Actriz icónica e insoslayable del cine estadounidense de las décadas de 1980 y 1990, Michelle Pfeiffer nunca dejó de trabajar, pero -más allá de algunos buenos papeles ocasionales- no recuperó en su madurez (hoy tiene 63 años) el esplendor de aquellas épocas. En ese sentido, su interpretación de Frances Price, una aristocrática viuda de Manhattan, se ubica entre sus mejores actuaciones de los úlimos tiempos.

Frances no es precisamente un ejemplo de bondad, cordura y responsabilidad. Impulsiva, desafiante y manipuladora, ella -que ha disfrutado de los bienes que le han quedado de su patético matrimonio- se enfrenta ahora a la inminencia de una quiebra: deberá vender rápido y barato todo lo que tiene para pagar las deudas. Sin embargo, en su permanente fuga hacia adelante, huye a París con el dinero en efectivo que le queda (que no tendrá reparo en dilapidar de la forma más ridícula imaginable) con la compañía de su hijo Malcolm (Lucas Hedge) y de su gato Small Frank (la voz de Tracy Letts), que será un personaje central de la trama con un secreto que mejor no develar.

Azazel Jacobs -director de películas como Momma's Man (2008), Terri (2011) y The Lovers (2017)- se basó en el guion (y la novela) de su habitual colaborador Patrick deWitt para una historia que pendula entre la comedia de enredos y situaciones dominadas por la angusitia existencial. Lo interesante (y quizás irritante para ciertos espectadores afectos a los géneros más clásicos) es que apuesta por un tono absurdo, al borde del ridículo, pero nunca deja que se llegue al desborde absoluto.

El resultado es una película de un humor asordinado, no siempre eficaz pero orgullosamente excéntrica, sofisticada, deforme y desconcertante. Con una protagonista border que Pfeiffer encarna con absoluta convicción y desparpajo, personajes secundarios (Valerie Mahaffey, Imogen Poots, Susan Coyne, Danielle Macdonald, Isaach De Bankolé) que deambulan cual satélites de los dos protagonistas, Salida francesa es -para bien y para mal- una película fuera de norma. Sus hallazgos se agradecen y sus carencias se disculpan. Siempre es preferible algún tropiezo gambeteando la fórmula que terminar en lo previsible y la monotonía siendo presa de ella.




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