Diseño y producción de programas de televisión

Introducción

Queridos amigos y amigas, como quiera que, cuando hablamos del fenómeno y del medio televisivo, son muchas las luces y las sombras que nos acompañan, habida cuenta de que tenemos un conocimiento exagerado y abundante, por un lado, pero escaso e inapropiado, por otro, hago llegar esta especie de resumen en torno a diferentes cuestiones o planteamientos que, con carácter genérico, nos podemos hacer los ciudadanos de a pié, auténticos consumidores y beneficiarios, si es el caso, o sufrientes, si lo es en la esfera contraria, de los efectos de un medio de comunicación social y/o de masas que ha configurado y que ha cambiado el devenir y el comportamiento del ser humano en el último medio siglo fundamentalmente.

Espero que algunos conceptos queden un tanto más claros y que, en todo caso, estas reflexiones permanezcan como una referencia de consulta, cuando menos, ante las pequeñas dudas diarias que se puedan plantear en torno al mecanismo más sencillo en sus fundamentos de contenidos y más importante en relación a su influencia que ha inventado la Humanidad , seguramente superado por Internet, por la llamada Red de Redes, en un momento de convergencias tecnológicas y de contenidos. Ésa es, preliminarmente, la intención. Esperamos no defraudar mucho.

Los orígenes

La historia del desarrollo de la televisión ha sido, en esencia, la búsqueda de un dispositivo adecuado para explorar imágenes. El primero fue el llamado disco Nipkow , patentado por el inventor alemán Paul Gottlieb Nipkow en 1884. Era un disco plano y circular que estaba perforado por una serie de pequeños agujeros dispuesto en forma de espiral partiendo desde el centro. Al hacer girar el disco delante del ojo, el agujero más alejado del centro exploraba una franja en la parte más alta de la imagen y así sucesivamente hasta explorar toda la imagen. Sin embargo, debido a su naturaleza mecánica, el disco Nipkow no funcionaba eficazmente con tamaños grandes y altas velocidades de giro para conseguir una mejor definición.

Los primeros dispositivos realmente satisfactorios para captar imágenes fueron el iconoscopio , que fue inventado por el físico estadounidense de origen ruso Vladimir Kosma Zworykin en 1923, y el tubo disector de imágenes, inventado por el ingeniero de radio estadounidense Philo Taylor Farnsworth poco tiempo después. En 1926, el ingeniero escocés John Logie Baird inventó un sistema de televisión que incorporaba los rayos infrarrojos para captar imágenes en la oscuridad. Con la llegada de los tubos y con los avances en la transmisión radiofónica y los circuitos electrónicos que se produjeron en los años posteriores a la I Guerra Mundial, los sistemas de televisión se convirtieron en una realidad.

Las primera emisiones públicas de televisión las efectuó la BBC en Inglaterra en 1927, y la CBS y NBC en Estados Unidos en 1930. En ambos casos se utilizaron sistemas mecánicos y los programas no se emitían con un horario regular. Las emisiones con programación se iniciaron en Inglaterra en 1936, y en Estados Unidos el día 30 de abril de 1939, coincidiendo con la inauguración de la Exposición Universal de Nueva York. Las emisiones programadas se interrumpieron durante la II Guerra Mundial, reanudándose cuando terminó.

En España, se fundó Televisión Española (TVE), hoy incluida en el Ente Público Radiotelevisión Española, y en fase de derivación a llamada Corporación RTVE, en 1952, dependiendo del Ministerio de Información y Turismo. Después de un periodo de pruebas se empezó a emitir regularmente en 1956, concretamente el 28 de octubre. Hasta 1960 no hubo conexiones con Eurovisión. La televisión en España ha sido un monopolio del Estado hasta 1988. Por mandato constitucional, los medios de comunicación dependientes del Estado se rigen por un Estatuto que fija la gestión de los servicios públicos de la radio y la televisión a un “ente autónomo” (así se definió), que debe garantizar la pluralidad y la presencia de los grupos sociales y políticos más significativos.

A partir de la década de 1970, con la aparición de la televisión en color, los televisores experimentaron un crecimiento enorme, lo que produjo cambios en el consumo del ocio de los españoles.

A medida que la audiencia televisiva se incrementaba por millones, hubo otros sectores de la industria del ocio que sufrieron drásticos recortes de patrocinio. La industria del cine comenzó su declive, con el cierre de muchos locales.

A partir de 1984, la utilización por Televisa del satélite Panamsat para sus transmisiones de alcance mundial permite que la señal en español cubra la totalidad de los cinco continentes. Hispasat, el satélite español de la década de 1990, cubre también toda Europa y América.

En 1983, en España empezaron a emitir otras cadenas de televisión. Primero fueron las públicas y, más tarde, las privadas: En primer término, lo hicieron las televisiones autonómicas, y, ya en la década de los 90, Tele 5, Antena 3 y Canal +. En 1986, había 3’8 habitantes por aparato de televisión; en la actualidad, ha bajado a 3’1. Hoy en día, en todo el mundo, la televisión es el pasatiempo nacional más popular: el 91% de los hogares españoles disponen de un televisor en color y el 42% de un equipo grabador de vídeo. Los ciudadanos españoles invierten, por término medio, unas 3’5 horas diarias delante del televisor, con una audiencia media de 3 espectadores por aparato.

