LISBOA
FINIS
TERRAE
ENTRE
DOS
HORIZONTES
María V i c t o r i a N a v a s S á n c h e z - É l e z ( c o o r d . ) ■ Ju a n M. R ib e r a L l o p i s (e d .)
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Lisboa,
fin is terrae
entre dos horizontes
María Victoria Navas Sánchez-Élez (coord.)
Juan M. Ribera Llopis (ed.)
Este libro se ha editado dentro del Proyecto de Investigación, I+D, C C G 10-U C M /H U M
4736, V ia ja r p o r la c iu d a d : m o d e lo s u r b a n o s e n la f i c c i ó n p o s t m o d e r n a y e n e l c in e , de la Di
rección de U niversidades de la Com unidad de M adrid (01/01/2011-31/12/2011); inves
tigadora principal Eugenia Popeanga Chelaru, U niversidad C om plutense de Madrid.
© L os autores
E d ita :
A nd avira E d ito ra , S .L .
Praxa de M a z a relo s, 14
1 5 7 0 3 - S a n tia g o d e C o m p o ste la
w w w .and avira.com
Im p rim e: T ó r c u lo A rtes G rá fica s, S.A .
IS B N : 9 7 8 - 8 4 - 8 4 0 8 - 6 5 4 - 3
D e p ó sito le g a l: C 2 7 7 - 2 0 1 2
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Sumario
Páginas
Introducción
L it e r a t u r a y r e a lid a d , la a r m a z ó n d e u n m o d e lo u r b a n o
M aría Victoria N a v a s Sá n c iie z -É l ez y Juan M. R ibe r a L l o pis
Lisboa en la literatura vasca
Karlos C i d A ba s ó l o
7
13
Construir la dudad literaria. E l in v ier n o en L is b o a de Antonio Muñoz Molina
Angel C l e m e n t e E s c o ba r
37
Transeúntes en busca de un centro: la periferia de Lisboa
Barbara F r a t i c e l l i
69
Lisboa y la poética del fado: José Carlos A iy dos Santos, Alexandre O'Neill,
Vasco da G raça M oura y David M ourão-Ferreira
Luis G o n z á l e z P l a t ó n
81
Las im ágenes poéticas de Lisboa
Carm en M e jía Ru iz
111
Lisboa, final de trayecto. La ciudad vista a través de dos novelas catalanas
contem poráneas
Diego M u ñ o z C a r r o bl es
123
La visión lisboeta de un escritora de entreguerras: C o lo m b in o (1867-1932)
María Victoria N a v a s Sá n c iie z -É l e z
143
La Lisboa de M ihai Zam fir: una nueva Arcadia al oeste de Rumania
Juan José
O
r t e g a
R
o m á n
185
¿Un rentable p e r f e c t e f i l m b u r g è s ?: G aziel e t a l i i en Lisboa
Ju an M .
R
ib e r a
L
l o p is
195
Um a tal cidade assim desconfortada. Lisboa em 1975, segundo João César
M onteiro
Pedro
S
217
e r r a
Espacios literários de la m em ória afectiva en S o u v i c n s - t o i d e L i s b o n n e de O livier
Frébourg
Laura Eugenia
T
u d o r a s
N ota b iobib liográfica
6
233
243
Construir la ciudad literaria.
El invierno en Lisboa de
Antonio Muñoz Molina
Ángel C l e m e n t e E s c o ba r
1. Inventar la ciudad. Muñoz Molina y Lisboa
Tres ciudades, que corresponden a otros tantos m om entos de la his
toria son el escenario de la segunda novela de A ntonio M uñoz M olina, E l
in v ie r n o e n L is b o a , publicada en 1987. La prim era en aparecer será M adrid,
lugar de la narración. En ella Santiago B iralbo1, ahora llam ado G iacom o
Dolphin, desde la habilación de su hotel contará a un innom inad o am igo
lo sucedido desde la últim a vez que se vieron. Este am igo será el narrador
ficticio de la novela, por lo que toda la narración es un f l a s h - b a c k , en el que
cuatro años después del inicio de la acción, desde M adrid, se nos relata lo
acontecid o anteriorm ente en San Sebastián y Lisboa2, principalm ente. En la
ciudad vasca Santiago Biralbo, pianista de jazz toca en el L a d y B ir d 3, el local
de Floro Bloom . A él acude, adem ás del am igo anónim o, un hom bre llam a
1 Atendiendo a palabras del propio autor, el nombre de este personaje alude directamente a Proust,
mientras que otros rasgos de su persona y de su biografía serían un trasunto del trompetista Chet Baker
(Aguilera 2006: 421).
"Dans E l in v ie r n o en l.isb o a , les villes «réelles» sont transform ées par la mémoire du narrateur qui
les superpose pour construire une autre ville avec ses propres couleurs, ses propres odeurs, et aussi
ses propres symboles. Grâce à la condensation effectuée par le souvenir, les villes deviennent plurielles
puisqu'elles contiennent d'autres villes, et parce que leurs noms évoquent d'autres éléments différents
d'elles tels que des visages ou des chansons (González Arce 1998: 336-337).
3
Lady Bird, entre otras cosas, es una com posición del mítico Todd Dameron que se convertirá en un
estándar de Jazz, interpretada por el mismo Chet Baker, Miles Davis, Charles Mingus, Charlie Parker o
Dizzy Gillespie, entre otros.
37
C onstru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A n ton io M u ñoz M olin a
do Bruce M alcom , oficialm ente corresponsal de alguna revista extranjera
sobre arte pero que ilegalm ente se dedica al parecer a la exportación de
p intu ras y antigüed ades, norm alm ente acom pañado de Lucrecia, su m ujer.
Una historia de am or entre el pianista y la chica será el desencadenante de
una tram a que los cond ucirá, algunos años después, a encontrarse en la
tercera urbe, Lisboa, topónim o presagiado durante toda la obra y localiza
ción de los pasajes transcend entales de la acción que provocan, entre otras
cosas, que el héroe de la historia haya tenido que cam biar de nom bre. A
partir de este esbozo, nuestro objetivo en las páginas que siguen será el de
estud iar la construcción de este últim o escenario en el texto de M uñoz M o
lina. Para ello, en este caso, partirem os del saber que tiene a priori el autor
sobre la ciudad y su repercusión inicial en el texto, para posteriorm ente
analizar más en profundid ad el espacio literario en los capítulos cuya ac
ción se desarrolle en ella.
A ntonio M uñoz M olina, que nació en Ú beda (Jaén), pero que ha estado
m uy v in cu lad o a G ranada, M adrid y N ueva York principalm ente, detenta
una especial relación con el m undo urbano, hasta el punto de que es en
torno a éste de donde parte la totalidad de su p rod ucción narrativa. "L as
ciudades son para m í fundam entales, tanto a la hora de vivir com o a la
hora de escribir. No puedo im aginar un argum ento sino en función de una
ciudad concreta" (M artín G il 1988: 28). Eso sucederá tam bién con E l in v ie r
n o e n L is b o a , donde la capital, a todos los efectos, está en la génesis m ism a
de la novela:
Yo establezco con las ciudades una relación que se parece mucho a la
que se puede establecer con las mujeres. Cuando yo oía la palabra Lisboa
y cuando me imaginaba esa ciudad, pensaba que tendría que escribir
un libro que terminara en ella, a pesar de no conocerla físicamente. La
misma historia me arrastró y me hizo ir a Lisboa, me hizo conocerla y,
en este sentido, el poder de la palabra y el poder de la ciudad, tanto del
calificativo Lisboa como del hecho abstracto que tú decías de la ciudad,
para mí, es fascinante (Martín Gil 1988: 28).
C om o vem os el p rop io autor afirma que no la conocía hasta que no lle
gó al m om ento de escribir los capítulos cuya tram a se desarrollan en ella;
no partía por tanto de un espacio donde pod er v isu alizar4 la acción y los
4
"M i manera de escribir las novelas es 'viendo' lo que tengo que contar, partiendo de imágenes que
me parece que tengo ante los ojos. También m e influyen mucho las sensaciones de color. Habrás observa
do que en la novela hay m uchas referencias a la pintura, [...] y se debe a que tengo una form ación m uy
38
A n g el C lem en te E scobar
personajes. Sin em bargo, y a pesar de que tenga una presencia im portante
a nivel sim bólico hasta ese m om ento, no será hasta el capítulo XII de la
novela que a ella llegu e el p rotagonista:
Hacia la mitad del libro, el protagonista tiene que ir a I.isboa, en ese mo
mento paré de escribir, dejé la máquina porque no podía trabajar, cogí
un tren y me fui allí a ver lo que pasaba. F.stuve tres días haciendo fotos,
paseándome, no pensando en inventar a partir de lo que veía sino que te
nía la sensación de que iba por allí persiguiendo a los personajes, estaba
poseído por la trama de la novela, fue una experiencia apasionante y he
tenido muy pocas experiencias como ésa (Martín Gil 1988: 28).
Verem os tam bién a lo largo de nuestro recorrido qué quedó de ese espa
cio real en la novela y, en la m edida de lo posible, en qué elem entos pod ría
m os identificarlo. Pero teniendo sobre todo en cuenta de qué m anera influye
el espacio construido en el texto, cóm o determ ina en algunos casos el des
tino de los protagonistas, y por qué supone uno de los aportes sim bólicos
m ás im portantes de relato, al lado de otros com o el cine negro, la novela
policiaca, el jazz, la m itología y sus recepciones: un texto absolutam ente poligénico en definitiva. Sus palabras apuntan en ese sentido: "R eclam o toda
la tradición para mí, toda la tradición y toda la vanguardia. Reclam o desde
Cervantes hasta Joyce, desde C handler a las canciones de Concha Piquer"
(M artín Gil 1988: 26). Pero sobre todo, com o confiesa en alguna entrevis
ta5, en esta novela hay una influencia im portante del narrador ficticio de El
t e r c e r h o m b r e , de G raham G reene, adem ás de la película, dirigida por Carol
Reed en 1949 basada en la anterior, el narrador de E l g r a n G a t s b y de Scott
Fitzgerald y el de E l c o r a z ó n d e la s t in ie b la s , de Joseph Conrad. Com o se irá
m ostrando, el acto de la narración es otro de los tem as de la obra, por lo que
no querem os dejar pasar por alto que existe una sim ilitud entre la relación
que tiene M uñoz Molina con M adrid, que com o venim os señalando es el
escenario de la narración, y aquélla que establece el narrad or ficticio de la
obra, que am bos consideran poco propicia para su arraigo: "P ero yo sé que
a esa ciudad se vuelve [San Sebastián] y que lo com probaré algún día, que
cualquier otro sitio, M adrid, es un lugar de tránsito" (p. 49)6. Por su parte,
el autor nos cuenta:
pictórica y , además, tengo muchos amigos pintores. [...] A mí los pintores m e han enseñado a mirar y eso
se nota cuando escribes" (M artin Gil 1988: 27).
5 En este caso concreto nos referimos a la entrevista con Alain Smith (1995: 237).
6 Utilizaremos solamente el núm ero de página para referim os a la edición de la novela de Antonio
Muñoz M olina E l in v ie r n o en L is b o a que incluim os en la bibliografía.
39
C on stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A n ton io M u ñ oz M olina
Cuando antes hablaba de las mujeres y las ciudades, dentro de este símil,
Madrid sería una mujer bastante temible. Es una ciudad que conozco pero
es una ciudad que temo, tiene su parte de miedo y su parte de espanto
(Martín Gil 1988: 28).
