“Una batalla ganada”: Küng y la justificación según Barth (III) - Protestante Digital

“Una batalla ganada”: Küng y la justificación según Barth (III)

Las lecciones de énfasis reformado que aprendió con Barth se reflejan en sus elocuentes palabras que muestran su honda asimilación de la enseñanza de la Reforma protestante.

30 DE ABRIL DE 2021 · 11:00

Karl Rahner, a la izquierda, y Hans Küng (a la derecha del todo de la imagen).,
Karl Rahner, a la izquierda, y Hans Küng (a la derecha del todo de la imagen).

In memoriam C. René Padilla, teólogo evangélico de la misión integral

 

Y, sin embargo, mi personal experiencia con la problemática básica de la doctrina de la justificación me indica lo contrario: que también para la teología católica (como, por supuesto, para Lutero, para Barth, pero también para el concilio de Trento) es del todo decisiva la reforma no sólo de la vida de la Iglesia sino precisamente también de su doctrina.[1]

H.K., Libertad conquistada. Memorias (énfasis original)

 

En la sección “París: una vida de estudiante”, sexta parte de “Libertad de cristiano”, cuarto capítulo de Libertad conquistada (2003), en donde expuso lo concerniente a su tesis sobre la justificación en Karl Barth, Hans Küng describe el ambiente de la Ciudad Luz en que aconteció la defensa de tan importante obra teológica. Con gran nostalgia recuerda calles, encuentros, situaciones y los espacios que conoció durante sus estudios. Rememora, por ejemplo, “un debate del Nobel de literatura crítico con la Iglesia François Mauriac (incluso con su voz seriamente deteriorada, un espíritu ardiente y, junto con Georges Bernanos, el escritor católico más importante de Francia)” (p. 173), así como los momentos de lustre de Jean-Paul Sartre y el existencialismo. 1956 fue también un año relevante para la política internacional: en Hungría se buscó una real independencia de la Unión Soviética, lo que fue aplastado brutalmente por los tanques de la potencia, “mientras Francia y Gran Bretaña, junto con Israel, se ven envueltas en la desgraciada aventura de Suez […] Todos estos dramáticos sucesos los sigo con pasión: no puedo separarlos sencillamente de la teología” (pp. 173-174).

“La defensa de una tesis y una pequeña mentira” cuenta los entretelones de la aceptación de su tesis, así como la reacción de Henri Bouillard y los celos que le suscitó el trabajo de Küng. Bouillard le mintió al joven teólogo para mantenerlo alejado, pues nada menos que Barth asistiría a la defensa de esa otra tesis en La Sorbona. Küng dialoga con Barth y la defensa de Bouillard no es tan brillante como se esperaba. “Karl Barth y la aparición de Jesucristo a Pío XII” es el título irónico del apartado en que se narra el encuentro de Küng y su paisano en Basilea. Su cercanía humana e ideológica con él es descrita de manera entrañable y no está exenta de llamativas comparaciones:

A diferencia de lo que me sucede con Balthasar, con Karl Barth, ya un poco encorvado, con gafas de concha de gruesos cristales, me entiendo a la primera humana y teológicamente. Me parece más vigoroso y más apegado al suelo que su vecino católico de Basilea Balthasar, que se muestra poco interesado por la política y la sociedad y que, no en último término por eso, tiene problemas con su círculo de varones; más que de maestro de una orden religiosa, Balthasar tenía talante de tribuno del pueblo. La discusión con Karl Barth es siempre movida… (p. 176)

Había nacido una verdadera y sólida amistad, en lo que influyó, sin duda, la gran cercanía geográfica, aunque el consenso teológico no es total. Discutieron mucho sobre el papado y es allí donde surgió el tema del título, la supuesta aparición de Cristo a Pío XII en diciembre de 1954. Eso dio pie para el humor teológico sin concesiones de Barth (quien siempre dijo: “En esa silla de Pedro no alcanzo a escuchar la voz del Buen Pastor”), que en esta oportunidad se desplegó con justa razón: “Sería en cualquier caso la primera aparición de Cristo después de la del apóstol Pablo. Y entonces sería importante saber qué ha dicho nuestro señor Jesús al papa Pío. […] Seguro que Cristo le diría al papa lo que a Pablo: Pío, Pío, ¿por qué me persigues?” (p. 178).

