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George Bush

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Actualización: 10 diciembre 2021

Estados Unidos

Presidente (2001-2009)

  • George Walker Bush
  • Mandato: 20 enero 2001 - 20 enero 2009
  • Nacimiento: New Haven, estado de Connecticut, 6 julio 1946
  • Partido político: Republicano
  • Profesión: Empresario petrolero

Biografía

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 1/8/2001. George W. Bush ganó su segundo mandato presidencial, inaugurado el 20/1/2005, en las elecciones del 2/11/2004. El 20/1/2009 fue sucedido en la Casa Blanca por Barack Obama).

1. Continuador de una estirpe política
2. De empresario petrolero a gobernador estatal
3. Candidato presidencial republicano con plataforma derechista
4. Programa exterior de repliegue y unilateralismo
5. Una victoria electoral bajo sospecha en 2000
6. Coherencia entre lo prometido y lo aplicado en política interior
7. Revisión de doctrinas y primeros desmarques internacionales
8. Entendimiento con Rusia, asincronía con Europa, connivencia con Israel
9. Un país con su presidente tras los atentados del 11-S; el revulsivo de Bin Laden
10. Declaración de una guerra global contra el terrorismo y primera fase en Afganistán
11. La Doctrina Bush: agudización del unilateralismo y los enfoques belicistas
12. Rebaja de la cuestión palestina en la escala de prioridades exteriores
13. Cesura sin precedentes en las relaciones internacionales por el señalamiento de Irak como segundo objetivo militar
14. Una invasión ilegal para derrocar a Saddam Hussein
15. El fiasco de la posguerra irakí y los escándalos de la ocupación
16. Esforzada reelección en 2004 frente al demócrata Kerry
17. El arranque del segundo mandato: ponderación de los objetivos estratégicos y reconciliación con la "vieja Europa"


1. Continuador de una estirpe política

Hijo del ex presidente George H. W. Bush (1989-1993) y el mayor de cuatro hermanos y una hermana (otra hermana, Robin, falleció de leucemia a los tres años de edad en 1953), nació en el estado de Connecticut, en Nueva Inglaterra, donde su padre, recién licenciado como piloto de la aviación naval en la guerra contra Japón, había fijado su residencia mientras estudiaba en la Universidad de Yale.

Los Bush eran una familia aristocrática de Massachusetts, en la tradición de los wasp (blancos, anglosajones y protestantes), que habían acrecentado su patrimonio con negocios afortunados en Wall Street; el fundador de la saga, Prescott Bush, comenzó también el hábito de combinar negocios y política y sirvió como senador del Partido Republicano (RP) por Connecticut. Cuando George Bush Jr. tenía dos años, su padre, ya licenciado, se trasladó con él y con su madre Barbara a Texas, donde emprendió una próspera carrera en la industria del petróleo. George Bush Jr. creció y se educó en este estado sureño, que se convirtió en su terruño adoptivo. La familia primero vivió en Odessa y desde 1951 en la más populosa Houston, donde Bush padre fundó su primera empresa petrolera.

El hijo recibió una esmerada educación en la Escuela Preparatoria Phillips de Andover, y en 1964, pese a la mediocridad de su expediente académico, se matriculó en la prestigiosa Universidad de Yale. En 1968 abandonó las aulas con una licenciatura inferior en Historia y acto seguido se alistó en la Guardia Nacional del Aire de Texas, donde recibió entrenamiento como piloto de combate hasta ser destacado en el 111 Escuadrón de cazas. A pesar de poseer instrucción de cierta cualificación, no fue movilizado para la guerra de Vietnam y prestó todo el servicio militar en Texas. Reincorporado en 1973 a la plena vida civil, en 1975 obtuvo un máster en Administración de Empresas por la Harvard Bussines School y comenzó a trabajar en la industria energética de la ciudad texana de Midland, como intermediario en el comercio de minerales e inversor en prospecciones petrolíferas, para lo que montó la sociedad Bush Explorations. Fue en Midland donde conoció y contrajo matrimonio, el 5 de noviembre de 1977, con la profesora y bibliotecaria Laura Welch. La pareja tuvo dos hijas, las mellizas Barbara y Jenna, en 1981.

En 1978 Bush había reunido el dinero suficiente para, siguiendo la estela de su padre (quien por entonces ya tenía a sus espaldas una dilatada experiencia en el servicio público, como congresista, embajador y director de la CIA), abrir su propia empresa de explotación de hidrocarburos, Arbusto Energy; "arbusto" es precisamente la traducción al español de la palabra inglesa bush. En los cinco años siguientes la modesta compañía sufrió los embates de los bajos precios del petróleo y nunca reportó a su propietario beneficios significativos, pero le sirvió como trampolín a la política, su verdadera aspiración.


2. De empresario petrolero a gobernador estatal

El mismo año 1978, poco antes de fundar la Arbusto Energy, Bush se presentó candidato al Congreso en las filas del partido de la familia por el distrito que incluía a Midland, Texas Oeste. Derrotó a dos competidores en las primarias del partido, pero en la elección general fue batido por el candidato del Partido Demócrata (DP). Tras este primer revés en las urnas (también su padre antes de salir elegido al Congreso en 1967 había perdido una apuesta senatorial en 1964), Bush volvió a la actividad profesional privada. En 1983 su fortuna empresarial cambió de signo cuando Arbusto Energy fue adquirida por una compañía con no mucho mayor volumen de negocio, la Spectrum 7 Energy Co., en la que Bush pasó a figurar como ejecutivo jefe. Luego, en 1986, la Spectrum, que venía acumulando pérdidas valoradas en 400.000 dólares, fue a su vez absorbida por la Harken Energy Co., que reenganchó también a Bush dándole una participación sustancial en su accionariado y contratándole como director ejecutivo y consultor con unos altos honorarios.