Por el contrario, como para los protagonistas de su novela: "Lisboa es una
ciudad que me gustaba antes de haberla visto [...] Luego he vuelto varías
veces, y siempre me ha gustado mucho, me ha hecho sentirme en mi casa,
a mí, que suelo sentirme en corral ajeno casi en todas partes (Platas Tasende 1998: 42).
2. C o r r e s p o n d e n c i a s d e u n a c i u d a d s u r g i d a d e l d e s e o
Lucrecia, a quien el protagonista encu entra en el L a d y B ir d de San Se
bastián, se nos d escribe com o una m uchacha alta y delgad a, de dientes
blancos y separados, de póm ulos anchos. Ella será fruto d e la prim era
asociación, recurrente a lo largo de la novela, entre la urbe y lo fem enino:
Pensé que había una incierta semejanza entre Lucrecia y la ciudad don
de Biralbo y yo la habíamos conocido, la misma serenidad extravagante
e inútil, la misma voluntad de parecer al mismo tiempo hospitalarias y
extranjeras, esa tramposo ternura de la sonrisa de Lucrecia, del rosa de
los atardeceres en las espumas lentas de la bahía, en los racimos de los
tamarindos (pp. 25-26).
Es el rostro, la m irad a, que en tre el p ú blico en am orará al p ian ista, y
lo con v ertirá, a esp ald as de su poco recom en d able m arid o, en su am ante.
Y éste, M alcom , en un p rin cip io p ensará en abrir u na g alería de arte en
San S eb astián , con lo que el p roy ecto in icial es que el m atrim on io se q u e
de en la ciu d ad b astan te tiem p o. Según B iralbo, L u crecia, que creía en
los lu gares, nu nca h a b ría ap robad o que v iv iera en un ho tel tan frío com o
aquél en el que vivía ahora en M adrid (p. 19). Y al igual que ella, él am a
los lu gares, que lo son si ella está en ello s. A m bos son soñ ad ores, q u ijotes
em b ebid os de cin e 7, con el ro m án tico d estin o de ser fu g itiv os: "P o rq u e
7
En la conferencia "Cervantes y el oficio de contar", el autor dice lo siguiente a propósito de los
personajes y su relación con el manchego más universal: "H e escrito una novela en la cual los persona
jes han enloquecido totalm ente, creo yo, porque han visto dem asiadas películas, igual que don Quijote
había leído demasiadas novelas. Han visto dem asiadas películas, y entonces se imaginan que viven en
C a s a b la n c a , o que protagonizan E l h a lc ó n m altes o algún filme del cine negro norteamericano en el que dos
amantes, en vez de verse el uno al otro, ven proyecciones, proyecciones fantásticas o románticas del amor
que muestran las películas. Seguramente me ha influido, además, en el modo de apreciar, en cada novela,
40
Á n g el C lem ente E scobar
h ab ían nacid o para fu g itiv os am aron siem p re las p elícu las, la m úsica,
las ciu d ad es e x tra n je ra s" (p. 92). Son los in g red ien tes del d esen can to y
el d esarraig o, p resen tes d u ran te toda la obra.
La p rim era ap arició n en la no v ela del n o m b re L i s b o a se referirá a
u na canción de jazz, com p u esta p or B iralbo y que el n arrad o r in n o m i
n ad o escu ch a en ese m om en to en su d isco con Billy Sw ann. Es el in icio
del segu n d o cap ítu lo, y se en cu en tra en M adrid, en la h ab itació n de su
hotel rem em oran d o los m om en tos en San Sebastián : "D o s de las ca n cio
nes eran suyas [de Ciiacom o], no m b res de lu g ares que m e p arecieron al
m ism o tiem p o n o m b res de m u jeres: B u rm a, L isb o a" (p. 17). D esde las
p rim eras p áginas com ien za a co n stru irse una asociación en tre m úsica,
ciu d ad , y m ujer, uno de los ejes fu n d am en tales a nivel sim bólico en la
novela. L isb oa ciu d ad , L i s b o a canción , la hom on im ia entre am bos son el
p rin cip io del cam in o p ara co n stru ir u na ciu d ad literaria, a p artir de un
referen te real. El au tor de la m ú sica no h ab ía estad o nu nca en Lisboa,
y será sólo a raíz de que L u crecia la p roy ectase com o su ciudad id eal,
"la única patria de su a lm a ", B iralb o em p ezará a verla com o una p o sib i
lidad. A p esar de los p ro y ecto s in iciales del m atrim onio, y por m otiv os
que tanto para B iralbo, p rim er n arrad o r ficticio , com o p ara su am igo,
q u ien nos cuenta la h isto ria a n o so tros, son ign orad os, M alcom y L u cre
cia, obligad a p or éste, ab an d on an la p enínsu la de m anera furtiva para
afin carse p rov ision alm en te en B erlín . Es la p rim era sep aración entre am
bos: "« ¿H a s v isto cóm o llu ev e?» Yo le con testé que así llu eve siem p re
en las p elícu las cu an d o la gente va a d esp e d irse " (p. 42). M eto n im ias
am b ien tales com o esta ap arecerán a lo largo de toda la novela. Este adiós
d ejará al m u chach o sum id o en la d esesp eració n , de su erte que la ciudad
sin L u crecia d ev iene un no lu gar para él. D u ran te los dos p rim eros años
de au sen cia, cada dos o tres sem an as recibirá carta de la chica, p ero d es
pués sólo la m ú sica le q u ed ará com o consu elo. En la ú ltim a carta que
recibe de L u crecia, a trav és de Billy Sw ann, quien and uvo p or B erlín ,
ap arece l.isb o a de m anera exp lícita. Son una d ocena de lín eas escritas en
el rev erso de la fotocop ia de su p lan o, d onde un pu nto señ alad o en rojo
in d ica algo: R u r m a (p. 56). Pero ap arte de tod o esto ni un solo rastro del
p erfu m e de sus calles, del color de sus fach ad as, de sus barrios p o p u la
res. Y es que com o vem os, bien p arece que n in g u n o de los im p licad o s en
que es m uy importante advertir los malentendidos de la mirada, los malentendidos de la percepción"
(Muñoz M olina 2005:10).
41
C o n stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa de A nton io M u ñoz M olin a
la n arració n sepa alg o de tod o ello. Vem os si no las p alab ras del narrad or
que nos con fiesa: "N o to que en esta historia casi lo ú n ico que suced e son
los nom bres: el n om bre de Lisboa y el de L u crecia, el títu lo de esa b ru
m osa canción que yo aún sigo e scu ch a n d o " (p. 89). D e nu evo la chica,
la ciu d ad , la canción , que se funden para arro jar luz sobre la trém ula
certitud del nom bre:
Los nombres, como la música, me dijo una vez Biralbo con la sabiduría de
la tercera o cuarta ginebra, arrancan del tiempo a los seres y a los lugares
que aluden, instituyen el presente sin otras armas que el misterio de su
sonoridad. Por eso él pudo componer la canción sin haber estado nunca en
Lisboa: la ciudad existía antes de que él la visitara igual que existe ahora
para mí, que no la he visto, rosada y ocre al mediodía, levemente nubla
da contra el resplandor del mar, perfumada por las sílabas de su nombre
como de aliento oscuro, Lisboa, por la tonalidad del nombre de Lucrecia.
Pero hasta de los nombres es preciso despojarse, afirmaba Biralbo, porque
también en ellos habita una clandestina posibilidad de memoria, y hace
falta arrancársela entera para poder vivir, decía, para salir a la calle y cami
nar hacia un café como si de verdad uno estuviera vivo (p. 89).
Pocas sem anas después del regreso de Billy Swann aparecerá por el lo
cal un personaje, Toussaint M orton, que dice ser am igo de M alcom en Berlín
y dedicarse tam bién a cuadros y antigüedades, acom pañado de su secretaria
Daphne. Q uiere saber donde está Lucrecia. Al m ism o tiem po Biralbo recibe
una carta, devolución de la que recientem ente había m andado él: "D escono
cido en esta dirección" (p. 63). N o hay duda de que Lucrecia ya no está con
M alcom pero, ¿qué puede haber sucedido? Lucrecia vuelve a San Sebastián
una m añana de noviem bre. Efectivam ente ha dejado a su m arido, pero apar
te de decirle que no se quedará m ucho, Biralbo, com o el lector, se queda sin
saber m ucho m ás de lo que en la capital alem ana había sucedido. Pero ahora
que ella está aquí, por prim era vez pueden pensar en el futuro de una vida
juntos. Veam os cóm o sucede.
El capítulo V III se abre con una reflexión m usical, esta vez llevada a cabo
por el trom petista Billy Swann. "N o le im portam os a la m úsica. No le im
porta el dolor o el entusiasm o que ponem os en ella cuando la tocam os o la
oímos. Se sirve de nosotros, com o una m ujer de un am ante que la deja fría"
(p. 82). A continuación se vuelven a certificar las correspondencias, y de la
m úsica-m ujer, nos vam os al espacio-m ujer: "«Llévam e a algún sitio nuevo»,
le había dicho ella, «a un lugar donde yo no haya estado nunca. Lo dijo com o
42
A n g el C lem en te E scobar
si exigiera no un restaurante, sino un país d esconocid o" (pp. 82-83). Y es
que I .ucrecia busca los sitios exentos de su m em oria, aquéllos en los que no
haya vivido, donde poder inventarse de nuevo, tener com o patria la ciudad
extranjera:
Desde que Biralbo la conoció, Lucrecia había vivido en el desasosiego y
la sospecha de que su verdadera vida estaba esperándola en otra ciudad
y entre gentes desconocidas, y eso la hacía renegar sordamente de los
lugares donde estaba y pronunciar con desesperación y deseo nombres
de ciudades en las que sin duda se cumpliría su destino si alguna vez las
visitaba (p. 88).
Esa ciudad, que en otro tiem po había sido Praga, N ueva York, Berlín o
Viena, es hoy, por supuesto, Lisboa, surgida del deseo de fuga hacia lo ig
noto, de su sospecha de que alguien la había puesto en el sitio equivocado:
«Tengo que ir cuanto antes», le dijo aquella noche, «es como el fin del
mundo, imagina lo que sentirían los navegantes antiguos cuando se
adentraran en alta mar y ya no vieran la tierra».
—Iré contigo —dijo Biralbo —, ¿No te acuerdas? Antes hablábamos siem
pre de huir juntos a una ciudad extranjera (p. 88).