En enero de 1957, Küng ya está “Listo para la defensa”, como reza el título de la sección correspondiente. Bouillard será uno de sus sinodales, quien le anuncia que “no será malo” con él. El texto de la tesis contaría con una carta de Barth, una auténtica “postura de fondo”, en palabras de Küng, que acompañará el trabajo: “De hecho, la carta-prólogo de Barth cambia la forma de afrontar mi libro. No se trata ya de la cuestión científica y especializada de la interpretación de la teología barthiana, sino del tema básico ecuménico: ¿católico o no católico? Esta ‘verdadera cuestión —católico o no católico— se plantea con extraordinaria crudeza’, escribo yo a Barth en mi carta de agradecimiento del 2 de febrero de 1957, ‘cosa que espero que no sea perjudicial’” (p. 181). Las cartas estaban echadas y el 21 de febrero de ese año por la tarde se celebró la Soutenance de thése, después de la lección doctoral sobre “La eternidad del Hombre-Dios”.

“Una batalla ganada”: Küng y la justificación según Barth (III)

Firma de la Declaración Conjunta en 1999.

Allí estaban el rector monseñor Blanchet, el decano, Joseph Lecler, y como “lectores”, los profesores Guy de Broglie y Henri Bouillard, además del director Louis Bouyer. Desde Basilea llegó Hans Urs von Balthasar, no así Barth, quien manifestó su total acuerdo con lo expuesto en la tesis. El resumen de las preguntas de los lectores es imperdible:

Las preguntas de Guy de Broglie, tan precisas como amables, se refieren tanto a la doctrina de Barth como a mi “reflexion catholique”. No me es difícil contestarlas. Pero luego le toca el turno a Henri Bouillard. Está claro que no puede presentarme, como le había hecho a él Cullmann, una lista de “corrigenda”. Y comienza yendo al fondo, tal como esperaba, con cuestiones en torno a la idea de Barth sobre los efectos reales de la justificación de Dios en el hombre, y me objeta que yo no he reparado en la clara falta de realismo de Barth. Rápidamente, siguiendo mi plan de batalla, me voy a la correspondiente contrapágina y le puedo demostrar con textos claros de la Dogmática eclesial que Barth ha insistido manifiestamente en el carácter real de la justificación y que no da motivo para la crítica (“extrinsecismo”) católica que se le hace. Bouillard insiste y yo le replico, y así una y otra vez... (p. 183)

Así transcurrió el debate hasta que el rector miró su reloj, a fin de que concluya el examen. El resultado: summa cum laude y el doctorado para el autor. Doce años de preparación —tres en Lucerna, siete en Roma y casi dos en París— culminaron allí de manera óptima. Era “Una batalla ganada”, tal como se titula esta sección. En “Sin celebrar la victoria”, Küng relata lo sucedido después de la defensa, cuando de manera ya más relajada comenzó a procesar lo sucedido, aun cuando a la vista de lo que vendría después, se trataba del principio de una larga guerra al interior de su iglesia: “Así, pues, después de mis primeras peleas en el Colegio Germánico en torno a la reforma de la teología, del colegio y de la Iglesia, he pasado mi bautismo de fuego público en cuestiones de teología. No me imagino aún que con esta primera batalla ganada ha dado comienzo una ‘guerra’ que durará medio siglo, con un final hoy por decidir...” (p. 185).

“Sensación teológica también para Montini” describe cómo se encaminó a la publicación de su obra bajo el escueto título de Justificación, asesorado por su editor Von Balthasar, la cual comenzó a ser recibida con sorpresa por los círculos católicos y protestantes con sorpresa por causa de su contenido, su método y su conclusión final. “No salían ‘de su asombro —puede leerse en el Allgemeine Sonntagszeitung del 9 de febrero de 1958—; esto les ha pasado a muchos cuando han leído el sensacional análisis comparado de las doctrinas sobre la justificación barthiana y católica realizado por este suizo del Germánico Hans Küng’. Lo mismo me escribe Karl Barth, que, tras enseñar el libro a sus visitas, me dice con palabras bíblicas: ‘Et omnes mirati sunt. Y todos se han quedado sorprendidos’” (p. 186).

