Fly (2021), de Katja von Garnier

Bex se encuentra en regimen carcelario debido a que provocó un accidente por conducir demasiado rápido. La chica vive traumada por el daño que causó y desprecia cualquier ayuda. Sin embargo, aceptará entrar en una especie de sesiones grupales de baile junto con otros reclusos y reclusas de su edad, jóvenes bailarines que han iniciado el mal camino por diversas circunstancias. Para la instructora Ava, que atraviesa también una crisis personal, el baile puede ayudar a esos jóvenes en su vida fuera de la cárcel.

El baile como terapia para encauzar el propio camino en la vida y para superar nuestros errores en momentos críticos es lo que propone la directora alemana Katja von Garnier en Fly, una original y positiva película que resulta instructiva y que a muchos espectadores puede abrirles los ojos para saber apreciar los bailes callejeros, una disciplina poco valorada puesto que carece del prestigio de otros estilos y danzas con mayor tradición, digamos que a priori más “elegantes”. Pero más allá de servir como vehículo para la integración de personas conflictivas, una cuestión eminentemente social, lo singular de Fly es que además propone una mirada nueva, elevada, bella, hacia este tipo de bailes y ahí radica su fuerza.

Efectivamente, el guión de Fly habla de que practicar breakdance o hip-hop es mucho más que hacer deporte meneando el cuerpo. Bailar se convierte más bien en expresión de uno mismo, de los sentimientos hondos y profundos, del hastío y la rabia, del dolor y el perdón, de la alegría y el equilibrio, del amor y la tristeza, estados del alma que muchas veces pugan por salir, por liberarse, por volar. Es en definitiva una expresión artística donde la belleza es protagonista. En este sentido brillan especialmente algunas escenas, magnificamente concebidas, como la explosión corporal en el museo, donde la contemplación estética empuja a los bailarines a expresarse bajo la música versionada de El Moldava de Smetana, o esa emotiva escena del reencuentro entre Bex y Jay despues de su separación a las puertas del hospital. Tienen estas imágenes una estética que atrapa, donde la música y los movimientos del cuerpo, elásticos y armoniosos, alcanzan un perfecto acompalmiento.

El meollo de esta historia de redención, con personajes heridos que han de remontar el vuelo y superar sus miedos, se centra especialmente en unos pocos –Bex, Fahid, la instructora Ava–, mientras los demás sirven como coro de fondo. El resultado es satisfactorio, una mezcla lograda entre película social y bailes callejeros, que habla también de perseguir los propios sueños cueste lo que cueste. El reparto hace un trabajo correcto, con Svenja Jung (La emperatriz) en primer lugar, aunque se comprende que su principal talento sea actuar más que bailar, cuestión que se nota sobre todo por comparación ante otros bailarines consumados del reparto, como Majid Kessab, Ben Wichert o Luwam Russom, que debutan en el cine.