En 1986 Bush, que había fijado su nueva residencia en Dallas, entró en el círculo de asesores de su padre, a la sazón vicepresidente con Ronald Reagan. De 1987 a 1988 estuvo en Washington para participar en su campaña presidencial, que culminó, luego de vencer al demócrata Michael Dukakis, con su entrada en la Casa Blanca el 20 de enero de 1989. De vuelta a Texas, Bush hizo una inesperada y exitosa incursión en el mundo del deporte que preparó su abandono de los azarosos negocios en el ramo de los hidrocarburos. Tras formar una sociedad de capitalistas adquirió el equipo de béisbol Texas Rangers de Dallas y se colocó como administrador general del club hasta su reventa. En la operación Bush ganó 15 millones de dólares, un beneficio 20 veces superior al capital invertido. Este fue el negocio definitivo en base al cual, a falta de cualquier experiencia en la administración pública o en la política local, hacer el salto a la alta política del estado. En 1990 se desprendió de todas sus acciones de la Harken -oportunamente, pues meses después la compañía anunció pérdidas millonarias y sus cotizaciones en bolsa se hundieron- y en 1991 acudió de nuevo a Washington para asistir a su padre en las primarias republicanas para optar a la reelección en 1992.

En 1993 Bush se embarcó en su propia campaña para conquistar el Gobierno de Texas, desde 1991 encabezado por la demócrata Ann Richards. El más extenso estado de Estados Unidos sólo había tenido dos gobernadores republicanos desde que volviera a la Unión en 1870 tras formar parte de la Confederación del Sur: Alvin Hawkins, en 1881-1883, y William Clements, en 1979-1983 y 1987-1991. Richards era una gobernadora popular, pero en las elecciones del 8 de noviembre de 1994 Bush, teniendo a su favor un respetable capital proveniente de las donaciones, la fama adquirida por la sustanciosa compraventa de los Rangers de Texas y el incuestionable peso de su ascendiente paterno, se alzó con la victoria con el 53,5% de los votos, de suerte que en enero de 1995 se convirtió en el 46º gobernador del estado sureño.

En Texas Bush se distinguió como un gestor meticuloso que introdujo severos controles del gasto en los presupuestos para mantener la inflación controlada y los mayores recortes impositivos que se recordaban. Fuera de Texas y de Estados Unidos adquirió más notoriedad por gobernar el estado en que más condenas a muerte se aplicaban, por el método de la inyección letal. Uno de los casos que más proyección internacional adquirió fue, en febrero de 1998, el de Karla Faye Tucker, la segunda mujer ejecutada en Texas desde 1863 y la primera en todo Estados Unidos desde 1984. Pese a las peticiones de clemencia de Amnistía Internacional, el Parlamento Europeo y del papa Juan Pablo II, Bush, partidario incondicional de la pena capital al considerarla la mejor disuasión de la criminalidad, firmó la aplicación de la sentencia con la misma diligencia, como si de un simple trámite administrativo se tratara, mostrada con el resto de reos ejecutados en sus seis años de mandato. Cuando cesó como gobernador en enero de 2001, las ejecuciones en Texas desde 1982 (fecha en que comenzó a aplicarse el establecimiento de la pena capital en 1977) rozaban las 250, de las que él había autorizado 152 en seis años.

Pero esta práctica era reclamada por la mayoría de los texanos, según las encuestas, así que el 3 de noviembre de 1998 Bush ganó la reelección frente al aspirante del DP, Garry Munro, con un arrollador 69% de los votos, victoria sin precedentes que reveló amplios apoyos de colectivos tradicionalmente descuidados por los republicanos, como los hispanos. Bush cultivó los tratos con sus líderes políticos y sindicales, se esforzó en dirigirse a ellos en español, expresó su respeto por su cultura y tradiciones y les convirtió en principales destinatarios de su concepto de "sociedad integrada", en la que todos, sin distinción de raza, tenían derecho a las mismas oportunidades y servicios sociales. Al frente del estado con más kilómetros de frontera con México, Bush estableció también unas fructíferas relaciones de cooperación con las autoridades del país azteca, sobre aspectos de interés común como la inmigración ilegal, el medio ambiente y los flujos comerciales.


3. Candidato presidencial republicano con plataforma derechista

Su éxito en Texas animó a Bush a embarcarse en una empresa más ambiciosa: la Presidencia de Estados Unidos. En la familia siempre se había acariciado la perspectiva de que alguno de los hijos llegara a presidente, repitiendo los pasos del padre, retirado desde que perdiera la reelección ante el demócrata Bill Clinton en 1992. Antes de 1994 no estuvo claro si iba a ser George el elegido o su hermano menor Jeb, que hasta 1998 no consiguió ser elegido gobernador de Florida. De hecho, durante años sonó más la apuesta de Jeb, ya que el currículum de su hermano presentaba algunos pasajes políticamente incorrectos: apercibimiento de expulsión de Harvard por mala conducta; afición al alcohol, vicio del que consiguió rehabilitarse en 1986; sendos arrestos por hurto y por conducir ebrio (el último en 1976); y, la sospecha de consumir drogas blandas.

De hecho, en alguna ocasión él mismo se calificó de "oveja negra" de la familia y reconoció no tener "nada en común" con su preclaro progenitor. El caso es que la experiencia gubernativa y, como una década atrás lo fueron las ayudas de su esposa y de su asistente espiritual (el carismático predicador evangelista Billy Graham, que le convirtió en un devoto lector de la Biblia y en un hombre de oración diaria) para abandonar la bebida, los ánimos que recibía por doquier removieron todas las incertidumbres. El 2 de marzo de 1999 Bush anunció en Austin su candidatura presidencial en 2000 y seguidamente se puso en marcha un vasto movimiento de apoyo, que desde el primer momento le identificó como el hombre del aparato del partido y como el favorito de las primarias del RP.

El 25 de enero de 2000 Bush empezó con buen pie al vencer en el caucus de Iowa, pero el 1 de febrero sufrió una debacle ante John McCain, el senador por Arizona, en la emblemática primaria de New Hampshire. En los meses siguientes la amenaza del popular McCain a su primacía potencial fue diluyéndose al adjudicarse las primarias en sucesivos estados, proyectándose como un candidato concebido para ganar al precio que fuera a todos sus rivales internos además de al candidato que se impusiera en el campo demócrata, que, todo indicaba, iba a ser el vicepresidente Al Gore. La omnipresencia de los asesores, oficiales de campaña y, significativamente, viejos rostros de las Administraciones de Reagan y de su padre, más el apoyo total de los sectores más derechistas del RP, reportaron a Bush la imagen de un candidato prácticamente prefabricado por el partido y de limitada aportación personal a la campaña, así como un político con escasos conocimientos como para pretender la jefatura del país más poderoso del mundo.