El fenómeno de la televisión

Al hablar del fenómeno de la televisión, empecemos diciendo que, desde el alba de la Humanidad , el hombre nace con el deseo de relacionarse con “el/lo otro”, con lo que lo rodea, y es en ese preciso momento donde se despliegan las posibilidades frente a las cuales se define la acción, es decir, se elige, se decide y se actúa; pero, claro está, que este “actuar” depende del horizonte espacial y temporal en el que se encuentre el individuo. A todo esto es a lo que llamaremos relaciones hombre-mundo, que es lo que define poco a poco nuestra identidad por medio de la dinámica de nuestra existencia. Pero, a medida que pasa el tiempo, el ser humano ansía ampliar al máximo sus posibilidades de relación con su entorno para desarrollar su potencial de crear esencia, valiéndose de mediadores; es decir, el ser humano ya no tiene relación directa con su entorno, sino relación hombre-mediador y mediador-mundo. De este modo se crea la posibilidad de manipulación de la realidad y de la existencia por parte del mediador; en otras palabras: nace el concepto de “medio de comunicación”.

Con la Revolución Tecnológica y Espacial propiciada por el descubrimiento de los electrones, de las ondas electromagnéticas, de los circuitos electrónicos y eléctricos, y el lanzamiento del primer satélite artificial, los medios de comunicación, preferentemente audiovisuales, avanzaron proporcionalmente su alcance. La llegada a la Luna , el 20 de julio de 1969, que se conoció en todo el planeta simultáneamente por vía televisiva. Podríamos afirmar que no sólo es un avance, sino un gran salto en cuanto a expansión de posibilidades y alcance global. Un gran salto para el que la Humanidad no estaba preparada, ya que la complejidad de la información aprovechable y discutible estaba fuera de las manos del hombre común, es decir, el hombre común no estaba preparado para asimilar la variada y confusa información que se le brindaba en cada momento. Entonces, no tiene otra salida que ceder esta cuantiosa tarea a los medios para que ellos tomen la decisión más apropiada sobre “qué informar” y “qué desechar”, utilizando variados criterios de selección de información, intensidad del mensaje y canal utilizado. Un claro ejemplo es la televisión, en la cual refutaremos dos paradigmas acerca de su condición comunicadora para entender su influencia en el joven y la sociedad contemporánea:

•  ” La televisión es un medio de comunicación “. No olvidemos que para que exista comunicación tiene que haber diversos elementos y circunstancias, como es: la reciprocidad entre emisor y receptor (como señaló una vez Habermas: “El mundo de la vida es el lugar trascendental donde se encuentra el hablante y el oyente, donde de modo recíproco reclaman que sus posiciones encajan en el mundo… y donde pueden criticar o confirmar la validez de las pretensiones, poner en orden sus discrepancias y llegar a acuerdos”).

•  ” En la televisión se observa la realidad del mundo, tal y como es, que llega hasta nuestros hogares “. No hay nada más que contemplar las programaciones diarias para entender que no es así.

En publicidad se observa la intención de cambiar actitudes y comportamientos en los televidentes por medio de la repetición incidente e incisiva del mismo mensaje. El lema “informar, educar y entretener” ha estado ligado estrechamente al funcionamiento de los distintos sistemas de radio y televisión desde los orígenes de ambos medios. Por desgracia, no siempre se ha cumplido.

Particularmente en Europa Occidental, zona geográfica en la que prevalece una concepción de la televisión como servicio público, el mantener informados a los ciudadanos sobre los acontecimientos más relevantes en el ámbito nacional e internacional es un deber. Aún en aquellos países en que la televisión es considerada como una actividad comercial en manos de empresas privadas, las Administraciones nacionales y regionales, a la hora de otorgar licencias, exigen a los operadores la emisión de un porcentaje mínimo de programas informativos.

A lo largo de su desarrollo, la televisión ha ido ganando terreno a los otros medios informativos -como la prensa escrita y la radio- y, en muchas sociedades, se ha convertido en la principal fuente diaria de información. Hoy es imposible concebir una emisora en abierto, o incluso una plataforma de televisión por satélite o cable, sin programas informativos, no sólo porque así lo quieren las legislaciones que establecen los Gobiernos, sean del signo político que sean, sino también porque estos programas tienen una gran demanda entre las audiencias de todo el mundo.

El organigrama de una “compleja” empresa

Para hacer posible la televisión hemos de referirnos al numeroso grupo de profesionales que están detrás de las cámaras, que no se ven, pero que realizan unas labores encomiables. Ese grupo estaría dividido básicamente en categorías, dedicadas en exclusiva bien a la Administración , bien a la Publicidad , bien a la Producción, etc. Son los que permiten que nosotros “observemos” la televisión.

– Grupo de Administración

•  Jefe de Administración .- Es un profesional titulado, con demostrada experiencia en funciones administrativas, económicas y comerciales, con elevada especialización en intervención general, administración presupuestaria y contable, expedientes, etc.

•  Encargado de Administración .- También titulado y con experiencia, realiza funciones similares y bajo la supervisión del Jefe de Administración.

•  Jefe de Publicidad .- Profesional que tiene capacidad para llevar a cabo la programación, dirección y ejecución de la política comercial de la empresa, así como contactos con agencias de publicidad y clientes.

•  Técnico de Publicidad .- Con las misiones y objetivos, siempre bajo la supervisión del Jefe de Publicidad, de ventas y de promociones, que se les encomienden.

•  También, y ya con funciones inferiores, se encuentran los Administrativos, Auxiliares Administrativos y Delegados.

