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Dirección: Roland Emmerich
Reparto: Heath Ledger, Jason Isaacs, Joely Richardson, Mel Gibson, Tchéky Karyo
Título en V.O: The Patriot
Nacionalidad: USA Año: 2000 Duración: 160 Género: Aventuras Color o en B/N: Color Guión: Robert Rodat Fotografía: Caleb Deschanel Música: John Williams
Sinopsis: Benjamin Martin (Mel Gibson) es un antiguo héroe de guerras contra los franceses y contra los indios que solo quiere vivir en paz mientras cría a sus seis hijos. Cuando su familia esté en peligro al ser arrestado su idealista hijo Gabriel (Heath Ledger), se verá arrastrado a participar en la guerra de la independencia liderando una Milicia Americana.

Crítica

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Poco más de un año bajo tierra y los huesos de Stanley Kubrick crujiendo, no sé si horrorizados o del pitorreo que le deben causar los enfados de su corte de viudas desconsoladas: Gladiator es un Espartaco psicotrónico, a lo Sartana; Misión a Marte reformula 2001: Una odisea del espacio con filigranero descaro... ¿Y qué pasa con El patriota? Pasa que afana con ampulosa jeta los jueguecitos soldadescos, familiares e impregnados de luz natural de Barry Lyndon, sin otra preocupación moral que la de ofrendarnos un espectáculo colosalista, maniqueo (¿y qué?), pero cien por cien cinematográfico.Roland Emmerich va camino de suplantar, a lo vaina ladrona de cuerpos, a su personal William Wilson: Steven Spielberg. Le roba su músico fetiche, contrata al guionista de Salvar al soldado Ryan y transfigura, resume, la Guerra de Independencia norteamericana en la odisea -impetuosa, homérica- de un padre a la búsqueda de un hijo, en la lucha del bien contra el mal espoleada por esos conceptos tan hollywoodienses de libertad y justicia. Es un hecho que, en materia de pomposidad nacionalista yanqui, no hay nada mejor que un director germano, un maestro de escena con el ojo puesto en Wagner, en las masas de los films de la UFA, en alguien que comprenda que, para una insolente nación joven y asilvestrada, carente de mitología, hay que trasladar La Ilíada al western colonial, disfrazar a Mel Gibson de furioso Aquiles. Heroicidad grandilocuente, excesiva, en la forma y el substrato patrioteril, lo que no es impedimento a una especial sensibilidad (casi animal) en el tratamiento de los sentimientos y la intimidad, inimaginable en Emmerich, pero rastreable en las películas del oeste de su compatriota Fritz Lang, de quien ha fusilado la teoría que relaciona color, amor y violencia. Podría abandonarme a mi juego favorito de ennoblecer El patriota comparándola con John Ford (Corazones indomables) o con, evidentemente, su padre putativo, Cecil B. DeMille (Los inconquistables, Las Cruzadas), sin embargo a Emmerich su jugada le ha salido tan redonda que se defiende sola: un kolossal como los de toda la vida (con un índice hemoglobínico mayor, eso sí), aquellas epopeyas que llenaban las pantallazas de cinemascope, abriéndonos una ventana a la evasión. No sé ustedes, pero servidor necesitaba un cine-cine así. Y mucho.Para huérfanos de épica más grande que la vida. Lo mejor: el pictórico y lucido trabajo de Caleb Deschanel en la fotografía. Lo peor: puntuales contaminaciones videocliperas en alguna que otra escena de acción.