Estas denunciadas carencias de Bush quedaron espectacularmente de manifiesto en política internacional cuando en una entrevista televisada un periodista le preguntó maliciosamente por los dirigentes de India, Pakistán, Taiwán y la república rusa de Chechenia, y sólo supo decir la mitad del nombre de uno de ellos ("el presidente Lee de Taiwán"). Otras meteduras de pata considerables fueron confundir Eslovenia y Eslovaquia, llamar a los habitantes de Grecia "grecianos" ("Grecians") y a los de Kosovo "kosovarianos" ("Kosovarian"), o, de acuerdo con la revista Glamor, creer que los talibán, el régimen integrista islámico aupado al poder en Afganistán, eran el "más grande grupo de música rock de Estados Unidos"; el aspirante presidencial explicó a su atónito entrevistador que, ciertamente, había "oído ese nombre (talibán) muchas veces antes".

El 3 de agosto la Convención Nacional Republicana reunida en Filadelfia le proclamó candidato presidencial del partido y días después se confirmó que Gore iba a ser su contendiente por la sucesión de Clinton. Comenzaba la verdadera campaña presidencial, y Bush empezó a precisar su plan de Gobierno más allá del ideario anunciado previamente y centrado en el vago concepto del "conservadurismo compasivo" (compassionate conservatism). La mayoría de sus puntos programáticos consistían en las proclamas tradicionales de los republicanos, como la reducción general de los impuestos y la limitación de los objetivos sociales del Estado a aspectos tales como el mantenimiento de los programas de protección básicos y mejoras en la educación. Ahora bien, la formulación de estos planteamientos se hizo con tiento, pues la experiencia de su padre demostraba que las agresiones directas al ya de por sí limitado welfare state, originado con el New Deal rooseveltiano, tenían un precio en las urnas.

Asunto central de las propuestas económicas era qué destino dar al superávit de las finanzas públicas que iba a legar la Administración Clinton, estimado para 2000 en los 168.000 millones de dólares. Mientras que Gore proponía destinar el 90% de los excendentes a amortizar la totalidad de la deuda pública para 2012 y el 10% restante a aliviar las cargas fiscales de las clases media y baja, Bush propugnaba que fuera de hasta el 33% la cuota con la que financiar el recorte de todos los tramos impositivos, unos 1,3 billones de dólares de ahorro para los contribuyentes. Sobre la protección social, el demócrata consideró avanzar hacia una cobertura médica universal, empezando por los niños, y asegurar la viabilidad del sistema público de pensiones por jubilación o invalidez, la Social Security, hasta 2054 como mínimo. Bush rechazó la propuesta y aseguró que la única manera de mantener y reforzar la protección social sería privatizando parcialmente la Social Security y totalmente la asistencia sanitaria a la tercera edad y los discapacitados, Medicare, programa federal creado en 1965 por la Administración Johnson que es de carácter semipúblico.

Analistas de dentro y fuera de Estados Unidos se refirieron a un Bush intelectualmente pobre, incapaz de formular ideas complejas, sin convicciones firmes y sumamente convencional, pero también apuntaron el riesgo de subestimarle. En efecto, esos atribuidos defectos podrían volverse en ventajas prácticas sobre el "técnico" Gore, cuya rigidez mediática mutada en suficiencia intelectual irritaba a extensos sectores de votantes, según reflejaban las encuestas de popularidad, casi siempre favorables a su oponente republicano. Bush jugó a ser el candidato de la tradición, de las clases medias blancas hostiles al poder federal y sus pretensiones reguladoras, que ahora gozaban de una nueva prosperidad pero que temían los cambios por venir. En esta línea, causó sensación cuando, rompiendo con una usanza de su partido, apostó por la integración de los hispanos en la sociedad, levantando trabas a la inmigración en un momento en que el país necesitaba mano de obra y aceptando la enseñanza bilingüe en las escuelas.

De hecho, el equipo electoral de Bush se lanzó a la búsqueda del centro político, que desde la victoria de Clinton en 1992 habia demostrado ser la llave para acceder a la Casa Blanca. Aunque sus padrinos eran gentes inequívocamente comprometidas con las últimas administraciones republicanas, identificadas por muchos con el culto al individualismo, la defensa clasista y el enriquecimiento insolidario, y aún con los postulados derechistas más intransigentes, Bush juzgó oportuno desideologizar su plataforma e incidir en la importancia de la vertebración social, en las obras caritativas de las iglesias (él pertenece a la metodista) y los gobiernos locales, y en un sentido individual de la "responsabilidad cívica" para descargar a la administración federal de lo mayor de las gravosas partidas sociales.

Para contrarrestar las acusaciones de ofrecer una oratoria poco convincente y un discurso huero, Bush desarrolló una "ofensiva de encanto", buscando la simpatía de las minorías, multiplicando sus comparecencias populistas al más puro estilo local, presentándose como un padre de familia vaquero y campestre desapegado de los engorros burocráticos, haciendo incursiones en temas del repertorio demócrata o regodeándose en un sentido del humor autodenigratorio que, por ejemplo, resultaba impensable en el hierático Gore. En el último tramo de la campaña se potenció la personalidad del candidato y su padre se retiró a un segundo plano para no acrecentar los comentarios irónicos sobre "el hijo de Bush" y la confusión de sus nombres.

