj o cualquier pret ext o en las prisiones de los religiosos de la Caridad; sólo a quienes serán conducidos allí por orden del rey o de la j ust icia. " Muy a m enudo esas nuevas casas de int ernam ient o se est ablecen dent ro de los m uros m ism os de los ant iguos leprosarios; heredan sus bienes, sea por decisiones eclesiást icas, 142 sea com o consecuencia de decret os reales dados a fines del siglo. 143 Pero t am bién son m ant enidas por las fuerzas públicas: donación del rey, y cuot a t om ada de las m ult as que recibe el Tesoro. 144 En esas inst it uciones vienen a m ezclarse así, a m enudo no sin conflict os, los ant iguos privilegios de la I glesia en la asist encia a los pobres y en los rit os de la hospit alidad, y el afán burgués de poner orden en el m undo de la m iseria: el deseo de ayudar y la necesidad de reprim ir; el deber de caridad y el deseo de cast igar: t oda una práct ica equívoca cuyo sent ido habrá que precisar, sim bolizado sin duda por esos leprosarios, vacíos desde el Renacim ient o, pero nuevam ent e at est ados en el siglo XVI I y a los que se han devuelt o poderes oscuros. El clasicism o ha invent ado el int ernam ient o casi com o la Edad Media ha invent ado la segregación de los leprosos; el lugar que ést os dej aron vacío ha sido ocupado por nuevos personaj es en el m undo europeo: los " int ernados" . El leprosario sólo t enía un sent ido m édico; habían int ervenido ot ras funciones en ese gest o de expulsión que abría unos espacios m aldit os. El gest o que encierra no es m ás sencillo: t am bién él t iene significados polít icos, sociales, religiosos, económ icos, m orales. Y que probablem ent e conciernen a est ruct uras esenciales al m undo clásico en conj unt o. El fenóm eno t iene dim ensiones europeas. La const it ución de la m onarquía absolut a y el anim ado renacim ient o cat ólico en t iem po de la Cont rarreform a le han dado en Francia un caráct er bast ant e peculiar, a la vez de com pet encia y com plicidad ent re el poder y la I glesia. 145 En ot ras part es t iene form as m uy diferent es; pero su localización en el t iem po es t am bién precisa. Los grandes hospicios, las casas de int ernación, las obras de religión y de orden público, de socorro y de cast igo, de caridad y de previsión gubernam ent al, son un hecho de la edad clásica: t an universales com o aquel fenóm eno y casi cont em poráneos en su origen. En los países de lengua alem ana se crean correccionales, Zucht häusern; la prim era es ant erior a las casas francesas de int ernación ( con excepción de la Caridad de Lyon) , se abrió en Ham burgo hacia 1620. 146 Las ot ras fueron creadas en la segunda m it ad del siglo: Basilea 141 Respuest as a las dem andas hechas por el depart am ent o de hospit ales, respect o a la Salpêt rière, 1790. Arch, nat ., F 15, 1861. 142 Es el caso de San Lázaro. 143 1693- 1695. Cf. supra, cap. I . 144 Por ej em plo, la Caridad de Rom ans fue creada por la Lim osnería general y luego cedida a los herm anos de San Juan de Dios; y anexada, finalm ent e, al hospit al general en 1740. 145 Se t iene un buen ej em plo en la fundación de San Lázaro; Cf. Colet , Vie de Saint Vincent de Paul, I , pp. 292- 313. 146 En t odo caso, su reglam ent o fue publicado en 1622. ( 1667) , Breslau ( 1668) , Francfort ( 1684) , Spandau ( 1684) , Königsberg ( 1691) . Se m ult iplican en el siglo XVI I I ; Leipzig prim ero, en 1701, después Halle y Cassel en 1717 y 1720; m ás t arde Brieg y Osnabrück ( 1756) y finalm ent e, en 1771, Torgau. 147 En I nglat erra los orígenes de la int ernación son m ás lej anos. Un act a de 1575 ( 18 I sabel I , cap. I I I ) que se refería, a la vez, " al cast igo de los vagabundos y al alivio de los pobres" , prescribe la const rucción de houses of correct ion, a razón de por lo m enos una por condado. Su sost enim ient o debe asegurarse con un im puest o, pero se anim a al público a hacer donaciones volunt arias. 148 En realidad, parece que baj o est e sist em a la m edida casi no fue aplicada, puest o que, algunos años m ás t arde, se decide aut orizar a la iniciat iva privada: no es ya necesario obt ener perm iso oficial para abrir un hospit al o una correccional: cualquiera puede hacerlo a su gust o. 149 A principios del siglo XVI I , reorganización general: m ult a de 5 libras a t odo j uez de paz que no haya inst alado una de est as casas en los lím it es de su j urisdicción; obligación de inst alar t elares, t alleres, cent ros de m anufact ura ( m olino, hilado, t eñido) que ayuden a m ant enerlas y les aseguren t rabaj o a los pensionarios; el j uez debe decidir quién m erece ser enviado allí. 150 El desarrollo de est os Bridwells no fue m uy considerable: a m enudo fueron asim ilados a las prisiones cont iguas; 151 no llegaron a ext enderse hast a Escocia. 152 En cam bio, las workhouses alcanzaron un éxit o m ás grande. Dat an de la segunda m it ad del siglo XVI I . 153 Un act a de 1670 ( 22- 23 Carlos I I , cap. XVI I I ) define el est at ut o de las workhouses, encarga a los oficiales de j ust icia la verificación del cobro de los im puest os y la gest ión de las sum as que perm it an el funcionam ient o, y confía al j uez de paz el cont rol suprem o de la adm inist ración. En 1697, varias parroquias de Brist ol se unen para form ar la prim era workhouse de I nglat erra y designar la corporación que debe adm inist rarla. 154 Ot ra se est ablece en 1703 en Worcest er, y la t ercera en Dublín, 155 en el m ism o año; después se abren en Plym out h, Norwich, Hull, Exet er. A finales del siglo XVI I I , hay ya 26. La Gilbert 's Act , de 1792, da t odas las facilidades a las parroquias para crear casas nuevas; se refuerza al m ism o t iem po el cont rol y la aut oridad del j uez de paz; para evit ar que las workhouses vayan a convert irse en hospit ales, se recom ienda a t odos excluir rigurosam ent e a los enferm os cont agiosos. En algunos años, una red cubre Europa. Howard, a fines del siglo XVI I I , int ent ará recorrerla; a t ravés de I nglat erra, Holanda, Alem ania, Francia, I t alia y España, hará su peregrinación visit ando t odos los lugares im port ant es de confinam ient o —" hospit ales, prisiones, casas de fuerza" — y su filant ropía se 147 Cf. Wagnit z, Hist orische Nachricht en und Bem erkungen uber die m erkwürdigst en Zucht häusern in Deust chland, Halle, 1791. 148 Nicholls, Hist ory of t he English Poor Law, Londres, 1898- 1899, t . I , pp. 167- 169. 39 lsabel I , cap. V. 150 Nicholls, loc. cit ., p. 228. 151 Howard, Ét at des prisons, des hôpit aux et des m aisons dt force ( Londres, 1777) ; t rad. fr., 1788, t . I , p. 17. 149 152 Nicholls, Hist ory of t he Scot ch Poor Law, pp. 85- 87. 153 Bien que un act a de 1624 ( 21 Jacobo I , cap. 1) prevé la creación de las " working- houses" . 154 Nicholls, Hist ory of t he English Poor Law, I , p. 353.. I bid., Hist ory of t he I rish Poor Law, pp. 35- 38. 155 indignará ant e el hecho de que se hayan podido relegar ent re los m ism os m uros a condenados de derecho com ún, a m uchachos j óvenes que t urbaban la t ranquilidad de su fam ilia dilapidando los bienes, a vagabundos y a insensat os. Est o prueba que ya en aquella época ciert a evidencia se había perdido: la que con t ant a prisa y espont aneidad había hecho surgir en t oda Europa est a cat egoría del orden clásico que es la int ernación. En cient o cincuent a años, se ha convert ido en am algam a abusiva de elem ent os het erogéneos. Ahora bien, en su origen debió poseer una unidad que j ust ificara su urgencia; ent re las form as diversas y la época clásica que las suscit ó, debe haber un principio de coherencia, que no bast a esquivar ent re el escándalo de la sensibilidad prerrevolucionaria. ¿Cuál era, pues, la realidad que se perseguía en t oda esa población de la sociedad que, casi de un día para ot ro, es recluida y excluida con m ayor severidad que los m ism os leprosos? Es necesario recordar que, pocos años después de su fundación, solam ent e en el Hôpit al Général de París est aban encerradas 6 m il personas, o sea aproxim adam ent e 1% de la población. 156 Es preciso acept ar que debió form arse silenciosam ent e, en el t ranscurso de largos años, una sensibilidad social, com ún a la cult ura europea, que se m anifiest a bruscam ent e a m ediados del siglo XVI I : es ella la que ha aislado de golpe est a cat egoría de gent e dest inada a poblar los lugares de int ernación. Para habit ar los rum bos abandonados por los leprosos desde hacía m ucho t iem po, se designó a t odo un pueblo, a nuest ros oj os ext rañam ent e m ezclado y confuso. Pero lo que para nosot ros no es sino sensibilidad indiferenciada, era, con t oda seguridad, una percepción claram ent e art iculada en la m ent e del hom bre clásico. Hay que averiguar cuál fue est e m odo de percepción, para saber cuál fue la form a de sensibilidad ant e la locura de una época que se acost um bra definir m ediant e los privilegios de la Razón. El adem án que, al designar el espacio del confinam ient o, le ha dado su poder de segregación y ha concedido a la locura una nueva pat ria, est e adem án por coherent e y concert ado que sea, no es sim ple. Él organiza en una unidad com plej a una nueva sensibilidad ant e la m iseria y los deberes de asist encia, nuevas form as de reacción frent e a los problem as económ icos del desem pleo y de la ociosidad, una nueva ét ica del t rabaj o, y t am bién el sueño de una ciudad donde la obligación m oral se confundiría con la ley civil, m erced a las form as aut orit arias del const reñim ient o. Oscuram ent e, est os t em as est án present es m ient ras se edifican y organizan las ciudades del confinam ient o. Son ellos los que dan sent ido a est e rit ual y explican en part e de qué m anera la locura fue ent endida y vivida por la edad clásica. La práct ica del int ernam ient o designa una nueva reacción a la m iseria, un nuevo pat et ism o, m ás generalm ent e ot ra relación del hom bre con lo que puede haber de inhum ano en su exist encia. El pobre, el m iserable, el hom bre que no puede responder de su propia exist encia, en el curso del siglo XVI se ha vuelt o una figura que la Edad Media no habría reconocido. 156 Según la Declaración del 12 de j unio de 1662, los direct ores del hospit al de Paris " aloj an y alim ent an en las 5 casas del cit ado hospit al a m ás de 6 m il personas" , cit ado en Lallem and, Hist oire de la Charit é, París, 1902- 1912, t . I V. p. 262. La población de París por est a época pasaba del m edio m illón de habit ant es. Esa proporción es poco m ás o m enos const ant e durant e t odo el periodo clásico para la zona geográfica que est udiam os. El Renacim ient o ha despoj ado a la m iseria de su posit ividad m íst ica. Y est o por un doble m ovim ient o de pensam ient o que quit a a la Pobreza su sent ido absolut o y a la Caridad el valor que obt iene de est a Pobreza socorrida. En el m undo de Lut ero, sobre t odo en el m undo de Calvino, las volunt ades part iculares de Dios —est a " singular bondad de Dios para cada uno" — no dej an a la dicha o a la desdicha, a la riqueza o a la pobreza, a la gloria o a la m iseria, el t rabaj o de hablar por sí m ism as. La m iseria no es la Dam a hum illada que el Esposo va a buscar al fango para elevarla; t iene en el m undo un lugar propio, lugar que no t est im onia de Dios ni m ás ni m enos que el lugar dest inado a la riqueza; Dios est á igualm ent e present e en la abundancia y en la m iseria, según le plazca " nut rir a un niño en la abundancia o m ás pobrem ent e" . 157 La volunt ad singular de Dios, cuando se dirige al pobre, no le habla de la gloria prom et ida, sino de la predest inación. Dios no exalt a al pobre en una especie de glorificación a la inversa; lo hum illa volunt ariam ent e en su cólera, en su odio, aquel m ism o odio que sent ía cont ra Esaú ant es de que ést e hubiese siquiera nacido, y por el cual lo despoj ó de los rebaños que le correspondían por prim ogenit ura. La Pobreza designa un cast igo: " Por su m andat o, el cielo se endurece, los frut os son devorados y consum idos por lloviznas y ot ras corrupciones; y cuant as veces viñas, cam pos y prados son balidos por granizadas y t em pest ades, ello es t est im onio de algún cast igo especial que Él ej erce. " 158 En el m undo, pobreza y riqueza cant an la m ism a om nipot encia de Dios; pero el pobre sólo puede invocar el descont ent o del Señor, pues su exist encia lleva el signo de su m aldición; así, hay que exhort ar a " los pobres a la paciencia para que quienes no se cont ent en con su est ado t rat en, hast a donde puedan, de soport ar el yugo que les ha im puest o Dios" . 159 En cuant o a la obra de caridad, ¿por qué t iene valor? No por la pobreza que socorre, ni por el que la realiza, puest o que, a t ravés de su gest o, es nuevam ent e una volunt ad singular de Dios la que se m anifiest a. No es la obra la que j ust ifica, sino la fe la que la enraiza en Dios. " Los hom bres no pueden j ust ificarse ant e Dios por sus esfuerzos, sus m érit os o sus obras, sino grat uit am ent e, a causa de Crist o y por la fe. " 160 Es conocido el gran rechazo de las obras por Lulero, cuya proclam ación había de resonar t an lej os en el pensam ient o prot est ant e: " No, las obras no son necesarias; no, no sirven en nada para la sant idad. " Pero ese rechazo sólo concierne a las obras por relación a Dios y a la salvación; com o t odo act o hum ano, llevan los signos de la finit ud y los est igm as de la caída; en eso, " no son m ás que pecados y m ancillas" . 161 Pero al nivel hum ano t ienen un sent ido; si est án provist as de eficacia para la salvación, t ienen un valor de indicación y de t est im onio para la fe; " La fe no sólo no nos hace negligent es en obras buenas, sino que es la raíz en que ést as se producen. " 162 De allí part e est a t endencia, com ún a t odos los m ovim ient os de la Reform a, a t ransform ar los bienes de la I glesia en obras profanas. En 1525, Miguel Geism ayer exige la t ransform ación de t odos los 157 158 Calvino, I nst it ut ion Chrét ienne, I , cap. XVI , ed. J.- D. Benoît , p. 225. I bid., p. 229. 44 I bid, p. 231. 159 160 161 162 Confesión de Augsburgo. Calvino, Just ificat ions, libro I I I , cap. XI I , not a 4. Cat échism e de Genève, cit . Calvino, VI , p. 49. m onast erios en hospit ales; la Diet a de Espira recibe al año siguient e un cuaderno de quej as que pide la supresión de los convent os y la confiscación de sus bienes, que deberán servir para aliviar la m iseria. 163 En efect o, la m ayor part e de las veces es en ant iguos convent os donde se van a est ablecer los grandes asilos de Alem ania y de I nglat erra: uno de los prim eros hospit ales que un país prot est ant e haya dest inado a los locos ( arm e Wahnsinnige und Presshaft e) fue est ablecido por el landgrave Felipe de Hainau en 1533, en un ant iguo convent o de cist ercienses que había sido secularizado un decenio ant es. 164 Las ciudades y los Est ados sust it uyen a la I glesia en las labores de asist encia. Se inst auran im puest os, se hacen colect as, se favorecen donat ivos, se suscit an legados t est am ent arios. En Lübeck, en 1601, se decide que t odo t est am ent o de ciert a im port ancia deberá cont ener una cláusula en favor de las personas a quienes ; ayuda la ciudad. 165 En I nglat erra, el uso de la poor rat e se hace general en el siglo XVI ; en cuant o a las ciudades, que han organizado casas correccionales o de t rabaj o, han recibido el derecho de percibir un im puest o especial, y el j uez de paz designa a los adm inist radores —guardians of Poor— que adm inist rarán esas finanzas y dist ribuirán sus beneficios. Es un lugar com ún decir que la Reform a ha conducido en los países prot est ant es a una laicización de las obras. Pero al t om ar a su cargo t oda est a población de pobres y de incapaces, el Est ado o la ciudad preparan una form a nueva de sensibilidad a la m iseria: va a nacer una experiencia de lo polít ico que no hablará ya de una glorificación del dolor, ni de una salvación com ún a la Pobreza y a la Caridad, que no hablará al hom bre m ás que de sus deberes para con la sociedad y que m ost rará en el m iserable a la vez un efect o del desorden y un obst áculo al orden. Así pues, ya no puede t rat arse de exalt ar la m iseria en el gest o que la alivia sino, sencillam ent e, de suprim irla. Agregada a la Pobreza com o t al, la Caridad t am bién es desorden. Pero si la iniciat iva privada, com o lo exige en I nglat erra el act a de 1575, 166 ayuda al Est ado a reprim ir la m iseria, ent onces se inscribirá en el orden, y la obra t endrá un sent ido. Poco t iem po ant es del act a de 1662, 167 sir Mat t hew Hale había escrit o un Discours Tonching Provisión for t he Poor, 168 que define bast ant e bien est a m anera nueva de percibir el significado de la m iseria: cont ribuir a hacerla desaparecer es " una t area sum am ent e necesaria para nosot ros los ingleses, y es nuest ro prim er deber com o crist ianos" ; est e deber debe confiarse a los funcionarios de la j ust icia; ést os deberán dividir los condados, agrupar las parroquias, est ablecer casas de t rabaj o forzoso. Ent onces, nadie deberá m endigar; " y nadie será t an vano ni querrá ser t an pernicioso al público que dé algo a t ales m endigos y que los alient e" . En adelant e, la m iseria ya no est á enredada en una dialéct ica de la hum illación y de la gloria, sino en ciert a 163 J. Janssen, Geschicht e des deut schen Volkes seit dem Ausgang des Mit t elalt ers, I I I Allgem eine Zust ände des deut schen Volkes bis 1555, p. 46. 164 Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie, Berlin, 1893, p. 259. 80 I bid., p. 320. 165 166 18 lsabel I , cap. 3. Cf. Nicholls, loc. cit ., I , p. 169. Set t lem ent Act : el t ext o legislat ivo m ás im port ant e concernient e a los pobres sobre la I nglat erra del siglo XVI I . 168 Publicado seis años después de la m uert e del aut or, en 1683; reproducido en Burns, Hist ory of t he Poor Law, 1764. 167 relación del desorden y el orden, que la encierra en su culpabilidad. La m iseria que, ya desde Lut ero y Calvino, llevaba la m arca de un cast igo int em poral, en el m undo de la caridad est at izada va a convert irse en com placencia de sí m ism o y en falt a cont ra la buena m archa del Est ado. De una experiencia religiosa que la sant ifica, pasa a una concepción m oral que la condena. Las grandes casas de int ernam ient o se encuent ran al t érm ino de est a evolución: laicización de la caridad, sin duda; pero, oscuram ent e, t am bién cast igo m oral de la m iseria. Por cam inos dist int os —y no sin m uchas dificult ades—, el cat olicism o llegará, poco después de los t iem pos de Mat t hew Hale, es decir en la época del " Gran Encierro" , a result ados com plet am ent e análogos. La conversión de los bienes eclesiást icos en obras hospit alarias, que la Reform a había logrado por m edio de la laicización, desde el Concilio de Trent o la I glesia desea obt enerla espont áneam ent e de los obispos. En el decret o de reform a, se les recom ienda " bonorum om nium operum exem plo poseeré, pauperum aliarum que m iserabilium personarum curam pat ernam gerere" . 169 La I glesia no abandona nada de la im port ancia que la doct rina t radicionalm ent e había at ribuido a las obras, pero int ent a a la vez darles una im port ancia general y m edirlas por su ut ilidad al orden de los Est ados. Poco ant es del concilio, Juan Luis Vives —sin duda uno de los prim eros ent re los cat ólicos— había form ulado una concepción de la caridad casi ent eram ent e profana: 170 crít ica de las form as privadas de ayuda a los m iserables; peligros de una caridad que m ant iene al m al; parent esco dem asiado frecuent e de la pobreza y el virio. Corresponde, ant es bien, a los m agist rados t om ar el problem a en sus m anos: " Así com o no conviene que un padre de fam ilia en su confort able m orada t olere que alguien t enga la desgracia de est ar desnudo o vest ido de j irones, así t am poco conviene que los m agist rados de una ciudad t oleren una condición en que los ciudadanos sufran de ham bre y m iseria" . 171 Vives recom ienda designar en cada ciudad los m agist rados que deben recorrer las calles y los barrios pobres, llevar un regist ro de los m iserables, inform arse de su vida, de su m oral, m et er en las casas de int ernam ient o a los m ás obst inados, crear casas de t rabaj o para t odos. Vives piensa que, solicit ada adecuadam ent e, la caridad de los part iculares puede bast ar para est a obra; si no, habrá que im ponerla a los m ás ricos. Est as ideas encont raron eco suficient e en el m undo cat ólico para que la obra de Vives fuese ret om ada e im it ada, en prim er lugar por Medina, en la época m ism a del Concilio de Trent o, 172 y al final m ism o del siglo XVI por Crist óbal Pérez de Herrera. 173 En 1607, aparece en Francia un t ext o, a la vez libelo y m anifiest o: La quim era o el fant asm a de la m endicidad; en él se pide la 169 Sessio XXI I I . I nfluencia casi segura de Vives sobre la legislación isabelina. Había enseñado en el Corpus Christ i College de Oxford, donde escribió su De Subvent ione. Da, de la pobreza, est a definición que no est á vinculada con una m íst ica de la m iseria sino con t oda una polít ica virt ual de la asist encia: " ... ni son pobres sólo aquellos que carecen de dinero; sino cualquiera que ni t iene la fuerza del cuerpo, o la salud, o el espírit u y el j uicio" ( L'Aum ônerie, t rad. fr., Lyon, 1583, p. 162) . 171 Cit ado en Fost er Wat son, J. L. Vives, Oxford, 1922. 172 De la orden que en algunos pueblos de España se ha puest o en la lim osna para rem edio de los verdaderos pobres, 1545. 173 Discursos del Am paro de los legít im os pobres, 1596. 170 creación de un hospicio en que los m iserables puedan encont rar " la vida, la ropa, un oficio y el cast igo" ; el aut or prevé un im puest o que se arrancará a los ciudadanos m ás ricos; quienes lo nieguen t endrán que pagar una m ult a que duplicara su m ont o. 174 Pero el pensam ient o cat ólico resist e, y con él las t radiciones de la I glesia. Repugnan esas form as colect ivas de asist encia, que parecen quit ar al gest o individual su m érit o part icular, y a la m iseria su dignidad em inent e. ¿No se t ransform a a la caridad en deber de Est ado sancionado por las leyes, y a la pobreza en falt a cont ra el orden público? Esas dificult ades van a ceder, poco a poco: se apela al j uicio de las facult ades. La de París aprueba las form as de organización pública de la asist encia que son som et idas a su arbit raj e; desde luego, es una cosa " ardua pero út il, piadosa y saludable, que no va ni cont ra las let ras evangélicas o apost ólicas ni cont ra el ej em plo de nuest ros ant epasados" . 175 Pront o, el m undo cat ólico va a adopt ar un m odo de percepción de la m iseria que se había desarrollado sobre t odo en el m undo prot est ant e. Vicent e de Paúl aprueba calurosam ent e en 1657 el proyect o de " reunir a t odos los pobres en lugares apropiados para m ant enerlos, inst ruirlos y ocuparlos. Es un gran proyect o" , en el que vacila, sin em bargo, a com prom et er su orden " porque no sabem os aún si Dios lo quiere" . 176 Algunos años después, t oda la I glesia aprueba el gran Encierro prescrit o por Luis XI V. Por el hecho m ism o, los m iserables 110 son ya reconocidos com o el pret ext o enviado por Dios para despert ar la caridad del crist iano y darle ocasión de ganarse la salvación; t odo cat ólico, com o el arzobispo de Tours, em pieza a ver en ellos " la hez de la República, no t ant o por sus m iserias corporales, que deben inspirar com pasión, sino por las espirit uales, que causan horror" . 177 La I glesia ha t om ado part ido; y al hacerlo, ha separado al m undo crist iano de la m iseria, que la Edad Media había sant ificado en su t ot alidad. 178 Habrá, de un lado, la región del bien, la de la pobreza sum isa y conform e con el orden que se le propone; del ot ro, la región del m al, o sea la de la pobreza no som et ida, que int ent a escapar de est e orden. La prim era acept a el int ernam ient o y encuent ra en él su reposo; la segunda lo rechaza, y en consecuencia lo m erece. Est a dialéct ica est á ingenuam ent e expresada en un t ext o inspirado por la cort e de Rom a, en 1693, que al t érm ino del siglo fue t raducido al francés, con el t ít ulo de La m endicidad abolida. 179 El aut or dist ingue los pobres buenos de los 174 Cit ado en Lallem and, loc. cit ., I V, p. 15, not a 27. Est a exigencia de arbit raj e ya había sido hecha por la m unicipalidad de Ypres, que acababa de prohibir la m endicidad y t odas las form as privadas de caridad. B. N. R. 36- 215, cit ado en Lallem and, I V, p. 25. 176 Cart a de m arzo 1657, en San Vicent e de Paúl, Correspondance, ed. Cost e, t . VI , p. 245. 177 Cart a past oral del 10 de j ulio de 1670, loc. cit . 178 " Y es así donde hay que m ezclar la Serpient e con la Palom a, y no dar t ant o lugar a la sim plicidad, que la prudencia no pueda dej arse oír. Es ella la que nos enseñará la diferencia ent re las ovej as y los chivos" ( Cam us, De la m endicit é légit im e. Douai, 1634, pp. 9- 10) . El m ism o aut or explica que el act o de caridad no es indiferent e, en su significado espirit ual, al valor m oral de aquel a quien se le aplica: " La relación es necesaria ent re la lim osna y el m endigo, y por t ant o no puede ser verdadera lim osna si ést e no m endiga con j ust icia y verdad" ( ibid. ) . 179 Dom Guevarre, La m endicit à provenut a ( 1693) . 175 m alos, los de Jesucrist o y los del dem onio. Unos y ot ros t est im onian de la ut ilidad de las casas de int ernam ient o, los prim eros porque acept an agradecidos t odo lo que puede darles grat uit am ent e la aut oridad; " pacient es, hum ildes, m odest os, cont ent os de su condición y de los socorros que la Oficina les ofrece, dan por ello gracias a Dios" ; en cuant o a los pobres del dem onio, lo ciert o es que se quej an del hospit al general y de la coacción que los encierra allí: " Enem igos del buen orden, haraganes, m ent irosos, borrachos, im púdicos, sin ot ro idiom a que el de su padre el dem onio, echan m il m aldiciones a los inst it ut ores y a los direct ores de esa Oficina" . Es est a la razón m ism a por la que deben ser privados de est a libert ad, que sólo aprovechan para gloria de Sat anás. El int ernam ient o queda así doblem ent e j ust ificado en un equívoco indisoluble, a t ít ulo de beneficio y a t ít ulo de cast igo. Es al m ism o t iem po recom pensa y cast igo, según el valor m oral de aquellos a quienes se im pone. Hast a el fin de la época clásica, la práct ica del int ernam ient o será víct im a de est e equívoco; t endrá esa ext raña reversibilidad que le hace cam biar de sent ido según los m érit os de aquellos a quienes se aplique. Los pobres buenos hacen de él un gest o de asist encia y una obra de reconfort am ient o; los m alos —por el solo hecho de serlo— lo t ransform an en una em presa de represión. La oposición de pobres buenos y m alos es esencial para la est ruct ura; y la significación del int ernam ient o. El hospit al general los designa com o t ales, y la locura m ism a se repart e según est a dicot om ía, pudiendo ent rar así, según la act it ud m oral que parezca m anifest ar, t ant o en las cat egorías de la beneficencia com o en las de la represión. 180 Todo int ernado queda en el cam po de est a valoración ét ica; m ucho ant es de ser obj et o de conocim ient o o de piedad, es t rat ado com o suj et o m oral. Pero el m iserable sólo puede ser suj et o m oral en la m edida en que ha dej ado de ser sobre la t ierra el represent ant e invisible de Dios. Hast a el fin del siglo XVI I , será aún la obj eción m ayor para las conciencias cat ólicas. ¿No dice la Escrit ura " Lo que haces al m ás pequeño ent re m is herm anos... " ? Y los Padres de la I glesia, ¿no han com ent ado siem pre ese t ext o diciendo que no debe negarse la lim osna a un pobre por t em or de rechazar al m ism o Crist o? El padre Guevara no ignora esas obj eciones. Pero da —y, a t ravés de él, la I glesia de la época clásica— una respuest a m uy clara: desde la creación del hospit al general y de las Oficinas de Caridad, ya no se ocult a Dios baj o los harapos del pobre. El t em or de negar un pedazo de pan a Jesús m uriendo de ham bre, ese t em or que había anim ado t oda la m it ología crist iana de la caridad, y dado su sent ido absolut o al gran rit o m edieval de la hospit alidad, ese t em or será " infundado; cuando se est ablece en la ciudad una oficina de caridad, Jesucrist o no adopt ará la figura de un pobre que, para m ant ener su holgazanería y su m ala vida, no quiere som et erse a un orden t an sant am ent e est ablecido para socorrer a t odos los verdaderos pobres" . 181 Est a vez, la m iseria ha perdido su sent ido m íst ico. Nada, en su dolor, rem it e a la m ilagrosa y fugit iva presencia de un dios. Est á despoj ada de su poder de m anifest ación. Y si aún es ocasión de caridad para el 180 En la Salpêt rière y en Bicêt re, se coloca a los locos sea " ent re los buenos pobres" ( en la Salpêt rière, es el ala de la Madeleine) , sea ent re los " pobres m alos" ( la Corrección o los Rescat es) . 181 Cit ado en Lallem and, loc. cit ., I V, pp. 216- 226. crist iano, ya no puede dirigirse a ella sino según el orden y la previsión de los Est ados. Por sí m ism a, ya sólo sabe m ost rar sus propias falt as y, si aparece, es en el círculo de la culpabilidad. Reducirla será, inicialm ent e, hacerle ent rar en el orden de la penit encia. He aquí el prim ero de los grandes círculos, en que la época clásica va a encerrar a la locura. Es cost um bre decir que el loco de la Edad Media era considerado un personaj e sagrado, puest o que poseído. Nada puede ser m ás falso. 182 Era sagrado, sobre t odo porque para la caridad m edieval part icipaba de los poderes oscuros de la m iseria. Acaso m ás que nadie, la exalt aba. ¿No se le hacía llevar, t onsurado en el pelo, el signo de la cruz? Baj o ese signo se present ó por últ im a vez Trist án en Cornualles, sabedor de que t endría así derecho a la m ism a hospit alidad que t odos los m iserables; y, con la pelerina del insensat o, con el bast ón al cuello, con la m arca del cruzado en el cráneo, est aba seguro de ent rar en el cast illo del rey Marcos: " Nadie osó negarle la ent rada, y él at ravesó el pat io, im it ando a un idiot a, con gran regocij o de los sirvient es, £1 siguió adelant e sin inm ut arse y llegó hast a la sala en que se hallaban el rey, la reina y t odos los caballeros. Marcos sonrió... " 183 Si la locura, en el siglo XVI I , es com o desacralizada, ello ocurre, en prim er lugar, porque la m iseria ha sufrido est a especie de decadencia que le hace aparecer ahora en el único horizont e de la m oral. La locura ya no hallará hospit alidad sino ent re las paredes del hospit al, al lado de t odos los pobres. Es allí donde la encont rarem os aún a fines del siglo XVI I I . Para con ella ha nacido una sensibilidad nueva: ya no religiosa, sino social. Si el loco aparece ordinariam ent e en el paisaj e hum ano de la Edad Media, es com o llegado de ot ro m undo. Ahora, va a dest acarse sobre el fondo de un problem a de " policía" , concernient e al orden de los individuos en la ciudad. Ant es se le recibía porque venía de ot ra part e; ahora se le va a excluir porque viene de aquí m ism o y ocupa un lugar ent re los pobres, los m íseros, los vagabundos. La hospit alidad que lo acoge va a convert irse —nuevo equívoco— en la m edida de saneam ient o que lo pone fuera de circulación. En efect o, él vaga; pero ya no por el cam ino de una ext raña peregrinación; pert urba el orden del espacio social. Despoj ada de los derechos de la m iseria y robada de su gloria, la locura, con la pobreza y la holgazanería, aparece en adelant e, secam ent e, en la dialéct ica inm anent e de los Est ados. El int ernam ient o, ese hecho m asivo cuyos signos se encuent ran por t oda la Europa del siglo XVI I , es cosa de " policía" . De policía en el sent ido m uy preciso que se le at ribuye en la época clásica, es decir, el conj unt o de las m edidas que hacen el t rabaj o a la vez posible y necesario para t odos aquellos que no podrían vivir sin él; la pregunt a que va a form ular Volt aire en breve, ya se la habías» hecho los cont em poráneos de Colbert : " ¿Cóm o? ¿Desde la época en que os const it uíst eis, hast a hoy, no habéis podido encont rar el secret o para obligar a t odos los ricos a hacer t rabaj ar a t odos los pobres? Vosot ros, pues, 182 Som os nosot ros quienes cont em plam os a los " poseídos" com o locos ( lo cual es un post ulado) y que suponem os que t odos los locos de la Edad Media eran t rat ados com o poseídos ( lo cual es un error) . Est e error y ese post ulado se encuent ran en num erosos aut ores, com o Zilvoorg. 183 Trist an e I solda, ed. Bossuat , p. 220. no leñéis ni los prim eros conocim ient os de policía. " 184 Ant es de t ener el sent ido m edicinal que le at ribuim os, o que al m enos querem os concederle, el confinam ient o ha sido una exigencia de algo m uy dist int o de la preocupación de la curación. Lo que lo ha hecho necesario, ha sido un im perat ivo de t rabaj o. Donde nuest ra filant ropía quisiera reconocer señales de benevolencia hacia la enferm edad, sólo encont ram os la condenación de la ociosidad. Volvam os a los prim eros m om ent os del " encierro" , al edict o real de abril 27 de 1656, que hacía nacer el Hôpit al Général. Desde el principio, la inst it ución se proponía t rat ar de im pedir " la m endicidad y la ociosidad, com o fuent es de t odos los desórdenes" . En realidad, era la últ im a de las grandes m edidas t om adas desde el Renacim ient o para t erm inar con el desem pleo, o por lo m enos con la m endicidad. 185 En 1532, el Parlam ent o de París decidió el arrest o de los m endigos para obligarlos a t rabaj ar en las alcant arillas de la ciudad, encadenados por parej as. La crisis se agrava rápidam ent e, puest o que el 23 de m arzo de 1534 se da orden a los " escolares pobres e indigent es" de salir de la ciudad, prohibiéndose al m ism o t iem po " cant ar, de aquí en adelant e, saludos a las im ágenes que se encuent ran en las calles" . 186 Las guerras de religión aum ent an est a m ult it ud confusa, donde se m ezclan cam pesinos expulsados de su t ierra, soldados licenciados o desert ores, est udiant es pobres, enferm os. En el m om ent o en que Enrique I V pone sit io a París, la ciudad t iene alrededor de 100 m il habit ant es, de los cuales m ás de 30 m il son m endigos. 187 Una recuperación económ ica se inicia a principios del siglo XVI I I ; se decide reabsorber por la fuerza a los desocupados que no han encont rado lugar en la sociedad; un decret o del Parlam ent o, en 1606, ordena que los m endigos sean azot ados en la plaza pública, m arcados en el hom bro, rapados, y finalm ent e expulsados de la ciudad; para im pedirles regresar, una ordenanza de 1607 est ablece en las puert as de la ciudad com pañías de arqueros que deben prohibir la ent rada a t odos los indigent es. 188 En cuant o desaparecen, con la Guerra de Treint a Años, los efect os del renacim ient o económ ico, los problem as de la m endicidad y de la ociosidad se plant ean de nuevo; hast a m ediados del siglo, el aum ent o regular de los im puest os perj udica a los product os m anufact urados, y así aum ent a el desem pleo. Acont ecen ent onces los m ot ines de París ( 1621) , de Lyon ( 1652) , de Rúan ( 1639) . Al m ism o t iem po el m undo obrero se desorganiza con la aparición de nuevas est ruct uras económ icas; a m edida que se desarrollan las grandes em presas m anufact ureras, los grem ios 184 Volt aire, Œuvres com plet es, Garnier, XXI I I , p. 377. Desde un punt o de vist a espirit ual, la m iseria, a fines del siglo XVI y a principios del XVI I , se considera com o una am enaza del Apocalipsis. " Una de las m arcas m ás evident es del próxim o advenim ient o del Hij o de Dios y de la consum ación de los siglos es la ext rem idad de la m iseria espirit ual y t em poral a la que se ve reducido el m undo. Es ahora cuando los días son m alos... cuando la m ult it ud de los defect os, las m iserias, se han m ult iplicado, siendo las penas la som bra inseparable de las culpas" ( Cam us, De la m endicit é légit im e des pauvres, pp. 3- 4) 186 Delam are, Trait é de police, loc. cit . 187 Cf. Thom as Plat t er, Descript ion de Paris, 1539, publicada en las Mém oires de la sociét é de l'Hist oire de Paris, 1899. 188 Medidas sim ilares en provincia: Grenoble, por ej em plo, t iene su " expulsador de vient os" , encargado de recorrer las calles y expulsar a los vagabundos. 185 pierden sus poderes y derechos, ya que los " Reglam ent os generales" prohíben cualquier asam blea de obreros, t oda liga o asociación. En m uchas profesiones, sin em bargo, los grem ios se reconst it uyen. 189 Se les persigue; pero los parlam ent os, al parecer, m uest ran ciert a t ibieza; el Parlam ent o de Norm andía se declara incom pet ent e para j uzgar a los am ot inados de Ruán. Por eso, sin duda, int erviene la I glesia y asim ila los grupos secret os de obreros a los que pract ican la bruj ería. Un decret o de la Sorbona, de 1655, proclam aba que t odos aquellos que se asociaran con los m alos com pañeros eran " sacrílegos y culpables de pecado m ort al" . En est e sordo conflict o en que se oponen la severidad de la I glesia y la indulgencia de los Parlam ent os, la creación del Hôpit al es, sin duda, por lo m enos al principio, una vict oria parlam ent aria. En t odo caso, es una solución nueva: por prim era vez se sust it uyen las m edidas de exclusión, puram ent e negat ivas, por una m edida de encierro: el desocupado no será ya expulsado ni cast igado; es sost enido con dinero de la nación, a cost a de la pérdida de su libert ad individual. Ent re ¿1 y la sociedad se est ablece un sist em a im plícit o de obligaciones: t iene el derecho a ser alim ent ado, pero debe acept ar el const reñim ient o físico y m oral de la int ernación. A t oda est a m uchedum bre, un poco indist int a, se refiere el edict o de 1656: población sin recursos, sin lazos sociales, que se encont raba abandonada, o que se ha vuelt o m óvil durant e ciert o t iem po, debido al nuevo desarrollo económ ico. No han t ranscurrido quince días de que el edict o fue som et ido al rey para ser firm ado, cuando se le proclam a y lee por las calles. Parágrafo 9: " Hacem os m uy expresas inhibiciones y prohibiciones a t odas las personas, de t odo sexo, lugar y edad, de cualquier calidad y nacim ient o, en cualquier est ado en que puedan encont rarse, válidos o inválidos, enferm os o convalecient es, curables o incurables, de m endigar en la ciudad y barrios de París, ni en las iglesias, ni en las puert as de ellas, ni en las puert as de las casas, ni en las calles, ni en ot ro lado públicam ent e, ni en secret o, de día o de noche... so pena de lát igo la prim era vez; y la segunda, irán a galeras los que sean hom bres o m uchachos, y m uj eres y m uchachas serán dest erra das. " El dom ingo siguient e —13 de m ayo de 1657— se cant a en la iglesia de Saint - Louis de la Pit ié, una m isa solem ne del Espírit u Sant o; y el lunes 1] por la m añana, la m ilicia, que iba a convert irse, para la m edrosa m it ología popular, en " los arqueros del Hospit al" , com ienza a cazar m endigos y a enviarlos a las diferent es const rucciones del Hôpit al; cuat ro años m ás t arde, est án recluidos en la Salpêt rière 1 460 m uj eres y niños de t ierna edad; en la Pit ié, hay 98 m uchachos, 897 m uchachas ent re siet e y diecisiet e años y 95 m uj eres; en Bicêt re, 1 615 hom bres adult os; en la Savonnerie, 305 m uchachos ent re ocho y t rece años; en Scipion, finalm ent e, est án las m uj eres encint as, las que aún dan el pecho y los pequeños son 530 personas. En un principio, a los casados, aunque est én necesit ados, no se les acept a; la adm inist ración se encarga de alim ent arlos a dom icilio; pero pront o, gracias a una donación de Mazarino, se les puede aloj ar en la Salpêt rière. En t ot al, est án int ernadas 5 m il o 6 m il personas. 