Ahora que los grandes museos (el Louvre incluído) se han convertido en productores de cine, Las horas del verano podría definirse como una película "de encargo", ya que surgió de un proyecto (luego abortado) del museo parisino de Orsay para que Jim Jarmusch, Raoul Ruiz, Hou Hsiao-hsien y Olivier Assayas rodaran cuatro cortos para ser incluidos en una película colectiva como parte de la celebración de su 20º aniversario. Sin embargo, cuando todo parecía que quedaría en la nada, Hou siguió con su historia y filmó el largometraje Le voyage du ballon rouge, mientras que Assayas terminó concibiendo Las horas del verano, que para mí es uno de los mejores aportes de su notable y multifacética carrera.

Injustamente menospreciada en el circuito de festivales del año último, Las horas del verano es una película de una riqueza estética (mérito compartido con el exquisito fotógrafo Eric Gautier) y sobre todo temática que daría para una larga y profunda crítica que no sé si estoy en condiciones de conseguir en este sábado con algo más de 36º de temperatura, pero estoy seguro de que permitirá que los espectadores realicen múltiples abordajes y lecturas que excederán por mucho el mero campo cinematográfico.

Las horas del verano es un film sobre la Historia, sobre cómo el arte perdura de manera viva y funcional en manos de la gente y luego se vuelve una pieza de museo, sobre el pasado que muere y el presente dominado por una globalización que arrasa con todo, sobre la familia, sobre la decadencia de la burguesía francesa, sobre las fuertes diferencias y las contradicciones generacionales, sobre la culpa... y sobre muchas cosas más.

Siempre consideré a Assayas -incluso en sus películas menos logradas- como un animal de cine, un cinéfilo/crítico/director muy lúcido, unos de los narradores más talentosos (nadie construye los planos-secuencia con más elegancia que él), un intelectual capaz de unir la tradición del cine francés con la modernidad del asiático, un hombre interesado en la literatura clásica y también en la cultura del rock, en el clasicismo y en los géneros clase B. En definitiva, un realizador casi completo. Creo que con Las horas del verano directamente se consagra, porque esta película que parece pequeña es digna de un sabio, de alguien que ha alcanzado la definitiva madurez como hombre y como artista.

El director de Finales de agosto, principios de septiembre, Clean e Irma Vep divide a su nuevo film en tres grandes partes: la primera, describe el reencuentro de una madre ya enferma y bastante deprimida (la gran Edith Scob) con sus tres hijos (Charles Berling, Juliette Binoche y Jérémie Renier) y sus varios nietos en una hermosa casona de campo para festejar el cumpleaños número 75 de esta matriarca severa y algo despótica; la segunda, se centra en cómo los tres hijos (un economista que vive en París, una diseñadora afincada en Nueva York y un empresario ligado a la fabricación de zapatillas en China) reaccionan tras la muerte de la madre y cómo deciden dividir la cuantiosa y muy requerida herencia integrada por pinturas, muebles y otros objetos art-nouveau pertenecientes a la colección de un reconocido pintor. La coda, en cambio, se concentra en cómo la nueva generación de adolescentes de esa familia vive a su manera la desintegración de ese patrimonio. Y, como yapa, un personaje secundario admirable (la reserva moral del film) como el de la vieja ama de llaves que se queda sin patrona, sin casa y sin futuro.

Las horas del verano -denostada por muchos críticos por ser "muy francesa" (como si eso fuese un demérito) o "muy dialogada" (¡¿y?!)- tiene para mí un alcance universal. Assayas logra mixturar las influencias literarias (Chéjov, Proust) con las cinematográficas (Téchiné, Rohmer) para construir una reflexión inteligente, profunda, cuestionadora sobre los cambios radicales, arrolladores de estos tiempos modernos. No se trata, apenas, de un ejercicio nostálgico, de una simple queja, de una añoranza de épocas mejores. Estamos ante una gran película, de esas que permiten parar la pelota (o, mejor, detener el tiempo) para pensar qué estamos haciendo con el pasado, cómo se nos escurre el presente y qué futuro les dejamos a nuestros hijos.