Decepcionando a muchos seguidores ubicados en la extrema derecha religiosa, Bush rehusó posicionarse taxativamente contra el aborto (legal desde 1973), si bien ratificó su respaldo incondicional a la pena de muerte y al derecho de los ciudadanos a poseer armas de fuego. Así, de ser elegido presidente, aseguró, ni decretaría una moratoria de las ejecuciones a nivel federal ni impulsaría nuevas leyes que dificultasen el acceso de particulares a las armas de defensa personal. El caso era que como gobernador Bush había aprobado medidas más en el sentido contrario, de facilitar la adquisición de armas de fuego, lo que le garantizó el apoyo cerrado de la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA). Para el progresismo militante, la izquierda del DP y la inmensa mayoría de los afroamericanos, Bush era un personaje totalmente vacuo y un mero mascarón de proa de la derecha más reaccionaria, que en los años de Clinton se había empeñado en boicotear desde dentro o fuera de las instituciones toda iniciativa de alcance social y ahora se aprestaba a copar el poder. Así que llamaron a rebato y a votar por Gore, candidato que si no suscitaba entusiasmos al menos sí garantizaba que las tímidas conquistas de la administración saliente en aquella materia no iban a sufrir retrocesos.


4. Programa exterior de repliegue y unilateralismo

Bush también recortó sus desventajas iniciales en cuanto a política exterior, terreno en el que Gore, con toda su experiencia gubernamental, daba la sensación de estar altamente cualificado. La clave fue el fichaje de un elenco de prestigiosos políticos peritos en la asignatura, destacando dos figuras de la administración de su padre: Richard Cheney, ex secretario de Defensa y candidato a la Vicepresidencia, que dirigió la campaña entre bambalinas; y Colin Powell, archipopular general de color retirado y otro veterano de la guerra del Golfo de 1991, cuando dirigía la Junta de Jefes del Estado Mayor. Según los analistas, Cheney, Powell, probable secretario de Estado, y el posteriormente incorporado al equipo Donald Rumsfeld, llamado a ocupar la Secretaría de Defensa que ya desempeñara en los años setenta con Gerald Ford, aportaban experiencia, una visión predecible de las relaciones internacionales y, de paso, un talante de conservadores responsables bien integrados en el establishment.

Precisamente, la predictibilidad, la línea inequívocamente conservadora y los visos de retorno a antiguos esquemas de la visión internacional de Bush y sus colaboradores suscitaron inquietudes fuera de Estados Unidos. El aspirante republicano anunció que no impulsaría la pendiente ratificación del Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBT), firmado por Clinton en septiembre de 1996 y vetado por el Senado en octubre de 1999, y que desarrollaría la versión completa, no obstante su coste desorbitado, del programa de Defensa Nacional Antimisiles (NMD), pensado para resguardar el territorio nacional de un ataque con misiles de largo alcance.

En fase de proyecto y evaluación bajo Clinton, la NMD aventaba reminiscencias de la nunca realizada, por utópica, Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) reaganiana, vulgarmente conocida como Guerra de las Galaxias. También levantaba serias dudas de viabilidad tecnológica, puesto que el primer ensayo de interceptación de un misil atacante, en octubre de 1999, había salido bien, pero los dos siguientes, en enero y julio de 2000, constituyeron un fracaso, induciendo a Clinton a declarar en suspenso el proyecto y a trasladar la decisión de proseguirlo a su sucesor en las urnas. Finalmente, aseguró Bush, tampoco se iban a escatimar los gastos de defensa, toda vez que en el mundo se percibían viejos y nuevos peligros para la seguridad de Estados Unidos.

De acuerdo con la denominada Doctrina Powell, Estados Unidos sólo debería intervenir en aquellas crisis en que los intereses nacionales estuvieran en juego. Según el mismo Bush, cuando América usara la fuerza en el mundo "las causas deberían ser justas, las metas claras y la victoria, apabullante". Para Gore, en cambio, el país tenía una misión en el mundo, la de defender la democracia y los Derechos Humanos, y sus tropas podían y debían participar en operaciones de gran magnitud que definió como de "construcción de naciones". Bush replicó que ni era esa la función de las Fuerzas Armadas ni Estados Unidos debía erigirse en el "bombero arrogante" que acude a apagar los incendios planetarios; antes bien, propugnó una superpotencia "humilde", partidaria de que fueran coaliciones regionales de naciones las que trabajaran por la seguridad y la paz en sus áreas (como Australia en el Sudeste Asiático, Nigeria en África Occidental o los aliados europeos en los Balcanes). Según Bush, el modelo perfecto de intervención militar era la campaña de 1991 contra Irak, no así las invasiones con propósito humanitario en Somalia en 1992 (a la sazón, comenzada por su padre) o Haití en 1994. Por esa razón, Bush no tuvo reparos en alabar la decisión de Clinton de no intervenir en su momento en las crisis de Rwanda y Sierra Leona.

Rusia y China tendrían que acostumbrarse a un lenguaje menos complaciente en lo relativo a sus actuaciones represivas en el interior y el resurgimiento nacionalista de su política exterior, mientras que la ONU debería componérselas con menos presencia estadounidense en sus misiones de paz. El objetivo central era recomponer las capacidades clásicas del Ejército, según Bush debilitado por Clinton por implicarlo en operaciones para las que no estaba concebido, así que se contaba con una pronta partida de los contingentes desplegados en Bosnia y Kosovo (en cuyo nombre se hizo una guerra que él había apoyado sin reservas) como parte de las misiones de pacificación de la OTAN. Sobre América Latina, Bush precisó que no se toleraría el retorno al poder de los militares en ningún país, se apoyarían los esfuerzo de consolidación de la democracia y se aceleraría la conclusión del Área de Libre Comercio de Las Américas (ALCA), extendiendo los acuerdos de libre cambio bilaterales de Estados Unidos al mayor número posible de países. El bloqueo a Cuba no se atenuaría un ápice y se consideraría prioritaria la relación con México, desde el 1 de diciembre de 2000 presidido por el conservador Vicente Fox después de una prolongada hegemonía del partido PRI.

En definitiva, Bush proponía mantener la supremacía internacional de Estados Unidos, pero retornando a planteamientos clásicos de contención, prefiriendo la relación intergubernamental sobre la cooperación en instancias supranacionales, y lo unilateral sobre lo multilateral. Esta postura fue calificada por muchos observadores, empezando por los de los países aliados de la OTAN, como de neoaislacionista e imprudente, sobre todo en el capítulo de la NMD, abiertamente rechazado por los gobiernos citados por considerarlo una respuesta exclusiva a una amenaza, la de un ataque nuclear por parte de estados o grupos incontrolables, que era de alcance global y atañía a todos. Rusia y China basaban su oposición frontal al proyecto en el temor a que desatase una carrera de armamentos en todo el mundo.

