Críticas de El hombre de Londres (2007) - FilmAffinity
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El hombre de Londres

Drama Maloin es un vigilante de una estación de tren que, de forma casual, es testigo de un asesinato, y acaba haciéndose cargo de una maleta llena de dinero que trastocará para siempre su vida, acarreándole muchos problemas. Inspirada en la novela de Georges Simenon "El hombre de Londres". (FILMAFFINITY)
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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
26 de julio de 2009
56 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Octavo largometraje del realizador Béla Tarr (Pécs, Hungría, 1955). El guión, del propio Tarr y de Lászlo Krasznahorkai, su guionista habitual, adapta libremente la novela “L’homme de Londres”, del novelista belga Georges Simenon (1903-89). Se rueda en escenarios reales de Bastia (Córcega), otras localizaciones de Córcega y Pilisborosjeno (Hungría). Es nominado a la Palma de oro (Cannes). Producido por Humbert Balsan, Christoph Hahnheiser, Paul Saadoun, Gáber Téni y Joachim von Vietingoff, se proyecta por primera vez en público el 23-V-2007 (Cannes).

La acción tiene lugar en Dieppe (Normandía, Francia). Maloin (Krobot), de más de 50 años, trabajador portuario, es el encargado del turno de noche del guardagujas de la terminal ferroviaria del puerto. Trabaja desde una cabina acristalada, elevada, de gran visibilidad y dotada de controles a distancia. Poco después del atraque de un trasbordador de Londres, es testigo de una pelea entre dos pasajeros recién llegados, Brown (Derzsi) y su compañero Teddy, y de la caída mortal de éste con un maletín al mar. Maloin recoge el maletín y lo guarda cuidadosamente en la cabina, después de comprobar que contiene más de 60.000 libras esterlinas en billetes. Maloin está casado con Camelia (Swinton). Son padres de una hija, Henriette (Bók), que trabaja en una carnicería. Reparte su tiempo entre la cabina del puerto, la casa familiar y el bar de la esquina, donde cada día juega una partida de ajedrez. Es solitario y callado. Lleva una vida monótona, rutinaria, vacía y aburrida.

El film suma crimen, drama, cine negro y misterio. El protagonista, Maloin, es un hombre simple e ingenuo, con una vida de rutinas en la que nunca ocurre nada. Se ha acostumbrado a no pensar, no sentir, no emocionarse, no dudar y no saber. Los hechos ocurridos durante la noche en el puerto le trastornan y le mueven a actuar. Por primera vez en mucho tiempo siente la necesidad de hacer algo fuera de lo común, pero no lo sabe definir, ni concretar autónomamente. No distingue entre lo correcto y lo incorrecto, lo propio y lo impropio, lo oportuno y lo inoportuno. Como “voyeur” y como hombre colonizado (1), confunde lo que quiere hacer con lo que ha visto hacer: sólo se le ocurre imitar lo que ha visto. La bronca de Brown y Teddy, la reproduce en su casa con su mujer; el intento de Brown de sustraer el maletín a Teddy, lo reproduce sustrayendo a su mujer el dinero que guarda en una caja, etc.

Tarr demuestra su preocupación por la alienación humana, el deterioro de la capacidad de análisis crítico y la aniquilación de la iniciativa y de las ansias de saber y entender a manos de un materialismo tan subrepticio como salvaje. Para él, la sociedad contemporánea compone un cuadro desolador en el que se ha pasado de la pasividad acomodaticia a la pérdida de la conciencia de lo que es la esencia del ser humano.

(Sigue sin “spoilers”)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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15 de septiembre de 2011
41 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Más de lo mismo” dicen algunos críticos enfurecidos. Y es verdad: Tarr, en efecto, se repite; insiste en su reflexión sobre el fondo del alma humana; e insiste en un lenguaje formal rebosante de belleza. Bendita monotonía...

En todo caso, hay matices. Tarr se sitúa aquí, según yo lo veo, en una perspectiva distinta a la de “Armonías de Werckmeister”, su anterior película. En “Armonías...”, el individuo —Janos— se enfrentaba a la colectividad; pero no estaba solo; había otros con los que aliarse en la resistencia (o, al menos, en la “melancolía”): Eszter el musicólogo, sobre todo, y también Lajos el zapatero y su mujer. En “El hombre de Londres”, Maloin está solo, no tiene a nadie; por no tener, ni siquiera tiene enfrente a una turba enfurecida: no hay gentes que se reúnan en la plaza a las que observar o de las que guardarse; ni tampoco helicópteros de los que escapar; la masa gregaria y la élite del poder están aquí abstraídas, y “lo otro” es un ente rigurosamente despersonalizado, anónimo e intangible, a lo sumo reflejado veladamente en la fantasmal figura del “comprensivo” Morrison, en la kafkiana pareja de “amables” vendedores o en la, en definitiva, inofensiva dueña del supermercado. Maloin no tiene nada con lo que enfrentarse; a su alrededor no hay más que vacío; por eso entabla una absurda pelea con su mujer, consigo mismo. Ya no queda nada más que la pura y simple ausencia.