189 En part icular, los obreros del papel y de la im prent a; cf. por ej em plo el t ext o de los archivos depart am ent ales del Hérault , publicado por G. Mart in, La Grande I ndust rie sous Louis XI V, Paris, 1900, p. 89, not a S. En t oda Europa la int ernación t iene el m ism o sent ido, por lo m enos al principio. Es una de las respuest as dadas por el siglo XVI I a una crisis económ ica que afect a al m undo occident al en conj unt o: descenso de salarios, desem pleo, escasez de la m oneda; est e conj unt o de hechos se debe probablem ent e a una crisis de la econom ía española. 190 La m ism a I nglat erra, que es el país de Europa occident al m enos dependient e del sist em a, debe resolver los m ism os problem as. A pesar de t odas las m edidas que se han t om ado para evit ar el desem pleo y el descenso de salarios, 191 la pobreza no cesa de aum ent ar en el país. En 1622 aparece un follet o, Grevious groan for t he Poor, que se at ribuye a Dekker, en el cual se señala el peligro y se denuncia la incuria general. " Aunque el núm ero de pobres no cesa do crecer cot idianam ent e, t odas las cosas van de m al en peor en lo referent e a aliviar su m iseria...; m uchas parroquias lanzan a m endigar, est afar o robar para vivir, a los pobres y a los obreros válidos que no quieren t rabaj ar, y de est a m anera, el país est á infest ado m iserablem ent e. " 192 Se t em e que asfixien a la nación; y en vist a de que no hay, com o en el cont inent e, la posibilidad de pasar de un país a ot ro, se propone que " se les dest ierre y t raslade a las t ierras recient em ent e descubiert as en las I ndias orient ales y occident ales" . 193 En 1630, el rey est ablece una com isión que debe vigilar el cum plim ient o riguroso de las leyes sobre los pobres. En el m ism o año, ést a publica una serie de " órdenes y de inst rucciones" , en donde se recom ienda perseguir a los m endigos y vagabundos, así com o " a t odos aquellos que viven en la ociosidad y que no desean t rabaj ar a cam bio de salarios razonables, o los que gast an en las t abernas t odo lo que t ienen" . Es preciso cast igarlos conform e a las leyes y llevarlos a las correccionales; en cuant o a aquellos que t ienen m uj eres y niños, es necesario verificar si se han casado, si sus hij os han sido baut izados, " pues est a gent e vive com o salvaj es, sin ser casados, ni sepult ados, ni baut izados; y es por est a libert ad licenciosa por lo que t ant os disfrut an siendo vagabundos" . 194 A pesar de la recuperación que com ienza en I nglat erra a m ediados de siglo, el problem a no est á aún resuelt o en la época de Crom well, puest o que el Lord Alcalde de Londres se quej a " de est a gent uza que se j unt a en la calle, t urba el orden público, asalt a los coches, y siem pre pide a grandes grit os lim osna ant e las puert as de las iglesias y de las casas part iculares" . 195 Durant e m ucho t iem po, la correccional o los locales del Hôpit al Général, servirán para guardar a los desocupados y a los vagabundos. Cada vez que se produce una crisis y que el núm ero de pobres aum ent a rápidam ent e, las casas de confinam ient o recuperan, por lo m enos un t iem po, su prim era significación económ ica. A m ediados del siglo XVI I I , ot ra vez en plena crisis, hay 12 m il obreros que m endigan en Ruán y ot ros t ant os en Tours; en Lyon cierran las 190 Según Earl Ham ilt on, Am erican Treasure and t he price révolut ion in Spain ( 1934) , las dificult ades de Europa a principios del siglo XVI I se debieron a un paro en la producción de las m inas de Am érica. 191 I . Jacobo I , cap. VI : los j ueces de paz fij arán los salarios for any labourers, weavers, spinners and workm en and workwom en what soever, eit her working by t he day, week, m ont h, or year. Cf. Nicholls, loc. cit ., I , p. 209. 192 Cit ado en Nicholls, I , p. 245. 193 I bid., p. 212. 194 F. Eden, St at e of t he Poor, Londres, 1797, I , p. 160. 195 E. M. Leonard, The Early Hist ory of English Poor Relief, Cam bridge, 1900, p. 270. fábricas. El conde de Argenson, " que est á encargado del depart am ent o de París y de la guardia pública" da orden de " arrest ar a t ocios los m endigos del reino; los guardias se encargan de est a obra en el cam po, m ient ras que en París se hace lo m ism o, por lo que hay seguridad de que no escaparán, encont rándose perseguidos en t odas part es" . 196 Pero fuera de las épocas de crisis, el confinam ient o adquiere ot ro sent ido. A su función de represión se agrega una nueva ut ilidad. Ahora ya no se t rat a de encerrar a los sin t rabaj o, sino de dar t rabaj o a quienes se ha encerrado y hacerlos así út iles para la prosperidad general. La alt ernación es clara: m ano de obra barat a, cuando hay t rabaj o y salarios alt os; y, en periodo de desem pleo, reabsorción de los ociosos y prot ección social cont ra la agit ación y los m ot ines. No olvidem os que las prim eras casas de int ernación aparecen en I nglat erra en los punt os m ás indust rializados del país: Worcest er, Norwich, Brist ol; que el prim er Hôpit al Général se inauguró en Lyon cuarent a años ant es que en París; 197 que la prim era ent re t odas las ciudades alem anas que t iene su Zucht haus es Ham burgo, desde 1620. Su reglam ent o, publicado en 1622, es m uy preciso. Todos los int ernos deben t rabaj ar. Se calcula exact am ent e el valor de sus t rabaj os y se les da la cuart a part e. Pues el t rabaj o no es solam ent e una ocupación; debe ser product ivo. Los ocho direct ores de la casa est ablecen un plan general. El Werkm eist er da a cada uno de los int ernos un t rabaj o personal, y a fin de sem ana va a verificar que la t area ha sido cum plida. Las norm as de t rabaj o serán aplicadas hast a finales del siglo XVI I I , puest o que Howard adviert e aún que allí " se hila, se hacen m edias, se t ej en la lana, las cerdas, el lino, y se m uele la m adera t int órea y el cuerno del ciervo. La cant idad señalada al hom bre que m uele la m adera es 45 libras por día. Algunos hom bres y caballos est án ocupados en un bat án. Un herrero t rabaj a allí sin cesar" . 198 Cada casa de int ernos en Alem ania t iene su especialidad: se hila principalm ent e en Brem en, en Brunswick, en Munich, en Breslau, en Berlín; se t iñe en Hannover. Los hom bres m uelen la m adera en Brem en y en Ham burgo. En Nurem berg se pulen vidrios ópt icos; en Maguncia, el t rabaj o principal consist e en m oler t rigo. 199 Cuando se abren las prim eras correccionales en I nglat erra, se est á en plena regresión económ ica. El act a de 1610 recom ienda solam ent e que a las correccionales se agreguen m olinos, t elares y t alleres de carda para ocupar a los pensionarios. Pero la exigencia m oral se conviert e en una t áct ica económ ica cuando, después de 1651, con el act a de Navegación y el descenso de la t asa de descuent o, la buena sit uación económ ica se rest ablece y se desarrollan el com ercio y la indust ria. Se busca aprovechar en la m ej or form a, es decir, lo m ás barat o posible, t oda la m ano de obra disponible. Cuando John Carey redact a su proyect o de workhouse para Brist ol, señala en prim er lugar la 196 Marqués D'Argenson, Journal et Mém oires, París, 1867, t . VI , p. 80 ( 30 de noviem bre, 1749) . Y en condiciones m uy caract eríst icas: " Un ham bre general había hecho llegar varios barcos llenos de una m ult it ud de pobres que las provincias vecinas no pueden alim ent ar. " Las grandes fam ilias indust riales —sobre t odo los Halincourt — hacen donaciones ( St at ut s et règlem ent s de l'Hôpit al général de la Charit é et Aum ône générale de Lyon, 1742, pp. vii y viii) . 198 Howard, loc. cit ., I , pp. 154- 155. 199 Howard, loc. cit ., I , pp. 136- 206. 197 urgencia del t rabaj o: " Los pobres de uno y de ot ro sexo y de t odas las edades pueden ser em pleados en bat ir el cáñam o, en aprest ar e hilar el lino, en cardar e hilar la lana. " 200 En Worcest er se fabrican vest idos y t elas; se est ablece un t aller para los niños. Todo est o no puede hacerse sin dificult ades. Las workhouses quieren ser aprovechadas por las indust rias y m ercados locales; se piensa, quizá, que la fabricación barat a t endrá un efect o regulador sobre el precio de vent a, pero los fabricant es prot est an. 201 Daniel Defoe llam a la at ención sobre el hecho de que, por el efect o de est a com pet encia, m uy cóm oda para las workhouses, se crean pobres en una región baj o el pret ext o de suprim irlos en ot ra; " es darle a uno lo que se le quit a a ot ro, poner un vagabundo en el lugar de un hom bre honrado, y obligar a ést e a encont rar un t rabaj o para hacer vivir a su fam ilia" . 202 Delant e del peligro de la com pet encia, las aut oridades perm it en que el t rabaj o desaparezca paulat inam ent e. Los pensionarios ya no pueden siquiera ganar para su propio m ant enim ient o; a veces las aut oridades se ven obligadas a m et erlos en la cárcel para que t engan por lo m enos pan grat uit o. En cuant o a los Bridwells, hay m uy pocos " donde se realice algún t rabaj o, e inclusive donde pueda hacerse. Los que est án allí encerrados no t ienen ni út iles ni m at eriales para t rabaj ar; pierden allí el t iem po en la holganza y en el libert inaj e" . 203 Cuando se crea el Hôpit al Général de París, se pret ende ant e t odo suprim ir la m endicidad, no darles ocupación a los int ernos. Parece, sin em bargo, que Colbert , com o sus cont em poráneos ingleses, vio en el t rabaj o de las casas de asist encia, a la vez, un rem edio para el desem pleo y un est ím ulo para el desarrollo de las m anufact uras. 204 En las provincias los int endent es deben procurar que las casas de caridad posean una ciert a significación económ ica. " Todos los pobres capaces de t rabaj ar deben hacerlo en los días laborables, t ant o para evit ar la ociosidad, que es la m adre de t odos los m ales, com o para acost um brarse al t rabaj o, y t am bién para ganar part e de su alim ent o. " 205 En ocasiones, inclusive, hay arreglos que perm it en a em presarios privados ut ilizar en su provecho la m ano de obra de los asilados. Se sabe, por ej em plo, que por un acuerdo de 1708 un em presario proporciona a la Charit é de Tule lana, j abón, carbón, y que ella le ent rega en cam bio lana cardada e hilada. Todo el beneficio se repart e ent re el hospit al y el em presario. 206 Hast a en París se int ent a varias veces t ransform ar en fábricas los edificios del Hôpit al Général. Si creem os lo que dice el aut or de una m em oria anónim a aparecida en 1790, se ensayaron en la Pit ié " t odos los t ipos de m anufact uras que puede ofrecer la capit al" ; finalm ent e, " se llegó, casi a la desesperada, a la fabricación de cordones, por ser la m enos dispendiosa" . 207 En ot ras part es las t ent at ivas no 200 Cit ado en Nicholls, loc. cit ., I , p. 353. Así, la Workhouse de Worcest er debe com prom et erse a export ar, a lo lej os, t odos los vest idos que allí se fabrican y que no port an los pensionarios. 202 Cit ado en Nicholls, loc. cit ., I , p. 367. 203 Howard, loc. cit ., t . I , p. 8. 204 Aconsej a a la abadía de Jum ièges ofrecer a esos desvent urados lanas que pudieran hilar: " Las m anufact uras de lana y de m edias pueden const it uir un m edio adm irable para hacer t rabaj ar a los m endigos' ( G. Mart in, loc. cit ., p. 225, not a 4) . 205 Cit ado en Lallem and, loc. cit ., t . I V, p. 539. 206 Forot , loc. cit ., pp. 16- 17. 207 Cf. Lallem and, loc. cit ., t . I V, p. 544, not a 18. 201 fueron m ás fruct uosas. En Bicêt re se hicieron num erosos ensayos: fabricación de hilo y de cuerda, pulim ent o de espe j os y, sobre t odo, el célebre gran pozo. 208 Se t uvo inclusive la idea, en 1781, de sust it uir los caballos, que subían el agua, por equipos de prisioneros, que se t urnaban ent re las 5 de la m añana y las 8 de la noche. " ¿Qué m ot ivo ha det erm inado t an ext raña ocupación? ¿Es un m ot ivo económ ico, o solam ent e la necesidad de ocupar a los prisioneros? Si es la necesidad de ocuparlos, hubiera sido m ás oport uno encom endarles un t rabaj o m ás út il para ellos y para la casa. Si el m ot ivo es la econom ía, sería preciso que la encont ráram os en algún lado. " 209 A lo largo del siglo XVI I I no cesará de borrarse la significación económ ica que Colbert quiso darle al Hôpit al Général; est e cent ro de t rabaj o obligat orio se convert irá en el sit io privilegiado de la ociosidad. " ¿Cuál es la fuent e de los desórdenes en Bicêt re?" , se pregunt arán los hom bres de la Revolución, y darán la m ism a respuest a que dio el siglo XVI I : " Es la ociosidad. ¿Cóm o se puede rem ediar? Con el t rabaj o. " La época clásica ut iliza el confinam ient o de una m anera equívoca, para hacerle desem peñar un papel doble: reabsorber el desem pleo, o por lo m enos borrar sus efect os sociales m ás visibles, y cont rolar las t arifas cuando exist e el riesgo de que se eleven dem asiado. Act uar alt ernat ivam ent e sobre el m ercado de m ano de obra y los precios de la producción. En realidad, no parece que las casas de confinam ient o hayan podido realizar eficazm ent e la obra que de ellas se esperaba. Si absorbían a los desocupados, era sobre t odo para disim ular la m iseria, y evit ar los inconvenient es polít icos o sociales de una posible agit ación; pero en el m ism o m om ent o en que se les colocaba en t alleres obligat orios, se aum ent aba el desem pleo en las regiones vecinas y en los sect ores sim ilares. 210 En cuant o a la acción sobre los precios, no podía ser sino art ificial, ya que el precio de m ercado de los product os así fabricados no guardaba proporción con el precio real de cost o, si se t om aban en cuent a los gast os del confinam ient o. Medida por su solo valor funcional, la creación de las casas de int ernam ient o puede pasar por un fiasco. Su desaparición, en casi t oda Europa, a principios del siglo XI X, com o cent ros de recepción de los indigent es y prisiones de la m iseria, sancionará su fracaso final: rem edio t ransit orio e ineficaz, precaución social bast ant e m al form ulada por la indust rialización nacient e. Y sin em bargo, en est e fracaso m ism o, la época clásica hacía una experiencia irreduct ible. Lo que hoy nos parece una dialéct ica inhábil de la producción y de los precios t enía ent onces su significación real de ciert a conciencia ét ica del t rabaj o en que las dificult ades de los m ecanism os económ icos perdían su urgencia en favor de una afirm ación de valor. En ese prim er auge del m undo indust rial, el t rabaj o no parece ligado a los problem as que él m ism o suscit aba; por el cont rario, se le percibe com o 208 Un arquit ect o, Germ ain Boffrand, en 1733 había diseñado el plan de un inm enso pozo. Muy pront o, result ó inút il. Pero se prosiguieron los t rabaj os para ocupar a los presos. 209 Musquinet de la Pagne, Bicêt re réform é ou ét ablissem ent d'une m aison de discipline, 1789, p. 22. 210 Com o en I nglat erra, hubo conflict os de ese t ipo en Francia; por ej em plo, en Troyes, proceso ent re " los m aest ros y las com unidades de bonet eros" y los adm inist radores de los hospit ales ( Archives du départ em ent de l'Aube) . solución general, panacea infalible, rem edio de t odas las form as de la m iseria. Trabaj o y pobreza se sit úan en una sencilla oposición; su ext ensión respect iva irá en proporción inversa la una de la ot ra. En cuant o al poder, que le pert enece com o cosa propia, de hacer desaparecer la m iseria, el t rabaj o, para el pensam ient o clásico, no lo det ent a por su pot encia product iva sino, m ás aún, por ciert a fuerza de encant am ient o m oral. La eficacia del t rabaj o es reconocida porque se la ha fundado sobre su t rascendencia ét ica. Desde la caída, el t rabaj o- cast igo ha recibido un valor de penit encia y poder de redención. No es una ley de la nat uraleza la que obliga al hom bre a t rabaj ar, sino el efect o de una m aldición. La t ierra es inocent e de est a est erilidad en que quedaría adorm ecida si el hom bre perm aneciera ocioso: " La t ierra no había pecado, y si est á m aldit a es a causa del t rabaj o del hom bre m aldit o que la cult iva; no se le arranca ningún frut o, y, sobre t odo, el frut o m ás necesario, sino por la fuerza y ent re t rabaj os cont inuos. " 211 La obligación del t rabaj o no est á vinculada a ninguna confianza en la nat uraleza; y la t ierra no debe recom pensar el t rabaj o del hom bre ni siquiera con una oscura fidelidad. Es const ant e ent re los cat ólicos, com o ent re los reform ados, el t em a de que el t rabaj o no lleva sus propios frut os. Cosecha y riqueza no se encuent ran al t érm ino de una dialéct ica del t rabaj o y de la nat uraleza. Ést a es la advert encia de Calvino: " Ahora bien, no nos cuidem os de que los hom bres sean vigilant es y hábiles, de que hayan cum plido bien con su deber, que puedan hacer fért il su t ierra; es la bendición de Dios la que lo gobierna t odo. " 212 Y ese peligro de un t rabaj o que seguiría siendo infecundo si Dios 110 int erviniera en su benevolencia, lo reconoce, a su vez, Bossuet : " A cada m om ent o, la esperanza de la m ies, y el frut o único de t odos nuest ros t rabaj os puede escapársenos; est am os a la m erced del cielo inconst ant e que hace llover sobre la t ierna espiga. " 213 Ese t rabaj o precario al que la nat uraleza no est á obligada a responder —salvo volunt ad part icular de Dios— es sin em bargo obligat orio, en t odo rigor: no al nivel de las sínt esis nat urales, sino al nivel de las sínt esis m orales. El pobre que, sin consent ir en " at orm ent ar" la t ierra, espera que Dios venga en su ayuda, pues ha prom et ido alim ent ar a las aves del cielo, ese desobedecerá la gran ley de la Escrit ura: " No t ent arás al Et erno, t u Señor. " No querer t rabaj ar, ¿no es " t ent ar desm edidam ent e el poder de Dios" 214 Es t rat ar de obligar al m ilagro, 215 siendo así que el m ilagro es acordado cot idianam ent e al hom bre com o recom pensa grat uit a de su t rabaj o. Si bien es ciert o que el t rabaj o no est á inscrit o ent re las leyes de la nat uraleza, sí est á envuelt o en el orden del m undo caído. Por ello, el ocio es revuelt a, la peor de t odas, en un sent ido, pues espera que la nat uraleza sea generosa com o en la inocencia de los com ienzos, y quiere obligar a una Bondad a la que el hom bre no puede aspirar desde Adán. El orgullo fue el pecado del hom bre ant es de la caída: pero el pecado de ociosidad es el suprem o orgullo del Bossuet , Élévat ions sur les m yst ères, VI ª sem ana, 12 a elevación. ( Bossuet . Text es choisis, por H. Brem ond, París, 1913, t . I I I , p. 285. ) 212 Serm on 155 sur le Deut éronom e, 12 de m arzo 1556. 213 Bossuet , loc. cit ., p. 285. 214 Calvino, Serm on 49 sur le Deut éronom e, 3 de j ulio de 1555. 215 " Querem os que Dios sirva a nuest ros locos apet it os y que est é com o suj et o a nosot ros" ( Calvino, ibid. ) . 211 hom bre una vez caído, el irrisorio orgullo de la m iseria. En nuest ro m undo, donde la t ierra sólo es fért il en abroj os y m alas yerbas, t al es la falt a por excelencia. En la Edad Media, el gran pecado, radix m alorum om nium , fue la soberbia. Si hem os de creer a Huizinga, hubo un t iem po, en los albores del Renacim ient o, en que el pecado suprem o t om ó el aspect o de la Avaricia, la cicca cupidigia de Dant e. 216 Todos los t ext os del siglo XVI I anuncian, por el cont rario, el t riunfo infernal de la Pereza: es ella, ahora, la que dirige la ronda de los vicios y los arrast ra. No olvidem os que según el edict o de creación, el Hospit al general debe im pedir " la m endicidad y la ociosidad com o fuent es de t odos los desórdenes" . Bourdaloue repit e esas condenaciones de la pereza, orgullo m iserable del hom bre caído: " ¿Qué es, pues, nuevam ent e, el desorden de una vida ociosa? Es, responde San Am brosio, bien considerado, una segunda revuelt a de la criat ura cont ra Dios. " 217 El t rabaj o en las casas de int ernam ient o t om a así su significado ét ico: puest o que la pereza se ha convert ido en form a absolut a de la revuelt a, se obligará a los ociosos a t rabaj ar, en el ocio indefinido de un t rabaj o sin ut ilidad ni provecho. Es en ciert a experiencia de t ipo laboral donde se ha form ulado la exigencia —t ant o m oral com o económ ica, indisolublem ent e— de la reclusión. El t rabaj o y la ociosidad han t razado una línea divisoria, en el m undo clásico, que ha sust it uido a la gran exclusión de la lepra. El asilo ha t om ado exact am ent e el lugar del leprosario en la geografía de los sit ios poblados por fant asm as, com o en los paisaj es del universo m oral. En el m undo de la producción y del com ercio se han renovado los viej os rit os de excom unión. En est os sit ios de la ociosidad m aldit a y condenada, en est e espacio invent ado por una sociedad que descubría en la ley del t rabaj o una t rascendencia ét ica, es donde va a aparecer la locura, y a crecer pront o, hast a el ext rem o de anexárselos. Vendrá el día en que podrá recoger est os lugares est ériles de la ociosidad, por una especie de m uy ant iguo y oscuro derecho heredit ario. El siglo XI X acept ará, e incluso exigirá, que se t ransfieran exclusivam ent e a los locos est as t ierras, donde cient o cincuent a años ant es se quiso reunir a los m iserables, a los m endigos, a los desocupados. No es indiferent e el hecho de que los locos hayan quedado com prendidos en la gran proscripción de la ociosidad. Desde el principio, t endrán su lugar al lado de los pobres, buenos o m alvados, y de los ociosos, volunt arios o no. Com o sus com pañeros, los locos est arán som et idos a las reglas del t rabaj o obligat orio; y ha sucedido en m ás de una ocasión que hayan adquirido exact am ent e su fisonom ía peculiar baj o est a obligación uniform e. En los t alleres donde los locos est aban confundidos con los ot ros confinados, los prim eros se dist inguen por, su incapacidad para el t rabaj o y para seguir los rit m os de la vida colect iva. La necesidad, descubiert a en el siglo XVI I I , de dar a los alienados un régim en especial, y la gran crisis de la int ernación que precede poco t iem po a la Revolución, se ligan a la experiencia que se ha adquirido con la obligación general de t rabaj ar. 218 No fue preciso llegar al siglo 216 Huizinga, Le Déclin du Moyen Age, Paris, 1932, p. 35. Bourdaloue, Dim anche de la Sept uagésim e, Œuvres, Paris, 1900, I , p. 346. 218 Se encuent ra un ej em plo m uy caract eríst ico en los problem as plant eados a la casa de int ernam ient o de Brunswick. Cf. infra, Tercera Part e, cap. I I . 217 XVI I para " encerrar" a los locos, pero sí es en est a época cuando se les com ienza a " int ernar" , m ezclándolos con una población con la cual se les reconoce ciert a afinidad. Hast a el Renacim ient o, la sensibilidad ant e la locura est aba ligada a la presencia de t rascendencias im aginarias. En la edad clásica, por vez prim era, la locura es percibida a t ravés de una condenación ét ica de la ociosidad y dent ro de una inm anencia social garant izada por la com unidad del t rabaj o. Est a com unidad adquiere un poder ét ico de repart o que le perm it e rechazar, com o a un m undo dist int o, t odas las form as de inut ilidad social. Es en est e ot ro m undo, cercado por las pot encias sagradas del t rabaj o, donde la locura va a adquirir el est at ut o que le conocem os. Si exist e en la locura clásica algo que hable de ot ro lugar y de ot ra cosa, no es porque el loco venga de ot ro cielo —el del insensat o— y luzca los signos celest es; es porque ha franqueado las front eras del orden burgués, para enaj enarse m ás allá de los lím it es sagrados de la ét ica acept ada. En efect o, la relación ent re la práct ica de la int ernación y las exigencias del t rabaj o no est á definida, ni m ucho m enos, por las exigencias de la econom ía. Una visión m oral la sost iene y la anim a. Cuando el Board of Trade publicó un inform e sobre los pobres, en el cual se proponían m edios para " volverlos út iles al público" , se precisó que el origen de la pobreza no est aba ni en lo exiguo de los ingresos ni en el desem pleo, sino en " el debilit am ient o de la disciplina y el relaj am ient o de las cost um bres" . 219 Tam bién el edict o de 1615 incluía ent re las denuncias m orales, am enazas ext rañas. " El libert inaj e de los m endigos ha llegado al exceso por la form a com o son t olerados t odos los t ipos de crím enes, lo cual at rae la m aldición de Dios sobre los Est ados, que no los cast igan. " Est e " libert inaj e" no es el que se puede definir en relación con la gran ley del t rabaj o, sino ciert am ent e un libert inaj e m oral. " La experiencia ha hecho conocer a las personas que se han ocupado en t rabaj os carit at ivos, que m uchos de ellos, de uno y de ot ro sexo, viven j unt os sin haberse casado, que m uchos de sus niños est án sin baut izar, y que viven casi t odos en la ignorancia de la religión, el desprecio de los sacram ent os y el hábit o cont inuo de t oda clase de vicios. " De est e m odo, pues, el Hôpit al no t iene el aire de ser un sim ple refugio para aquellos a quienes la vej ez, la invalidez o la enferm edad les im piden t rabaj ar. Tendrá no solam ent e el aspect o de un t aller de t rabaj o forzado, sino t am bién el de una inst it ución m oral encargada de cast igar, de corregir una ciert a " ausencia" m oral que no am erit a el t ribunal de los hom bres, pero que no podría ser reform ada sino por la sola severidad de la penit encia. El Hôpit al General t iene un est at ut o ét ico. Sus direct ores est án revest idos de est e cargo m oral, y se les ha confiado t odo el aparat o j urídico y m at erial de la represión: " Tienen t odo el poder de aut oridad, dirección, adm inist ración, policía, j urisdicción, corrección y cast igo. " Para cum plir est a t area, se han puest o a su disposición post es y argollas de t orm ent o, prisiones y m azm orras. 220 En el fondo, es en est e cont ext o donde la obligación del t rabaj o adquiere sent ido: es a la vez ej ercicio ét ico y garant ía m oral. Valdrá com o ascesis, 219 220 Cf. Nicholls, op. cit ., I , p. 352. Reglam ent o del Hospit al General, Art . XI I y XI I I . cast igo, com o signo de ciert a act it ud del corazón. El prisionero que puede y que quiere t rabaj ar será liberado; no t ant o porque sea de nuevo út il a la sociedad, sino porque se ha suscrit o nuevam ent e al gran pact o ét ico de la exist encia hum ana. En abril de 1684, una ordenanza crea en el int erior del hospit al una sección para los m uchachos y m uchachas de m enos de 25 años; en ella se precisa que el t rabaj o debe ocupar la m ayor part e del día, y debe ir acom pañado de " la lect ura de algunos libros piadosos" . Pero el reglam ent o define el caráct er puram ent e represivo de est e t rabaj o, aj eno por com plet o a cualquier int erés de producción: " Se les hará t rabaj ar en las labores m ás rudas, según lo perm it an sus fuerzas y los lugares donde se encuent ren. " Solam ent e cuando hayan realizado ese t rabaj o —sólo ent onces— se les podrá enseñar un oficio " convenient e a su sexo e inclinación" , en la m edida en que su celo en los prim eros ej ercicios haya perm it ido " j uzgar que desean corregirse" . Finalm ent e, t oda falt a " será cast igada con la dism inución del pot aj e, el aum ent o del t rabaj o, la prisión, y ot ras penas habit uales en los dichos hospit ales, según los direct ores lo est im en razonable" . 221 Es suficient e leer " el reglam ent o general de lo que debe hacerse cada día en la Maison de Saint - Louis de la Salpêt rière" 222 para com prender que la exigencia del t rabaj o est aba ordenada en función de un ej ercicio de reform a y de cont ención m oral, que nos da, si no el sent ido m ás im port ant e, sí la j ust ificación esencial del confinam ient o. Es un fenóm eno im port ant e la invención de un lugar de const reñim ient o forzoso, donde la m oral puede cast igar cruelm ent e, m erced a una at ribución adm inist rat iva. Por prim era vez, se inst auran est ablecim ient os de m oralidad, donde se logra una asom brosa sínt esis de obligación m oral y ley civil. El orden de los Est ados no t olera ya el desorden de los corazones. Es preciso aclarar que no es la prim era vez que, en la cult ura europea, la falt a m oral, inclusive en su form a m ás privada, t om a el sent ido de un at ent ado en cont ra de las leyes escrit as o no escrit as de la ciudad. Pero en el gran confinam ient o de la época clásica, lo esencial, el nuevo acont ecim ient o, es que se encierra en las ciudades de la m oralidad pura, donde la ley que debiera reinar en los corazones es aplicada sin rem isión ni dulcificación baj o las form as m ás rigurosas del const reñim ient o físico. La m oral es adm inist rada com o el com ercio o la econom ía. Vem os así aparecer ent re las inst it uciones de la m onarquía absolut a —en las que t ant o t iem po perm anecieron com o sím bolo de su arbit rariedad— la gran idea burguesa, y en breve republicana, de que la virt ud es t am bién un asunt o de Est ado, el cual puede im poner decret os para hacerla reinar y est ablecer una aut oridad para t ener la seguridad de que será respet ada. Los m uros del confinam ient o encierran en ciert o sent ido la negat iva de est a ciudad m oral, con la cual principia a soñar la conciencia burguesa en el siglo XVI I I : ciudad m oral dest inada a aquellos que quisieran, por principio de cuent as, sust raerse de ella, ciudad donde el derecho reina solam ent e en virt ud de una fuerza inapelable —una especie de soberanía del bien, donde t riunfa únicam ent e la am enaza y donde la virt ud ( t ant o vale en sí m ism a) no t iene m ás recom pensa que el escape al cast igo. A la som bra de la ciudad burguesa, nace est a 221 222 Cit ado en Hist oire de l'Hôpit al général, follet o anónim o, París, 1676. Arsenal, m s. 2566, ff. 54- 70 ext rem a república del bien que se im pone por la fuerza a t odos aquellos de quienes se sospecha que pert enecen al m al. Es el reverso del gran sueño y de la gran preocupación de la burguesía de la época clásica: las leyes del Est ado y las del corazón se han ident ificado por fin. " Que nuest ros polít icos se dignen suspender sus cálculos... y que aprendan de una vez que se t iene t odo con el dinero, except o buenas cost um bres y ciudadanos. " 223 ¿No es acaso est e el sueño que parece haber hechizado a los fundadores de la casa de confinam ient o de Ham burgo? Uno de los direct ores debe vigilar para que " t odos aquellos que est én en la casa cum plan con sus deberes religiosos y en ellos sean inst ruidos... " El m aest ro de escuela debe inst ruir a los niños en la religión, y exhort arlos y anim arlos a leer, en sus m om ent os de descanso, diversas part es de la Sagrada Escrit ura. Debe enseñarles a leer, a escribir, a cont ar, a ser honrados y decent es con quienes visit en la casa. Debe preocuparse de que asist an al servicio divino, y de que allí se com port en con m odest ia. " 224 En I nglat erra, el reglam ent o de las workhouses concede gran im port ancia a la vigilancia de las cost um bres y a la educación religiosa. Así, para la casa de Plym out h, se ha previst o el nom bram ient o de un schoolm ast er, que debe reunir la t riple condición de ser " piadoso, sobrio y discret o" ; t odas las m añanas y t odas las noches, se encargará a hora fij a de presidir las plegarias; cada sábado por la t arde y cada día de fiest a, deberá dirigirse a los int ernos y exhort arlos e inst ruirlos en los " elem ent os fundam ent ales de la religión prot est ant e, conform e a la doct rina de la I glesia anglicana" . 225 En Ham burgo o en Plym out h, Zucht häusern y workhouses: en t oda la Europa prot est ant e se edifican est as fort alezas del orden m oral, donde se enseña la part e de la religión que es necesaria al reposo de las ciudades. En t ierras cat ólicas se persigue el m ism o fin, pero su caráct er religioso es aún m ás m arcado. De ello es t est im onio la obra de San Vicent e de Paúl. " El fin principal por el cual se ha perm it ido que se hayan ret irado aquí unas personas, y se las haya puest o fuera del desorden del gran m undo, para hacerlas ent rar en calidad de pensionarios, fue el im pedir que quedaran ret enidos por la esclavit ud del pecado y de que fueran et ernam ent e condenados, y darles el m edio de gozar de un cont ent o perfect o en ést a y en la ot ra, harán t odo lo posible para adorar así a la divina providencia... La experiencia nos convence dem asiado, desgraciadam ent e, de que la fuent e principal de los t rast ornos que vem os reinar hoy en día ent re la j uvent ud es la falt a de inst rucción y de docilidad en las cosas espirit uales, ya que prefieren seguir sus m alvadas inclinaciones, ant es que las sant as inspiraciones de Dios y los carit at ivos avisos de sus padres. " Se t rat a, pues, de librar a los pensionist as de un m undo que es para su debilidad una invit ación al pecado, y de llam arlos a una soledad donde no t endrán por com pañeros sino a sus " ángeles guardianes" , encarnados en sus vigilant es, present es t odos los días: ést os, en efect o, " les dan los m ism os buenos servicios que les proporcionan, en form a invisible, sus ángeles guardianes: inst ruirlos, consolarlos y procurarles la salvación" . 226 En 223 224 225 226 Rousseau, Discours sur les sciences et les art s. Howard, loc. cit ., t . I , p. 157. I bid., t . I I , pp. 382- 401. Serm ón cit ado en Collet , Vie de Saint Vincent de Paul. las casas de la Chant é, se vigila con sum o cuidado la ordenación de las vidas y de las conciencias, lo cual, conform e avanza el siglo XVI I I aparece m ás claram ent e com o la razón de ser de la int ernación. En 1765 se est ablece un nuevo reglam ent o para la Charit é de Chât eau- Thierry. En él est á bien señalado que " el Prior visit ará cuando m enos una vez por sem ana a t odos los prisioneros, uno t ras ot ro y separadam ent e, para consolarlos, llam arlos a una conduct a m ej or, y asegurarse por sí m ism o que son t rat ados com o debe ser; el subprior lo hará t odos los días" . 227 Todas est as prisiones del orden m oral hubieran podido t ener por em blem a, aquel que Howard pudo leer aún en la casa de Maguncia: " Si se ha podido som et er al yugo a los anim ales feroces, no debem os desesperar de corregir al hom bre que se ha ext raviado. " 228 Para la I glesia cat ólica, com o para los países prot est ant es, el confinam ient o represent a, baj o la form a de un m odelo aut orit ario, el m it o de una felicidad social: una policía cuyo orden sería por com plet o t ransparent e a los principios de la religión, y una religión cuyas exigencias est arían sat isfechas, sin rest ricción, en las reglas de la policía y en los m edios de const reñim ient o que pueda ést a poseer. Hay en est as inst it uciones com o una t ent at iva de dem ost rar que el orden puede adecuarse a la virt ud. En est e sent ido, el " encierro" esconde, a la vez, una m et afísica de la ciudad y una polít ica de la religión. Reside, com o un esfuerzo de sínt esis t iránica, a m edio cam ino ent re el j ardín de Dios de las ciudades que los hom bres, expulsados del Paraíso, han levant ado con sus m anos. La casa de confinam ient o en la época clásica es el sím bolo m ás denso de est a " policía" que se concibe a sí m ism a com o equivalent e civil de la religión, para edificar una ciudad perfect a. Todos los t em as m orales del int ernam ient o, ¿no est án present es en ese t ext o del Trat ado de policía en que Delam are ve en la religión " la prim era y la principal" de las m at erias de que se ocupa la policía? " Hast a se podría añadir la única si fuésem os lo bast ant e sabios para cum plir perfect am ent e con t odos los deberes que ella nos prescribe. Ent onces, sin ot ros cuidados, no habría ya corrupción en las cost um bres; la t em planza alej aría las enferm edades; la asiduidad al t rabaj o, la frugalidad y una sabia previsión procurarían t odas las cosas necesarias para la vida; al expulsar la caridad a los vicios, se aseguraría la t ranquilidad pública; la hum ildad y la sencillez suprim irían lo que hay de vano y de peligroso en las ciencias hum anas; la buena fe reinaría en las ciencias y en las art es...; los pobres en fin, serían socorridos volunt ariam ent e, y la m endicidad sería dest errada; verdad es que, siendo bien observada la religión, se realizarían t odas las dem ás part es de la policía... Así, con m ucha sabiduría, t odos los legisladores han est ablecido la dicha así com o la duración de los Est ados sobre la Religión" . 229 El confinam ient o es una creación inst it ucional propia del siglo XVI I . Ha t om ado desde un principio t al am plit ud, que no posee ninguna dim ensión en com ún con el encarcelam ient o t al y com o podía pract icarse en la Edad Media. Com o m edida económ ica y precaución social, es un invent o. Pero en la hist oria de la 227 Cf. Tardif, loc. cit ., p. 22. 228 Howard, loc. cit ., t . I , p. 203. Delam are, Trait é de la police, t . I , pp. 287- 288. 229 sinrazón, señala un acont ecim ient o decisivo: el m om ent o en que la locura es percibida en el horizont e social de la pobreza, de la incapacidad de t rabaj ar, de la im posibilidad de int egrarse al grupo; el m om ent o en que com ienza a asim ilarse a los problem as de la ciudad. Las nuevas significaciones que se at ribuyen a la pobreza, la im port ancia dada a la obligación de t rabaj ar y t odos los valores ét icos que le son agregados, det erm inan la experiencia que se t iene de la locura, y la form a com o se ha m odificado su ant iguo significado. Ha nacido una sensibilidad, que ha t razado una línea, que ha m arcado un um bral, que escoge, para dest errar. El espacio concret o de la sociedad clásica reserva una región neut ral, una página en blanco donde la vida real de la ciudad se suspende: el orden no afront a ya el desorden, y la razón no int ent a abrirse cam ino por sí sola, ent re t odo aquello que puede esquivarla, o que int ent a negarla. Reina en est ado puro, gracias a un t riunfo, que se le ha preparado de ant em ano, sobre una sinrazón desencadenada. La locura pierde así aquella libert ad im aginaria que la hacía desarrollarse t odavía en los cielos del Renacim ient o. No hacía aún m ucho t iem po, se debat ía en pleno día: era el Rey Lear, era Don Quij ot e. Pero en m enos de m edio siglo, se encont ró recluida, y ya dent ro de la fort aleza del confinam ient o, ligada a la Razón, a las reglas de la m oral y a sus noches m onót onas. I I I . EL MUNDO CORRECCI ONAL Del ot ro lado de los m uros del int ernado no sólo se encuent ran pobreza y locura, sino t am bién rost ros bast ant e m ás variados, y siluet as cuya est at ura com ún no siem pre es fácil de reconocer. Es claro que el int ernado, en sus form as prim it ivas, ha funcionado com o un m ecanism o social, y que ese m ecanism o ha t rabaj ado sobre una superficie m uy grande, puest o que se ha ext endido desde las regulaciones m ercant iles elem ent ales hast a el gran sueño burgués de una ciudad donde reinara la sínt esis aut orit aria de la nat uraleza y de la virt ud. De ahí a suponer que el sent ido del int ernado se reduzca a una oscura finalidad social que perm it a al grupo elim inar los elem ent os que le result an het erogéneos o nocivos, no hay m ás que un paso. El int ernado será ent onces la elim inación espont ánea de los " asociales" ; la época clásica habría neut ralizado, con una eficacia m uy segura —t ant o m ás segura cuant o que ya no est aba ella ciega— aquellos m ism os que, no sin vacilaciones ni peligro, nosot ros dist ribuim os ent re las prisiones, las casas correccionales, los hospit ales psiquiát ricos o los gabinet es de los psicoanalist as. Es eso, en sum a, lo que ha querido m ost rar, al principio del siglo, t odo un grupo de hist oriadores, 230 al m enos, si ese t érm ino no es exagerado. Si hubiesen sabido precisar el nexo evident e que une a la policía del int ernado con la polít ica m ercant il, es m uy probable que hubiesen encont rado ahí un argum ent o suplem ent ario en favor de su t esis: único, quizá, de peso, y que habría m erecido un exam en. Hubieran podido m ost rar sobre qué fondo de sensibilidad social ha podido form arse la conciencia m édica de la locura, y hast a qué punt o le sigue est ando at ada, puest o que es est a sensibilidad la que sirve de elem ent o regulador cuando se t rat a de decidir ent re un int ernam ient o o una liberación. En rigor, un análisis sem ej ant e supondría la persist encia inam ovible de una locura ya provist a de su et erno equipo psicológico, pero que habría requerido largo t iem po para ser expuest a en su verdad. I gnorada desde hacía siglos, o al m enos m al conocida, la época clásica habría em pezado a aprehenderla oscuram ent e com o desorganización de la fam ilia, desorden social, peligro para el Est ado. Y poco a poco, est a prim era percepción se habría organizado, y finalm ent e perfeccionado, en una conciencia m édica que habría llam ado enferm edad de la nat uraleza lo que ent onces sólo era reconocido en el m alest ar de la sociedad. Habría que suponer así una especie de ort ogénesis que fuera desde la experiencia social hast a el conocim ient o cient ífico, y que progresara sordam ent e desde la conciencia de grupo hast a la ciencia posit iva: 230 El iniciador de est a int erpret ación fue Sérieux ( cf. ent re ot ros Sérieux y Libert . Le Régim e des aliénés en France au XVI I I E siècle, Paris, 1914) . El espírit u de est os t rabaj os t am bién alent ó a Philippe Chat elain ( Le Régim e des aliénés et des anorm aux aux XVI I et XVI I I E siècles, París, 1921) , Mart he Henry ( La Salpêt rière sous l'Ancien Régim e, Paris, 1922) , Jacques Vié ( Les Aliénés et Correct ionnaires à Saint - Lazare aux XVI I E et XVI I I E siècles, París, 1930) , Hélène Bonnafous- Sérieux ( La Charit é de Senlis, Paris, 1936) , René Tardif ( La Charit é de Chât eauThierry, Paris, 1939) . Se t rat aba, aprovechando los t rabaj os de Funck- Brent ano, de " rehabilit ar" al int ernam ient o del Ant iguo Régim en, y de dem oler el m it o de que la Revolución había liberado a los locos, m it o que había sido const it uido por Pinel y Esquirol, y que aún est aba vivo a fines del siglo XI X en las obras de Sém elaigne, de Paul Bru, de Louis Boucher, de Em ile Richard. aquélla no sería m ás que la form a encubiert a de ést a, y una especie de su vocabulario balbucient e. La experiencia social, conocim ient o aproxim ado, sería de la m ism a nat uraleza que el conocim ient o m ism o, y ya en cam ino hacia su perfección. 