Precisamente, Powell tendría como misión inicial convencer a rusos y chinos de que la NMD y el programa específico para Extremo Oriente, la Defensa de Teatro Antimisiles (TMD), concebido para proteger a los socios y aliados en la región -Japón, Corea del Sur y Taiwán- frente a un hipotético ataque con misiles de corto o medio alcance, no representaban una amenaza contra ellos ni tampoco era el principio de un rearme general, mientras que Cheney se perfilaba como el verdadero arquitecto de la nueva política exterior. Otros analistas aseguraron que las ineludibles responsabilidades internacionales de Estados Unidos obligarían a los republicanos a moderar su discurso, y recordaron el caso del mismo Clinton, quien llegó a la Casa Blanca pregonando la prioridad absoluta de los asuntos internos y salió de la misma como el presidente más intervencionista en muchos años.


5. Una victoria electoral bajo sospecha en 2000

Las elecciones presidenciales del 7 de noviembre de 2000, a las que los dos candidatos que contaban llegaron codo con codo en los sondeos, pasaron a la historia electoral de Estados Unidos como las más reñidas y caóticas. Gore, con el 48,4%, superó a Bush en cinco décimas en votos populares (328.000 en números absolutos), pero éste, gracias al sistema de winner take-all ("todo para el ganador"), se aseguró los votos electorales, 246, de 29 estados, y se adelantó en el estado crucial de Florida, que aportaba los 25 compromisarios que le faltaban. Por lo que respecta a las elecciones al Congreso, el RP vio disminuida su ventaja sobre el DP en tres escaños en la Cámara de Representantes, quedándose con 221 diputados, y perdió cinco puestos en el Senado, empatando en 50 senadores con la formación rival. Lo estrechísimo de la ventaja de Bush en el estado gobernado por su hermano, de tan sólo unos pocos cientos de votos, dio lugar a un extraordinariamente embrollado proceso de demandas de recuentos manuales en los condados conflictivos, descubrimientos de tarjetas perforadas (uno de los cinco sistemas de voto) invalidadas, revelaciones de votos erróneos, contraórdenes para parar los escrutinios y hasta imputaciones de fraude, con la implicación de los servicios jurídicos de ambos candidatos y los tribunales supremos de Florida y Estados Unidos.

El 12 de diciembre, transcurrido más de un mes desde las elecciones y cuando Bush continuaba en cabeza por 537 votos populares, el Tribunal Supremo Federal, por cinco votos contra cuatro, puso fin a la peripecia anulando la orden del Tribunal de Florida para recontar 45.000 votos desechados por las máquinas computadoras, alegando que el mandamiento no iba a poder completarse antes de la fecha límite del 18 de diciembre establecida por la ley para la conclusión del escrutinio: el candidato republicano se quedó, después de todo, con los 271 votos electorales, uno más de los necesarios para vencer. Bush había triunfado al final, pero su mandato iba a inaugurarse con el sambenito de presidente "ilegitimo" por deber en última instancia su elección a unos jueces que a la postre eran tildados de conservadores. Sobre este particular, la prensa liberal de la costa este insistió en el dato de que de los nueve jueces del Supremo sólo dos fueron nombrados por Clinton, proviniendo el resto de las administraciones de Nixon, Ford, Reagan y Bush padre.

En un sector de la opinión pública se extendió la convicción de que de haberse recontado el voto de Florida hasta el final -pese a los riesgos para el sistema democrático en su conjunto que una provisionalidad indefinida pudiera haber acarreado-, se habría revelado la victoria de Gore. Con todo, apenas un año antes muy pocos observadores internacionales habían creído seriamente que Bush pudiera acorralar a un candidato que heredaba de Clinton un legado moderadamente positivo de prosperidad económica, optimismo en el porvenir inmediato y sensación de seguridad. Recuperado el procedimiento normal, el 21 de diciembre Bush cesó como gobernador de Texas, el 6 de enero de 2001 el Congreso electo ratificó su elección y el 20 de enero tomó posesión como el 43º presidente de Estados Unidos. Se trató de la segunda vez que un vástago de ex presidente llegaba a la Casa Blanca: John Quincy Adams, presidente en 1825-1829, fue el hijo de John Adams, quien lo fuera en 1797-1801.

En el discurso inaugural Bush relativizó el tono desconfiado y regresivo de su visión internacional, comprometiéndose con las obligaciones inherentes a ostentar la primacía en un sistema internacional fluido y en la defensa de los aliados en Europa y Asia. En las semanas previas, Bush, contradiciendo su apuesta centrista y cargando las armas de unos colectivos (negros, blancos de izquierdas, ecologistas, feministas) que le prometían una guerra sin cuartel, alineó un plantel de colaboradores claramente escorado a la derecha. Paradójicamente, el gabinete y la administración presidencial propuestos eran los más pluriétnicos de la historia, pero estaban cuajados de personalidades intensamente derechistas, hostiles a las reivindicaciones de los grupos de presión liberales o partidarias de no poner trabas a las actividades del gran capital financiero y la gran empresa extractiva de recursos naturales, con todas las implicaciones sociales y sobre el medio ambiente que pudieran derivarse. Un nombramiento especialmente polémico fue el del senador ultraconservador John Ashcroft para la Fiscalía General. Acérrimo enemigo del aborto, defensor a ultranza de la pena capital y con prejuicios raciales y machistas, Ashcroft fue no obstante aprobado por el Congreso luego de negociar Bush el apoyo necesario de varios legisladores demócratas.