Destaca entre las buenas reacciones una escrita por Giovanni Battista Montini, arzobispo de Milán y futuro papa Paulo VI. Ella le sirve a Küng para reflexionar sobre su firme decisión de no acceder a los espacios jerárquicos y permanecer en el ejercicio de la teología. Rescata, asimismo, otras opiniones favorables provenientes de diferentes lugares, incluso de Joseph Ratzinger (“merece Hans Küng por este regalo el agradecimiento de cuantos oran y trabajan por la unidad de los cristianos divididos”). La ecumene se había abierto camino y eso sería irreversible. Afortunadamente para Küng su libro no fue incluido en el Índice, aunque no dejó de obtener un registro en el Santo Oficio. Ello se debió a la intervención de sus profesores de Roma y Francia, que lo defendieron de los ataques: “En Roma causa impresión el hecho de que Guy de Broglie ponga, por así decirlo, la mano en el fuego con la afirmación que hemos recogido en la contraportada del libro: ‘Ningún espíritu serio y bien informado pondrá en duda la ortodoxia plenamente católica de la doctrina expuesta y defendida por el doctor Küng, de la misma manera que nadie cuestionará la erudición y la amplitud de miras con que ha sabido tratar un tema tan fundamental, amplio y complejo’” (p. 191). Quien celebró también que eso no sucediera fue nada menos que Karl Rahner, lo que se constata en las palabras que dirigió al autor: “Si cuenta usted a su derecha y a su izquierda, como patronos, con Barth por un lado y Broglie y Bouyer, por el otro, junto con el Instituto Móhler (de Paderborn), entonces su libro tiene que ser bueno y usted ha dado en el clavo. Un libro así es, por eso, una real alegría”.

“Una batalla ganada”: Küng y la justificación según Barth (III)

Placa de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, de 1999.

Este “Triunfo tardío” se iría constatando con el paso de los años pues abrió el camino para el consenso que desembocó en 1999, luego de muchos y sinuosos acontecimientos, en el reconocimiento común, católico y evangélico, de la doctrina de la justificación… aun cuando a la firma del documento oficial Küng no fue invitado. La Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación fue firmada después por las iglesias metodistas (2006) y reformadas (2017). Su crítica, no obstante, fue más dura un año después para las decisiones del papa de turno:

…inmediatamente después de firmar la declaración, el Vaticano, impenitente e insensible corno siempre, anuncia una nueva indulgencia jubilar para el año 2000. ¡Como si Lutero no hubiera publicado sus tesis sobre la justificación por la fe sola, sin necesidad de esa clase de obras buenas, con ocasión de aquella escandalosa indulgencia jubilar por la nueva iglesia de San Pedro! Esto demuestra a muchos luteranos de excesiva buena fe que el núcleo duro de Roma no ha girado en absoluto hacia un entendimiento ecuménico sincero. No, en Roma, durante este pontificado, nadie piensa en sacar consecuencias para la reforma de la estructura de la Iglesia de la doctrina sobre la justificación (p. 195, énfasis agregado).

Con todo ello, Küng encontró “El fundamento de la libertad cristiana”, además de recalar en la profunda amistad con Barth. Las lecciones de énfasis reformado que aprendió con él se reflejan en estas elocuentes palabras que muestran su honda asimilación de la enseñanza de la Reforma protestante: “De un golpe aparece en mi vida entera lo liberador y consolador de este mensaje que espero conservar siempre: la fe confiada del cristiano. Es la confianza radical, que, de acuerdo con Jesús, ha encontrado su raíz (radix) en el Dios misericordioso y no se basa en absoluto en sus propias obras ni tampoco se deja apabullar por sus errores” (p. 196). Ese libro suyo, “convertido en destino”, le abrió puertas inesperadas y eminentemente proféticas para desarrollar una teología que se consolidó gracias a ese primer impulso.

Cerramos aquí con la valoración del propio Küng sobre su aprendizaje de la libertad cristiana como consecuencia de su estudio de la fe de la Reforma y de la cual dejó este firme testimonio:

Sin duda, es precisamente en este punto donde la fortaleza de la teología evangélica y también la del teólogo Karl Barth basa su falta de miedo, concentración y coherencia. También para mí es esto lo que, en conjunto, proporciona el sostén y constituye el último fundamento de mi libertad cristiana, enfrentada a pruebas inimaginadas: el que al final y definitivamente yo sea justificado no depende de lo que decidan sobre mí mi entorno o la opinión pública. Tampoco depende de la facultad o de la universidad, ni del Estado o de la Iglesia. No depende tampoco del papa; y menos todavía de mi propio juicio. Sino de una instancia totalmente otra: del propio Dios oculto en cuya misericordia puedo, a pesar de todo, yo, que no soy un hombre ideal sino una persona humana e incluso demasiado humana, tener hasta el final una confianza absoluta. “In te, Domine, speravi, et non confundar in aeternum”, como se dice al final del himno Te Deum: “En ti, Señor, puse mi esperanza; que no me vea confundido para siempre” (pp. 196-197, énfasis agregado).

 

Notas

[1] H. Küng, Libertad conquistada. Memorias. Madrid, Trotta, 2003, p. 165.

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