231 Por el hecho m ism o, el obj et o del saber le es pre- exist ent e, puest o que él es el que est aba aprehendido, ant es de ser rigurosam ent e filt rado por una ciencia posit iva: en su solidez int em poral, él m ism o pert enece al abrigo de la hist oria, ret irado en una verdad que sigue, adorm ecida, hast a el t ot al despert ar de la posit ividad. Pero no es seguro que la locura haya esperado, recogida en su ident idad inm óvil, al gran logro de la psiquiat ría, para pasar de una exist encia oscura a la luz de la verdad. No es seguro, por ot ra part e, que fuese a la locura, ni aun im plícit am ent e, a la que enfocaban las m edidas del int ernam ient o. No es seguro, finalm ent e, que al hacer nuevam ent e, en el um bral de la época clásica, el ant iquísim o gest o de la segregación, el m undo m oderno haya deseado elim inar a aquellos que —sea m ut ación espont ánea, sea variedad de especie— se m anifest aban com o " asociales" . Que en los int ernados del siglo XVI I I podam os encont rar una sim ilit ud t on nuest ro personaj e cont em poráneo del asocial es un hecho, pero que probablem ent e no sea m ás que un result ado, pues ese personaj e ha sido conj urado por el gest o m isino de la segregación. Ha llegado el día en que est e hom bre, part ido de t odos los países de Europa hacia un m ism o exilio, a m ediados del siglo XVI I , ha sido reconocido com o un ext raño a la sociedad que lo había expulsado, irreduct ible a sus exigencias; ent onces, para la m ayor com odidad de nuest ro espírit u, se ha convert ido en el candidat o indiferenciado a t odas las prisiones, a t odos los asilos, a t odos los cast igos. No es, en realidad, m ás que el esquem a de exclusiones sobrepuest as. Ese gest o que proscribe es t an súbit o com o el que había aislado a los leprosos; pero, com o en el caso de aquél, su sent ido no puede obt enerse de su result ado. No se había expulsado a los leprosos para cont ener el cont agio; hacia 1657, no se ha int ernado a la cent ésim a parle de la población de París para librarse de los " asociales" . El gest o, sin duda, t enía ot ra profundidad: no aislaba ext raños desconocidos, y durant e largo t iem po esquivados por el hábit o; los creaba, alt erando rost ros fam iliares en el paisaj e social, para hacer de ellos rost ros ext raños que nadie reconocía ya. Provocaba al ext raño ahí m ism o donde no lo había present ido; rom pía la t ram a, dest rababa fam iliaridades; por él, hay algo del hom bre que ha quedado fuera de su alcance, que se ha alej ado indefinidam ent e en nuest ro horizont e. En una palabra, puede decirse que ese gest o fue creador de alienación. En ese sent ido, rehacer la hist oria de ese proceso de ost racism o es hacer la arqueología de una alienación. Lo que se t rat a ent onces de det erm inar no es qué cat egoría pat ológica o policíaca fue así enfocada, lo que siem pre supone est a alienación ya dada; lo que hace falt a saber es cóm o se realizó ese gest o, es decir, qué operaciones se equilibran en la t ot alidad que él form a, de qué horizont es diversos venían aquellos que han part ido j unt os baj o el golpe de la 231 Es curioso not ar que ese prej uicio de m ét odo es com ún, con t oda su ingenuidad, en los aut ores de los que hablam os, y en la m ayoría de los m arxist as cuando t ocan la hist oria de las ciencias. m ism a segregación, y qué experiencia hacía de sí m ism o el hom bre clásico en el m om ent o en que algunos de sus perfiles m ás fam iliares com enzaban a perder, para él, su fam iliaridad, y su parecido a lo que reconocía de su propia im agen. Si ese decret o t iene un sent ido, por el cual el hom bre m oderno ha encont rado en el loco su propia verdad alienada, es en la m edida en que fue const it uido, m ucho ant es de que se apoderara de él y lo sim bolizara, ese cam po de la alienación de donde el loco se encont ró expulsado, ent re t ant as ot ras figuras que para nosot ros ya no t ienen parent esco con él. Ese cam po ha sido circunscrit o realm ent e por el espacio del int ernado; y la m anera en que ha sido form ado debe indicarnos cóm o se const it uyó la experiencia de la locura. Una vez consum ado sobre t oda la superficie de Europa el gran Encierro, ¿qué se encuent ra en esas ciudades de exilio que se const ruían a las puert as de las ciudades? ¿A quién se encuent ra, haciendo com pañía, y com o una especie de parent esco, a los locos que ahí se int ernan, de donde t endrán t ant o t rabaj o para librarse a fines del siglo XVI I I ? Un censo del año 1690 enum era m ás de 3 m il personas en la Salpêt rière. Una gran part e est á com puest a de indigent es, vagabundos y m endigos. Pero en los " cuart eles" hay elem ent os diversos, cuyo int ernam ient o no se explica, o al m enos no com plet am ent e, por la pobreza: en Saint - Théodore 41 prisioneros por cart as con orden del rey; 8 " gent es ordinarias" en la prisión; 20 " viej as chochas" en Saint - Paul; el ala de la Madeleine cont iene 91 " viej as chochas o im pedidas" ; el de Saint e- Geneviève, 80 " viej as seniles" ; el de Saint - Levège, 72 personas epilépt icas; en Saint - Hilaire se ha aloj ado a 80 m uj eres en su segunda infancia; en Saint e- Cat herine, 69 " ¡nocent es deform es y cont rahechas" ; las locas se repart en ent re Saint e- Elizabet h, Saint e- Jeanne y los calabozos, según que t engan solam ent e " el espírit u débil" , que su locura se m anifiest e por int ervalos o que se t rat e de locas violent as. Finalm ent e, 22 " m uchachas incorregibles" han sido int ernadas, por est a razón m ism a, en la correccional. 232 Est a enum eración sólo t iene valor de ej em plo. La población es igualm ent e variada en Bicêt re, hast a el punt o de que en 1737 se int ent a una repart ición racional en cinco " em pleos" ; en el prim ero, el m anicom io, los calabozos, las j aulas y las celdas para aquellos a quienes se encierra por cart a del rey; los em pleos segundo y t ercero est án reservados a los " pobres buenos" , así com o a los " paralít icos grandes y pequeños" ; los alienados y los locos van a parar al cuart o; el quint o grupo es de quienes padecen enferm edades venéreas, convalecient es e hij os de la corrección. 233 Al visit ar la casa de t rabaj o de Berlín, en 1781, Howard encuent ra allí m endigos, " perezosos" , " bribones y libert inos" , " im pedidos y crim inales" , " viej os indigent es y niños" . 234 Durant e siglo y m edio, en t oda Europa, el int ernado desarrolla su m onót ona función. Allí las falt as se nivelan, los sufrim ient os son paliados. Desde 1650 hast a la época de Tuke, de Wagnit z y de Pinel, los Herm anos de San Juan de Dios, los Congregacionist as de San Lázaro, los Guardianes de Bedlam , de Bicêt re, de las Zucht häusern, 232 233 234 Cf. Mart he Henry, op. cit ., Cassino. Cf. Bru, Hist oire de Bicêt re, París, 1890, pp. 25- 26. Howard, loc. cit ., I , pp. 169- 170. declinan a lo largo de sus regist ros las let anías del int ernado: " depravado" , " im bécil" , " pródigo" , " im pedido" , " desequilibrado" , " libert ino" , " hij o ingrat o" , " padre disipado" , " prost it uida" , " insensat o" . 235 Ent re t odos ellos, ningún indicio de diferencia: el m ism o deshonor abst ract o. Más t arde nacerá el asom bro de que se haya encerrado a enferm os, que se haya confundido a los locos con los crim inales. Por el m om ent o, est am os en presencia de un hecho uniform e. Hoy, las diferencias son claras para nosot ros. La conciencia indist int a que los confunde nos produce el efect o de ignorancia. Y, sin em bargo, es un hecho posit ivo. Manifiest a, a lo largo de t oda la época clásica, una experiencia original e irreduct ible; designa un dom inio ext rañam ent e cerrado a nosot ros, ext rañam ent e silencioso, si se piensa que ha sido la prim era pat ria de la locura m oderna. No es a nuest ro saber al que debem os int errogar sobre lo que nos parece ignorancia, sino, ant es bien, a est a experiencia sobre lo que sabe de ella m ism a y lo que ha podido form ular. Verem os ent onces en qué fam iliaridades se ha hallado presa la locura, de las que, poco a poco, se ha liberado, sin rom per, sin em bargo con parent escos t an peligrosos. Pues el int ernado no sólo ha desem peñado un papel negat ivo de exclusión, sino t am bién un papel posit ivo de organización. Sus práct icas y sus reglas han const it uido un dom inio de experiencia que ha t enido su unidad, su coherencia y su función. Ha acercado, en un cam po unit ario, personaj es y valores ent re los cuales las cult uras precedent es no habían percibido ninguna sim ilit ud. I m percept iblem ent e, los ha encam inado hacia la locura, preparando una experiencia —la nuest ra— en que se caract erizaran com o ya int egrados al dom inio de pert enencia de la alienación m ent al. Para que se hicieran esos acercam ient os, se ha requerido t oda una organización del m undo ét ico, nuevos punt os de separación ent re el bien y el m al, ent re el reconocido y el condenado, y el est ablecim ient o de nuevas norm as en la int egración social. El int ernam ient o no es m ás que el fenóm eno de ese t rabaj o, hecho en profundidad, que form a cuerpo con t odo el conj unt o de la cult ura clásica. Hay, en efect o, ciert as experiencias que el siglo XVI había acept ado o rechazado, que había form ulado o, por el cont rario, dej ado al m argen y que, ahora, el siglo XVI I va a ret om ar, agrupar y prohibir de un solo gest o, para enviarlas al exilio donde t endrán com o vecina a la locura, form ando así un m undo uniform e de la Sinrazón. Pueden resum irse esas experiencias diciendo que t ocan, t odas, sea a la sexualidad en sus relaciones con la organización de la fam ilia burguesa, sea a la profanación en sus relaciones con la nueva concepción de lo sagrado y de los rit os religiosos, sea al " libert inaj e" , es decir, a las nuevas relaciones que est án inst aurándose ent re el pensam ient o libre y el sist em a de las pasiones. Esos t res dom inios de experiencia form an, con la locura, en el espacio del int ernado un m undo hom ogéneo que es donde la alienación m ent al t om ará el sent ido que nosot ros conocem os. Al fin del siglo XVI I I , será ya evident e —con una de esas evidencias no form uladas— que ciert as form as de pensam ient o " libert ino" , com o el de Sade, t ienen algo que ver con el delirio y la locura; con la m ism a facilidad se adm it irá que m agia, alquim ia, práct icas de profanación y aun ciert as form as de sexualidad est án direct am ent e 235 Cf. en el Apéndice. Ét at des personnes dét enues à Saint - Lazare; et Tableau des ordres du roi pour l'incarcérat ion à l'Hôpit al général. em parent adas con la sinrazón y la enferm edad m ent al. Todo ello cont ará ent re el núm ero de los grandes signos de la locura, y ocupará un lugar ent re sus m anifest aciones m ás esenciales. Pero para que se const it uyan esas unidades, significat ivas a nuest ros oj os, ha sido necesaria esa inversión, lograda por el clasicism o, en las relaciones que sost iene la locura con t odo el dom inio de la experiencia ét ica. Desde los prim eros m eses del int ernado, padecen enferm edades venéreas pert enecen, por pleno derecho, al Hôpit al Général. Los hom bres son enviados a Bicêt re; las m uj eres, a la Salpêt rière. Hast a llegó a prohibirse a los m édicos del Hot el- Dieu recibirlos y cuidarlos. Y si, por excepción, se acept an allí m uj eres em barazadas, ést as no deberán esperar ser t rat adas com o las ot ras; no se les dará, para el part o, m ás que un aprendiz de ciruj ano. Así pues, el Hôpit al Général debe recibir a los " favorecidos" , pero no los acept a sin form alidades; hay que pagar su deuda a la m oral pública, y hay que prepararse, por los cam inos del cast igo y de la penit encia, a volver a una com unión de la que han sido excluidos por el pecado. Así, se podrá ser adm it ido en el ala del " gran m al" , sin un t est im onio: no billet e de confesión, sino cert ificado de cast igo. De est a m anera, después de deliberación, se ha decidido en la oficina del Hospit al General en 1679: " Todos aquellos que se encuent ran at acados de un m al venéreo no serán recibidos allí m ás que a condición de est ar som et idos a la corrección, ant e t odo, y azot ados, lo que será cert ificado en su cert ificado de salida. " 236 Originalm ent e, quienes padecían enferm edades venéreas no habían sido t rat ados de m anera dist int a de las víct im as de los ot ros grandes m ales, com o " el ham bre, la pest e, y ot ras plagas" que, según Maxim iliano en la Diet a de Worm s, en 1495, habían sido enviados por Dios para cast igo de los hom bres. Cast igo que sólo t enía un valor universal y no sancionaba ninguna inm oralidad part icular. En París las víct im as del " Mal de Nápoles" eran recibidas en el Hôt elDieu; com o en t odos los dem ás hospit ales del m undo cat ólico, sólo t enían que hacer una confesión: en ello, corrían la m ism a suert e que cualquier enferm o. Fue al final del Renacim ient o cuando se les em pezó a ver de ot ra m anera. Si hem os de creer a Thierry de Héry, ninguna causa generalm ent e alegada, ni el aire corrom pido, ni la infección de las aguas pueden explicar sem ej ant e enferm edad: " Para ello hem os de rem it ir su origen a la indignación y el perm iso del creador y dispensador de t odas las cosas, el cual, para cast igar la volupt uosidad de los hom bres, dem asiado lasciva, pet ulant e y libidinosa, ha perm it ido que ent re ellos reine t al enferm edad, en venganza y cast igo del enorm e pecado de la luj uria. Así, Dios ordenó a Moisés arroj ar polvos al aire, en presencia del Faraón, a fin de que en t oda la t ierra de Egipt o los hom bres y ot ros anim ales quedaran cubiert os de apost em as. " 237 Había m ás de 200 enferm os de est a especie en el Hôt el- Dieu cuando se decidió excluirlos, cerca de 1590. Ahí los t enem os, ya proscrit os, part iendo rum bo al exilio, que no es exact am ent e un aislam ient o t erapéut ico, sino una segregación. Se les abrigó al principio m uy cerca de Not re- Dam e, en algunas cabañas de t ablas. Después 236 237 Deliberación del Hospit al General, Hist oire de l'Hôpit al général. Thierry de Héry, La Mét hode curat ive de la m aladie vénérienne, 1569, pp. 3 y 4. fueron exiliados, en el ext rem o de la ciudad, en Saint - Germ ain- des- Prés; pero cost aba m ucho m ant enerlos, y creaban desorden. Fueron adm it idos nuevam ent e, no sin dificult ad, en las salas del Hôt el- Dieu, hast a que finalm ent e encont raron un lugar de asilo ent re los m uros de los hospit ales generales. 238 Fue ent onces y sólo ent onces cuando se codificó t odo ese cerem onial en que se unían, con una m ism a int ención purificadora, los lat igazos, las m edit aciones t radicionales y los sacram ent os de penit encia. La int ención del cast igo, y del cast igo individual, se vuelve ent onces m uy precisa. La plaga ha perdido su caráct er apocalípt ico; designa, m uy localm ent e, una culpabilidad. Más aún, el " gran m al" no provoca esos rit os de purificación m ás que si su origen est á en los desórdenes del corazón, y si se le puede at ribuir al pecado definido por la deliberada int ención de pecar. El reglam ent o del Hôpit al Général no dej a lugar a ningún equívoco: las m edidas prescrit as no valen " desde luego" m ás que para " aquellos o aquellas que habrán sufrido ese m al por su desorden o desenfreno, y no para aquellos que lo habrán cont raído m ediant e el m at rim onio o de ot ro m odo, com o una m uj er por el m arido, o la nodriza por el niño" . 239 El m al ya no es concebido en el est ilo del m undo; se reflej a en la ley t ransparent e de una lógica de las int enciones. Hechas esas dist inciones, y aplicados los prim eros cast igos, se acept a en el hospit al a los que padecen enferm edades venéreas. A decir verdad, se les am ont ona allí. En 1781, 138 hom bres ocuparán 60 lechos del ala Saint Eust ache de Bicêt re; la Salpêt rière disponía de 125 lechos en la Misericordia, para 224 m uj eres. Se dej a m orir a quienes se hallan en la ext rem idad últ im a. A los ot ros se les aplican los " Grandes Rem edios" : nunca m ás y rara vez m enos de seis sem anas de cuidados; m uy nat uralm ent e, t odo com ienza por una sangría, seguida inm ediat am ent e por una purga. Se dedica ent onces una sem ana a los baños, a razón de dos horas diarias, aproxim adam ent e; después, nuevas purgas y, para cerrar est a prim era fase del t rat am ient o, se im pone una buena y com plet a confesión. Las fricciones con m ercurio pueden com enzar ent onces, con t oda su eficacia; se prolongan durant e un m es, al cabo del cual dos purgas y una sangría deben arroj ar los últ im os hum ores m orbíficos. Se dest inan ent onces 15 días a la convalecencia. Después de quedar definit ivam ent e en regla con Dios, se declara curado al pacient e, y dado de alt a. Est a " t erapéut ica" revela asom brosos paisaj es im aginarios, y sobre t odo una com plicidad de la m edicina y de la m oral, que da t odo su sent ido a esas práct icas de la purificación. En la época clásica, la enferm edad venérea se ha convert ido en im pureza, m ás que en enferm edad; a ella se deben los m ales físicos. La percepción m édica est á subordinada a est a int uición ét ica. Y a m enudo, queda borrada por ella; si hay que cuidar el cuerpo para hacer desaparecer el cont agio, se debe cast igar la carne, pues es ella la que nos une al pecado; y no sólo cast igarla, sino ej ercit arla y lacerarla, no t ener m iedo de 238 A los cuales hay que añadir el Hospit al del Midi. Cf. Pignot , L'Hôpit al du Midi et ses origines, París, 1885. 239 Cf. Hist oire de l'Hôpit al général. dej ar en ella rast ros dolorosos, puest o que la salud, dem asiado fácilm ent e, t ransform a nuest ros cuerpos en ocasiones de pecar. Se at iende la enferm edad, pero se arruina la salud, favorecedora de la falt a: " ¡Ay! , no m e asom bro de que un San Bernardo t em iera a la salud perfect a de sus religiosos; él sabía a dónde nos lleva si no se sabe cast igar el cuerpo com o el apóst ol, y reducirlo a servidum bre m ediant e m ort ificaciones, ayuno, oraciones. " 240 El " t rat am ient o" de las enferm edades venéreas es de est e t ipo: es, al m ism o t iem po, una m edicina cont ra la enferm edad y cont ra la salud, en favor del cuerpo, pero a expensas de la carne. Es ést a una idea de consecuencias para com prender ciert as t erapéut icas aplicadas, por desplazam ient o, a la locura, en el curso del siglo XI X. 241 Durant e 150 años, los enferm os venéreos van a codearse con los insensat os en el espacio de un m ism o encierro; y van a dej arles por largo t iem po ciert o est igm a donde se t raicionará, para la conciencia m oderna, un parent esco oscuro que les asigna la m ism a suert e y los coloca en el m ism o sist em a de cast igo. Las fam osas " Casas Pequeñas" de la " calle de Sèvres est aban casi exclusivam ent e reservadas a los locos y a los enferm os venéreos, y est o hast a el final del siglo XVI I I . 242 Ese parent esco ent re las penas de la locura y el cast igo de los desenfrenados no es un rest o de arcaísm o en la conciencia europea. Por el cont rario, se ha definido en el um bral del m undo m oderno, puest o que es el siglo XVI I el que la ha descubiert o casi com plet am ent e. Al invent ar, en la geom et ría im aginaria de su m oral, el espacio del int ernam ient o, la época clásica acababa de encont rar a la vez una pat ria y un lugar de redención com unes a los pecados cont ra la carne y a las falt as cont ra la razón. La locura va a avecindarse con el pecado, y quizá sea allí donde va a anudarse, para varios siglos, est e parent esco de la sinrazón y de la culpabilidad que el alienado aún hoy experim ent a com o un dest ino y que el m édico descubre com o una verdad de nat uraleza. En est e espacio fict icio creado por com plet o en pleno siglo XVI I , se han const it uido alianzas oscuras que m ás de cien años de psiquiat ría llam ada " posit iva" no han logrado rom per, en t ant o que se han anudado por prim era vez, m uy recient em ent e, en la época del racionalism o. Es ext raño, j ust am ent e, que sea el racionalism o el que haya aut orizado est a confusión del cast igo y del rem edio, est a casi ident idad del gest o que cast iga y del que cura. Supone ciert o t rat am ient o que, en la art iculación precisa de la m edicina y de la m oral, será, a la vez, una ant icipación de los cast igos et ernos y un esfuerzo hacia el rest ablecim ient o de la salud. Lo que se busca, en el fondo, es la t ret a de la razón m édica que hace el bien haciendo el m al. Y est a búsqueda, sin duda, es lo que debe descifrarse baj o est a frase que San Vicent e de Paúl hizo inscribir a la cabeza de los reglam ent os de Saint - Lazare, a la vez prom esa y am enaza para t odos los prisioneros: " Considerando que sus 240 Bossuet , Trait é de la concupiscence, cap. V, en Bossuet . Text os escogidos, por H. Brem ond, París, 1913, t . I I I , p. 183. 241 En part icular, en la form a de sedant es m orales de Guislain. 242 Ét at abrégé de la dépense annuelle des Pet it es- Maisons. " Las 'pet it es m aisons' cont ienen 500 pobres viej os seniles, 120 pobres enferm os de la t iña, 100 pobres enferm os de viruela, 80 pobres locos insensat os. " Hecho el 17 de febrero de 1664, por Monseñor de Harlay ( B. N., m s. 18660) . sufrim ient os t em porales no los exim irán de los et ernos... " ; sigue ent onces t odo el sist em a religioso de cont rol y de represión que, al inscribir los sufrim ient os t em porales en est e orden de la penit encia siem pre reversibles en t érm inos de et ernidad, puede y debe exim ir al pecador de las penas et ernas. La coacción hum ana ayuda a la j ust icia divina, esforzándose por hacerla inút il. La represión adquiere así una eficacia doble, en la curación de los cuerpos y en la purificación de las alm as. El int ernam ient o hace posibles, así, esos rem edios m orales —cast igos y t erapéut icas— que serán la act ividad principal de los prim eros asilos del siglo XI X, y de los que Pinel, ant es de Leuret , dará la fórm ula, asegurando que a veces es bueno " sacudir fuert em ent e la im aginación de un alienado, e im prim irle un sent im ient o de t error" . 243 El t em a de un parent esco ent re m edicina y m oral es, sin duda, t an viej o com o la m edicina griega. Pero si el siglo XVI I y el orden de la razón crist iana lo han inscrit o en sus inst it uciones, es en la form a m enos griega que pueda im aginarse: en la form a de represión, coacción, y obligación de salvarse. El 24 de m arzo de 1726, el t enient e de policía Hérault , ayudado de " los señores que ocupan el sit io presidencial del Chât elet de París" , hace público un j uicio al t érm ino del cual " Est eban Benj am ín Deschauffours queda declarado debidam ent e convict o y confeso de haber com et ido los crím enes de sodom ía m encionados en el proceso. Para reparación, y ot ras cosas, el cit ado Deschauffours queda condenado a ser quem ado vivo en la Place de Grève, y sus cenizas, en seguida, serán arroj adas al vient o; sus bienes serán adquiridos y confiscados por el rey" . La ej ecución t uvo lugar el m ism o día. 244 Fue, en Francia, uno de los últ im os cast igos capit ales por hecho de sodom ía. 245 Pero ya la conciencia cont em poránea se indignaba bast ant e por est a severidad para que Volt aire guardara el recuerdo en el m om ent o de redact ar el art ículo " Am or Socrát ico" del Diccionario filosófico. 246 En la m ayoría de los casos la sanción, si no es la relegación en provincia, es el int ernam ient o en el Hospit al, o en una casa de det ención. 247 Est o const it uye una singular at enuación del cast igo, si se la com para con la viej a pena, ignis et incendium , que aún prescribían leyes no abolidas, según las cuales " quienes caigan en ese crim en serán cast igados por el fuego vivo. Est a pena que ha sido adopt ada por nuest ra j urisprudencia se aplica igualm ent e a m uj eres y a hom bres" . 248 Pero lo que da su significado part icular a est a nueva indulgencia para la sodom ía, es la condenación m oral, y la sanción del escándalo que em pieza a cast igar a la hom osexualidad, en sus expresiones sociales y lit erarias. La época en que, por últ im a vez, se quem a a los sodom it as, es precisam ent e la época en que, con el final del " libert inaj e 243 Pinel, Trait é m édico- philosophique, p. 207. Arsenal, m s. 10918, f° 173. 245 Todavía hubo algunas condenaciones de ese género. Puede leerse en las m em orias del m arqués de Argenson: " En est os días se han quem ado a dos convict os de sodom ía" ( Mém oires et Journal, t . VI , p. 227) . 246 Dict ionnaire philosophique ( Œuvres com plèt es) , t . XVI I , p. 183, not a I . 247 Cat orce expedient es del Arsenal —o sea cerca de 4 m il casos— est án consagrados a esas m edidas policíacas de orden m enor; se les encuent ra en los núm eros 10254- 10267. 248 Cf. Chauveau y Helie, Théorie du Code pénal, t . I V, nº 1507. 244 erudit o" , desaparece t odo un lirism o hom osexual que la cult ura del Renacim ient o había soport ado perfect am ent e. Se t iene la im presión de que la sodom ía ent onces condenada, por la m ism a razón que la m agia y la herej ía, y en el m ism o cont ext o de profanación religiosa, 249 ya no es condenada ahora sino por razones m orales, y al m ism o t iem po que la hom osexualidad. Es ést a la que, en adelant e, se conviert e en circunst ancia m ayor de la condenación, viniendo a añadirse a las práct icas de la sodom ía, al m ism o t iem po que nacía, ant e el sent im ient o hom osexual, una sensibilidad escandalizada. 250 Se confunden ent onces dos experiencias que habían est ado separadas: las prohibiciones sagradas de la sodom ía, y los equívocos am orosos de la hom osexualidad. Una m ism a fuerza de condenación rodea la una y la ot ra, y t raza una línea divisoria ent eram ent e nueva en el dom inio del sent im ient o. Se form a así una unidad m oral, liberada de los ant iguos cast igos, nivelada en el int ernam ient o, y próxim a ya a las form as m odernas de la culpabilidad. 251 La hom osexualidad, a la que el Renacim ient o había dado libert ad de expresión, en adelant e ent rará en el silencio, y pasará al lado de la prohibición, heredando viej as condenaciones de una sodom ía en adelant e desacralizada. Quedan así inst auradas nuevas relaciones ent re el am or y la sinrazón. En t odo el m ovim ient o de la cult ura plat ónica, el am or había est ado repart ido según una j erarquía de lo sublim e que lo em parent aba, según su nivel, fuese a una locura ciega del cuerpo, fuese a la gran em briaguez del alm a en que la Sinrazón se encuent ra capacit ada para saber. Baj o sus form as diferent es, am or y locura se dist ribuían en las diversas regiones de las gnosis. La época m oderna, a part ir del clasicism o, est ablece una opción diferent e: el am or de la razón y el de la sinrazón. La hom osexualidad pert enece al segundo. Y así, poco a poco, ocupa un lugar ent re las est rat ificaciones de la locura. Se inst ala en la sinrazón de la época m oderna, colocando en el núcleo de t oda sexualidad la exigencia de una elección, donde nuest ra época repit e incesant em ent e su decisión. A las luces de su ingenuidad, el psicoanálisis ha vist o bien que t oda locura t iene sus raíces en alguna sexualidad pert urbada; pero eso sólo t iene sent ido en la m edida en que nuest ra cult ura, por una elección que caract eriza su clasicism o, ha colocado la sexualidad sobre la línea divisoria de la sinrazón. En t odos los t iem pos, y probablem ent e en t odas las cult uras, la sexualidad ha sido int egrada a un sist em a de coacción; pero sólo en la nuest ra, y desde fecha relat ivam ent e recient e, ha sido repart ida de m anera así de rigurosa ent re la Razón y la Sinrazón, y, bien pront o, por vía de consecuencia y de degradación, ent re la salud y la enferm edad, ent re lo norm al y lo anorm al. Siem pre en esas cat egorías de la sexualidad, habría que añadir t odo lo que 249 En los procesos del siglo XV, la acusación de sodom ía va siem pre acom pañada de la de herej ía ( la herej ía por excelencia, el cat arism o) . Cf., el proceso de Gilles de Rais. Se encuent ra la m ism a acusación en los procesos de hechicería. Cf. De Lancret , Tableau de l'inconst ance des m auvais anges, París, 1612. 250 En el caso de la Sra. Drouet , y de la Srt a. de Parson, se t iene un ej em plo t ípico de ese caráct er agravant e de la hom osexualidad, por relación a la sodom ía, Arsenal, m s. 11183. 251 Esa nivelación se m anifiest a por el hecho de que la sodom ía queda incluida por la ordenanza de 1670 ent re los " casos reales" , lo que no es señal de su gravedad, sino del deseo que se t enía de ret irar su conocim ient o a los " parlam ent os, que aún t endían a aplicar las ant iguas reglas del derecho m edieval" . t oca a la prost it ución y al desenfreno. Es allí, en Francia, donde se reclut a t oda la gent e que pulula en los hospit ales generales. Com o lo explica Delam are, en su Trat ado de la Policía, " hacía falt a un rem edio pot ent e para librar al público de est a corrupción, y no fue posible encont rar uno m ej or, ni m ás rápido, ni m ás seguro, que una casa disciplinaria para encerrarlos y hacerles vivir allí baj o una disciplina proporcionada a su sexo, a su edad, a su falt a" . 252 El t enient e de policía t iene el derecho absolut o de hacer det ener sin procedim ient o a t oda persona que se dedique al desenfreno público, hast a que int ervenga la sent encia del Chât elet , que es inapelable. 253 Pero t odas esas m edidas se t om an solam ent e si el escándalo es público, o si el int erés de las fam ilias puede verse com prom et ido: se t rat a, ant es que nada, de evit ar que sea dilapidado el pat rim onio, o que pase a m anos indignas. 254 En un sent ido, el int ernam ient o y t odo el régim en policíaco que lo rodea sirven para cont rolar ciert o orden de la est ruct ura fam iliar, que vale a la vez de regla social y de norm a de la razón. 255 La fam ilia, con sus exigencias, se conviert e en uno de los crit erios esenciales de la razón; y es ella, ant es que nada, la que exige y obt iene el int ernam ient o. Asist im os en est a época a la gran confiscación de la ét ica sexual por la m oral de la fam ilia, confiscación que no se ha logrado sin debat e ni ret icencia. Durant e largo t iem po el m ovim ient o " precioso" le ha opuest o un rechazo cuya im port ancia m oral es considerable, aun si su efect o será precario y pasaj ero: el esfuerzo por reanim ar los rit os del am or cort és y m ant ener su int egridad por encim a de las obligaciones del m at rim onio, la t ent at iva de est ablecer al nivel de los sent im ient os una solidaridad y com o una com plicidad siem pre prest as a superar los vínculos de la fam ilia, finalm ent e habían de fracasar ant e el t riunfo de la m oral burguesa. El am or queda desacralizado por el cont rat o. Bien lo sabe Saint - Évrem ond, que se burla de las preciosas para quienes " el am or aún es un dios...; no excit a pasión en sus alm as: form a allí una especie de religión" . 256 Pront o desaparece est a inquiet ud ét ica que había sido com ún al espírit u cort és y al espírit u precioso, y a la cual Moliere responde, por su clase y por los siglos fut uros: " El m at rim onio es una cosa sant a y sagrada, y es propio de las gent es honradas com enzar por allí. " Ya no es el am or lo sagrado, sino sólo el m at rim onio, y ant e not ario: " No hacer el am or m ás que haciendo el cont rat o de m at rim onio. " 257 La inst it ución fam iliar t raza el círculo de la razón; m ás allá am enazan t odos los peligros del insensat o; el hom bre es allí víct im a 252 Delam are, Trait e de la police, t . I , p. 527. A part ir de 1715, se puede apelar al Parlam ent o en los casos de sent encia del t enient e de policía; pero est a posibilidad no pasó de ser m uy t eórica. 254 Por ej em plo, se int erna a una Sra. Loriot , pues " el desvent urado Chart ier casi ha abandonado a su m uj er, a su fam ilia y a sus deberes para ent regarse por com plet o a est a desvent urada criat ura que ya le ha cost ado la m ayor part e de sus bienes" ( Not es de R. d'Argenson, París, 1866, p. 3) . 255 El herm ano del obispo de Chart res es int ernado en San Lázaro: " Era de un caráct er de espírit u t an baj o, y había nacido con inclinaciones t an indignas de su cuna que se podía t em er t odo. Decía, según afirm aba, que quería casarse con la nodriza de Monseñor, su herm ano" ( B. N., Clairam bault , 986) . 256 Saint - Evrem ond, Le Cercle, in Œuvres, 1753, t . I I , p. 86. 257 Les précieuses ridicules, esc. v. 253 de la sinrazón y de t odos sus furores. " ¡Ay de la t ierra de donde sale cont inuam ent e una hum areda t an espesa, vapores t an negros que se elevan de esas pasiones t enebrosas, y que nos ocult an el cielo y la luz! De donde part en t am bién las luces y los rayos de la j ust icia divina cont ra la corrupción del género hum ano. " 258 Las viej as form as del am or occident al son sust it uidas por una sensibilidad nueva: la que nace de la fam ilia y en la fam ilia; excluye, com o propio del orden de la sinrazón, t odo lo que no es conform e a su orden o a su int erés. Ya podem os escuchar las am enazas de m adam e Jourdain: " Est áis loco, esposo m ío, con t odas vuest ras fant asías" ; y m ás adelant e: " Son m is derechos los que defiendo, y t endré de m i lado a t odas las m uj eres. " 259 Ese propósit o no es vano; la prom esa será cum plida; un día la m arquesa de Espart podrá exigir la int erdicción de su m arido por las solas apariencias de una relación cont raria a los int ereses de su pat rim onio; a los oj os de la j ust icia, ¿no ha perdido él la razón?260 Desenfreno, prodigalidad, relación inconfesable, m at rim onio vergonzoso se cuent an ent re los m ot ivos m ás frecuent es del int ernam ient o. Ese poder de represión que no es ni com plet am ent e de la j ust icia ni exact am ent e de la religión, ese poder que ha sido adscrit o direct am ent e a la aut oridad real, no represent a en el fondo lo arbit rario del despot ism o, sino el caráct er en adelant e riguroso de las exigencias fam iliares. El int ernam ient o ha sido puest o por la m onarquía absolut a a discreción de la fam ilia burguesa. 261 Moreau lo dice sin am bages en su Discurso Sobre la Just icia, en 1771: " Una fam ilia ve crecer en su seno un individuo cobarde, dispuest o a deshonrarla. Para sust raerlo al fango, la fam ilia se apresura a prevenir, por su propio j uicio, al de los t ribunales, y est a deliberación fam iliar es un aviso que el soberano debe exam inar favorablem ent e. " 262 Es t an sólo a fines del siglo XVI I I , baj o el m inist erio de Bret euil, cuando la gent e em pieza a levant arse cont ra el principio m ism o, y cuando el poder m onárquico t rat a de rom per su solidaridad con las exigencias de la fam ilia. Una circular de 1784 declara: " Que una persona m ayor se envilezca por un m at rim onio vergonzoso o se arruine m ediant e gast os inconsiderados, o se ent regue a los excesos del desenfreno y viva en la crápula, nada de t odo eso m e parece const it uir m ot ivo lo bast ant e fuert e para privar de su libert ad a quienes est án sui j uris. 263 En el siglo XI X, el conflict o del individuo con su fam ilia se convert irá en asunt o privado, y t om ará ent onces apariencia de problem a psicológico. Durant e t odo el periodo del int ernam ient o, ha sido, por el cont rario, cuest ión que t ocaba al orden público; ponía en causa una especie de est at ut o m oral universal; t oda la ciudad est aba int eresada en el rigor de la est ruct ura fam iliar. Quien at ent ara cont ra ella cala en el m undo de la 258 Bossuet , Trait é de la concupiscence, cap. I V ( t ext os escogidos por H. Brem ond, t . I I I , p. 180) . Le Bourgeois Gent ilhom m e, act o I I I , esc. I I I , y act o I V, esc. iv. 260 Balzac, L'I nt erdict ion, La Com édie hum aine, ed. Conard, t . VI I , pp. 135 ss. 261 Un lugar de int ernam ient o ent re m uchos ot ros: " Todos los parient es del llam ado Noël Robert Huet ... han t enido el honor de hacer ver m uy hum ildem ent e a vuest ra grandeza que consideran una desdicha ser parient es del llam ado Huet , que nunca ha valido nada, ni ha querido siquiera hacer nada, dándose por com plet o al desenfreno, frecuent ando m alas com pañías, que podrían llevarle a deshonrar a su fam ilia, y su herm ana, que aún no t iene dot e" ( Arsenal, m s. 11617, f° 101) . 262 Cit ado en Piet ri, La Réform e de l'Ét at au XVI I I I E siècle, París, 1935, p. 263. 259 263 Circular de Bret euil, cit ado en Funck- Brent ano, Les Let t res de cachet , Paris, 1903. sinrazón. Y, al convert irse así en form a principal de la sensibilidad hacia la sinrazón, la fam ilia podrá const it uir un día el lugar de los conflict os de donde nacen las diversas form as de la locura. Cuando la época clásica int ernaba a t odos los que, por la enferm edad venérea, la hom osexualidad, el desenfreno, la prodigalidad, m anifest aban una libert ad sexual que había podido condenar la m oral de las épocas precedent es, pero sin pensar j am ás en asim ilar, de lej os o de cerca, a los insensat os, se operaba una ext raña revolución m oral: descubría un com ún denom inador de sinrazón en experiencias que durant e largo t iem po habían perm anecido m uy alej adas unas de ot ras. Agrupaba t odo un conj unt o de conduct as condenadas, form ando una especie de halo de culpabilidad alrededor de la locura. La psicopat ología t endrá una t area fácil al descubrir est a culpabilidad m ezclada a la enferm edad m ent al, puest o que habrá sido colocada allí precisam ent e por est e oscuro t rabaj o preparat orio que se ha desarrollado a t odo lo largo del clasicism o. ¡Tan ciert o es que nuest ro conocim ient o cient ífico y m édico de la locura reposa im plícit am ent e sobre la const it ución ant erior de una experiencia ét ica de la sinrazón! Los hábit os del int ernam ient o t raicionan ot ro reagrupam ient o: el de t odas las cat egorías de la profanación. En los regist ros llegan a encont rarse not as com o ést a: " Uno de los hom bres m ás furiosos y sin ninguna religión, que no asist ía a m isa ni cum plía con ningún deber de crist iano, que j uraba el sant o nom bre de Dios con im precación, afirm ando que no exist e y que, de haber uno, él lo at acaría, espada en m ano. " 264 Ant año, sem ej ant es furores habrían llevado consigo t odos los peligros del blasfem o, y los presagios de la profanación: habrían t enido su sent ido y su gravedad en el horizont e de lo sagrado. Durant e largo t iem po la palabra, en sus usos y sus abusos, había est ado dem asiado ligada a las prohibiciones religiosas para que una violencia de ese género no se hallara m uy cerca del sacrilegio. Y precisam ent e a m ediados del siglo XVI , las violencias de palabra y de gest o com port an aún viej os cast igos religiosos: picot a, incisión de los labios con hierro candent e, después ablación de la lengua y, finalm ent e, en caso de reincidencia, la hoguera. La reform a y las luchas religiosas sin duda han vuelt o relat iva la blasfem ia; la línea de las profanaciones ya no const it uye una front era absolut a. Durant e el reinado de Enrique I V sólo se est ablece una m anera im precisa de enm ienda, después " cast igos ej em plares y ext raordinarios" . Pero la Cont rarreform a y los nuevos rigores religiosos obt ienen un regreso a los cast igos t radicionales, " según la enorm idad de las palabras profesadas" . 