6. Coherencia entre lo prometido y lo aplicado en política interior

Contrastando grandemente con el debut inconsistente de Clinton en 1993, Bush se lanzó a aplicar su programa electoral nada más tomar posesión, con una contundencia que no dejaba lugar a dudas sobre su plataforma derechista. De entrada, inició los procesos de suspensión de las últimas disposiciones de su predecesor en los terrenos social y medioambiental, como la preservación de la explotación económica de 23 millones de hectáreas de bosques, la venta en farmacias de la píldora abortiva RU-486 con cargo al dinero público (excepto en los casos de violación o grave riesgo para la madre) o las directrices sobre el programa Medicare. Al primer parón se le sumó un plan, aprobado por la Cámara de Representantes en agosto, para abrir la reserva natural ártica de Alaska a las prospecciones petroleras, y el segundo se complementó con la retirada de fondos a las organizaciones internacionales que incluyen el aborto entre las fórmulas de planificación familiar. En añadidura, Bush ordenó desmantelar el directorio de la Oficina Nacional del SIDA que se encargaba de la cooperación internacional en el combate contra la pandemia.

En lo económico, Bush asumía la Presidencia cuando parecía que ya no daba más de sí la dilatada fase, presuntamente indefinida, de crecimiento sostenido, luego de estallar la burbuja de los nuevos valores tecnológicos en los mercados bursátiles, e incluso cundía la amenaza de una recesión: el cuarto trimestre de 2001 registró una tasa positiva de sólo el 1,1% y en enero el paro volvió a remontar tras marcar la cota históricamente baja del 4%. En febrero Bush presentó al Congreso su plan de reactivación económica que incluía el proyecto de recorte de impuestos más ambicioso desde la era Reagan, unos 1,6 billones de dólares en los próximos diez años, período en el que, de paso, se cancelaría un tercio de la deuda nacional, otros 2 billones de dólares, punto este último que no constaba en su oferta de campaña.

Echando mano al superávit presupuestario, el Gobierno contemplaba un crecimiento total del gasto del 4%, con incrementos significativos tanto en la Defensa como en la Educación y la protección social. Los congresistas juzgaron demasiado arriesgado este paquete y el 26 de mayo el Senado concedió a Bush un recorte impositivo por valor de 1,35 billones de dólares, lo que se ajustaba mejor a la promesa electoral. El visto bueno matizado del Legislativo supuso un importante éxito del flamante presidente, y además vino después de conocerse que en el primer trimestre del año la economía había crecido un 2%, sensible recuperación que brindó argumentos a los que habían insistido en que la deceleración de la segunda mitad de 2001 era sólo un sobresalto pasajero.

El 17 de mayo Bush presentó el plan gubernamental para hacer frente a la fuerte demanda de energía que, en vez de incidir en el ahorro del consumo y el desarrollo de las fuentes de energía alternativas y con menor impacto sobre el medio ambiente, se basaba justamente en el aumento de la oferta. Todas estas decisiones y enfoques de la Administración Bush parecían destinados a satisfacer los intereses de la derecha religiosa y las grandes corporaciones industriales, sobre todo las dedicadas a la extracción de materias primas y, muy especialmente, las firmas petroleras. Pero esta prelación estratégica del petróleo y las energías fósiles iba a influir también, y muy poderosamente, en la acción internacional de Estados Unidos.

Sin ir más lejos, el 28 de marzo y para consternación internacional, Bush desveló a través de su portavoz que rechazaba los compromisos del Protocolo de Kyoto de diciembre de 1997 sobre el cambio climático, los cuales fijan una reducción media del 5,2% de los seis gases más responsables del efecto invernadero por los países industrializados desde 2008 a 2012; aportando sólo el 5% de la población mundial, Estados Unidos emite no obstante el 25% de los gases contaminantes. La Casa Blanca justificó su negativa a ratificar el Protocolo, que precisaba este paso de al menos 55 signatarios para entrar en vigor, porque no iba en "el mejor interés económico" de Estados Unidos. Como argumentación, se adujo que Kyoto no comprometía a los países en vías de desarrollo, incluidas las superpobladas China e India, y además que no había suficiente evidencia científica del calentamiento global del planeta por causa de las emisiones excesivas de anhídrido carbónico y otros gases nocivos.


7. Revisión de doctrinas y primeros desmarques internacionales

La actitud contracorriente ante el Protocolo de Kyoto, lejos de ser excepcional, prologó lo que iba a ser una pauta sistemática, ya que Bush tampoco demoró concretar otros varios puntos de la campaña electoral en lo tocante a la defensa y la política internacional. El 9 de febrero anunció una revisión histórica de la doctrina de defensa estratégica de Estados Unidos ligada a tres grandes actuaciones. En primer lugar, la reducción sustancial del arsenal de armas nucleares de largo alcance, mejor si se hacía coordinadamente con Rusia, pero recurriendo a los recortes unilaterales si era preciso. Simultáneamente, se procedería a la modernización tecnológica de las fuerzas convencionales para la potenciación de todas las capacidades militares que no requieren la implicación de soldados (satélites espía, guerra electrónica, aviones invisibles al radar y sin piloto, armamento inteligente). El nuevo concepto de la defensa buscaba dotar a las Fuerzas Armadas de sistemas armamentísticos de nueva generación, más mortíferos, más precisos y con menor riesgo para los combatientes humanos propios, tratando de avanzar en el objetivo de bajas cero.

Naturalmente, la NMD era el tercer pilar del plan estratégico. El presidente informó a los muy reticentes aliados europeos que el escudo antimisiles de largo alcance era irreversible y les garantizó, así como a los aliados asiáticos, la cobertura por el mismo no obstante su concepción unilateral y nacional. En su anuncio de confirmación el 1 de mayo de que el programa tenía luz verde pese a los fracasos en los ensayos de interceptación de misiles intercontinentales el año anterior, Bush adujo que el concepto de equilibrio nuclear del terror estaba obsoleto y que los grandes arsenales nucleares no resultaban eficaces para defenderse de eventuales ataques con misiles de países "irresponsables" (desde el año anterior hacía fortuna la expresión rogue states, "estados bribones") o de organizaciones terroristas dotadas de capacidad nuclear ofensiva.

