HISTORIAS IRREPETIBLES | El sueco que quería ser italiano

Historias irrepetibles

El sueco que quería ser italiano

Gunnar Gren, subcampeón del mundo en 1958, disputó la final con 38 años, algoque solo pudieron superar dos porteros a lo largo de la historia

Gren, segundo por la izquierda de la fila de arriba, antes de la final de 1958.

Gren, segundo por la izquierda de la fila de arriba, antes de la final de 1958.

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Si Modric hubiese jugado la final del Mundial de Catar habría estado cerca de igualar el récord de jugador de campo más veterano en disputar un partido como ése. Dos porteros, Zoff y el holandés Jongbloed, la disputaron con 40 y 38 años respectivamente. Pero más mérito tiene el caso de Gunnar Green, uno de los líderes de la selección sueca, que disputó la final de 1958 ante Brasil con más de 38 años. Aunque la longevidad de los futbolistas ha cambiado, costará que alguien supere a este sueco que vivió sus mejores días jugando en Italia, país por el que sentía devoción.

El primer trofeo que Gunnar Gren llevó a su casa fue una bandeja de plata que le dieron por ganar un torneo de habilidad para escolares organizado por la Asociación de Fútbol de Goteborg. Sus casi doscientos toques dejaron en evidencia a la competencia y le supuso su primer sueldo, las cinco coronas que comenzó a cobrar por entretener a los espectadores en los descansos de partidos de balonmano. Su talento creció tan rápido como su cuerpo. Llegó pronto al IFK Goteborg y no tararon en llegar los títulos y su capacidad de liderazgo.

Los Juegos Olímpicos de 1948 cambiaron su vida y la visión que las grandes ligas tenían del fútbol nórdico. Aquella fue la primera gran cita en la que Suecia reunió en una misma alineación a sus grandes tesoros: Gunnar Gren, Gunnar Nordahl y Nils Liedholm. En un torneo impecable, los suecos se llevaron por delante a Austria, Corea, Dinamarca y en la final se impusieron a Yugoslavia por 3-1. En ese partido jugado en Wembley emergió por encima de todos la figura de Gunnar Gren. Pese a tratarse de un director de juego, entendió que ese día su selección necesitaba que adoptase un papel diferente y se fue con alegría al área. Anotó el primer gol de la final y cuando a falta de veinte minutos el árbitro señaló un penalti a su favor (con 2-1 en el marcador) tomó la responsabilidad sin pestañear para asegurarse de que la medalla de oro colgase de sus cuellos.

Ese triunfo supuso un punto y aparte. Las principales estrellas del torneo fueron contratadas por los grandes equipos europeos. Los clubes italianos se lanzaron como fieras en busca del talento que brotaba de los países nórdicos. La Juventus se fue a por los daneses Praest y Hansen; el Milan, en cambio, apuntó a la selección sueca. Lo querían todo. En 1948 ficharon a Gunnar Nordahl y al año siguiente completaron el trío con los fichajes de Gunnar Gren y Nils Liedholm. Un cambio revolucionario en un tiempo en el que el fútbol evolucionaba con rapidez y en Italia se asentó la idea de que el futuro llegaba desde el norte del continente. Para los suecos su salida hacia Milán tenía un componente aún más decisivo. El fútbol sueco mantenía una regla que impedía el acceso a la selección de los jugadores que tomaban la decisión de hacerse profesionales. Su fichaje por los “rossoneri” les cerraba para siempre esa puerta y la de los Mundiales que estaban por venir, una circunstancia que les apenaba pero que no les hizo dar marcha atrás. La avería era mucho más grande para la selección que de repente se quedaba sin el trío del Milan y sin el delantero Carlsson, que ficharía después de los Juegos Olímpicos de 1948 por el Racing de París y un año después llegaría al Atlético de Madrid donde desarrollaría una interesante carrera.

En Milán nació el Gre-No-Li, el acrónimo con el que un periodista bautizó al trío que se puso al mando del equipo. Gren era el dueño de la pelota, el artista. Liedholm y sobre todo Nordhal eran los finalizadores, pero el “armador” de casi todo era él. Era un futbolista con una habilidad innata y que tenía una facilidad pasmosa para encontrar situaciones de ventaja para sus compañeros, para situarles delante del portero. Mucho tiempo después de retirarse Nils Liedholm seguía defendiendo que el factor diferencial de aquel trío era Gren: “Era el Maradona de su tiempo. Un acróbata con la pelota en los pies, alguien que podía decidir un partido por su cuenta”. Los italianos no tardaron en entusiasmarse con aquel despliegue nórdico, pero también tuvieron claro que la clave de todo era el futbolista de Goteborg y comenzaron a llamarle “el profesor”. Jugó cuatro años en el Milan donde consiguió un título de Liga, una Copa, una Copa latina (lo más parecido a lo que años después sería la Copa de Europa) y se le escaparon por poco otras dos ligas. Con 33 años el Milan consideró que sus mejores días habían pasado y decidió traspasarle en verano de 1953, rompiendo de este modo la unión con sus compatriotas que permanecieron más tiempo en el equipo (Liedholm aguantó hasta su retirada en 1961). Gren quería seguir en Italia ya que, pese a la frialdad que se presupone a los suecos, su carácter encajó como un guante en aquel país. Era extrovertido y en Milán había encontrado un ecosistema perfecto para él; por nada del mundo quería alejarse de aquel país. Mucho tiempo después alguien llegó a decir que “el mayor pesar de su vida fue no haber nacido italiano”.

