Crítica | Hero (2002): poema visual, legendaria lucha de clases - Revista Cintilatio

Hero
Poema visual, legendaria lucha de clases

País: China
Año: 2002
Dirección: Zhang Yimou
Guion: Li Feng, Zhang Yimou, Wang Bin
Título original: Ying Xiong / 英雄
Género: Acción, Drama
Productora: Sil-Metropole Organisation, China Film Group, Beijing New Picture Film, Elite Group Enterprises, Zhang Yimou Studio Production
Fotografía: Christopher Doyle
Edición: Angie Lam, Vincent Lee, Ru Zhai
Música: Tan Dun
Reparto: Jet Li, Tony Leung Chiu-Wai, Maggie Cheung, Zhang Ziyi, Chen Daoming, Donnie Yen, Liu Zhongyuan, Zheng Tianyong, Qin Yan, Hua Cao, James Hong
Duración: 99 minutos

País: China
Año: 2002
Dirección: Zhang Yimou
Guion: Li Feng, Zhang Yimou, Wang Bin
Título original: Ying Xiong / 英雄
Género: Acción, Drama
Productora: Sil-Metropole Organisation, China Film Group, Beijing New Picture Film, Elite Group Enterprises, Zhang Yimou Studio Production
Fotografía: Christopher Doyle
Edición: Angie Lam, Vincent Lee, Ru Zhai
Música: Tan Dun
Reparto: Jet Li, Tony Leung Chiu-Wai, Maggie Cheung, Zhang Ziyi, Chen Daoming, Donnie Yen, Liu Zhongyuan, Zheng Tianyong, Qin Yan, Hua Cao, James Hong
Duración: 99 minutos

Esta conmovedora obra maestra de la épica kungfú encarna el sacrificio de los sentimientos individuales por el bien común. Cuestiona si el fin justifica los medios y a menudo es incomprendida en el análisis político de prisma occidental y neoliberal.

Hero es una obra maestra en lo plástico y en lo sonoro. Pensada a lo grande, para que la inmensidad de una pantalla de cine nos maraville con sus colores, sus sentimientos a flor de piel, pero contenidos, y para que sus potentes altavoces nos fulminen la raíz del vello con su estremecedora música. Recrea una leyenda que, plasmada en el cine contemporáneo, no solamente resulta espectacular por su sincronización de masas de disciplinadísimos intérpretes, voceando a la par como en el teatro de la antigüedad; sus coreografías de luchas voladoras hiperbólicas, pero empapadas de preciosismo: hay mucho más. Aún hoy es tan hermosa, trágica y conmovedora… como juzgada desde una implacable mirada occidental, o mejor dicho, eurocentrista, que puede desequilibrar hacia lo negativo un final que el drama ya torna muy agridulce. Y es que su moraleja incurre en un frecuente choque cultural.

Zhang Yimou va un paso más allá en la espectacularidad de las formas del vestuario, atrezo, paisajística y coreografías marciales con que Ang Lee ya elevara este género wuxia en su oscarizada Tigre y dragón (Ang Lee, 2000). Hero condensa, en apenas hora y media, todos esos detalles riquísimos, de gran impacto visual, y en ellos se aprecia la laboriosidad que adjudica a sus gentes el refrán castellano, si bien en los decorados interiores apuesta por el minimalismo, retirando el copioso mobiliario que acostumbramos a ver atiborrando palacios y templos. También son diáfanos los paisajes, salpicados por algún árbol otoñal por aquí, o una aislada roca por allá en el desierto. El objetivo es que nos centremos en las personas y en su movimiento, su lenguaje corporal, el del pincel del calígrafo. Pretende que veamos incluso cómo una ráfaga de aire que hace titilar la luz —de las velas y de la verdad— delata mentiras, sospechas, las intenciones ocultas de los personajes y a favor de quién soplan los vientos.