El nom bre es capaz de concentrar infinidad de conceptos que lo cargan
de significado para el em isor que recurre a ellos, com o veíam os m ás arriba
en la reflexión de Biralbo. Com o en A L a R e c h e r c h e d u t e m p s p e r d u , se revela
el significado del nom bre com o un atributo de un lugar que só>lo está en el
recuerdo del narrador: "P ero si esos nom bres absorbieron para siem pre la
im agen que yo tenía de las ciudades, fue a costa de transform arlas, de so
m eter su reaparición en m í a sus leyes p rop ias" (Proust 2009: 468). A dem ás,
desprovistos de la experiencia, los nom bres evocan de una m anera auditiva
aquello que aluden. Su sim ple alocución puede generar toda una epifanía,
com o ocurre con L is b o a . "P o r eso él pudo com poner la canción sin haber
estado nunca en Lisboa". La experiencia sobre una ciudad puede ser evi
dentem ente tam bién indirecta, sólo a través de su nom bre pues en ellos
"h abita una clandestina posibilidad de m em oria". El poder evocador del
nom bre, un sentim iento que transm ite una canción intitulada com o una ca
pital europea, son las form as de com enzar a inventar una ciudad que, com o
veíam os al com ienzo aún no tiene colonizado el autor de la obra, y m ás aún
el narrador ficticio, que afirm a no haber estado nunca: "N u nca he estado
43
C onstru ir la d u d a d literaria. El invierno un Lisboa d e A nton io M u ñ oz M olin a
en Lisboa, y hace años que no voy a San Sebastián" (p. 46). Ni el autor, ni
el narrador ficticio, ni los dos protagonistas conocen Lisboa, y sin em bargo,
los tres se expresan a través de ella. Todos parten de la ignorancia para
construirla, con la m otivación por tanto de inventarla. Sólo así cobran senti
do las palabras del narrador, quien nos dice, en una suerte de m etadiscurso
que traduce la canción, la m anera en que surgen sus sonidos en su cabeza,
en la escritura de la historia que nos está narrando:
Sigo escuchando la canción: como una historia que me han contado mu
chas veces agradezco cada pormenor, cada desgarradura y cada trampa
que me tiende la música, distingo las voces simultáneas de la trompeta y
del piano, casi las guío, porque a cada instante sé lo que en seguida va a
sonar, como si yo mismo fuera inventando la canción y la historia a medi
da que la escucho, lenta y oblicua, como una conversación espiada desde
otro lado de una puerta, como la memoria de aquel último invierno que
pasé en San Sebastián8 (pp. 95-96).
Finalm ente Lucrecia pronuncia la petición tanto tiem po esperada: "M e
hiciste una prom esa. [...] Llévam e a L isb oa" (p. 111). Así se inicia lo que
será el prim er intento de viaje a la ciudad de Ulises, el viajero por excelen
cia. El trayecto se convierte en salvación, en huida, en consonancia con la
búsqu ed a de su lugar en el m undo en el caso de Lucrecia; de la búsqueda de
nuevos lugares satisfaciendo el binom io conocido/desconocido que coinci
de con el de m em oria/olvido:
Agradecía cada instan te que los alejaba de SanSebastián como si la distancia
los desprendiera del pasado salvándolos de su maleficio, únicamente
a él y a Lucrecia, fugitivos de una ciudad condenada, ya invisible tras
las colinas y la niebla para que ninguno de los dos pudiera rendirse a la
tentación de volver los ojos hacia ella. La trémula aguja iluminada del
salpicadero no medía el impulso de la velocidad sino la audacia de su
alma, las varillas del limpiaparabrisas barrían metódicamente la lluvia
para mostrarle la carretera hacia Lisboa (p. 112).
8
A propósito de esta analogía entre escritura y música queremos destacar las siguientes palabras que
hem os recogido del artículo "E l Jazz y la ficción", en el cual nuestro autor señálalas que a su juicio son las
relaciones entre el músico y el novelista, lo que el uno aprende del otro, y que tienen en com ún el estilo
musical y la novela. En este caso será para señalar la conexión secreta entre ambos oficios, producto de la
im aginación de quien nos escribe. "Algunas veces, viendo tocar a un pianista, uno imagina -ta l vez para
atenuar la envidia- que sus gestos son muy sim ilares a los de quien escribe una página feliz: el mismo aire
de abandono, la misma movilidad sabia y autom ática de las manos, el mismo juego de premeditación y
de instinto" (Muñoz Molina 1989: 24).
44
A n g el C lem en te E scobar
Será la epifanía m usical, el jazz, la que reclam e con su presencia el
im aginario del m undo conocido de los p rotagonistas ignoto: San Sebastián,
el L a d y B ir d , el puerto, la iglesia de Santa M aría junto al m ar, el paseo
m arítim o. La ausencia de m úsica se asociará por el contrario a los lugares
inexplorados, Lisboa, donde la reflexión y el recuerdo den paso a la acción.
De esta m anera, la m úsica que escuchan cuando se alejan será el atributo de
la vida que están dejando atrás:
Oían la música mientras viajaban hacia el oeste por la carretera de la
costa dejando siempre a su derecha los acantilados y el mar, reconocían
los secretos himnos que los habían confabulado desde antes de que
se conocieran, porque más tarde, cuando los escuchaban juntos, les
parecieron atributos de la simetría de sus dos vidas anteriores, augurios
de un azar que lo dispuso todo para que se encontraran, incluso la música
de ciertas baladas de los años treinta (p. 113).
A dem ás se produce la que señalam os com o prim era analogía entre
la luna y la capital portuguesa, para tenerla en cuenta m ás adelante: " F ly
m e to t h e m o o n , le había dicho Lucrecia cuando el autom óvil dejó atrás las
últim as calles de San Sebastián, «llévam e a la Luna, a Lisboa»" (p. 113). Se
detienen de noche en un m otel, situado en una estación de servicio, dotada
de esa cualidad de "sím bo los que tienen las prim eras im ágenes de un país
desconocido al que uno llega de noche, estaciones aisladas, oscuras ciudades
de postigos cerrad os" (p. 116). Recinto por tanto desolado, poblado de
gentes de paso, en consonancia con los no-lugares descritos por M are Auge
(2005). En él, Lucrecia le expresa su intención de irse sola y pide que éste
vuelva a San Sebastián. Será para el héroe, así, el prim er viaje a Lisboa un
intento truncado. Com o sucedía la prim era vez que Lucrecia se fue, Biralbo
no sólo se queda sin su am ada, sino tam bién sin sitio para él en el m undo,
sin su ciudad, que la chica se lleva consigo, lo que le obliga a abandonar San
Sebastián:
Entre San Sebastián y Madrid su biografía era un espacio en blanco
cruzado por el nombre de una sola ciudad, Lisboa, por las fechas y los
lugares de grabación de algunos discos. Sin despedirse de Floro Bloom
ni de mí -n o me dijo que se iba la última noche que bebimos juntos en
el Lady Bird- había desaparecido de San Sebastián con la resolución y la
cautela de quien se marcha para siempre. Durante casi un año vivió en
Copenhague. Su primer disco con Billy Swann fue grabado allí: en él no
estaban Burrna ni L isboa (p. 127).
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C on stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa de A nton io M u ñ oz M olina
Tras un periplo por Alem ania, Suecia y Nueva York junto al trom petista,
de nuevo es reclam ado por la capital portuguesa. Sw ann, que cae enferm o
por prim era vez en septiem bre de 1984, se encuentra allí para dar un concier
to en diciem bre, y es internado en "u n sanatorio antiguo, fuera de Lisboa, un
lugar que parecía un castillo colgado en la ladera de una colina boscosa" (p.
129). Esta vez sí, el viaje cum plirá el destino del héroe, llam ado a inventar
O lisipo como una certeza en el relato. Este final de capítulo se produce en el
aeropuerto, donde ve escrito el topónim o y recuerda que es ahí donde iban
cuando com enzó su viaje, recuerda el título de su canción, y recuerda inevi
tablem ente a Lucrecia:
Iba a viajar a Lisboa, pero aún no asociaba el nombre de esa ciudad donde
tal vez Billy Swann iba a morir con el título de una canción que él mismo
había compuesto v ni siquiera con un lugar largamente clausurado de su
memoria. Sólo unas horas más tarde, en el vestíbulo del aeropuerto, cuan
do vio L is b o a escrito con letras luminosas en el panel donde se anunciaban
los vuelos, recordó lo que esa palabra había significado para él, tanto tiem
po atrás, en otra vida, y supo que todas las ciudades donde había vivido
desde que se marchó de San Sebastián eran los dilatados episodios de un
viaje que tal vez ahora iba a concluir: tanto tiempo esperando y huyendo y
al cabo de dos horas llegaría a Lisboa (p. 129)
3. L a l l e g a d a a L i s b o a , f u e r a d e L i s b o a . L a e s t a c i ó n y e l b o s q u e m á g i c o
Lo p rim ero qu e debería
h acer quien llega por
p rim era vez a L isboa es
ap resu rarse a salir d e
Lisboa.
Ángel Crespo
En la que es la prim era im presión de nuestro p rotagonista encon tra
m os uno de los lugares com unes a la hora de abordarla literariam ente, esto
es su luz. "L o sorprend ió la transp arencia del aire, la exactitud del rosa y
del ocre en las fachadas de las casas, el unánim e color rojizo de los teja
dos, la estática luz dorada que perduraba en las colinas de la ciudad con
un esplendor com o de lluvia recien te" (p. 130). Vem os otro ejem plo en las
46
A n g el C lem en te E scobar
prim eras líneas de S o s t ie n e P e r e ir a , del italiano A ntonio Tabucchi donde
"la città sfav illàv a" (1994: 7). Desde la ventana de su hotel contem pla la
ciudad, debajo hay una plaza, con "la estatua de un rey a caballo que enfá
ticam ente señalaba hacia el su r" (p. 130). C reem os que se trata de la P r a ç a
d a F ig u e ir a , donde la escultura ecuestre de João I apunta con su cetro al sur,
de la cual sarcásticam ente José Saram ago, un ilustre viajero portugués en
su tierra, y com o siem pre dispuesto a ser incisivo con los reyes que deco
ran la que fue su ciudad, dijo: "D e cam ino se asustó con la ciclópea estatua
ecuestre de don João I que está en la Plaza da Figueira, ejem plo acabado
de un equívoco plástico que sólo raram ente supim os resolver: casi siem pre
hay d em asiado caballo y poco hom b re" (Saram ago 2008: 382).
Sin apenas notar nada más que no sean unos rápidos apuntes sobre
esta plaza, dond e se encuentra su hotel, se decide a tom ar al tren para vi
sitar a Billy Sw ann, "E n una estación vasta y antigua subió a un tren que
en seguida se internó en un túnel m uy larg o ". Se refiere a la estación del
Rossio, de 1886 y situada en la plaza que hoy tom a el nom bre de don Pedro
IV, pero que desde antiguo y p op ularm ente tiene con el m ism o nom bre que
su estación. El túnel que da acceso a ella es el inicio de la lin h a d e S in tr a ,
que data de 1887. La estación es la puerta de la ciudad, com o apunta Sansot
(1973: 81), y en la novela de M uñoz M olina lo es tam bién de la ciudad en
el relato, pues com o verem os, la form a de describir el entorno e incluso las
sensaciones del personaje en los pasajes urbanos cam biará cada vez que
éste atraviese esa puerta y se suba a un tren. En todo caso, los transportes,
se parecen m ucho en todos sitios, y de esta form a en la m ente de Biralbo
rem iten unos a otros: "Si cerraba los suyos [sus ojosj él no estaba en Lisboa:
viajaba en M etro por el subsuelo de París o en uno de esos trenes que cru
zan bosques de abedules oscuros por el norte de E u rop a" (p. 131). El tren
en m archa y el sueño es una asociación sim bólica relacionada con el futuro
del personaje, con el destino que le conduce p recipitadam ente (Chevalier
1986: 1014). En una estación sucia, con m uros de azulejos, se apea Biralbo y
se dirige al sanatorio. Bien puede tratarse de la estación del propio Sintra,
en estilo neo-m anuelino:
Avanzaba por la carretera mal iluminada y Iras el miedo a que Billy
Swann estuviera ya muerto había una inconfesada sensación de peligro
y de memoria estremecida que convertía en símbolos las luces de las ca
sas aisladas, el olor a bosque de la noche, el ruido del agua que goteaba y
corría en alguna parte, muy cerca, entre los árboles (p. 131).