 

– Grupo Técnico y de Realización

•  Encargado de Emisiones .- Cuenta con plena autonomía sobre las pautas de las diversas emisiones, así como en torno al correcto encadenamiento de un programa o una serie de ellos.

•  Coordinador de Operaciones .- Está capacitado para dirigir y coordinar equipos humanos y técnicos, así como para contratar medios externos de producción.

•  Realizador .- Es el responsable del control técnico. Está encargado de crear, dirigir y presentar programas televisivos que exigen la coordinación de medios humanos y técnicos no habituales.

•  Ayudante de Realización .- Tiene la responsabilidad de asumir el buen orden del programa.

•  Operadores y Ayudantes de Cámara , para el manejo de los correspondientes equipos.

•  Otro bloque de profesionales que desarrollan actividades para el buen funcionamiento en la edición de los programas lo constituyen: Ayudante de Edición, Jefe y Encargados Técnicos, Técnicos Electrónicos, Encargados de Sistemas, Técnicos Informáticos, Regidores, Operadores de Sonido y Ayudantes de Sonido.

 

– Grupo de Operaciones y Programas

Sus componentes se caracterizan por la puesta en escena de sus trabajos. Estaría integrado por los siguientes profesionales:

•  Jefe de Operaciones y Programas .- Profesional capaz de planificar y coordinar con plena iniciativa el conjunto de espacios televisivos de una o varias emisoras, coordinando los medios técnicos y el conjunto de espacios televisivos de una emisora, bajo la supervisión de sus superiores.

•  Coordinadores de Programas .- Deberán conocer el uso y el manejo de los equipos de baja frecuencia necesarios para su trabajo.

•  Editores de Informativos .- Poseen conocimientos suficientes para crear, realizar, producir y dirigir espacios televisivos informativos en sus diversas fases. También deberán conocer el uso y el manejo de los equipos de baja frecuencia, aunque esto es más propio de los realizadores.

•  Coordinadores de Área .- Se encargan de confeccionar y realizar, de forma escrita o hablada, todo tipo de espacios televisivos.

•  Redactor. Cada noticia a cubrir se asigna a la figura del Redactor, también capaz de confeccionar o de realizar de forma escrita o hablada todo tipo de espacios televisivos en sus diversas fases. Debe conocer y manejar los equipos de baja frecuencia.

•  Presentador/Comentarista. Como indica su denominación, presenta, comenta y conduce programas de variada índole.

•  Guionistas. Son los encargados de hacer los guiones técnicos y/o literarios de los distintos espacios televisivos.

•  Productor. Profesional capacitado para realizar las labores de preparación y desarrollo de todo tipo de programas, de captación y gestión de recursos económicos, materiales y humanos, así como de relaciones públicas, debiendo contribuir a la localización y al montaje de escenarios.

La emisión televisiva

El lugar en el que vaya a instalarse la estación de televisión y el sistema radiador de la misma será elegido haciendo las siguientes consideraciones:

•  Se hará de acuerdo con el propósito de la estación , es decir, según se quiera proporcionar servicio a una ciudad pequeña, a un área metropolitana o a una gran Región.

•  Cuando el sistema radiador vaya a ubicarse a una distancia muy próxima de otras estaciones de televisión, se analizará que no haya interferencia debida a productos de inter-modulación y otros efectos perjudiciales.

•  El mismo procedimiento se realizará para todos los casos en que existan instalaciones de otros servicios de radiocomunicación en áreas cercanas.

•  Es deseable que el sitio donde vaya a instalarse el sistema radiador quede localizado tan cerca como sea posible del centro geométrico del área por servir, consistente en la posibilidad de encontrar el sitio con la suficiente elevación, así como conseguir con esto el agrupamiento de las estaciones de televisión para que se facilite la recepción de todas ellas.

La producción de programas

En estos últimos tres años, la producción de programas en el sector audiovisual está superando la última fase de su plena digitalización. En realidad, la producción fue siempre el sector pionero de la digitalización de señales de audio y de vídeo, al encontrarse liberada esta actividad del uso del espectro radioeléctrico como recurso natural limitado, y de los períodos de amortización de normas que afectan al Sector Público, como ocurre a las transmisiones vía satélite, cable y terrestre.

Es en el sector de la Producción de Programas donde encontraremos los primeros intentos de digitalización de señales, que culminaron en 1983 con la adopción de una norma internacional de producción, la famosa CCIR 601, popularmente conocida como 4:2:2, cuyos frutos se han ido recogiendo a lo largo de la década de los 90.

Como es bien conocido, en la década de los 80, la ingeniería de equipos de producción se lanzó en primer lugar a resolver los problemas pendientes para los que la televisión analógica no tenía respuesta, como eran estabilizar la lectura de los magnetoscopios (TBC), la conversión de normas entre los conocidos sistemas PAL/NTSC y SECAM, y la inauguración del mundo de los efectos especiales. El problema básico con el que se enfrentaba y se enfrenta todavía el vídeo digital es reducir el flujo binario (número de bites de información) a valores lo suficientemente bajos que permitan el uso de soportes, de máquinas y de equipos sencillos y de acomodado precio para los diferentes planteamientos de programas en la producción audiovisual.

Un tratamiento inteligente de la información del brillo y del color, de acuerdo con las exigencias y características del ojo humano, constituye el primer gran paso para esta reducción. Se trata de una reducción que, partiendo de flujos enormemente elevados, puedan ser bajados drásticamente a valores manejables sin pérdida de la calidad subjetiva de la imagen. La segunda fuente de reducción de este enorme flujo es la eliminación de la redundancia espacial y temporal de la imagen.