En mi crítica a “Sátantangó” aludía a la unión de los opuestos en el cine de Béla Tarr. En “El hombre de Londres” es como si esa oposición se esencializara hasta sus términos más radicales: como si ya sólo estuvieran presentes el ser y la nada. Y los dos —parece pensar Béla Tarr— son sospechosa e inquietantemente semejantes. “El hombre de Londres” es mucho más abstracta, más esquemática en su planteamiento, que las películas anteriores, más desnuda, más seca y más áspera. Aquí Tarr ahonda un paso más en el alma humana. Y cuanto más se profundiza en el abismo interior, por una especie de simetría cósmica, más presente se hace el vacío exterior. O viceversa.
[sigo en el spoiler]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ludovico
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18 de abril de 2009
35 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
La menospreciada narrativa de Simenon plasma con radical economía y sin retórica un duro retrato del hombre, de la parquedad de su existencia.
Bela Tarr toma como partitura una novela del escritor belga y orquesta una obra cinematográfica, un mundo portuario gris y semidesierto, de luz entre plomiza y pizarrosa, donde llueve a menudo y mucho tiempo es de noche.

Tarr mantiene la base de intriga y la estetiza, intenta elevarla a misterio, con un lenguaje peculiar, muy elaborado en su simplicidad.

Desde el interior acristalado de una atalaya de vigilancia, la cámara en movimiento filma cómo el pasaje de un barco desciende a las sombras del muelle. El prolongado plano-secuencia, que se fragmenta gracias a las divisiones de la cristalera, anuncia el sello del voluntarioso estilo.
La tensión: el torrero ve desde su puesto un crimen en un rincón apartado. Juega una baza sigilosa, con la que sacar de la pobreza a su familia. Comprende angustiado que le puede salir fatal, y durante días aguarda astuto una jugada que le salve.

La cadencia es despaciosa y hay repeticiones acústicas que rozan lo machacón; son series de sonidos en primer término, marcando ritmo: pasos, oleaje, reloj, acordeón, el cuchillo del carnicero… La estrategia es semejante al monótono recitado de mantras, o el dar vueltas y vueltas de los derviches giróvagos, que inducen una especie de trance y cambian la percepción. El paso a una percepción no realista sino estética busca Tarr con la lentitud extrema y las rítmicas repeticiones. El contraste con los hábitos vigentes (trepidación, velocidad sin pausa, hablar como ametralladoras) es muy fuerte y, como ocurre con las mencionadas técnicas, el peligro de caer dormido en vez de cambiar la percepción es real.

A la hipnosis estética contribuyen la subrayada lentitud, el que no aparezca ni un coche ni un vehículo, excepto unos metros de tren; las caminatas de los personajes, seguidas por la cámara en sus rostros; el silencio imperante, que realza lo mínimo de los diálogos; los movimientos coreografiados, como el descenso de los pasajeros del barco; los encuadres abstractos, que demoran el reconocimiento de los objetos; las frecuentes tomas a los personajes de espaldas; la nitidez de la contrastada fotografía, magnífica …

En las figuras de los personajes ocurren cosas constantemente, y en profundidad. Los actores trabajan bien; Tilda Swinton, muy bien; y mejor aún quien hace de inspector (István Lénárt). Su fisonomía es más bien orografía. La cámara la trata como un paisaje rocoso. Los primeros planos de todos son abundantes y prolongados. Y muy intensos: en la quietud se actúa con parpadeos y pestañeos. ¡Hasta con las pupilas y las líneas del iris!

Bela Tarr declara que busca representar a un tiempo “el aspecto universal y cotidiano de la vida, en una obra que es a la vez cósmica y realista, divina y humana”.

Es como representar al océano y a la humanidad en la imagen de una playa. Se puede.

(7,5)
Archilupo
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14 de agosto de 2008
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comienza el gran día, último día sábado 10 de noviembre de 2007, día que justifica todo el festival, incluso.

A las 12 del mediodía me dirijo hacia el Casino de la Exposición, donde tiene lugar la rueda de prensa de Béla Tarr. Tonto de mí, llego tarde por primera vez a una cita imprescindible del festival.
Entro en la sala, pasados unos diez minutos desde el comienzo, y ahí está, sentado al lado de Manuel Grosso, Tarr, en carne y hueso, exactamente igual a como lo he visto en fotos: chaqueta negra de cuero y gafas de sol redondas.
Siempre corta e insatisfactoria, por supuesto, la rueda de prensa acaba y yo me quedo con que “A Londoni Férfi” ha sido para Béla Tarr la película más difícil de llevar a cabo, una producción que se extendió durante más de dos años, lastrada por una larga pausa debido al suicidio, en febrero de 2005, del productor francés Humbert Balsan, a quien está dedicada la película.