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C onstru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A n ton io M u ñ oz M olina
Lo prim ero que nota es el olor a corteza de pino, a naturaleza, que le
transporta directam ente a San Sebastián. El paisaje som brío, con luces de
casas aisladas, el sím bolo del agua, que él escucha en algún lado y que sim
bólicam ente tiene tanto el poder de otorgar vida com o de significar m uerte
(Cirlot 2006: 112); son signos que percibe el protagonista en la carretera que
le ha de conducir hasta su am igo convaleciente. En el trayecto pasa junto
a un bosque que, sum ergido en la noche, tom a la recurrente form a de es
pacio mágico, de tránsito entre el m undo real y el m ás allá, pero tam bién
im agen de su interioridad9. En este m ism o viaje, cam ino de vuelta, Biralbo
reflexionará sobre los espacios nocturnos que le acechan, rem itiéndonos una
vez m ás al im aginario del bosque m ágico. Su reiteración hace hincapié en la
función que cum ple este am biente fantasm agórico que Biralbo debe cruzar
para visitar a su gurú m usical, el viaje al más allá, el careo con la m uerte al
que se enfrenta Billy Swann, que le dice "m íram e, yo soy una som bra, yo soy
un desterrado" (p. 135). Los m om entos en el sanatorio estarán presididos en
adelante por la presencia del bosque, se convertirá en le it m o t iv dentro de la
novela. A nticipábam os que podía tratarse de Sintra, y toda esta sim bología
nos lo corrobora, pues Sintra es un enclave de origen celta, construido den
tro de un bosque. A sociada desde sus orígenes tanto al culto lunar com o al
solar, su nom bre actual puede derivar de "C h y n tia", nom bre dado a la diosa
D iana la diosa de la luna -P tolom eo la llam aba "Sierra de la l u n a " - ; la otra
hipótesis se basa en el radical indoeuropeo s u n , sol, así llam ada por Varrón,
que derivaría en "Suntria > Sintra" (Pato 2007: s/n). Los celtas adem ás consi
deran el bosque com o un espacio sagrado, según Chevalier "u n verdadero
santuario en estado natural" (1986:194).
Tras tomar una curva, pudo divisar una m ontaña punteada de luces,
agrupadas en torno a un palacio o castillo, y recordó lo que una vez le dijo
Lucrecia: "que llegar a Lisboa sería com o llegar al fin del m undo" (p. 132).
Se trata de otra de las form as de referirse a la ciudad portuguesa, com o el
últim o rincón del m undo, que lo fue del conocido hasta 1492, lo que hace que
aparezca com o el f i n i s t e r r e desde la antigüedad y durante toda la Edad M e
dia, y lejos de desaparecer, pervivirá en la época m oderna en su im aginario
literario y descriptivo. Es en este lugar donde se abolen para el protagonista
los lím ites del tiem po en un juego de correspondencias, afiliando la ciudad
* "Para el analista moderno, por su obscuridad y su arraigamiento profundo, el bosque sim boliza lo
inconsciente. Los terrores del bosque, como los terrores pánicos, estarían inspirados, según Jung, por el
temor de las revelaciones de lo inconsciente" (Chevalier 1986: 195).
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Á n g el C lem en te E scobar
al puro presente que tam bién atribuía a la m úsica. U na vez más acude el re
cuerdo de lo reconocible a la llam ada de O rfeo10, que lo transporta al m otel
donde Lucrecia y él suspendieron su prim era travesía juntos: "E ra otro lugar
y otra noche lo que estaba recordando, las luces de un hotel, el brillo de un
autom óvil escondido entre los pinos y los altos heléchos, un viaje interrum
pido a Lisboa, la última vez que estuvo con Lucrecia" (p. 132).
U na vez en el sanatorio el trom petista no acepta la presencia de éste,
pues opina que ha sido guiado tan sólo por la com pasión. Aún así, el pianis
ta está decidido a tocar el concierto del día 12 de diciem bre con su amigo, si
este consigue recuperarse. El espacio del com plejo parece extraído de otro
tiem po: "D e las altas arcadas colgaban globos de luz sucios de polvo, com o
en los cines antiguos, y en cada recodo de los pasillos y en los rellanos de las
escalinatas dorm itaban ujieres de uniform e gris sobre m esas que parecían
rescatadas de viejas oficinas" (p. 133). En la cantina de la estación, de regre
so, se fuma un cigarro y bebe un trago, lo que se convertirá en un ritual en
sus próxim as visitas. Se siente perdido y extranjero en un lugar que, según
opina, no existía en los mapas. En el trayecto de tren "d ijo Lisboa cuando vio
acercarse las luces de la ciudad com o se dice el nom bre de una m ujer a la
que uno está besando y que no le conm ueve" (p. 137). Es el deseo de Biralbo,
ejercido por el binom io ciudad-m ujer, véase Lisboa-Lucrecia, equivalente a
aquel que antes hizo entre la m úsica y la mujer. Pero la obsesión ensom brece
el relato cuando de pronto, en m edio de estas reflexiones, ¡Lucrecia! El joven,
cree ver fugazm ente a la chica en otro tren que pasaba en sentido contrario.
4. E l e n i g m a d e l a c i u d a d . U l i s e s e n e l l a b e r i n t o
Si Lucrecia anda por aquí será pues cuestión de ir a buscarla, y para ello
es necesario com enzar a ilum inar para la lectura las zonas por las que el
personaje transita, aquellas que, en una ciudad inexistente, hasta ahora sólo
nom brada de m uy diversas m aneras, serán dibujadas a su paso. El primer
enigm a para Biralbo, que aún no es consciente de encontrarse en una encru
cijada, será el de la propia planta de Lisboa, a cuyo trazado es todavía ajeno.
Com o nos advierte Sansot, el aprendizaje puede considerarse el objetivo de
111Según el estudio realizado por Olympia González, Biralbo y Lucrecia repiten el mito de Eurídice y
Orfeo: "lo mítico es un eterno retorno, un tiempo cíclico, la música cada vez qno se interpreta recrea el
presente creando la atemporalidad dentro del tiem po" (t tropesa 1999: 59).
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C on stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A nton io M u ñ oz M olina
una búsqueda harto difícil, que la asemeja a la cuestión del Santo Grial. Por
fortuna, el hecho de que sea un viajero solitario incide beneficiosam ente en
su aprehensión (Sansot 1973: 83):
No recordaba cuánto tiempo, cuántas horas o días anduvo como un so
námbulo por las calles y escalinatas de Lisboa, por los callejones sucios
y los altos miradores y las plazas con columnas y estatuas de reyes a ca
ballo, entre los gTandes almacenes sombríos y los vertederos del puerto,
más allá, al otro lado de un puente ilimitado y rojo que cruzaba un río
semejante al mar, en arrabales de bloques de edificios que se levantaban
como faros o islas en medio de los descampados, en fantasmales estaciones
próximas a la ciudad cuyos nombres leía sin lograr acordarse de aquella en
la que había visto a Lucrecia (p. 139).
A parece la noción de sueño en la deam bulación del personaje por las
calles, relacionada con su m utua ignorancia. La panorám ica que nos presen
ta está representada tanto por elem entos urbanos del centro histórico de la
ciudad com o por suburbios, rodeados de enorm es descam pados, asociados
estos al m ar a través de la im agen "edificios com o faros". Los espacios m en
cionados im plican un m ovim iento de subida y bajada para el personaje. El
puente, por ejem plo, no puede ser otro que el 25 d e A b r il, llam ado de Salazar
por ser quien lo m andara construir en 1960, para después tom ar su nom bre
del día de la revolución que derrocó al dictador. El pianista, perdido en la
ciudad, cuenta con el azar com o el único aliado en su búsqueda, "quería
rendir al azar para que se repitiera lo im posible: m iraba uno por uno los ros
tros de todas las m ujeres" (p. 139), en un frenético y com pulsivo escáner de
siluetas y caras entre la m ultitud, por las calles, o sentado en un café viendo
qué sucede fuera desde la ventana, en una búsqueda desesperada cuyo eco
pervive en su cabeza, tum bado al acabar el día en la habitación de su hotel.
Pero todos esos rostros ajenos se parecen dem asiado unos a otros, "tan
iguales entre sí como las encrucijadas, los zaguanes oscuros, los tejados roji
zos y el dédalo de las peores calles de Lisboa" (p. 139). Al poner en el mismo
plano la ciudad y el laberinto, com o hace en varias ocasione, el autor da
cuenta de que se trata de una persona que no encuentra su lugar en el m un
do, angustiada por la soledad y la búsqueda de sí m ism o. La urbe en sí, tiene
ya un com ponente laberíntico intrínseco11. El dédalo es prim ero el trasunto
11 Ëso nos dice Pierre Sansot en su P o é tiq u e d e la v ille a propôsito del tema de la ciudad y el labennto:
"U n e ville, par ses multiples contours, par ses traces parfois imprévisibles, évoque le labyrinthe. Elle nous
fait passer de l'égarem ent à la connaissance" (Sansot 1973: 56).
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Á n g el C lem en te E scobar
del subconsciente del protagonista (Chevalier 1986: 402), pero tam bién es la
prueba a la que debe enfrentarse el héroe para acudir a lo que puede ser un
desenlace heroico12. Sin em bargo el suyo no es un viaje con este destino, sino
que serán los propios acontecim ientos quienes lo arrastren a errar13 en su
odisea urbana, por lo que, con las condiciones que ya hem os señalado a pro
pósito del escenario, el héroe de nuestra novela se convierte en una suerte
de "U lises en el laberinto" (Tudela Sancho 2003). La analogía entre la ciudad
lisboeta y el dédalo es recurrente a la hora de describir su trazado urbano.
N osotros recogem os otro ejem plo del libro L is b o a m á g ic a de Angel Crespo:
"Lisboa es m isteriosa precisam ente porque sus barrios m ás característicos
son, y no debido únicam ente a su cam biante topografía, sino tam bién a su
casi im posible delim itación, un verdadero laberinto, y todo laberinto es m is
terioso por naturaleza" (2009: 18).
Con el paso del tiem po y una búsqueda infructuosa, ya no sabe si real
m ente busca algo, y qué es lo que busca, pero es dem asiado tarde para irse,
pues partió "el últim o tren para salir de una ciudad sitiad a" (p.140). Pero
al m ism o tiem po, va desvelando poco a poco las inextricables calles en ese
aprendizaje que deberá realizar para seguir adelante. A base de deam bular
Biralbo irá haciendo suyo el espacio urbano, al m ism o tiem po que éste se irá
haciendo m ás real y m ás tangible en las descripciones. Las estatuas a caballo
serán en varias ocasiones los hitos para la orientación inicial de Biralbo, los
lugares com unes del espacio urbano, sus elem entos significativos en term i
nología de Lynch (2006). A partir de ellas irá guiando el recorrido, serán, en
un sentido figurado, su hilo de Ariadna.