265 Ent re 1617 y 1649 hubo 34 ej ecuciones capit ales por causa de blasfem ia. 266 Pero he aquí la paradoj a: sin que la severidad de las leyes se relaj e en m anera alguna, 267 no hubo de 1653 a 1661 m ás que 14 condenaciones públicas, siet e 264 Arsenal, m s. 10135. Ordenanza del 10 de noviem bre de 1617 ( Delam are, Trait é de la police, I , pp. 549- 550) . 266 Cf. Pint ard, Le libert inage érudit , Paris, 1942, pp. 20- 22. 267 Una ordenanza del 7 de sept iem bre de 1651, renovada el 30 de j ulio de 1666, vuelve a precisar la j erarquía de las penas que, según el núm ero de reincidencias, va desde la picot a hast a la hoguera. 265 de ellas seguidas de ej ecuciones capit ales. I ncluso, llegarán a desaparecer poco a poco. 268 Pero no es la severidad de las leyes la que ha hecho dism inuir la frecuencia de la falt a: las casas de int ernam ient o, hast a el fin del siglo XVI I I , est án llenas de " blasfem os" , y de t odos los que han hecho act o de profanación. La blasfem ia no ha desaparecido: recibe, fuera de las leyes, y a pesar de ellas, un nuevo est at ut o en el cual se encuent ra despoj ada de t odos sus peligros. Se ha convert ido en cuest ión de desorden: ext ravagancia de la palabra, que se encuent ra a m it ad del cam ino de la pert urbación del espírit u y de la im piedad del corazón. Es el gran equívoco de ese m undo desacralizado en que la violencia puede descifrarse, y sin cont radicción, en los t érm inos del insensat o o en los del irreligioso. Ent re locura e im piedad, la diferencia es im percept ible, o en t odo caso puede est ablecerse una equivalencia práct ica que j ust ifica el int ernam ient o. He aquí un inform e hecho en Saint - Lazare, en d'Argenson, a propósit o de un pensionado que se ha quej ado varias veces de est ar encerrado, siendo así que no es " ni ext ravagant e ni insensat o" ; a ello obj et an los guardianes que " no quiere arrodillarse en los m om ent os m ás solem nes de la m isa...; en fin, él acept a, hast a donde puede, reservar una part e de sus com idas de los j ueves para el viernes, y est e últ im o rasgo dej a ver que, si no es ext ravagant e, est á en disposición de volverse im pío" . 269 Así se define t oda una región am bigua, que lo sagrado acaba de abandonar a sí m ism a, pero que aún no ha sido invest ida por los concept os m édicos y las form as del análisis posit ivist a, una región un poco indiferenciada en que reinen la im piedad, la irreligión, el desorden de la razón y el del corazón. Ni la profanación ni lo pat ológico, sino, ent re sus front eras, un dom inio cuyas significaciones, siendo reversibles, siem pre se encuent ran colocadas baj o una condenación ét ica. Ese dom inio que, a m it ad del cam ino ent re lo sagrado y lo m órbido, est á dom inando com plet am ent e por un rechazo ét ico fundam ent al, es el de la sinrazón clásica. Recobra así no solam ent e t odas las form as excluidas de la sexualidad, sino t odas esas violencias cont ra lo sagrado que han perdido el significado riguroso de profanaciones; así pues, designa a la vez un nuevo sist em a de opciones en la m oral sexual, y de nuevos lím it es en las prohibiciones religiosas. Est a evolución del régim en de las blasfem ias y las profanaciones podría encont rarse bast ant e exact am ent e reproducida a propósit o del suicidio, que durant e largo t iem po se cont ó ent re los crím enes y los sacrilegios; 270 por ello el suicida fracasado debía ser condenado a m uert e: " quien ha puest o sus m anos, con violencia, sobre sí m ism o, y ha t rat ado de m at arse, no debe evit ar la m uert e violent a que ha querido darse" . 271 La ordenanza de 1670 recobra la m ayor part e de esas disposiciones, asim ilando " el hom icida de sí m ism o" a t odo lo que puede ser " crim en de lesa m aj est ad divina o hum ana" . 272 Pero 268 El caso del caballero de la Barre debe considerarse com o una excepción; el escándalo que levant ó lo dem uest ra. 269 B. N., Clairam bault , 986. 270 En las cost um bres de Bret aña, " si alguien se m at a volunt ariam ent e, debe ser colgado por los pies, y arrast rado com o asesino" . 271 Brun de la Rochet t e, Les procès civils et crim inels, Ruan, 1663. Cf. Locard, La m édecine j udiciaire en France au XVI I E siècle, pp. 262- 266. 272 Ordenanza de 1670. Tít ulo XXI I , art . I . aquí, com o en las profanaciones, com o en los crím enes sexuales, el rigor m ism o de la Ordenanza parece aut orizar t oda una práct ica ext raj udicial en la que el suicidio no t iene ya valor de profanación. En los regist ros de las casas de int ernam ient o encont ram os a m enudo la m ención: " Ha querido deshacerse" , sin que se m encione el est ado de enferm edad o de furor que la legislación siem pre ha considerado com o excusa. 273 En sí m ism a, la t ent at iva de suicidio indica un desorden del alm a, que debe reducirse m ediant e la coacción. Ya no se condena a quienes han t rat ado de suicidarse; 274 se les encierra, y se les im pone un régim en que es, a la vez, un cast igo y un m edio de prevenir t oda nueva t ent at iva. Es a ellos a quienes se han aplicado, por prim era vez en el siglo XVI I I , los fam osos aparat os de coacción, que la época posit ivist a ut ilizará com o t erapéut ica: la j aula de m im bre, con una t apa abiert a para la cabeza, y en la cual est án liadas las m anos, 275 o " el arm ario" , que encierra al suj et o de pie hast a la alt ura del cuello, dej ando solam ent e libre la cabeza. 276 Así, el sacrilegio del suicida se encuent ra anexado al dom inio neut ro de la sinrazón. El sist em a de represión por el cual se le sanciona lo libera de t odo significado de profanación y, definiéndole com o conduct a m oral, lo llevará progresivam ent e a los lím it es de una psicología, pues corresponde sin duda a la cult ura occident al, en su evolución de los t res siglos últ im os, el haber fundado una ciencia del hom bre sobre la m oralización de lo que ant año fuera para ella lo sagrado. Dej em os de lado, por el m om ent o, el horizont e religioso de la bruj ería y su evolución en el curso de la época clásica. 277 Sólo en el nivel de los rit os y de las práct icas, t oda una m asa de gest os se encuent ra despoj ada de su sent ido y vacía de su cont enido: procedim ient os m ágicos, recet as de bruj ería benéfica o nociva, secret os de una alquim ia elem ent al que ha caído, poco a poco, en el dom inio público: t odo est o designa en adelant e una im piedad difusa, una falt a m oral y com o la posibilidad perm anent e de un desorden social. Los rigores de la legislación no se han at enuado apenas en el curso del siglo XVI I . Una ordenanza de 1628 aplicaba a t odos los adivinos y ast rólogos una m ult a de 500 libras, y un cast igo corporal. El edict o de 1682 es m ucho m ás t em ible: 278 " Toda persona que presum a de adivinar deberá abandonar inm ediat am ent e el Reino" ; t oda práct ica superst iciosa debe ser cast igada ej em plarm ent e " según la exigencia del caso" ; y " si se encont raran en el porvenir personas lo bast ant e m alvadas para aunar la superst ición a la im piedad y el sacrilegio... deseam os que quienes queden convict as de ello sean cast igadas con la m uert e" . Finalm ent e, esos cast igos serán aplicados a 273 " ... A m enos que haya ej ecut ado su designio y cum plido su volunt ad por la im paciencia de su dolor, por violent a enferm edad, por desesperación, o por furor que le haya asalt ado" ( Brun de la Rochet t e, loc. cit . ) . 274 Lo m ism o vale para los m uert os: " Ya no se arrast ra a aquellos que leyes inept as perseguían después de su m uert e. Por lo dem ás, era un espect áculo horrible y repugnant e que podía t ener consecuencias peligrosas para una ciudad llena de m uj eres encint as" ( Mercier, Tableau de Paris, 1783, I I I , p. 195) . 275 276 277 278 Cf. Heinrot h, Lehrbuch der St örungen des Seelenleben, 1818. Cf. Casper, Charakt erist ik der franzosischen Medizin, 1865. Reservam os ese problem a para un t rabaj o ult erior. Ciert o que ha sido prom ulgado después del asunt o de los venenos. t odos los que hayan ut ilizado prest igios y venenos " ya sea que la m uert e haya sobrevenido o no" . 279 Ahora bien, son caract eríst icos dos hechos: el prim ero, que las condenaciones por la práct ica de la bruj ería o las em presas m ágicas se hacen m uy raras a fines del siglo XVI I y después del episodio de los venenos; se señalan aún ciert os casos, sobre t odo en la provincia; pero m uy pront o, las severidades se aplacan. Ahora bien, no por ello desaparecen las práct icas condenadas; el Hôpit al Général y las casas de int ernam ient o reciben, en gran núm ero, gent es que se han dedicado a la hechicería, a la m agia, a la adivinación, a veces t am bién a la alquim ia. 280 Es com o si, por debaj o de una regla j urídica severa, se t ram aran poco a poco una práct ica y una conciencia social de un t ipo m uy dist int o, que perciben en esas conducías una significación t ot alm ent e dist int a. Ahora bien, cosa curiosa, est a significación que perm it e esquivar la ley y sus ant iguas severidades se encuent ra form ulada por el legislador m ism o en las consideraciones del edict o de 1682. El t ext o, en realidad, est á dirigido cont ra " aquellos que se dicen adivinos, m agos, encant adores" : pues habría sucedido que " baj o pret ext o de horóscopos y de adivinaciones y por m edio de prest igios de las operaciones de las pret endidas m agias, y de ot ras ilusiones de las que est a especie de gent es est á acost um brada a servirse, habrían sorprendido a diversas personas ignorant es o crédulas que, insensiblem ent e, se hubiesen aliado con ellos" . Y, un poco m ás lej os, el m ism o t ext o designa a aquellos que " baj o la vana profesión de adivinos, m agos, hechiceros y ot ros nom bres sim ilares, condenados por las leyes divinas y hum anas, corrom pen e infect an el espírit u de los pueblos por sus discursos y práct icas y por la profanación de lo que de m ás sant o t iene la religión" . 281 Concebida de est a m anera, la m agia se encuent ra vaciada de t odo su sacrilegio eficaz; ya no profana, sólo engaña. Su poder es de ilusión: en el doble sent ido de que carece de realidad, pero t am bién de que ciega a quienes no t ienen el espírit u rect o ni la volunt ad firm e. Si pert enece al dom inio del m al ya no es por lo que m anifiest a de poderes oscuros y t rascendent es en su acción, sino en la m edida en que ocupa un lugar en un sist em a de errores que t iene sus art esanos y sus engañados, sus ilusionist as y sus ingenuos. Puede ser vehículo de crím enes reales, 282 pero en sí m ism a ya no es ni gest o crim inal ni acción sacrílega. Liberada de sus poderes sagrados, ya no t iene m ás que int enciones m aléficas: una ilusión del espírit u al servicio de los desórdenes del 279 Delam are, Trait é de la police, I , p. 562. Algunos ej em plos. Hechicería: en 1706 se t ransfiere de la Bast illa a la Salpêt rière a la viuda de Mat t e " com o falsa hechicera, que apoyaba sus ridiculas adivinaciones con sacrilegios 280 abom inables" . Al año siguient e, cae enferm a, " y se espera que la m uert e pront o librará de ella al público" ( Ravaisson, Archives Bast ille, XI , p. 168) . Alquim ist as: " El Sr. Aulm ont el j oven ha llevado ( a la Bast illa) a la m uj er Lam y, que sólo hoy ha podido ser descubiert a, siendo part e de un asunt o de 5, 3 de los cuales ya han sido det enidos y enviados a Bicêt re y las m uj eres al Hospit al General por secret os de m et ales" ( Journal de Du Junca, cit ado por Ravaisson, XI , p. 165) ; o, aún, Marie Magnan, que t rabaj a " en dest ilaciones y congelaciones de m ercurio para producir oro" ( Salpêt rière, Archives préfect orales de Police. Br. 191) . Magos: la m uj er Mailly, enviada a la Salpêt rière por haber com puest o un filt ro de am or " para una m uj er viuda encaprichada en un j oven" ( Not es de R. d'Argenson, p. 88) . 281 Delam are, loc. cit ., p. 562. 282 " Por consecuencia funest a de com prom iso, quienes m ás se han abandonado a la conduct a de esos seduct ores se habrían llevado a est a ext rem idad crim inal de añadir el m aleficio y el veneno a las im piedades y a los sacrilegios" ( Delam are, ibid. ) . corazón. Ya no se la j uzga según sus prest igios de profanación, sino por lo que revela de sinrazón. Es ést e un cam bio im port ant e. Queda rot a la unidad que agrupaba ant es, sin discont inuidad, el sist em a de las práct icas, las creencias del que la ut ilizaba y el j uicio de quienes pronunciaban la condenación. En adelant e, exist irá el sist em a denunciado desde el ext erior com o conj unt o ilusorio; y, por ot ra parle, el sist em a vivido desde el int erior, por una adhesión que ya no es peripecia rit ual, sino acont ecim ient o y elección individual: sea error virt ualm ent e crim inal, sea crim en que se aprovecha volunt ariam ent e del error. Com o quiera que sea, la cadena de las figuras que aseguraba, en los m aleficios de la m agia, la t ransm isión inint errum pida del m al, se encuent ra rot a y com o repart ida ent re un m undo ext erior que perm anece vacío, o encerrado en la ilusión, y una conciencia cernida en la culpabilidad de sus int enciones. El m undo de las operaciones en que se afront aban peligrosam ent e lo sagrado y lo profano ha desaparecido; est á a punt o de nacer un punt o donde la eficacia sim bólica se ha reducido a im ágenes ilusorias que recubren m al la volunt ad culpable. Todos aquellos viej os rit os de la m agia, de la profanación, de la blasfem ia, t odas aquellas palabras en adelant e ineficaces, pasan de un dom inio de eficacia en que t om aban su sent ido, a un dom inio de ilusión en que pasan a ser insensat as y condenables al m ism o t iem po: el de la sinrazón. Llegará un día en que la profanación y t odos sus gest os t rágicos no t endrán m ás que el sent ido pat ológico de la obsesión. Se t iene ciert a t endencia a creer que los gest os de la m agia y las conduct as profanadoras se vuelven pat ológicas a part ir del m om ent o en que una cult ura dej a de reconocer su eficacia. De hecho, al m enos en la nuest ra, el paso a lo pat ológico no se ha operado de una m anera inm ediat a, sino m ediant e la t ransición de una época que ha neut ralizado su eficacia, haciendo culpable la creencia. La t ransform ación de las prohibiciones en neurosis pasa por una et apa en que la int eriorización se hace baj o las especies de una asignación m oral: condenación ét ica del error. Durant e t odo est e periodo, la m agia ya no se inscribe en el sist em a del m undo ent re las t écnicas y las art es del éxit o; pero aún no es, en las conduct as psicológicas del individuo, una com pensación im aginaria del fracaso. Se halla sit uada precisam ent e en el punt o en que el error se art icula sobre la falt a, en est a región, para nosot ros difícil de aprehender, de la sinrazón, pero respect o a la cual el clasicism o se había form ado una sensibilidad lo bast ant e fina para haber invent ado un m odo de reacción original: el int ernam ient o. Todos aquellos signos que, a part ir de la psiquiat ría del siglo XI X, habían de convert irse en los sínt om as inequívocos de la enferm edad, durant e dos siglos han perm anecido repart idos " ent re la im piedad y la ext ravagancia" , a m edio cam ino de lo profanador y de lo pat ológico: allí donde la sinrazón encuent ra sus dim ensiones propias. La obra de Bonavent ure Forcroy t uvo ciert a repercusión en los últ im os años del reinado de Luis XI V. En la época m ism a en que Bayle com ponía su Diccionario, Forcroy fue uno de los últ im os t est igos del libert inaj e erudit o, o uno de los prim eros filósofos, en el sent ido que dará a la palabra el siglo XVI I I . Escribió una vida de Apolonio de Tiana, dirigida com plet am ent e cont ra el m ilagro crist iano. Después, se dirigió a " los señores doct ores de la Sorbona" , en una m em oria que llevaba el t ít ulo de Dudas Sobre la Religión. Tales dudas eran 17; en la últ im a, Forcroy se int errogaba para saber si la ley nat ural no es " la única religión que sea verdadera" ; el filósofo de la nat uraleza es represent ado com o un segundo Sócrat es y ot ro Moisés, " un nuevo pat riarca reform ador del género hum ano, inst it ut or de una nueva religión" . 283 Sem ej ant e " libert inaj e" , en ot ras condiciones, lo hubiese m andado a la hoguera, siguiendo el ej em plo de Vanini, o a la Bast illa com o a t ant os aut ores de libros im píos del siglo XVI I I . Ahora bien, Forcroy no ha sido ni quem ado ni enviado a la Bast illa, sino int ernado seis años en Saint - Lazare y liberado, finalm ent e, con la orden de ret irarse a Noyon, de donde era originario. Su falt a no era del orden de la religión; no se le reprochaba haber escrit o un libro faccioso. Si se ha int ernado a Forcroy es porque se descifraba, en su obra, ot ra cosa: ciert o parent esco de la inm oralidad y del error. Que su obra fuera un at aque cont ra la religión revelaba un abandono m oral que no era ni la herej ía ni la incredulidad. El inform e redact ado por d'Argenson lo dice expresam ent e: el libert inaj e de su pensam ient o no es, en el caso de Forcroy, m ás que una form a derivada de una libert ad de cost um bres que no llega siem pre, si no a em plearse, por lo m enos a sat isfacerse: " A veces, se aburría solo, y en sus est udios form aba un sist em a de m oral y de religión, m ezcla de desenfreno y de m agia. " Y si se le encierra en Saint - Lazare y no en la Bast illa o en Vincennes, es para que él encuent re allí, en el rigor de una regla m oral que se le im pondrá, las condiciones que le perm it irán reconocer la verdad Al cabo de seis años, se encuent ra al fin un result ado; se le libera el m ism o día en que los sacerdot es de Saint - Lazare, sus ángeles guardianes, pueden aseguran que se ha m ost rado " bast ant e dócil y que se ha acercado a los sacram ent os" . 284 En la represión del pensam ient o y el cont rol de la expresión, el int ernam ient o no sólo es una variant e cóm oda de las condenaciones habit uales. Tiene un sent ido preciso, y debe desem peñar un papel bien part icular: el de hacer volver a la verdad por las vías de la coacción m oral. Y, por ello m ism o, designa una experiencia del error que debe ser com prendida, ant es que nada, com o ét ica. El libert inaj e ya no es un crim en; sigue siendo una falt a, o, m ás bien, se ha convert ido en falt a en un sent ido nuevo. Ant es, era incredulidad, o t ocaba la herej ía. Cuando se j uzgó a Font anier, a principios del siglo XVI I , acaso se haya m ost rado ciert a indulgencia hacia su pensam ient o dem asiado libre o sus cost um bres dem asiado libert inas; pero quien fue quem ado en la plaza de Grève fue el ant iguo reform ado que llegó a novicio ent re los capuchinos, que luego fue j udío, y finalm ent e, por lo que él aseguraba, m ahom et ano. 285 Ent onces, el desorden de la vida señalaba, t raicionaba la infidelidad religiosa, pero no era, ni por ella una razón de ser, ni cont ra ella el cargo principal. En la segunda m it ad del siglo XVI I se em pieza a denunciar una nueva relación en que la incredulidad no es m ás que una serie de licencias de 283 Un m anuscrit o de ese t ext o se encuent ra en la Bibliot hèque de l'Arsenal, m s. 10515. 55 B. N. Fonds Clairam bault , 986. 284 285 Cf. Frédéric Lachèvre, Mélanges, 1920, pp. 60- 81. la vida. Y en nom bre de ést a se pronunciará la condenación. Peligro m oral ant es que peligro para la religión. La creencia es un elem ent o del orden; con ese t ít ulo, hay que velar sobre ella. Para el at eo, o el im pío, en quienes se t em e la debilidad del sent im ient o, el desorden de la vida ant es que la fuerza de la incredulidad, el int ernam ient o desem peña la función de reform a m oral para una adhesión m ás fiel a la verdad. Hay t odo un lado, casi pedagógico, que hace de la casa de int ernam ient o una especie de m anicom io para la verdad: aplicar una coacción m oral t an rigurosa com o sea necesaria para que la luz result e inevit able: " Quisiera decir que no exist e Dios, a ver un hom bre sobrio, m oderado, cast o, equilibrado; hablaría al m enos sin int erés, pero est e hom bre no exist e. " 286 Durant e largo t iem po, hast a d'Holbach y Helvét ius, la época clásica est ará casi segura de que t al hom bre no exist e; durant e largo t iem po exist irá la convicción de que si se vuelve sobrio, m oderado y cast o aquel que afirm a que no hay Dios, perderá t odo el int erés que pueda t ener en hablar de ese m odo, y se verá reducido así a reconocer que hay un Dios. Es ést e uno de los principales significados del int ernam ient o. El uso que se hace de él revela un curioso m ovim ient o de ideas, por el cual ciert as form as de la libert ad de pensar, ciert os aspect os de la razón van a em parent arse con la sinrazón. A principios del siglo XVI I , el libert inaj e no era exclusivam ent e un racionalism o nacient e: asim ism o, era una inquiet ud ant e la presencia de la sinrazón en el int erior de la razón m ism a, un escept icism o cuyo punt o de aplicación no era el conocim ient o, en sus lím it es sino la razón ent era: " Toda nuest ra vida no es, propiam ent e hablando, m ás que una fábula, nuest ro conocim ient o, m ás que una necedad, nuest ra cert idum bre m ás que cuent os: en resum en, t odo ese m undo no es m ás que una farsa y una perpet ua com edia. " 287 No es posible est ablecer separación ent re el sent ido y la locura; aparecen en conj unt o, en una unidad indescifrable, donde indefinidam ent e pueden pasar el uno por la ot ra: " No hay nada t an frívolo que en alguna part e no pueda ser m uy im port ant e. No hay locura, siem pre que sea bien seguida, que no pase por sabiduría. " Pero est a t om a de conciencia de una razón ya com prom et ida no hace risible la búsqueda de un orden, pero de un orden m oral, de una m edida, de un equilibrio de las pasiones que asegure la dicha m ediant e la policía del corazón. Ahora bien, el siglo XVI I rom pe est a unidad, realizando la gran separación esencial de la razón y de la sinrazón, del cual sólo es expresión inst it ucional el int ernam ient o. El " libert inaj e" de principio de siglo, que vivía de la experiencia inquiet a de su proxim idad y a m enudo de su confusión, desaparece por el hecho m ism o; no subsist irá, hast a el fin del siglo XVI I I , m ás que baj o dos form as, aj ena la una a la ot ra: por una part e, un esfuerzo de la razón por form ularse en un racionalism o en que t oda sinrazón t om a los visos de lo irracional; y, por ot ra part e, una sinrazón del corazón que hace plegarse a su lógica irrazonable los discursos de la razón. Luces y libert inaj e se yuxt apusieron en el siglo XVI I I , pero sin confundirse. La separación sim bolizada por el int ernam ient o hacía difícil su com unicación. El libert inaj e, en la época en que t riunfaban las luces, ha llevado una exist encia oscura, t raicionada y acosada, casi inform ulable ant es de que Sade com pusiera Just ine, y sobre t odo Juliet t e, com o form idable libelo cont ra los " filósofos" y 286 287 La Bruyère, Caract ères, cap. XVI , part e I I , ed. Hachet t e, p. 322. La Mot he le Vayer, Dialogues d'Orasius Tubero, 1716, t . I , p. 5. com o expresión prim era de una experiencia que a lo largo de t odo el siglo XVI I I casi no había recibido ot ro est at ut o que el policíaco ent re los m uros del int ernam ient o. El libert inaj e ha pasado ahora al lado de la sinrazón. Fuera de ciert o uso superficial de la palabra, no hay en el siglo XVI I I una filosofía coherent e del libert inaj e; no se encuent ra el t érm ino, em pleado de m anera sist em át ica, m ás que en los regist ros del int ernam ient o. Lo que ent onces designa no es ni por com plet o el libre pensam ient o, ni exact am ent e la libert ad de cost um bres; por el cont rario, es un est ado de servidum bre en que la razón se hace esclava de los deseos y sirvient a del corazón. Nada est á m ás lej os de ese nuevo libert inaj e que el libre albedrío de una razón que exam ina; t odo habla allí, por el cont rario, de la servidum bre de la razón: a la carne, al dinero, a las pasiones; y cuando Sade, el prim ero en el siglo XVI I I , int ent ará crear una t eoría coherent e de ese libert inaj e cuya exist encia, hast a él, había perm anecido sem isecret a, es ent onces est a esclavit ud la que será exalt ada; el libert ino que ent ra en la Sociedad de Am igos del Crim en debe com prom et erse a com et er t odas las acciones " aun las m ás execrables... al m ás ligero deseo de sus pasiones" . 288 El libert ino debe colocarse en el cent ro m ism o de esas servidum bres; est á convencido de " que los hom bres no son libres, que, encadenados por las leyes de la nat uraleza, t odos son esclavos de esas leyes prim eras" . 289 El libert inaj e es en el siglo XVI I I el uso de la razón alienada en la sinrazón del corazón. 290 Y, en est a m ism a m edida, no hay paradoj a en colocar com o vecinos, t al com o lo ha hecho el int ernam ient o clásico, los " libert inos" y t odos los que profesan el error religioso: prot est ant es o invent ores de cualquier sist em a nuevo. Se les coloca en el m ism o régim en y se les t rat a de la m ism a m anera, pues, aquí y allá, el rechazo de la verdad procede del m ism o abandono m oral. ¿Era prot est ant e o libert ina aquella m uj er de Dieppe, de la que habla d'Argenson? " No puedo dudar de que est a m uj er, que se gloria de su t erquedad, no sea un suj et o m alvado. Pero com o t odos los hechos que se le reprochan casi no son suscept ibles de inst rucción j udicial, m e parecería m ás j ust o y convenient e encerrarla durant e algún t iem po en el Hôpit al Général, a fin de que pudiera encont rar allí el cast igo de sus falt as y el deseo de la conversión. " 291 Así, la sinrazón se anexa un dom inio nuevo: aquel en que la razón queda som et ida a los deseos del corazón, y su uso queda em parent ado con los desarreglos de la inm oralidad. Los libres discursos de la locura van a aparecer en la esclavit ud de las pasiones; y es allí, en est a asignación m oral, donde va a 288 Just ine, 1797, t . VI I , p. 37. I bid., p. 17. 290 Un ej em plo de int ernam ient o por libert inaj e nos lo ofrece el célebre caso del abad de Mont crif: " Es m uy sunt uoso en carroza, caballos, com idas, billet es de lot ería, edificios, lo que le ha hecho cont raer deudas por 70 m il libras... le gust a m ucho el confesionario, y apasionadam ent e la dirección de las m uj eres, hast a el punt o de despert ar sospechas ent re algunos m aridos. Es el hom bre m ás pleit ist a, y t iene varios procuradores en los t ribunales... Desgraciadam ent e, est o es dem asiado ya para m anifest ar la pert urbación general de su espírit u, y que t iene el cerebro t ot alm ent e nublado" ( Arsenal, m s. 11811. Cf. igualm ent e 11498, 11537, 11765, 12010, 12499) . 291 Arsenal, m s. 12692. 289 nacer el gran t em a de una locura que no seguirá el libre cam ino de sus fant asías, sino la línea de coacción del corazón, de las pasiones y, finalm ent e, de la nat uraleza hum ana. Durant e largo t iem po, el insensat o había m ost rado las m arcas de lo inhum ano; se descubre ahora una sinrazón dem asiado próxim a al hom bre, dem asiado fiel a las det erm inaciones de su nat uraleza, una sinrazón que sería com o el abandono del hom bre a sí m ism o. Tiende, subrept iciam ent e, a devenir lo que será para el evolucionism o del siglo XI X es decir, la verdad del hom bre, pero vist a del lado de sus afecciones, de sus deseos, de las form as m ás vulgares y m ás t iránicas de su nat uraleza. Se ha inscrit o en esas regiones oscuras, donde la conduct a m oral aún no puede dirigir al hom bre hacia la verdad. Así se abre la posibilidad de cernir la sinrazón en las form as de un det erm inism o nat ural. Pero no debe olvidarse que est a posibilidad ha t om ado su sent ido inicial en una condenación ét ica del libert inaj e y en est a ext raña evolución que ha hecho de ciert a libert ad del pensam ient o un m odelo, una prim era experiencia de la alienación del espírit u. Ext raña es la superficie que m uest ra las m edidas del int ernam ient o. Enferm os venéreos, degenerados, disipadores, hom osexuales, blasfem os, alquim ist as, libert inos: t oda una población abigarrada se encuent ra de golpe, en la segunda m it ad del siglo XVI I , rechazada m ás allá de la línea divisoria, y recluida en asilos que habían de convert irse, después de uno o dos siglos, en cam pos cerrados de la locura. Bruscam ent e, se abre y se delim it a un espacio social: no es com plet am ent e el de la m iseria, aunque haya nacido de la gran inquiet ud causada por la pobreza, ni exact am ent e el de la enferm edad, y sin em bargo un día será confiscado por ella. Ant es bien, rem it e a una sensibilidad singular, propia de la época clásica. No se t rat a de un gest o negat ivo de apart ar, sino de t odo un conj unt o de operaciones que elaboran en sordina durant e un siglo y m edio el dom inio de experiencia en que la locura va a reconocerse, ant es de t om ar posesión de él. De unidad inst it ucional, el int ernam ient o casi no t iene nada, apart e de la que puede darle su caráct er de " policía" . De coherencia m édica, o psicológica, o psiquiát rica, es claro que no t iene m ás, si al m enos se consient e en ver las cosas sin anacronism o. Y sin em bargo el int ernam ient o no puede ident ificarse con lo arbit rario m ás que a los oj os de una crít ica polít ica. De hecho, t odas las operaciones diversas que desplazan los lím it es de la m oral, est ablecen prohibiciones nuevas, at enúan las condenas o est rechan los lím it es del escándalo, t odas esas operaciones sin duda son fieles a una coherencia im plícit a, coherencia que no es ni la de un derecho ni la de una ciencia: la coherencia m ás secret a de una percepción. Lo que el int ernam ient o y sus práct icas m óviles esbozan com o en una línea punt eada sobre la superficie de las inst it uciones, es lo que la época clásica percibe de la sinrazón. La Edad Media, el Renacim ient o habían sent ido en t odos los punt os de fragilidad del m undo la am enaza del insensat o; la habían t em ido e invocado baj o la t enue superficie de las apariencias; había rondado sus at ardeceres y sus noches, le habían at ribuido t odos los best iarios y t odos los Apocalipsis de su im aginación. Pero, de t an present e y aprem iant e, el m undo del insensat o era aún m ás difícilm ent e percibido; era sent ido, aprehendido, reconocido, desde ant es de est ar present e; era soñado y prolongado indefinidam ent e en los paisaj es de la represent ación. Sent ir su presencia t an cercana no era percibir; era ciert a m anera de sent ir el m undo en conj unt o, ciert a t onalidad dada a t oda percepción. El int ernam ient o apart a la sinrazón, la aísla de esos paisaj es en los cuales siem pre est aba present e y, al m ism o t iem po, era esquivada. La libra así de esos equívocos abst ract os que, hast a Mont aigne, hast a el libert inaj e erudit o, la im plicaban necesariam ent e en el j uego de la razón. Por ese solo m ovim ient o del int ernam ient o, la sinrazón se encuent ra liberada: libre de los paisaj es donde siem pre est aba present e; y, por consiguient e, la t enem os ya localizada; pero liberada t am bién de sus am bigüedades dialéct icas y, en est a m edida, cernida en su presencia concret a. Se t iene ya la perspect iva necesaria para convert irla en obj et o de percepción. Pero, ¿en qué horizont e es percibida? Evident em ent e, en el de la realidad social. A part ir del siglo XVI I , la sinrazón ya no es la gran obsesión del m undo. Tam bién dej a de ser la dim ensión nat ural de las avent uras de la razón. Tom a el aspect o de un hecho hum ano, de una variedad espont ánea en el cam po de las especies sociales. Lo que ant es era inevit able peligro de las cosas y del lenguaj e del hom bre, de su razón y de su t ierra, t om a hoy el aspect o de un personaj e. O, m ej or dicho, de personaj es. Los hom bres de sinrazón son t ipos que la sociedad reconoce y aísla: el depravado, el disipador, el hom osexual, el m ago, el suicida, el libert ino. La sinrazón em pieza a m edirse según ciert o apart am ient o de la norm a social. Pero ¿no había t am bién personaj es en la Nave de los Locos? Y esa gran em barcación que present aban los t ext os y la iconografía del siglo XV, ¿no es la prefiguración sim bólica del encierro? La razón, ¿no es la m ism a, aun cuando la sanción sea dist int a? De hecho, la St ult ifera Navis no lleva a bordo m ás que personaj es abst ract os, t ipos m orales; el goloso, el sensual, el im pío, el orgulloso. Y si se les había m et ido, por la fuerza, ent re esa t ripulación insensat a, para una t ravesía sin puert o, fue porque habían sido designados por una conciencia del m al baj o su form a universal. A part ir del siglo XVI I , por el cont rario, el hom bre irrazonable es un personaj e concret o, t om ado del m undo social verdadero, j uzgado y condenado por la sociedad de la que form a part e. He ahí, pues, el punt o esencial: que la locura haya sido bruscam ent e invest ida en un m undo social, donde encuent ra ahora su lugar privilegiado y casi exclusivo de aparición; que se le haya at ribuido, casi de la m añana a la noche ( en m enos de 50 años en t oda Europa) , un dom inio lim it ado donde cualquiera puede reconocerla y denunciarla, a ella, a la que se ha vist o rondar por t odos los confines, habit ar subrept iciam ent e los lugares m ás fam iliares; que, en adelant e, en cada uno de los personaj es en que encarna, se pueda exorcizarla de golpe, por m edida de orden y precaución de policía. Eso es t odo lo que puede servir para designar, en prim er enfoque, la experiencia clásica de la sinrazón. Sería absurdo buscar su causa en el int ernam ient o, puest o que, j ust am ent e, es él, con ext rañas m odalidades, el que señala est as experiencias com o si est uvieran const it uyéndose. Para que los hom bres irrazonables puedan ser denunciados com o ext ranj eros en su propia pat ria, es necesario que se haya efect uado est a prim era alienación, que arranca la sinrazón a su verdad y la confina en el solo espacio del m undo social. En el fondo de t odas esas oscuras alienaciones en que dej am os penet rar nuest ra idea de la locura, al m enos hay ést a: en est a sociedad que un día había de designar a esos locos com o " alienados" , es en ella, inicialm ent e, donde se ha alienado la sinrazón; es en ella donde se encuent ra exiliada, y donde ha caído en el silencio. Alienación: est a palabra, aquí al m enos, no quisiera ser t ot alm ent e m et afórica. I nt ent a, en t odo caso, aquel m ovim ient o por el cual la sinrazón ha dej ado de ser experiencia en la avent ura de t oda razón hum ana, y por el cual se ha encont rado rodeada y com o encerrada en una casi- obj et ividad. Ent onces, ya no puede seguir anim ando la vida secret a del espírit u, ni acom pañarlo con su const ant e am enaza. Ha sido puest a a dist ancia, a una dist ancia que no es t an sólo sim bolizada, sino realm ent e asegurada en la superficie del espacio social, por los m uros de las casas de int ernam ient o. Es que est a dist ancia, j ust am ent e, no es una liberación por el saber, puest a de m anifiest o, ni apert ura pura y sim ple de las vías del conocim ient o. Se inst aura en un m ovim ient o de proscripción que recuerda, que incluso reit era aquel por el cual fueron arroj ados los leprosos de la com unidad m edieval. Pero los leprosos eran port adores del blasón visible de su m al; los nuevos proscrit os de la época clásica llevan los est igm as m ás secret os de la sinrazón. Si bien es ciert o que el int ernam ient o circunscrit o le da una obj et ividad posible, en un dom inio ya est á afect ado por los valores negat ivos de la proscripción. La obj et ividad se ka convert ido en pat ria de la sinrazón, pero com o un cast igo. En cuant o a quienes profesan que la locura no ha quedado baj o la m irada serenam ent e cient ífica del psiquiat ra, que una vez liberada de las viej as part icipaciones religiosas y ét icas en que la había encerrado la Edad Media, no hay que dej ar de hacerles volver a ese m om ent o en que la sinrazón ha t om ado sus m edidas de obj et o, part iendo hacia ese exilio en que, durant e siglos, ha perm anecido m uda; no hay que dej ar de ponerles ant e los oj os est a falt a original, y hacer revivir para ellos la oscura condenación que, sólo ella, les ha perm it ido art icular, sobre la sinrazón, finalm ent e reducida al silencio, discursos cuya neut ralidad est á de acuerdo con la m edida de su capacidad de olvido. ¿No es im port ant e para nuest ra cult ura que la sinrazón no haya podido convert irse allí en obj et o de conocim ient o m ás que en la m edida en que, ant es, había sido obj et o de excom unión? Hay m ás aún: si not ifica el m ovim ient o por el cual la razón escoge un bando por relación con la sinrazón, librándose de su ant iguo parent esco con ella, el int ernam ient o m anifiest a t am bién el som et im ient o de la sinrazón a t odo lo que no sea t om a de conocim ient o. La som et e a t oda una red de com plicidades oscuras. Est e som et im ient o dará lent am ent e a la sinrazón el rost ro concret o e infinit am ent e cóm plice de la locura t al com o lo conocem os hoy en nuest ra experiencia. Ent re las paredes del int ernam ient o se encont raban, j unt os, enferm os venéreos, degenerados, " pret endidas bruj as" , alquim ist as, libert inos... y t am bién, com o vam os a ver, insensat os. Se anudan parent escos; se est ablecen com unicaciones y, a los oj os de aquellos para quienes la sinrazón est á volviéndose obj et o, se encuent ra así delim it ado un cam po casi hom ogéneo. De la culpabilidad y del pat et ism o sexual a los ant iguos rit uales obsesivos de la invocación y de la m agia, a los prest igios y los delirios de la ley del corazón, se est ablece una red subt erránea que echa com o los fundam ent os secret os de nuest ra m oderna experiencia de la locura. En ese dom inio así est ruct urado, va a colocarse el m arbet e de la sinrazón: " Para int ernarse" . Est a sinrazón, de la cual el pensam ient o del siglo XVI había hecho el punt o dialéct ico de inversión de la razón en el encam inam ient o de su discurso, recibe, así, un cont enido secret o. Se encuent ra liada a t odo un reaj ust e ét ico en que se t rat a del sent ido de la sexualidad, de la separación del am or, de la profanación y de los lím it es de lo sagrado, de la pert enencia de la verdad a la m oral. Todas esas experiencias, de horizont es t an diversos, com ponen en su profundidad el gest o m uy sencillo del int ernam ient o; en ciert o sent ido, no es m ás que el fenóm eno superficial de un sist em a de operaciones subt erráneas que indican, t odas, la m ism a orient ación: suscit ar en el m undo ét ico un repart o uniform e hast a ent onces desconocido. Puede decirse, de m anera aproxim ada, que hast a el Renacim ient o, el m undo ét ico, m ás allá de la separación ent re el Bien y el Mal, aseguraba su equilibrio en una unidad t rágica, que era la del dest ino o de la providencia y de la predilección divina. Est a unidad va a desaparecer ahora, disociada por la separación decisiva de la razón y de la sinrazón. Com ienza una crisis del m undo ét ico, que reproduce la gran lucha del Bien y del Mal por el conflict o irreconciliable de la razón y de la sinrazón, m ult iplicando así las figuras del desgarram ient o: Sade y Niet zsche al m enos prest arán t est im onio. Toda una m it ad del m undo ét ico versa así sobre el dom inio de la sinrazón, aport ándole un inm enso cont enido