Guardianes de la galaxia, Vol. 3 (2023), de James Gunn (II)

Un furioso guerrero, Adam Warlock, irrumpe como un elefante en una cacharrería en Knowere, hogar de los Guardianes de la Galaxia, con intención de llevarse a uno de ellos, Rocket, al que deja gravemente herido. Este nuevo enemigo recién llegado está al servicio del Alto Evolucionador, individuo que en el pasado convirtió a un mapache en Rocket. Este último morirá en breve, pues parece que se le instaló una especie de interruptor que le dejará rápidamente fuera de juego si sus compañeros no encuentran al responsable.

James Gunn cierra en principio su ciclo al frente de estos superhéroes que sacó a la luz, pese a que sólo los más fervorosos apasionados de los comics los conocían, a diferencia de Spider-Man, Iron Man y otros personajes de Marvel. Lo hace en un momento delicado, pues el subgénero se ha sobreexplotado tanto que ya no tiene ni de lejos el tirón de antaño. Ya se dio el todo por el todo en Vengadores: Endgame, así que cualquier cosa que se haga ahora parece que llega cuando la fiesta ha acabado. El realizador y guionista se despide de la casa, pues al acabar el rodaje le han nombrado máximo responsable de las películas de DC, la máxima rival.

Con esfuerzo, Gunn evita más o menos la sensación de tedio que provocan otros estrenos similares, gracias a las armas que ya utilizó en las dos anteriores entregas, es decir, el recurso a canciones pegadizas de antaño y humor a mansalva –que no funciona tan bien como otras veces, pero más o menos da el pego–. Cumplen su función los momentos de acción, sobre todo un elaborado plano secuencia en un pasillo en el tramo final. Denuncia el peligro de que aparezcan individuos que aboguen por la eugenesia y las mejoras artificiales de las especies, al tiempo que se sacrifican a las imperfectas, al más puro estilo de Adolf Hitler. Y por supuesto, aboga por la amistad, y la ‘familia’ que uno pueda construirse y a la que se pueden añadir constantemente nuevos miembros.

Los efectos visuales han alcanzado un nivel tan alto de sofisticación que un personaje virtual, Rocket, resulta más expresivo que el resto del reparto, sobre todo porque los flashbacks de su pasado resultan emotivos. Le roba por completo el protagonismo al carismático Chris Pratt, pese a que éste aprovecha bien sus escenas, y hace buen conjunto con Zoe Saldaña, ya que los personajes de ambos viven una historia romántica que da vidilla al film. Por desgracia no están muy cuidados los villanos, pues se esperaba más de Will Poulter, que no remonta el maniqueísmo del suyo, el tal Adam Warlock, mientras que Chukwudi Iwuji no acierta al convertir al Alto Evolucionador –uno de los malos más apreciados del Universo Marvel– en un histérico con malas pulgas. Se echa de menos más presencia de Sylvester Stallone, que repite como Stakar Ogord, pero no aporta gran cosa.