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Todo con la mirada
No tenía metas como actor, “salvo el de ser bueno y convincente”. Con ser bastante esta declaración de intenciones, lo cierto es que Henry Fonda llegó a más, a mucho más.
La economía de gestos, la intensidad de su mera presencia, glosaron un estilo interpretativo que destilaba especial autenticidad. Pocos como él dotaron de tanta profundidad emocional a un personaje; nunca reparó en las dificultades de expresar los recovecos del alma humana, más al contrario fluyeron, diáfanos y sin estridencias, en la fuerza de su mirada azul. La naturalidad fue siempre su mayor virtud. No obstante, Alfred Hitchcok le definió como el “perfecto hombre de la calle”.
La biografía de Henry Fonda (1905) empieza en Grand Island (Nebraska). Su padre tenía una modesta imprenta y por ahí le vino el impulso de estudiar periodismo en la universidad. Por azares de la vida, se incorpora al Teatro Comunitario de Omaha. Su evolución por la escena cuaja en “Contrastes”, obra que Victor Fleming quiso que también protagonizara en su adaptación fílmica. A los dos años de debutar en cine, demostró su talento en Sólo se vive una vez (1937). La irreversibilidad de la tragedia y la defensa noble de los principios tratados en este film serían unas constantes en algunos de sus roles más relevantes: Jezabel (1938), Incidente en Ox-Bow (1943), Falso culpable y 12 hombres sin piedad (ambas de 1957), cuya magistral defensa como “jurado número ocho” eleva el género judicial a cotas insospechadas.
Como purista que era, su deseo era siempre ensayar más. No es de extrañar que sus mejores interpretaciones sean en películas de John Ford, cuyo método era impedir a los actores sobre-actuar. Su relación con él empezó con El joven Lincoln, seguido de Corazones indomables ( ambas de1939) y de las grandes, grandísimas, Las uvas de la ira (1940), Pasión de los fuertes (1946) y Fort Apache (1948). En todas ellas aplica magisterio con una mezcla de energía y parsimonia, para componer unos tipos inolvidables.
A lo largo de sus casi 50 años de carrera, Fonda saltó airosamente de retratos de idealistas y héroes en películas de acción, sociales, románticas y comedias de alta sociedad (genial su vis cómica en Las tres noches de Eva), a hacer sólidas encarnaciones de políticos, generales y presidentes en la madurez. Una de sus virtudes fue hilar fino al elegir sus papeles. Supo ver el mayor potencial del rol secundario de Tierra de audaces (1939), al lado de Tyrone Power; renunció al papel “simpático” de Fort Apache (lo hizo John Wayne), prefiriendo el menos agradecido de un irresponsable comandante de caballería; y arriesgó su imagen de “bueno” haciendo en el western sádicos villanos (Los malvados de Firecreek, Hasta que llegó su hora, ambas de 1968). Los convencionalismos nunca fueron de su agrado.
Hombre de fuerte personalidad, se enfrentó a la Fox para liberar su contrato tras servir a la Marina en la II Guerra Mundial. Y en su vida fuera de los platós pasó por 6 matrimonios y unas relaciones complejas con sus famosos hijos, Jane y Peter, también actores. Con su hija Jane rodó la última película. En En el estanque dorado (1981), una hermosa historia de reconciliación paterno-filial con la muerte de fondo, había mucho de la realidad vital del actor. Por este trabajo recibió su único Oscar (obtuvo otro honorífico el año anterior), un reconocimiento que tenía sabor a despedida a la vieja gloria de Hollywood. Poco tiempo después, el gran Henry Fonda, el que dio vida al recio agricultor Tom Road, al legendario sheriff Wyatt Earp, al estoico músico Manny Balestrero y a tantos memorables personajes, moría a los 77 años.