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Crítica de “Hablemos de amor”, de Sergio Rubini
Estrenada el 01-02-2018
Publicada el 31-01-2018
Tragicomedia con una propuesta trillada, construida a puro diálogo y con una puesta en escena demasiado televisiva.
Hablemos de amor (Dobbiamo parlare, Italia/2015). Dirección: Sergio Rubini. Elenco: Fabrizio Bentivoglio, Isabella Ragonese, María Pía Calzone y Sergio Rubini. Guión: Carla Cavalluzzi, Diego de Silva y Sergio Rubini. Fotografía: Vincenzo Carpineta. Música: Michele Fazio. Edición: Giogio Franchini. Distribuidora: SBP. Duración: 98 minutos. Apta para mayores de 13 años. Salas: 8 (Village Recoleta, BAMA Cine Arte, Village Caballito, Paradiso de La Plata, Village Rosario, Del Centro de Rosario, Village Mendoza y América Santa Fe).
Muchas cosas hacen ruido dentro de una película particularmente ruidosa como Hablemos de amor. Muestra cabal de teatro filmado, con una única locación como escenario y el plano-contraplano como norma, el largometraje de Sergio Rubini tiene un punto de partida repetido en varios títulos europeos que llegan a la cartelera argentina: una situación hogareña que destapa una olla de silencios ocultos durante años en parejas de clase media-alta.
Los dueños del departamento donde transcurren los 90 minutos de diálogos interminables son una pareja de intelectuales de clase acomodada compuesta por un reputado escritor y su mujer varios años menor. Hasta allí llega una amiga con un diagnóstico fatal: su marido, un doctor obsesionado con su trabajo, la engaña desde hace un buen tiempo, y ahora ella quiere separarse.
Unos minutos después, y con ella ya fuera de la casa, arriba el médico en cuestión más preocupado por los gastos onerosos de su ¿ex? mujer que por sus sentimientos. Porque aquí a todos les importa el dinero, como bien se señala una y otra vez a lo largo del film. Comedia de enredos gritada antes que hablada, con una puesta en escena televisiva reglamentaria y sin vuelo, Hablemos de amor guarda para su desenlace varias situaciones que suenan a premio y castigo, equiparando la cámara con el martillo de un juez.