La NMD y la TMD eran incompatibles con el Tratado de Antimisiles Balísticos (ABM) soviético-estadounidense de 1972, pero Bush insistió en que la Guerra Fría había terminado y que las nuevas necesidades y peligros hacían perentorio ir "más allá de las limitaciones" del ABM. Con esta ambiciosa apuesta, la Administración Bush, de hecho, certificaba el entierro de cinco décadas de estrategia nuclear basada en distintos conceptos de la disuasión, entendida generalmente como la amenaza de recurrir a una represalia nuclear, en proporción de causar daños difícilmente asumibles por el que la sufre, contra una potencia nuclear (invariablemente, la URSS, mientras duró la Guerra Fría y la bipolaridad, aunque el concepto podía extenderse a la nueva Rusia o a China) para asegurarse de que el oponente no lanzará un primer ataque. Para Rusia y China, esta estrategia claramente defensiva, de repliegue y con vocación de asegurar la invulnerabilidad del territorio de Estados Unidos (pretensión característica de la IDE reaganiana), denotaba la hostilidad de Washington hacia ellos, e insistieron en que la NMD y la TMD sólo iban a estimular la desconfianza en las relaciones internacionales y el descontrol de armamentos, un análisis sombrío que fundaban también en el descarte por Bush de la ratificación parlamentaria del CTBT.

Así, la Administración Bush tuvo prontas tarascadas en sus relaciones bilaterales ambos gobiernos. Con Moscú, en marzo se creó un incidente diplomático por la expulsión de 50 miembros del personal de la embajada rusa en Washington bajo la acusación de espionaje. Y con Beijing, el 1 de abril se abrió una crisis en toda regla por el incidente de la captura de un avión estadounidense EP-3 que, según las autoridades chinas, realizaba labores de espionaje sobre la isla de Hainán cuando colisionó con uno de los cazas chinos que salieron a su encuentro para conminarle a que abandonara el espacio aéreo nacional; tras dos semanas de mutuas negaciones y acusaciones, el Gobierno chino liberó a los 24 tripulantes del aparato y se emprendieron pasos para dar carpetazo a la grave trifulca.

Los analistas se sorprendieron por el tono virulento, propio de la Guerra Fría, empleado por los altos miembros de la Administración de Bush, quien ya en la campaña electoral se había referido al gigante asiático como un "competidor estratégico" de Estados Unidos, en calculada inversión de la "asociación estratégica" chino-estadounidense predicada por Clinton. A comienzos de mayo, el anuncio por el secretario Rumsfeld de la suspensión de las relaciones militares y el inmediato mentís desde el propio Pentágono reveló descoordinación en las cada vez más perfiladas alas dura y blanda dentro de la Administración Bush y arrojó confusión a la situación de las relaciones bilaterales, que el secretario de Estado Powell se afanaba en devolver al nivel anterior a la crisis del avión presuntamente espía.

El Gobierno chino dio a entender que consideraría una agresión que Estados Unidos vendiera moderno armamento defensivo o extendiera el paraguas de la aún embrionaria TMD a Taiwán, posibilidades que contaban con enérgicos patrocinadores en el Departamento de Defensa y en los comités de Servicios Armados y Asuntos Exteriores del Senado. A mayor abundamiento, el Departamento de Estado cambió la política clintoniana de diálogo con Corea del Norte por otra de confrontación, que puso en un brete a la posibilista sunshine policy del presidente surcoreano y premio Nobel de la Paz, Kim Dae Jung, dirigida al imprevisible régimen comunista de Pyongyang, acusado por Washington de contribuir a la proliferación mundial de armas de destrucción masiva, sobre todo en tecnología de cohetes, y que desde 1994 estaba sometido a un régimen subsidiado de control sobre su programa nuclear.


8. Entendimiento con Rusia, asincronía con Europa, connivencia con Israel

Las relaciones con Rusia, sin embargo, se adentraron rápidamente por un vericueto sosegado, en buena parte gracias a la actitud moderada y cautelosa del presidente Vladímir Putin. Bush y Putin sostuvieron su primer encuentro en Ljubljana, Eslovenia, el 16 de junio y constataron las importantes diferencias en los respectivos análisis de las amenazas a la seguridad mundial. El NMD, cuyo primer ensayo -exitoso- bajo la presidencia de Bush tuvo lugar el 15 de julio, y la vigencia del ABM constituían el principal capítulo de desacuerdo, ya que Putin, lejos de la consideración por Bush del tratado firmado en 1972 como una "reliquia del pasado", se refirió a éste como una "piedra angular de la arquitectura contemporánea de seguridad", y advirtió contra su ruptura unilateral, si bien se mostró dispuesto a negociar con Estados Unidos un nuevo marco de seguridad global, identificando las amenazas y elaborando una estrategia de respuesta compartida. En su segunda reunión, el 22 de julio en Génova con motivo de la 27ª cumbre del G-8, Bush y Putin, haciendo gala de unas formas cálidas, vincularon el futuro de la defensa antimisiles a un nuevo avance en el desarme nuclear estratégico, y esta línea de entendimiento se reforzó en su tercer encuentro, el 21 de octubre en Shanghai, con motivo de la IX Cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), al calor ya de la ola de solidaridad mundial con Estados Unidos por la catástrofe de los atentados del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington.

Más complicadas se presentaron las relaciones de la Administración Bush con los socios del viejo continente en el ámbito de la Unión Europea (UE). Por de pronto, estaba la larga lista de contenciosos comerciales, entre ellos las limitaciones comunitarias a las exportaciones estadounidenses de carne hormonada o productos transgénicos, las barreras arancelarias del país americano al acero europeo y las subvenciones agrícolas de unos y otros. Además, pesaban la campaña internacional de la UE contra Estados Unidos por su boicot al Protocolo de Kyoto, las diferentes actitudes ante el conflicto de Oriente Próximo y, en general, las iniciativas unilaterales de Bush en todos los ámbitos, un cuadro de discrepancias que poco después, con las cuestiones de Irak y la lucha antiterrorista, iba a agravarse.