«Nunca des una espada a alguien que no es capaz de sonreír y bailar». Confucio

Los cuerpos en lucha levitan por trayectos tan largos que plasman las exageraciones mágicas de los relatos épicos de leyenda. Las coreografías de kungfú son tan originales y gráciles como una danza cargada de rabia, en ocasiones; de pacto y de miedo a hacer daño, en otras. Zhang Yimou, que llevará a la cumbre este vínculo entre la expresión corporal y emocional de la pelea y el baile con la naturaleza en La casa de las dagas voladoras (Zhang Yimou, 2004), es fiel a los principios filosóficos de las artes marciales, entre la disciplina confuciana y el naturalismo taoísta (o el budismo y el sintoísmo, dependiendo del arte marcial en concreto). Por eso, en las diferentes versiones de esta leyenda, el paisaje es protagonista, y no se distingue si son sus colores y luces los que invaden la vestimenta de los personajes o si los sentimientos se mimetizan con el entorno, coloreándolo. La verdad de uno tiñe todo del rojo de la violencia y lo pasional, la visceralidad. Las puertas correderas de los interiores actúan como divisor físico entre los antiguos amantes, creando un efecto de pantalla partida, como lo está esa relación. Solo la búsqueda del daño atravesará esas puertas: una rendija abierta que deje entrever la infidelidad y unos gemidos que causen celos, o la cuchilla del despecho que atraviese la hoja de papel de arroz hasta las entrañas del traidor.

Esa versión roja será rebatida en azules klein, que denotan el tono frío de quien acusa que se le haya mentido y que se haya faltado al honor de unos guerreros que, pese a ser enemigos, merecen más consideración, mientras que la verdad irá impregnada del blanco de la pureza de los sentimientos, la transparencia, la soledad. El verde del fruto inmaduro será el escogido para reflejar el idealismo poco realista de las esperanzas de los jóvenes luchadores. Con todo ello, además, Zhang Yimou nos está recordando cuántas interpretaciones tiene la historia, a la que en ningún momento le niega los momentos de injusticia, como el supremacismo que borró del nuevo mapa chino todo vestigio cultural de los territorios invadidos.

La caligrafía entraña muchas capas de significado más allá de otorgarle unos trazados a unos sonidos: el chino utiliza ideogramas, por lo que está dando representación visual a ideas que, a veces, se condensan en una unidad visual mínima que, a su vez delata la energía y movimientos de quien plasma o diseña esa representación. Espada Rota, el maestro que la cultiva en esta historia, pone toda su mente y cuerpo a disposición de la creación y trazado de un vigésimo carácter (cuando entonces solo se conocían diecinueve) que le encarga el guerrero Sin Nombre para designar la palabra «espada». Desglosa con qué radicales el maestro compone el nuevo término, prestando atención a los los trazos, para averiguar cómo se mueve —en lo orgánico y en lo espiritual y estratégico— su imponente adversario: así pretende descubrir su técnica en el manejo de la espada. Ese carácter ilumina al rey Qin (Daoming Chen) sobre la persona tras el pincel y le emociona. Ve en el texto a un igual. Un guerrero que ha llegado a tal dominio de la espada que ya se encuentra en paz con el mundo y sabe que debe abandonarla.

Zhang Yimou escoge retratar una serie de personas con valores muy loables, pero también sus errores letales. Estando en diferentes bandos, dos hombres pueden llegar a sentirse almas gemelas, y que eso despierte un doloroso amor al prójimo.

«El que no sabe el significado de las palabras, no puede entender a los hombres». Confucio