A las 16:00 puedo ver “El Jardín de la Fantasía”.
Después “Alondras en el Alambre” a las 18:00.

21:00.
Empieza.

El tiempo queda suspendido.

Contemplamos la cabina de guardagujas ferroviario donde deambula Maloin, protagonista de esta historia.
La cámara sube, se mueve, baja, entra por sitios imposibles… comienza una pausada sinfonía de movimientos que componen un único plano y a la vez una única escena.
“Los primeros 20 minutos de «El Hombre de Londres» es lo mejor que se ha filmado en Europa este año”, había dicho Grosso. Y no le falta razón.

Cuando me enteré de que el último film de Béla Tarr estaba basado en “L’Homme de Londres”, novela del escritor belga Georges Simenon, me compré el libro y me lo leí. Sin ser una obra maestra, sin ser siquiera un gran libro, está escrito con un lenguaje claro y sencillo, con una trama interesante pero que tampoco da lugar a una excesiva intriga o a una excesiva tensión, donde lo único a destacar es el final, en el que el escepticismo y el cinismo de Maloin lo coronan como padre de Meursault; y es que, escrito nueve años antes, el final del libro bien pudo ser un perfecto incentivo para que Camus creara al famoso extranjero.
El libro se presenta también, al parecer, como un punto de inflexión en la obra de Simenon, punto en el que dejó de escribir “noveluchas policíacas y populares” y se pasó a cosechar una reputación de “escritor serio y trascendental”, habiendo firmado un contrato con la prestigiosa editorial francesa Gallimard.
En cualquier caso, la historia le sirve de pretexto al director para regresar a ese cine negro minimalista que ya explorara en “Kárhozat”, del año 88.

En esta producción el cuarteto mágico se quiebra con la salida del iluminador Gábor Medvigy y la entrada del nuevo Fred Kelemen, alemán de madre húngara, del cuál no tenía referencia alguna; pero insiste en la dirección con Tarr, en el guión con Tarr y el escritor László Krasznahorkai, y en la música con Mihály Vig.
(Sigue en spoiler por falta de espacio).
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Alexei
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17 de enero de 2011
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de ver una película tan extraña, visceral y fascinante como “El Hombre de Londres”, creo necesario dejar por estos lares un breve resumen de lo que se discutió el día que se pasó en nuestro Cineclub Koniec, en Calafell, para poder acercarnos un poquito más al cine de este húngaro. También me he permitido la libertad de realizar un video-homenaje en Youtube (titulado “La Mirada de Béla Tarr”) con todas las películas del húngaro (9 en total), incluyendo films tan difíciles de encontrar como su adaptación de Macbeth para TV (1982), rodada en 2 planos secuencia de 67 y 5 minutos de duración (20 años antes de que Sokurov hiciera su Arca Rusa).

“El Hombre de Londres”, última película de Tarr, está basada en la novela policíaca de George Simenón “L’Homme de Londres”, pero el texto es tan sólo una excusa, un punto de partida para que el húngaro desarrolle su estilo hacia aquello que nos quiere contar (que no es una historia criminal).

Tal y como decía Tarr en una entrevista, lo que más le interesa en sus películas es aportar una mirada cósmica de la vida a través de sus personajes, almas andantes que no dejan una sola huella en su cine. En todos sus films, los hombres recorren todo el espacio (un espacio normalmente hermético, sin salida) y desaparecen sin rumbo fijo, continuando con su deprimente existencia. Para Tarr, que se manifiesta públicamente ateo, el hombre está condenado por su mera existencia y, por si fuera poco, los condicionantes externos refuerzan esta condena y lo hunden todavía más (no en vano, una de sus películas importantes lleva por título “La Condena”). Es por este motivo que Tarr acostumbra a crear un vínculo fuertísimo entre el espacio que retrata y los personajes que quedan atrapados en él. Son sublimes los planos que siguen al personaje de Maloin en El Hombre de Londres y mantienen en todo momento un edificio en el encuadre, tras el perfil de su rostro, de manera que el espacio se está integrando indisolublemente en la mente del protagonista, condicionando su manera de percibir y de actuar. La influencia de Franz Kafka (también reconocida por Tarr) se hace patente y su cine adquiere dimensiones muy oscuras de búsqueda de un lenguaje metafísico que a la par resulta muy atractivo. La imagen, que mezcla naturalismo, realismo y artificio, adquiere connotaciones pictóricas y Tarr se transforma en uno de los pocos magos de la imagen, entrando en el selecto grupo de Welles, Tarkovski, Malick y compañía.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
kakihara
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