Nunca, en el medio televisivo, hemos tenido una tecnología tan espectacular como la compresión digital. Sus fructíferos resultados han sido muy bien usados en el callado sector de la producción, mientras que en las transmisiones ha revolucionado al propio espectro radioeléctrico, ha multiplicado su capacidad de forma espectacular e inaugurado nuevos negocios y formas de hacer televisión a través de las plataformas digitales, la televisión temática y los servicios interactivos.

La repercusión sobre la producción de programas de las tecnologías de la compresión digital no ha sido, como decimos, pequeña. La TV digital por satélite, cable o vía hertziana es demandante de producción televisiva y, en esta ocasión, de producción nacional. Existe, por tanto, una beneficiosa corriente de vasos comunicantes entre los diversos sectores audiovisuales que toman como base la misma tecnología.

El diseño y la confección de los programas

En cuanto a la programación televisiva , ésta va unida a cada cultura y a los hábitos sociales que en ella se generan. A la hora de programar, es importantísimo planificar, pensar en la audiencia y en la franja horaria, en los objetivos, en los puntos de vista de aquéllos que están frente a la tele. Hay que formar y entretener. El programador debe colocar los programas según una cierta secuencia en la parrilla semanal o mensual de una emisora. De esta manera, lo más importante es saber diseñar la parrilla, si bien son muchos los que consideran que la programación es una técnica que se apoya en la investigación que realizan sobre los comportamientos de la audiencia.

El trabajo de programación presenta 3 facetas:

1. De planificación , para fijar la visión general de la emisora.

2. De marketing , encargada de definir el punto de vista de los anunciantes.

3. De confección de la parrilla y estudio pertinente de los resultados.

Los informativos como buques insignias

La importancia de los informativos es evidente. Antes de un informativo es necesaria la reunión de todos los responsables del área y el editor para la planificación del mismo. En televisión, el orden viene preestablecido: no existe, como ocurre en el periódico, la posibilidad de que el espectador establezca el ritmo. Muchas veces nos preocupamos de redactar una buena noticia, crónica, etc., pero también es importante cuidar las imágenes, saber informar con las imágenes. El lema ” informar, educar y entretener ” ha estado ligado estrechamente al funcionamiento de los distintos sistemas de radio y televisión desde los orígenes de ambos medios.

A lo largo de su desarrollo, la televisión ha ido ganando terreno a los otros medios informativos -como la prensa escrita y la radio- y, en muchas sociedades, se ha convertido en la principal fuente diaria de información. Hoy es imposible concebir una emisora en abierto o incluso una plataforma de televisión por satélite o por cable sin programas informativos, no sólo porque así lo quieren las legislaciones que establecen los Gobiernos, sean del signo político que sean, sino también porque estos programas tienen una gran demanda entre las audiencias de todo el mundo.

Los programas informativos juegan un papel principal dentro de la compleja actividad de una cadena de televisión. Son muchas las emisoras que los consideran como la columna vertebral de su programación. En la gran mayoría de los casos, el prestigio de la misma se ve reforzado por la credibilidad de sus informativos, además de por la cantidad de telespectadores que puedan reunir. Por ello, a la hora de elaborar la parrilla de programas, las televisiones generalistas ponen especial cuidado en encontrar el equilibrio entre los contenidos de ficción (películas, series, telenovelas, etc.) y los contenidos periodísticos, confeccionados a partir de sucesos reales.

Dentro de los diferentes formatos periodísticos que conforman la programación de una emisora, los telediarios , como denominación genérica de los informativos televisivos, se destacan como el formato establecido de mayor éxito.

Al margen de la situación de los programas informativos de las cadenas generalistas, en los últimos años han surgido canales temáticos dedicados exclusivamente a la difusión de noticias: se trata de los denominados “todonoticias” o ” sólo noticias” de información general. Estos canales están presentes en todas las plataformas de televisión por cable y por satélite y, además, tienen una fuerte presencia en Internet.

Asimismo, han surgido canales ” todonoticias ” especializados en distintos ámbitos, como aquéllos centrados en la cobertura informativa económica, deportiva o legislativa. En este último sentido podemos señalar el caso de la señal televisiva del Congreso de los Diputados español, que se transmite a partir del llamado Canal Parlamentario en algunos operadores de cable, en Digital + , a través del satélite Hispasat, y hasta en Internet (a través del portal Terra Lycos).

Por último, señalemos la utilización del medio televisivo que realizan las Administraciones a la hora de informar y de prevenir a la población, a través de campañas del llamado ” interés público “, así como la importancia de la información regional y local, a cargo de emisoras de cobertura territorialmente limitada o de los centros territoriales de las televisiones nacionales.

Los géneros televisivos

Podemos afirmar que todos los géneros se engloban en una de estas dos categorías: ficción y realidad . De entre los géneros que componen la parrilla de cualquier cadena de televisión, sin duda alguna la ficción, en todas sus modalidades, es la que más horas de programación abarca. Aunque de presencia variable según la franja horaria o el día de la semana, lo cierto es que en el cómputo semanal de cualquier temporada podemos estimar que existe entre un 30% y un 35% de dicho género en la oferta televisiva.

El producto de ficción, salvo contadísimas excepciones, es un producto que se denomina entre los profesionales como ” enlatado “, es decir, el producto no se ofrece en directo, sino que ha sido previamente grabado (vídeo) o rodado (cine) y archivado.