Es este rival quien le inspira la máxima «todo bajo el cielo» (天下, Tiānxià) relativa a la voluntad de unificar un gran imperio. El rey pretende, con ello, pragmatismos como la reducción de la gran cantidad de caracteres existentes para una única palabra, para armonizar y simplificar la lengua una vez unificado el imperio. Algo que efectivamente haría y que sonaría como un progreso deseable… si no fuera porque se nos muestra la masacre en la escuela del guerrero calígrafo, ilustrando la persecución y exterminio de toda reminiscencia cultural de los reinos invadidos. Es ejemplar el estoico aguante del asedio por parte de los letrados. Muchas son mujeres (de clase favorecida, seguramente: de lo contrario no estudiarían) y mueren asaeteadas sin claudicar en la misión de mantener su cultura viva, honrando y obedeciendo a su maestro. Cayendo junto a él. Y para que nos duela más, el elenco actoral es insuperable. La guerra y la estrategia se impone por encima de los anhelos personales de los guerreros y del rey, pues cada cual tiene una serie de responsabilidades que están por encima de la individualidad: el valor de la comunidad, del bien para la población, es clave en esta obra. Hero vuelve a poner en tesituras durísimas para el corazón a Maggie Cheung y Tony Leung Chiu-Wai, cuya química y capacidad conmovedora ya evidenció Deseando amar (Wong Kar-wai, 2000) y en un entramado de habladurías sobre supuestos triángulos amorosos con un tercer guerrero, Cielo (Donnie Yen) y la alumna predilecta de Espada Rota: Luna (Zhang Ziyi). Su alto voltaje emocional es, de nuevo, demoledor para la sensibilidad del espectador. Son especialistas en decir con miradas aquello que callan, en una película rebosante de carga velada y metafórica. Probablemente sea el mejor papel de la filmografía de Jet Li, rebosante de rabia contenida, pero también de un equivalente a la epifanía.

El simbolismo designa, entre otras cosas, las clases sociales. Si viéramos hoy en día en un museo inglés los bordados de dragones en las túnicas de la Ciudad Prohibida de Qin, necesitaríamos rótulos informativos que expliquen sus implicaciones, o la mayoría apreciaremos simplemente un motivo estéticamente llamativo, ignorando su profundidad. Así que podríamos estar mirando con lupa cada vestimenta para conocer la historia y posición social de cada personaje. Para muestra, todo aquel que ve a Jet Li con cierto uniforme oscuro, se refiere a sí mismo como «un simple funcionario del imperio», por lo que debemos deducir que son esas ropas las que le identifican y que, además, no ostentan un gran rango. El ritualismo empapa la propia sinopsis: el guerrero Sin Nombre llega a la inexpugnable corte del rey, le ofrece las espadas de sus tres más temidos rebeldes, a quienes nadie podría habérselas arrebatado sin eliminarlos y se le honra con una velada bebiendo a solas con su majestad, a tan solo diez pies de él. He ahí dos potentes cargas simbólicas: un guerrero jamás abandona su espada y ésta le identifica como el mismo cadáver. Además, el estigma social implícito en ser un Sin Nombre: en China se reflexiona concienzudamente el nombre de los neonatos, pues marcará su trayectoria social: se le va a juzgar por él, pues refleja los valores de sus padres y existe la creencia de que les determina el destino y la personalidad.

Como decíamos, el guerrero es premiado con beber en compañía de su majestad, a tan solo diez pasos de él. En ese honor late el más importante de los cinco tipos de relaciones interpersonales —verticales— que recoge Confucio, y que son variaciones de la paterno-filial, y que deriva en el culto y consulta de decisiones a los antepasados: el rey debe cuidar de sus súbditos y guiarles, mientras que estos deben serle fieles y obedecer. Trasciende también la ceremonia de la invitación a la mesa como lubricante social que aún hoy perdura, sobre todo en política y negocios, en Asia Oriental, además de elevar el valor de las viejas relaciones por encima de todo. Incluso cuando es una relación de largos años de rivalidad, vemos un reconocimiento del rey del Norte hacia la valía de enemigos Espada Rota y Nieve Voladora, lo que desentraña ciertas mentiras del relato de Sin Nombre. El respeto es tal que puede llevar a celebrar un funeral con honores para alguien que ha atentado contra su propia vida: es síntoma de sabiduría.