secret o de erot ism o, de profanaciones, de rit os y de m agias, de saberes ilum inados, invest idos secret am ent e por las leyes del corazón. En el m om ent o m ism o en que se libera lo bast ant e para ser obj et o de percepción, la sinrazón se halla presa en t odo ese sist em a de servidum bres concret as. Son esas servidum bres, sin duda, las que explican la ext raña fidelidad t em poral de la locura. Hay gest os obsesivos que hacen sonar, aún en nuest ros días, com o ant iguos rit os m ágicos, conj unt os delirant es colocados baj o la m ism a luz que viej as ilum inaciones religiosas; en una cult ura de la que ha desaparecido desde hace t ant o t iem po la presencia de lo sagrado, se encuent ra a veces un encarnizam ient o m orboso en profanar. Est a persist encia parece int errogarnos sobre la oscura m em oria que acom paña a la locura, que condena sus invenciones a no ser m ás que ret ornos, y que la designa a m enudo com o la arqueología espont ánea de las cult uras. La sinrazón será la gran m em oria de los pueblos, su m ayor fidelidad al pasado; en ella, la hist oria será para los pueblos indefinidam ent e cont em poránea. No hay m ás que invent ar el elem ent o universal de esas persist encias. Pero eso es dej arse llevar por los prest igios de la ident idad; de hecho, la cont inuidad no es m ás que el fenóm eno de una discont inuidad. Si esas conduct as arcaicas han podido m ant enerse, es en la m edida m ism a en que han sido alt eradas. Sólo es un problem a de reaparición para una m irada ret rospect iva. Al seguir la t ram a m ism a de la hist oria, se com prende que, ant es bien, se t rat a de un problem a de t ransform ación del cam po de la experiencia. Esas conduct as han sido elim inadas, pero no en el sent ido de que hayan desaparecido; en cam bio, porque han const it uido un dom inio de exilio y de elección a la vez; no han abandonado el suelo de la experiencia cot idiana m ás que para verse int egradas en el cam po de la sinrazón, de la que se han deslizado, poco a poco, a la esfera de pert enencia de la enferm edad. No es a las propiedades de un inconscient e colect ivo a las que hay que pedir cuent as de est a supervivencia, sino a las est ruct uras de ese dom inio de experiencia que const it uye la sinrazón, y a los cam bios que han podido int ervenir en él. Así, la sinrazón aparece con t odos los significados que el clasicism o ha anudado en ella, com o un cam po de experiencia, dem asiado secret o sin duda para haber sido form ulado j am ás en t érm inos claros, dem asiado réprobo t am bién, desde el Renacim ient o hast a la Época Moderna, para haber recibido derecho de expresión; m as, em pero, lo bast ant e im port ant e para haber sost enido no sólo una inst it ución com o el int ernam ient o, no sólo las concepciones y las práct icas que t ocan a la locura, sino t odo un reaj ust e del m undo ét ico. A part ir de él hay que com prender al personaj e del loco t al com o aparece en la época clásica, y la m anera en que se const it uye lo que el siglo XI X creerá reconocer, ent re las verdades inm em oriales de su posit ivism o, com o la alienación m ent al. En él, la locura, de la que el Renacim ient o había hecho experim ent os t an diversos, al punt o de haber sido, sim ult áneam ent e, no sabiduría, desorden del m undo, am enaza escat ológica y enferm edad, encuent ra su equilibrio y prepara est a unidad que lo ent regará a los avances, acaso ilusorios, del conocim ient o posit ivo; encont rará de est a m anera, pero por las vías de una int erpret ación m oral, est a perspect iva que aut oriza el saber obj et ivo, est a culpabilidad que explica la caída en la nat uraleza, est a condenación m oral que designa el det erm inism o del corazón, de sus deseos y de sus pasiones. Anexando al dom inio de la sinrazón, al lado de la locura, las prohibiciones sexuales, las religiosas, las libert ades del pensam ient o y del corazón, el clasicism o form aba una experiencia m oral de la sinrazón que, en el fondo, sirve de base a nuest ro conocim ient o " cient ífico" de la enferm edad m ent al. Mediant e est a perspect iva, m ediant e est a desacralización, llega a una apariencia de neut ralidad ya com prom et ida, puest o que no se llega a ella m ás que con el propósit o inicial de una condenación. Pero est a unidad nueva no sólo es decisiva para el avance del conocim ient o; t am bién t uvo su im port ancia en la m edida en que ha const it uido la im agen de una ciert a " exist encia de sinrazón" que, del lado del cast igo, t enía un correlat ivo en lo que se podría llam ar " la exist encia correccional" . La práct ica del int ernam ient o y la exist encia del hom bre a quien va a int ernarse no son apenas separables. Se llam an la una a la ot ra por una especie de fascinación recíproca que suscit a el m ovim ient o propio de la exist encia correccional: es decir, ciert o est ilo que se t iene ya ant es del int ernam ient o, y que, finalm ent e, lo hace necesario. No es t an sólo la exist encia de crim inales, ni la de enferm os; pero, así com o sucede al hom bre m oderno que huye hacia la crim inalidad, o que se refugia en la neurosis, es probable que est a exist encia de sinrazón sancionada por el int ernam ient o haya ej ercido sobre el hom bre clásico un poder de fascinación; y es ella, sin duda, la que percibim os vagam ent e en est a especie de fisonom ía com ún que habrá de reconocer en los rost ros de t odos los int ernados, de t odos aquellos que han sido encerrados " por el desorden de sus cost um bres y de su espírit u" , com o dicen los t ext os, en enigm át ica confusión. Nuest ro saber posit ivo nos dej a desarm ados e incapaces de decidir si se t rat a de víct im as o de enferm os, de crim inales o de locos: provenían t odos de una m ism a form a de exist encia que podía conducir, event ualm ent e, a la enferm edad o al crim en, pero que no les correspondía de principio. De est a exist encia surgían, indiferent em ent e, los libert inos, los degenerados, los disipadores, los blasfem os, los locos; en ellos sólo había una ciert a m anera, caract eríst ica de ellos y variada según cada individuo, de m odelar una experiencia com ún: la que consist e en experim ent ar la sinrazón. 292 Nosot ros los m odernos com enzam os a darnos cuent a de que, baj o la locura, baj o la neurosis, baj o el crim en, baj o las inadapt aciones sociales, corre una especie de experiencia com ún de la angust ia. Quizá para el m undo clásico había t am bién en la econom ía del m al una experiencia general de la sinrazón. Y, en ese caso, será ella el horizont e de lo que fue la locura durant e los cient o cincuent a años que separan el gran Encierro de la " liberación" de Pinel y de Tuke. En t odo caso, es de est a liberación de donde dat a el m om ent o en que el hom bre europeo dej a de experim ent ar y de com prender lo que es la sinrazón, que es t am bién la época en que no aprehende ya la evidencia de las leyes del encierro. Est e inst ant e est á sim bolizado por un ext raño encuent ro: el del único hom bre que haya form ulado la t eoría de esas exist encias de sinrazón y de uno de los prim eros hom bres que hayan t rat ado de hacer una ciencia posit iva de la locura, es decir, procurar hacer callar los propósit os de la sinrazón para 110 escuchar m ás que las voces pat ológicas de la locura. Est a confront ación se produce, al principio m ism o del siglo XI X, cuando RoyerCollard t rat a de expulsar a Sade de aquella casa de Charent on donde t enía la int ención de hacer un hospit al. Él, el filánt ropo de la locura, t rat a de prot egerla de la presencia de la sinrazón, pues bien se da cuent a de que est a exist encia, t an norm alm ent e int ernada en el siglo XVI I I , ya no t iene lugar en el asilo del siglo XI X; exige la prisión. " Exist e en Charent on" escribe a Fouché, el 1º de agost o de 1808, " un hom bre cuya audaz inm oralidad lo ha hecho dem asiado célebre, y cuya presencia en est e hospicio ent raña los inconvenient es m ás graves. Est oy hablando del aut or de la infam e novela de Just ine. Est e hom bre no es un alienado. Su único delirio es el del vicio, y no es en una casa consagrada al t rat am ient o m édico de la alienación donde puede ser reprim ida est a especie de vicio. Es necesario que el individuo que la padece quede som et ido al encierro m ás severo" . Royer- Collard ya no com prende la exist encia correccional. Busca su sent ido del lado de la enferm edad, y no lo encuent ra; la rem it e al m al en est ado puro, un m al, sin ot ra razón que su propia sinrazón: " Delirio del vicio" . El día de la cart a a Fouché, la sinrazón clásica se ha cerrado sobre su propio enigm a; su ext raña unidad que agrupaba t ant os rost ros diversos se ha perdido definit ivam ent e para nosot ros. 292 Se podrían describir las lineas generales de la exist encia correccionaria según vidas com o la de Henri- Louis de Lom énie ( cf. Jacobe, Un int ernem ent sous le grand roi, Paris, 1929) , o del abad Blache cuyo expedient e se encuent ra en Arsenal, m s. 10526; cf. 10588, 10592, 10599, 10614. I V. EXPERI ENCI AS DE LA LOCURA Desde la creación del Hospit al General, desde la apert ura, en Alem ania y en I nglat erra, de las prim eras casas correccionales, y hast a el fin del siglo XVI I I , la época clásica pract ica el encierro. Encierra a los depravados, a los padres disipadores, a los hij os pródigos, a los blasfem os, a los hom bres que " t rat an de deshacerse" , a los libert inos. Y, a t ravés de t ant os acercam ient os y de esas ext rañas com plicidades, diseña el perfil de su propia experiencia de la sinrazón. Pero en cada una de esas ciudades se encuent ra, adem ás, t oda una población de locos. La décim a part e aproxim adam ent e de las det enciones que se efect úan en París para el Hospit al General es de " insensat os" , hom bres " dem ent es" , gent es de " espírit u alienado" , " personas que se han vuelt o t ot alm ent e locas" . 293 Ent re ellos y los ot ros, ni el m enor signo de una diferencia. Al seguir el hilo de los regist ros diríase que una m ism a sensibilidad los adviert e, que un m ism o gest o los apart a. Dej em os a las arqueologías m édicas el afán de det erm inar si est uvo enferm o o no, si fue alienado o crim inal, t al hom bre que ha ent rado en el hospit al por " la degeneración de sus cost um bres" , o t al ot ro que ha " m alt rat ado a su m uj er" , e int ent ado varias veces deshacerse de ella. Para plant ear est e problem a hay que acept ar t odas las deform aciones que im pone nuest ra oj eada ret rospect iva. Nos gust a creer que por haber desconocido la nat uraleza de la locura, perm aneciendo ciegos ant e sus signos posit ivos, se le han aplicado las form as m ás generales, las m ás indiferenciadas del int ernam ient o. Y por ello m ism o nos im pedim os ver lo que est e " desconocim ient o" —o al m enos lo que com o t al pasa para nosot ros— t iene en realidad de conciencia explícit a. Pues el problem a real consist e precisam ent e en det erm inar el cont enido de ese j uicio que, sin est ablecer nuest ras dist inciones, expat ria de la m ism a m anera a aquellos que nosot ros hubiésem os cuidado, y a aquellos a quienes nos habría gust ado condenar. No se t rat a de reparar el error que ha aut orizado sem ej ant e confusión, sino de seguir la cont inuidad que ha rot o ahora nuest ra m anera de j uzgar. Al cabo de cincuent a años de encierro, se ha creído percibir que, ent re esos rost ros prisioneros, había gest os singulares, grit os que invocaban ot ra cólera y apelaban a ot ra violencia. Pero durant e t oda la época clásica no hay m ás que un int ernam ient o: en t odas esas m edidas t om adas, y de un ext rem o a ot ro, se ocult a una experiencia hom ogénea. Una palabra la señala —casi la sim boliza—, una de las m ás frecuent es que hay oport unidad de encont rar en los libros del int ernado: la de " furiosos" . El " furor" , ya lo verem os, es un t érm ino t écnico de la j urisprudencia y de la m edicina; designa m uy precisam ent e una de las form as de la locura. Pero en el vocabulario del int ernado, dice, al m ism o t iem po, m ucho m ás y m ucho m enos; hace alusión a t odas las form as de violencia que est án m ás allá de la definición rigurosa del crim en, y de su asignación j urídica: a donde apunt a es a una 293 Es la proporción que com o bast ant e regularm ent e, se encuent ra desde fines del siglo XVI I , hast a m ediados del siglo XVI I I . Según los cuadros de las órdenes del rey para encarcelam ient o en el Hospit al General. especie de región indiferenciada del desorden, desorden de la conduct a y del corazón, desorden de las cost um bres y del espírit u, t odo el dom inio oscuro de una rabia am enazant e que parece al abrigo de t oda condenación posible. Noción confusa para nosot ros, quizá, pero suficient em ent e clara ent onces para dict ar el im perat ivo policíaco y m oral del int ernam ient o. Encerrar a alguien diciendo de él que es " furioso" , sin t ener que precisar si es enferm o o crim inal: he allí uno de los poderes que la razón clásica se ha dado a sí m ism a, en la experiencia que ha t enido de la sinrazón. Ese poder t iene un sent ido posit ivo: cuando los siglos XVI I y XVI I I encierran la locura, con idént icos t ít ulos que la depravación o el libert inaj e, lo esencial no es allí que la desconozcan com o enferm edad, sino que la perciben baj o ot ro cielo. Sin em bargo, sería peligroso sim plificar. El m undo de la locura no era uniform e en la época clásica. No sería falso, pero sí parcial, pret ender que los locos eran t rat ados pura y sim plem ent e com o prisioneros de la policía. Algunos t ienen un est at ut o especial. En París, un hospit al se reserva el derecho de t rat ar a los pobres que han perdido la razón. Mient ras haya esperanzas de curar a un alienado, puede ser recibido en el Hôt el- Dieu. Allí, se le aplican los rem edios habit uales: sangría, purgas y, en ciert os casos, vej igat orios y baños. 294 Era una ant igua t radición puest o que, ya en la Edad Media, en ese m ism o Hôt el- Dieu se habían reservado lugares para los locos. Los " fant ást icos y frenét icos" eran encerrados en especies de lit eras cerradas sobre cuyas paredes se habían pract icado " dos vent anas para ver y dar" . 295 Al final del siglo XVI I I , cuando Tenón redact a sus Mem orias Sobre los Hospit ales de París, se había agrupado a los locos en dos salas: la de los hom bres, la sala San Luis, com prendía dos lechos de un lugar y 10 que podían recibir sim ult áneam ent e a cuat ro personas. Ant e ese horm igueo hum ano, Tenón se inquiet a ( es la época en que la im aginación m édica ha at ribuido al calor poderes m aléficos, at ribuyendo, por el cont rario, valores física y m oralm ent e curat ivos a la frescura, al aire libre, a la pureza de los cam pos) : " ¿cóm o procurarse aire fresco en lechos en que se acuest an t res o cuat ro locos que se oprim en, se agit an, se bat en" ... ?296 Para las m uj eres, no es una sala propiam ent e dicha la que ha sido reservada; en la gran cám ara de las afiebradas se ha levant ado un delgado m uro, y ese reduct o agrupa seis grandes cam as de cuat ro lugares, y ocho pequeñas. Pero si, al cabo de algunas sem anas, no se ha logrado vencer el m al, los hom bres son dirigidos hacia Bicêt re, y las m uj eres hacia la Salpêt rière. En t ot al, para el conj unt o de la población de París y de sus alrededores, se t ienen, pues, 74 plazas para los locos que van a ser at endidos, 74 lugares que const it uyen la ant ecám ara ant es de un int ernam ient o que significa, j ust am ent e, la caída fuera de un m undo de la enferm edad, de los rem edios y de la event ual curación. I gualm ent e en Londres, Bedlam es reservado a los llam ados " lunát icos" . El 294 Cf. Fosseyeux, L'Hôt el- Dieu de Paris au XV1I E siècle et au XVI I I E siècle, París, 1912. Se le encuent ra m encionado en la cont abilidad. " Por haber hecho los fondos de una lit era cerrada, la est ruct ura de dicha lit era, y por haber abiert o 2 vent anas en t al lit era para ver y recibir, XI I , sp. " Cuent as del Hôt el- Dieu, XX, 346. En Coyecque, L'Hôt el- Dieu de París, p. 209, not a I . 296 Tenon, Mém oires sur les hôpit aux de Paris, 4ª m em oria. Paris, 1788, p. 215. 295 hospit al había sido fundado a m ediados del siglo XI I I y, ya en 1403, t enía allí la presencia de seis alienados que se m ant enían con cadenas y hierros; en 1598, hay veint e. Cuando las am pliaciones de 1642, se const ruyen doce cám aras nuevas, ocho de ellas expresam ent e dest inadas a los insensat os. Después de la reconst rucción de 1676, el hospit al puede cont ener ent re 120 y 150 personas. Ahora est á reservado a los locos: de ello t est im onian las dos est at uas de Gibber. 297 No se acept an allí lunát icos " considerados com o incurables" , 298 y est o hast a 1773, cuando para ello se const ruirán, en el int erior m ism o del hospit al, dos edificios especiales. Los int ernados reciben cuidados regulares o, m ás exact am ent e, de t em porada. Las grandes m edicaciones sólo son aplicadas una vez al año, y para t odos a la vez, durant e la prim avera. T. Monro, que era m édico de Bedlam desde 1783, ha est ablecido los grandes lineam ient os de su práct ica en el Com it é de Averiguación de los Com unes: " Los enferm os deben ser sangrados a m ás t ardar a fines del m es de m ayo, según el t iem po; después de la sangría, deben t om ar vom it ivos una vez por sem ana, durant e ciert o núm ero de sem anas. Después los purgam os. Ello se pract icó durant e años ant es de m i época, y m e fue t ransm it ido por m i padre; no conozco práct ica m ej or. " 299 Falso sería considerar que el int ernam ient o de los insensat os en los siglos XVI I y XVI I I era una m edida de policía que no present ara problem as, o que m anifest ara por lo m enos una insensibilidad uniform e al caráct er pat ológico de la alienación. Aun en la práct ica m onót ona del int ernam ient o, la locura t iene una función variada. Se encuent ra ya en falso en el int erior de ese m undo de la sinrazón que la envuelve en sus m uros y la obsesiona con su universalidad; pues si bien es ciert o que, en ciert os hospit ales, los locos t ienen un lugar reservado que les asegura un est at ut o casi m édico, la m ayor part e de ellos reside en casas de int ernam ient o, y lleva allí una exist encia parecida a la de los det enidos. Por rudim ent arios que sean los cuidados m édicos adm inist rados a los insensat os del Hôt el- Dieu o de Bedlam , son, sin em bargo, la razón de ser o al m enos la j ust ificación de su presencia en esos hospit ales. En cam bio, no se t rat a de ello en los diferent es edificios del Hospit al General. Los reglam ent os habían previst o un solo m édico que debía residir en la Piedad, con la obligación de visit ar dos veces por sem ana cada una de las casas del Hospit al. 300 No podía t rat arse m ás que de un cont rol m édico a dist ancia, no dest inado a cuidar a los int ernados com o t ales, sino sólo a los que caían enferm os: prueba suficient e de que los locos int ernados no eran considerados com o enferm os por el solo hecho de su locura. En su Ensayo sobre la t opografía física y m édica de París, 297 D. H. Tuke, Chapt ers on t hé hist ory of t hé insane, Londres, 1882, p. 67. En un aviso de 1675, los direct ores de Bet hléem piden que no se confundan " los enferm os guardados en el hospit al para ser curados" y quienes no son m ás que " m endigos y vagabundos" . 299 D. H. Tuke, ibid., pp. 79- 80. 300 El prim ero de esos m édicos fue Raym ond Finot ; después Ferm elhuis, hast a 1725; después, l'Epy ( 1725- 1762) , Gaulard ( 1762- 1782) ; finalm ent e, Philip ( 1782- 1792) . En el curso del siglo 298 XVI I I fueron ayudados por asist ent es. Cf. Delaunay, Le Monde m édical parisien au XVI I I E siècle, pp. 72- 73. En Bicêt re, a fines del siglo XVI I I había un ciruj ano que est aba obt eniendo m aest ría con sus visit as a la enferm ería diariam ent e, con dos com pañeros y algunos discípulos. ( Mém oires de P. Richard, m s. de la Bibliot hèque de la Ville de Paris, fº 23. ) que dat a de fines del siglo XVI I I , Audin Rouvière explica cóm o " la epilepsia, los hum ores fríos, la parálisis, dan ent rada en la casa de Bicêt re; pero... su curación no se int ent a con ningún rem edio... así, un niño de diez a doce años, adm it ido en est a casa, a m enudo por convulsiones nerviosas consideradas epilépt icas, cont rae, en m edio de verdaderos epilépt icos, la enferm edad que no padece, y no t iene, en la larga carrera de que su edad le ofrece la perspect iva, ot ra esperanza de curación que los esfuerzos, rara vez com plet os, de la nat uraleza" . En cuant o a los locos " son j uzgados incurables cuando llegan a Bicêt re y no reciben ningún t rat am ient o... pese a la nulidad del t rat am ient o para los locos... varios ent re ellos recobran la razón" . 301 De hecho, est a ausencia de cuidados m édicos, con la sola excepción de la visit a prescrit a, pone al Hospit al General poco m ás o m enos en la m ism a sit uación de t oda cárcel. Las reglas que se im ponen allí son, en sum a, las que prescribe la ordenanza penal de 1670 para el buen orden de t odas las prisiones: " Ordenam os que las prisiones sean seguras y dispuest as de m odo que la salud de los presos no sea afect ada. Conm inam os a los carceleros y celadores a que visit en a los presos encerrados en las m azm orras al m enos una vez cada día, y que den aviso a nuest ros procuradores de los que se encuent ren enferm os, para que sean visit ados por los m édicos y ciruj anos de las cárceles, si los hay" . 302 Si hay un m édico en el Hospit al General, no es porque se t enga conciencia de encerrar allí a enferm os; es que se t em e a la enferm edad de los que ya est án int ernados. Se t iene m iedo a la célebre " fiebre de las prisiones" . En I nglat erra era frecuent e cit ar el caso de presos que habían cont agiado a sus j ueces durant e las sesiones del t ribunal, y se recordaba que algunos int ernados, después de su liberación, habían t ransm it ido a sus fam ilias el m al cont raído allá: 303 " Hay ej em plos, asegura Howard, de esos efect os funest os sobre hom bres acum ulados en ant ros o t orres, donde el aire no puede renovarse... est e aire put refact o puede corrom per el corazón de un t ronco de roble, donde sólo penet ra a t ravés de la cort eza y la m adera. " 304 Los cuidados m édicos se incorporan a la práct ica del int ernado para prevenir ciert os efect os; 110 const it uyen ni su sent ido ni su proyect o. El int ernam ient o no es un prim er esfuerzo hacia una hospit alización de la locura, baj o sus diversos aspect os m órbidos. Const it uye, ant es bien, una hom ologación de alienados a t odas las ot ras casas correccionales, com o de ello t est im onian esas ext rañas fórm ulas j urídicas que no confían los insensat os a los cuidados del hospit al, sino que los condenan a perm anecer allí. Se encuent ran en los regist ros de Bicêt re m enciones com o ést a: " Transferido de la Conserj ería en virt ud de una orden del Parlam ent o que lo condena a ser det enido y encerrado a perpet uidad en el cast illo de Bicêt re, y a ser t rat ado allí 301 Audin Rouvière, Essai sur la t opographie physique et m édicale de Paris. Disert ación sobre las sust ancias que pueden influir sobre la salud de los habit ant es de est a ciudad, París, año I I , pp. 105107. 302 Tit ulo XI I I , en I sam bert , Recueil des anciennes lois, París, 1821- 1833, X, VI I I , p. 393. 303 Toda la pequeña ciudad de Axm inst er, en el Devonshire, había sido cont am inada de est a m anera en t odo el siglo XVI I I . 304 Howard, loc. cit ., t . I , p. 14. com o los ot ros insensat os. " 305 Ser t rat ado com o los ot ros insensat os: ello no significa ser som et ido a un t rat am ient o m édico, 306 sino seguir el régim en de la corrección, pract icar sus ej ercicios y obedecer a las leyes de su pedagogía. Unos padres que habían m et ido a su hij o en la Caridad de Senlis a causa de sus " furores" y de los " desórdenes de su espírit u" piden su t ransferencia a Saint - Lazare, " no t eniendo int ención de hacer m orir a su hij o, cuando han solicit ado una orden para hacerle encerrar, sino t an sólo pensando en corregirlo y en recobrar su espírit u casi perdido" . 307 El int ernam ient o est á dest inado a corregir, y si se le fij a un t érm ino, no es el de la curación sino, ant es bien, el de un sabio arrepent im ient o. Francisco María Bailly, " clérigo t onsurado, m inorist a, m úsico organist a" , en 1772 es " t ransferido de las prisiones de Font ainebleau a Bicêt re por orden del rey, y allí perm anecerá encerrado t res años" . Después int erviene una nueva sent encia del Prebost azgo, el 20 de sept iem bre de 1773, " ordenando guardar al cit ado Bailly, ent re los débiles de espírit u hast a su perfect o arrepent im ient o" . 308 El t iem po que int errum pe y lim it a el int ernam ient o nunca es m ás que el t iem po m oral de las conversiones y de la sabiduría, el t iem po para que el cast igo surt a su efect o. No es de sorprender que las casas de int ernam ient o t engan el aspect o de prisiones, que a m enudo las dos inst it uciones hayan sido confundidas, hast a el punt o de que se hayan repart ido bast ant e indiferent em ent e los locos en unas y ot ras. Cuando en 1806 se encarga a un com it é est udiar la sit uación de los " pobres lunát icos de I nglat erra" , el com it é enum era 1, 765 locos en las Workhouses, 113 en las casas correccionales. 309 Había, sin duda, bast ant es m ás, en el curso del siglo XVI I I , puest o que Howard evoca, com o un hecho que no es raro, esas prisiones " en que se encierra a los idiot as y los insensat os, porque no se sabe dónde confinarlos apart e, lej os de la sociedad a la que ent rist ecen o pert urban. Sirven para diversión cruel de los presos y de los espect adores ociosos, en ocasiones que reúnen a m uchas personas. A m enudo, se inquiet an, y at em orizan a quienes est án encerrados con ellos. No se les prest a la m enor at ención" . 310 En Francia, es igualm ent e frecuent e encont rar locos en las prisiones: prim ero, en la Bast illa, después, en provincia, se les encuent ra en Burdeos, en el fuert e de Ha, en el m anicom io de Rennes, en las prisiones de Am iens, de Angers, de Caen, de Poit iers. 311 En la m ayor part e de los hospit ales generales, los insensat os est án m ezclados sin dist inción alguna con t odos los dem ás pensionados o int ernados; sólo los m ás agit ados van a parar a calabozos reservados a ellos: " En t odos los hospicios u hospit ales, se 305 Caso de Claude Rém y. Arsenal, m s. 12685. Sólo a fines del siglo XVI I I se verá aparecer la fórm ula " t rat ado y m edicam ent ado com o los ot ros insensat os" . Orden de 1784 ( caso Louis Bourgeois) : " Transferido de las prisiones de la Conciergerie, en virt ud de una orden del Parlam ent o para ser conducido al m anicom io del cast illo de Bicêt re para ser allí det enido, alim ent ado, t rat ado y m edicado com o los ot ros insensat os. " 307 Arsenal, m s. 11396, ff. 40 y 41. 16 I bid., m s. 12686. 306 308 309 Cf. D. H. Tuke ( Hist ory of insane, p. 117) : las cifras probablem ent e eran m ucho m ás elevadas, ya que algunas sem anas después, sir Andrew Halliday cuent a 112 locos int ernados en el Norfolk, donde el Com it é sólo había encont rado 42. 310 Howard, loc. cit ., t . I , p. 19. 311 Esquirol, " Des ét ablissem ent s consacrés aux alienes en France" , en Des m aladies m ent ales, t . I I , p. 138. han dej ado a los locos los edificios viej os, deslucidos, húm edos, m al dist ribuidos, no const ruidos para ellos, con excepción de algunas logias, algunas m azm orras const ruidas expresam ent e; los locos furiosos habit an en esas alas separadas; los alienados t ranquilos, los alienados llam ados incurables se confunden con los indigent es, los pobres. En un pequeño núm ero de hospicios se encierra a los presos en el ala llam ada ala de fuerza; esos int ernados habit an con los presos y est án som et idos al m ism o régim en. " 312 Tales son los hechos, en lo que t ienen de m ás esquem át ico. Al reunirlos y agruparlos según sus signos de sim ilit ud, se t iene la im presión de que dos experiencias de la locura se yuxt aponen en los siglos XVI I y XVI I I . Los m édicos de la época siguient e no han sido sensibles m ás que al " pat et ism o" general de la sit uación de los alienados: por doquier, han percibido la m ism a m iseria, por doquier la m ism a incapacidad de curar. Para ello no hay ninguna diferencia ent re las celdas de Bicêt re y las salas del Hôt el- Dieu, ent re Bedlam y cualquier Workhouse. Y sin em bargo, hay un hecho irreduct ible: en ciert os est ablecim ient os no se reciben locos m ás que en la m edida en que son t eóricam ent e curables; en ot ros, no se les recibe m ás que para librarse de ellos o para enm endarlos. Sin duda, los prim eros son los m enos num erosos y los m ás lim it ados; hay m enos de 80 locos en el Hôt el- Dieu; hay varios cient os, quizás un m illar, en el Hospit al General. Pero por m uy desequilibradas que puedan est ar en su ext ensión y su im port ancia num érica, esas dos experiencias t ienen, cada una, su individualidad. La experiencia de la locura com o enferm edad, por lim it ada que sea, no puede negarse. Ella es paradój icam ent e cont em poránea de ot ra experiencia en que la locura proviene del int ernam ient o, del cast igo, de la corrección. Es est a yuxt aposición la que crea un problem a, es ella, sin duda, la que puede ayudarnos a com prender cuál era el est at ut o del loco en el m undo clásico, y a definir el m odo de percepción que de él se t enía. Result a t ent adora la solución m ás sencilla: resolver est a yuxt aposición en una duración im plícit a en el t iem po im percept ible de un progreso. Los insensat os del Hôt el- Dieu, los lunát icos de Bedlam serían los que habían recibido ya el est at ut o de enferm os. Mej or, y ant es que los dem ás, se les había reconocido y aislado y, en su favor, se habría inst it uido un t rat am ient o hospit alario que parece prefigurar ya el que el siglo XI X iba a acordar, por derecho propio, a t odos los enferm os m ent ales. En cuant o a los ot ros, aquellos que se encuent ran indiferenciadam ent e en los hospit ales generales, las workhouses, las casas de corrección y las prisiones, fácilm ent e se inclina uno a pensar que se t rat a de t oda una serie de enferm os que aún no han sido percibidos por una sensibilidad m édica que precisam ent e en esos m om ent os nacía. Es grat o pensar que viej as creencias, o aprehensiones propias del m undo burgués encierran a los alienados en una definición de la locura que los asim ila confusam ent e con los crim inales y con t oda la clase de los asociales. Es un j uego, al que se prest an con gust o los hist oriadores de la m edicina, reconocer en los regist ros m ism os del int ernam ient o, y m ediant e la aproxim ación de las palabras, las sólidas cat egorías m édicas ent re las cuales la pat ología ha 312 I bid., t . I I , p. 137. repart ido, en la et ernidad del saber, las enferm edades del espírit u. Los " ilum inados" y " visionarios" corresponden sin duda a nuest ros alucinados: " visionarios que se im aginan t ener apariciones celest iales" , " ilum inado con revelaciones" ; los débiles y algunos alcanzados por la dem encia orgánica o senil, probablem ent e son designados en los regist ros com o " im béciles" : " im bécil por horribles excesos de vino" , " im bécil que habla siem pre, diciéndose em perador de los t urcos y papa" , " im bécil sin ninguna esperanza de recuperación" ; son t am bién form as de delirio que se encuent ran, caract erizadas sobre t odo por el lado del absurdo pint oresco: " part icular perseguido por gent es que quieren m at arlo" , " hacedor de proyect os descabellados" ; " hom bre cont inuam ent e elect rizado, y a quien se t ransm it en las ideas de ot ro" ; " especie de loco que quiere present ar sus m em orias al Parlam ent o" . 313 Para los m édicos, 314 result a vit al, y m uy reconfort ant e, poder verificar que siem pre ha habido alucinaciones baj o el sol de la locura, siem pre delirios en los discursos de la sinrazón, y que se encuent ran las m ism as angust ias en t odos esos corazones sin reposo. Es que la m edicina m ent al recibe así. las prim eras cauciones de su et ernidad; y si llegara a t ener rem ordim ient os se t ranquilizaría, sin duda, al reconocer que el obj et o de su búsqueda est aba allí, que la aguardaba a t ravés del t iem po. Y luego, para aquel m ism o que llegara a inquiet arse del sent ido del int ernam ient o y de la m anera en que se ha podido inscribir en las inst it uciones de la m edicina, ¿no es reconfort ant e pensar que, de t odos m odos, eran locos los que se encerraba, y que en est a oscura práct ica se ocult aba ya aquello que para nosot ros t om a la figura de una j ust icia m édica inm anent e? A los insensat os que se int ernaba, casi no falt aba m ás que el nom bre de enferm os m ent ales y el est at ut o m édico que se at ribuía a los m ás visibles, a los m ej or reconocidos ent re ellos. Procediendo a sem ej ant e análisis se adquiere sin esfuerzo una buena conciencia en lo que concierne, por una part e, a la j ust icia de la hist oria y, por la ot ra, a la et ernidad de la m edicina. La m edicina se verifica por una práct ica prem édica; y la hist oria queda j ust ificada por una especie de inst int o social, espont áneo, infalible y puro. Bast a con añadir a esos post ulados una confianza est able en el progreso, para sólo t ener que t razar el oscuro cam ino que va del int ernam ient o —diagnóst ico silencioso dado por una m edicina que aún no ha logrado form ularse— hast a la hospit alización, cuyas prim eras form as en el siglo XVI I I prefiguran ya el progreso, e indican sim bólicam ent e el t érm ino de ést e. Pero la desgracia ha querido que las cosas sean m ás com plicadas; y, de m anera general, que la hist oria de la locura no pueda, en caso alguno, servir de j ust ificación, y com o ciencia de apoyo, a la pat ología de las enferm edades m ent ales. La locura, en el devenir de su realidad hist órica, hace posible en un m om ent o dado un conocim ient o de la alienación en un est ilo de posit ividad que la cierne com o enferm edad m ent al; pero no es est e conocim ient o el que form a la verdad de est a hist oria y la anim a secret am ent e desde su origen. Y si, 313 Esas anot aciones se encuent ran en los Tableaux des ordres du roi pour l'incarcérat ion à l'Hôpit al général; y en los Ét at s des personnes dét enues par ordre du roi à Charent on et à Saint - Lazare ( Arsenal) . 314 Encont ram os un ej em plo de est a form a de proceder en Hélène Bonnafous- Sérieux, La Charit é de Senlis. durant e un t iem po, hem os podido creer que est a hist oria t erm inaba allí, ello ocurrió por no haber reconocido que la locura, com o dom inio de experiencia, nunca se agot aba en el conocim ient o m édico o para- m édico que podía t enerse de ella. Y sin em bargo, el hecho del int ernam ient o en sí m ism o, podía servir de prueba. Volvam os por un inst ant e a lo que ha podido ser el personaj e del loco ant es del siglo XVI I . Hay t endencia a creer que t odo ha recibido su indicio individual de ciert o hum anit arism o m édico, com o si la figura de su individualidad no pudiese ser m ás que pat ológica. En realidad, m ucho ant es de haber recibido el est at ut o m édico que le dio el posit ivism o, el loco había adquirido —ya en la Edad Media— una especie de densidad personal. I ndividualidad del personaj e, sin duda, m ás que del enferm o. El loco que sim ula a Trist án, el que aparece en el Juego de la enram ada, t ienen ya valores bast ant e singulares para const it uir papeles y ocupar un lugar ent re los paisaj es m ás fam iliares. El loco no ha necesit ado de las det erm inaciones de la m edicina para acceder a su reino de individuo. El anillo con que lo ha rodeado la Edad Media ha bast ado. Pero est a individualidad no ha seguido siendo est able ni t ot alm ent e inm óvil. Se ha deshecho y, de alguna m anera, reorganizado en el curso del Renacim ient o. Desde el fin de la Edad Media se ha encont rado ent regada a la solicit ud de ciert o hum anism o m édico. ¿Baj o qué influencia? No es im posible que el Orient e y el pensam ient o árabe hayan desem peñado en ello un papel det erm inant e. Parece, en efect o, que se hayan fundado, bast ant e pront o en el m undo árabe, verdaderos hospit ales reservados a los locos: quizás en Fez desde el siglo vii, 315 quizás t am bién en Bagdad a fines del siglo XI I , 316 ciert am ent e en el Cairo durant e el siglo siguient e; se pract ica allí una especie de cura de alm as en que int ervienen la m úsica, la danza, los espect áculos y la audición de relat os m aravillosos; son m édicos quienes dirigen la cura y deciden int errum pirla cuando consideran haber t riunfado. 317 En lodo caso, no puede ser azar el hecho de que los prim eros hospit ales de insensat os hayan sido inundados precisam ent e a fines del siglo XV en España. Tam bién es significat ivo que hayan sido los Herm anos de la Merced, m uy fam iliarizados con el m undo árabe, puest o que pract ican el rescat e de caut ivos, los que hayan abiert o el hospit al de Valencia: la iniciat iva había sido t om ada por un herm ano de est a religión, en 1409; ot ros laicos, sobre t odo ricos com erciant es, uno de ellos Lorenzo Salou, se había encargado de reunir los fondos. 318 Después fue en 1425 la fundación del hospit al de Zaragoza, cuyo sabio orden, casi cuat ro siglos después, había de adm irar Pinel: las puert as t ot alm ent e abiert as a los enferm os de t odos los países, de t odos los gobiernos, de t odos los cult os, com o da fe la inscripción urbis et orbis; est a vida de j ardín que pone orden en el desarrollo de los espírit us m ediant e la sabiduría est acional " de las colect as, 315 Cf. Journal of Ment al Science, t . X, p. 256. Cf. Journal of Psychological Medicine, 1850, p. 426. Pero la opinión cont raria fue sost enida por Ullersperger, Die Geschicht e der Psychologie und psychiat rie in Spanien, Würzburg, 1871. 317 F. M. Sandwit h, " The Cairo lunat ic Asylum " , Journal of Ment al Science, vol. XXXI V, pp. 473474. 318 El rey de España, después el Papa, el 26 de febrero de 1410, dieron su aut orización. Cf. Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie, p. 417. 316 del t rillaj e, de la vendim ia y de la recolección de los olivos" . 319 En España, asim ism o, habrá hospit ales en Sevilla ( 1436) , Toledo ( 1483) , y Valladolid ( 1489) . Todos esos hospit ales t ienen un caráct er m édico del que sin duda est aban desprovist as las Dollhäuse que exist ían ya en Alem ania 320 o la célebre casa de la Caridad de Upsala. 321 El hecho es que por doquier en Europa se ven aparecer, poco m ás o m enos por est a época, inst it uciones de un t ipo nuevo, com o la Casa di Maniaci, en Padua ( hacia 1410) , o el Asilo de Bérgam o. 322 En los hospit ales se em piezan a reservar salas a los insensat os; a principios del siglo XV se señala la presencia de locos en el Hospit al de Bedlam , que había sido fundado a m ediados del siglo XI I I y confiscado por la corona en 1373. En la m ism a época se señalan en Alem ania locales especialm ent e dest inados a los insensat os: prim ero el Narrhäuslern de Nurem berg, 323 después, en 1477, en el Hospit al de Frankfurt , un edificio para los alienados y los Ungehorsam e Kranke; 324 y en Ham burgo se m enciona en 1376 una cist a st olidorum , que t am bién se llam a cust odia fat uorum . 