Podemos distinguir las ficciones televisivas entre series , películas, telefilmes (también conocidos como TV movies) y telenovelas . En casi todas sus variantes, salvo la emisión de películas de cine y telefilmes, se trata de un producto seriado, en episodios, lo que permite rentabilizar y abaratar los costes de producción.

De Estados Unidos procede la mayor parte de la ficción que se consume en las cadenas televisivas en nuestro país. Podríamos establecer una proporción de:

-55% de producción norteamericana.

-25% de producción propia.

-7% de producción europea.

-13% de producción del resto del mundo –básicamente, telenovelas latinoamericanas y dibujos animados de origen japonés-.

A mediados de los años 90 del siglo XX, se produjo un boom del producto nacional y se estrenaron, en los horarios de máxima audiencia, un gran número de series de producción propia, en el lugar privilegiado que comparten con los largometrajes de éxito. Sin embargo, una parrilla televisiva posee muchas franjas, además de la nocturna:

•  una matinal , dominada por dibujos animados y comedias de situación;

•  una vespertina , en la que predominan las telenovelas;

•  una de madrugada , en la que prevalecen los largometrajes y las repeticiones de todo tipo de ficciones.

Pero si hablamos de realismo, el documental y el reportaje son sus máximos exponentes, con la finalidad de narrar unos hechos que han sucedido o están sucediendo.

Centrándonos más en la información, los géneros televisivos son los mismos que los géneros periodísticos en general, si bien se destacan los telediarios como género informativo por excelencia en la televisión, y es el formato que menos ha cambiado en 50 años de vida. El boletín informativo es un flash que suele informar de “qué” y “dónde”, dejando los interrogantes restantes para el telediario. Todo ello en lo concerniente a los informativos diarios. Respecto a los informativos no diarios, destacan:

– Programas de información general, que suelen ser reportajes .

– Programas culturales, crónicas, entrevistas.

– Programas de entrevistas.

– Programas de debate.

También hay que subrayar la existencia de informativos especiales que cubren acontecimientos inusuales, tanto previsibles (elecciones generales,…) como no previsibles (catástrofes,…).

La ética en la televisión

En los últimos tiempos venimos asistiendo, de una forma gradual pero cada vez más acusada, especialmente en medios audiovisuales que incorporan en su parrilla de programación espacios de corte sensacionalista, a una pérdida progresiva de los principios éticos que conforman el núcleo mismo de la llamada Sociedad de la Información , en aras de otros intereses más bien alejados de la Deontología Profesional , como pueden ser la obtención de unos mayores índices de audiencia y, por ende, un mayor beneficio económico. Así, en palabras de Victoria Camps : “La responsabilidad y la autonomía éticas se difuminan fácilmente cuando otros imperativos se muestran como dominantes. El principal, el económico”.

De este modo, principios éticos básicos como pueden ser el difundir únicamente informaciones fundamentadas, evitando o impidiendo en cualquier caso afirmaciones o datos imprecisos y sin base suficiente que puedan lesionar o menospreciar la dignidad de las personas y provocar un daño o descrédito injustificados, o incluso la observancia de una clara distinción entre hechos (noticias) y opiniones o interpretaciones, evitando toda confusión o distorsión deliberada de ambas cosas, así como la difusión de conjeturas y rumores, son objeto de trasgresión, principalmente en el ámbito de referencia antes aludido, si bien hay que decir que la observancia, más bien rigurosa, por el resto de medios que componen la Sociedad de la Información es modélica, especialmente en el caso de la prensa escrita, que siempre ha gozado de un mayor prestigio.

Por lo tanto, la base ética de cualquier medio de comunicación social no es otra que el respeto, fundamentalmente, al principio de veracidad, entendiendo éste como la constatación diligente de la realidad de lo informado. Es cierto que los límites entre el derecho a la comunicación y la libertad de expresión frente al derecho al honor, la intimidad personal y la propia imagen son difusos: la doctrina y la jurisprudencia son las que vienen acotando los ámbitos de actuación de cada uno de estos derechos y libertades públicas. También es necesario matizar que los llamados “personajes públicos”, por su notoriedad o renombre, deben soportar un mayor grado de intromisión en sus esferas privadas, debido a que la opinión pública demanda una mayor información sobre ellos.

A pesar de existir esta cierta permisividad, existen unos límites éticos, al margen de los legales, que no deben traspasarse en el ejercicio del derecho a la comunicación. Así, una delimitación es la que establece que existen diferencias entre la mera comunicación de hechos, regidos por el principio de veracidad (…), como crónica de lo acaecido, y la libre expresión del pensamiento, al que difícilmente se le pueden poner trabas o cortapisas, salvo el respeto a los demás y la búsqueda de la pacífica convivencia, dentro de la lícita y enriquecedora discrepancia.

Así, lo dispuesto en los párrafos precedentes, que expresan con gran claridad dónde están los límites entre ambas esferas, se torna complicado cuando hay que interpretar y diferenciar entre “cuándo emitimos una simple exposición de hechos” y “a partir de qué momento el que la efectúa comienza a realizar verdaderos juicios de valor, pues incluso en ocasiones no es tanto lo que se dice, sino el tono o la actitud que se adopta a la hora de hacerlo”. Consecuentemente, la vulneración del derecho al honor y a la intimidad personal puede acarrear derecho de réplica, en el supuesto de que se hayan difundido declaraciones u opiniones vejatorias o injuriosas, o simplemente carentes de veracidad. El eco social que alcanzan, debido al poder mediático de los mass media , eclipsará con seguridad a la difusión de una resolución judicial que, aún divulgándose a través de varios medios, nunca alcanzará la dimensión de conocimiento que produjo la desinformación emitida en su momento por el ente audiovisual, al margen del derecho de rectificación.