Los valores de sus figuras heroicas y revolucionarias de la épica, por mucho que maten, si llegan a poner en riesgo sus propias vidas por la causa que creen justa, despiertan la empatía de espectadores de todo el globo y nos suele partir el corazón cómo acaba esta película. Porque siempre nos creemos en el bando ético, ¿no?. ¿Quién diría de sí mismo que es una persona injusta o incluso malvada? Precisamente por eso, deberíamos asumir cuán injusto es viviseccionar esta película —como cualquier otra manifestación cultural tan ajena a nuestros códigos— tan drásticamente. Sea desde el prejuicio despreciativo o desde la fascinación sinófila, incluso aunque nos documentemos antes sobre la interminable riqueza simbólica que contiene y que a la gran mayoría se nos escapa. Porque es imposible que dejemos de filtrar todo por el prisma de nuestra cultura veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Para hacernos conscientes de ello, sería indispensable familiarizarnos con el ensayo Orientalismo, surgido de la mente impresionantemente abierta del sociólogo y docente palestino Edward W. Said. Él cuenta por qué los significados son totalmente diametrales según qué cultura los observa, pero ya no solo desde un punto de vista geográfico, sino también desde el temporal y el de la propia vivencia personal: nuestra generación ya no es la de la cultura de nuestros abuelos: tan solo es heredera en parte. Pero es que, además, si el experto en China cuenta con un reconocimiento intelectual en nuestro país, engulliremos cualquier dogma que jure.

Hay quien ve en Hero desde una defensa del comunismo dictatorial hasta una justificación del imperialismo y la tiranía del soberano y del Estado por encima de las minorías étnicas, de la pluralidad cultural. Se debe disfrutar del filme con la conciencia de que se trata de una leyenda ancestral. Mantengamos en mente que ilustra una época y organización social con ciertos paralelismos con al feudalismo europeo. Que aunque se retomen historias pasadas para explicar el presente, no debemos olvidar el contexto en que tuvieron sentido. Si no, hacemos revisionismo mal. Y tampoco podemos ni debemos ignorar con qué dignidad Zhang Yimou retrata a los guardianes del saber en las escuelas, quienes eligen morir con el orgullo e higiene de conciencia de estar protegiendo saberes ancestrales, que les son propios y les definen y, por lo tanto, sin los cuales su vida bajo la imposición de la cultura invasora no correspondería a su identidad.

«Si odias a alguien, entonces, te ha vencido». Confucio

Zhang Yimou escoge retratar una serie de personas con valores muy loables, pero también sus errores letales. Estando en diferentes bandos, dos hombres pueden llegar a comprenderse y a sentirse incluso almas gemelas, y que eso despierte un doloroso amor al prójimo. La pose autoritaria del mandatario se convierte en su tortura: la trampa de la presión social masiva le llevará a tomar decisiones terribles, para que su imagen dominante no se resquebraje. Y en lo atmosférico, el coreo al unísono de las multitudes de soldados, que alcanzan a más allá del horizonte y suenan como un rugido, dan un empaque poderosísimo a las percusiones y cánticos de guerra que hacen de Hero una maravillosa banda sonora para un dojo. Con sus momentos angelicales para el estiramiento, la meditación y el taichí y, en otros momentos, su potencia marcial para el combate.

En ambos bandos se percibe un gran deseo por acabar de una maldita vez con tanta guerra. Es por ello que hay quien, desde el agotamiento y el deseo de recuperar una vida normal y alejada ya del extenuante activismo, prefiere ponerse en manos del poderoso, porque eso acabará con la guerra. Pero Zhang Yimou hace gala de inteligencia y sensibilidad ilustrando todos los puntos de vista y lanza cuestiones clave: ¿qué mal había en la existencia de tantos reinos pequeños que ya se gestionaban bien? ¿No podríais haber mantenido estos diálogos antes de arrojaros a las armas entre sí? La unión hace la fuerza, sí: ¿pero esa cooperación tiene que llegar por la fuerza? Quizás el cineasta tan solo quiera retratar la complejidad y lo absurdo de la visceralidad y brutalidad humana, a menudo incapacitada para la recepción de la palabra y detonadora de violencias. No niega la grandeza de los logros de su nación, pero lamenta, a la vez, el hecho innegable de que nuestra especie no sabe progresar sin destruir ni causar un gran sufrimiento.

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