Muchas cosas hacen ruido dentro de una película particularmente ruidosa como Hablemos de amor. Muestra cabal de teatro filmado, con una única locación como escenario y el plano-contraplano como norma, el largometraje de Sergio Rubini tiene un punto de partida repetido en varios títulos europeos que llegan a la cartelera argentina: una situación hogareña que destapa una olla de silencios ocultos durante años en parejas de clase media-alta.

Los dueños del departamento donde transcurren los 90 minutos de diálogos interminables son una pareja de intelectuales de clase acomodada compuesta por un reputado escritor y su mujer varios años menor. Hasta allí llega una amiga con un diagnóstico fatal: su marido, un doctor obsesionado con su trabajo, la engaña desde hace un buen tiempo, y ahora ella quiere separarse.

Unos minutos después, y con ella ya fuera de la casa, arriba el médico en cuestión más preocupado por los gastos onerosos de su ¿ex? mujer que por sus sentimientos. Porque aquí a todos les importa el dinero, como bien se señala una y otra vez a lo largo del film. Comedia de enredos gritada antes que hablada, con una puesta en escena televisiva reglamentaria y sin vuelo, Hablemos de amor guarda para su desenlace varias situaciones que suenan a premio y castigo, equiparando la cámara con el martillo de un juez.