La educación desde la televisión

Al adentrarnos en el terreno de la educación comencemos diciendo que, de manera directa, la televisión implica a dos grandes instituciones: la familia y la escuela. Pero lo hace de un modo distinto. La familia es fundamental, porque ella constituye el topos , el lugar en el que se ejerce la “tele-visión” (Morley, 1986; Lull, 1990), su contexto. Si hay algo que define a la televisión es su naturaleza doméstica, tanto como su naturaleza tecnológica. En cuanto a la escuela, con ella compite en la distribución del conocimiento y la transmisión de valores, además de hacerlo en la organización del tiempo cotidiano, cuestión también importante. Asimismo, registra una enorme incidencia en el rendimiento escolar con resultados contradictorios.

Aquellas opiniones que se apoyan en la cantidad de tiempo que un niño se pasa ante el televisor para sostener su influencia negativa en los logros escolares pecan de superficialidad. Limitarse a hacer comparaciones entre el tiempo de consumo televisivo y los resultados obtenidos en la escuela supone reducir enormemente una cuestión que requiere un análisis más profundo. Tal planteamiento, a todas luces simplista, olvida que ver televisión es una actividad compleja, en la que están implicadas un amplio conjunto de variables y de circunstancias. No sólo la cantidad, sino la calidad (tipos de programas que ven), la atención, la capacidad para desplazar a otras actividades, la mediación de los padres en su consumo y la comprensión de los contenidos, por citar algunas de las más importantes, son otros tantos factores que deben tenerse en consideración.

Comencemos por la cantidad . Las metodologías de medición de audiencias no nos dan datos fiables sobre el consumo infantil de televisión. Los estudios de audiometría, como el que en España realiza SOFRES , no tienen en su muestreo cuotas dedicadas a la población escolar. No hay una segmentación de los públicos por edad. El audímetro, aparato instalado en una muestra de hogares españoles para medir la audiencia, no registra simplemente los cambios de canal producidos en el hogar: tiene presentes otras características, como la edad, por ejemplo. Sin embargo, no se hace un seguimiento exhaustivo en las edades más tempranas. En cuanto a los procedimientos que recurren al método del recuerdo, a las declaraciones de lo que los niños han visto, están muy sesgados por razones obvias de memorización, fantasía, valoración negativa de la televisión entre los adultos, etc.

No se tienen datos fiables, pero, aunque se tuvieran, seguiría habiendo grandes lagunas sobre el verdadero alcance de la influencia de la televisión entre los escolares. A pesar de ello, muchos investigadores han buscado establecer algún tipo de correlación entre la cantidad de horas que los niños y adolescentes pasan ante el televisor y la marcha en sus estudios, con resultados muy dispares. En muchos casos, se trata de estudios muy simples, con un diseño variado (tiempo de consumo/rendimiento escolar). En otros, aunque los estudios son más complejos, al abarcar diversas variables, no hay, sin embargo, acuerdo en cuanto a si su influencia es negativa, positiva o si simplemente no existe. De hecho, en aquellas investigaciones en las que se hace intervenir terceras variables (C.I., sexo, edad, nivel socioeconómico o educativo de los padres, etc.), que median en el proceso entre ambos, la influencia negativa se atenúa hasta el punto de que se hace muy difícil establecer su valor. Sólo en el caso de un consumo muy alto de televisión, de los llamados “espectadores duros”, se podría hablar de posibles efectos negativos. Con referencia a nuestro país, todo parece indicar que son los niños de las ciudades y de las clases bajas los que, por término medio, pasan más tiempo ante el televisor.

Y si existe alguna correlación entre fracaso escolar y consumo televisivo es porque ambos tienen causas comunes, y, a menudo, combinadas: miseria, subdesarrollo de las instituciones escolares, deterioro de la familia… Sus causas son sociales, por lo que hay que profundizar en ellas. El consumo de televisión no es más que un indicador, un efecto. Cometen un error tanto padres como profesores acusando a la “tele” de sus males. El enemigo deben buscarlo en otra parte. En muchos lugares se ha primado la escolarización masiva, de fácil cómputo político cara a unas elecciones, olvidándose de otros aspectos relacionados con la calidad de la enseñanza, lo que ha supuesto una gran masificación y una falta de equipamiento, siendo las capas bajas de la sociedad quienes más las han sufrido. De tal modo, muchos niños y adolescentes fueron “aparcados” en los centros. Convertidos éstos en “aparcamientos” y muchos profesores en cuidadores, no podemos esperar mucha calidad en la enseñanza.

Por lo demás, la cantidad de horas que un niño pasa ante el televisor no es un indicador tan claro como para establecer una influencia decisiva en sus logros escolares. Por ello, algunos investigadores han tenido en cuenta otros aspectos, como la calidad de los programas que ven. De lo que se desprende la posibilidad de que algunos programas tengan más incidencia que otros, incluso que puedan afectar a unas materias o habilidades más que a otras. Por ejemplo, a materias más abstractas, o a la lectura y escritura, a las que podría desplazar o sustituir. Un aspecto fundamental es la atención.