325 Ot ra prueba m ás del est at ut o singular que adquiere el loco, a fines de la Edad Media, es el ext raño desarrollo de la colonia de Gheel: peregrinación frecuent ada sin duda desde el siglo x, que const it uye una aldea en que la t ercera part e de la población est á int egrada por alienados. Present e en la vida cot idiana de la Edad Media, fam iliarizado con su horizont e social, el loco, en el Renacim ient o, es reconocido de ot ro m odo, reagrupado, en ciert a m anera, según una nueva unidad específica: cernido por una práct ica sin duda am bigua que lo aísla del m undo sin darle exact am ent e un est at ut o m édico. Se conviert e en obj et o de una solicit ud y de una hospit alidad que le conciernen, a él precisam ent e, y a ningún ot ro del m ism o m odo. Ahora bien, lo que caract eriza al siglo XVI I no es que haya avanzado, con m ás o m enos rapidez, por el cam ino que conduce al reconocim ient o del loco, y por allí al conocim ient o cient ífico que de él puede t om arse; por el cont rario, ha em pezado a dist inguirlo con m enos claridad; en ciert o m odo, le ha reabsorbido en una m asa indiferenciada. Ha confundido las líneas de un rost ro que se había individualizado ya desde hacía siglos. Por relación al loco de los Narrt ürm er y de los prim eros asilos de España, el loco de la época clásica, encerrado con los enferm os venéreos, los degenerados, los libert inos, los hom osexuales, ha perdido los indicios de su individualidad; se disipa en una aprehensión general de la sinrazón. ¡Ext raña evolución de una sensibilidad que parece perder la fineza de su poder de diferenciación y ret rogradar hacia form as m ás m asivas de la percepción! La perspect iva se vuelve m ás uniform e. Diríase que, en m edio de los asilos del siglo XVI I , el loco se pierde ent re la grisalla, hast a el punt o que es difícil seguir su rast ro, hast a el m ovim ient o de reform a que precede en poco a la Revolución. 319 Pinel, Trait é m édico- philosophique, pp. 238- 239. Com o la de St . Gergen. Cf. Kirchhoff, Deut sche I rr enänt e, Berlín, 1921, p. 24. 321 Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie. 322 Krafft Ebing, Lehrbuch der psychiat rie, St ut t gart , 1879, t . I , p. 45, not a. 323 Señalado en el libro del arquit ect o Tucker: Pey der spit all- pruck das narrhewslein gegen dem Karll Holt zschm er uber. Cf. Kirchhoff, ibid., p. 14. 324 Kirchhoff, ibid., p. 20. 325 Cf. Beneke, loc. cit . 320 De est a " involución" puede ofrecer no pocos signos el siglo XVI I , en el curso m ism o de su desarrollo. Se puede aprehender en vivo la alt eración que sufren ant es del fin del siglo los est ablecim ient os que en su origen parecen haber est ado designados, m ás o m enos com plet am ent e, a los locos. Cuando los Herm anos de la Caridad se inst alan en Charent on, el 10 de m ayo de 1645, se t rat a de est ablecer un hospit al que debe recibir a los enferm os pobres, ent re ellos los insensat os. Charent on no se dist ingue en nada de los hospit ales de la Caridad, que no han dej ado de m ult iplicarse por Europa desde la fundación, en 1640, de la orden de San Juan de Dios. Pero ant es del fin del siglo XVI I , se hacen anexos a los edificios principales dest inados a t odos los que se encierra: correccionarios, locos, pensionarios por orden de det ención. En 1720 se m enciona por prim era vez, en una capit ular, una " casa de reclusión" ; 326 debía de exist ir desde hacía algún t iem po, puest o que en aquel año, apart e de los propios enferm os, había un t ot al de 120 pensionarios: t oda una población en la que llegan a perderse los alienados. La evolución fue m ás rápida aún en Saint Lazare. Si hem os de creer a sus prim eros biógrafos, San Vicent e de Paúl había dudado, durant e ciert o t iem po, ant es de hacerse cargo, para su congregación, de est e ant iguo leprosario. Finalm ent e, un argum ent o lo decidió: la presencia en el " priorat o" de algunos insensat os, a los que él quiso ofrecer sus cuidados. 327 Quit em os al relat o lo que puede t ener de int ención volunt ariam ent e apologét ica, y lo que puede at ribuir al sant o, por ret rospección, de sent im ient os hum anit arios. Es posible, si no probable, que se hayan podido evit ar ciert as dificult ades concernient es a la at ribución de est e leprosario y de sus considerables bienes, que seguían pert eneciendo a los caballeros de San Lázaro, haciendo del lugar un hospit al para los " pobres insensat os" . Pero m uy pront o se la convirt ió en " Casa de fuerza para las personas det enidas por orden de su m aj est ad" ; 328 y los insensat os que allí se encont raban pasaron, por el hecho m ism o, al régim en correccional. Bien lo dice Pont chart rain, quien escribe al t enient e d'Argenson, el 10 de oct ubre de 1703: " Vos sabéis que esos señores de San Lázaro desde hace t iem po han sido acusados de t rat ar a los det enidos con m ucha dureza, y aun de im pedir que quienes allí son enviados com o débiles de espírit u o por sus m alas cost um bres, hagan saber su m ej oría a sus padres, a fin de guardarlos m ás t iem po. " 329 Y es indudablem ent e un régim en de prisión el que evoca el aut or de la Relación Sum aria cuando evoca el paseo de los insensat os: " Los herm anos sirvient es, o ángeles guardianes de los alienados, les hacen pasear por el pat io de la casa, después de la com ida, los días laborales, y los conducen a t odos j unt os, bast ón en m ano, com o si fuesen un rebaño de borregos, y si algunos se apart an un m ínim o del rebaño, o no pueden avanzar t an rápidam ent e com o los ot ros, los at acan a golpe de bast ón, de m anera t an ruda que se ha vist o a algunos quedar im pedidos, y a ot ros a los que les han part ido la cabeza, y que han m uert o de los golpes 326 Cf. Esquirol, " Mém oire hist orique et st at ist ique sur la m aison royale de Charent on" , en Trait é des m aladies m ent ales, t . I I , pp. 204 y 208. 327 Cf. Collet , Vie de Saint Vincent de Paul ( 1818) , t . I , pp. 310- 312. " Tenía por ellos la t ernura de una m adre hacia su hij o" . 328 B. N., col. " Joly de Fleury" , m s. 1309. 329 Cit ado en J. Vié, Les Aliénés et correct ionnaires à Saint - Lazare aux XVI I E et XVI I I E siècles, París, 1930. recibidos. " 330 Podría creerse que allí sólo hay una ciert a lógica propia del int ernam ient o de los locos, en la m edida en que escapa de t odo cont rol m édico: gira ent onces, según t oda necesidad, hacia la prisión. Pero parece que se t rat a de una cosa t ot alm ent e dist int a de una especie de fat alidad adm inist rat iva; pues no son solam ent e las est ruct uras y las organizaciones las que est án aplicadas, sino la conciencia que se t om a de la locura. Es ést a la que sufre un desplazam ient o, y ya no llega a percibir un asilo de insensat os com o un hospit al, sino, cuando m ucho, com o una casa correccional. Cuando se crea un ala de celdas en la Caridad de Senlis, en 1675, se dice prim ero que est á reservada " a los locos, a los libert inos, y a ot ros que el gobierno del rey hace encerrar" . 331 De una m anera m uy concret a se hace pasar al loco del regist ro del hospit al al de la corrección y, dej ando borrarse así los signos que le dist inguían, se le envuelve en una experiencia m oral de la sinrazón que es de una calidad t ot alm ent e dist int a. Bast e recordar el t est im onio de un solo ej em plo. Se había reconst ruido Bedlam en la segunda m it ad del siglo XVI I ; en 1703, Ned Ward hace decir a uno de los personaj es de su London Spy: " Verdaderam ent e, creo que est án locos los que han const ruido un edificio t an cost oso para cerebros pert urbados ( for a crack brain societ y) . Diré que es una lást im a que un edificio t an bello no sea habit ado por gent es que t uviesen conciencia de su buena suert e. " 332 Lo que se ha producido ent re el final del Renacim ient o y el apogeo de la época clásica no es, por lo t ant o, t an sólo una evolución de las inst it uciones; es una alt eración de la conciencia de la locura; son los asilos de int ernado, las prisiones y las correccionales las que, en adelant e, represent arán est a conciencia. Puede haber alguna paradoj a en encont rar en una m ism a época locos en las salas del hospit al e insensat os ent re los correccionarios y los prisioneros, pero ello est á lej os de ser el signo de un progreso en vías de com plet arse, de un progreso que vaya de la prisión a la casa de salud, del encarcelam ient o a ¡a t erapéut ica. De hecho, los locos que est án en el hospit al encarnan, a lo largo de t oda la época clásica, un est ado de cosas superado; ellos nos rem it en a est a época —desde el fin de la Edad Media hast a el Renacim ient o— en que el loco era reconocido y aislado com o t al, aún fuera de un est at ut o m édico preciso. Por el cont rario, los locos de los Hospit ales Generales, de las Workhouses, de las Zucht hausern nos rem it en a ciert a experiencia de la sinrazón que es cont em poránea rigurosa de la época clásica. Si bien es ciert o que hay un desplazam ient o cronológico ent re esas dos m aneras de t rat ar a los insensat os, no es el hospit al el que pert enece al est rat o geológico m ás recient e; form a, por el cont rario, una sedim ent ación arcaica. La prueba de ello 330 Une relat ion som m aire et fidèle de l'affreuse prison de Saint - Lazare, col. Joly de Fleury, 1415. Del m ism o m odo, las Pet it es- Maisons se conviert en en lugar de int ernam ient o después de haber sido lugar de hospit alización, com o lo prueba est e t ext o de fines del siglo XVI : " Tam bién se reciben en dicho hospit al pobres alienados de bienes y de espírit u, que corren por las calles com o locos insensat os, varios de los cuales, con el t iem po y con el buen t rat o que se les hace, vuelven al buen sent ido y a la salud" ( t ext o cit ado en Font anou, Édit s et ordonnances des rois de France, Paris, 1611, I , p. 921) . 331 Hélène Bonnafous- Sérieux, loc. cit ., p. 20. 332 Ned Ward, London Spy, Londres, 1700; reed. de 1924, p. 61. es que no ha dej ado de ser at raído hacia las casas de int ernam ient o por una especie de gravit ación, y que ha sido com o asim ilado, hast a el punt o de confundirse casi com plet am ent e con ellas. Desde el día en que Bedlam , el hospit al para los lunát icos curables, fue abiert o a quienes no lo eran ( 1733) , ya no hubo diferencia not able con nuest ros hospit ales generales, o con ninguna casa correccional. San Lucas m ism o, aunque t ardíam ent e fundado, en 1751, para aliviar a Bedlam , no escapa de est a at racción del est ilo correccional. Cuando Tuke, a fines del siglo, lo visit ará, anot ará en la libret a en que relat a lo que ha podido observar: " El superint endent e j am ás ha encont rado gran vent aj a en la práct ica de la m edicina... él piensa que el secuest ro y la coacción pueden im ponerse con vent aj a, com o cast igo, y de m anera general est im a que el m iedo es el principio m ás eficaz para reducir a los locos a una conduct a ordenada. " 333 Analizar el int ernam ient o com o se le hace de m anera t radicional, poniendo en la cuent a del pasado t odo lo que t oca aún al aprisionam ient o, y en la cuent a del porvenir en form ación lo que dej a presagiar ya el hospit al psiquiát rico, es alt erar los dat os del problem a. De hecho, los locos, quizá baj o la influencia del pensam ient o y de la ciencia árabes, han sido colocados en est ablecim ient os especialm ent e designados para ello, algunos de los cuales, sobre t odo en la Europa m eridional, se parecían a los hospit ales lo bast ant e para t rat arlos allí, al m enos parcialm ent e, com o enferm os. De ese est at ut o, adquirido desde hacía t iem po, t est im oniarán algunos hospit ales a t ravés de la época clásica, hast a el t iem po de la gran reform a. Pero alrededor de esas inst it ucionest est igos, el siglo XVI I inst aura una experiencia nueva, en que la locura anuda parent escos desconocidos con figuras m orales y sociales que aún le eran aj enas. No se t rat a aquí de est ablecer una j erarquía, ni de m ost rar que la época clásica ha const it uido una regresión por relación al siglo XVI , en el conocim ient o que t om ó de la locura. Com o verem os, los t ext os m édicos de los siglos XVI I y XVI I I bast arán para probar lo cont rario. Solam ent e, liberando a las cronologías y asociaciones hist óricas de t oda perspect iva de " progreso" , rest it uyendo a la hist oria de la experiencia un m ovim ient o que no t om a nada de la finalidad del conocim ient o ni de la ort ogénesis del saber, se t rat a de dej ar aparecer el diseño y las est ruct uras de esa experiencia de la locura, t al com o lo ha hecho el clasicism o. Est a experiencia no es ni un progreso ni un ret ardo por relación a ot ra. Si es posible hablar de una baj a del poder de discrim inación en la percepción de la locura, si es posible decir que el rost ro del insensat o t iende a borrarse, ello no es ni un j uicio de valor ni aun el enunciado puram ent e negat ivo de un déficit del conocim ient o; es una m anera, aún t ot alm ent e ext erior, de enfocar una experiencia m uy posit iva de la locura, experiencia que, dando al loco la precisión de una individualidad y de una est at ura con que lo había caract erizado el Renacim ient o, lo engloba en una experiencia nueva, y le prepara, m ás allá del cam po de nuest ra experiencia habit ual, un nuevo rost ro: aquel m ism o en que la ingenuidad de nuest ro posit ivism o creerá reconocer la nat uraleza de t oda locura. 333 Cit ado en D. H. Tuke, Chapt ers in t he hist ory of t he insane, pp. 9, 90. La hospit alización yuxt apuest a al int ernam ient o debe ponernos alert a ant e el indicio cronológico caract eríst ico de esas dos form as inst it ucionales, y m ost rar con bast ant e claridad que el hospit al no es la verdad próxim a de la casa correccional. No por ello dej a de ser ciert o que, en la experiencia global de la sinrazón en la época clásica, esas dos est ruct uras se m ant ienen; si una es m ás nueva y m ás vigorosa, la ot ra no queda j am ás t ot alm ent e reducida. Y en la percepción social de la locura, en la conciencia sincrónica que la aprehende, se debe encont rar, pues, est a dualidad: a la vez fisura y equilibrio. El reconocim ient o de la locura en el derecho canónico, com o en el derecho rom ano, est aba ligado a su diagnóst ico por la m edicina. La conciencia m édica est aba im plicada en t odo j uicio de alienación. En sus Cuest iones m édicolegales, redact adas ent re 1624 y 1650, Zacchias hacía el balance preciso de t oda la j urisprudencia crist iana concernient e a la locura. 334 Para t odas las causas de dem ent ia et rat ionis laesione et m orbis óm nibus qui rat ionem laedunt , Zacchias es concluyent e: sólo el m édico es com pet ent e para j uzgar si un individuo est á loco y qué grado de capacidad le dej a su enferm edad. ¿No es significat ivo que est a obligación rigurosa —que un j urist a form ado en la práct ica del derecho canónico adm it e com o evidencia— sea un problem a 150 años después, ya en t iem pos de Kant , 335 y que at ice t oda una polém ica en la época de Heim ot h, y después en la de Elias Régnault ?336 Est a part icipación del m édico com o expert o ya no será reconocida com o algo nat ural; habrá que est ablecerla con nuevos t ít ulos. Ahora bien, para Zacchias, la sit uación aún es perfect am ent e clara: un j urisconsult o puede reconocer un loco por sus palabras, cuando no es capaz de ponerlas en orden; puede reconocerlo t am bién por sus acciones: incoherencia de sus gest os, o absurdo de sus act os civiles: se habría podido adivinar que Claudio est aba loco, con sólo considerar que, com o por heredero, había preferido Nerón a Brit ánico. Pero ellos no son, aún, m ás que present im ient os: sólo el m édico podrá t ransform arlos en cert idum bre. Tiene, a disposición de su experiencia, t odo un sist em a de señales; en la esfera de las pasiones, una t rist eza cont inua e inm ot ivada denuncia la m elancolía; en el dom inio del cuerpo, la t em perat ura perm it e dist inguir el frenesí de t odas las form as apirét icas del furor; la vida del suj et o, su pasado, los j uicios que han podido hacerse sobre él desde su infancia, t odo ello cuidadosam ent e pesado puede aut orizar al m édico a ofrecer un j uicio, y a decret ar si hay enferm edad o no. Pero la t area del m édico no t erm ina con est a decisión; debe com enzar un t rabaj o m ás sut il. Hay que det erm inar cuáles son las facult ades afect adas ( m em oria, im aginación o razón) , de qué m anera y hast a qué grado. Así, la razón es dism inuida en la fat uit as; queda pervert ida superficialm ent e en las pasiones, profundam ent e en el frenesí y en la m elancolía; finalm ent e, la m anía, el furor y t odas las form as m órbidas del sueño la suprim en por com plet o. 334 Prot om édico en Rom a, Zacchias ( 1584- 1659) a m enudo había sido consult ado por el t ribunal de la Rot a para que diera su opinión de expert o en asunt os civiles y religiosos. De 1624 a 1650 publicó sus Quaest iones m edico- legales. 335 Von der Macht des Gem üt hs durch den blossen Vors at z seiner krankhaft en Gefühlen Meist er sein, 1797. 336 Heinrot h, Lehrbuch der St örungen des Seelenlebens, 1818. Elias Régnault , Du degré de com pét ence des m édecins, París, 1828. Siguiendo el hilo de esas diferent es cuest iones, es posible analizar los com port am ient os hum anos, y det erm inar en qué m edida se les puede poner en la cuent a de la locura. Por ej em plo, hay casos en que el am or es alienación. Desde ant es de apelar al expert o m édico, el j uez puede percibirlo, si observa en el com port am ient o del suj et o una coquet ería excesiva, una búsqueda perpet ua de adornos y perfum es, o si t iene ocasión de verificar su presencia en una calle poco frecuent ada donde pase una m uj er bonit a. Pero t odos esos signos no hacen m ás que esbozar una probabilidad: de reunirse t odos, aún no det erm inarían la decisión. Al m édico corresponde descubrir las m arcas indudables de la verdad. ¿Ha perdido el apet it o y el sueño el suj et o?, ¿t iene los oj os hundido?, ¿se abandona en largos rat os a la t rist eza? Es que su razón ya est á pervert ida, y ha sido alcanzado por est a m elancolía del am or que Hucherius define com o " la enferm edad at rabiliaria de un alm a que desvaría, engañada por el fant asm a y la falsa est im ación de la belleza" . Pero si, cuando el enferm o percibe al obj et o de su llam a, sus oj os se m uest ran huraños, su pulso se acelera y parece presa de una gran agit ación desordenada, ya debe ser considerado com o irresponsable, ni m ás ni m enos que cualquier m aníaco. 337 Los poderes de decisión se rem it en al j uicio m édico; él y sólo él puede int roducir a alguien en el m undo de la locura; él y sólo él perm it e dist inguir al hom bre norm al del insensat o, al crim inal del alienado irresponsable. Ahora bien, la práct ica del int ernam ient o est á est ruct urada según un t ipo t ot alm ent e dist int o; no se ordena por una decisión m édica. Proviene de ot ra conciencia. La j urisprudencia del int ernam ient o es bast ant e com plej a en lo que concierne a los locos. Si se t om an los t ext os al pie de la let ra, parece que siem pre se requiere un part e m édico: en Bedlam , hast a 1733 se exige un cert ificado en que const e que el enferm o puede ser t rat ado, es decir, que no es un idiot a de nacim ient o, o que no es víct im a de una enferm edad perm anent e. 338 En cam bio, en las Casas Pequeñas se pide un cert ificado en que se declare que ha sido at endido en vano y que su enferm edad es incurable. Los parient es que quieren colocar a un m iem bro de su fam ilia ent re los insensat os de Bicêt re deben dirigirse al j uez que " ordenará en seguida la visit a del m édico y del ciruj ano al insensat o; ellos harán su inform e y lo deposit arán en la escribanía" . 339 Pero, t ras esas precauciones adm inist rat ivas, la realidad es m uy dist int a. En I nglat erra, es el j uez de paz el que t om a la decisión de decret ar el int ernam ient o, ya se lo haya pedido la fam ilia del suj et o, ya sea que, por sí m ism o, lo considere necesario para el buen orden de su dist rit o. En Francia, el int ernam ient o a veces es decret ado por una sent encia del t ribunal, cuando el suj et o ha quedado convict o de un delit o o de un crim en. 340 El com ent ario de la ordenanza penal de 1670 est ablece la locura com o falso j ust ificat ivo, cuya prueba no se adm it e m ás que después de la vist a del proceso; si después de 337 Zacchias, Quaest iones m édico- legales, lib. I I , t ít ulo I . Cf. Falret , Des m aladies m ent ales et les asiles d'aliénés, París, 1864, p. 155. 339 Form alit és à rem plir pour l'adm ission des insensés à Bicêt re ( docum ent o cit ado por Richard, Hist oire de Bicét re, París, 1889) 340 En ese caso, se encuent ran en los regist ros del Hospit al de París m enciones de est e género: " Transferido de las prisiones de la Conserj ería en virt ud de una orden del Parlam ent o para ser conducido... " 338 obt ener inform ación sobre la vida del acusado, se verifica el desorden de su espírit u, los j ueces deciden que lo debe guardar su fam ilia, o bien int ernarlo en el hospit al o en un m anicom io " para ser t rat ado allí com o los ot ros insensat os" . Es m uy raro ver a los m agist rados recurrir a un part e m édico, aunque desde 1603 se hayan nom brado " en t odas las buenas ciudades del reino dos personas del art e de la m edicina y de la cirugía, de la m ej or reput ación, probidad y experiencia, para hacer las visit as y los inform es en j ust icia" . 341 Hast a 1692, t odos los int ernam ient os de Saint - Lazare eran hechos por orden del m agist rado y, apart e de lodo cert ificado m édico, llevan las firm as del prim er president e, del t enient e civil, del t enient e del Chât elet , o de los t enient es generales de provincia; cuando se t rat a de religiosos, las órdenes son firm adas por los obispos y los capít ulos. La sit uación se com plica y se sim plifica a la vez al final del siglo XVI I : en m arzo de 1667 se crea el cargo de t enient e de policía; 342 m uchos int ernam ient os ( en su m ayor part e, en París) , se harán a pet ición suya, con la única condición de que sea cont rafirm ada por un m inist ro. A part ir de 1692, el procedim ient o m ás frecuent e es, sin duda, la cart a de orden del rey. La fam ilia, o los int eresados, hacen la dem anda al rey, quien accede y la ent rega después de ser firm ada por un m inist ro. Algunas de esas dem andas van acom pañadas de cert ificados m édicos. Pero esos casos son los m enos. 343 De ordinario, es la fam ilia, la vecindad o el cura de la parroquia quienes son invit ados a prest ar t est im onio. Los parient es m ás próxim os t ienen la m ayor aut oridad para hacer valer sus quej as o sus aprehensiones en la pet ición de int ernam ient o. Se vela, t ant o com o es posible, por obt ener el consent im ient o de t oda la fam ilia, o, en t odo caso, por conocer las razones de rivalidad o de int erés que, llegado el caso, im piden obt ener est a unanim idad. 344 Pero se da el caso de que los parient es m ás lej anos y aun los vecinos pueden obt ener una m edida de int ernam ient o, en la cual no quería consent ir la fam ilia. 345 Tan ciert o es ello que en el siglo XVI I la locura se conviert e en asunt o de sensibilidad social; 346 al acercarse así al crim en, al desorden, al escándalo, puede ser j uzgada, com o ellos, por las form as m ás espont áneas y m ás prim it ivas de est a sensibilidad. Lo que puede det erm inar y aislar al hecho de la locura no es t ant o una ciencia m édica com o una conciencia suscept ible de escándalo. En est a m edida, los represent ant es de la I glesia est án en sit uación m ás privilegiada aún que los 341 Est a ordenanza fue com plet ada en 1692 por ot ra que preveía dos expert os en t oda ciudad que poseyera cort e, obispado, presidio o com isaría principal: sólo habrá uno en los ot ros burgos. 342 Oficio que una ordenanza de 1699 decide generalizar " en cada una de las ciudades y lugares de nuest ro reino en que el est ablecim ient o sea j uzgado necesario" . 343 Cf., por ej em plo, cart a de Bert in a La Michodière, a propósit o de una dam a Rodeval ( Arch. Seine Marit im e C 52) ; cart a del subdelegado de la elección de Saint - Venant a propósit o del Sr. Roux ( Arch. Pas- de- Calais; 709, fº 165) . 344 " No podrías exagerar las precauciones en los punt os siguient es: el prim ero, que las m em orias sean firm adas de los parient es, pat ernos y m at ernos m ás próxim os; el segundo, t ener una not a exact a de quienes no hayan firm ado y de las razones que les hayan im pedido hacerlo, t odo ello independient em ent e de la verificación exact a de su exposición" ( cit ado en Joly, Let t res de cachet dans la généralit é de Caen au XVI I I E siècle) . 345 Cf. el caso de Lecom t e: Arch. Aisne C 677. 346 Cf. Mem oria a propósit o de Louis François Soucanye de Moreuil. Arsenal, m s. 12684. represent ant es del Est ado para j uzgar a la locura. 347 Cuando en 1784 Bret euil lim it ará el uso de las órdenes del rey, y pront o las hará caer en desuso, insist irá para que, en la m edida de lo posible, el int ernam ient o no ocurra ant es del procedim ient o j urídico de la int erdicción. Precaución relacionada con lo arbit rario del expedient e de la fam ilia y de las órdenes del rey. Pero no para rem it irse m ás obj et ivam ent e a la aut oridad de la m edicina; por el cont rario, es para hacer pasar el poder de decisión a una aut oridad j udicial que no t enga que recurrir al m édico. La int erdicción, en efect o, no com port a ningún perit aj e m édico; es un asunt o que debe arreglarse por com plet o ent re las fam ilias y la aut oridad j urídica. 348 El int ernam ient o y las práct icas de j urisprudencia que han podido det erm inarse a su alrededor de ninguna m anera han perm it ido una aut oridad m ás rigurosa del m édico sobre el insensat o. Por el cont rario, parece que cada vez m ás se t endió a prescindir de ese cont rol m édico que, en el siglo XVI I , est aba previst o en el reglam ent o de ciert os hospit ales, y a " socializar" cada vez m ás el poder de decisión que debe reconocer la locura donde ést a se encuent re. No es nada sorprendent e que, a principios del siglo XI X, se discut a aún, com o cuest ión no resuelt a, la act it ud de los m édicos para reconocer la alienación y diagnost icarla. Lo que Zacchias, heredero de t oda la t radición del derecho crist iano, acordaba sin vacilar a la aut oridad de la ciencia m édica, un siglo y m edio después podrá im pugnarlo Kant , y pront o Régnault lo rechazará por com plet o. El clasicism o y m ás de un siglo de int ernam ient o habían hecho esa labor. Si t om am os las cosas al nivel de los result ados, parece que sólo se haya hecho una t ransición ent re una t eoría j urídica de la locura, bast ant e elaborada para discernir, con ayuda de la m edicina, sus lím it es y sus form as, y una práct ica social, casi policíaca, que la capt a de una m anera m asiva, ut iliza form as de int ernam ient o que ya han sido preparadas para la represión, y olvida seguir en sus sut ilezas las dist inciones que se reservan por y para el arbit raj e j udicial. Transición que, a prim era vist a, podría creerse com plet am ent e norm al, o al m enos com plet am ent e habit ual: la conciencia j urídica t enía la cost um bre de ser m ás elaborada y m ás fina que las est ruct uras que deben servirla o las inst it uciones en las cuales parece realizarse. Pero esa t ransición t om a su im port ancia decisiva y su valor part icular si pensam os que la conciencia j urídica de la locura había sido elaborada desde hacía largo t iem po, después de haberse const it uido a lo largo de la Edad Media y del Renacim ient o, a t ravés del derecho canónico y de los rest os del derecho rom ano, ant es de que se inst aurase la práct ica del int ernam ient o. Est a conciencia no es una ant icipación de ella. Una y ot ra pert enecen a dos m undos dist int os. La una se deriva de ciert a experiencia de la persona com o suj et o de derecho, cuyas form as y obligaciones analiza; la ot ra pert enece a ciert a experiencia del individuo com o ser social. En un caso, hay que analizar la locura en las m odificaciones que no puede dej ar de aport ar al sist em a de las obligaciones; en el ot ro, hay que t om arla con t odos los parent escos m orales que j ust ifican la exclusión. En t ant o que suj et o de derecho, el hom bre se libera de su 347 Cf. por ej em plo, el t est im onio cit ado por Locard ( loc. cit .) , p. 172. Cf. art ículo I nt erdit del Dict ionnaire de droit et de prat ique por Cl.- J. de Ferrière, ed. de 1769, t . I I , pp. 48- 50. 348 responsabilidad en la m edida m ism a en que est á alienado; com o ser social, la locura lo com prom et e en la vecindad de la culpabilidad. El derecho refinará, indefinidam ent e, su análisis de la locura; y en un sent ido es j ust o decir que sobre el fondo de una experiencia j urídica de la alienación se ha const it uido la ciencia m édica de las enferm edades m ent ales. Ya en las form ulaciones de la j urisprudencia del siglo XVI I se ven surgir algunas de las finas est ruct uras de la psicopat ología. Zacchias, por ej em plo, en la ant igua cat egoría de la fat uit as, de la im becilidad, dist ingue niveles que parecen presagiar la clasificación de Esquirol, y, pront o, t oda la psicología de las debilidades m ent ales. En la prim era fila de un orden decrecient e coloca los " t ont os" que pueden t est im oniar, t est ar, casarse, pero no ingresar en las órdenes sagradas ni adm inist rar un cargo " pues son com o niños que se acercan a la pubert ad" . Después vienen los im béciles propiam ent e dichos ( fat ui) . No se les puede confiar ninguna responsabilidad; su espírit u est á por debaj o de la edad de la raj ón, com o el de los niños de m enos de siet e años. En cuant o a los st olidi, los est úpidos, no son ni m ás ni m enos que guij arros; no se les puede aut orizar ningún act o j urídico salvo, quizás, el t est am ent o, si t ienen el suficient e discernim ient o para reconocer a sus parient es. 349 Baj o la presión de los concept os del derecho, y en la necesidad de cernir con precisión la personalidad j urídica, el análisis de la alienación no dej a de afinarse y parece ant icipar t eorías m édicas que lo siguen de lej os. La diferencia es profunda, si com param os con esos análisis los concept os que est án en vigor en la práct ica del int ernam ient o. Un t érm ino com o el de im becilidad sólo t iene valor en un sist em a de equivalencias aproxim adas, que excluye t oda det erm inación precisa. En la Caridad de Senlis encont rarem os un " loco vuelt o im bécil" , un " hom bre ant es loco, hoy espírit u débil e im bécil" ; 350 el t enient e d'Argenson hace encerrar a " un hom bre de una rara especie que se parece a cosas m uy opuest as. Tiene la apariencia del buen sent ido en m uchas cosas y la apariencia de una best ia en m uchas ot ras" . 351 Pero m ás curioso aún es confront ar una j urisprudencia com o la de Zacchias con los m uy raros cert ificados m édicos que acom pañan los expedient es de int ernam ient o. Diríase que nada de los análisis de la j urisprudencia ha pasado por su j uicio. A propósit o de la fat uidad, j ust am ent e, puede leerse, con la firm a de un m édico, un cert ificado com o ést e: " Hem os vist o y visit ado al llam ado Charles Dorm ont , y después de haber exam inado su apariencia, el m ovim ient o de sus oj os, t om ado su pulso y haber seguido t odos sus pasos, haberlo som et ido a varios int errogat orios y recibido sus respuest as, est am os unánim em ent e convencidos de que el cit ado Dorm ont t enía el espírit u m al orient ado y ext ravagant e y que ha caído en una ent era y absolut a dem encia y fat uidad. " 352 Se t iene la im presión, al leer ese t ext o, de que hay dos usos, casi dos niveles de elaboración de la m edicina, según que sea t om ada del cont ext o del derecho o que deba ordenarse según la práct ica social del int ernam ient o. En un caso, pone en j uego las capacidades del suj et o de derecho, y por ello prepara una 349 350 351 352 Zacchias, Quaest iones m edico- legales, libro I I , t ít ulo I , cuest ión 7, Lyon, 1674, pp. 127- 128. Cit ado en Bonnafous- Sérieux, loc. cit ., p. 40. Arsenal, m s. 10928. Cit ado en Devaux, L'Art de faire les rapport s en chirurgie, París, 1703, p. 435. psicología que m ezclará, en una unidad indecisa, un análisis filosófico de las facult ades y un análisis j urídico de la capacidad de cont rat ar y de obligar. Se dirige a las est ruct uras finas de la libert ad civil. En el ot ro caso, pone en j uego la conduct a del hom bre social, y prepara así una pat ología dualist a, en t érm inos de norm al y de anorm al, de sano y de enferm o, que escinde en dos dom inios irreduct ibles la sencilla fórm ula: " Debe int ernarse" . Est ruct ura espesa de la libert ad social. Uno de los esfuerzos const ant es del siglo XVI I I fue aj ust ar a la ant igua noción j urídica de " suj et os de derecho" la experiencia cont em poránea del hom bre social. Ent re ellas, el pensam ient o polít ico de las Luces post ula a la vez una unidad fundam ent al y una reconciliación siem pre posible m ás allá de t odos los conflict os de hecho. Esos t em as han guiado silenciosam ent e la elaboración del concept o de locura y la organización de las práct icas concernient es. La m edicina posit ivist a del siglo XI X hereda t odo ese esfuerzo de la Aufklärung. Adm it irá com o ya est ablecido y probado que la alienación del suj et o de derecho puede y debe coincidir con la locura del hom bre social, en la unidad de una realidad pat ológica que es a la vez analizable en t érm inos de derecho y percept ible a las form as m ás inm ediat as de la sensibilidad social. La enferm edad m ent al, que la m edicina va a ponerse com o obj et o, se habrá const it uido lent am ent e com o la unidad m ít ica del suj et o j urídicam ent e incapaz, y del hom bre reconocido com o pert urbador del grupo: y ello baj o el efect o del pensam ient o polít ico y m oral del siglo XVI I I . Se ha percibido ya el efect o de ese acercam ient o poco ant es de la Revolución, cuando en 1784 Bret euil quiere hacer preceder al int ernam ient o de los locos por un procedim ient o j udicial m ás m inucioso, que abarque la int erdicción y la det erm inación de la capacidad del suj et o com o persona j urídica: " Respect o a las personas cuya det ención se exige por causa de alienación de espírit u, la j ust icia y la prudencia exigen" , escribe el m inist ro a los int endent es, " que no propongáis las órdenes ( del rey) m ás que cuando haya una int erdicción propuest a por j uicio" . 353 Lo que prepara el esfuerzo liberal de la últ im a m onarquía absolut a, lo realizará el código civil, haciendo de la int erdicción la condición indispensable para t odo int ernam ient o. El m om ent o en que la j urisprudencia de la alienación se conviert e en condición previa de t odo int ernam ient o es t am bién el m om ent o en que, con Pinel, est á naciendo una psiquiat ría que pret ende t rat ar por prim era vez al loco com o un ser hum ano. Lo que Pinel y sus cont em poráneos considerarán com o un descubrim ient o a la vez de la filant ropía y de la ciencia no es, en el fondo, m ás que la reconciliación de la conciencia dividida del siglo XVI I I . El int ernam ient o del hom bre social logrado en la int erdicción del suj et o j urídico: ello quiere decir que por prim era vez el hom bre alienado es reconocido com o incapaz y com o loco; su ext ravagancia, percibida inm ediat am ent e por la sociedad, lim it a su exist encia j urídica, pero sin rebasarla. Por el hecho m ism o, los dos usos de la m edicina se reconcilian: el que t rat a de definir las est ruct uras finas de la responsabilidad y de la capacidad, y el que sólo ayuda a desencadenar el decret o social del int ernam ient o. 353 Ciert o es que Bret euil añade: " A m enos que las fam ilias no est én t ot alm ent e im posibilit adas de incurrir en los gast os del procedim ient o que debe preceder a la int erdicción. Pero en ese caso, será necesario que la dem encia sea not oria y verificada por t est im onios bien exact os. " Todo ello es de una im port ancia ext rem a para el desarrollo ult erior de la m edicina del espírit u. Ést a, según su form a " posit iva" , no es, en el fondo, m ás que la superposición de dos experiencias que el clasicism o ha yuxt apuest o sin unir j am ás definit ivam ent e: una experiencia social, norm at iva y dicot óm ica de la locura, que gira por com plet o alrededor del im perat ivo del int ernam ient o y se form ula sim plem ent e en est ilo de " sí o no" , " inofensivo o peligroso" , " para int ernarse o no" , y una experiencia j urídica, cualit at iva, sut ilm ent e diferenciada, sensible a las cuest iones de lím it es y de grados, y que busca en t odos los dom inios de la act ividad del suj et o los rost ros polim orfos que puede t om ar la alienación. La psicopat ología del siglo XI X ( y quizás aun la nuest ra) cree sit uarse y t om ar sus m edidas por relación a un hom o nat ura, o a un hom bre norm al dado ant eriorm ent e a t oda experiencia de la enferm edad. De hecho, ese hom bre norm al es una creación; y si hay que sit uarlo, no es en un espacio nat ural, sino en un sist em a que ident ifica el socius al suj et o de derecho; y com o consecuencia, el loco no es reconocido com o t al porque una enferm edad lo ha arroj ado hacia las m árgenes de la norm alidad, sino porque nuest ra cult ura lo ha sit uado en el punt o de encuent ro ent re el decret o social del int ernam ient o y el conocim ient o j urídico que discierne la capacidad de los suj et os de derecho. La ciencia " posit iva" de las enferm edades m ent ales y esos sent im ient os hum anit arios que han ascendido al loco al rango de ser hum ano sólo han sido posibles una vez sólidam ent e est ablecida est a sínt esis, que form a, en ciert o m odo, el a priori concret o de t oda nuest ra psicopat ología con pret ensiones cient íficas. Todo aquello que, desde Pinel, Tuke y Wagnit z, ha podido indignar la buena conciencia del siglo XI X, nos ha ocult ado durant e largo t iem po cuán polim orfa y variada podía ser la experiencia de la locura en la época del clasicism o. Fascinant es han sido la enferm edad desconocida, los alienados en cadenas y t oda est a población encerrada por una orden o a inst ancias del t enient e de policía. Pero no se han vist o t odas las experiencias que se ent recruzaban en esas práct icas aparent em ent e m asivas de las que ha podido creerse, a prim era vist a, que est aban poco elaboradas. En realidad, la locura en la época clásica ha quedado dent ro de dos form as de hospit alidad: la de los hospit ales propiam ent e dichos y la del int ernam ient o; ha quedado som et ida a dos form as de localización: una t om ada del universo del derecho, y que usaba sus concept os; la ot ra que pert enecía a las form as espont áneas de la percepción social. Ent re t odos esos aspect os diversos de la sensibilidad a la locura, la conciencia m édica no es inexist ent e; pero t am poco es aut ónom a; a m ayor abundam ient o, no debe suponerse que es ella la que sost iene, ni aun oscuram ent e, a t odas las ot ras form as de experiencia. Sim plem ent e, est á localizada en ciert as práct icas de la hospit alización. Tam bién ocupa un lugar en el int erior del análisis j urídico de la alienación, pero no const it uye lo esencial, ni m ucho m enos. No obst ant e, su papel es de im port ancia en la econom ía de t odas esas experiencias, y en la m anera en que se art iculan las unas sobre las ot ras. Es ella, en efect o, la que hace com unicar las reglas del análisis j urídico y la práct ica del envío de los locos a est ablecim ient os m édicos. En cam bio, difícilm ent e penet ra en el dom inio const it uido por el int ernam ient o y la sensibilidad social que en él se expresa. Todo ello ocurre t an bien que nos parece ver form arse dos esferas aj enas la una a la ot ra. Tal parece que durant e t oda la época clásica, la experiencia de la locura ha sido vivida de dos m odos dist int os. Habría com o un halo de sinrazón alrededor del suj et o de derecho; ést e se ve rodeado por el reconocim ient o j urídico de la irresponsabilidad y de la incapacidad, por el decret o de int erdicción y por la definición de la enferm edad. Habría, por ot ra part e, un halo dist int o de sinrazón, el que rodea al hom bre social y que ciernen a la vez la conciencia del escándalo y la práct ica del int ernam ient o. Sin duda ocurrió que esos dom inios se recubrieran parcialm ent e; pero, por relación del uno al ot ro, siem pre siguieron siendo excént ricos, y han definido dos form as de la alienación esencialm ent e dist int as. La una se t om a com o la lim it ación de la subj et ividad: línea t razada en los confines de los poderes del individuo, y que det erm ina las regiones de su irresponsabilidad; est a alienación designa un proceso por el cual el suj et o queda desposeído de su libert ad por un doble m ovim ient o: el de la locura, nat ural, y el de la int erdicción, j urídico, que le hace caer baj o el poder de Ot ro: ot ro en general, represent ado, en el caso, por el curador. La ot ra form a de alienación designa, por el cont rario, una t om a de conciencia por la cual el loco es reconocido por su sociedad com o ext ranj ero en su propia pat ria; no se le libera de su responsabilidad, se le asigna, al m enos baj o la form a de parent esco y de vecindad cóm plices, una culpabilidad m oral. Se les designa com o el Ot ro, com o el Ext ranj ero, com o el Excluido. El ext raño concept o de " alienación psicológica" , que se creerá fundado en la psicopat ología, no sin que se beneficie, por ciert o, de unos equívocos con que habría podido enriquecerse en ot ro dom inio de la reflexión, ese concept o no es en el fondo m ás que la confusión ant ropológica de esas dos experiencias de la alienación, una que concierne al ser caído en el poder del Ot ro, y encadenado a su libert ad, la segunda que concierne al individuo convert ido en Ot ro, ext raño a la sim ilit ud frat ernal de los hom bres ent re sí. Una se acerca al det erm inism o de la enferm edad, la ot ra, ant es bien, t om a la apariencia de una condenación ét ica. Cuando el siglo XI X decidirá int ernar en el hospit al al hom bre sin razón, y cuando, al m ism o t iem po, hará del int ernam ient o un act o t erapéut ico dest inado a curar a un enferm o, lo hará por una m edida de fuerza que reduce a una unidad confusa, pero difícil de desanudar, esos diversos t em as de la alienación y esos m últ iples rost ros de la locura a los cuales el racionalism o clásico siem pre había dej ado la posibilidad de aparecer. V. LOS I NSENSATOS Las dos grandes form as de experiencia de la locura que se yuxt aponen en el curso de la época clásica t ienen, cada una, su índice cronológico. No en el sent ido en que una sería una experiencia elaborada, y la ot ra una especie de conciencia burda y m al form ulada; cada una est á claram ent e art iculada en una práct ica coherent e; pero la una ha sido heredada y fue, sin duda, uno de los dat os m ás fundam ent ales de la sinrazón occident al; la ot ra —y es ést a la que debem os exam inar ahora— es una creación propia del m undo clásico. Pese al placer t ranquilizador que puedan encont rar los hist oriadores de la m edicina en reconocer en el gran libro del int ernam ient o el rost ro fam iliar, y para ellos et erno, de las psicosis alucinant es, de las deficiencias int elect uales y de las evoluciones orgánicas o de los est ados paranoicos, no es posible repart ir sobre una superficie nosográfica coherent e las fórm ulas en nom bre de las cuales se ha encerrado a los insensat os. De hecho, las fórm ulas de int ernam ient o no presagian nuest ras enferm edades; revelan una experiencia de la locura que nuest ros análisis pat ológicos pueden at ravesar, pero sin poder, j am ás, com prender en su t ot alidad. Al acaso, he aquí algunos int ernados por " desorden del espírit u" de los que puede encont rarse m ención en los regist ros: " alegador em pedernido" , " el hom bre m ás pleit ist a" , " hom bre m uy m alvado y t ram poso" , " hom bre que pasa noches y días at urdiendo a las ot ras personas con sus canciones y profiriendo las blasfem ias m ás horribles" , " calum niador" , " gran m ent iroso" , " espírit u inquiet o, depresivo y t urbio" . Es inút il pregunt ar si se t rat a de enferm os y hast a qué punt o. Dej em os al psiquiat ra el t rabaj o de reconocer que el " t urbio" es un paranoico o de diagnost icar una neurosis obsesiva en est e " espírit u desarreglado que se hace una devoción a su m odo" . Lo que est á designado en esas fórm ulas no son enferm edades, sino form as de locura percibidas com o el caso ext rem o de defect os. Com o si, en el int ernam ient o, la sensibilidad a la locura no fuera aut ónom a, sino ligada a ciert o orden m oral en que sólo aparece com o pert urbación. Si se leen t odas esas m enciones, colocadas ant e el nom bre de insensat o, se t iene la im presión de encont rarse aún en el m undo de Brant o de Erasm o, m undo en que la locura dirige t oda una ronda de defect os, la danza insensat a de las vidas inm orales. Y, sin em bargo, la experiencia es dist int a. En 1704 es int ernado en Saint - Lazare ciert o abad Bargedé; t iene 70 años y ha sido encerrado para " ser t rat ado com o los ot ros insensat os" ; " su principal ocupación era prest ar dinero con gran int erés, y m edrar con las usuras m ás odiosas y m ás denigrant es para el honor del sacerdocio y de la I glesia. Fue im posible convencerlo de que se arrepint iera de sus excesos y de que creyera que la usura es un pecado. Él considera un honor ser avaro" . 