Francisco de Jerez, primer cronista del descubrimiento de Perú

Con tan solo quince años, el martes santo de 1514, está presto en el puerto de Sanlúcar de Barrameda, para embarcar en una de las 22 naves y 1.500 hombres de la flota del capitán Pedrarias Dávila, nombrado gobernador, que se dirige a América a la tierra firme recién descubierta. Tras mes y medio de navegación que les lleva atravesar el Atlántico, el ilusionado joven Francisco de Jerez salta a tierras panameñas, en la ciudad de Santa María de la Antigua, donde pasaría más de veinte años de su vida.

Por estos parajes, otro marino, Vasco Nuñez de Balboa, comienza a preparar una expedición a la costa del Pacífico «para proseguir sus descubrimientos por la opuesta», y Francisco de Jerez se une a la prometedora empresa acompañando al famoso descubridor. Junto a 80 hombres navega a bordo de un navío que recorre la costa panameña hasta llegar a Acla, segunda de las ciudades fundadas por los españoles en el continente, donde comienzan a construir cuatro bergantines para emprender la exploración del Pacífico. Las maderas cortadas, junto a las anclas, la jarcia y la clavazón son llevadas a hombros de mar a mar recorriendo 22 leguas de sierras ásperas y fragosas que atraviesan el istmo hasta orillas del Pacífico, donde ayuda a los trabajos para «hazer los navíos con que se descubrió toda la mar del Sur». Junto a estas faenas, Francisco de Jerez despunta pronto entre los españoles asentados en Panamá por su distinguida educación y por contar con una ventajosa facultad en la época: saber escribir, lo que le granjea poder ocupar el cargo de escribano público y del cabildo, con facultad para levantar documentos notariales al otro lado del gran océano.

En 1524 decide tentar fortuna en la nueva jornada que se organiza para proseguir los descubrimientos por la mar austral y le acontece uno de los más importantes sucesos de su vida: es dotado del cargo de secretario y escribano oficial de una de las más famosas expediciones de la historia que se prepara en Panamá, la de Pizarro al gran imperio inca del Perú. Goza de su confianza, le acompaña en sus empresas y recibe de su mano el encargo de escribir la relación de todo lo que sucediera. Se aprestan dos navíos, uno grande y otro de medio porte, uno de los cuales era por cierto uno de los que Jerez ayudó a hacer a Núñez de Balboa que «adovaron e hicieron casi de nuevo». Participa en primera línea en los momentos más decisivos de la marcha descubridora durante tres años de incomparables trabajos y arriesgados servicios, siendo uno de los que a bordo de las canoas que acompañaban a los navíos practicaban los reconocimientos y tomaban tierra para buscar provisiones, estando en ocasiones al punto de la muerte, hasta que «muy perdido, destruydo y enfermo» regresa a Panamá. Poco después acompaña a Pizarro en la que sería la empresa definitiva de la toma del Perú, vadeando ríos, hollando escabrosos senderos, salvando abismos y traspasando las nevadas planicies de los Andes, para encontrarse con Atahualpa, señor de los incas, en Cajamarca.

Con la salud resentida y una pierna quebrada fruto de las campañas y los miles de kilómetros recorridos, vuelve a España en 1534. Unido para siempre a las Indias, desde su ciudad natal, Sevilla, se dedica al comercio de las grandes flotas de galeones que traen y llevan las ricas mercancías americanas hasta la metrópolis. Nada más regresar, publica el primer relato conocido sobre la conquista del Perú, como testigo presencial y cronista oficial de los hechos que vive de primera mano. Esta obra titulada «Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia de Cuzco, llamada la Nueva Castilla» lo inmortaliza a través de los siglos como el primero de los historiadores de Perú, aunque su vida es tan desconocida como la de tantos otros hombres ilustres que florecieron en España en el siglo XVI. En 1554 regresa a América acompañado de su familia para pasar allí el resto de sus días.