Ennio, el Maestro (2020)

Apasionante documental que hace justicia al genio musical que fue Ennio Morricone (1928-2020), dirigido por Giuseppe Tornatore, a quien le unió una amistad de más de dos décadas, y una colaboración profesional que posibilitó la partitura de títulos tan importantes como Cinema Paradiso y La leyenda del pianista en el océano. Aunque podría haber surgido la tentación en Tornatore de autoconcederse cierto protagonismo, su acertada idea es la poner el foco en Morricone, para conocer a la persona y al artista, junto a una obra muy prolífica, de la que logra que el espectador entienda que no se trata de un simple acompañamiento en determinados filmes, sino música con mayúsculas, que trasciende y llega al corazón. Puede parecer hiperbólico el momento en Quentin Tarantino afirma que para él está a la altura de Mozart y Beethoven, pero se entiende su deseo de subrayar que no estamos hablando, para nada, de un compositor menor, o simplemente un buen profesional.

La película, que arranca con el sonido del metrónomo y Morricone en su despacho, componiendo, sigue en riguroso orden cronólogico la vida de Ennio Morricone, pero sin cerrarla con su muerte, como si de algún modo quisiera subrayar que “El Maestro” sigue entre nosotros, que su música es eterna. Hijo de un trompetista, Mario Morricone, se acerca a la música con este instrumento, y se forma junto al maestro Goffredo Petrassi. El hecho de que pronto se dedicara a componer música para el cine le marcó, en parte porque otros profesionales como Petrassi o Boris Borena no consideraban esa obra como algo verdaderamente valioso, incluso de algún modo era “prostituirse”. Con el paso del tiempo y la dilatada carrera de Morricone, en torno a 500 composiciones fílmicas más las hechas en otros territorios, este punto de vista cambió, por ejemplo Borena aseveraba que tras ver Érase una vez en América entendió lo que estaba haciendo su colega, la complejidad de sus composiciones, su aportación a la música, de la que fue magnífico botón de muestra lo que hizo para Leone, también por supuesto en el western, con la armónica o lo que Morricone llama “el grito del coyote”.

Aunque se recogen numerosísimos testimonios, imposible citarlos a todos, muy bien seleccionados y acompañados de fragmentos de las películas o de momentos de dirección de orquesta, el gran acierto de Tornatore es que su film no consiste en una mera acumulación de las palabras de unos y otros, junto a las de Morricone, sino en un esfuerzo cabal por entender su música y la variedad de su repertorio, también en la creación de canciones pop como “Se telefonando” de Mina, en el conocimiento de la música tonal y dodecafónica, la capacidad de innovar con variados instrumentos o la experimentación. Un momento apoteósico del film gira alrededor de la composición de la música para La misión, combinando el tema del oboe, la música indígena y un motete de música sacra, algo prodigioso, una suerte de milagro. Injustamente se quedó sin el Oscar, lo que dolió a Ennio, aunque luego la Academia reparara con un premio a toda su trayectoria más el que obtendría por Los odiosos ocho.

No deja de mencionarse la importancia de su esposa Maria Travia, a la que pedía su opinión sobre los temas que trabajaba aunque no tuviera formación musical, y queda clara la generosidad de Morricone a la hora de trabajar con directores de todos los pelajes, aunque siempre expresando lo que pensaba que podía aportar a sus imágenes. El film es pura música y creación, muy bien plasmadas, junto a las palabras de estima que tienen hacia el Maestro los que hablan, donde además de cineastas hay colegas músicos de cine, como John Williams o Hans Zimmer. Y se habla de esa espiritualidad que apela al Dios de la belleza, y que invita al productor David Puttnam a considerar que incluso los que no creen dudarán escuchando la música de Ennio Morricone.