354 Ha sido com plet am ent e im posible " descubrir en él algún sent im ient o de caridad" . Bargedé es insensat o, pero no com o los personaj es em barcados en la Nave de ¡os locos, que lo son en la m edida en que han sido arrast rados por la fuerza viva de la locura. Bargedé es insensat o no porque haya perdido el uso de la razón sino porque, com o hom bre de iglesia, pract ica la usura, no dem uest ra ninguna caridad ni sient e ningún rem ordim ient o, porque ha caído al m argen 354 B. N. Fonds Clairam bault , 986. del orden m oral que le es propio. En ese j uicio, lo que se revela no es la im pot encia a expedir finalm ent e un decret o de enferm edad; t am poco es una t endencia a condenar m oralm ent e la locura, sino el hecho, sin duda esencial para com prender la época clásica, de que la locura se vuelve percept ible para él en la form a de la ét ica. En sus lím it es, paradój icam ent e, el racionalism o podría concebir una locura donde la razón ya no est uviera pert urbada, pero que se reconociera en que t oda la vida m oral est uviera falseada, en que la volunt ad fuese m ala. Es en la calidad de la volunt ad y no en la int egridad de la razón donde reside, finalm ent e, el secret o de la locura. Un siglo ant es de que el caso de Sade ponga en duda la conciencia m édica de Royer- Collard 355 es curioso observar que t am bién el t enient e d'Argenson se ha int errogado sobre un caso un t ant o análogo, cercano al genio: " Una m uj er de 16 años cuyo m arido se llam a Beaudoin... publica abiert am ent e que j am ás am ará a su m arido, que no hay ley que se lo ordene, que cada quien es libre de disponer de su corazón y de su cuerpo com o le plazca, y que es una especie de crim en dar el uno sin el ot ro. " Y el t enient e de policía añade: " Yo le he hablado dos veces, y aunque acost um brado desde hace varios años a los discursos im púdicos y ridículos, no he podido dej ar de sorprenderm e de los razonam ient os con que est a m uj er apoya su sist em a. El m at rim onio no es, propiam ent e, m ás que un ensayo, de acuerdo con su idea 356 ... " . A principios del siglo XI X, se dej ará m orir a Sade en Charent on; aún se vacila, en los prim eros años del siglo XVI I I , ant es de encerrar a una m uj er de quien hay que reconocer que t iene dem asiado ingenio. El m inist ro Pont chart rain hast a se niega a que d'Argenson la haga int ernar por algunos m eses en el Refugio: " Dem asiado fuert e" , observa, " hablarle severam ent e. " Y sin em bargo, d'Argenson no est á lej os de hacer que la t rat en com o a los ot ros insensat os: " Por t ant as im pert inencias, m e sent í m ovido a creerla loca. " Est am os sobre la vía de lo que el siglo XI X llam ará " locura m oral" ; pero lo que es aún m ás im port ant e es ver aparecer aquí el t em a de una locura que, por com plet o, reposa sobre una m ala volunt ad, sobre un error ét ico. Durant e t oda la Edad Media, y durant e largo t iem po en el curso del Renacim ient o, la locura había est ado ligada al Mal, pero en form a de t rascendencia im aginaria; en adelant e, se com unica con él por las vías m ás secret as de la elección individual y de la m ala int ención. No hay que asom brarse de la indiferencia que la época clásica parece m ost rar ant e la separación de la locura y la falt a, la alienación y la m aldad. Est a indiferencia no es la de un saber aún dem asiado burdo, es de una equivalencia elegida de m anera concert ada y plant eada con conocim ient o de causa. Locura y crim en no se excluyen, pero no se confunden en su concept o indist int o; se im plican una y ot ro en el int erior de una conciencia que se t rat ará bast ant e razonablem ent e, y según lo que im ponen las circunst ancias, por la prisión o por el hospit al. Durant e la guerra de Sucesión de España se había m andado a la Bast illa a ciert o conde de Albut erre, que en realidad se llam aba Doucelin. Él afirm aba ser heredero de la corona de Cast illa " pero por exagerada que sea su locura, su habilidad y su m aldad van aún m ás lej os; asegura baj o j uram ent o 355 356 Cart a a Fouché, cit ada supra, cap. I I I , p. 123. Not es de René d'Argenson, París, 1866, pp. 111- 112. que la Sant ísim a Virgen le aparece cada ocho días; que Dios le habla, a m enudo, frent e a frent e... Yo creo... que ese preso debe ser encerrado en el hospit al por t oda su vida, com o un insensat o de los m ás peligrosos, o que se le debe abandonar en la Bast illa com o un canalla de prim er orden; creo que est a últ im a solución es la m ás segura y, en consecuencia, la m ás convenient e" . 357 No hay exclusión ent re locura y crim en, sino una im plicación que los anuda. El suj et o puede ser un poco m ás insensat o, o un poco m ás crim inal, pero, hast a el final, la locura m ás excesiva est ará rodeada de m aldad. Tam bién a propósit o de Doucelin, d'Argenson observa después: " Cuant o m ás dócil parece, m ás lugar hay para creer que en sus ext ravagancias hay m ucho de sim ulación o de m alicia. " Y en 1709 " es m ucho m enos firm e ant e la refut ación de sus quim eras, y un poco m ás im bécil" . Ese j uego de com plem ent ariedad aparece claram ent e en ot ro inform e del t enient e d'Argenson a propósit o de Tadeo Cousini " m al m onj e" ; se le había puest o en Charent on; en 1715 " sigue siendo im pío cuando razona y absolut am ent e im bécil cuando dej a de razonar. Así, aunque la paz general debe t ender a dej arlo libre com o espía, la sit uación de su espírit u y el honor de la religión no lo perm it en" . 358 Nos encont ram os en el ext rem o opuest o de la regla fundam ent al del derecho según la cual " la verdadera locura lo excusa t odo" . 359 En el m undo del int ernam ient o, la locura no explica ni excusa nada: ent ra en com plicidad con el m al, para m ult iplicarlo, hacerle m ás insist ent e y peligroso, y prest arle rost ros nuevos. De un calum niador que est á loco, nosot ros diríam os que sus calum nias son un delirio: hast a allí hem os t om ado el hábit o de considerar a la locura com o verdad a la vez últ im a e inocent e del hom bre. En el siglo XVI I , el desarreglo del espírit u viene a sum arse a la calum nia en la t ot alidad m ism a del m al. Se encierra en la Caridad de Senlis, por " calum nias y debilidad de espírit u" , a un hom bre que es " de un caráct er violent o, t urbulent o y superst icioso, adem ás de gran m ent iroso y calum niador" . 360 En el furor, m encionado t an a m enudo en los regist ros del int ernado, la violencia no quit a a la m aldad lo que se deriva de la locura, sino que su conj unt o form a com o la unidad del m al ent regado a sí m ism o, en una libert ad sin freno. D'Argenson exige el int ernam ient o de una m uj er en el Refugio " no sólo por el desarreglo de sus cost um bres, sino por relación a su locura que a m enudo llega hast a el furor, y que, según las apariencias, la llevará o a deshacerse de su m arido, o a m at arse ella m ism a a la prim era ocasión" . 361 Ocurre com o si la explicación psicológica duplicara la incrim inación m oral, siendo así que, desde hace bast ant e t iem po, nosot ros hem os t om ado el hábit o de est ablecer ent re ellas una relación de rest a. La locura involunt aria, la que parece apoderarse del hom bre a pesar de él, aunque conspire espont áneam ent e con la m aldad, apenas es diferent e, en su esencia secret a, de aquella fingida int encionalm ent e por suj et os lúcidos. Ent re 357 Arch. Bast ille, Ravaisson, t . XI , p. 243. I bid., p. 199. 359 Dict ionnaire de droit et de prat ique, art icle Folie, t . I , p. 611. Cf. el t ít ulo XXVI I I , art . 1, de la ordenanza crim inal de 1670: " El furioso o insensat o que carezca de t oda volunt ad no debe ser cast igado, pues ya lo es bast ant e por su propia locura. " 360 Arsenal, m s. 12707. 361 Not es de René d'Argenson, p. 93. 358 ellas, en t odo caso, hay un parent esco fundam ent al. El derecho, por el cont rario, t rat a de dist inguir con el m ayor rigor posible la alienación fingida de la aut ént ica, puest o que no se condena a la pena que su crim en habría m erecido " a aquel que est á verdaderam ent e t ocado de locura" . 362 En el int ernam ient o, la dist inción no se hace. La locura real no es m ej or que la locura fingida. En 1710 se había m et ido en Charent on a un m uchacho de 25 años que se hacía llam ar Don Pedro de Jesús y que pret endía ser hij o del rey de Marruecos. Hast a ent onces, se le considera com o sim plem ent e loco. Pero se em pieza a sospechar que finge serlo; no ha est ado un m es en Charent on " sin t est im oniar que est aba en su buen j uicio; conviene en que no es hij o del rey de Marruecos; pero sost iene que su padre es un gobernador de provincia, y no puede resolverse a abandonar sus quim eras" . Locura real y dem encia im it ada se yuxt aponen, com o si las m ent iras int eresadas vinieran a com plet ar las quim eras de la sinrazón. En t odo caso " para cast igarlo por su im post ura y su afect ada locura, creo yo" , escribe d'Argenson a Pont chart rain, " que convendría llevarlo a la Bast illa" . Finalm ent e, se le envía a Vincennes; cinco años después, las quim eras parecen ser m ás num erosas que las m ent iras; pero será necesario que m uera en Vincennes, ent re los prisioneros: " Su razón est á m uy pert urbada; habla sin ilación, y a m enudo es víct im a de accesos de furor, el últ im o de los cuales est uvo a punt o de cost ar la vida a uno de sus com pañeros; así, t odo parece concurrir para cont inuar su det ención. " 363 La locura sin int ención de parecer loco o la sim ple int ención sin locura m erece el m ism o t rat am ient o, quizá porque oscuram ent e t ienen un m ism o origen: el Mal, o al m enos, una volunt ad perversa. Del uno a la ot ra, en consecuencia, el paso será fácil, y se adm it e t ranquilam ent e que uno se vuelve loco por el solo hecho de haber querido est arlo. A propósit o de un hom bre " que t enía la locura de querer hablar al rey sin haber querido j am ás decir a un m inist ro lo que t enía que decir al rey" , escribe d'Argenson, " t ant o se fingió insensat o, sea en la Bast illa, sea en Bicêt re, que se volvió loco en efect o; sigue queriendo hablar al rey en part icular y cuando se le aprem ia a explicarse al respect o, se expresa en los t érm inos de quien no t iene la m enor apariencia de razón" . 364 Puede verse cóm o la experiencia de la locura que se expresa en la práct ica del int ernam ient o, y que sin duda se form a t am bién a t ravés de ella, es aj ena a la que, desde el derecho rom ano de los j urist as del siglo XI I I , se encuent ra form ulada en la conciencia j urídica. Para los hom bres del derecho, la locura at añe esencialm ent e a la razón, alt erando así la volunt ad, al hacerla inocent e: " Locura o ext ravagancia, es alienación de espírit u, desarreglo de la razón que nos im pide dist inguir lo verdadero de lo falso y que, por una agit ación cont inua del espírit u, pone a quien est á afect ado fuera de la capacidad de poder dar algún consent im ient o. " 365 Lo esencial es, por t ant o, saber si la locura es real, y cuál es su grado; y cuant o m ás profunda sea, m ás será reput ada inocent e la volunt ad del suj et o. Bouchet inform a de varias det enciones " que han ordenado que gent es que en est ado de furor habían dado m uert e a sus parient es m ás 362 Cl.- J. de Ferrière, Dict ionnaire de droit et de prat ique, art ículo Locura, t . I , p. 611, subrayado por nosot ros. 363 Archives Bast ille, Ravaisson, t . XI I I , p. 438. 364 I bid., t . XI I I , pp. 66- 67. 365 Dict ionnaire de droit et de prat ique, art ículo Locura, p. 611. próxim os no sean cast igadas" . 366 Por el cont rario, en el m undo del int ernam ient o, poco im port a saber si la razón ha sido afect ada en realidad; de ser así, y si su uso se encuent ra encadenado, ello es, sobre t odo, por una flexión de la volunt ad, que no puede ser t ot alm ent e inocent e, puest o que no es del orden de las consecuencias. Est a puest a en causa de la volunt ad en la experiencia de la locura t al com o es denunciada por el int ernam ient o evident em ent e no es explícit a en los t ext os que se han podido conservar; pero se t raiciona a t ravés de las m ot ivaciones y los m odos del int ernam ient o. De lo que se t rat a es de t oda una relación oscura ent re la locura y el m al, relación que ya no pasa, com o en t iem pos del Renacim ient o, por t odas las pot encias sordas del m undo, sino por ese poder individual del hom bre que es su volunt ad. Así, la locura se enraiza en el m undo m oral. Pero la locura es ot ra cosa que el pandem onio de t odos los defect os y de t odas las ofensas hechas a la m oral. En la experiencia que de ella t iene el clasicism o y en el rechazo que le opone, no sólo es cuest ión de reglas m orales, sino de t oda una conciencia ét ica. Es ella, no una sensibilidad escrupulosa, la que vela sobre la locura. Si el hom bre clásico percibe su t um ult o, no es a part ir de la ribera de una conciencia pura y sim ple, razonable, sino de lo alt o de un act o de razón que inaugura una opción ét ica. Tom ado en su form ulación m ás sencilla, y baj o sus aspect os m ás ext eriores, el int ernam ient o parece indicar que la razón clásica ha conj urado t odas las pot encias de la locura, y que ha llegado a est ablecer una línea de separación decisiva al nivel m ism o de las inst it uciones sociales. En un sent ido, el int ernam ient o parece un exorcism o bien logrado. Sin em bargo, est a perspect iva m oral de la locura, sensible hast a en las form as del int ernam ient o, t raiciona sin duda una separación aún poco firm e. Dem uest ra que la sinrazón, en la época clásica, no ha sido rechazada hast a los confines de una conciencia razonable sólidam ent e cerrada sobre sí m ism a, sino que su oposición a la razón se m ant iene siem pre en el espacio abiert o de una opción y de una libert ad. La indiferencia a t oda form a de dist inción rigurosa ent re la falt a y la locura indica una región m ás profunda, en la conciencia clásica, en que la separación razón- sinrazón se realiza com o una opción decisiva donde se t rat a de la volunt ad m ás esencial, y quizá la m ás responsable del suj et o. Es evident e que est a conciencia no se encuent ra enunciada explícit am ent e en las práct icas del int ernam ient o ni en sus j ust ificaciones. Pero no ha perm anecido silenciosa en el siglo XVI I . La reflexión filosófica le ha dado una form ulación que nos perm it e com prenderla por ot ro cam ino. Hem os vist o por qué decisión rodeaba Descart es, en la m archa de la duda, la posibilidad de ser insensat o; en t ant o que t odas las ot ras form as de error y de ilusión rodeaban una región de la cert idum bre, pero liberaban por ot ra part e una form a de la verdad, la locura quedaba excluida, no dej ando ningún rast ro, ninguna cicat riz en la superficie del pensam ient o. En el régim en de la duda, y en su m ovim ient o hacia la verdad, la locura era de una eficacia nula. Ya es t iem po, ahora, de pregunt ar por qué, y si Descart es ha evadido el problem a en la m edida en que era insuperable, o si ese rechazo de la locura com o 366 Bibliot hèque de droit française, art ículo furiosos. inst rum ent o de la duda no t iene sent ido al nivel del sent ido de la hist oria de la cult ura, t raicionando un nuevo est at ut o de la sinrazón en el m undo clásico. Diríase que si la locura no int erviene en la econom ía de la duda, es porque, al m ism o t iem po, est á siem pre present e y siem pre excluida en el propósit o de dudar y en la volunt ad que lo anim a desde la part ida. Todo el cam ino que va del proyect o inicial de la razón hast a los prim eros fundam ent os de la ciencia sigue los lím it es de una locura de la que se salva sin cesar por un part i pris ét ico que no es ot ra cosa que la volunt ad resuelt a a m ant enerse en guardia, el propósit o de dedicarse " solam ent e a la búsqueda de la verdad" . 367 Hay una t ent ación perpet ua de sueño y de abandono a las quim eras, que am enaza la razón y que es conj urada por la decisión siem pre renovada de abrir los oj os ant e la verdad: " Ciert a pereza m e arrast ra insensiblem ent e en el t ren de la vida ordinaria. Y así com o un esclavo que gozaba en sueños de una libert ad im aginaria, cuando em pieza a sospechar que su libert ad no es m ás que un sueño, t em e despert ar... yo t em o despert arm e de est e sopor. " 368 En el cam ino de la duda inicialm ent e se puede apart ar la locura, puest o que la duda, en la m edida m ism a en que es m et ódica, est á rodeada de est a volunt ad de vigilia que es, a cada inst ant e, arranque volunt ario de las com placencias de la locura. Así com o el pensam ient o que duda im plica al pensam ient o y al que piensa, la volunt ad de dudar ha excluido ya los encant os involunt arios de la sinrazón, y la posibilidad niet zscheana del filósofo loco. Mucho ant es del Cogit o, hay una im plicación m uy arcaica de la volunt ad y de la opción ent re razón y sinrazón. La razón clásica no se encuent ra con la ét ica en el ext rem o de su verdad y en la form a de las leyes m orales; la ét ica, com o elección cont ra la sinrazón, est á present e en el origen de t odo pensam ient o concert ado; y su superficie, prolongada indefinidam ent e a t odo lo largo de la reflexión, indica la t rayect oria de una libert ad que es obviam ent e la iniciat iva m ism a de la razón. En la época clásica, la razón nace en el espacio de la ét ica. Y es est o, sin duda, lo que da al reconocim ient o de la locura en est a época —o com o se quiere, a su no- reconocim ient o— su est ilo part icular. Toda locura ocult a una opción, com o t oda razón una opción librem ent e efect uada. Est o puede adivinarse en el im perat ivo insist ent e de la duda cart esiana; pero la elección m ism a, ese m ovim ient o const it ut ivo de la razón, en que la sinrazón queda librem ent e excluida, se revela a lo largo de la reflexión de Spinoza y los esfuerzos inconclusos de la Reform a del ent endim ient o. La razón se afirm a allí, inicialm ent e, com o decisión cont ra t oda la sinrazón del m undo, con la clara conciencia de que " t odas las ocurrencias m ás frecuent es de la vida ordinaria son vanas y fút iles" ; se t rat a, pues, de part ir en busca de un bien " cuyo descubrim ient o y posesión t uviesen por frut o una et ernidad de alegría cont inua y soberana" : especie de apuest a ét ica, que se ganará cuando se descubra que el ej ercicio de la libert ad se realiza en la plenit ud concret a de la razón que, por su unión con la nat uraleza en su t ot alidad, es el acceso a una nat uraleza superior. " ¿Cuál es, pues, est a nat uraleza? Most rarem os que es el conocim ient o de la unión que t iene el alm a pensant e con la nat uraleza ent era. 367 Discours de la Mét hode, I Ve part ie, Pléiade, p. 147. 15 Prem ière m édit at ion, Pléiade, p. 272. 16 Réform e de l'ent endem ent . Trad. Appuhn, Œuvres de Spinoza, ed. Garnier, t . I , pp. 228- 229. 368 " 369 La libert ad de la apuest a se logra ent onces en una unidad en que desaparece com o elección y se realiza com o necesidad de la razón. Pero est a realización sólo ha sido posible sobre el fondo de la locura conj urada, y hast a el final m anifiest a su peligro incesant e. En el siglo XI X, la razón t rat ará de sit uarse, por relación con la sinrazón, en el suelo de una necesidad posit iva, y no en el espacio libre de una elección. Desde ent onces, el rechazo de la locura ya no será exclusión ét ica, sino dist ancia ya acordada; la razón no t endrá que separarse de la locura, sino reconocerse com o siem pre ant erior a ella, aun si le ocurre alienarse de ella. Pero en t ant o que el clasicism o m ant enga esa elección fundam ent al com o condición del ej ercicio de la razón, la locura surgirá a la luz en el brillo de la libert ad. En el m om ent o en que el siglo XVI I I int erna com o insensat a a una m uj er que " t enía una devoción a su m odo" o a un sacerdot e porque no se encuent ra en él ninguno de los signos de la caridad, el j uicio que condena a la locura baj o est a form a no ocult a una presuposición m oral; m anifiest a t an sólo la separación ét ica de la razón y de la locura. Sólo una conciencia " m oral" en el sent ido en que la ent enderá el siglo XI X podrá indignarse del t rat o inhum ano que la época precedent e ha dado a los locos, o asom brarse de que no se les haya at endido en los hospit ales en una época en que t ant os m édicos escribían obras sabias sobre la nat uraleza y el t rat am ient o del furor, de la m elancolía o de la hist eria. De hecho, la m edicina com o ciencia posit iva no podía afect ar la separación ét ica de la que nacía t oda razón posible. El peligro de la locura, para el pensam ient o clásico, no designa j am ás el t em blor, el pat hos hum ano de la razón encarnada, sino que rem it e a est a región donde el desgarram ient o de la libert ad debe hacer nacer, con la razón, al rost ro m ism o del hom bre. En la época de Pinel, cuando la relación fundam ent al de la ét ica y la razón se habrá invert ido en un segundo nexo de la razón con la m oral, y cuando la locura ya no será m ás que un avat ar involunt ario llegado del ext erior a la razón, se descubrirá con horror la sit uación de los locos en los calabozos de los hospicios. Habrá indignación al ver que los " inocent es" hayan sido t rat ados com o " culpables" . Lo que no quiere decir que la locura haya recibido finalm ent e su est at ut o hum ano o que la evolución de la pat ología m ent al salga, por vez prim era, de su bárbara prehist oria; sino que el hom bre ha m odificado su relación original con la locura, y que sólo lo percibe reflej ado en la superficie de sí m ism o, en el accident e hum ano de la enferm edad. Ent onces considerará hum ano dej ar m orirse a los locos en el fondo de las casas correccionales, no com prendiendo ya que, para el hom bre clásico, la posibilidad de la locura es cont em poránea de una opción const it ut iva de la razón y, por consiguient e, del hom bre m ism o. Hast a t al punt o que, hast a el siglo XVI I o el XVI I I , no puede hablarse de t rat ar " hum anam ent e" la locura, pues ést a, por derecho propio, es inhum ana, y form a por así decir el ot ro lado de una elección que abre al hom bre el libre ej ercicio de su nat uraleza racional. Los locos ent re los correccionarios: no hay ni ceguera ni confusión ni prej uicios, sino el propósit o deliberado de dej ar hablar a la locura el idiom a que le es propio. Est a experiencia de una opción y de una libert ad, cont em poráneas de la razón, 369 est ablece con claridad evident e para el hom bre clásico una cont inuidad que se ext iende sin rupt ura a t odo lo largo de la sinrazón: desarreglo de las cost um bres y desarreglo del espírit u, locura verdadera y sim ulada, delirios y m ent iras pert enecen, en el fondo, a la m ism a t ierra nat al, y t ienen derecho al m ism o t rat o. Sin em bargo, es preciso no olvidar que los " insensat os" t ienen, com o t ales, un sit io part icular en el m undo del confinam ient o. Su est at ut o no se reduce a ser t rat ados com o el rest o de los m iem bros de la correccional. En la sensibilidad general hacia la sinrazón, hay una especie de m odulación part icular t ocant e a la locura propiam ent e dicha, y se dirige a los que se denom ina, sin dist inción sem ánt ica precisa, insensat os, espírit us alienados o pert urbados, ext ravagant es, gent e dem ent e. Est a m anera part icular de la sensibilidad dibuj a el rost ro propio de la locura en el m undo de la sinrazón. A ella concierne en prim er t érm ino el escándalo. En su form a m ás general, el confinam ient o se explica, o en t odo caso se j ust ifica, por la volunt ad de evit ar el escándalo. I nclusive indica, por lo m ism o, un cam bio im port ant e en la conciencia del m al. El Renacim ient o había dej ado salir en paz a la luz del día las form as de la sinrazón; la publicidad daba al m al poder de ej em plo y de redención. Gilíes de Rais, acusado en el siglo XV de haber sido " herej e, relapso, dado a sort ilegios, sodom it a, invocador de espírit us m alvados, adivinador, asesino de inocent es, apóst at a de la fe, idólat ra y desviador de la fe" , 370 t erm ina por confesar sus crím enes ( " que son suficient es para hacer m orir a diez m il personas" ) en una declaración ext raj udicial; repit e sus confesiones, en lat ín, frent e al t ribunal; después pide, por propia iniciat iva, que " la dicha confesión, hecha a t odos y a cada uno de los asist ent es, la m ayor part e de los cuales ignoraba el lat ín, fuese publicada en lengua vulgar y expuest a a ellos, para m ayor vergüenza de los delit os perpet rados, y para así obt ener m ás fácilm ent e la rem isión de sus pecados, y el favor de Dios para el perdón de los pecados por él com et idos" . 371 En el proceso civil, se le exige que haga la m ism a confesión ant e el pueblo reunido: " Le dij o Monseñor el President e que dij era su caso t odo ent ero, y que la vergüenza que sufriría le valdría para que se le aligerara en algo la pena que debía sufrir por aquello. " Hast a el siglo XVI I , el m al, con t odo lo que puede t ener de m ás violent o e inhum ano, no puede com pensarse ni cast igarse si no es expuest o a la luz del día. La confesión y el cast igo del crim en deben hacerse a plena luz, pues es la única form a de com pensar la noche de la cual el crim en surgió. Exist e un ciclo de consum ación del m al que debe pasar necesariam ent e por la confesión pública, para hacerse m anifiest o, ant es de llegar a la conclusión que lo suprim e. La int ernación, al cont rario, denuncia una form a de conciencia para la cual lo inhum ano no puede provocar sino vergüenza. Hay aspect os en el m al que t ienen t al poder de cont agio, t al fuerza de escándalo, que cualquier t ipo de publicidad los m ult iplicaría al infinit o. Sólo el olvido puede suprim irlos. A 370 Art ículo 41 del act a de acusación, t rad. fr. cit ada por Hernández, Le Procès inquisit orial de Gilles de Rais, París, 1922. 371 Sépt im a sesión del proceso ( en Procès de Gilles de Rais, París, 1959) , p. 232. propósit o de un caso de envenenam ient o, Pont chart rain no prescribe el t ribunal público, sino el secret o de un asilo. " Com o los inform es im plicaban a una part e de París, el Rey no creyó que se debiera procesar a t ant as personas, de las cuales m uchas, adem ás, habían com et ido los crím enes sin saberlo, y ot ros se habían dej ado arrast rar por la facilidad; Su Maj est ad lo det erm inó así, con t ant o m ás gust o cuant o que est á persuadido de que exist en ciert os crím enes que sería preciso absolut am ent e olvidar. " 372 Fuera de los peligros del ej em plo, el honor de las fam ilias y el de la religión son suficient es para que se recom iende int ernar a un suj et o. A propósit o de un sacerdot e que t rat an de enviar a Saint - Lazare: " Así, un eclesiást ico com o ést e debe ser escondido con hart o cuidado por el honor de la religión y el sacerdocio. " 373 Bien ent rado el siglo XVI I I , Malesherbes defenderá el confinam ient o com o un derecho de las fam ilias que quieren escapar del deshonor: " Aquello que se denom ina una baj eza, se halla en la m ism a alt ura que las acciones que el orden público no puede t olerar... Se diría que el honor de una fam ilia exige que se haga desaparecer de la sociedad a quien, por sus cost um bres viles y abyect as, hace enroj ecer a sus parient es. " 374 La orden de liberación, a su vez, se concede cuando el peligro del escándalo queda apart ado, o cuando el recluso no puede ya deshonrar a la fam ilia o a la I glesia. El abat e Bargedé est aba encerrado desde hacía m ucho; nunca, a pesar de sus pet iciones, se había aut orizado su salida: pero he aquí que la vej ez y la invalidez que lo afect an han vuelt o im posible el escándalo: " Por lo dem ás, su parálisis cont inúa —escribe d'Argenson—. No puede ni escribir ni firm ar; pienso que sería j ust o y carit at ivo devolverle la libert ad. " 375 Todas las form as del m al que se aproxim en a la sinrazón deben quedar guardadas en secret o. El clasicism o experim ent a, pues, ant e lo inhum ano un pudor que el Renacim ient o j am ás sint ió. Ahora bien, exist e una excepción en est a act it ud de secret o. Es lo que se le reserva a los locos... 376 Exhibir a los insensat os, era sin duda una ant iquísim a cost um bre m edieval. En algunos de los Narrt ürm er de Alem ania, había vent anas con rej as, que perm it ían observar desde el ext erior a los locos que est aban allí encadenados. Eran t am bién un espect áculo en las puert as de las ciudades. Lo ext raño es que est a cost um bre no desapareciera cuando se cerraban las puert as de los asilos, sino que al cont rario se haya desarrollado y adquirido en París y en Londres un caráct er casi inst it ucional. Todavía en 1815, si acept am os un inform e present ado ant e la Cám ara de los Com unes, el hospit al de Bet hlehem m ost raba a los locos furiosos por un penny, t odos los dom ingos. Ahora bien, el ingreso anual que significaban esas visit as, llegaba a 400 libras, lo que supone la cifra asom brosam ent e elevada de 96 m il visit as al año. 377 En Francia, el paseo a Bicêt re y el espect áculo de los grandes 372 Archives Bast ille, Ravaisson, XI I I , pp. 161- 162. B. N. Fonds Clairam bault , 986. 374 Cit ado en Piet ri, La Réform e de l'Ét at , p. 257. 375 B. N. Fonds Clairam bault , 986. 376 Muy t arde ocurrió, sin duda baj o la influencia de la práct ica concernient e a los locos, que se enseñaran t am bién los enferm os venéreos. El padre Richard, en sus Mém oires, narra la visit a que les hizo el príncipe de Condé con el duque de Enghien " para inspirarle el horror al vicio" ( fº 25) . 377 Ned Ward, en London Spy cit a la cifra de 2 peniques. No es im posible que en el curso del siglo XVI I I se haya reducido el precio de ent rada. 373 insensat os fue una de las dist racciones dom inicales de los burgueses de la rive gauche hast a la época de la Revolución. Mirabeau inform a, en sus Observat ions d'un voyageur anglais, que m ost raban a los locos de Bicêt re " com o si fueran anim ales curiosos, al prim er pat án recién llegado que quisiera pagar un ochavo" . Se va a ver al guardián exhibiendo a los locos, com o se va a la feria de Saint - Germ ain a ver al j uglar que ha am aest rado a los m onos. 378 Ciert os carceleros t enían gran reput ación por su habilidad para hacer que los locos realizaran m il piruet as y acrobacias m ediant e unos pocos lat igazos. La única at enuación que encont ram os, a finales del siglo XVI I I , es la de encargar a los insensat os la t area de exhibir a los locos, com o si fuera obligación de la locura exhibirse a sí m ism a. " No calum niem os a la nat uraleza hum ana. El viaj ero inglés t iene razón al considerar el oficio de exhibir a los locos com o algo que se encuent ra por encim a de la hum anidad m ás aguerrida. Ya lo hem os dicho. Hay rem edio para t odo. Son los m ism os locos los que, en sus int ervalos de lucidez, est án encargados de m ost rar a sus com pañeros, los cuales, a su vez, les devuelven el m ism o servicio. Así, los guardianes de est os desgraciados disfrut an de los beneficios que el espect áculo les procura, sin t ener que adquirir una insensibilidad a la cual, sin duda, j am ás podrían llegar. " 379 He aquí a la locura convert ida en espect áculo, por encim a del silencio de los asilos, y t ransform ada, para gozo de t odos, en escándalo público. La sinrazón se escondía en la discreción de las casas de confinam ient o; pero la locura cont inúa present ándose en el t eat ro del m undo. Con m ayor lust re que nunca. Durant e el I m perio, incluso se llegará a ciert os ext rem os que nunca alcanzaron la Edad Media y el Renacim ient o; la ext raña cofradía del " navío Azul" represent aba en ot ro t iem po espect áculos donde se im it aba la locura; 380 ahora es la propia locura, la locura de carne y hueso, la que hace la represent ación. Coulm ier, direct or de Charent on, organizó en los prim eros años del siglo XI X aquellos fam osos espect áculos donde los locos hacían t ant o el papel de act ores com o el de espect adores observados. " Los alienados que asist ían a est as represent aciones t eat rales eran obj et o de la at ención, de la curiosidad, de un público ligero, inconsecuent e y en ocasiones m alvado. Las act it udes grot escas de est os desgraciados y sus adem anes provocaban la risa burlona, la piedad insult ant e de los asist ent es. " 381 La locura se conviert e en puro espect áculo, en un m undo sobre el cual Sade ext iende su soberanía, 382 espect áculo que es ofrecido com o dist racción a la buena conciencia de una razón segura de sí m ism a. Hacia principios del siglo XI X, hast a la indignación de Royer- Collard, los locos siguen siendo m onst ruos, es decir, seres o cosas que m erecen ser exhibidos. El confinam ient o esconde la sinrazón y delat a la vergüenza que ella 378 " Todo el m undo era adm it ido ant es a visit ar Bicêt re, y, en los buenos t iem pos, se veían llegar al m enos 2 m il personas diarias. Con el dinero en la m ano, eran conducidas por un guía a la división de los insensat os" ( Mém oires de Père Richard, loc. cit ., f° 61) . Se visit aba a un sacerdot e irlandés " acost ado sobre paj a" , a un capit án de barco a quien ponía furioso la vist a de los hom bres, " pues era la inj ust icia de los hom bres la que lo había vuelt o loco" , a un j oven " que cant aba de m anera m aravillosa" ( ibid. ) . 379 Mirabeau, Mém oires d'un voyageur anglais, 1788, p. 213, not a I . 380 Cf. supra, cap. I . 381 Esquirol, " Mém oire hist orique et st at ist ique de la Maison Royale de Charent on" , en Des m aladies m ent ales, I I , p. 222. 382 I bid. suscit a; pero designa explícit am ent e la locura, la señala con el dedo. Si bien, en lo que respect a a la prim era, se propone ant es que nada evit ar el escándalo, en la segunda lo organiza. Ext raña cont radicción: la época clásica envuelve la locura en una experiencia global de la sinrazón; reabsorbe las form as singulares, que habían sido t an bien individualizadas en la Edad Media y en el Renacim ient o. Y en una aprehensión general, aproxim a con indiferencia t odas las form as de la sinrazón. Pero al m ism o t iem po dist ingue a la locura por un signo peculiar: no el de la enferm edad, sino el del escándalo exalt ado. Sin em bargo, no hay nada en com ún ent re est a exhibición organizada de la locura del siglo XVI I I y la libert ad con la cual se m ost raba en pleno día durant e el Renacim ient o. Ent onces est aba present e en t odas part es y m ezclada a cada experiencia, m erced a sus im ágenes y sus peligros. Durant e el periodo clásico se la m uest ra, pero det rás de los barrot es; si se m anifiest a, es a dist ancia, baj o la m irada de una razón que ya no t iene parent esco con ella y que no se sient e ya com prom et ida por una excesiva sem ej anza. La locura se ha convert ido en una cosa para m irar: no se ve en ella al m onst ruo que habit a en el fondo de uno m ism o, sino a un anim al con m ecanism os ext raños, best ialidad de la cual el hom bre, desde m ucho t iem po at rás, ha sido exim ido. " Puedo fácilm ent e concebir un hom bre sin m anos, sin pies y sin cabeza ( pues es únicam ent e la experiencia la que nos enseña que la cabeza es m ás im port ant e que los pies) . Pero no puedo im aginar un hom bre sin pensam ient o: sería una piedra o un brut o. " 383 En su I nform e sobre el servicio de los alienados, Desport es describe los locales de Bicêt re, t al com o eran a fines del siglo XVI I I . " El infort unado t enía por único m ueble un cam ast ro con paj a, y encont rándose prensado cont ra el m uro, por la cabeza, los pies y el cuerpo, no podía disfrut ar del sueño sin m oj arse, debido al agua que escurría por las piedras. " En lo que respect a a los cuart os de la Salpêt rière, inform aba que las habit aciones eran aún m ás " funest as y a m enudo m ort ales, ya que en invierno, cuando suben las aguas del Sena, los cuart os sit uados al nivel de las alcant arillas se volvían no solam ent e insalubres, sino adem ás refugios de m ult it ud de grandes rat as, que por la noche at acaban a los desgraciados que est aban allí encerrados y los roían por t odas las part es que podían alcanzar; se han hallado locas con los pies, las m anos y el rost ro desgarrados por m ordiscos a m enudo peligrosos que han causado la m uert e a m ás de uno" . Pero son los calabozos reservados desde m ucho t iem po at rás a los alienados m ás peligrosos y agit ados. Si son m ás calm ados y si nadie t iene nada que t em er de ellos, se les hacina en celdas m ás o m enos grandes. Uno de los discípulos m ás act ivos de Tuke, Godfrey Higgins, había obt enido el derecho, m ediant e el pago de 20 libras, de visit ar el asilo de York a t ít ulo de inspect or benévolo. Durant e una visit a, descubre una puert a cuidadosam ent e disim ulada, que da a una pieza que no llegaba a m edir 8 pies en cuadro ( alrededor de 6 m et ros cuadrados) , la cual acost um braban ocupar durant e la noche 13 m uj eres; por el día vivían en un cuart o apenas m ás grande. 