En el caso de que llegáramos a precisar tanto el tiempo dedicado a la televisión como los programas que los niños ven, siempre nos quedará la duda del grado de atención, de implicación personal, con que se mira. Podemos observar que los niños están ante el televisor, pero ello no significa que siempre estén atendiendo. Incluso en el caso de que estén haciéndolo, no quiere decir que lo hagan con el mismo grado de interés. Se distingue entre tres modos distintos de ver televisión:

– ” Tele-pasión “, cuando es preferida a otras actividades;

– ” Tele-ganchillo “, cuando se ve mientras se hacen otras cosas;

– ” Tele-rellenahuecos “, cuando se ve porque no se tiene otra cosa mejor que hacer.

Son distintos modos de ver la televisión y, en consecuencia, distintos grados de atención.

Pues bien, de ellos, la “tele-pasión” y la “tele-ganchillo” no distinguen entre capas sociales: afecta por igual a niños ricos y pobres. Pero no así la tercera, la “tele-rellenahuecos”. Mientras los niños ricos tienen condiciones y posibilidades para realizar diversas actividades fuera de la escuela, pudiendo elegir entre una oferta variada, deportiva, cultural o social, los otros niños, especialmente los de la zonas más deprimidas, como los suburbios de las grandes ciudades, apenas disponen de opciones con las que llenar su tiempo extraescolar. Es éste un punto importante y que, a veces, se pierde de vista, sobre todo porque en el estudio de la influencia de la televisión se ha insistido mucho en el factor desplazamiento. Está muy extendida la idea de que aquélla desplaza a otras actividades y, a menudo, se olvida que el tiempo extraescolar es distinto para unos niños y para otros. Lo que la televisión hace es sustituir, llenar el tiempo, a falta de otras opciones fuera de la escuela. Su alto consumo es más un efecto o consecuencia de una situación que una causa. Es lógico que para unos niños o adolescentes que habitan en ciudades-dormitorio, sin zonas verdes, con viviendas en ocasiones infrahumanas y, en muchos casos, con un gran deterioro del clima familiar, se den las mejores condiciones para un alto consumo televisivo. Para ellos, la pantalla del televisor es un refugio, un lugar para soñar. No es de extrañar que muchos niños tengan en los personajes de la “tele” a sus mejores amigos. Ella les permite frecuentar a esos “íntimos extraños” que son los ídolos del deporte o del espectáculo. En este sentido, la “tele-rellenahuecos” hace mucho más que llenar su tiempo. Y mientras otros compañeros suyos pueden viajar a los lugares que aparecen en la pantalla, ellos tienen que conformarse con verlos ahí reflejados.

Las audiencias y los consumos de programas

Todos los estudiosos de la televisión están de acuerdo en que los padres son fundamentales en el consumo televisivo de sus hijos, tanto en la cantidad como en la calidad. Es lo que se ha dado en llamar mediación parental. En la realidad se dan distintos tipos de intervención de los padres, pero pueden reducirse a los tres siguientes:

•  Mediación restrictiva , la cual impone ciertas reglas para la visión, sean de horarios, de programas, o de ambos a la vez;

•  Mediación desenfocada , una especie de ” laissez-faire “, donde se da una ausencia de orientación y de cualquier tipo de normas;

•  Mediación evaluativa , con una participación activa de los padres en las distintas facetas de la recepción, como la visión conjunta de programas con comentarios sobre ellos.

De ellas, es esta última la recomendada por parte de distintos especialistas, tanto de la Psicología como de la Comunicación. De las dos primeras, sin duda la orientación restrictiva tiene aspectos positivos, como es la coherencia que supone una regulación clara, pero es insuficiente porque los padres no participan con los niños en la recepción de los programas, algo que sí ocurre en la evaluativa. Sin necesidad de ser tan estrictos en la imposición de normas, comparten con los niños buen parte de los contenidos, viendo programas junto a sus hijos (co-visión) y, lo que es más importante, hablando con ellos sobre lo que ven, preguntándoles y explicándoles aquello que no comprenden.

Todos los investigadores subrayan la importancia que tiene la interacción padres-hijos en la descodificación de los mensajes televisivos. No hay que olvidar que la televisión es, por esencia, un ente doméstico, siendo en la familia donde se ejerce la actividad de verla, por lo que será en su seno donde se producirá la adquisición de las distintas normas y hábitos para su consumo. La responsabilidad de los padres es máxima, ya que tienen en sus manos la capacidad de hacer de sus hijos unos espectadores activos y críticos. Sin embargo, sabemos que no siempre es así. Continuamente se quejan de su influjo negativo, pero no la apagan porque les sirve de niñera. Además, muchos padres recriminan a sus hijos el verla demasiado, mientras ellos pasan mucho más tiempo ante el televisor viendo todo lo que les echen encima. Esto resulta tan paradójico como, por recurrir a un ejemplo muy conocido, sermonear contra la droga con un vaso de whisky en la mano. Los padres parecen querer decir: “no veáis la televisión que yo veo”.

El tema de los contenidos televisivos y su comprensión por parte de los niños ha estado en el centro de casi todas las polémicas. Y en este terreno, el conocido como Paradigma de los efectos , de orientación conducista y de origen americano, ha servido muchas veces de modelo a la hora de explicar la influencia de la televisión. Este enfoque ha puesto el acento en los efectos directos, inmediatos y a corto plazo, llegando, quizá fascinado por la estadística, a establecer relaciones de causa-efecto donde sólo existían asociaciones o correlaciones entre diversos factores, lo que le valió la crítica de buena parte de los investigadores europeos.