U n día que será clave, después de visitar a su am igo en el sanatorio y
tras repetir en la estación su ritual de cantina, vuelve de nuevo a la m etrópoli
y esta vez lo hará para perderse, pero ya sin ánim o de buscar com pulsiva
mente a la chica, sino "p ara perderse en ella como en una de esas noches de
música y b o u r b o n que no parecía que fueran a term inar nu nca" (p. 143). En
esta nueva deriva nos encontram os otra vez con el sueño en la percepción del
espacio lisboeta por parte de Biralbo incidiendo en la sensación de irrealidad
que éste tiene: "A Lisboa la niebla y las aguas del Tajo la aislaban del mundo,
convirtiéndola no en un lugar, sino en un paisaje del tiem po". N o es extraño
'2 "Todas estas pruebas se reducen, en lenguaje morfológico, a penetrar victoriosam ente en un espacio
difícilmente accesible y bien defendido, en el cual se encuentra un símbolo más o menos transparente de
la potencia, de la sacralidad y de la inmortalidad" (Chevalier 1986: 621).
n Esa idea se basa primero en la distinción entre viaje y lo que el autor denomina er r a n c ia , opuestos
por medio de pautas tales como periferia-centro, vagancia-regreso, azar-rumbo, espiral-ciclo, pérdidaencuentro, y un largo etcétera (Tuaela Sancho 2003).
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C o n stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A nton io M u ñoz M olina
por tanto que para el pianista, una ciudad cuya cualidad, tam bién atribuida
anteriorm ente a la m úsica, es el eterno presente, que no hace sino alejarlo
constantem ente del pasado, "L isboa era la patria de su alma, la única patria
posible de quienes nacen extranjeros" (p. 144). Ya casi de noche, en un des
tartalado arrabal, cam inando perdido, se encuentra m ilagrosam ente con el
tranvía, que después de un largo viaje:
Se detuvo en una plaza abierta al estuario del río. Tenía hondos atrios co
ronados de estatuas y frontones de mármol y una escalinata que se hundía
en el agua Sobre su pedestal con elefantes blancos y ángeles que levanta
ban trompetas de bronce, un rey cuyo nombre nunca llegó a saber Biralbo
sostenía las bridas de su caballo irguiéndose con la serenidad de un héroe
contra el viento del mar, que olía a puerto y a lluvia (p. 145).
Nos hallam os en el Terreiro do Paço, el nom bre con el que com únm ente
se conoce a la Praça do Com ercio, una de las más bellas y frecuentadas de
la ciudad, lim itada al norte, este y oeste por conjuntos porticados y en cuyo
centro se encuentra la estatua ecuestre del rey José I14. Pasa debajo del "arco
con alegorías y escudos", que identificam os como el Arco de Triunfo, que
abre paso desde la plaza a la calle Augusta, alegoría que representa la Gloria,
coronando al G enio y al Valor (Crespo 2009: 147), virtudes de las que sin
duda necesitará el héroe para las pruebas que se le presentan. Se adentra de
nuevo por las calles, esta vez m ás estrechas y poco ilum inadas "poblad as de
hondos alm acenes y densos olores portuarios" (pp. 145-146). M ás adelante:
Caminó por una plaza grande y helada como un sarcófago de mármol en
la que brillaban sobre el pavimento los raíles curvados de los tranvías, por
una calle en la que no había ni una sola puerta, sólo un largo muro ocre con
ventanas enrejadas. Entró en un callejón como un túnel que olía a sótano
y a sacos de café y caminó más aprisa al oír a su espalda los pasos de otro
hombre (p. 146).
El hom bre solitario que callejea por la noche busca aliviar sus preocu
paciones o su dolor en la bastedad del cam ino por andar, que en un lugar
14
José Sara mago nos dice lo siguiente a propósito de este espacio lisboeta: "Ésta es una bellísim a plaza
con la que nunca supimos muy bien qué hacer. De oficinas y despachos de gobierno ya poco queda, es
tos caserones pombalianos se adaptaban mal a las nuevas concepciones de los paraísos burocráticos. En
cuanto a la plaza, ahora parque de automóviles, ahora desierto lunar, le faltan sombras, resguardos, focos
que atraigan el encuentro y la conversación. Plaza real, allí en aquel rincón fue muerto un rey, pero el pue
blo no la tomó para sí, excepto en momentos de exaltación política, siempre de corta duración. El Terreiro
do Papo sigue siendo propiedad de don José. Uno de los más apagados reyes que en Portugal refriaron,
mira, en estatua, un río que nunca le debió de gustar y que es mayor que él" (Saramago 2008: 381-382).
52
A ng el C lem en te E scobar
cerrado no haría sino aum entar su presión, sus dim ensiones. Cam inando, el
héroe recorre su dolor y sus inquietudes, deam bulando en vez de perm ane
cer encerrado, asum e su condición de ser hum ano (Sansot 1973: 153).
Vio sucias tabernas de marineros y portales de pensiones o indudables
prostíbulos. Como si descendiera por un pozo, notaba que el aire se iba
haciendo más espeso: veía más bares y más rostros, máscaras oscuras, ojos
rasgados, de pupilas frías, facciones pálidas e inmóviles en zaguanes de
bombillas rojas, párpados azules, sonrisas como de labios cortados que sosteman cigarrillos, que se curvaban para llamarlo desde las esquinas, des
de los umbrales de clubes con puertas acolchadas y cortinas de terciopelo
púrpura, bajo los letreros luminosos que se encendían y apagaban aunque
todavía no era de noche, apeteciendo su llegada, anunciándola (p. 146).
La m endicidad, las tabernas de m arineros, las pensiones y los prostíbu
los, la descripción de los barrios m arginales y de la sordidez de su noche, de
sus locales y sus rostros; todos ellos aglutinados bajo la m etáfora del descen
so. Com o nos dice Cirlot (2006: 464), este descenso, con connotaciones que
podríam os calificar de luciferinas, estaría relacionado con el viaje al incons
ciente, y con el ser consciente al m ism o tiem po de todas las posibilidades que
ofrece el ser. El texto va preparando con sus signos al lector para lo que será
uno de los m om entos clave del relato; el hecho de que transcurra durante la
noche precisam ente indica que se trata de una aventura en la que no habrá
m archa atrás (Sansot 1973: 154).
Nombres de ciudades o de países, de puertos, de regiones lejanas, de pe
lículas, nombres que fosforecían desconocidos e incitantes como las luces
de una ciudad contemplada desde un avión nocturno, agrupadas como en
floraciones de coral o cristales de hielo. Texas, leyó, Hamburgo, palabras
rojas y azules, amarillas, violeta lívido, delgados trazos de neón, Asia, Jacarta, Mogambo, Goa, cada uno de los bares y de las mujeres se le ofrecía
bajo una advocación corrompida y sagrada, y él caminaba como recorrien
do con el dedo índice los mapamundis de (p. 146) su imaginación y su
memoria, del antiguo instinto de miedo y perdición que siempre había
reconocido en esos nombres (p. 147).
Al leer la ciudad, sus signos, Biralbo se siente transportado intertextualmente a lugares exóticos sólo a través del nombre, el de los lum inosos, o
incluso llam ado por la posible m em oria que de ellos pueda poseer pero que,
en realidad, refieren "indudables prostíbulos". En m edio de ese crisol de
gentes y lugares que rem iten a escala planetaria - e s el dédalo de la m em oria
53
C onstru ir la ciu dad literaria. El invierno en Lisboa d e A n ton io M u ñoz M olina
y la geografía el que se extiende en la mente de B iralbo-, suspendido en la
oscuridad de la calle, ilum inado, ve el cartel de un local cuyo rótulo contiene
el m isterioso nom bre que estaba escrito en el plano que le envía Lucrecia:
B u r m a . Una vez en su interior vem os sus peculiares características que lo
convierte en un lugar crucial dentro del relato:
Mujeres rubias de anchos muslos y severa fealdad bebían en la barra. Ha
bía hombres borrosos, de pie, sentados en divanes esperando algo, contan
do monedas disimuladamente parados ante cabinas con bombillas rojas
que a veces se apagaban. Entonces alguien salía de cualquiera de ellas con
la cabeza baja y otro hombre entraba y se oía que cerraba la puerta desde
dentro (p. 147).
Es la figura de la f e m m e fa t a le , uno de los elem entos sim bólicos recurren
tes, en lo que a personajes se refiere, planteado por M uñoz M olina en la nove
la. Es, prim ero, la asociación entre la m ujer cam al y el pecado original lo que
hay detrás de esta figura, su relación con lo perverso e infernal, cuya im agen
vemos ya en las representaciones de la m eretriz de Babilonia, hasta llegar a
las fe m m e s d a m n é e s de C. Baudelaire15. A parece además vinculada, como es
habitual en sus representaciones, al color rojo, que nos habla del fuego, pero
tam bién del mal, pues es el color m aldito16. Es el color utilizado tam bién en
las representaciones pictóricas de la figura. Nos rem itim os a Hans Burgkm air "el viejo", quien incluye entre sus ilustraciones del Apocalipsis L a g r a n
p r o s t it u t a d e B a b ilo n ia de 1523 o la versión rom ántica del tema llevada a cabo
por W illiam Blake en 1809, por citar dos ejem plos. A nte tal visión, Biralbo se
decantará por la negación: "«N o soy yo», pensó Biralbo, «no estoy en Lisboa,
este lugar no se llama B u r m a » " (pp. 147-148). El espacio, las sensaciones, nos
rem iten directam ente a un m undo infernal, asociado al tema del descenso
que com entábam os arriba, y adem ás, las m etáforas que utiliza el autor están
asociadas a lugares de culto religioso, donde se realiza un rito:
Igual que en ciertas estaciones de ferrocarril con bóvedas góticas y altas
vidrieras ennegrecidas por el humo, había en aquel lugar una sensación
de distancias infinitas exagerada por la penumbra, por las bombillas rojas
15 "Ô vierges, ô démons, ô monstres, ô martyres/De la réalité grands esprits contem pteurs,/Cher
cheuses d'infini, dévotes et satyres,/Tantôt pleines de cirs, tantôt pleines de pleurs" (Baudelaire 2007:434).
16 "E l rojo es en caso favorable violencia terrible; a lo peor, maldad perversa. El rojo es el color maldito,
de Seth y todo lo danino. Los escribas mojan la pluma de tinta roja para senalar las palabras de mal augurio, como los nom bres de Apolis, el dem onio-serpiente de la adversidad, o de Seth, dios del mal, Tifôn
del N ilo" (Chevalier 1986: 319).
54
Á n g el C lem en te E scobar
encendidas sobre las puertas, por la música obsesiva y violenta que retum
baba en el vacío, en las aristas metálicas de las escaleras (p. 148).
Una conversación con el cam arero le revelará algunos datos: que sólo
llevaba abierto un año, que anteriormente se trataba de un alm acén de caté, y
que éste era una tapadera para otro tipo de negocios de índole m ás política.
Y entonces, aparece "el viejo Bruce M alcom " (p. 151). Un escenario sórdido,
un personaje sólo, borracho, que habla con el cam arero y es interrum pido por
la llegada de otro personaje, antagónico en la novela, que tal vez venga con la
intención de saldar viejas cuentas del pasado. En un principio M alcom afirma
que, al igual que Biralbo, se encuentra perdido, aunque el músico no confía
en él dem asiado. Aturdido por el alcohol y el encuentro, va a los lavabos para
refrescarse y una vez allí:
Se inclinó para echarse agua fría en la cara sobre un lavabo tan grande
como una pila bautismal. Había alguien más en el espejo cuando abrió
los ojos. De pronto todos los rostros de su memoria regresaban, como
si los hubieran convocado la ginebra o Lisboa, todos los rostros olvida
dos para siempre y los perdidos sin remedio y los que nunca creyó que
volviera a ver más. De qué sirve huir de las ciudades si lo persiguen a
uno hasta el fin del mundo. Estaba en Lisboa, en los lavabos irreales del
Burma Club, pero la cara que tenía ante sí, a su espalda, porque al ver
la pistola tardó un poco en volverse, también pertenecía al pasado y al
Lady Bird: sonriendo con inextinguible felicidad Toussaints Morton le
apuntaba a la nuca (p. 156).