El primer desplazamiento al extranjero de Bush como presidente fue, no a Canadá, como era tradición en todos los presidentes debutantes, sino a México, el 16 de febrero, para entrevistarse con el presidente Fox en San Cristóbal, León, estado de Guanajuato, en un entorno rural que los medios de comunicación bautizaron como la "cumbre de los rancheros". Bush se sentía más cómodo en este tipo de encuentros si el protocolo era relajado y la indumentaria informal, propiciando una atmósfera de cierta campechanía. En lo sucesivo, Bush se iba a llevar a determinados líderes extranjeros tenidos en estima a su propio rancho de Crawford, Texas, un escenario propicio para las guisas desenfadadas y los atuendos "sin corbata".

El 23 de febrero recibió en Camp David al primer visitante extranjero, el primer ministro británico Tony Blair, quien pronto a demostrar ser su aliado más inquebrantable en las lides internacionales. La segunda salida al exterior de Bush sí fue a Canadá, a Quebec, para asistir a la III Cumbre de Las Américas, del 20 al 22 de abril, donde el presidente expresó su compromiso en firme para crear el Área de Libre Comercio continental (ALCA) en 2005, no obstante la confirmación simultánea -en flagrante contradicción con el alegato librecambista- de que Estados Unidos se reservaba blindar el mercado nacional a las exportaciones agropecuarias latinoamericanas mediante nuevos aranceles aduaneros y subsidios a sus productores.

El 12 de junio Bush emprendió una gira por Europa que hasta el día 16 le llevó, en este orden, a España, Bélgica, Suecia, Polonia y Eslovenia. El 13 asistió al Consejo de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN en Bruselas, donde enfatizó su apoyo a la expansión de la Alianza Atlántica a los países de Europa central y oriental en los próximos años y al proyecto europeo de defensa coordinada con el mando aliado, y el 14 participó en Gotemburgo en la cumbre Estados Unidos-UE, donde constató las diferencias de criterio con los comunitarios, si bien los participantes prefirieron incidir en que eran "más las cosas que nos unen que las que nos separan". El 19 de julio Bush estuvo de vuelta a Europa para hacer una visita oficial al Reino Unido y, como se anticipó arriba, tomar parte en la cumbre genovesa del G-8 entre los días 20 y 22. El 23 fue recibido por el Papa Juan Pablo II en el Vaticano y el 24, de regreso a Washington, hizo escala en Kosovo para estar con las tropas destinadas en la fuerza de paz de la OTAN, la KFOR.

Por otro lado, el 25 de febrero Bush acogió en la Casa Blanca a Ariel Sharon, el líder de la oposición derechista de Israel que acababa de ganar las elecciones y que se preparaba para ser primer ministro. Desde el primer momento se vio que la Administración de Bush, espoleada por el siempre poderoso lobby judío de Estados Unidos y, sobre todo, guiada por un grupo de altos funcionarios y asesores del Departamento de Defensa, varios de ellos mismos judíos, empapados de un sionismo maximalista y de una hostilidad visceral a lo palestino, no estaba por la labor de ejercer el papel de potencia mediadora en el conflicto de Oriente Próximo, tal como, por ejemplo, lo había desempeñado, y muy eficazmente, la Administración de Bush padre. Esta implicación, para ser creíble, requería una cierta equidistancia entre las partes en conflicto. Una equidistancia, lógicamente, formal, en el ámbito táctico de la mediación, que supondría exigir concesiones a unos y otros con un énfasis similar y, de ser preciso, apretando las tuercas bajo amenaza de sanciones, y es que no puede olvidarse que Israel es un aliado estratégico inquebrantable que recibe de Estados Unidos una ingente ayuda económica y militar.

Nada más lejos de este esquema, Bush y sus colaboradores fueron asumiendo el lenguaje y los análisis del Gobierno israelí y dejaron a los territorios palestinos autónomos y ocupados a merced de la maquinaria de guerra de Israel, que desde el estallido de la segunda Intifada palestina en octubre de 2000 se afanaba en destruir las capacidades terroristas, responsables de una espiral creciente de atentados y asesinatos de ciudadanos israelíes, de los grupos y partidos palestinos que, supuestamente, ni la OLP ni la Autoridad Nacional Palestina (ANP) bajo la presidencia de Yasser Arafat estaban en condiciones de impedir.

El mensaje que transmitieron Bush y Powell a Sharon es que mientras durase la Intifada, Israel estaba en su derecho a tener sepultado el malhadado proceso de paz y a responder adecuadamente a los zarpazos del terrorismo palestino. Cuando el Gobierno israelí lo que hizo fue, al socaire de una defensa antiterrorista considerada legítima por la comunidad internacional, lanzarse a la destrucción sistemática de los medios y capacidades de la ANP y, en general, de las estructuras civiles de los palestinos en Cisjordania, lanzando devastadoras incursiones terrestres contra las ciudades palestinas, bombardeando indiscriminadamente campos de refugiados y arrasando viviendas y plantaciones para construir nuevos asentamientos de colonos judíos (además de cometer terrorismo también con su procedimiento de "asesinatos selectivos" de cabecillas palestinos), Bush se limitó a pedir a Sharon que comediera sus mortíferas represalias bélicas y que finalizara la asfixia económica de las poblaciones palestinas.

El presidente, desentendiéndose de los desmanes diarios en Palestina, se negó a reunirse con Arafat mientras éste no condenara "la violencia" y el 28 de marzo Estados Unidos vetó en la ONU el envío de una fuerza de observadores a los territorios ocupados, echándole a Israel en su soledad internacional un capote de protección que sería la tónica en los meses siguientes

9. Un país con su presidente tras los atentados del 11-S: el revulsivo de Bin Laden


10. Declaración de una guerra global contra el terrorismo y primera fase en Afganistán


11. La Doctrina Bush: agudización del unilateralismo y los enfoques belicistas


12. Rebaja de la cuestión palestina en la escala de prioridades exteriores


13. Cesura sin precedentes en las relaciones internacionales por el señalamiento de Irak como segundo objetivo militar


14. Una invasión ilegal para derrocar a Saddam Hussein


15. El fiasco de la posguerra irakí y los escándalos de la ocupación


16. Esforzada reelección en 2004 frente al demócrata Kerry


17. El arranque del segundo mandato: ponderación de los objetivos estratégicos y reconciliación con la "vieja Europa"


(Cobertura informativa hasta 1/8/2001)