Para éstos, presuponer una ilimitada capacidad de impacto de los mensajes de la televisión sobre los niños equivale a pensar que dichos mensajes actúan de manera parecida a una inyección que inocula un producto (de ahí que se haya calificado a la Teoría de los Efectos de “hipodérmica” ) capaz de hacer que, tras el visionado de alguna película sobre el “cole”, por ejemplo, los niños se echen a la calle para manifestarse contra él. Obviamente, las cosas no son tan simples. De lo contrario, no estaríamos ante niños sino, tal vez, ante ratones o palomas. Lo que subyace a esta visión es una concepción de la mente como un “vacuum”, un recipiente vacío, de modo que cada mensaje actúa como un estímulo-resorte que empuja al individuo a la acción.

La realidad es que la televisión comunica significados, los cuales son interpretados por el sujeto, que recibe los mensajes integrándolos en una compleja estructura subjetiva, constituida por diversas experiencias, valores, significaciones, sentimientos, intereses, actitudes, etc. Cada nuevo mensaje se instala en un vasto mar de realidades psíquicas. Además de este marco receptivo personal, es importante la interacción con los padres (o adultos en general) en la interpretación de los contenidos televisivos, de modo que, a través de un proceso de diálogo y de discusión con ellos, se configura el verdadero significado. La mediación de los padres es esencial para consolidar o atenuar la comprensión y el valor de sus contenidos. En general, cualquier significado es el resultado de un proceso de interacción del individuo con su medio y con otros seres humanos. En cierto modo, es producto de una negociación, en este caso entre el espectador y la televisión.

Texto y contexto, mensaje y condiciones de recepción, forman un binomio inseparable en la interpretación de los contenidos de la televisión, donde los componentes tanto subjetivos (personales) como objetivos (del contexto de la recepción) se conjugan necesariamente. De este modo adquieren los mensajes televisivos su verdadero sentido.

La mente del niño es activa en la descodificación de los mensajes de la televisión. No se limita a recoger pasivamente lo que viene de fuera, reflejándolo sin más, sino que se produce una especie de refracción entre su mente y los mensajes, entre espectador y medio. Por ello, al referirse a ciertos temas que preocupan a la gente, se debería tener en cuenta el significado que los pequeños atribuyen a los contendidos de los programas. A lo mejor el sentido que para ellos tienen ciertos mensajes no coincide con el de los adultos. En el caso de la violencia, por mencionar un tema que viene preocupando desde tiempo, no sabemos cuál es su significado. Si sólo es violencia física o de otro tipo (psicológica, agresividad), qué considera el sujeto como violencia, cómo la interpreta, si es igual en diferentes culturas, si tiene diferentes motivaciones, o si es lo mismo la de ficción que la real. Por ejemplo, algunos estudios afirman que la violencia realista, como la de los informativos o documentales (que es la que ven los adultos), es más peligrosa que la de ficción. Según ellos, los niños (no hay que olvidar que la excepción confirma la regla) no creen que Rambo sea real, por lo mismo que no creen que lo sean los muñecos con que juegan. Muchas son, en suma, las incógnitas que se plantean. Esto no significa que se aplauda su existencia en las pantallas. Lo que se precisa en conocer más en profundidad, analizar con más rigor y sin prejuicios adultos, el verdadero alcance que tienen los contenidos de la televisión para los niños.

Es cierto que son muchas las variables que aquí se han mencionado (cantidad, calidad, atención, desplazamiento, mediación parental y comprensión de los contenidos), todas ellas mediadoras en la relación entre la televisión y la escuela. Sin embargo, aún se podrían señalar más. Por ejemplo, las de tipo demográfico (sexo, edad, niveles educativos y socioeconómicos de los padres). Incluso se podrían tener presentes ciertas variables psicológicas (referidas a la personalidad), u otras de carácter evaluativo (la imagen interiorizada que se tiene de la TV ) o axiológico (valores personales).

En conjunto, sumadas a las anteriores, supondrían una extensa visión del papel de este medio de comunicación en la vida de los escolares. Pese a todo, la importancia de la TV en un hecho evidente. Y la constatación de la existencia de múltiples factores presentes en su relación con la escuela, por más que la clarifique, no resuelve la cuestión.

Consejos y buenos propósitos

Una serie de consejos para ver la televisión nos hacen reflexionar sobre el uso de ésta, dirigidos básicamente a los padres respecto de sus hijos, para lograr que la televisión esté a nuestro servicio y para no ser esclavos de este medio.

Así, los padres deben enseñar a sus hijos tanto a ver espacios televisivos enriquecedores como a no ver aquéllos que puedan ser inconvenientes o que puedan afectar negativamente a su desarrollo. Hay que acompañarles y enseñar a los hijos a ver y a lo que no hay que ver en la televisión, estimulando la capacidad selectiva y de discriminación, recordando que la televisión no es capaz de advertir a los niños de un eventual peligro. Hemos de destacar la capacidad de imitación que tiene el niño, por lo que debemos orientarla hacia el conocimiento de personajes reales y ejemplares. Los padres también tienen una serie de obligaciones, como informarse del contenido de los programas de televisión y seleccionar aquéllos que pueden ser vistos y aquellos que no, respetar la calificación de los programas infantiles, buscar alternativas a la televisión, así como realizar un análisis crítico del contenido de los mismos. La selección de la programación es algo que afecta mucho al desarrollo del niño. Es preciso evitar que el medio se convierta en un juego de premio/castigo. El ejemplo es la herramienta más eficaz que se tiene.

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