En prim er térm ino, vem os de nuevo una im agen religiosa para referir
se a algún elem ento del local, lo que refuerza la idea de que se trata de un
lugar capital dentro de la tram a. Es el centro cié nuestro laberinto. Después
se abre el segundo enigm a para Biralbo, el cual no es otro que saber por
qué le apuntan con un arm a, qué quieren de él. Por últim o, vem os tam bién
cóm o desde su llegada a la ciudad portuguesa se acelera la acción, m o
m ento en el que será m uy recurrente el uso de una técnica cinem atográfica
en la com posición visual de las escenas que narra, profundizando en la
dim ensión novelística policial y de resonancias f i l m n o ir , en lo que en oca
siones deviene en una aproxim ación paród ica a películas com o C a s a b la n c a ,
desde un punto de vista tanto intertextual com o técn ico 17. Intriga la frase
17
"Several cinematic techniques are employed both in C a s a b la n c a and in E l in v ie r n o en L is b oa . The first
of these are flashbacks, used in both cases to recount the protagonists' love affairs. In C a s a b la n c a , the
55
C onstru ir la ciu dad literaria. El invierno en Lisboa d e A n ton io M u ñ oz M olin a
que él lee en este m om ento, cuando ya han salido del B u r m a y se dirige,
a punta de pistola, allá donde quieran cond ucirle sus raptores: "P asaron
bajo el gran reloj suspendido del techo sus caras y sus m anos se tiñeron
pálidam ente de verde. Biralbo levantó los ojos y vio en torno a la esfera una
leyenda circular: " U m O r ie n t e a o o r ie n t e d o O r i e n t e " (p. 157).
Encerrado en un cuarto, Biralbo piensa en el horrible espacio en el que
tal vez va a m orir, cuya angostura equipara a la de un vagón de Metro.
Es ahora, con el interrogatorio de M alcom , T oussaint M orton y D aphne,
cuando Biralbo, al m ism o tiem po que el lector, se entera de que todo ha
sido provocad o aparentem ente por un cuadro que ha robad o Lucrecia.
Ellos, com o es natural, creen que el pianista está enterado de todo y sabe
dónde poder encontrarlo. El héroe, arrebatándole la p istola a su guardián,
consigue liberarse y salir torpem ente a la calle, donde las sensaciones que
percibe le aclaran aspectos de la situ ación que está viviendo: sabe que no
tiene m iedo:
Sobre su cabeza se apagaba y encendía en breves intervalos el rótulo
del B u rm a C lub alumbrando un muro muy alto de balcones vacíos. Echó
a andar de prisa, con las manos en los bolsillos, como si llegara tarde
a alguna parte, no podía correr, porque una muchedumbre como de
puerto asiático ocupaba la calle, rostros azules y verdes bajo los letreros
de neón, esfinges de mujeres solas, grupos de negros que se movían como
obedeciendo un ritmo que sólo ellos escucharan, cuadrillas de hombres
de pómulos cobrizos y rasgos orientales que parecían congregados allí
por una turbia nostalgia de las ciudades cuyos nombres resplandecían
sobre la calle, S han g h ái, H on g K ong, Goti, ja k a r ta (p. 167).
La calle, abarrotada de gente, presidid a por las luces de neón y las
m ujeres p ostrad as en las esquinas, ilum inadas p or rótulos que eran la
top onim ia de lo exótico. Transitar por ella, poblada hasta el im posible, se
asem ejaba a cam inar por la ju n gla. Toda la cita anterior es uno de los m ejores
ejem plos en la obra de lo que sería la novela urbana p osm oderna, pero hay
m uchos m ás. N os presenta una estética que apunta hacia la paranoia, la
fragm entación, la sim ultaneidad, el intertexto y el m etadiscurso. Pero poco
a poco las luces van qued ando atrás, y entonces aparece el escenario de
viewer witnesses the flashback to the love affair between Rick and lisa in Paris. [...] E l in v ie r n o e n L is b o a
takes this technique a step further, because its basic structure is composed of flashbacks: the novel opens
two years after the last time Lucrecia and Biralbo saw each other, and recounts their affair through a series
of flashbacks" (Grandrose 2000: 12).
56
A n g el C lem en te E scobar
la perfecta persecución del cine negro. La ciudad, de noche, vacía, será el
decorado para la carrera de perseguido y perseguidor, con la sim bología
que entrañan adem ás los grandes espacios hum anos desiertos:
La calle no terminaba nunca, se iba volviendo más oscura, con menos
rostros y luces de clubes, de pronto Biralbo vio a Malcom quieto y solo
en mitad de una calzada donde no había nadie, parado ante su propia
sombra, con las piernas abiertas, y entonces si corrió y los callejones
se iban abriendo ante él como una carretera frente a los faros de un
automóvil. Oía a su espalda el redoble de los pasos de Malcom y hasta el
jadeo de su respiración, muy lejana y muy próxima, como una amenaza
o una queja en el silencio de plazas resplandecientes y vacías, grandes
plazas con columnas, calles de ventanales sucesivos donde sus pisadas y
las de Malcom sonaban al unísono, y a medida que la fatiga lo asfixiaba
se le iba disgregando la conciencia del espacio y del tiempo, estaba en
Lisboa y en San Sebastián, huía de Malcom como otra noche igual había
huido de Toussaints Morton, no había cesado nunca esa persecución por
una doble ciudad que conjuraba su trama para convertirse en laberinto y
acoso (pp. 168-169).
La presencia en el relato del hom bre perseguido, de noche, tiene su
lectura particular. En prim er lugar, cuando un hom bre es acosado, en su
huida provoca que los m otivos para serlo se m ultipliquen, por lo que ine
vitablem ente la acción se acelera inm ediatam ente (Sansot 1973: 124). Pero
sobre todo, la relación del personaje cam bia de tal m anera que la ciudad,
com o el laberinto, deviene una tram pa para la presa. La carrera continúa y
de pronto las calles se vuelven "ig u ales y g eom étricas" (p. 169); Biralbo de
cide ir hacia la luz, intentando buscar plazas o zonas donde hubiera gente.
Ve detenerse un tranvía e intenta alcanzarlo pero llega tarde y M alcom le
pisa los talones. Por las descripciones que hace, sin duda ha regresado a la
Baixa. Este barrio lisboeta, constituye un ejem plo del urbanism o racion alis
ta del siglo XVT11, y fue proyectado para venir a ocupar el v a d o im p ortan
tísim o que había dejado el terrem oto de 1755. Sus calles perpend iculares
al río se extienden desde el Rossio y la Praça da Figueira hasta encontrarse
con el m ism o, ya en la Praça do C om ercio. Tal y com o nos cuenta Ángel
Crespo en su L is b o a m á g ic a , su trazado perfectam ente ortogonal "constitu ye
para quien tod avía no se ha habituado a ella un laberinto tan enigm ático
como el de un tablero de ajed rez" (2009:142). D ecide dirigirse hacia una es
calinata con una torre gótica que ve al fondo de una oscura bocacalle. Hay
una puerta entreabierta, luz, y un cobrador. Sin saber aún de qué se trata
57
C o n stru ir la ciu d ad literaria. El in\iemi) en 1.isboa de A n ton io M u ñ oz M olin a
sabe que probablem ente el ticket que debe adquirir para acced er a la m iste
riosa torre le pondrá a salvo del hostigam iento al que está siendo som etido:
Aquel lugar que Biralbo aún no había mirado comenzó a estremecerse y
a crujir como las maderas de un buque de vapor, a levantarse, había un
rostro al otro lado de la verja, dos manos asidas a ella que la sacudían,
Malcom, que se fue hundiendo en el subsuelo, que desapareció del
todo cuando Biralbo aún no había entendido del todo que estaba en un
ascensor v que ya no era preciso que siguiera corriendo (p. 170).
Se encuentra, p or supuesto, en el ascensor de Santa Justa. Si antes
veíam os cóm o llegaba hasta el B u r in a , la que será su tram pa, a través de un
descenso, es en este caso la salvación asociada a la ascensión el elem ento
que com pleta esta iconografía. Se trata sobre todo de u na ascensión que se
relaciona con el concepto de libertad , de dejar atrás un elem ento negativo
anterior para ascender hasta la luz liberadora en algún sentido18:
Al otro lado de las ventanas góticas la ciudad se ensanchaba y alejaba a
medida que el ascensor iba subiendo: plazas blancas como lagos de luz,
tenues letreros luminosos sobre los tejados, contra la adivinada oscuridad
de la desembocadura del río, edificios encabalgados sobre una colina que
culminaba un castillo violentamente alumbrado por reflectores (p. 170).
El e le v a d o r de Santa Ju sta19, tam bién llam ado elevador do Carm o, fue
construido a principios del siglo XX en estilo neogòtico, con la intención de
com unicar la Baixa, desde la Rúa do O uro con el barrio de Chiado, barrio
popular que sufrió un im portante incendio en A gosto de 1988, m eses después
de la publicación de la novela de M uñoz M olina. El personaje, una vez arriba:
Preguntó dónde eslaban cuando el ascensor se detuvo: en la ciudad alta,
le dijo el cobrador. Salió a un pasadizo donde soplaba el viento, frío
18
Nos basamos en este caso en el análisis que hace Yuri Lotm an a propósito de lo que podríamos
denominar una lectura semántica de los códigos espaciales en las manifestaciones artísticas y literarias,
planteando un eje en el que existe un "arriba" como oposición a un "abajo", y que generalmente se asocia
a una serie de códigos sen soriales-luz, blanco, perfu m e,..- y de códigos éticos-B ien , Virtud, G randeza(Lotman 1988).
Angel Crespo lo describe de la siguiente manera: "El ascensor de Santa Justa «es una habitación de
madera torneada y brillante, sólida como un buen mueble antiguo, con bancos a lo largo de las paredes y,
en éstas, anuncios enm arcados que ponen las tiendas de tejidos, de alfombras, de muebles, las peluque
rías y las ferreterías, [...] El empleado, bigotudo, impecable y servicial, que acciona el misterioso mando
del ascensor nos sube -p o r dentro de una estructura metálica sem ejante a la de la Torre Eiffel- hasta la
plataforma desde donde, por un lado, se está asomado al abismo de las calles bajas de la ciudad y se tiene
en frente, sobre la otra alta colina, las murallas y los cipreses, que por cima de ellas asoman, del Castillo
de San Jorge, la cindadela antigua [...] (2009:180-181).
58
A n g el C lem en te E scobar
del mar como en la cubierta de un buque. Escalinatas y muros de casas
abandonadas descendían verticalmente hacia las hondas calles por donde
tal vez caminaba todavía Malcom. Junto a la torre de una iglesia en ruinas
había un taxi que le pareció tan extraño e inmóvil como esos insectos
que uno sorprende al encender la luz. Pidió al taxista que lo llevara a la
estación (p. 170).
