Son muchas las historias que dejó la curiosa trayectoria -deportiva y personal- de Manuel Francisco dos Santos, apodado Garrincha, probablemente el mejor extremo de la historia del fútbol, al que un psicólogo estuvo a punto de dejar sin su primer Mundial.

A Garrincha lo empezaron a llamar así sus hermanos. Lo cuenta mejor que nadie Eduardo Galeano en ‘El fútbol a sol y sombra’ (Siglo XXI, 1995). “Garrincha es el nombre de un pajarito inútil y feo. Cuando empezó a jugar al fútbol, los médicos le hicieron la cruz: diagnosticaron que nunca llegará a ser un deportista este anormal, este pobre resto del hambre y de la polio, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una ‘S’ y las dos piernas torcidas para el mismo lado”. 

Pero a pesar de sus defectos físicos (tenía una pierna seis centímetros más larga que la otra), Garrincha era un excelente regateador. Pequeño, hábil y rápido (lo llamaban ‘la alegría del pueblo’), destacó en el Botafogo y fue incluido por Vicente Feola en la convocatoria para disputar el Mundial de 1958, en Suecia. 

El primer rival que tuvo que sortear Garrincha estaba dentro de la propia expedición: Brasil había incluido a un psicólogo, llamado Joao Carvalhaes, para que sus jugadores no sufrieran la presión de un país que anhelaba el trofeo desde la tragedia del ‘Maracanazo’.

El caso es que el Carvalhaes escribió un informe demoledor contra Garrincha. Decía que en lugar de cerebro, tenía “botellas” y desaconsejaba incluirlo en el equipo por su bajísimo nivel intelectual, propio de un niño de diez años.

De proscrito a héroe

Nilton Santos y Didí, compañeros suyos en el Botafogo, intercedieron ante el seleccionador. “Doctor, Garrincha sabe jugar al fútbol”. 

Garrincha acabaría siendo uno de los mejores de Brasil en ese Mundial de Suecia, y el mejor del torneo cuatro años después, en Chile’62.

Antes, sin embargo, también dejó dos anécdotas para el recuerdo: la primera sucedió durante el torneo, cuando llegó a la concentración de Brasil muy orgulloso tras haber comprado por cien dólares –cantidad razonable en aquella época- una radio de última tecnología. 

Cuando se la enseñó a sus compañeros, el masajista de la selección brasileña, Mário Américo, le pidió que la encendiese. “¿Ves? Esta radio solo transmite en sueco. No te servirá de nada en Brasil”. 

Garrincha, tan ingenuo como extrañado, comprobó que efectivamente, todas las emisoras transmitían en sueco. Y acabó vendiéndole la radio al masajista por la mitad de lo que le había costado.

La segunda anécdota ocurrió pocos minutos después de la final: Brasil había ganado 2-5 a Suecia y sus compañeros lo celebraban.

Garrincha no entendía nada. “¿Qué pasa?”, preguntó. 

Le dijeron que acababan de ganar el Mundial. “Ah, ¿pero no hay segunda ronda?”, contestó.  

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Decían que para él, todos sus marcadores se llamaban Joao, porque así se llamaba el primer rival que le marcó en un partido oficial. 

Garrincha murió el 20 de enero de 1983, a los 49 años, destrozado por el alcohol. Fue enterrado en Pau Grande, el pueblo donde había nacido, a 50 kilómetros de Rio de Janeiro.