384 383 384 Pascal, Pensées, ed. Brunschvicg, n. 339. D. H. Tuke, Chapt ers on t he Hist ory of t he I nsane, p. 151. En el caso cont rario, cuando los insensat os son part icularm ent e peligrosos, se les m ant iene baj o un sist em a de const reñim ient o que no es, indudablem ent e, de nat uraleza punit iva, pero que fij a exact am ent e los lím it es físicos de la locura rabiosa. Lo m ás com ún es encadenarlos a las paredes y a las cam as. En Bet hlehem , las locas furiosas est aban encadenadas por los t obillos a la pared de una larga galería; no t enían m ás ropa que un sayal. En ot ro hospit al, Bet hnal Green, una m uj er padecía violent as crisis de excit ación: cuando le llegaba una, la colocaban en una porqueriza, at ada de pies y m anos; cuando la crisis pasaba, la at aban a su cam a, cubiert a sólo por una m ant a; cuando le perm it ían dar unos pasos, le aj ust aban ent re las piernas una barra de hierro, fij a con anillos a los t obillos y unida a unas esposas por una cort a cadena. Sam uel Tuke, en su I nform e sobre la sit uación de las alienados indigent es, det alla el laborioso sist em a inst alado en Bet hlehem para cont ener a un loco considerado furioso: est aba suj et o con una larga cadena que at ravesaba la pared, lo que perm it ía al guardián dirigirlo, t enerlo suj et o, por así decirlo, desde el ext erior; en el cuello le habían puest o una argolla de hierro, que m ediant e una cort a cadena se unía a ot ra argolla; ést a resbalaba por una gruesa barra de hierro, vert ical, suj et a por los ext rem os al suelo y al t echo de la celda. Cuando se inició la reform a de Bet hlehem , se halló a un hom bre que llevaba doce años en est a celda, som et ido al sist em a descrit o. 385 Cuando alcanzan est e paroxism o de violencia, result a claro que dichas práct icas no est án ya anim adas por la conciencia de un cast igo que se debe im poner, ni t am poco por el deber de corregir. La idea de " arrepent im ient o" es aj ena por com plet o a est e régim en. Es una especie de im agen de la anim alidad la que acecha ent onces en los hospicios. La locura le cubre su rost ro con la m áscara de la best ia. Los que est án encadenados a los m uros de las celdas no son hom bres que han perdido la razón, sino best ias m ovidas por una rabia nat ural: es com o si la locura, en est e ext rem o, liberada de la sinrazón m oral cuyas form as m ás at enuadas son cont enidas, viniera a j unt arse, por un golpe de fuerza, con la violencia inm ediat a de la anim alidad. El m odelo de anim alidad se im pone en los asilos y les da su aspect o de j aula y de zoológico. Coguel describe la Salpêt rière, a fines del siglo XVI I I : " Las locas at acadas por excesos de furor son encadenadas com o perros a la puert a de su cuart o, y separadas de los guardianes y de los visit ant es por un largo corredor defendido por una verj a de hierro; se les pasan ent re los barrot es la com ida y la paj a, sobre la cual se acuest an; por m edio de rast rillos se ret ira una part e de las suciedades que las rodean. " 386 En el hospit al de Nant es, el " zoológico" parece un conj unt o de j aulas individuales para best ias feroces. Esquirol nunca había vist o " t al abundancia de cerraduras, de candados, de barras de hierro para at rancar las puert as de los calabozos... Unos vent anillos, a un lado de las puert as, t enían barras de hierro y post igos. Muy cerca de la abert ura colgaba una cadena fij a a la pared, que llevaba en el ot ro ext rem o un recipient e de hierro colado que t enía m ucha form a de zueco, y en el cual eran deposit ados los alim ent os y pasados a t ravés de los barrot es" . 387 Cuando Fodéré llega al hospit al de Est rasburgo en 1814, encuent ra que est á inst alado, con m ucho cuidado y habilidad, una especie de est ablo hum ano. " Para 385 386 387 Se llam aba Norris. Murió un año después de ser libert ado. Coguel, La Vie parisienne sous Louis XVI , París, 1882. Esquirol, Des m aladies m ent ales, t . I I , p. 481. los locos im port unos y que se ensucian" , se habían est ablecido al ext rem o de las salas grandes " unas especies de j aulas o de arm arios hechos con t ablas, que pueden, cuando m ás, dar cabida a un hom bre de est at ura m ediana. " Las j aulas t ienen debaj o una especie de claraboya que no reposa direct am ent e sobre el suelo, sino que est á apart ada de él unos quince cent ím et ros. Sobre las t ablas, se ha arroj ado un poco de paj a, " sobre la cual duerm e el insensat o, desnudo o sem idesnudo, y t am bién sobre ella t om a sus alim ent os y hace sus necesidades" . 388 Exist e, por supuest o, t odo un sist em a de seguridad para defenderse de la violencia de los alienados y el desencadenam ient o de su furor. Est e desencadenam ient o es considerado, ant es que nada, com o un peligro social. Pero lo m ás im port ant e es que se le considera baj o las especies de una libert ad anim al. El hecho negat ivo de que " el loco no es t rat ado com o un ser hum ano" , posee un cont enido m uy posit ivo; est a especie de inhum ana indiferencia t iene en realidad valor de obsesión: est á enraizada en los viej os t em ores que, desde la Ant igüedad y, sobre t odo, la Edad Media, han dado al m undo anim al fam iliaridad ext raña, m aravillas am enazant es. Sin em bargo, est e m iedo anim al, que acom paña, con t odo su im aginario paisaj e, a la percepción de la locura, no t iene exact am ent e el m ism o sent ido que t uvieran los de dos o t res siglos ant es: la m et am orfosis en anim al no es ya señal visible de las pot encias infernales, ni result ado de la alquim ia diabólica de la sinrazón. El anim al en el hom bre no se considera com o un indicio de algo que est á m ás allá; se ha t ornado locura sin relación sino consigo m ism a: es la locura en el est ado de nat uraleza. La anim alidad que se m anifiest a rabiosam ent e en la locura, despoj a al hom bre de t odo aquello que pueda t ener de hum ano, pero no para ent regarlo a ot ras pot encias, sino para colocarlo en el grado cero de su propia nat uraleza. La locura, en sus form as últ im as, es para el clasicism o el hom bre en relación inm ediat a con su propia anim alidad, sin ot ra referencia y sin ningún recurso. 389 1° Llegará un día en que est a presencia de la anim a lidad en la locura será considerada, dent ro de una perspect iva evolucionist a, com o el signo, m ás aún, com o la esencia m ism a de la enferm edad. En la época clásica, al cont rario, la anim alidad expresa con singular esplendor precisam ent e el hecho de que el loco no es un enferm o. La anim alidad, en efect o, prot ege al loco cont ra t odo lo que pueda exist ir de frágil, de precario y de enferm izo en el hom bre. La solidez anim al de la locura, y ese espesor que ext rae del m undo ciego de la best ia, endurece al loco cont ra el ham bre, el calor, el frío y el dolor. Es not orio, hast a fines del siglo XVI I I , que los locos pueden soport ar indefinidam ent e las 388 Fodéré, Trait é du délire appliqué à la m édecine, à la m orale, à la législat ion, Paris, 1817, t . I , pp. 190- 191. 389 Esa relación m oral, que se est ablece ent re el hom bre m ism o y la anim alidad, no com o pot encia de m et am orfosis, sino com o lím it e de su nat uraleza, est á bien expresada en un t ext o de Mat hurin Le Picard: " Es un lobo por su rapacidad, por su sut ileza un león, por su engaño y ast ucia un zorro, por su hipocresía un m ono, por la envidia un oso, por su venganza un t igre, por sus blasfem ias y det racciones un perro, una serpient e que vive de la t ierra por su avaricia, cam aleón por inconst ancia, pant era por herej ía, basilisco por lascivia de los oj os, dragón que siem pre arde de sed por ebriedad, puerco por la luj uria" ( Le Fouet des Paillards, Rouen. 1623, p. 175) . m iserias de la exist encia. Es inút il prot egerlos; no hay necesidad ni de cubrirlos, ni de calent arlos. Cuando en 1811, Sam uel Tuke visit a una workhouse de los condados del sur, ve unas celdas adonde la luz del día llega por vent anos enrej ados que se han hecho en las puert as. Todas las m uj eres est aban com plet am ent e desnudas. Ahora bien, " la t em perat ura era ext rem adam ent e rigurosa, y la noche ant erior, el t erm óm et ro había m arcado 18° baj o cero. Una de est as infort unadas m uj eres es t aba acost ada sobre un poco de paj a, sin m ant a" . Est a apt it ud de los alienados para soport ar, com o los anim ales, las peores int em peries, será aún, para Pinel, un dogm a de la m edicina. Él adm irará siem pre " la const ancia y la facilidad con que los alienados de uno y ot ro sexo soport an el frío m ás riguroso y prolongado. En el m es de Nivoso del año iii, en ciert os días en que el t erm óm et ro indicaba 10, 11 y hast a 16° baj o cero, un alienado del hospicio de Bicêt re no podía soport ar la m ant a de lana, y perm anecía sent ado sobre el ent arim ado helado de la celda. Por la m añana, apenas le abrían la puert a, se le veía correr en cam isón por los pat ios, coger el hielo y la nieve a puñados, ponérselos sobre el pecho y dej arlos derret ir, con una especie de deleit e" . 390 La locura, con t odo lo que t iene de ferocidad anim al, preserva al hom bre de los peligros de la enferm edad; ella lo hace llegar a una especie de invulnerabilidad, sem ej ant e a aquella que la nat uraleza, previsoram ent e, ha dado a los anim ales. Curiosam ent e la confusión de la razón rest it uye el loco a la bondad inm ediat a de la nat uraleza, por las vías del ret orno a la anim alidad. 391 2° En est e punt o ext rem o, por t ant o, es donde la lo cura part icipa m enos que nunca de la m edicina; t am poco puede pert enecer al dom inio de la corrección. Anim alidad desencadenada, no puede ser dom inada sino por la dom a y el em brut ecim ient o. El t em a del loco- anim al ha sido realizado efect ivam ent e en el siglo XVI I I , en la pedagogía que se t rat a a veces de im poner a los alienados. Pinel cit a el caso de un " est ablecim ient o m onást ico m uy renom brado sit uado en una de las part es m eridionales de Francia" , donde al insensat o ext ravagant e se le int im aba " la orden precisa de cam biar" ; si rehusaba acost arse o com er, " se le prevenía que su obst inación en sus descarríos sería cast igada al día siguient e con diez azot es con nervios de buey" . En cam bio, si era sum iso y dócil, se le hacía " t om ar sus alim ent os en el refect orio, al lado del inst it ut or" , pero al com et er la m ás m ínim a falt a, recibía rom o advert encia " un golpe de vara dado con fuerza en los dedos" . 392 Así, por una curiosa dialéct ica, cuyo m ovim ient o explica t odas esas práct icas ''inhum anas" de la int ernación, la libre anim alidad de la locura es gobernada solam ent e por est a dom a cuyo sent ido no es el de elevar lo best ial hacia lo hum ano, sino de rest it uir al hom bre a aquello que pueda t ener de puram ent e anim al. La locura revela un secret o de anim alidad, que es su verdad y en el cual, de alguna m anera, se resorbe. Hacia m ediados del siglo XVI I I , un granj ero del nort e de Escocia t uvo 390 Pinel, Trait é m édico- philosophique, t . I , pp. 60- 61. Podría cit arse, com o ot ra expresión del m ism o t em a, el régim en alim ent icio al que est aban som et idos los insensat os de Bicêt re ( ala de Saint - Prix) : " Seis cuart as de un pan m oreno diario, sopa sobre el pan; una cuart a de carne el dom ingo, m art es y j ueves; un t ercio de lit ron de guisant es o de habas lunes y viernes, una onza de m ant equilla el m iércoles; una onza de queso el sábado" ( Archives de Bicêt re. Reglam ent o de 1781, cap. V, art . 6) . 392 Pinel, loc. cit ., p. 312. 391 su m om ent o de celebridad. Se le at ribuía el art e de curar la m anía. Pinel not a de paso que est e Gregory t enía una est at ura de Hércules; " su m ét odo consist ía en dedicar a los alienados a los t rabaj os m ás penosos de la agricult ura, a em plearlos ya fuera com o best ias de carga o com o criados, a reducirlos, en fin, a la obediencia con una paliza, a la m enor rebelión" . 393 En la reducción a la anim alidad, la locura encuent ra a la vez su verdad y su curación: cuando el loco se ha convert ido en best ia, t al presencia del anim al en el hom bre, que era la piedra de escándalo de la locura, se ha borrado: no porque el anim al calle, sino porque el hom bre m ism o ha dej ado de exist ir. En el ser hum ano convert ido en best ia de carga, la abolición de la razón sigue la prudencia y su orden: la locura est á curada ahora, puest o que est á alienada en algo que no es sino su verdad; 3º Llegará un m om ent o en que, de est a anim alidad de la locura, se deducirá la idea de una psicología m ecanicist a, y la t esis de que Se pueden referir las form as de la locura a las grandes est ruct uras de la vida anim al. Pero en los siglos XVI I y XVI I I , la anim alidad que prest a su rost ro a la locura, no prescribe de ninguna m anera a sus fenóm enos un sent ido det erm inist a. Al cont rario, coloca a la locura en un espacio de im previsible libert ad, donde se desencadena el furor. Si el det erm inism o hace presa de ella, es com o const reñim ient o, cast igo y dom a. Merced al sesgo de la anim alidad, la locura no adquiere la figura de las grandes leyes de la nat uraleza y de la vida, sino m ás bien las m il form as de un best iario. Diferent e, sin em bargo, de aquel que recorría la Edad Media y que narraba, con t ant os rost ros sim bólicos, las m et am orfosis del m al: ahora es un best iario abst ract o; el m al no aparece aquí con su cuerpo fant ást ico; en él sólo se capt a la form a m ás ext rem a, la verdad carent e de cont enido de la best ia. Est á despoj ado de t odo aquello que podía darle su riqueza de fauna im aginaria, para conservar un poder general de am enaza: el sordo peligro de una anim alidad que acecha y que de un golpe conviert e la razón en violencia y la verdad en el furor del insensat o. A pesar del esfuerzo cont em poráneo para const it uir una zoología posit iva, la obsesión de una anim alidad cont em plada com o el espacio nat ural de la locura, no cesa de poblar el infierno de la época clásica. Es que ella const it uye el elem ent o im aginario de donde han nacido t odas las práct icas del confinam ient o y los aspect os m ás ext raños de su salvaj ism o. En la Edad Media, ant es de los principios del m ovim ient o franciscano, y largo t iem po, sin duda, después de él y a pesar de él, la relación del ser hum ano con la anim alidad fue aquella, im aginaria, del hom bre con las pot encias subt erráneas del m al. En nuest ra época, el hom bre reflexiona en esa relación en la form a de una posit ividad nat ural: a la vez j erarquía, ordenanza y evolución. Pero el paso del prim er t ipo de relaciones al segundo se ha hecho, j ust am ent e, en la época clásica, cuando la anim alidad aún era percibida com o negat ividad, pero nat ural; es decir, en el m om ent o en que el hom bre ya no ha experim ent ado su relación con el anim al m ás que en el peligro absolut o de una locura que suprim e la nat uraleza del hom bre en una indiferenciación nat ural. Est a m anera de concebir la locura es la prueba de que, aun en el siglo XVI I I , la relación de la nat uraleza hum ana no era ni sencilla ni inm ediat a, y que pasaba 393 I bid. por las form as de negat ividad m ás rigurosa. 394 Ha sido esencial, sin duda, para la cult ura occident al, el unir, com o lo ha hecho, su percepción de la locura con las form as im aginarias de la relación ent re el hom bre y el anim al. Para com enzar, no ha t enido por evident e que el anim al part icipe de la plenit ud de la nat uraleza, de su sabiduría y su orden: est a idea apareció t ardíam ent e y perm aneció durant e m ucho t iem po en la superficie de la cult ura; acaso no haya penet rado aún en los espacios subt erráneos de la im aginación. En realidad, para quien desea abrir bien los oj os, pront o llega a ser claro el hecho de que los anim ales pert enecen m ás bien a la cont ranat uraleza, a una negat ividad que am enaza el orden y pone en peligro, con su furor, la sabiduría posit iva de la nat uraleza. La obra de Laut réam ont es un t est im onio al respect o. El hecho de que el hom bre occident al haya vivido dos m il años sobre su definición de anim al razonable, ¿significa necesariam ent e que haya reconocido la posibilidad de un orden com ún que abarque la razón y la anim alidad? ¿Por qué sería preciso que hubiese expresado en t al definición su m anera de insert arse en la posit ividad nat ural? E independient em ent e de lo que Arist ót eles haya querido decir realm ent e, ¿no se puede apost ar que el " anim al razonable" ha designado, m ucho t iem po, para el m undo occident al, la m anera com o la libert ad de la razón conseguía m overse en el espacio de una sinrazón desencadenada, y se separaba de él, hast a el ext rem o de convert irse en su t érm ino cont radict orio? A part ir del m om ent o en que la filosofía se convirt ió en ant ropología, en la cual el hom bre ha int ent ado reconocerse en una plenit ud nat ural, el anim al ha perdido su poder de negat ividad, para const it uir, ent re el det erm inism o de la nat uraleza y la razón del hom bre, la form a posit iva de una evolución. La fórm ula del anim al razonable ha cam biado t ot alm ent e de sent ido; la sinrazón que ella consideraba en el origen de t oda razón posible, ha desaparecido por com plet o. Desde ent onces, la locura t uvo que obedecer al det erm inism o del hom bre, reconocido por ser nat ural en su anim alidad m ism a. En la época clásica, si bien es ciert o que el análisis cient ífico y m édico de la locura, com o verem os m ás adelant e, busca su inscripción en est e m ecanism o nat ural, las práct icas reales concernient es a los insensat os son t est im onio suficient e de que la locura era aún considerada com o violencia ant inat ural de la anim alidad. De cualquier m anera, es est a anim alidad de la locura, la que exalt a el confinam ient o, en la m ism a época en que se esfuerza por evit ar el escándalo de la inm oralidad de lo irrazonable. He aquí algo que hace not oria la dist ancia que ha surgido en la época clásica, ent re la locura y las ot ras form as de sinrazón, aun cuando es verdad, desde ciert o punt o de vist a, que han sido confundidas o asim iladas. Toda una et apa de la sinrazón se reduce al silencio, m ient ras que a la locura se le perm it e hablar librem ent e su lenguaj e de escándalo, ¿qué enseñanza puede t ransm it ir ella, que no puede t ransm it ir la sinrazón en general? ¿Qué sent ido t ienen sus furores y t oda la rabia del insensat o, que no se puedan encont rar en las palabras, m ás sensat as probablem ent e, de los ot ros int ernados? ¿Qué cosa posee la locura, pues, que 394 Quien quiera t om arse la pena de est udiar la noción de nat uraleza para Sade, y sus relaciones con la filosofía del siglo XVI I I , encont rará un m ovim ient o de ese género, llevado a su pureza m ás ext rem a. sea m ás peculiarm ent e significat iva? A part ir del siglo XVI I , la sinrazón, en el sent ido m ás lat o, no aport a ninguna enseñanza. La peligrosa reversibilidad de la razón que el Renacim ient o sent ía aún t an próxim a, debe ser olvidada y desaparecer j unt o con sus escándalos. El vast o t em a de la locura de la Cruz, que había acom pañado t an de cerca a la experiencia crist iana renacent ist a, com ienza a desaparecer en el siglo XVI I , a pesar de Pascal y el j ansenism o. O, m ás bien, subsist e, pero alt erado en su sent ido, casi invert ido. No es ya cosa de exigir a la razón hum ana que abandone su orgullo y sus cert idum bres para perderse en la gran sinrazón del sacrificio. Cuando el crist ianism o de la época clásica habla de la locura de la Cruz, es solam ent e para hum illar a una falsa razón y hacer brillar la luz et erna de la verdadera; la locura de Dios hecho hom bre es sólo una sabiduría que no reconocen los hom bres irrazonables que viven en est e m undo: " Jesús crucificado... fue escándalo del m undo y pareció ignorancia y locura a los oj os del siglo. " Pero, convert ido el m undo al crist ianism o, el orden de Dios que se revela a t ravés de las peripecias de la hist oria y la locura de los hom bres, son suficient es para m ost rar ahora que " Crist o se ha t ornado el punt o m ás elevado de nuest ra sabiduría" . 395 El escándalo de la fe y de la hum illación crist iana, que conserva en Pascal su vigor y su valor de m anifest ación, no t endrá en breve ningún sent ido para el pensam ient o crist iano, salvo quizás el de m ost rar en t odas aquellas conciencias escandalizadas ot ras t ant as alm as obcecadas: " No perm it áis que vuest ra cruz, que os ha som et ido el universo, sea t odavía locura y escándalo de los espírit us soberbios. " Los propios crist ianos rechazan ahora la sinrazón de su creencia, y la relegan a los lím it es de la razón, que ha llegado a ser idént ica a la sabiduría del Dios encarnado. Será necesario, después de Port - Royal, esperar dos siglos —Dost oiewski y Niet zsche— para que Crist o recupere la gloria de su locura, para que el escándalo t enga nuevam ent e un poder de m anifest ación, para que la sinrazón dej e de ser únicam ent e la vergüenza pública de la razón. Mas en el m om ent o en que la razón crist iana se libera de una locura a la cual había est ado unida t ant o t iem po, el loco, con la razón abolida y su rabia anim al, recibe un singular poder de dem ost ración: es com o si el escándalo, expulsado de las regiones superiores del hom bre, en las cuales se m anifest aba la Encarnación, reapareciera con la plenit ud de su fuerza y con una enseñanza nueva, en la región donde el hom bre t iene relación con la nat uraleza y con su propia anim alidad. El sent ido práct ico de la lección se ha t rasladado hada las baj as regiones de la locura. La cruz ya no debe ser considerada en su escándalo; pero no hay que olvidar que el Crist o, durant e t oda su vida hum ana, ha honrado la locura; la ha sant ificado, com o ha sant it icado la invalidez curada, el pecado perdonado, o la pobreza, a la cual prom et ió las riquezas et ernas. A aquellos que deben vigilar en las casas de confinam ient o a los hom bres dem ent es, les recuerda San Vicent e de Paúl que su " regla en est o es Nuest ro Señor, el cual ha querido est ar rodeado de lunát icos, de dem oniacos, de locos, de t ent ados, de posesos" . 396 Est os hom bres, presas de 395 396 Bossuet , Panégyrique de Saint Bernard. Preám bulo. Œuvres com plet es, 1861, I , p. 622. Serm ón cit ado en Abelly, Vie du vénérable servit eur de Dieu Vincent de Paul, Paris, 1664, t . I , p. 199. las pot encias de lo inhum ano, form an alrededor de aquellos que poseen la et erna Sabiduría, alrededor de quien la encarna, una perpet ua ocasión de glorificación, ya que a la vez exalt an, al rodearla, a la razón que les ha sido negada, y le dan pret ext o para hum illarse, para reconocer que no es m ás que una concesión de la gracia divina. Pero hay algo m ás: el Crist o no ha querido solam ent e est ar rodeado de lunát icos, sino que ha deseado pasar él m ism o a los oj os de t odos por un dem ent e, recorriendo así, en su encarnación, t odas las m iserias de la hum ana caída: la locura se conviert e así en la últ im a form a, en el últ im o grado de hum illación del Dios hecho hom bre, ant es de la consum ación y la liberación de la Cruz: " ¡Oh m i Salvador! Vos habéis querido ser el escándalo de los j udíos y la locura de los gent iles; habéis querido aparecer com o fuera de Vos; sí, Nuest ro Señor ha deseado pasar por insensat o, com o const a en el Sant o Evangelio, y que se creyese que se había convert ido en furioso. Dicebant quoniam in furorem versus est . Sus apóst oles lo han m irado a veces com o a un hom bre del cual se ha apoderado la cólera, y Él se ha m anifest ado de est a m anera para que ellos fuesen t est igos de que había com padecido t odas nuest ras enferm edades y sant ificado t odos nuest ros est ados de aflicción, y para enseñarles a ellos, y a nosot ros t am bién, a t ener com pasión por aquellos que sufren esas enferm edades. " 397 Al venir a est e m undo, Crist o acept aba t odas las caract eríst icas de la condición hum ana, e inclusive los est igm as de la nat uraleza caída; desde la m iseria a la m uert e, Él siguió una rut a de Pasión, que es t am bién la rut a de las pasiones, de la sabiduría olvidada, y de la locura. Y por ser una de las form as de la Pasión — en un ciert o sent ido la últ im a, ant es de la m uert e—, la locura se ha de convert ir en obj et o de respet o y com pasión, para las personas que la sufren. Respet ar la locura no es lo m ism o que descifrar en ella el accident e involunt ario e inevit able de la enferm edad, sino reconocer est e lím it e inferior de la verdad hum ana, lím it e no accident al, sino esencial. Así com o la m uert e es el t érm ino de la vida hum ana desde el punt o de vist a del t iem po, así la locura es el t érm ino desde el punt o de vist a de la anim alidad; y así com o la m uert e ha sido sant ificada por la m uert e del Crist o, la locura, con t odo lo que t iene de m ás best ial, lo ha sido t am bién. El 29 de m arzo de 1654, San Vicent e de Paúl anunciaba a Jean Barreau, que era un congregacionist a, que su herm ano acababa de ser int ernado com o dem ent e en Saint - Lazare: " Es preciso honrar a Nuest ro Señor en el est ado en que se encont raba cuando quisieron at arlo, diciendo quoniam in frenesim versus est , para sant ificar est e est ado en aquellos a quienes su Divina Providencia a él ha ent regado. " 398 La locura es el punt o m ás baj o de la hum anidad al que haya llegado Dios durant e su Encarnación, queriendo m ost rar con ello que no hay nada de inhum ano en el hom bre que no pueda ser rescat ado y salvado; el punt o últ im o de la caída ha sido glorificado por la presencia divina: para el siglo XVI I , est a lección acom paña a cualquier especie de locura. Así se com prende por qué el escándalo de la locura puede ser exalt ado, m ient ras que el suscit ado por ot ras form as de la sinrazón debe ser escondido 397 Cf. Abelly, ibid., p. 198. San Vicent e alude aquí a un t ext o de San Pablo ( I Cor., I , 23) : Judaeis quidem scandalum , Gent ibus aut em st ut lt it iam . 398 Correspondance de Saint Vincent de Paul, ed. Cost e, t . V, p. 146. con t ant o cuidado. Est e últ im o no t rae consigo m ás que el ej em plo cont agioso de la falt a y de la inm oralidad; aquél enseña a los hom bres hast a qué grado t an próxim o a la anim alidad los puede conducir la caída, y al m ism o t iem po, hast a dónde pudo inclinarse la com placencia divina cuando consint ió en salvar a los hom bres. Para el crist ianism o del Renacim ient o, t odo el valor de enseñanza de la sinrazón y de sus escándalos est aba en la locura de la encarnación de un Dios hecho hom bre; para el clasicism o, la encarnación no es ya locura: la locura es la encarnación del hom bre en la best ia que, com o últ im o grado de la caída, es la señal m ás not oria de su culpabilidad; y al ser obj et o últ im o de la com placencia divina, es el sím bolo del perdón universal y de la inocencia recuperada. De ahora en adelant e, la lección de la locura y el vigor de su enseñanza habrán de buscarse en esa región oscura, en los confines inferiores de la hum anidad, allá donde el hom bre se art icula con la nat uraleza, donde es al m ism o t iem po últ im a caída y absolut a inocencia. El cuidado de la I glesia por los insensat os, durant e el periodo clásico, t al com o lo sim bolizan San Vicent e de Paúl y su Congregación, o las Herm anas de la Caridad, y t odas las órdenes religiosas que se preocupan por la locura, y la m uest ran al m undo, ¿no indican que la I glesia encont raba en ella una enseñanza difícil, pero esencial: la culpable inocencia del anim al en el hom bre? Es est a lección la que debía leerse y com prenderse en t odos aquellos espect áculos en que se exalt aba en el loco la rabia de la best ia hum ana. Paradój icam ent e, est a conciencia crist iana de la anim alidad prepara el m om ent o en el cual la locura será t rat ada com o un hecho de la nat uraleza; ent onces se olvidará rápidam ent e lo que significaba " nat uraleza" para el pensam ient o clásico: no el dom inio siem pre abiert o a un análisis obj et ivo, sino la región donde nace en el ser hum ano el escándalo, siem pre posible, de una locura que es a la vez su verdad últ im a y la form a de su abolición. Todos est os hechos, est as práct icas ext rañas anudadas alrededor de la locura, est os hábit os que la exalt an y la dom an al m ism o t iem po, que la reducen a la anim alidad sin dej arla de hacer port adora de la lección de la Redención, colocan a la locura en una ext raña sit uación en relación con el conj unt o de la sinrazón. En las casas de confinam ient o, la locura se codea con t odas las form as de la sinrazón, que la rodean y que definen su verdad m ás general; y sin em bargo, est á aislada, t rat ada de m anera singular, m anifiest a en aquello que puede t ener de único, com o si, pert eneciendo a la sinrazón, la at ravesara sin cesar, por un m ovim ient o que le sería propio, llevándose a sí m ism a al ext rem o m ás paradój ico. Ello no t endría apenas im port ancia para quien deseara hacer la hist oria de la locura con un est ilo de posit ividad. No es a t ravés del int ernam ient o de los libert inos ni de la obsesión de la anim alidad com o ha podido lograrse el reconocim ient o progresivo de la locura en su realidad pat ológica; por el cont rario, librándose de t odo lo que podía encerrarla en el m undo m oral del clasicism o es com o ha llegado a definir su verdad m édica: est o es, al m enos, lo que supone t odo posit ivism o t ent ado a rehacer el diseño de su propio desarrollo, com o si t oda la hist oria del conocim ient o no act uara m ás que por la erosión de una obj et ividad que se descubre poco a poco en sus est ruct uras fundam ent ales, y com o si no fuera j ust am ent e un post ulado, adm it ir de ent rada, que la form a de la obj et ividad m édica puede definir la esencia y la verdad secret a de la locura. Quizás el hecho de que la locura pert enezca a la pat ología deba considerarse, ant es bien, com o una confiscación, especie de avat ar que habría sido preparado, de ant em ano, en la hist oria de nuest ra cult ura, pero no det erm inado, de ninguna m anera, por la esencia m ism a de la locura. Los parent escos que los siglos clásicos le reconocen con el libert inaj e, por ej em plo, y que consagra la práct ica del int ernam ient o, sugieren un rost ro de la locura que para nosot ros se ha perdido por com plet o. Act ualm ent e hem os adquirido el hábit o de ver en la locura una caída hacia un det erm inism o donde desaparecen progresivam ent e t odas las form as de libert ad; no nos m uest ra sino las regularidades nat urales de un det erm inism o, con el encadenam ient o de sus causas y el m ovim ient o discursivo de sus form as; pues la am enaza de la locura para el hom bre m oderno consist e en el ret orno al m undo som brío de las best ias y de las cosas, con su libert ad im pedida. No es en est e paisaj e de nat uraleza, donde los siglos XVI I y XVI I I reconocen la locura, sino ant e un fondo de sinrazón; no revela un m ecanism o, sino m ás bien una libert ad que rabia en las form as m onst ruosas de la anim alidad. Ya no com prendem os act ualm ent e la sinrazón sino a t ravés de su form a epit ét ica: lo irrazonable, cuya presencia afect a las conduct as o las palabras, y denuncia a los oj os del profano la exist encia de la locura y de t odo su cort ej o pat ológico; lo irrazonable no es para nosot ros m ás que uno de los m odos de aparición de la locura. Al cont rario, la sinrazón, para el clasicism o, t iene un valor nom inal; cum ple una especie de función sust ancial. Es en relación con ést a, y solam ent e así, com o puede com prenderse la locura. Es el soport e, o m ej or dicho, es lo que define el espacio de su posibilidad. Para el hom bre clásico, la locura no es la condición nat ural, la raíz psicológica y hum ana de la sinrazón; const it uye m ás bien su form a em pírica; y el loco, al recorrer la curva de la caída hum ana, hast a llegar al furor de la anim alidad, revela ese fondo de sinrazón que am enaza al hom bre y que envuelve desde m uy lej os a t odas las form as de su exist encia nat ural. No se t rat a de un deslizam ient o hacia un det erm inism o, sino de la abert ura a una noche. Mej or que cualquier doct rina, m ej or en t odo caso que nuest ro posit ivism o, el racionalism o clásico ha sabido velar, y percibir el peligro subt erráneo de la sinrazón, de ese espacio am enazant e de una libert ad absolut a. Si el hom bre cont em poráneo, desde Niet zsche y Freud, encuent ra en el fondo de sí m ism o el punt o de respuest a de t oda verdad, pudiendo leer en lo que hoy sabe de sí m ism o los indicios de fragilidad por donde nos am enaza la sinrazón, el hom bre del siglo XVI I , por el cont rario, descubre, en la presencia inm ediat a de su pensam ient o, la cert idum bre en que se enuncia la razón baj o su prim era form a. Pero ello no quiere decir que el hom bre clásico, en su experiencia de la verdad, est uviera m ás alej ado de la sinrazón de lo que podem os est arlo nosot ros. Verdad es que el Cogit o es un com ienzo absolut o; pero no olvidem os que el genio m aligno es ant erior a él. Y el genio m aligno no es el sím bolo en que est án resum idos y llevados al sist em a t odos los peligros de esos acont ecim ient os psicológicos que son las im ágenes de los sueños y los errores de los sent idos. Ent re Dios y el hom bre, el genio m aligno t iene un sent ida absolut o: es, en t odo su rigor, la posibilidad de la sinrazón y la t ot alidad de sus poderes. Es m ás que la refracción de la finit ud hum ana; designa el peligro que, m ucho m ás allá del hom bre, podría im pedir de m anera definit iva acceder a la verdad: el obst áculo m ayor, no de t al espírit u, sino de t al razón. Y no es porque la verdad que t om a en el Cogit o su ilum inación t erm ine por ocult ar ent eram ent e las som bras del genio m aligno por lo que se debe olvidar su poder perpet uam ent e am enazant e: hast a la exist encia y la verdad del m undo ext erior, ese peligro sobrevolará el cam ino de Descart es. En esas condiciones, ¿cóm o la sinrazón en la época clásica podría encont rarse a la escala de un acont ecim ient o psicológico, o aun a la m edida de un pat et ism o hum ano, siendo así que form a el elem ent o en el cual nace el m undo a su propia verdad, el dom inio en el int erior del cual la razón t endrá que responder de sí m ism a? Para el clasicism o, la locura nunca podrá ser t om ada por la esencia m ism a de la sinrazón, ni aun por la m ás prim it iva de sus m anifest aciones; nunca una psicología de la locura podrá pret ender decir la verdad de la sinrazón. Por el cont rario, hay que volver a colocar la locura en el libre horizont e de la sinrazón, a fin de poder rest it uirle las dim ensiones que le son propias. Si se m ezclaba a los que nosot ros llam aríam os " enferm os m ent ales" con libert inos, con profanadores, con degenerados, con pródigos, no es porque se at ribuyera dem asiado poco a la locura, a su det erm inism o propio y a su inocencia; es porque aún se at ribuía a la sinrazón la plenit ud de sus derechos. Librar a los locos, " liberarlos" , de esas com ponendas, no es liberarse de viej os prej uicios; es cerrar los oj os y abandonar, a cam bio de un " sueño psicológico" , est a vigilia sobre la sinrazón que daba su sent ido m ás agudo al racionalism o clásico. En est a confusión de hospicios que se desenvolverá solam ent e a principios del siglo XI X, t enem os la im presión de que el loco no era reconocido en la verdad de su perfil psicológico, sino en la m edida m ism a en que se reconocía en él su profundo parent esco con t odas las form as de sinrazón. Encerrar al insensat o con el depravado o el herej e hace borrar el hecho de la locura, pero revela la posibilidad perpet ua de la sinrazón; y es est a am enaza en su form a abst ract a y universal la que t rat a de dom inar la práct ica del int ernam ient o. Lo que es la caída a las form as diversas del pecado, lo es la locura a los ot ros rost ros de la sinrazón: el principio, el m ovim ient o originario, la m ayor culpabilidad en su cont act o inst ant áneo con la m ayor inocencia, el m ás alt o m odelo repet ido sin cesar, de lo que habría que olvidar en la vergüenza. Si la locura form a ej em plo en el m undo del int ernam ient o, si se la m anifiest a m ient ras se reducen al silencio t odos los ot ros signos de la sinrazón, es porque lleva en ella t oda la pot encia del escándalo. Recorre t odo el dom inio de la sinrazón, uniendo sus dos riberas opuest as, la de la elección m oral, de la falt a relat iva, de t odas las flaquezas y la de la rabia anim al, de la libert ad encadenada al furor, de la caída inicial y absolut a; la ribera de la libert ad clara y la ribera de la libert ad som bría. La locura es, concent rada en un punt o, el t odo de la sinrazón: el día culpable y la noche inocent e. Es ést a, sin duda, la paradoj a m ayor de la experiencia clásica de la locura; es ret om ada y envuelt a en la experiencia m oral de una sinrazón que el siglo XVI I ha proscrit o en el int ernam ient o; pero t am bién est á ligada a la experiencia de una sinrazón anim al que form a el lím it e absolut o de la razón encarnada, y el escándalo de la condición hum ana. Colocada baj o el signo de t odas las sinrazones m enores, la locura se encuent ra anexada a una experiencia ét ica, y a una valoración m oral de la razón; pero ligada al m undo anim al, y a su sinrazón m ayor, t oca su m onst ruosa inocencia. Experiencia cont radict oria si se quiere, y m uy alej ada de aquellas definiciones j urídicas de la locura que se esfuerzan por hacer la separación de la responsabilidad y el det erm inism o, de la falt a y de la inocencia; alej ada t am bién de aquellos análisis m édicos que, en la m ism a época, prosiguen el análisis de la locura com o fenóm eno de nat uraleza. Sin em bargo, en la práct ica y la conciencia concret a del clasicism o, hay est a experiencia singular de la locura, que recorre en un relám pago t oda la dist ancia de la sinrazón; fundada sobre una elección ét ica, e inclinada al m ism o t iem po hacia el furor anim al. De est a ant igüedad no saldrá el posit ivism o, aunque es ciert o que él la ha sim plificado: ha ret om ado el t em a de la locura anim al y de su inocencia, en una t eoría de la alienación m ent al com o m ecanism o pat ológico de la nat uraleza; y al m ant ener al loco en esa sit uación de int ernam ient o invent ada por la época clásica, lo m ant endrá oscuram ent e, sin confesárselo, en el aparat o de la coacción m oral y de la sinrazón dom inada. La psiquiat ría posit iva del siglo XI X, y t am bién la nuest ra, si bien han renunciado a las práct icas, si han dej ado de lado los conocim ient os del siglo XVI I I , han heredado, en cam bio, t odos esos nexos que la cult ura clásica en su conj unt o había inst aurado con la sinrazón; los han m odificado, los han desplazado, han creído hablar de la única locura en su obj et ividad pat ológica; a pesar suyo, t enían que vérselas con una locura habit ada aún por la ét ica de la sinrazón y el escándalo de la anim alidad.