Algo abatido por la despedida del Milan llegó entonces a la Fiorentina donde su estancia estuvo condicionada con los enfrentamientos con Fulvio Bernardini, uno de los grandes entrenadores de la historia del fútbol italiano, quien sufrió para encontrarle un hueco en su esquema. La cuerda se rompió por su lado y a los dos años Green salió de Florencia, una decisión que con el tiempo se confirmó como acertada porque en la siguiente temporada el equipo viola logró el título de Liga imponiéndose a todos los grandes equipos del país. Green, mientras, encontró cobijo en el Genoa para pasar el último año de su carrera en Italia.

Gren pudo estar en el Mundial después de que Suecia permitiese jugar a los profesionales

En 1956 regresó a casa con 36 años y la idea de quitarse las botas para siempre, pero algo le hizo cambiar de idea. La FIFA había encargado a Suecia la organización del Mundial de 1958 y en el país se estableció un debate sobre si tenía alguna clase de sentido mantener las restricciones a los futbolistas que habían dado el salto al mundo profesional teniendo en cuenta que esa corriente ya era imparable en el deporte y mucho más en el fútbol. Era la segunda vez que Suecia jugaba un Mundial y ante el temor a sufrir un terrible varapalo y hacer el ridículo a nivel mundial, su federación cambió la norma y autorizó a los profesionales a jugar con la selección. De repente las puertas del equipo nacional y del Mundial se abrían para la generación más brillante que había dado Suecia. Por el camino se habían perdido dos citas y los mejores días de todos ellos ya habían pasado, pero no querían perderse la cita. Gren era el mayor y llegaría al torneo con treinta y ocho años encima. Para mantenerse en activo firmó por el Örgryte de Goteborg y esperó pacientemente la llegada del Mundial. Nordhal, en cambio, renunció a disputarlo. Se había despedido del fútbol unos meses antes después de jugar cuatro partidos en la Roma en toda la temporada y ni tan siquiera el aliciente de jugar en casa le hizo cambiar de idea.

Existían lógicas dudas en Suecia sobre las posibilidades de su selección porque era un equipo considerablemente viejo. Pero todo comenzó a fluir porque los veteranos sabían que no podían competir en energía con sus rivales, pero sí en sabiduría. Gren jugó como casi nunca. El se encargó de dirigir la orquesta y de alimentar a Skoglung –el futbolista más determinante que tenía Suecia en aquel momento y que también estaba cerca de la treintena– y a los jóvenes Simonsson y Hamrin que cargaron con la responsabilidad goleadora en el torneo y suplieron el papel que Nordhal. La cuestión es que los nórdicos superaron la primera fase en la que empataron con Gales y se impusieron a México y Hungría (lo que quedaba de aquella maravillosa generación de los cincuenta). En los cruces vencieron en cuartos de final a la Unión Soviética y en semifinales, en su mejor partido del torneo, a Alemania, la vigente campeona mundial en aquel momento. Todo funcionó a las mil maravillas aunque la final ya fue otra historia. Creyeron en el sueño de vencer a Brasil en el Estadio Rasunda durante diez minutos porque se adelantaron al poco del comienzo gracias a un gol de Liedholm, pero a partir de ese momento los brasileños encendieron la máquina y no hubo nada que hacer. Asistieron en vivo al nacimiento de la leyenda de Pelé que con sus diecisiete años podía ser perfectamente el hijo de Green. Nunca en una final de un Mundial se habían enfrentado dos futbolistas que se sacasen más de veinte años.

Gren encontró la mejor despedida posible del fútbol. El subcampeonato mundial era mucho más de lo que podría imaginar. Después de aquello se retiró y se dedicó a entrenar durante muchos años. Puntualmente asomaba a los terrenos de juego porque en Suecia se guardaba el papel de jugador-entrenador e incluso en la cuarta categoría, con más de cincuenta años, llegó a vestirse de corto alguna tarde hasta que a finales de los setenta cortó toda relación con el fútbol. Fracasó en sus matrimonios y tuvo serias peleas con la Hacienda sueca de la que se quejaba de forma amarga cada vez que podía. En 1991 murió en la cama de su casa mientras leía un libro. Le encontraron cuatro días después al sorprenderse sus vecinos de que la luz estuviese encendida tanto tiempo seguido y él no respondiese a las llamadas. 

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