En el trayecto en taxi Bi ralbo se sum erge en el paisaje urbano, identificando
lugares, hitos, que van configurando lo que sin duda es un precario
conocim iento de la ciudad. "Toda Lisboa, me dijo, hasta las estaciones, es
un dédalo de escalinatas que nunca acaban de llegar a los lugares m ás altos,
siem pre queda sobre quien asciende una cúpula o una torre o una hilera de
esas casas am arillas que son inaccesibles" (p. 171). Desde aquel prim er día
cuando regresando del sanatorio cree ver a Lucrecia en un tren en sentido
contrario, tiene la sospecha de que su viejo am igo Swann sabe más de lo que
le cuenta y que tal vez pueda saber incluso dónde se encuentra la chica.
En la estación realizará su ya consagrado ritual de tom ar un trago antes
de coger el tren. Y fuera vuelve a estar presente el im aginario del bosque
m isterioso: "L as cosas, sin em bargo, los oscuros lugares, las torres cónicas
del palacio circundadas por tejados con colum nas de hum o, el cam ino en
el bosque, m antenían una m isteriosa y quieta identidad confirm ada por el
sigilo de la noche" (pp. 171-172). C uando llega, sin em bargo, el trom petista
está ya recuperado por lo que regresa a la ciudad para com enzar los ensayos
del concierto. A fortunadam ente consigue la inform ación que quiere: un tren
dirección a la costa, un faro, penúltim a estación, Q u in ta d o s lo b o s . Y añade:
"Su be al taxi. Enciérrale en tu hotel. Tocarem os el día doce y nos irem os de
aquí. En cuanto subas al avión será com o si nunca hubieras estado en Lis
boa" (p. 174). Sin em bargo arrastrado por el deseo de volver a ver a Lucrecia,
se sube al tren y parte en su busca:
En Estocolmo, en Nueva York, en París, en hoteles extraños donde des
pertaba, al cabo de semanas enteras sin acordarse de Lucrecia, exaltado
o complacido por la presencia de otras mujeres fugaces, había recordado
y perdido sueños en los que un tibio dolor iluminaba la felicidad intacta
de los mejores días que vivió con ella y los desvanecidos colores que sólo
entonces tuvo el mundo. Como en aquellos sueños, ahora él la buscaba y
la presentía sin verla en un paisaje de árboles y colinas nocturnas que ve
lozmente lo llevaba hacia el mar. Miraba todas las luces temiendo no ver
la del faro a tiempo de bajar del tren. Era más de medianoche y no había
ningún viajero en el vagón de Biralbo (p. 177).
59
C on stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A n ton io M u ñ oz M olina
La ilum inación, la luz, el faro al que se dirige, son los signos de carácter
positivo de la novela, aquéllos que ponen al personaje del lado de la vida;
pero a pesar de ello, su destino com o héroe casi inadvertido es adoptado por
él de una forma difusa, en el que la noción de sueño, com o hem os visto, apa
rece constantem ente. Las reflexiones del pianista son interrum pidas por otra
brusca irrupción de la acción, dando paso a una de las escenas más trepidan
tes de la novela en la que el héroe y su antagonista, esto es, Biralbo y M alcom
reproducen las grandes escenas cinem atográficas de duelos a m uerte en un
tren disparado a toda velocidad, com o en un f i l m n o ir .. Esa aceleración de
los acontecim ientos, la cual saca al lector del estado de reflexión en el que
las divagaciones de Biralbo le habían sum ergido, se encuentra m etaforizada
adem ás en la propia velocidad del vehículo:
Absurdamente se obstinaba en sacudir la puerta hacia dentro y por eso
no lograba abrirla, un frenazo lo impulsó contra ella y se encontró sus
pendido por el espanto y el vértigo en una plataforma que se movía como
abriéndose bajo sus pies, en el vado, en el espacio entre dos vagones, sobre
uita oscuridad donde centelleaban y desaparecían los raíles y soplaba un
viento que lo traspasaba cortándole la respiración, lanzándolo contra una
barandilla que apenas le llegaba a la cintura y en la que alcanzó a sujetarse
cuando ya sentía como en un aviso de vómito que iba a ser arrojado sobre
los raíles (p. 178).
D em asiado rápido para saltar, com ienza una larga persecución un va
gón tras otro hasta llegar al últim o, donde, tras una pelea, Malcom muere
arrollado por el tren (p. 180). Cuando éste am inora su m archa, Biralbo salta
y se esconde entre la m aleza. El tren está a punto de detenerse porque la es
tación está cerca. Com ienza a caminar, alejándose de las luces de la estación.
Las indicaciones de su am igo Sw ann y la descripción que se nos presenta
no perm iten asegurar de qué lugar concreto se trata. De esa estación de ahí
abajo sale un tren hacia la costa cada veinte m inutos. Bájale en la penúltim a
parada, cuando veas un faro" (p. 175), le había dicho. Ahora, m ientras inten
ta seguir precariam ente las indicaciones del trom petista, lo que describirá no
ayudan m ucho más:
A un lado estaba la carretera, y luego el faro y los precipicios del mar. Para
eludir las luces de los automóviles se alejó del arcén y caminó casi al filo
del acantilado. Muy al fondo se alzaba y fosforecía la espuma contra los
rompientes: no quiso seguir mirándola porque le daba miedo el influjo de
aquella hondura que lo inmovilizaba y parecía llamarlo (p. 181).
60
A ng el C lem en te E scobar
Lo m ás probable es que se trate de un punto de la lin h a d e C a s c á is , inau
gurada en 1889, cuya penúltim a parada es M o n t e E s t o r il, entre E s t o r il y C a s
c á is . El faro puede ser el de Santa M aría. A dem ás el hecho de que, com o sa
bem os, el personaje haya ganado una cantidad im portante de dinero apunta
a ello, pues Estoril es fam osa por su casino, sus lujosos hoteles o sus fincas
para ricos. Sin em bargo, el texto no precisa m ás por lo que pensam os que se
trata en este caso de una localización más genérica. Finalm ente encuentra el
lugar; de nuevo describe la luz, cóm o dibuja el espacio, los m atices que a éste
le aporta y las sensaciones de Biralbo en esos m om entos
El faro lo alumbraba con una claridad semejante a la de la gran luna amari
lla del verano, una luz giratoria y poliédrica que multiplicaba su sombra y
lo confundía al extinguirse. Con la cabeza baja y con las manos en los bolsi
llos caminaba con la obstinación de los vagabundos circulares de las calles,
sin más cobijo contra el viento frío del mar que las solapas levantadas de
su chaqueta. Estaba ya muy lejos del faro cuando vio sobre las copas de
los pinos la casa que Billy Swann le había anunciado. Una tapia muy larga
que no podía descubrirse desde la carretera, luego una verja entornada y
un nombre: Q uinta dos Lobos (pp. 181-182).
Prim ero equipara la luz del faro y la luna, la cual está relacionada sim
bólicam ente con el nombre de la casa20. Vemos cóm o los elem entos no pare
cen azarosos; tanto Biralbo com o el lector tienen la sensación de que todo es
una conjura para que se cumpla el destino, son augurios. Es ahora cuando se
produce el reencuentro entre los enam orados. El narrador nos confiesa que
"nunca supo im aginarlos juntos" (p. 182). En el interior de la casa, en la que el
vacío se presenta com o la cualidad de las personas solitarias com o Lucrecia,
ya aseado y m ás relajado, suena L is b o a , la canción, y entonces se produce la
inevitable pregunta por parte de la m uchacha: "Siem pre m e he preguntado
cómo pudiste hacer esa canción sin haber estado en Lisboa. -Precisam ente
por eso" (p. 185). Y es así cóm o Biralbo se entera de los porm enores de lo ocu
rrido. El cuadro que robó Lucrecia, dejándolo plantado en el prim er intento
20
Adelantándonos a lo que será el final de nuestro estudio apuntamos las siguientes líneas de Mircea
Eliade a propósito del papel que juega la luna dentro del mito. "That, for a primitive, the regeneration of
time is continually effected -th at is, within the interval of the "year" to o - is proven by the antiquity and
universality of certain beliefs in respect to the moon. The moon is the first of creatures to die, but also the
first to live again. We have elsewhere shown importance of lunar myths in the organization of the first
coherent theories concerning death and resurrection, fertility and regeneration, initiation, and so on. Hero
it will suffice to recall that, it the moon in fact serves to "m easure" time, if the m oon's phases -lo n g before
the solar year and far more concretely- reveal a unit of time (the month), the moon at the same time reveal
the 'eternal return'" (Eliade 1974: 86).
61
C o n stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A nton io M u ñ oz M olina
de ir a Lisboa y engañando a M alcom, se trata de L a M o n t a ig n e S a in t V ic to ir e ,
de Paul C ézanne, que perm anecía colgado en las oficinas de una em presa un
tanto dudosa localizada en el local que ahora ocupaba el B u rtn a . Dentro de la
casa, la tranquilidad junto a Lucrecia am ortiguará en el corazón de Biralbo
el influjo del tem poral que afuera parece arreciar con fuerza, y una vez más
la naturaleza, el entorno, transform an las percepciones de Biralbo y éste se
diluye en el ensueño de nuevo.
Bruscamente la contemplación de aquel paisaje lo había transfigurado
todo: la noche, la huida, el miedo a morir, a no encontrar a Lucrecia. Como
algunas veces el amor y casi siempre la música, aquella pintura le hacía en
tender la posibilidad moral de una extraña e inflexible justicia, de un orden
casi siempre secreto que modelaba el azar y volvía habitable el mundo y
no era de este mundo (p. 188).
La pintura de C ézanne se suma a la lista concatenada cuya única
conexión es el plano que ocupan dentro de la percepción de su protagonista:
el am or, la m úsica de Billy Swann y su trom peta, la ciudad, Lisboa, la luz. El
nexo entre los elem entos sólo se encuentra a priori21 en el protagonista, en su
subjetividad, m etáforas que el lector habrá de com pletar a través de su cono
cim iento sobre lo que son sólo nom bres y algunas pinceladas sobre ellos. Son
los tem as de la novela, cuyas variaciones marcan las transiciones en la trama.
Algo sagrado y hermético y a la vez cotidiano y diluido en el aire, como la
música de Billy Swann cuando tocaba la trompeta en un tono tan bajo que
su sonido se perdía en el silencio, como la luz ocre y rosada y gris de los
atardeceres de Lisboa: la sensación no de descifrar el sentido de la música
o de las manchas de color o del misterio inmóvil de la luz, sino de ser en
tendido y aceptado por ellos (p. 188).
La presencia de Lucrecia es la encarnación del recuerdo, la evocación
de todos los instantes en los que estuvieron juntos y de ninguno a la vez;
la necesidad de experim entar todo su m undo Lucrecia en una sola imagen
m ental deriva en un recuerdo inventado, que sólo existe en tanto en cuanto
21
Decim os a priori sin tener en cuenta la similitud entre la escuela pictórica a la que pertenece en
este caso el cuadro en cuestión y la técnica impresionista empleada por Muñoz Molina en la novela. Sin
pretender establecer un debate entre lo que sería la traducción de dos lenguajes distintos, diremos que
el acercamiento de ambas técnicas viene dado por. a) Una escritura a trazos, representando pequeñas
partes del total, sobre lodo en la descripción, b) La importancia dada a la subjetividad del observador en
ta composición del texlo, sea personaje, narrador, o incluso lector, invitándole a com pletar la información
no dada.
62
A ngel C lem en te E scobar
Biralbo - o m ás acertadam ente, la narración que el innom inado hace a partir
del relato oral de é s te - de una forma autom ática o prem editada elige esa ma
nera de representar ese instante, y convertirla tam bién en su paradigm a para
intentar explicarle a su am igo, años después en M adrid, qué sintió aquella
noche: "E se perfum e de los antiguos días que de nuevo era com o el olor del
aire de una patria perdid a" (p. 189). F! deseo que al com ienzo atribuíam os
al surgim iento de Lisboa en la vida de los personajes se asocia, en la mente
de Biralbo, al que siente por Lucrecia. La larga espera, durante los años en
que estuvieron apartados, y la posterior búsqueda, le otorgan hoy una noche
para satisfacer ese deseo.
La m añana siguiente, aturdido aún, con el sueño pegado a los ojos, re
sucita de entre los dorm idos junto a Lucrecia. Poco a poco va adivinando los
porm enores del espacio que le rodea; la ropa tirada por el suelo, los objetos
sobre la m esilla de n o ch e... tras la torm enta de la noche fuera el sol brilla.
Con m ás detenim iento exam ina el espacio de la casa, que ahora le parece
m ucho más aprehensible. Con el despertar de Lucrecia llega la noticia que
debería poner en m ovim iento de nuevo la acción: "H an encontrado el cuer
po de M alcom [...] Te buscan" (p. 201). Sin em bargo, el personaje sigue sin
asum ir plenam ente su condición de im plicado, de fugitivo desde ahora:
Pero él casi no tenía sensación de amenaza: todo, hasla la sospecha de que
los automóviles de la policía estuvieran rondando las calles umbrosas de
las quintas, le parecía lejano, no vinculado a él, tan indiferente a su vida
como el paisaje del mar y el jardín abandonado que circundaban la casa,
como la casa misma y el distante fervor de la noche pasada, limpio de toda
ceniza, como un luego de diamantes (pp. 202-203).
Lucrecia, m ujer de arm as tom ar com o hem os visto, decidida, toma las
riendas de la situación y tras realizar una llam ada, acuerda una cita para Bi
ralbo que le deberá reportar a éste el carné falso con el que deberá perm ane
cer en Portugal hasta el día del concierto con Billy Swann. Durante tres días,
estuvo encerrado en una habitación de una sola ventana desde "la que veía
una cúpula blanca y tejados rojizos y una palm era, esperando siem pre a que
volviera M araña22 con el pasaporte falso" (p. 20). Y m ientras esperaba, desde
la calle oía voces de "m uchachas chinas que llam aban a los hom bres y se
reían com o pájaros y olores de carne asada en brasas de carbón y guisos con
especias". Nos encontram os en un barrio cuya descripción nos rem ite a espa22 Nótese que m a r a ñ a es literalmente un "enredo".
63
C on stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en Lisboa d e A nton io M u ñ oz M olina
cios orientales, exóticos. En palabras del profesor Castellani, en estos pasajes
del relato "Lisboa se nos presenta com o una ciudad m ítica, m ás oriental que
occidental, un puerto asiático" (Castellani 2009: 8). Por las noches el m ism o
M araña, siem pre por requerim iento de Lucrecia, le llevará en su M o r r i s al
teatro para acudir a su ensayo con el resto de m úsicos.
5. ¿7 m i t o d e l e t e r n o r e t o r n o
Q ue todas las cosas retornan
etern am en te, y nosotros m ism os con
ellas, y qu e n osotros h em os ex istid o ya
infinitas veces, y todas las cosas con
nosotros.
Nietzsche
La tarde del concierto se echa a la calle por prim era vez sin la com pañía
de M araña y de nuevo percibim os que nos hallam os en un enclave urbano
de prostitución, de restaurantes de comida asiática. Se dirige a la "ciudad
b aja": por las indicaciones sospecham os que se encuentra en el Barrio Alto.
Al torcer una calle ve la panorám ica de la bahía, el puerto y "el puente rojo",
-q u e suponem os el puente 25 d e A b r i l - la visión de la ciudad de nuevo vuelve
a confundirse con las reflexiones sobre m úsica, con sus pensam ientos sobre
Lucrecia, para volver de nuevo a la m úsica, o m ejor, al lugar donde se dirige
para ejecutarla:
Sólo el instinto de la música lo guiaba y le impedia perderse, llevándolo
a reconocer lugares que había visto cuando buscaba a Lucrecia, empuján
dolo por pasadizos húmedos y callejones tapiados hacia las vastas plazas
de Lisboa y las columnas con estatuas, hacia aquel teatro un poco sórdido
donde resplandecieron las luces y sombras sincopadas de las primeras pe
lículas al final de otro siglo del que sólo en Lisboa era posible descubrir
señales (p. 209).
El local al que se refiere se encuentra en la Rúa dos Sapateiros, en la
Baixa. Se trata del A n i m a t ó g r a f o , local que, creado en 1907, fue uno de los p ri
m eros cines de la capital, con fachada de estilo A r t N o u v e a u en azulejos con
alegorías fem eninas y relieves de m adera. Tras pasar a lo largo del siglo XX
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A n g el C lem en te E scobar
por diferentes usos relacionados con el m undo del espectáculo, hoy en día es
un s e x - s h o p . A ntes de entrar m irará de nuevo el paisaje lisboeta y, com o veía
mos en la cita anterior, registrando por fin algunos de sus rasgos, algunos de
los itinerarios que siguió perdiéndose entre sus calles, en un laberinto que
está a punto de dejar atrás y que lo convierte en un iniciado. La ciudad ha
operado en él una suerte de m etam orfosis, un nuevo nacim iento:
Vio sobre las colinas las encabalgadas casas amarillas, la frialdad de la luz
de diciembre, la escalinata y la delgada torre de metal y el ascensor que
una noche lejana lo había salvado transitoriamente de la persecución de
Malcom, vio los portales oscuros de los almacenes y las ventanas ya ilu
minadas de las oficinas, la multitud rumorosa e inmóvil y congregada al
anochecer bajo los luminosos azules como esperando o presenciando algo,
tal vez la invisibilidad o el secreto destino de ese hombre de gafas oscuras
y ademanes furtivos que ya no se llamaba Santiago Biralbo, que había na
cido de la nada en Lisboa (p. 210).
El nuevo nacimiento del héroe es otro de los pilares de la construcción mí
tica del relato de Muñoz Molina. Siguiendo a Eliade, en la presencia de la luna
antes anotada, descubrimos la estructura cíclica del tiempo, que se regenera
cada vez que los personajes vuelven a nacer en algún sentido, de manera que el
pasado para ellos no es sino la prefiguración del futuro (1974: 88-89); como su
cedía con las correspondencias espacio-temporales que se establecían siguien
do una triple analogía que equiparaba la urbe, la música, y lo femenino, pero
sólo en la psique del personaje, esto es en el texto. Este nacimiento que había
de producirse, presagiado en la presencia lunar, esta suerte de metamorfosis,
tiene como escenario inequívoco la ciudad, en cuyas descripciones hemos en
contrado la figura del laberinto como lectura que de ese espacio hace nuestro
inadvertido héroe moderno B iralbo' ; a quien equiparábamos con Ulises, entre
otras cosas por estar destinado a erigir, en el relato en nuestro caso, la ciudad
que durante mucho tiempo se pensó, llevaba su nombre. Como en un laberinto 32
23
"Frente a las sociedades tradicionales que tratan a través de sus mitos y ritos, especialmente sus
cosmologías, de eliminar todo riesgo e introducir regularidad en el m undo con el fin de conseguir la
prevención frente a lo desconocido y la interpretación de los fenómenos extraños, la modernidad está tan
zsodada desde sus orígenes m ás remotos al riesgo y a la falta de certezas firmes. [...] todos estos motivos
nacen que el individuo moderno se vea enfrentado a la vida como a un laberinto en el que en cada encruciiada acecha un peligro y donde cada decisión lleva aparejado un riesgo. La vida en la modernidad se
rresenta con los rasgos de una aventura en la que el futuro es escasamente previsible y la complejidad del
—undo y su continua apiertura a la novedad hace que la experiencia acumulada sea difícilmente aprovcmable. El individuo moderno sometido a un desafío continuo adquiere las características de un héroe y,
a fre n ta d o a lo extremo, se muestra como un superviviente que ha pasado pruebas sin cuento. Este indi
viduo se constituye a sí m ismo a través de una serie de pruebas (ascesis) que le permiten la conquista de
- "-ism o como entrenamiento para el gobierno de los otros y el dominio de la naturaleza" (Reyes 2009).
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C on stru ir la ciu d ad literaria. El invierno en 1.isboa d e A n tonio M u ñ oz M olin a
deambuló por las intrincadas calles, superó las pruebas a las que se tuvo que
enfrentar para acudir a esa suerte de palingenesia que se opera con la compra,
en el mercado negro, de un pasaporte con un nuevo nombre; el laberinto nos
habla también del m ito nietzscheano.
Este laberinto urbano, el de I ,isboa, remite figuradamente a ese otro espa
cio tan borgeano como lo es el laberinto circular, nombre con el que, el escritor
argentino, uno de los más admirados por M uñoz M olina24, se refiere al mito del
eterno retorno. Antes hacíam os notar la misteriosa frase U m Oriente ao orien
te do Oriente, y no era en vano pues precisamente presupone un concepción
circular del tiempo y del espacio (González Arce 1998: 361), una "leyenda cir
cular", en un juego de palabras que hace el narrador entre la disposición de las
letras en la esfera del reloj y su propio significado. Los personajes, perdidos
en el dédalo de posibilidades que les ofrece su imaginación, en un mundo a la
deriva en el que ni tan siquiera el héroe sabe su destino, intentan desentrañar lo
inextricable, resolver el misterio por el cual el hombre moderno, Prom eteo de
sus propios sueños, hoy parece más un náufrago en la ciudad:
Creo que por suerte y por desgracia quedan muchos robinsones. Por suer
te porque para mí el sentimiento de Robinson es el sentimiento de soledad
en medio de una ciudad, que es muy creativo y que me exalta mucho por
que la ciudad es el territorio de la imaginación, es donde se ven las caras
desconocidas, donde se ven las historias que uno quisiera contar. Al mis
mo tiempo hay muchos robinsones para los cuales la ciudad es el infiemo,
el infierno de las soledades. [...] La ciudad entera está llena de náufragos,
y a veces de una manera estremecedora, terrible (Martín Gil 1988: 25-26).
La narración term inará allí donde em pezó, en M adrid, desde la habita
ción ya vacía de G iacom o, situada en la G ran Vía, frente al popular edificio
de Telefónica. El narrador, que se había acercado hasta el hotel en su busca,
piensa en el incierto destino de su am igo, obligado a huir constantem ente,
hacia el infinito, com o las repeticiones, im provisaciones y m elodías sin fin
que son la substancia m ism a del jazz que hace sonar en su piano. El anónim o
relator verá desde su ventana cóm o Lucrecia, que tam bién pasó a buscarlo,
se aleja por la siem pre concurrida calle m ad rileña...
24
Así lo confiesa en una entrevista: "Escritores que me han gustado mucho dejan de gustarme, o me
gustan por razones distintas. A lgunos duran, otros desaparecen del todo, otros surgen para hacerme
compañía. Duran los obvios: Cervantes, Borges, Faulkner, Galdós, etc. De esos se está siempre aprendien
do" (Platas Tasende 1998: 46).
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A n g el C lem ente E scobar
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